Conciencia y estructura - Oscar Masotta - E-Book

Conciencia y estructura E-Book

Oscar Masotta

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Publicado por primera vez en 1968, este libro reúne dieciocho ensayos que recorren las diferentes áreas de interés de la producción intelectual de Masotta: la filosofía y el psicoanálisis, la crítica y la literatura, el arte de vanguardia y la comunicación de masas. Una serie de objetos heterogéneos (la fenomenología de Sastre, el marxismo y Lacan; Lugones, Arlt, Viñas y Sebreli; el pop art, los happenings y la historieta) se entrecruzan para dar cuenta, como señala Diego Peller en el prólogo, no solo de las mutaciones teóricas, temáticas y estilísticas de Masotta, sino también de la búsqueda por conjugar su compromiso como intelectual de izquierda con la modernización teórica. Un dilema que se condensa en el título del libro y que pronto se convertirá en alternativa excluyente, como lo manifiesta en "Roberto Arlt, yo mismo", ese entrañable y lúcido texto leído en la presentación de su primer libro y que refleja las múltiples líneas de fuerza que atraviesan su obra. Sin dudas, Conciencia y estructura es, como afirma Peller, el libro de Masotta "que mejor representa los cruces discursivos, las tensiones y contradicciones que hacen de sus ensayos una materia viva que aún hoy nos interpela".

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Oscar Masotta

CONCIENCIA Y ESTRUCTURA

Publicado por primera vez en 1968, este libro reúne dieciocho ensayos que recorren las diferentes áreas de interés de la producción intelectual de Masotta: la filosofía y el psicoanálisis, la crítica y la literatura, el arte de vanguardia y la comunicación de masas.

Una serie de objetos heterogéneos (la fenomenología de Sastre, el marxismo y Lacan; Lugones, Arlt, Viñas y Sebreli; el pop art, los happenings y la historieta) se entrecruzan para dar cuenta, como señala Diego Peller en el prólogo, no solo de las mutaciones teóricas, temáticas y estilísticas de Masotta, sino también de la búsqueda por conjugar su compromiso como intelectual de izquierda con la modernización teórica. Un dilema que se condensa en el título del libro y que pronto se convertirá en alternativa excluyente, como lo manifiesta en “Roberto Arlt, yo mismo”, ese entrañable y lúcido texto leído en la presentación de su primer libro y que refleja las múltiples líneas de fuerza que atraviesan su obra.

Sin dudas, Conciencia y estructura es, como afirma Peller, el libro de Masotta “que mejor representa los cruces discursivos, las tensiones y contradicciones que hacen de sus ensayos una materia viva que aún hoy nos interpela”.

Conciencia y estructura

OSCAR MASOTTAPrólogo de Diego Peller

Índice

CubiertaSobre este libroPortadaPrólogo. Las marcas de MasottaDedicatoriaPrólogoAdvertencia1. Filosofía y psicoanálisisMerleau-Ponty y el “relacionismo” italianoLa fenomenología de Sartre y un trabajo de Daniel LagacheDestrucción y promoción del marxismo contemporáneoCristianismo, catolicismo, marxismo…Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía2. Crítica y literaturaSur o el antiperonismo colonialistaEl platonismo de GüiraldesExplicación de. Un dios cotidianoRicardo Rojas y el espíritu puroLeopoldo Lugones y Juan Carlos Ghiano: antimercantilistasSobre crítica literaria en la ArgentinaRoberto Arlt, yo mismoLa literatura y el “hombre corriente”Anotación para un psicoanálisis de Sebreli3. Estética de vanguardia y comunicación de masasRogelio Polesello y el mito de las profesionesEl “esquematismo” contemporáneo y la historietaDespués del pop: nosotros desmaterializamosReflexiones presemiológicas sobre la historieta: el “esquematismo”Indicaciones bibliográficasSobre el autorPágina de legalesCréditos

PRÓLOGO LAS MARCAS DE MASOTTA

¿UN MASOTTA O TRES MASOTTA?

Conciencia y estructura, publicado por primera vez en 1968, reúne dieciocho ensayos escritos por Oscar Masotta entre 1955 y 1967. El libro está dividido en tres secciones (“Filosofía y psicoanálisis”, “Crítica y literatura”, “Estética de vanguardia y comunicación de masas”) que corresponden, en una primera aproximación, a las tres áreas de interés que habitualmente se distinguen dentro de su recorrido intelectual. Que Masotta haya ordenado así estos artículos vendría a confirmar las aproximaciones a su obra que parten, precisamente, de la presunción de que es posible delimitar con claridad estos tres “momentos”. Existiría entonces un “primer Masotta”, fervientemente sartreano, vinculado de manera marginal pero intensa a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y a las revistas Centro y Contorno, y volcado por entero a la crítica literaria1. El “segundo Masotta” es aquel que durante los años 1965-1968 participará activamente en las experiencias de vanguardia que se llevaron a cabo en el marco del Instituto Di Tella, desde el análisis de corte semiológico sobre los medios masivos de comunicación hasta la reflexión teórica sobre manifestaciones artísticas como el pop art y el happening, y que llegó a exceder la barrera entre teoría y praxis con la organización de varios happenings así como de la Primera Bienal Mundial de Historieta en 1968, y la publicación de tres números de una revista dedicada a este género: LD. Literatura Dibujada. El “tercer Masotta”, fundador de los Cuadernos Sigmund Freud en 1971 y de la Escuela Freudiana de Buenos Aires en 1974, es sin dudas aquel que alcanzó mayor notoriedad gracias a su lugar indiscutible como introductor de la teoría y la práctica del psicoanálisis lacaniano, y no solo en la Argentina, tal como lo señaló entre tantos otros el mismísimo Jacques-Alain Miller, quien se refiere a él como a “un asombroso argentino (...) gracias al que la enseñanza de Lacan conoció una difusión que se extendió a todo el mundo hispánico, durante los años sesenta”2.

En las dos últimas décadas se advierte un reconocimiento creciente del rol clave desempeñado por Masotta en cada uno de los campos en los que incursionó. La importancia del “joven Masotta” para la crítica literaria ha sido estudiada por Alberto Giordano, entre otros, y su lugar en el debate ideológico entre existencialismo y estructuralismo ha sido destacado por Silvia Sigal, Oscar Terán y Beatriz Sarlo3. En cuanto a Masotta como figura fundacional del psicoanálisis lacaniano, podemos remitir a los trabajos de Germán García y Marcelo Izaguirre en el interior del campo psicoanalítico, y de Mariano Ben Plotkin desde la perspectiva de la historia cultural4. Situado entre ambos, el Masotta de los textos sobre arte y las intervenciones dentro de la vanguardia artística había sido, hasta hace poco, menos conocido y estudiado. Solo en los últimos años, gracias a los trabajos fundamentales de Ana Longoni y Mariano Mestman, esta situación se ha revertido5.

Si partimos de esta triple división de la obra de Masotta, Conciencia y estructura es su libro más singular, el que mayor incomodidad despierta a la hora de hacerle sitio en los estantes de la biblioteca pero, por las mismas razones, el que mejor representa los cruces discursivos, las tensiones y contradicciones que hacen de sus ensayos una materia viva que aún hoy nos interpela.

