Introducción a la lectura de Jacques Lacan - Oscar Masotta - E-Book

Introducción a la lectura de Jacques Lacan E-Book

Oscar Masotta

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Este Lacan que el lector que atentamente lea estas páginas verá aparecer será (habrá de ser) Lacan. Por poco, esto es, casi Lacan, antes de Lacan, ya y por un instante más, Lacan. A partir de seis clases sobre un seminario de Lacan en torno al cuento "La carta robada", de Edgar Allan Poe; una conferencia pronunciada en el instituto de música Lucchelli Bonadeo y una nota periodística titulada "Qué es el psicoanálisis", Masotta aborda el pensamiento de Jacques Lacan en toda su complejidad, en un análisis lúcido al mismo tiempo que preciso y eficaz. Con impronta verbal y estilo sistemático, desentraña y expone en estas intervenciones la teoría y los conceptos lacanianos elementales, sin dejar de advertir al lector que "ahí donde repite tal vez traicione y ahí donde transforma no es sino porque quiere repetir". De esta manera, Introducción a la lectura de Jacques Lacan instaura, como apunta Germán García en su prólogo, "un horizonte de expectativas en un momento en que nuestro país estaba en los comienzos de una desertificación cultural". Hoy, constituye un texto imprescindible para la comprensión de uno de los autores más influyentes del psicoanálisis después de Freud, y del pensamiento contemporáneo en ciencias sociales.

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Oscar Masotta

INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE JACQUES LACAN

Este Lacan que el lector que atentamente lea estas páginas verá aparecer será (habrá de ser) Lacan. Por poco, esto es, casi Lacan, antes de Lacan, ya y por un instante más, Lacan.

 

A partir de seis clases sobre un seminario de Lacan en torno al cuento “La carta robada”, de Edgar Allan Poe; una conferencia pronunciada en el instituto de música Lucchelli Bonadeo y una nota periodística titulada “Qué es el psicoanálisis”, Masotta aborda el pensamiento de Jacques Lacan en toda su complejidad, en un análisis lúcido al mismo tiempo que preciso y eficaz.

Con impronta verbal y estilo sistemático, desentraña y expone en estas intervenciones la teoría y los conceptos lacanianos elementales, sin dejar de advertir al lector que “ahí donde repite tal vez traicione y ahí donde transforma no es sino porque quiere repetir”.

De esta manera, Introducción a la lectura de Jacques Lacan instaura, como apunta Germán García en su prólogo, “un horizonte de expectativas en un momento en que nuestro país estaba en los comienzos de una desertificación cultural”. Hoy, constituye un texto imprescindible para la comprensión de uno de los autores más influyentes del psicoanálisis después de Freud, y del pensamiento contemporáneo en ciencias sociales.

Introducción a la lectura de Jacques Lacan

OSCAR MASOTTAPrólogo de Germán García

Al Castor

Once this is understood, some of the criticisms which have been brought against the legitimacy of Melanie Klein’s encroachments into the pre-verbal areas of the unconscious will be seen to fall to the ground. JACQUES LACAN, Some reflections on the Ego

 

 

 

–Tiens, qu’est-ce que tu fais là?Et je réponds, croyant au sublime:–Je souffre. ANDRÉ GIDE, notas inéditas para Si le grain ne meurt

PRÓLOGOOSCAR MASOTTA, NOTAS A PIE DE PÁGINA

Nada creado que no aparezca en la urgencia, nada en la urgencia que no engendre su rebasamiento en la palabra. JACQUES LACAN, 1953

Conocí a Oscar Masotta en la época en que dictaba en el Instituto Di Tella las clases que componen este libro; al poco tiempo me convertí en su alumno, su amigo y su cómplice. Me gustaba el estilo de Masotta; su humor y su manera de enseñar fueron un ejemplo perdurable. Nacido en 1930, ya en los cuarenta años tenía urgencia, quería constituir algo después de algunos fracasos y algunos proyectos que se esfumaron cuando el golpe de Estado de Onganía lo excluyó de la universidad.

Había logrado configurar un grupo lacaniano y publicar el primer número de Cuadernos Sigmund Freud, donde los temas de Jaques Lacan eran tratados por los integrantes de ese equipo formado por jóvenes estudiosos, a saber: Jorge Jinkis, Oscar Steimberg, Mario Levin y Arturo López Guerrero.

Ese primer grupo no lo siguió en la decisión de fundar la Escuela Freudiana de Buenos Aires en 1974. Fuimos otros los que acompañamos esa decisión, a la que luego se sumó Jorge Jinkis.

En solo cinco años Oscar Masotta había creado una revista, una colección de libros y una escuela que era la parodia de la fundada por Jacques Lacan en París (1964).

Con entusiasmo habitamos durante un tiempo esa primera persona del plural: nosotros, los recién venidos al psicoanálisis, convertiríamos a Enrique Pichon-Rivière en el precursor que, al decir de Borges, se engendra en el futuro anterior. Este nosotros era sostenido por Masotta y se diversificaba en rasgos singulares.

