Sexo y Traición en Roberto Arlt - Oscar Masotta - E-Book

Sexo y Traición en Roberto Arlt E-Book

Oscar Masotta

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En este libro, Masotta releva el pensamiento crítico de los textos escritos sobre Arlt. Lo hace con nombre y apellido. Los nombres de sus amigos (es el caso de David Viñas) y de sus "enemigos". LUIS GUSMÁN, del prólogo del libro. La publicación de estos ensayos en los años sesenta significó la irrupción de Masotta en el ámbito de la crítica literaria. Desde una perspectiva sartreana y atravesado por el materialismo histórico y el psicoanálisis, analiza en ellos la obra de Arlt en busca de los mecanismos que articulan las relaciones sociales y la sexualidad. Con su estilo polémico, Masotta rompe con las lecturas que se habían hecho hasta ese momento sobre Arlt y propone una obra política, según sus propias palabras, "menos por lo que dice expresamente que por lo que revela". Sexo y traición en Roberto Arlt no solo es una crítica perspicaz y oportuna, expresa además el compromiso de su autor con el acto de escribir, acto que, como dice Gusmán, en aquellos tiempos tenía un valor en sí mismo. Estos textos, lejos de la diatriba, demuestran que Masotta efectivamente tenía algo que decir.

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Oscar Masotta

SEXO Y TRAICIÓN EN ROBERTO ARLT

En este libro, Masotta releva el pensamiento crítico de los textos escritos sobre Arlt. Lo hace con nombre y apellido. Los nombres de sus amigos (es el caso de David Viñas) y de sus “enemigos”.

LUIS GUSMÁN, del prólogo del libro

 

La publicación de estos ensayos en los años sesenta significó la irrupción de Masotta en el ámbito de la crítica literaria. Desde una perspectiva sartreana y atravesado por el materialismo histórico y el psicoanálisis, analiza en ellos la obra de Arlt en busca de los mecanismos que articulan las relaciones sociales y la sexualidad.

Con su estilo polémico, Masotta rompe con las lecturas que se habían hecho hasta ese momento sobre Arlt y propone una obra política, según sus propias palabras, “menos por lo que dice expresamente que por lo que revela”.

Sexo y traición en Roberto Arlt no solo es una crítica perspicaz y oportuna, expresa además el compromiso de su autor con el acto de escribir, acto que, como dice Gusmán, en aquellos tiempos tenía un valor en sí mismo. Estos textos, lejos de la diatriba, demuestran que Masotta efectivamente tenía algo que decir.

Sexo y traición en Roberto Arlt

OSCAR MASOTTAPrólogo de Luis Gusmán

Índice

CubiertaSobre este libroPortadaDedicatoriaEpígrafePrólogo. En tiempos de MasottaLa escena congeladaLa sociedad invertidaEl aprendizaje del malSexo y traición en Roberto ArltI. Silencio y comunidadII. La plancha de metalApéndiceSeis intentos frustrados de escribir sobre ArltPrimer intentoSegundo intentoTercer intentoCuarto intentoQuinto intentoSexto intentoSobre el autorPágina de legalesCréditosOtros títulos de esta colección

A Renée Cuellar

La subjetividad aparece entonces, en toda su abstracción, como la condenación que nos obliga a realizar libremente y por nosotros mismos la sentencia que una sociedad “en curso” ha dictado sobre nosotros y que nos define a priori en nuestro ser. Es a este nivel que encontraremos lo práctico-inerte.JEAN-PAUL SARTRE, Crítica de la razón dialéctica

PRÓLOGOEn tiempos de Masotta

En tiempos de Arlt es una expresión que Oscar Masotta utiliza varias veces en estos ensayos. En este caso, creo que es pertinente afirmar que tanto el uso del nombre propio como la indicación temporal se apoyan en otro texto suyo: Roberto Arlt, yo mismo; texto que a su vez es necesario leer como articulado a Sexo y traición en Roberto Arlt. A esto se agrega que este libro no solo tiene la impronta de los años sesenta sino que también marca esa época, y para poder mostrar cómo lo hace, es necesario situarlo en el contexto crítico de su publicación.