Es cierto, los lectores interesados en crítica literaria pueden leer Sexo y traición en Roberto Arlt (1965)6 y desentenderse del posterior periplo masottiano; los interesados en las artes visuales hacer lo propio con El pop-art (1967), Happenings (1967) o La historieta en el mundo moderno (1970); mientras que los psicoanalistas se atienen a su producción a partir de Introducción a la lectura de Jacques Lacan (1970)7. Esta “división del trabajo” de lectura no es necesariamente censurable, y en gran medida responde a la creciente especialización del trabajo intelectual (no por casualidad el único autor que ha abordado a Masotta en conjunto, aunque poniendo el acento en la figura biográfica más que en sus libros, ha sido Carlos Correas en Operación Masotta [1991], un ensayo situado por fuera de los protocolos de la investigación académica). Tampoco se trata de postular aquí una lectura supuestamente “total” de la obra de Masotta, ni es posible “exigir” a críticos literarios que se interesen por un ensayo como “Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía” y a psicoanalistas que consideren fundamental la lectura de la crítica masottiana a la novela Un dios cotidiano de David Viñas. Pero entonces… ¿Qué hacer con Conciencia y estructura? Es cierto, siempre es posible leer una parte del libro, y la división interna habilita (y en cierta medida autoriza) esa operación. Pero no menos cierto es que se trata de un libro y que, incluso en una primera lectura, resulta evidente que las partes no guardan entre sí una relación de independencia o de progresión, sino que se entrecruzan en un complejo vaivén.

Una primera constatación: las tres secciones no se corresponden, ni en el orden en que están dispuestas ni en sus contenidos, con las tres “etapas” antes mencionadas. La segunda (“Crítica y literatura”) correspondería al “primer Masotta”; la última (“Estética de vanguardia y comunicación de masas”) al “segundo”, aunque excediéndolo al incorporar dos trabajos sobre la historieta; mientras que la primera sección del libro (“Filosofía y psicoanálisis”) reúne sus primeras incursiones en la teoría de Jacques Lacan8 (esto es, los inicios del “tercer Masotta”) con ensayos sobre temas filosóficos, vinculados a la fenomenología y al existencialismo sartreano.

Otro tanto sucede con las fechas originales de publicación de los ensayos. Si bien en el interior de cada una de las secciones se respeta en general –aunque no siempre– un criterio cronológico en el ordenamiento, no es tan simple en lo que hace a la relación de los ensayos de cada una de las secciones con los de las otras (los dos primeros integran la segunda sección, el tercero la primera, etc.), de manera que, si prestamos un poco de atención a las fechas (y no es casual que el libro incluya un listado de los textos por orden cronológico), deberemos dejar de lado la idea de un Masotta “primero” intelectual comprometido y sartreano, “luego” semiólogo y vanguardista y “finalmente” psicoanalista y lacaniano. En realidad, en los años que van de 1965 a 1968, no es posible hablar de una evolución lineal por parte de Masotta, sino de una superposición irreductible de discursos y objetos de la cual Conciencia y estructura es el testimonio más contundente, al tiempo que permite desplegar una serie de interrogantes acerca de las conexiones y contagios entre campos que se pretenden independientes. ¿Por qué fue precisamente Masotta, un crítico literario, quien introdujo a Lacan en la Argentina? ¿Cómo pensar, desde el psicoanálisis, el lugar central de la fenomenología y el existencialismo en la temprana producción de Masotta?9 ¿Qué implica, para la historia de la crítica literaria argentina, el hecho de que una de sus figuras emblemáticas de fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta haya abandonado de pronto la literatura en pos de la vanguardia artística y luego del psicoanálisis?10 ¿Qué marcas dejó en el arte local su efímera y singular intervención teórico-práctica?

DAR CUENTA DE SÍ MISMO

Entre las muchas objeciones a las que la heterogeneidad de intereses y de estilos desplegada en Conciencia y estructura lo volvía susceptible, había una, sin dudas, determinada por el espíritu de los tiempos: ¿cómo conjugar su compromiso como intelectual de izquierda, marxista, con su posición de avanzada en la adopción y difusión de nuevos lenguajes teóricos como la semiología y el lacanismo y de “nuevos objetos” como el pop art y la historieta, sin ser acusado de frívolo y oportunista? Masotta estaba advertido al respecto, y en su “Prólogo” a la primera edición de este libro, fechado el 17 de abril de 1967, afirma:

 

Yo no he evolucionado desde el marxismo al arte “pop”; ni ocupándome de las obras de los artistas “pop” traiciono, ni desdigo, ni abandono el marxismo de antaño… Al revés, al ocuparme de esa nueva tendencia viviente de la producción artística más contemporánea, entiendo permanecer fiel a los vacíos, a las exigencias y a las necesidades de la teoría marxista. (p. 30)

 

Las acusaciones, por cierto, no se habían hecho esperar: el “profesor Klimovsky”, en un artículo publicado en el diario La Razón el 16 de diciembre de 1966, impugnaba a los intelectuales que “confeccionaban” happenings –Masotta había organizado uno en octubre de ese año– y les recomendaba invertir su imaginación en atenuar el “tremendo flagelo” del hambre11. Los ataques continuarían luego en la pluma de sus dos viejos compañeros de los tiempos de Contorno, Juan José Sebreli y Carlos Correas12.

Como señaló oportunamente Oscar Terán, Conciencia y estructura es el libro que mejor representa la encrucijada en la que se encontraban artistas e intelectuales de la nueva izquierda en el momento de quiebre entre las décadas del sesenta y el setenta, tironeados entre las demandas inconciliables de compromiso político y modernización teórica. Dilema que Masotta condensa en la conjunción que da título a su libro, y que pronto se convertiría en alternativa excluyente, como se deja leer en “Roberto Arlt, yo mismo”, texto leído por Masotta el 12 de febrero de 1965 en la presentación de Sexo y traición en Roberto Arlt, su primer libro:

 

En lo que se refiere al Saber: en estos años he “descubierto” a Lévi-Strauss, a la lingüística estructural, a Jacques Lacan. Pienso que hay en estos autores una veta para plantear, en sus términos profundos, el problema de la filosofía marxista. Lo que significa que ya no estoy tan seguro sobre la utilidad de las posiciones filosóficas, teóricas, sartreanas, como lo estaba hace ocho años atrás. (...) Recién hoy comienzo a comprender que el marxismo no es, en absoluto, una filosofía de la conciencia; y que, por lo mismo, y de manera radical, excluye a la fenomenología. La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o “ciencias”) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente. En los modelos lingüísticos y en el inconsciente de los freudianos. A la alternativa “¿o conciencia o estructura?”, hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es preciso al mismo tiempo no prescindir de la conciencia (esto es, del fundamento del acto moral y del compromiso histórico y político). (p. 238)

 

Esta “opción por la estructura” no dejaba de resultar problemática, en la medida en que su enunciación no hacía otra cosa que poner en escena una conciencia que, enfrentada con una alternativa moral, decide. Una teatralidad mucho más cercana al existencialismo sartreano que al estructuralismo. Sin embargo, al mismo tiempo que experimenta su imposibilidad, Masotta sostiene la conjunción escandalosa. Un procedimiento que se repite en el libro: como ha señalado Daniel Link13, cada uno de los títulos internos de Conciencia y estructura constituye “un pequeño escándalo, un oxímoron epistémico” que amenaza con desmoronar el orden establecido de los discursos. Efectivamente, poner en un plano de igualdad psicoanálisis y filosofía, medios masivos de comunicación y arte de vanguardia, crítica y literatura (¡situando a la crítica en primer término!), era homologar lo alto y lo bajo, lo serio y lo frívolo, lo esencial y lo contingente.