La introducción de este libro habla de “la tradición donde estas páginas pretenden situarse” y también de “las oscilaciones del gusto”, a la vez que declara:

 

Todo aquí es diferencia. Un autor sospechoso que escribe sobre temas de psicoanálisis sin ser psicoanalista, un libro escrito en el español del Río de la Plata y que no intercambia casi una palabra en común con otros libros sobre el tema escritos en el mismo español, un texto que repite y transforma el texto de un autor europeo sin dejar de avisar al lector que ahí donde repite tal vez traiciona y que ahí donde transforma no es sino porque quiere repetir. (pp. 23-24)

 

Inventar los precursores en una tradición que se traiciona al repetirse y que solo se repite cuando se transforma: “Estas humildes –hay que decirlo así– páginas sobre Lacan están dedicadas a quienes reconocen en el vértigo de ciertas modas la profunda verdad de este período que parece abrirse ante nosotros, una verdadera etapa de reorganización intelectual” (p. 24). Evidente alusión al “programa” estructuralista, analizado de manera brillante muchos años después por Jean-Claude Milner (Le périple structural, París, Seuil, 2002).

En la página 152, nota 5, Masotta advierte la diferencia de Jacques Lacan con el estructuralismo, que lo llevaría años después a una deconstrucción de su primera enseñanza y a la creación de nuevos términos para sustituir los que había tomado de la lingüística. Veremos un poco más adelante la pertinencia de esta nota, que va en el mismo sentido de lo que Jean-Claude Milner expone, con la precisión que le conocemos, en el libro citado.

Lo que Masotta urde incluye los hilos con los que tramó sus experiencias anteriores; tanto en el arte de vanguardia como en sus artículos sobre filosofía y crítica literaria. En cuanto a su deseo de crear una escuela, recupera el proyecto institucional que le proponía a Romero Brest y el frustrado departamento de estudios semiológicos sobre arquitectura que intentó en la Universidad de Buenos Aires. Acerca de estos temas puede consultarse el trabajo de Ana Longoni que sirve de prólogo a Revolución en el arte (Edhasa, 2004), libro que reúne textos de Masotta. Sobre los proyectos institucionales se pueden encontrar algunos documentos en la biblioteca de la Fundación Descartes.

 

En este libro Masotta observa:

 

Y seguramente no es posible hablar del pensamiento de Lacan sin hacerlo sobre su prosa. Nosotros evadiremos aquí la cuestión. Diremos sencillamente que su estilo es difícil. Pero no es necesario leer mucho los textos de Lacan para darse cuenta de que él mismo no lo ignora, ya que por un lado otorga a su estilo carácter, si no pedagógico, al menos expresamente formativo, de sanción de una enseñanza y de un aprendizaje, mientras que por otro lado no deja jamás de indicarnos ciertas claves para sus dificultades y su comprensión. Solamente que esas claves son circulares: para entender a Lacan no solo es necesario un cierto contacto continuo con su estilo, convertir en hábito su lectura, sino leerlo simultáneamente desde la perspectiva de su propia teoría, la misma hacia la que conduce su estilo. (p. 30)

LA NUEVA URDIMBRE

Él, por supuesto, hizo uso de una herramienta subjetiva y no cuantificable, algo que no puede enseñarse ni heredarse: el viejo nombre de ese factor x es honestidad intelectual. CHRISTOPHER HITCHENS, 2002

Quien tenga la suerte de leer ahora este libro por primera vez –los que volvemos a hacerlo no podemos evitar la nostalgia de aquellos años ni el recuerdo de la alegría de lo que descubríamos– podrá dirigirse a la bibliografía y verificar algo poco común incluso en la actualidad: el conocimiento de artículos claves de Sigmund Freud; de psicoanalistas como Melanie Klein, Ernest Jones y Ruth Mack Brunswick; de lingüistas como Roman Jakobson, Émile Benveniste y otros; de antropólogos como Claude Lévi-Strauss, Roger Bastide y Marcel Mauss; de filósofos como Jean Hyppolite, Alexandre Kojève, Nicos Poulantzas, Louis Althusser, Alain Badiou y Jean-Joseph Goux; de teóricos de la comunicación como Gregory Bateson y Jay Haley.

Ya en la constelación Jacques Lacan tenemos los Écrits (París, Seuil, 1966); los resúmenes de dos seminarios traducidos por iniciativa de Masotta que se habían publicado en el Bulletin de Psychologie de la Sorbona: El deseo y su interpretación (noviembre 1958 / febrero 1959) y Las formaciones del inconsciente (noviembre 1957 / junio 1958). Agreguemos el artículo en Encyclopédie Française que circuló como libro bajo el título La familia (el original es de 1938). En la constelación generada por Jacques Lacan nos encontramos con dos artículos de Jacques-Alain Miller: “Acción de la estructura” (1968) y “La sutura” (1966). Y por supuesto, Serge Leclaire, Jean Laplanche, Guy Rosolato, André Green y algunos otros.