En tiempos de Masotta, entonces, surgen esos pequeños ensayos que comienzan a introducir en el campo de la literatura argentina otra lectura. Pero en tiempos de Masotta “escribir un libro, un ensayo o un simple artículo significaba tener que hacerlo en los términos de un acto de trascendencia política” (p. 29). ¿Cambiaría mucho la cuestión si en estos tiempos, o en tiempos inmediatamente posteriores a la aparición de Sexo y traición..., el ensayista de turno hubiera agregado: “política del texto” o “política de la lengua”? En principio debería decir que no. Pero no estoy tan seguro, y aunque la palabra trascendencia resulte demasiado pesada debería decir que en aquellos tiempos el compromiso con el acto de escribir tenía un valor en sí mismo que excedía el método que cada autor utilizaba.

Para sostener esta última afirmación voy a citar un ejemplo, una manera simple que Masotta tenía de dirigirse a un interlocutor, más allá de su gesto retórico. El ejemplo lo tomo de un fragmento de uno de sus “Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt”, cuando vacila, tropieza en cómo escribir sobre Arlt. En esa ocasión, dice:

 

Pienso entonces en telefonear a la redacción de Hoy en la cultura […] Pediré hablar con el secretario de redacción y le diré que me disculpe, que no he de escribir la nota, y que si yo me pusiera a escribir exactamente lo que pienso sobre Arlt, Hoy en la cultura no me publicaría. (p. 116)

 

En los tiempos de Masotta, Hoy en la cultura era una revista de cierta importancia en el medio cultural argentino. Pero más allá del gesto ampuloso, ¿no suena hoy un poco anacrónico pedir disculpas (digo pedir disculpas, no digo prosternarse como posición habitual del escritor de hoy ante un secretario de redacción de un medio masivo, prosternación que puede sostenerse aun en el gesto más escandaloso) al secretario de redacción de una revista de esa circulación? Es que eran otros los tiempos de Masotta y eso se puede percibir en la lectura de su libro. Un intelectual tenía otro compromiso. Insisto, más allá del método crítico que practicara para sostener ese compromiso.

Masotta tenía un estilo polémico cuya principal virtud consistía en que la polémica no quedaba reducida al chisme o al mero juego de acumulación de prestigios encadenados produciendo un efecto dominó donde al final de la cuenta se pierde la causa misma que originó la polémica. Por supuesto, no se trata de que no haya discusión sino de que la mera suma de opiniones tiene el efecto de neutralizar la causa de la polémica.

Como lector, extraño este u otros libros escritos en los tiempos de Masotta, donde primaba el interlocutor; aquí podemos decir también el discutidor.

En Masotta es notable no solo cómo se dirigía a un interlocutor sino hasta cómo “inventaba” un oponente para construir su audiencia y desplegar su argumentación. Sexo y traición... sigue este movimiento dialéctico. El libro se inaugura con la palabra “algunos”, es decir, aquellos a quienes el texto se dirige: “Algunos se muestran demasiado tímidos cuando se trata de levantar reproches contra Arlt”. Después la argumentación se desplaza a un “otros”:

 

Otros, más preocupados por el compromiso político del escritor y que saben que el juicio contra el filisteísmo literario hace mucho tiempo que ha sido fallado, están seguros de que se puede amarlo a pesar de lo que Arlt tenía en la cabeza. (p. 25)

 

A continuación, en el orden de la exposición, Masotta –lector de Gerault, era muy respetuoso de la relación entre el orden de los conceptos y el orden de las razones– elige como interlocutor a “los bondadosos espíritus de izquierda”, a quienes les sería duro aceptar las contradicciones en Arlt. Apenas unas pocas líneas más adelante, los espíritus toman cuerpo y hay un pasaje de estos dos plurales (“algunos” y “otros”) a un singular que se ejemplifica en “un crítico de izquierda”. Pero nuevamente la argumentación se desplaza y en sus tropismos el crítico de izquierda es reemplazado por “el hombre de izquierda”. Con lo cual, la polémica instala como objeto de discusión la lucha de clases; y a la vez, releva la posición ideológica que con respecto al tema toman los distintos interlocutores según pertenezcan a determinada clase social. Entonces, lo que se discute ya no es una cuestión que queda reducida a Roberto Arlt, al escritor o al campo de la cultura, sino que Masotta incrusta como discusión la explotación del hombre como problema en el seno de la sociedad.