Esta dimensión escandalosa, teatral y performativa, recorre todos los escritos y las acciones de Masotta, muchas de las cuales pueden ser pensadas retrospectivamente como happenings o “intervenciones” (en el sentido tanto vanguardista como psicoanalítico del término). En ese sentido, “Roberto Arlt, yo mismo” puede ser leído como un Aleph en el que se encuentran las múltiples líneas de fuerza que atraviesan su obra. Texto de crítica literaria, ensayo autobiográfico y ejercicio de autoanálisis, lectura semiológica de una fotografía familiar, es también una provocativa performance que desbarata los códigos establecidos del predecible género social “presentación de libro”. ¿Qué es lo que hace de “Roberto Arlt, yo mismo” un texto escandaloso? En primer lugar, que Masotta, como anuncia desde el vamos, no hablará allí de Arlt sino de “él mismo”, no leerá a Masotta en Arlt sino que encontrará a Arlt en Masotta. Pero además, Masotta tiene entonces solo treinta y cinco años, no posee un título universitario, no había publicado ningún libro hasta entonces; carece del prestigio que pudiera justificar esa puesta en primer plano de su subjetividad, de su historia, de sus lecturas y de sus falencias de formación, que él exhibe sin ningún pudor, al borde mismo de la obscenidad.

Hay en este gesto confesional y autocrítico una constante que retorna en la obra masottiana más allá –o más acá– de las mutaciones teóricas, temáticas y estilísticas. Masotta no ha dejado de volver sobre su obra y sobre sí, al punto que podemos afirmar que el género en el que encuentra su maestría estilística es el de prologarse a sí mismo14. También en este sentido, “Roberto Arlt, yo mismo” es el texto fundacional, por ser el que inaugura la serie y por el extremo al que lleva esta torsión sobre sí. Pero la operación se repite en el prólogo y en la “Advertencia” a Conciencia y estructura, así como en la introducción a su primer libro sobre Lacan, donde se presenta como “un autor sospechoso que escribe sobre temas de psicoanálisis sin ser un psicoanalista”15; mientras en el prólogo a El “pop-art” confiesa que, cuando dictó en el Instituto Di Tella las conferencias que ahora presenta en libro, no había visto en persona las obras de las que hablaba, aunque agrega que las “fantasías” que se hacía sobre ellas “resultaron bastante parecidas a lo que pude percibir al contacto con las obras mismas”16.

Masotta vuelve sobre sus escritos para prologarlos, con cierta incomodidad y extrañeza, como desde “otro lugar”. Entre otras razones porque, entre la escritura original y su publicación en libro, suele haber transcurrido más tiempo del habitual. Así, entre la escritura de los ensayos que integran Sexo y traición en Roberto Arlt y la presentación del libro median ocho años; entre las conferencias sobre el pop dictadas en el Di Tella y su publicación han pasado dos, en el transcurso de los cuales Masotta ha viajado dos veces a Nueva York, donde ha podido tener “comercio directo” con las obras y los artistas; mientras que las transformaciones de la escena política tras la escritura del prólogo a Conciencia y estructura en abril del 67 lo llevan a incorporar la advertencia suplementaria de septiembre del 68, en la que declara:

 

hasta hace muy poco era posible creer que se podía ser revolucionario en estética y reaccionario, o indiferente, en política. Algunos cambios históricos muy recientes han terminado por desbaratar las fiestas, por hacer evidente el absurdo (p. 35).

 

¿Cómo pensar esta “contingencia” editorial que se repite y lo obliga a volver una y otra vez sobre sí? Sin dudas que debemos ver en la reiteración de esta “demora” un modo por el cual Masotta, no necesariamente de manera consciente, intensifica y lleva al extremo la diferencia interna, la no-coincidencia respecto de sí mismo y de sus textos.

Ya en 1974, Eliseo Verón (contra aquellos que, como Correas y Sebreli, acusaban a Masotta de cambiar fácilmente sus posiciones teóricas e ideológicas al compás de las modas intelectuales) destacaba que, más allá de “la amplia variedad de sus intereses”, “la preocupación por la determinación teórica del status de la conciencia” no había abandonado nunca a Masotta17. Esta recurrencia en el plano “teórico” tuvo como correlato una insistente focalización temática en el sujeto de la escritura, se trate del propio Masotta, o bien, en sus ensayos de crítica literaria, del autor de los libros que comenta. Masotta practica la crítica como un ejercicio de develamiento de la ideología inconfesada del autor, disimulada en la obra, y para ello toma sus herramientas teóricas del “psicoanálisis existencial” sartreano. Veamos algunos ejemplos: el “proyecto secreto” de Lugones consistía en su “aspiración a convertirse en objeto de culto”. Su “elección original” podría ser definida por el intento de “dar absoluta importancia al ser-para-los-otros en detrimento del para-sí”18. La “elección original” de David Viñas es “mostrarse hacia afuera como siendo de una sola pieza”, íntegro19; mientras que Juan José Sebreli en su polémica con Eliseo Verón actúa como un “escritor fascinado con su ilegitimidad” y solo escribe para permanecer fiel a “la figura sartreana del bastardo”20.

Masotta hace del sujeto su tema, y se detiene específicamente en el vínculo del individuo con su producción y con sus espacios de trabajo21; confiesa o desenmascara (según se trate de sí o de otro) las dificultades con las que se enfrenta y las carencias (de origen, de formación) que, muchas veces, impiden superar esas dificultades, aunque también, bajo ciertas circunstancias, estas puedan desplazarse del lugar de obstáculo al de condición de posibilidad22.

LA MARCA DEL PRECIO

Entre las muchas anécdotas que se han contado sobre Oscar Masotta, hay una que es particularmente reveladora en este sentido. La refiere Jorge Lafforgue, quien fue su amigo entre 1957 y 1963 y trabajó con él en las publicaciones Centro y Revista de la Universidad de Buenos Aires:

 

Un día íbamos (...) caminando hacia lo de Jorge Álvarez, lo miro y, con uno de esos gestos que te llevan a quitarle a tu eventual acompañante una paja del pelo o a sacudirle la tiza del saco, le “arreglo” la corbata a Oscar. Él, de inmediato, la vuelve a desacomodar de tal manera que quedara bien visible la etiqueta que proclamaba la excelencia; a la vez que me explica, risueñamente, el alto sentido de ese toque de distinción. Ese estudiado desaliño no era entonces una distracción circunstancial, sino que más bien reiteraba una constante suya.23

 

La preocupación constante por su aspecto y por su vestimenta, su “estudiado desaliño” que tenía por modelo al Jean-Paul Belmondo del film de Godard Sin aliento, es una mención constante en los testimonios sobre Masotta. Más allá de este “dandismo a la inglesa” que él mismo confesaba “saberse de memoria” tras haberlo aprendido “mirando, fascinado, la ropa de Marcelo Sánchez Sorondo (hijo)”, que había sido su profesor de historia en la escuela secundaria24, me interesa detenerme en el gesto por el cual Masotta, deliberadamente, deja a la vista la etiqueta que permite leer cuánto le ha costado su corbata, al tiempo que lo refrenda considerándolo un “toque de distinción”. La anécdota puede leerse a contrapelo de un célebre párrafo del último tomo de En busca del tiempo perdido, en el que Marcel declara: “Una obra en la que hay teorías es como un objeto en el que se deja la marca del precio” (la marque du prix, “la etiqueta con el precio”)25. El párrafo en cuestión ha recibido un furioso comentario por parte de Jacques Derrida, quien se declara contra “el gesto de un buen gusto tan ingenuo como para creer que se puede borrar el trabajo de la teoría”:

 

confieso que escribo poniendo el precio, porque estoy a favor de una aristocracia sin distinción, es decir, sin vulgaridad, en favor de una democracia de la compulsión al precio más alto...26

 