Jan Miel, Raymond Boudon, Jean Viet, que trabajan sobre la noción de estructura en aquel momento. Desde Baltimore y en inglés, Anthony Wilden tiene que hacer de antagonista. Masotta no se priva de citar: “Masotta (O), Jinkis (J), Steimberg (O), Levin (M), López Guerrero (A), Temas de Jacques Lacan (primer número de Cuadernos Sigmund Freud)”.

Y a propósito de los grupos, se encontrará en este libro una reflexión al pasar que tiene una sorprendente actualidad:

 

convendría no olvidar –pero Lacan no tiene la culpa– que esa ambigüedad que envuelve o corroe la praxis psicoanalítica en las sociedades de hecho no es ajena al enriquecimiento de muchos de sus oficiantes y que este define el estatus social del psicoanalista, la corporación de los médicos, como dice Althusser, y que esa corporación, a la que se suman las alianzas, las complicidades, las “confidencias” de los grupos, no podría ser ajena del todo a los avatares de la teoría. (p. 118)

LAS EXPECTATIVAS

Como cualquier vanguardia, la propuesta de Masotta quería fundir la originalidad con el origen, por eso escribe en la introducción de este libro:

 

Jacques Lacan atrae, intriga, y hay quienes –y no son los peores– esperan bastante de su pensamiento, y ello mucho antes, muchas veces, de conocer una sola de sus ideas. Impasse significativo que debe ser imputado sin duda a la visión histórica del mismo Lacan: si la audiencia espera es porque tiene poco en las manos. Situación excelente, por lo mismo, puesto que nos permitirá comenzar casi de cero, esto es, por donde debe ser. (p. 29)

 

El paso siguiente a este cero, una vez que cierto desplazamiento de fuerza se ha realizado, consiste en reconocer/se en esa historia que recupera su lugar transfigurada por esta nueva operación. Así lo entendió Oscar Masotta, lo que queda demostrado por algunos pasos siguientes y por su reconocimiento de Enrique Pichon-Rivière. Esa audiencia con las manos vacías está formada, en su mayoría, por los psicólogos que tenían –según la primera cita– alianzas, complicidades, “confidencias” con las corporaciones médicas. Se ha escrito sobre esto, en particular los trabajos de Alejandro Dagfal, Mariano Plotkin y Marcelo Izaguirre (El anclaje de la enseñanza de Lacan en la Argentina, inédito).

MASOTTA HABLABA EN PLURAL

Sigo hablando en plural porque no estaba solo pero tampoco estaba con una persona determinada; estaba en la primera persona del plural. JOHN BERGER

Como decíamos, en la página 152 la nota 5 advierte sobre la distancia de Jacques Lacan con el estructuralismo del momento, que aún en la actualidad se le imputa a los Écrits. La nota se refiere al término “discurso” en Lacan:

 

He aquí sin duda el mayor de esos términos intertextuales. En Lacan no se lo entiende si no se lo recoloca en el contexto de las teorías del lenguaje de Heidegger y Hegel. Este origen puede molestar a muchos, y se dirá que en tiempos donde la lingüística ha dado pruebas de su estatus científico, no hay aquí más que una vuelta a la filosofía del lenguaje. Sea como fuere, la extrañeza de algunos términos no es una virtud de su grado de sofisticación, sino de nuestra ignorancia del campo de conceptos de donde toman valor de empleo. Por lo demás, Chomsky ha señalado cómo la gramática filosófica de Port Royal era capaz de ofrecer un modelo adecuado con sus propias búsquedas, el que en cambio no podía ser deducido de la fonología estructuralista (cfr. N. Chomsky, Contributions de la linguistique a l’étude de la pensée).

 

El “sea como fuere” con que Masotta responde a la objeción que supone matiza la oposición entre estructuralismo y filosofía del lenguaje, a la vez que subraya la “ignorancia” del campo de conceptos que no deja de indicar al señalar la conexión entre la gramática de Port Royal y el programa de Chomsky. Dicho en 1969, tres años después de la primera edición de Écrits, muestra la lectura que intenta instaurar.

Esto ocurre en el Instituto Di Tella, donde Masotta instala sus investigaciones sobre los “imagineros” argentinos, el arte pop, la historieta y el happening. Pocos años antes había publicado Sexo y traición en Roberto Arlt, donde hay una presencia avasallante del Saint Genet de Sartre. No hay aquí una “evolución”, hay un salto sostenido por el background anterior; pero de este salto resulta, por lo que sabemos, un cambio de posición irreversible. Es el momento en que Masotta encuentra un deseo decisivo (lo que no entienden sus amigos Carlos Correas y Juan José Sebreli, que ven en este salto una entrega a la “frivolidad” de un ambiente de vanguardia, recelado por los “comprometidos”). No se trata de frivolidad sino –como él mismo lo subraya– de sofistiquería, palabra que condensa los sofismas, los sofistas y la sofisticación. (Este último término recibe, por influencia inglesa, el valor dado a un sujeto poco natural, demasiado estudiado). En este salto Masotta pierde “sustancia” y pasa de la filosofía al psicoanálisis, un paso “artificioso”.