En principio, defiende la obra de Arlt del crítico de izquierda:

 

Pero los propósitos sociales de Arlt que, al menos en sus novelas, carecían de nociones políticas valederas, testimonian el nacimiento de varios equívocos: la fusión de lo social y lo económico, el equívoco de lo político y lo económico, el equívoco entre partido de masa y partido de clase, esto es, el surgimiento del radicalismo, la confusión entre masa y partido. (p. 28)

 

Pero la argumentación progresa por una dialéctica tal que a lo afirmado en un primer tiempo, en un segundo tiempo se le opone un argumento contrario que pone en cuestión al primero. El resto de esta operación puede ser leído como una conclusión provisoria, quiero decir, como un intento que implica una ruptura con las lecturas que hasta ese momento se habían hecho de Roberto Arlt: “Esta obra será entonces política menos por lo que dice expresamente que por lo que revela”. Esta dialéctica de la argumentación en Masotta se rige por estos dos tiempos que van siempre juntos y donde el segundo resignifica retroactivamente al primero.

El primer tiempo al que acabo de hacer referencia se podría situar en esta frase de Masotta: “El reproche de nuestras conciencias ortodoxas y superpolitizadas a la necesidad de absoluto de los personajes de Arlt podría sintetizarse así: esteticismo, anarquismo, mala fe” (p. 32). Mientras que el segundo tiempo es introducido por una pregunta que subvierte el orden de la argumentación utilizando como referencia nada menos que el nombre de Marx:

 

Pero ¿quién sabe? Marx decía que, para él, los hombres no son más que el “producto” de las condiciones económicas bajo las que viven, pero agrega que bien entendido, el hombre sobrepasa “en mucho” esas condiciones. (p. 32)

 

Es Masotta quien agrega a Marx para subvertir el orden de la argumentación utilizando no solamente sus propios autores y referentes, sino también una referencia que resulta incuestionable para los interlocutores con los que él ha elegido discutir.

 

En este libro Masotta releva el pensamiento crítico de los textos escritos sobre Arlt. Lo hace con nombre y apellido. Los nombres de sus amigos (es el caso de David Viñas) y de sus “enemigos”. Es lo que sucede en su “Tercer intento” de escribir sobre Arlt y el tópico de la metafísica arltiana: “Metafísica a la que no aparecían ajenos David Viñas y los escritores de Contorno. Pero estos ya hace bastante tiempo que han descubierto (hemos comprendido) la realidad, esto es, la lucha de clases…” (pp. 118-119). Así, también aparecen Raúl Larra, Nira Etchenique o Juan José Sebreli.

Masotta le disputa Arlt a la crítica de derecha. Se lo disputa con palabras ante las cuales su escritura no retrocede. Palabras como “victoria”, “derrota” o “bandera”. En su topografía crítica sobre Arlt ya había mostrado cómo algunos rechazaban a Arlt porque ciertos “espíritus bondadosos de izquierda” no aceptaban sus contradicciones y la idea de bandera no cuaja con la de manchas; el hecho de que levantaran la figura de un Arlt impecable era solo una manera de ignorarlo. Pero si el libro comenzaba con una lectura crítica de la izquierda, su argumentación deja para el final no su crítica sino su diatriba contra la derecha, y en su “Segundo intento” escribe: “La derecha intelectual ignora en cambio a Arlt, y esto textualmente para el caso de Borges, o Victoria Ocampo, o Silvina Bullrich, de quienes se podría afirmar que jamás han sujetado un libro de Arlt entre los dedos” (p. 117). Pero en su “Tercer intento” –y aquí es interesante cómo cada nuevo intento va reescribiendo al otro–, pasa de la diatriba y retoma la argumentación:

 

No es cierto que la derecha haya ignorado a Arlt: Murena, Solero, Ghiano han escrito sobre él. Lo que se descubre entonces en Arlt es el país… Un espíritu profundo, un logos demoníaco, frustrado y trágico, impregnado de colores y de las luces de la ciudad, más o menos americano, bastante telúrico. (p. 118)

 

Es decir, lo que el mismo Borges criticaba: el color local; a lo que se agrega la pertenencia a una determinada clase social que sostiene una interpretación inefable (sagrada) de la metafísica donde el logos es encarnado por la figura de un ángel del mal pero ángel al fin; lo que Ramón Alcalde va a llamar el misticismo telúrico de Murena.