Masotta también escribía siempre poniendo el precio, marcándolo y remarcándolo, exhibiendo la dificultad en lugar de ocultarla. Sabía mantenerse equidistante tanto del pudor supuestamente “distinguido” como de la ingenuidad con la que el advenedizo traiciona su origen en el momento mismo en que, al contar lo que le costó su traje nuevo, cree estar dejándolo atrás. Masotta muestra la marca, señala el precio, y lo hace deliberadamente, con absoluta lucidez. Así lo hacía saber a quienes lo interrogaban, en una encuesta, sobre su trabajo crítico:

 

Cuento aquí mis limitaciones, y yo sé que es de mal gusto referirse a las barreras que no se han podido franquear. Pero tal vez me atraiga el mal gusto, tal vez me agrade hacer pose de lucidez, o tal vez es preciso decirlo sencillamente de este modo. (p. 217)

 

DIEGO PELLER

Buenos Aires, febrero de 2010

1 Dos de los ensayos reunidos en Conciencia y estructura fueron publicados originalmente en la revista Centro: “La fenomenología de Sartre y un trabajo de Daniel Lagache” (nº 13, 1959) y “Leopoldo Lugones y Juan Carlos Ghiano: antimercantilistas” (nº 14, 1959), mientras el ensayo “Sur o el antiperonismo colonialista” se publicó en Contorno (nº 7-8, julio de 1956). Previamente, en la revista Centro (nº 8, 1954) había aparecido el único escrito de ficción publicado por Masotta, con el título “Los muertos (fragmento)”.

2 Citado en Marcelo Izaguirre (comp.), Oscar Masotta. El revés de la trama, Buenos Aires, Atuel, 1999, pp. 375-376.

3 Alberto Giordano, Modos del ensayo, Rosario, Beatriz Viterbo, 1991; Silvia Sigal, Intelectuales y poder en Argentina. La década del sesenta, Buenos Aires, Puntosur, 1991; Oscar Terán, Nuestros años sesenta, Buenos Aires, Puntosur, 1991; Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel, 2001.

4 Germán García, Oscar Masotta y el psicoanálisis del castellano, Barcelona, Argonauta, 1980; Marcelo Izaguirre (comp.), ob. cit.; Mariano Ben Plotkin, Freud en las pampas, Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

5 En Del Di Tella a “Tucumán arde” (Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2000) Longoni y Mestman hacen referencia a Masotta en varias ocasiones. Luego, lo abordan en detalle en su introducción conjunta a la tercera parte de Inés Katzenstein (comp.), Listen Here Now! Argentine Art of the 1960s: Writings of the Avant-Garde, The Museum of Modern Art, Nueva York, 2004 (publicado en español en 2007 con el título Escritos de vanguardia por Fundación Espigas y Fundación Proa). En 2004 se publica Revolución en el arte, una compilación de todos los escritos sobre arte de Masotta (con la cuestionable exclusión de sus trabajos sobre la historieta), acompañada por un extenso estudio preliminar de Ana Longoni. Allí Longoni destaca la exclusión de la que había sido objeto Masotta en la historia de la crítica de arte argentina y latinoamericana, refiriéndose concretamente al libro de Andrea Giunta, Vanguardia, internacionalismo y política. Arte argentino en los años sesenta (Buenos Aires, Paidós, 2001), que focaliza su relato de la década del sesenta en la figura de Romero Brest, sin mencionar siquiera a Masotta. Es seguramente a partir de este señalamiento crítico por lo que Giunta, en la reedición de su libro (Buenos Aires, Siglo XXI, 2008), incorpora un breve apartado dedicado a Masotta, aunque sin modificar las líneas generales de su interpretación del período.

6 Reeditado en 2008 por Eterna Cadencia.

7 Primer libro de Masotta dedicado por entero a la teoría psicoanalítica, reeditado también en 2008 por esta editorial. Todos los libros posteriores de Masotta se sitúan en el campo del psicoanálisis: Ensayos lacanianos (Barcelona, Anagrama, 1976), Lecciones de introducción al psicoanálisis (Barcelona, Granica, 1977) y los póstumos El modelo pulsional (Buenos Aires, Altazor, 1980) y Lecturas del psicoanálisis: Freud, Lacan (Buenos Aires, Paidós, 1992).

8 Me refiero a “La fenomenología de Sartre y un trabajo de Daniel Lagache” (1959), ensayo en el que Masotta, en una extensa nota, hace referencia por primera vez (en su obra y probablemente en una publicación en la Argentina) al “recelado Jacques Lacan”, demostrando estar al tanto de los pormenores de la “crisis interna” del campo psicoanalítico en Francia; y a “Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía” (primer trabajo de Masotta focalizado en Lacan, leído en el Instituto Pichón Rivière de Psiquiatría Social el 12 de marzo de 1964 y publicado luego en la revista marxista Pasado y Presente, nº 9, abril-septiembre de 1965).

9 Un intento de abordar esta cuestión puede leerse en el libro de Hernán Scholten, Oscar Masotta y la fenomenología. Un problema en la historia del psicoanálisis, Buenos Aires, Atuel/Anáfora, 2001.

10 En este sentido es posible establecer una comparación con el periplo de Rodolfo Walsh, cuya Carta abierta de un escritor a la Junta Militar (1977) ha sido señalada como un texto en el cual se ponen en cuestión los límites de la literatura, pero como un problema que compromete a la literatura misma. ¿Acaso el abandono de la literatura por la política constituye un problema para la literatura, pero su abandono por el psicoanálisis no? Sin embargo, nadie se atrevería a poner en duda que ha habido en la Argentina una relación constitutiva entre literatura y psicoanálisis no menos íntima que la que existe entre literatura y política. (Desarrollé con mayor detenimiento esta hipótesis de lectura en “Walsh con Masotta”, revista Otra Parte, nº 12, primavera de 2007).

11 Masotta responde a estas acusaciones en “Yo cometí un happening”, en Happenings (1967). El happening organizado por Masotta, con el título “Para inducir el espíritu de imagen”, era en realidad un “antihappening”, una crítica demoledora al género y a la “ideología aceptacionista” presente en muchas experiencias estéticas de la época. Masotta pone en evidencia el sadismo presente en otros happenings que había visto, extremándolo (luego se referiría a esa experiencia como “un acto de sadismo social explicitado”). Contrata a un grupo de actores viejos, a los que somete a una serie de humillaciones y maltratos frente al público. Mientras coordina todo el evento, Masotta informa al público de cuánto ha pagado a los actores (no mucho) por someterse a esta situación, y les recuerda que ellos a su vez han pagado su entrada para presenciar este espectáculo de explotación.

12 El mítico libro de Carlos Correas Operación Masotta (Buenos Aires, Catálogos, 1991; reeditado por Interzona) oscila entre la biografía, la autobiografía, el análisis de texto y el comentario injurioso. Sebreli se limita en gran medida a este último género en su semblanza “El joven Masotta” (compilada en Marcelo Izaguirre, ob. cit.), de la que cito un fragmento: “Masotta había captado la nueva moda del estructuralismo y trataba de ponerse en la cresta de la ola. Su nuevo gurú era Lévi-Strauss, y esto lo obligaba a abandonar a Sartre, al marxismo; entre estos lastres de los que debía desprenderse estaba yo mismo. La onda de la lingüística, de la semiótica, de la revista Tel Quel, tenían en el pobre ambiente intelectual porteño, su representante en Eliseo Verón, con el prestigio de sus estudios en La Sorbonne, y Masotta cayó bajo su fascinación. Inoportunamente se entrometió en mi polémica con Verón para defenderlo, y de esa intervención queda ‘Anotaciones para un psicoanálisis de Sebreli’ [publicado en Conciencia y estructura]”.

13 Daniel Link, Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes, Buenos Aires, Entropía, 2006, pág. 89.

14 Ver al respecto el lúcido comentario de Silvia Schwarzböck, en http://foroiberoideas.cervantesvirtual.com/resenias/data/76.pdf.