Del background anterior recupera una distancia crítica que aparece en la nota 4 de la página 151; cuando se refiere al “significante y/o la letra” y explica por qué no podría exponer una teoría del texto:

 

Entre otras razones porque carecemos de contexto para hacerlo. Ellas remiten en primer lugar a la “intertextualidad” (he aquí un término también intertextual) de los libros de Foucault, Derrida, los escritores de Tel Quel. Por lo mismo había que explicitar los temas, postulados, y la tradición que pesa sobre esa intertextualidad, si quisiéramos desembarazarnos de un jergueo atractivo, por amenazante, pero que por lo mismo puede adoptar cualquiera y cumplir una función ideológica bastante inmediata.

 

Que Masotta hable de una jerga que resulta atractiva por amenazante muestra que la creación de cualquier nosotros introduce un juego de consignas y exclusiones. Gabriel Zaid lo expuso con particular claridad en su libro La máquina de cantar: “en el mercado literario, la formación de una demanda interna está estrechamente ligada a la constitución de un nosotros y plantea además el problema de una lengua común” (Siglo XXI, México, 1967).

Ese lenguaje común no puede escapar al malentendido porque, como lo dice Masotta en este libro, recordando el prólogo a La caza del Snark, de Lewis Carroll:

 

Las palabras no están vacías, están llenas de palabras; no solamente hay que vaciarlas para dejar que se llenen al instante siguiente, sino que ocupan un lugar material –para el caso de la escritura– en el espacio, no solamente al modo de Maurice Blanchot, del texto. (pp. 149-150)

 

Esta advertencia aparece en el epílogo, insertado antes de la conferencia “Leer a Freud”, dictada en el Instituto Lucchelli Bonadeo el 18 de abril de 1969 y de “Qué es el psicoanálisis”, artículo publicado en Los libros, n° 5, noviembre de 1969.

Oscar Masotta no contaba a Jacques Lacan, sino que intentaba explicarlo con una claridad expositiva que llegaba a una audiencia exotérica sin ceder en el rigor esotérico que intentaba alcanzar. Se rodeaba de amigos que conocían disciplinas diversas; buscaba consolidar la urdimbre política con alianzas que iban desde la universidad a miembros de alguna institución integrada por una mayoría de médicos que habían rechazado la formación establecida; mantenía sus relaciones con diferentes instancias de investigación.

Este libro sorprende por el “horizonte de expectativas” que instaura en un momento en que nuestro país estaba en los comienzos de una desertificación cultural que había comenzado unos años antes con la renuncia masiva de profesores que, desde diversas universidades, emprendían el camino del destierro.

En 1975, exiliado en Barcelona, Masotta decía en una carta pública, que solo tendríamos lectores dentro de veinte años “si la banda que hoy nos sigue se mantiene hasta mañana”.

Así como de las palabras salen palabras, de la banda salieron bandas y el movimiento prosigue. Introducción a la lectura de Jacques Lacan, casi cuarenta años después, encuentra una nueva editorial que llegará con seguridad a lectores inesperados, en quienes producirá efectos incalculables.

 

 

GERMÁN GARCÍA

Buenos Aires, abril de 2008

INTRODUCCIÓN

La evolución y las oscilaciones del gusto –para usar una frase de un crítico de arte que en contra de su propia frase estaba seguro del suyo– hacen bastante difícil decidirse sobre algo que en definitiva tiene poca importancia. Si lo que sigue puede sí o no llamarse un libro. Para parafrasear además una frase histórica en el contexto de la tradición donde estas páginas pretenden situarse: ¡ello no impide que existan! No hace falta más. El autor a veces piensa que nunca ha escrito uno. Esto a veces lo enorgullece, otras lo deja indiferente, y otras lo desalienta. Se lo ve: carece de gusto.

Con una chica, un perro y un neurótico (saludemos, al pasar, las transiciones –¿entre qué y qué?– de Winnicott), imposible ganar un campeonato de béisbol. Con un breve seminario de seis clases sobre un seminario de Lacan sobre un cuento de Poe, una conferencia pronunciada en un instituto de música y una nota periodística, no se puede pretender que el resultado sea un libro. Pero para una época donde no solo en los policiales de Raymond Chandler los editores son tan o menos burgueses que los escritores, lo que hace un libro de un libro es el hecho de su impresión más su diferencia con otros libros.

He aquí un ejemplar raro de esa ave vulgar, lector. Todo aquí es diferencia. Un autor sospechoso que escribe sobre temas de psicoanálisis sin ser un psicoanalista, un libro escrito en el español del Río de la Plata y que no intercambia casi una palabra en común con otros libros sobre el tema escritos en el mismo español, un texto que repite y trasforma el texto de un autor europeo sin dejar de avisar al lector que ahí donde repite tal vez traiciona y que ahí donde trasforma no es sino porque quiere repetir.