En tiempos de Masotta, su lectura singular de Arlt está dispuesta en tres registros que se conectan entre sí. El primero, su pasaje de la novela al teatro; el segundo, la sociedad invertida; el tercero, un aprendizaje del mal.

LA ESCENA CONGELADA

El hombre de Arlt permanece congelado en su clase producto de la sobredeterminación que implica esa misma pertenencia. No hay que esperar a Sartre ni a Genet, basta leer a Proust para encontrarse con que el cambio de clase es algo mal visto. Esa es la condena que padece Swann.

Para Masotta la novelística de Arlt se rige por una temporalidad detenida en tanto se trata de una dialéctica cerrada donde la historia ha sido abolida y por la falta de toma de conciencia social cada historia aspira a lo individual. Hay en Arlt una necesidad imperiosa de transformar al lector en espectador. En su obra, Erdosain es sustituido por el mantequero loco de Saverio el Cruel, quien tiene como oficio nada menos que el de actor. Los personajes de Arlt son una “colección de personajes estáticos, de naturalezas muertas, de seres condenados a ser lo que son”.

Es decir: una tautología de sí mismos.

Según la lectura de Masotta, hay en Arlt una ruptura del tiempo novelístico, un predominio de la escena en tanto las situaciones

 

no son momentos del tiempo atravesados por la vida del personaje en los cuales el personaje se transforma y cambia su vida, sino escenas, situaciones bloqueadas donde el personaje permanece idéntico a sí mismo y donde sólo cambia el decorado y el “coro” que lo rodea. (p. 37)

 

Creo que esta idea de Masotta también se puede registrar en El desierto entra a la ciudad, donde el desierto es un decorado. Para Masotta el lector queda entonces obligado visualmente “a contemplar esa vida terminada de un personaje que no cambia”, y es por eso que Arlt tuvo “la necesidad de trasladar esas naturalezas muertas a un medio –la escena teatral– que les fuera más adecuado”.

El personaje de Arlt nació como humillado y se muere como humillado, salvo la posibilidad de un salto al vacío, un crimen, un suicidio. Para Masotta los locos de Arlt son escolásticos: “cada personaje cumplirá más adecuadamente con su esencia cuanto sea más perfectamente lo que es” (p. 39).

No hay dialéctica que haga progresar la historia, hay una dialéctica cerrada, por eso utiliza la metáfora de los círculos de silencio donde los dos planos confluyen. Los personajes de Arlt viven encerrados en esa zona de angustia donde reina el silencio. Porque no hay diálogo con los otros personajes ni siquiera cuando planean la conspiración, creo que como locos que son, cada uno de ellos monologa.

LA SOCIEDAD INVERTIDA

La frase de Rimbaud que Masotta elige: “Rápido, un crimen que me caigo al vacío” es ejemplar para situar el vacío que se le hace al hombre de Arlt y su necesidad de actuar. El hombre humillado y envuelto por el tedio, el hombre de clase media de los años entre 1920 y 1940. El crimen es ese acto necesario, porque no olvidemos que durante todo el relato se nos había mostrado en Erdosain a “un hombre en busca de un acto, de una acción de un cierto tipo” (p. 38). El crimen de Erdosain o la delación de Astier son esos actos, esos saltos que le permitirán sortear ese vacío. En cambio, otra frase de Rimbaud, “Yo es otro”, no le es pertinente al hombre de Roberto Arlt: la posibilidad de convertirse en otro sólo será un tema de sus sueños.