15Introducción a la lectura de Jacques Lacan (1970), Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2008, pp. 23-24.

16El “pop-art”, Buenos Aires, Columba, 1967.

17 Eliseo Verón, en revista Lenguajes, nº 1, 1974; compilado en Marcelo Izaguirre, ob. cit., pp. 91-94.

18 “Leopoldo Lugones y Juan Carlos Ghiano: antimercantilistas”, p. 193.

19 “Explicación de Un dios contidiano”, p. 156.

20 “Anotación para un psicoanálisis de Sebreli”, p. 248.

21 Oscar Steimberg ha desarrollado esta idea en AA.VV., Oscar Masotta. Lecturas Críticas, Buenos Aires, Atuel, 2000, pp. 109-114.

22 Véase “Los ensayos literarios del joven Masotta”, en Giordano, ob. cit.

23 “Oscar (Masotta)”, en Cartografía Personal. Escritos y escritores de América Latina, Buenos Aires, Taurus, 2005, pp. 367-386.

24 “Roberto Arlt, yo mismo”, p. 224.

25 Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. 7. El tiempo recobrado, Madrid, Alianza, 2001, p. 229.

26 “Circonfesión”, en Geoffrey Bennington y Jacques Derrida, Jacques Derrida, Madrid, Cátedra, 1994, pp. 86-87.

A Eliseo Verón, Roberto Jacoby y Julián Cairol

1945, 1960: para medir el camino recorrido entre esas dos fechas, basta abrir un diario o una revista y leer cualquier crítica de libros. No solo no se cita ya a los mismos nombres, no se invocan las mismas referencias sino que no se pronuncian tampoco las mismas palabras. El lenguaje de la reflexión ha cambiado. La filosofía, triunfante hace quince años atrás, se borra ahora ante las ciencias humanas: el desplazamiento acompaña la aparición de un nuevo vocabulario. Ya no se habla de “conciencia” o de “sujeto”, sino de “reglas”, de “códigos”, de “sistemas”; ya no se dice que “el hombre hace el sentido”, sino que el sentido “adviene al hombre”; no se es más existencialista, se es estructuralista.

 

BERNARD PINGAUD

PRÓLOGO

Todo prólogo es una justificación a posteriori, un modo de agregar razones a las razones. Es por esto que yo creo que este material no exige prólogo alguno. Por una parte, porque esas razones sobre razones constituyen parte del material mismo, porque el conjunto de los ensayos lleva no solo un prólogo escondido, sino, textualmente, varios prólogos explicitados. Pero por otra parte, la redacción de un prólogo –para el caso preciso del presente volumen– podría inducir al lector a pensar que hay entre los temas aquí tratados más discontinuidad de la que efectivamente existe. Y en cuanto a la pluralidad de proposiciones e intereses que la lectura revelará, entiendo que no debe despistar. Y esto no porque esa pluralidad, o esa discontinuidad, no existan de verdad. Y tampoco quiero decir que yo crea que es posible –sin más– apresar el sentido unitario de estos ensayos, o que en el fondo, a la larga o a la corta, esa unidad justifique una pluralidad y una discontinuidad que serían solo aparentes.

Pero quisiera avisar al lector, además, con respecto a las fechas de publicación de los ensayos –1955 a 1967–, que no intente descubrir en ellas los hitos de una “evolución” intelectual. O mejor dicho, que ahí donde esa evolución existe, ella está tan explicitada que no es preciso descubrirla. Y en cuanto a lo que se refiere a posiciones políticas e ideológicas, aquí, menos que en cualquier otro nivel, no existe “evolución”. Yo no he evolucionado desde el marxismo al arte “pop”; ni ocupándome de las obras de los artistas “pop” traiciono, ni desdigo, ni abandono el marxismo de antaño… Al revés, al ocuparme de esa nueva tendencia viviente de la producción artística más contemporánea, entiendo permanecer fiel a los vacíos, a las exigencias y a las necesidades de la teoría marxista. Desde el punto de vista de mis posiciones ideológicas es preciso entonces leer acumulativamente los trabajos aquí reunidos: lo que no es dicho –declarado– en un lugar, se halla completamente declarado en otro. Mis posiciones generales –básicas– con respecto a la lucha de clases, al papel del proletariado en la historia, a la necesidad de la revolución, son las mismas hoy que hace quince años atrás. Lo que he cambiado tal vez es la manera de entender el rol del intelectual en el proceso histórico: cada vez comprendo más hasta qué punto ese rol tiene que ser “teórico”; esto es, que si uno se ha dado la tarea de pensar, no hay otra salida que tratar de hacerlo lo más profundamente, lo más correctamente posible. ¿Podrá uno alguna vez cumplir con esta exigencia elemental?

 

17 de abril de 1967

ADVERTENCIA

Entre la redacción del prólogo que antecede y la fecha de aparición de este tomo, un espacio de casi año y medio me obliga a volver sobre él, a agregar una reflexión ahí donde yo prefería que guardase una fuerza de impacto que –pienso aún– es inseparable de la pluralidad de los temas, del desorden de fechas. Desorden: puesto que un ordenamiento cronológico no conforma todavía una historia. La historia (pienso la palabra con mayúsculas) no está en los libros, sino en nosotros, que la vivimos y la hacemos solo a condición de soportarla. Los libros solo conservan el reflejo lejano y fugaz de eso que los hombres viven de muy cerca. Pero por lo mismo: es esto lo que los torna imprescindibles. Ellos nos permiten (como el ejemplo del Mateo de Sartre y la conciencia sartreana) observar fugazmente y de reojo todo eso que nosotros somos; nuestra miseria, quiero decir, y esos juicios de valor que una vez pronunciamos sobre los otros, tal vez con el único fin de sentirnos diferentes, cuando en verdad no éramos más que una parte de eso mismo que repudiábamos, el complemento de un sistema ciego y estúpido que nos incluía en el momento mismo que nosotros entendíamos abarcar una de sus partes. En este sentido –y en un país casi sin filósofos, casi sin crítica estética, casi sin revistas, casi sin crítica intelectual ni confrontamiento de las ideas; brevemente, en un país casi sin memoria– los ensayos reunidos constituyen un excelente apoyo, un buen “ayudamemoria”. No es que yo piense que me he equivocado mucho ni que los errores del pasado me inquieten demasiado. En la Argentina, en fin, uno aprende a juzgarse ni tan ruda ni tan duramente, a ser blandamente permisivo con uno mismo. En un país sin maestros (y me disculpo por la frase) uno tiene que, a la vez, enseñarse lo que eran las cosas y los otros, y aprenderlo todo de esa enseñanza. Pero es cierto: los años han transcurrido y ya no es lo mismo ni para uno ni para las dos generaciones que nos siguen inmediatamente. ¿El problema? Bien: se trata de la política. La filosofía, las “ciencias”, la estética, la “praxis científica” y la “praxis del artista” se conjugan, y hoy más que nunca, con la moral y la política. Debo entonces volver, así sea muy brevemente, sobre algunos juicios pronunciados a lo largo de estos artículos: de ellos, dos se refieren a hombres, a personas, a nombres concretos; el otro se refiere a un concepto: la noción de “vanguardia”.