Se trataba de Lacan. El pasado de este imperfecto español no es gratuito. Un instante más y la bomba estallaba. ¿Estalló o no estalló? Por poco.

Este Lacan que el lector que atentamente lea estas páginas verá aparecer será (habrá de ser) Lacan. Por poco, esto es, casi Lacan, antes de Lacan, ya y por un instante más, Lacan. Se descuelga una comparación con un libro, si no famoso, al menos muy subrayado, en verde y en rojo, por tantos prácticos del Río de la Plata. Me refiero al libro de Hanna Segal sobre Melanie Klein. El parecido: que este libro es esquemático. La diferencia: que después de la lectura del texto nadie se sentirá facultado, me imagino, ni aún después de subrayarme, para aplicar Lacan. Ya es una ventaja.

Estas humildes –hay que decirles así– páginas sobre Lacan están dedicadas a quienes reconocen en el vértigo de ciertas modas la profunda verdad de este período que parece abrirse ante nosotros, una verdadera etapa de reorganización intelectual. Ellas contienen y reivindican su objetivo: llamar la atención sobre un hecho. “To misconstrue this Symbolic order is to condemn the discovery to oblivion, and the experience to ruin”, según reza la traducción inglesa de un párrafo de Lacan, versión que al traicionar muy levemente el contexto, expresa con la exactitud de ciertos relojes el significado de su obra y la hora de nuestra propia intención. Construir erradamente este orden simbólico –es lo que venimos a decir– significa condenar el descubrimiento al olvido y la experiencia a la ruina.

Debo el aliento de haber escrito las páginas del grueso del texto –mi seminario sobre el seminario de Lacan– a los excelentes resúmenes de las clases que me fueron proporcionados por la doctora Sara Lea Glasman, y a Jorge E. Jinkis, quien leyendo el texto mientras yo lo componía me ha indicado aquí y allá las distancias entre lo que se decía y lo que podía ser dicho, esto es, ayudado a comprender que se puede aun sujetar el estilo en medio de un estilo y una prosa desmantelados, que se puede enseñar o escribir del modo más elemental sobre los temas más elementales de un pensamiento que no lo es y ello sin dejar uno mismo de pensar.

Los gráficos y esquemas que se leen en las páginas 93, 94, 96, 97 y 103 del texto pertenecen a Lacan; los que se leen en las páginas 36, 49, 79, 85, 119, 158, 159, 160, 161 y 171 deben ser imputados a nuestra responsabilidad. Para la inteligencia de lo que sigue el lector debe leer previamente el cuento de Poe “La carta robada”, en cualquiera de las recopilaciones corrientes. Nuestras citas fueron tomadas de Tales, poems, essays (London and Glasgow, Collins, 1966). La comparación de nuestro texto sobre el texto de Lacan con el texto en cuestión de Lacan es una responsabilidad, en cambio, que ha de ser imputada al lector y de la que este no debiera rescindir.

 

Febrero de 1970

PSICOANÁLISIS Y ESTRUCTURALISMO*

* Resumen escrito de las seis lecciones de un seminario sobre el seminario de Lacan sobre “La carta robada” de E. A. Poe, dictado en el Instituto Torcuato Di Tella los días 16, 23 y 30 de julio, y 6, 13 y 20 de agosto de 1969.

I

Debo confesar que estas lecciones me intimidan bastante. ¿Cómo comenzar a hablar de Jacques Lacan sin traicionar eso mismo cuya puerta no es fácil y cuya práctica –la práctica de su lectura– constituye el único medio de acceso a su acceso? ¿Cómo hacerse entender por una audiencia que carece de esa práctica? Lacan me contestaría: su dificultad es su audiencia pero si usted se intimida, no es seguro que su audiencia esté intimidada. O bien, y suponiendo que lo esté, la cuestión no cambia. En ambos casos el peligro reside en el personaje con el cual usted tendería a identificarse. Pero se dirá: el único culpable es el mismo Lacan, la dificultad de su estilo. Y nadie se avergüenza, en efecto, de no haber podido ir más allá de la primera página de los Écrits, y aun, se lo confiesa llanamente, sin haber podido entender lo que se leía.

La sinceridad oculta muchas veces el desprecio. Pero éste no es el caso, sin embargo, del imposible lector de Lacan. Jacques Lacan atrae, intriga, y hay quienes –y no son los peores– esperan bastante de su pensamiento, y ello mucho antes, muchas veces, de conocer una sola de sus ideas. Impasse significativo que debe ser imputado sin duda a la visión histórica del mismo Lacan: si la audiencia espera es porque tiene poco en las manos. Situación excelente, por lo mismo, puesto que nos permitirá comenzar casi de cero, esto es, por donde se debe.

Tal vez no hay mejor manera de abrir esta introducción al pensamiento de Jacques Lacan que por un comentario del trabajo que se halla en posición introductoria a sus Écrits: el seminario sobre el cuento que Poe tituló “The purloined letter”. Y seguramente: no es posible hablar del pensamiento de Lacan sin hacerlo sobre su prosa. Nosotros evadiremos aquí la cuestión. Diremos sencillamente que su estilo es difícil. Pero no es necesario leer mucho los textos de Lacan para darse cuenta de que él mismo no lo ignora, ya que por un lado otorga a su estilo carácter, si no pedagógico, al menos expresamente formativo, de sanción de una enseñanza y de un aprendizaje, mientras que por otro lado no deja jamás de indicarnos ciertas claves para sus dificultades y su comprensión. Solamente que esas claves son circulares: para entender a Lacan no solo es necesario un cierto contacto continuo con su estilo, convertir en hábito su lectura, sino leerlo simultáneamente desde la perspectiva de su propia teoría, la misma hacia la que conduce su estilo. En la prosa de Lacan las palabras no son transparentes. Pero tampoco las palabras eran transparentes para Freud; y por lo mismo, tampoco lo son en la teoría lacaniana. Pero decir que las palabras no son transparentes ni en la prosa ni para la teoría lacaniana no significa afirmar sin más que sean opacas. Lo son, pero se trata de otra cosa. Pero es demasiado temprano para definir eso que en cambio debe ser, y no sin rodeos, circunscripto: el significante lacaniano1.

Lacan llama la atención sobre las propiedades del lenguaje humano y cuando emplea la palabra “mensaje” se refiere al grupo de relaciones que definen el campo de aplicación de su doctrina. En su núcleo esas relaciones no se refieren a las que unirían enunciados con objetos empíricos. En Lacan, como en Freud, el “examen de la realidad” es correlativo de un desdoblamiento, de una duplicación del campo de las representaciones. Arrastra por lo mismo una trasmutación del objeto en “objeto profundamente perdido”. Será preciso entonces que nos acostumbremos a algunas ideas básicas. Ante todo, un discurso no lo es de un objeto, sino que en todo discurso habla un mensaje sobre otro u otros mensajes. La pregunta entonces que introduce a una práctica psicoanalítica auténtica no puede ser más que esta: ¿quién habla y a quién? Se reconoce en ella el viejo planteo lacaniano, la fórmula bien conocida; “el inconsciente es el discurso del Otro”. Y también algunas de sus transformaciones válidas: pero si como se dice –dice Lacan– “el estilo es el hombre”, no basta con agregar: a quién uno se dirige (E, p. 9)2. ¿Cómo echar luz sobre estas fórmulas aparentemente obtusas?

En primer lugar hay que recordar que para Lacan el hecho de que un mensaje sea retransmitido legitima su pertenencia a la dimensión del discurso. Fórmula en la que se manifiesta una reacción contra el descrédito que durante el transcurso de la historia del psicoanálisis recayó sobre el lenguaje verbal, al que se suma un interés inverso y una promoción de los lenguajes no-verbales: gestos, mímicas, temblores –dice Lacan– y aun, objetos alucinados. Lacan propone volver al lenguaje, pero al lenguaje verbal3.

No será ocioso por lo mismo recordar las diferencias, que Benveniste recalca, entre comunicación animal y lenguaje humano4. Se recuerdan las cuidadosas observaciones de Karl von Frisch sobre las abejas. Y su culminación: el descubrimiento del código de señales que la abeja que ha descubierto el botín utiliza para transmitir su posición y distancia a las demás abejas de la colmena. La transmisión se realiza por medio de dos tipos distintos de danzas:

He aquí el momento y el proceso esencial del acto propio de la comunicación [...]. Una consiste en el trazado de círculos horizontales, de derecha a izquierda, y después de izquierda a derecha. La otra, acompañada de una continua agitación del abdomen (wagging-dance), imita bastante bien la figura de un 8: la abeja corre en línea recta, después describe una vuelta completa hacia la derecha, de nuevo sigue derecho, después describe una vuelta hacia la izquierda, y así en adelante. Después de las danzas una o varias abejas dejan la colmena para dirigirse sin titubeos al lugar que la primera ha visitado, para después de hartarse volver a la colmena donde, a su turno, se entregan a las mismas danzas, lo que provoca nuevas partidas, de tal manera que después de algunas idas y vueltas, centenares de abejas llegan al lugar donde la primera ha descubierto el alimento.5

Ahora bien, la danza en círculo indica que el alimento se halla a poca distancia, en el interior de un radio no mayor a cien metros. La danza en forma de ocho indica, en cambio, que el botín se encuentra situado a una distancia que no es inferior a cien metros y que aproximadamente no sobrepasa los seis kilómetros. La última contiene de esta manera dos tipos de indicaciones: una en relación con la distancia, la otra con respecto a la dirección. La primera depende de la velocidad con que la abeja recorre el ocho. La distancia se halla entonces en relación inversa a la frecuencia del recorrido y cuanto más lenta es la danza mayor es la distancia. La segunda indicación depende de la posición del eje del ocho con respecto al sol. La especie se halla sensibilizada a la luz polarizada, y cualesquiera que fueran las condiciones climáticas, las abejas pueden siempre descifrar la indicación correspondiente y obtener la dirección para salir a buscar el alimento.