Ante todo, me disgusta un poco mi tono del artículo sobre Un dios cotidiano, la novela de David Viñas. Campea en esas páginas como el sentimiento de que Viñas se hallaba –ideológicamente hablando– irremediablemente equivocado, y que mientras yo entendía muy bien qué cosa era el “compromiso”, él no lo entendía para nada. Debo decir entonces que hoy me avergüenzo un poco de aquella prosa mía donde había bastante de pose, y donde a lo que a mí mismo respecta, yo confundía un poco –o bastante– el “compromiso” con un tono tomado directamente de Les Temps Modernes y de Sartre. De cualquier manera, y si mi tono era “impuesto”, las ideas no eran del todo malas, y la descripción que hacía de Viñas y de su novelística estaba bastante ajustada –dinámicamente hablando– a eso que Viñas era entonces. Solamente, que después Viñas ha dado la razón a la descripción que yo hacía de su evolución, y para no citar más que un ejemplo, ha podido escribir una novela como Los dueños de la tierra, cuyo esquema ideológico es, efectivamente, irreprochable y real. Yo no conozco otras páginas de cualquiera de todos los libros escritos en este país donde la “mentalidad radical”, esto es, las contradicciones del comportamiento de aquel juez en la Patagonia, haya sido descripta con más cercanía y con más precisión a la vez, con un esquema que recupere a la vez lo “sensible”, lo vivido inmediato, para darle jerarquía de “razón”, de esquema inteligible, de “cosa” familiar, ideológicamente reconocible.

En segundo lugar: Rogelio Polesello. Debo decir que yo no creo ya hoy que Polesello tenga algo que ver ni con la vanguardia, ni con ninguno de los problemas verdaderos que el arte plantea hoy al pensamiento y a la “praxis” estética contemporánea. ¿Por qué entonces publicar esas páginas? Simplemente por esto: porque son buenas como “ayudamemoria”. Había allí una idea importante, que los artistas y los pintores no han dejado de vivir en la Argentina a partir de 1960, pero que no ha sido escrita, y sobre cuyas consecuencias ulteriores habrá que reflexionar. La idea de que el arte más contemporáneo incluye a la vez al artista en la significación de la obra, y que por otra parte el artista contemporáneo, por el abandono de las antiguas técnicas y de los viejos materiales (los materiales “nobles”) descentraba su rol de persona concreta y cambiaba de lugar social. Este nuevo camaleón, y por el contacto con las nuevas materias, ingresaba en el sistema social, negaba ahora su exquisita posición de proscripto, para “integrarse” al juego social de los roles y las profesiones. Pero si yo encontraba que el cambio era positivo no creía en absoluto ni que la operación se hallaba totalmente concluida, ni que el cambio era tan positivo. ¿Cómo es posible conformarse cambiando el lugar social del artista en una sociedad que permanece la misma? Sin embargo, y durante esos años, y desde Mesejean y Cancela a Dalila Puzzovio, desde Oscar Palacio a Rodríguez Arias, una cierta ideología aceptacionista –de la cual, para dar otro ejemplo, Marta Minujín no ha podido todavía liberarse– se abría paso y se estabilizaba. El arte no está ni en hacer imágenes con óleo, ni está en los museos: está en la calle y en la vida, en las tapas de las revistas y en la moda, en las películas que antes creíamos malas, en la literatura de bolsillo y en las imágenes publicitarias. Cierto. Pero si la popularización de los objetos de la cultura, llevada a cabo por aquellos mismos que producen un sector de la cultura, las obras de arte, descubría que había arte en la cultura popular, y por lo mismo, una cierta desubicación y una cierta inutilidad misma en el rol del artista, no era menos cierto que las obras que se producían no escapan al círculo, ni que ellos dejaban de ser artistas. Y como por otra parte este círculo –en la línea del “arte pop”– enseñaba que no había que repudiar los productos sociales de la cultura, y a la vez, mantener una cierta distancia neutra, una neutralidad básica con respecto al sentido y al valor del sistema social –y como consecuencia, no pensar jamás en términos políticos–, era difícil que no fueran reaccionarios. Quiero decir: individualmente, y personalmente hablando. Y si en verdad no lo son –o al menos no todos ellos lo son– es por una razón que tiene que ver, entre otras, con razones economicistas: simplemente, porque en la Argentina el mercado es incapaz de absorber la producción de obras de arte, y por lo mismo, y mientras en los Estados Unidos, Lichtenstein, Rosenquist, Rauschenberg, Wesselmann, Oldenburg, son ricos, los argentinos en cambio son pobres. Hay algunas excepciones: Polesello es una. Eso que irrita en Polesello es su coherencia: al mismo tiempo que lo que hace pierde interés, él se muestra cada vez más hábil para vender sus trabajos, al tiempo que cada vez se muestra más adaptado al paternalismo de las instituciones. Pero no se piense que nada de todo esto es malo en sí mismo: lo malo está en la coherencia, cuando los nudos de un comportamiento se unen los unos con los otros, y cuando el resultado es un reflejo –a veces asumido, y a veces permanente– de defensa de las instituciones del statu quo social. Lo que ocurre es que hasta hace muy poco era posible creer que se podía ser revolucionario en estética y reaccionario, o indiferente, en política. Algunos cambios históricos muy recientes han terminado por desbaratar las fiestas, por hacer evidente el absurdo. Era a raíz de esos hechos que quería agregar dos palabras sobre el “concepto” de vanguardia.

La definición que doy de la palabra en uno de los trabajos de este tomo, es a la vez cerrada e incompleta. Cerrada: porque –que yo sepa– no hay ninguna otra cosa “nueva” en el horizonte, y puesto que desde una perspectiva estrictamente estética, la idea de un arte “de los medios de comunicación masiva” es la más abarcadora, la más totalizante, la única capaz de recoger las enseñanzas del pasado para producir objetos realmente nuevos. Incompleta: quiero decir, que necesitaba ser precisada, que su formulación era todavía vacía, que necesitaba precisar sus contenidos. Brevemente: que las obras de comunicación masivas son susceptibles –y esto a raíz de su propio concepto y de su propia estructura– de recibir contenidos políticos, quiero decir, de izquierda, realmente convulsivos, capaces realmente de fundir la “praxis revolucionaria” con la “praxis estética”. Las obras así producidas serán las primeras que realmente no podrán ser conservadas en los museos y que solo la memoria y la conciencia deberán retener: pero un tipo muy específico de memoria y de conciencia. No serán los objetos de los archivos de la burguesía sino temas de la conciencia posrevolucionaria.

 

Septiembre de 1968

1. FILOSOFÍA Y PSICOANÁLISIS

MERLEAU-PONTY Y EL “RELACIONISMO” ITALIANO

Hace poco tiempo atrás, Jean-Paul Sartre, reflexionando sobre los años de su formación filosófica en Francia, recordaba que el poder de atracción que tuvo para su generación un libro como Hacia lo concreto de Jean Wahl se debía al interés de los jóvenes de entonces por una temática y por un estilo de filosofía que la formación oficial no estaba en condiciones de llenar. La única conquista de ese interés en los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial consistió en las clases sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel, en las que Alexandre Kojève realizaba una interpretación original a través de una perspectiva antropológico-marxista: las “figuras” del espíritu quedaban encarnadas en “figuras” económicas y la dialéctica sugería ahora el modo de pasaje de una a otra etapa de la historia, pero desde el punto de vista económico estructural de las distintas épocas. A estas clases de Kojève asistieron, entre otros, el mismo Sartre, y también H. Lefebvre, Jean Hyppolite y Maurice Merleau-Ponty. Pero lo que era novedad en Francia, dice Sartre, estaba en cambio firmemente arraigado para entonces en la tradición de la filosofía italiana, y no cabe duda, porque si quisiéramos adentrarnos en la problemática o en la temática de cualquier pensador italiano actual nos veríamos reenviados al “neo-hegelianismo” de Croce y al “actualismo” de Gentile, y más especialmente aún, a los trabajos de los pensadores marxistas. Tal el fondo sobre el que se recorta la figura de Enzo Paci, el autor de La filosofía contemporánea (Milán, Garzanti, 1957) y de Tempo e Relazione (Torino, Taylor, 1954).

En torno a Paci se reúnen hoy en Italia un grupo de escritores y ensayistas filosóficos, configurando un verdadero movimiento, el “relacionismo”, que se constituye como tal a partir del análisis crítico de algunos de los más importantes hitos de la filosofía contemporánea: ontología, fenomenología, existencialismo, filosofía de la acción, y cuya arma de interpretación no es sino una apretada síntesis de marxismo y hegelianismo. El órgano de expresión y de militancia filosófica es la revista aut aut, cuyos objetivos sin embargo van más allá del plano estrictamente filosófico para alcanzar el de la reflexión sobre los distintos aspectos de la cultura. Así, encontramos en el número 38 (noviembre de 1957) un ensayo de Ludovico Barbiano de Belgioioso, “Per una fenomenologia del ‘caratteri distributivi degli edifici’”, en el que se examina, en una perspectiva que integra la intención sociológica, la posibilidad que de “la forma arquitectónica pueda surgir un tipo de vida humana posible, aunque no necesariamente realizable”. El primer artículo del mismo número viene firmado por el propio Paci y otra nota de este autor sobre la publicación de los siete volúmenes de la Husserliana nos revela hasta qué punto el “relacionismo” extrae sus temas y problemas de una constante reflexión sobre la fenomenología. Paci adhiere a lo que se ha dado en llamar “el último Husserl” y al Husserl de los “inéditos”, esto es, nos dice, el que estaba tal vez perfectamente explicitado en Experiencia y juicio (aparecido en Praga en 1939 a cuidado de Ludwig Landgrebe). Este libro nos enseñaría no solamente a comprender y aceptar en la epojé la única actitud posible y segura para evitar el hecho de que las cosas aparecen al conocimiento afectadas de antemano por un coeficiente judicativo anterior a la experiencia concreta y efectiva que la conciencia tiene de ella, sino también a entender que no hay sobre este plano otro correlato del ego trascendental que esas mismas cosas tales como aparecen efectivamente a la conciencia1. El Husserl que interesa a Paci es aquel que sin abandonar la reflexión sobre los “estados de cosas” (esto es, conexiones lógicas y de necesidad entre objetos) se ve obligado a volverse de su primera concepción sobre las “verdades en-sí” y sobre la verdad como adecuación del juicio a las cosas (Waelhens) para embarcarse en la problemática de la percepción, la intersubjetividad y el conocimiento del otro. En Experiencia y juicio, nos enseña Paci, centrada la intencionalidad en la Lebenswelt, la epojé tiende entonces a aislar la zona de las vivencias de todo esquema conceptual preconcebido para convertirse en el momento en que la filosofía recupera el tema que le es más propio, el de la experiencia concreta del mundo. Y en tanto situados en esa zona antepredicativa, la realidad no se nos aparecerá entonces como ya interpretada sino como “alguna cosa a comprender”, y de este modo no se nos librará a una visión instantánea de la esencia, sino que en tanto correlato de la apertura de la conciencia al mundo, surgirá como realidad a hacer. Paci comenta los tres primeros tomos de Ideas y señala que los veintinueve “anexos” que contiene la edición del primero y algunas modificaciones a la edición de 1913 sugieren la posibilidad de la lectura de Ideas según el punto de vista que aparece en Experiencia y juicio. En cuanto al segundo tomo, Husserl divide la realidad, nos dice Paci, en naturaleza y espíritu, pero buscando un punto de contacto o una función necesaria a través de la cual establecer el puente de unión entre una y otro, y la toma de posición hasta la que pareciera dirigirse se tocaría con la fenomenología de Merleau-Ponty. La estructura de la conciencia, aquí, surgiría de su relación psicofenomenológica con el cuerpo, o para decirlo con otras palabras, el cuerpo propio aparecería como momento fundamental de la estructuración antepredicativa de la conciencia, fundamento simultáneo de toda posibilidad de predicación. El tercer volumen nos mostraría a un Husserl vuelto principalmente hacia el problema de las distintas regiones de objetos, esto es, por un lado hacia el problema teleológico del conocimiento, y por otra parte abocado al problema de la relación de la experiencia sensible con la esencia finalista de la conciencia. Toda experiencia vivida, así nos situáramos en el nivel de la percepción sensible, y aun en el caso de que el objeto de esa experiencia se entregara a la conciencia en el mayor grado de opacidad, no puede no tener sentido; esto quiere decir que es inherente a la estructura esencial de la conciencia llevar en sí un movimiento que la arranca de sí hacia fuera de sí y que su posibilidad más inmanente es la de tender hacia fines que le son propios. En toda experiencia sensible, de este modo, no pueden no esbozarse los fines a los que apunta la totalidad de la conciencia, en tanto que el sentido de la experiencia sensible emanaría de esos fines. No habría entonces experiencia sensible en bruto y el sentido oscuro y no tematizado de toda significación vivida sería, desde el mismo instante que aparece como tal, la negación de sí mismo y su superación hacia una figura significativa. Pero si las cosas en tanto vividas son anteriores al juicio, y si el sentido de todo contacto de la conciencia con las cosas emana de los fines a realizar (porque la puesta de los fines no levanta en lo inmediato el hecho de que estos sean, casualmente, fines meramente puestos, por así decirlo, y no todavía realizados), habrá entonces en el corazón mismo de ese sentido una ambigüedad fundamental. Ambigüedad y despliegue temporal, imposibilidad en el plano del conocimiento y en el de la existencia global de “separación judicativa entre sujeto y predicado”: tales los temas centrales que el “relacionismo” toma de Husserl y tales también los puntos de contacto de este Husserl con los aspectos tal vez más constantes en Merleau-Ponty, como vuelve a señalar Paci en su primer trabajo. Por otra parte encontramos también en este número de aut aut un ensayo de Giuseppina Scotti, que comentaremos un poco más en detalle, sobre “Originarietà e relazione in Merleau-Ponty”.

Pero el relacionalismo es una filosofía que se anuncia como toma de posición y análisis descriptivo de la existencia articulándose (en “relación”) sobre la totalidad de los niveles mundanos. Los problemas, por ejemplo, que el desarrollo y el avance de la ciencia plantean al científico no serán privativos suyos, y deben reenviar a una filosofía, la que, a partir de una descripción de la intencionalidad específica de cada región (o de su correlato: del modo específico que cada región de objetos tiene de hacerse presente a la conciencia), fijará el lugar de cada ciencia con respecto a la totalidad del saber. La filosofía debe aquí oficiar de crítica radical a toda concepción de la ciencia como fin en sí y debe restituir al científico la comprensión de la ciencia como instrumento: “La crisis actual de la civilización se expresa –según Husserl– exactamente en la pérdida de la intencionalidad filosófica y se caracteriza por la tentativa de encerrar la vida de la experiencia en los confines de la falsa concretización de la técnica científica. La dogmatización de los métodos transformados en hechos tiende a detener el proceso histórico en la asunción de la tecnificación científica como fin en sí misma”2.