Estas conductas ponen en juego una suerte de simbolismo. Ciertos datos objetivos, la posición y distancia del botín, pueden ser transmitidos por medio de símbolos, “gestos formalizados” constituidos de “elementos variables” de “significación constante”. Se entrevé además la existencia de una verdadera interioridad de la señal: en el caso de la “wagging-dance” dos elementos correspondientes a dos indicaciones distintas “concurren”6, en posición de simultaneidad para constituir el “interior” de la señal. Resulta de especial relevancia que esta forma codificada de información corresponde a una especie cuyos individuos pueden vivir en sociedad. “La sociedad se revela aquí como la condición del lenguaje”7. Pero al revés, las diferencias con el lenguaje humano no son menos evidentes: rigidez del contenido correlativa a la rigidez de la señal y de su relación a una situación que resulta eternamente la misma, la naturaleza no desmontable del enunciado, y más fundamentalmente aún, el carácter unilateral de la transmisión animal.

Diferencia radical: el “mensaje” animal no exige respuesta en el mismo registro, las abejas no devuelven danzas a las danzas sino una acción coordinada y determinada de antemano, a la que, propiamente hablando, no podría darse entonces el nombre de respuesta: las abejas no dialogan. Nuevo contraste observa Benveniste:

En tanto que entre las abejas no hay código, la comunicación se refiere únicamente a un lado objetivo determinado. (Por lo mismo), no puede haber aquí comunicación referida a un dato “lingüístico”; y ello porque no hay respuesta, porque la respuesta define una reacción lingüística a una manifestación lingüística; pero también en el sentido que el mensaje de una abeja no puede ser reproducido por otra que no hubiera visto ella misma las cosas que la primera anuncia.8

Nadie ha visto, en definitiva, una abeja que después de haber descifrado los datos sobre la ubicación del botín se dirigiera a otra colmena para volver a transmitir su “saber”. En el mundo animal no se abandona el registro de la exactitud. Se excluyen así los problemas y las “ideas” de garantía, de verosimilitud, de verdad. Pero aún, ¿ha imaginado alguien a una abeja utilizando el código de señales de la especie para hacer un chiste al colmenar? Ninguna abeja ha podido jamás realizar la “wagging-dance” encontrándose el botín a menos de cien metros de la colmena o la danza en círculos hallándose aquel a una distancia de cuatro kilómetros. Al revés, y tratándose de Lacan, no es inútil evocar un ejemplo que aparece varias veces a lo largo de los Écrits: el chico de corta edad que llama /miau/ al perro y /guau-guau/ al gato.

Debemos hacer aún otras observaciones. La primera nos conduce a la cuestión misma que se halla en el centro del cuento de Poe. Dice Benveniste:

el lenguaje de las abejas consiste esencialmente en la danza, sin intervención de un aparato “vocal”, en tanto que no hay lenguaje sin voz. De ahí otra diferencia que corresponde al orden físico. En tanto que no es vocal sino gestual, la comunicación de las abejas debe efectuarse necesariamente en condiciones que permiten la percepción visual, bajo la luz del día; no puede realizarse en la oscuridad. El lenguaje humano no conoce tal limitación.9

Oposición pertinente, puesto que se refiere a un contraste básico entre la vista y el oído (la oreja, en el sentido de “escuchar”, habría que decir), y que deberíamos retener. ¿No es el propio Dupin –aquel de quien Lacan dice que “sabe oír”– quien invita al prefecto, en el comienzo mismo del cuento, a conversar a oscuras? “If it is any point requiring reflection –observed Dupin, who had a fashion to enkindle the wick– we shall examine it to better purpose in the dark”10. ¿Cómo dejar escapar entonces el claro contraste entre la invitación de Dupin y el epíteto “ojo de lince” que desde muy temprano recaerá sobre el ladrón?

Si lo más propio del lenguaje es su capacidad de contener y articular secuencias de mensajes, donde cada uno retransmite al otro o a los otros –a saber, la capacidad de constituirse en “sustituto de la experiencia”– se ve hasta qué punto la relación entre el sujeto del discurso y su objeto queda mediatizada, dificultada, enrarecida. En el lenguaje humano, agrega Benveniste, “la referencia a la experiencia objetiva y la reacción a la manifestación lingüística se entremezclan libremente y al infinito”11. Es decir que la respuesta a un mensaje no es sino otro mensaje cuyo objeto o referente no podría ser el objeto del primer mensaje sino –a la vez y simultáneamente– ese mismo objeto entremezclado “libremente y al infinito” con el mensaje que lo ha transmitido. Se podría graficar este modelo acumulativo con el siguiente esquema:

Pero este gráfico –si se nos permite la sorpresa– no parece adecuarse demasiado a la perspectiva lacaniana. Se dirá ¿pero qué sentido tiene entonces todo este rodeo; y por qué ejemplificar con un gráfico que no conduce al pensamiento que está en juego? En primer lugar, y por fuera de la verdad o de la utilidad del modelo, ¿no nos vemos conducidos así a reflexionar sobre el gráfico como tal? Para Lacan, en efecto, todo esquema induce siempre, de algún modo, a una fascinación sobre su aspecto intuitivo, visual, que seguramente conducirá a una apreciación errada del análisis que está en juego. “Si es cierto que la percepción eclipsa la estructura –dice Miller citando a Lacan12– infaliblemente un esquema conducirá al sujeto a olvidar, en una imagen intuitiva, el análisis que la sostiene”.