La fenomenología, entonces, queda impregnada, al volverse hacia la técnica y la cultura, del proceso histórico temporal a través del cual se desarrolla la vida humana, y por lo mismo, ella deberá comenzar por comprender la importancia histórica de las estructuras económicas. Si la existencia no es sino una relación estructural en desarrollo, no será entonces posible excluir de la vida al contenido de la relación por la cual los hombres se entremezclan a los hombres y a las cosas. No será tampoco posible hablar de comportamiento, ni de estructuras, ni de relaciones, si creemos poder dejar de lado el hecho que nos señala que el nivel económico es el piso efectivo donde se actualizan esas relaciones, los comportamientos humanos estructurados. Es esencial a la vida humana permanecer siempre abierta hacia significaciones cada vez más estructuradas, las que a su turno deben permanecer abiertas hacia otras. Pero esta concepción de la realidad humana como abierta no significa que ella esté vuelta hacia el vacío; apertura significa apertura hacia algo, y simultáneamente, desde algo. Ahora bien: si la realidad humana se define por su lado más fundamental como encarnada, y como siendo una sucesión de aperturas, es entonces la economía la que será a la vez el motor y el sustrato de ese movimiento. Paci introduce aquí la categoría económica de necesidad elevándola al nivel filosófico, o lo que es lo mismo, encarnando la filosofía en la realidad, y lo hace con el acento de algunos razonamientos que recuerdan las originales observaciones de Dyonis Mascolo3. Si es posible definir a la realidad humana con carencia de un equilibrio al que incesantemente tiende y que siempre se niega, si el ser del hombre es un ser siempre destotalizado y tendido hacia una totalización que permanentemente queda inalcanzada a la vez que rebasada por su propio movimiento, entonces la vida económica no será sino la imagen misma, la réplica de ese desacomodo ontológico esencial al hombre, al mismo tiempo, como decíamos, que su sustrato más fundamental. El hombre es el hombre y su necesidad y la historia no serán entonces sino el desarrollo dialéctico entre las satisfacciones humanas nunca cristalizadas y las necesidades. La economía no es así una determinación meramente nominal para uno de los niveles, entre otros, de la existencia, sino que siendo tal vez el más original y primero, extiende su poder estructurante a la totalidad de los niveles de existencia. Esto no quiere decir, entendemos, que se deba caer en una suerte de positivismo de lo económico; el hecho económico, aquí, no es de ningún modo un hecho (usando la palabra con propiedad), sino que en tanto tal, es ya significativo, y no es por arte de ninguna magia que expande hacia otros niveles la significación que le es propia, ni por la magia de ningún determinismo, ni por ningún facilitador principio de casualidad que tironeara hacia abajo toda concepción ideal de la realidad humana; la existencia tiende hacia objetivos que generalmente comienzan por no existir sobre la tierra, pero el impulso siempre renovado de su movimiento, impulso que le viene del hecho de que el más mínimo intento de realización levanta las resistencias de lo real y por lo mismo determina la realidad como obstáculo, este impulso que no puede pasar por encima de lo económico no se origina tal vez, ni en el trascendentalismo de la conciencia, ni en la vida instintiva, y a pesar de no negar lo biológico tampoco en ninguna forma de biologicismo mecanicista ni espiritualista, sino, y mucho más simplemente, en la necesidad económica. En el plano tanto de la vida colectiva e histórica como en el de la vida individual, todo desarrollo debe ser entonces comprendido como dialéctica entre “satisfacción y necesidad”4.

Giuseppina Scotti hace por su parte una apretada síntesis de La estructura del comportamiento, a través de la cual es posible seguir con más o menos claridad las coincidencias del “relacionismo” con el existencialismo francés. Scotti comienza con una referencia a la filosofía de Jean-Paul Sartre y le hace a este filósofo el reproche que se ha hecho clásico a partir del libro de Waelhens sobre Merleau-Ponty: el desacuerdo entre la ontología y la fenomenología sartreana. Si la dialéctica del para-sí y del en-sí no es más que el continuo anihilamiento del en-sí por el para-sí, si entre las cosas y la conciencia no hay pasaje posible, no se podrá entonces hablar de engagement de la subjetividad al mundo. En Sartre el en-sí es un absoluto, duro y cerrado sobre sí como las piedras, y por lo mismo, el problema de la relación entre conciencia y cuerpo quedará bloqueado desde el origen. No se puede entonces considerar, en esta perspectiva, ningún tipo de relación coherente entre “pensamiento y percepción, entre teoría y práctica, y se tendrá razón de pensar que la filosofía no ha hecho ningún paso desde Descartes”5.

En Merleau-Ponty, en cambio, la relación o el pasaje de la conciencia a las cosas puede ser reencontrado simultáneamente sobre el plano de su fenomenología como en el de su ontología. La conciencia, en Merleau-Ponty, no es la conciencia en actitud de conocimiento, tal como podría ser sorprendida en Sartre, y la traslucidez absoluta de la conciencia a la conciencia quedaría reemplazada aquí por un núcleo de opacidad, por una llamada a ese “ya ahí” por el cual el objeto, que no puede no ser objeto para una conciencia, no se deja comprender, en cambio, en su raíz ontológica, por una postura conceptual. Corresponderá entonces, según Merleau-Ponty, comenzar por una crítica radical del pensamiento que el científico tiene de sí mismo y del objeto científico, y señalar el hecho de que el carácter ambiguo del objeto ha quedado hasta hoy incomprendido; esto menos para reprochar al científico los errores de su metafísica que, en cambio, para indicarle su interpretación falseada de los hechos. Scotti comenta la crítica al mecanicismo reflexológico y al behaviorismo que Merleau-Ponty fundamenta a partir de la gestalt, y su crítica a esta, mentando a grandes rasgos la interpretación de Merleau-Ponty del acto reflejo. Los estímulos no pueden ser aislados como piensa el atomismo asociacionista, si queremos comprender el verdadero sentido de su acción sobre el organismo; las reacciones, por el contrario, se articulan sobre un campo perceptivo organizado en que la comprensión de cada estímulo reenvía al “horizonte ontológico” desde donde el sentido de dicha organización emana. No hay por otra parte formas exteriores al organismo (esto especialmente en el sentido en que se reprocha a los psicólogos de la forma el haber abandonado el plano analítico de la sensación solo para caer en un atomismo físico de la percepción) y por otra parte la noción de paralelismo se ha visto negada por la experimentación; de ahí la necesidad de comprender al organismo como una “actividad orientada”, lo que equivale a decir que es el organismo mismo el que tiene parte activa en la ordenación del campo; sin duda sería lícito aquí decir del organismo lo que Merleau-Ponty dice del cuerpo; no se trata de una frase, el organismo es una situación. La capacidad de acción del excitante depende esencialmente del estado del organismo y de las excitaciones simultáneas y precedentes, y la relación entre estímulo y reacción no puede ser comprendida como relación causal, y si todavía se desea hablar de causa es necesario entonces hablar de proceso de “casualidad circular y no lineal”.

El hecho de que el organismo sea copartícipe de la constitución de toda estructura hace posible recuperar su historia para la fijación de su sentido. No hay formas cristalizadas, ni exteriores ni interiores al organismo, y la noción misma de forma (o de estructura, o de función como anota Waelhens) desdice la alternativa misma entre interior y exterior, entre para-sí y en-sí. Toda estructura, entonces, no será sino su propio devenir, un proceso hacia figuras estructuradas cada vez más comprensibles y de mayor grado de equilibrio, y para decirlo de otro modo, toda forma tiende hacia la buena forma, la que a su turno no lo es sino en la medida en que tiende hacia otra nueva aún más estructurada. A partir entonces del valor de las respuestas y del mayor o menor equilibrio con respecto a cada situación, es posible fijar los distintos niveles de comportamiento. A partir del animal completamente sumido en su medio y cuyas respuestas están casi completamente determinadas por este y que apenas “ek-siste” su hic et nunc, Scotti evoca los distintos comportamientos descritos por Merleau-Ponty hasta alcanzar el nivel humano. Aquí aparece la capacidad de considerar el cuerpo propio como objeto y de representarse un en-sí,