Pero en segundo lugar tal vez deberíamos reflexionar sobre las características intrínsecas del modelo acumulativo y su conexión –ésta aparece tal vez por virtud del gráfico– con el modelo triangular que le sirve de punto de partida. En efecto, se percibe una cierta similitud de nuestro triángulo de partida, E(misor)→ O(bjeto)→ M(ensaje) ←E(misor), con el triángulo pragmatista de Ogden y Richard13 o con cualquiera de los modelos cercanos o derivados, como por ejemplo el que se encuentra en el libro célebre The Principles of Semantics de Stephen Ullman.

La falla de modelo y gráfico reside, en definitiva, en su aspecto lineal, el que induce la idea de un discurso unidimensional y continuo; oculta por lo mismo el hecho del carácter discreto de todo discurso y el encabalgamiento de sus articulaciones múltiples (sobredeterminación del contenido manifiesto por los distintos niveles de ideas latentes, o derivación en trama de las distintas líneas de asociaciones que unen lo manifiesto a lo latente en la Tramdeutung). Induce además la idea falsa de un desarrollo lineal del tiempo, la idea de un comienzo absoluto (el primer objeto no entremezclado con ningún mensaje de nuestro esquema)14. La temporalidad lacaniana, en cambio, y es preciso enunciarlo de golpe, depende del acto de anticipación lógica por el cual el sujeto decidió su elección del significante y del efecto “retrógrado” (“retroacción”) del Código (esto es, del “lugar del Otro”) sobre el mensaje que de ella resulta.

No es imposible caracterizar positivamente qué entiende Lacan por discurso. Una definición necesaria –aunque muy insuficiente15– debería enunciarse así: concurrencia de mensajes enlazados por una relación pluridimensional y bidireccional constituyendo una secuencia articulada donde a la altura de uno o cualquiera de sus estados siempre es posible realizar (o se halla ya realizada) la conmutación (la sustitución) del significante.

Complementando el desarrollo de sus ideas, Lacan es un adicto a las fórmulas condensadas, como la que dice que el origen del mensaje es el interlocutor del sujeto. Fórmulas que por lo demás Lacan aplica a su propio discurso. ¿No nos habla en la primera página de los Écrits de su propio interlocutor? Pero si quien habla en el propio Lacan no es sino el discurso del Otro, ¿quién podría ser ese Otro, tratándose de Lacan, sino el “interlocutor eminente” (E, p. 9), a saber, el mismo Freud? Se sospecha por lo demás el alcance didáctico de la frase –grandilocuente y aparentemente pedantesca– que Lacan pudo pronunciar durante un encuentro de psicoanalistas: “Yo, la verdad, hablo” (CV, p. 867).

Con estas premisas, no es difícil imaginarlo, resulta ese estilo solemne, por momentos un estilo de levantamiento de actas, una prosa plagada de términos y giros ceremoniosos, de cultismos, de tecnicismos, alusiva, desdeñosa siempre de la posibilidad de embarcarse en una señalación directa de su objeto. Althusser ha comparado los aparentes caprichos de la prosa y el estilo lacanianos con las articulaciones y los modos de despliegue del inconsciente freudiano. Comparación interesante puesto que Lacan no desdeña utilizar, en cambio, el mismo mecanismo de condensación, por ejemplo, del trabajo onírico (veremos el sentido de su “politique de l’autru(i)che” ).

Se le ha reprochado a Lacan su pedantería, su gongorismo, ese estilo grandilocuente para hablar de cosas, parece, que ningún psicoanalista ignora. En efecto, ¿qué psicoanalista desconoce la condensación, la castración, el Edipo, la escena primitiva, nociones sobre las que Lacan constituye su vuelta a Freud? Lo novedoso en Lacan no es tanto la introducción de conceptos, sino la afirmación del carácter de exigencia y de inherencia sistemática que los une. Esta prosa, solo en apariencia enrevesada pero en verdad preciosa, resulta, en relación al campo de nociones que constantemente circunscribe, de una sorprendente claridad.

Vayamos al seminario sobre “La carta robada”. La visión que Lacan nos ofrece de este texto tiene poco que ver con la crítica literaria de inspiración psicoanalítica, ni con su campo ideológico y métodos. Se sitúa en las antípodas, por ejemplo, de los trabajos de Marie Bonaparte sobre Poe. Al revés, se podría decir que Lacan se sitúa en relación a Poe en posición semejante a la de Freud en relación a Jensen: El delirio y los sueños en la “Gradiva” de Jensen