El hombre de Arlt pertenece a la comunidad de humillados. Pero el lazo entre esa comunidad de humillados es el odio. No se trata de colocar una bomba a los que detentan el poder sino del acto gratuito de incendiar a un pordiosero; es decir, a otro humillado. Y esa comunidad silenciosa, esa lógica de clase que solo produce delatores es para Arlt, en términos de Masotta, producto de la clase media. Casi de forma caricaturesca y para dar cuenta de sus conductas y de la subjetividad de esa clase, Arlt, dice Masotta, “ha tenido que entregarse a las más sorprendentes maniobras expresivas y construir esa rara poética donde se mezcla el folletín, la novela metafísica, la noticia policial y la burla” (p. 54). Todos esos procedimientos dan como resultado retratar –figura del estatismo– las “costumbres reales, literales, se podría decir, de la clase que lo obsesiona”.

Para Arlt, según Masotta, cuando el escritor incursiona en los bajos fondos que incluyen prostitutas, rufianes, malhechores, es para meterse en la piel de su clase, la clase media que repudia justamente ese mundo. Pero más allá del efecto caricaturesco, la descripción quiere captar el ritmo, el movimiento íntimo de los temores de esa clase.

En esta zona es que Arlt va a fundar su utopía invertida, su utopía del mal. Lo que podemos llamar los fundamentos de la sociedad secreta y que Masotta llama contra-sociedad, que no “existe fuera de la sociedad y ocupa un lugar dentro de ella” (p. 51).

Esa comunidad silenciosa va tomando la palabra bajo distintos nombres: culpables, silenciosos. La comunidad imposible constituye “la imagen invertida de la sociedad”. Aquí se juega cierta lógica transitiva que gira sobre cierto eje del bien y del mal. Lo cual hace que Masotta comience a situar el salto de clase apoyándose en la ética arltiana:

 

Y así como en la sociedad la ética del bien aparece teñida de religiosidad, en la contra-sociedad de Arlt lo que aparece teñido de una fría y dura racionalidad, de una racionalidad geométrica –como diría Arlt– es esta ética negra del mal. (p. 51)

 

El análisis de Masotta entonces quiere dar cuenta de ese salto y de ese pasaje por el cual alguien se expulsa porque desde la sociedad algo lo expulsa fuera de su clase de origen.

 

La clase media es casi ciega con respecto a lo que ella vale y cuando se toma conciencia de ese valor, ya no se quiere permanecer en ella. Las individualidades, entonces, no tienen más remedio que autoempujarse hacia el sector de los humillados y adoptar el mal. (p. 55)

 

Este hombre de clase media, al encontrar una salida individual y al tomar conciencia de los valores de su clase –entiéndase no conciencia política–, se desliza hacia esa zona límite del mal. Es interesante para estudiar esa clase media descripta por Arlt y analizada por Masotta: como para ella no hay movilidad económica, hay un obstáculo para alcanzar los valores de otra clase que como ideal esté por encima de ella. Se elevan de su clase pero por el mal y entonces no son ni siquiera lumpemproletariado sino emanaciones, fantasmas que a “fuerza de querer hundirse en lo real no consiguen más que trepar hacia el espíritu”. Sería más justo decir que son caricaturas de fantasmas.

EL APRENDIZAJE DEL MAL

En Masotta, el mal tiene el mismo color que el de la bilis negra. Es por eso que hablando de la ética de Arlt la llamara la ética negra del mal. Esa semilla negra que germina… la repugnancia que se “convertirá en una verdadera pulsión, en una flor negra que generándose a sí misma se desembaraza de todo lo que no sea ella misma” (p. 68). La flor negra, el suceso surgiendo de la nada y que a Erdosain lo conduce al crimen. Es por eso que en el mal la libertad es libertad de un instante ligada a un acto gratuito.

A partir de enunciar que la condición del bien es el mal, Masotta encuentra un hallazgo: los malos también sufren. El “lector reaprende mientras lee este lugar común: ‘el sufrimiento’ cotidiano de los que viven en el mal es el testimonio de la bondad de los malos…” (p. 67). Pero los malos fracasan en sus actos individuales. Es como si “el autor realizara a través de la marcha del relato un verdadero aprendizaje del mal” (p. 62).

A partir de esta condición del bien, “todo acto cuyo supuesto es la solidaridad, participa del bien, y el mal en cambio debe ser más solitario” (p. 64). Masotta ya había nombrado esa soledad como islote del mal, pero desde esta perspectiva ¿es lógico entonces que la delación rompa aun la comunidad del mal? Pero el mal es un camino que conduce al fracaso. Como dice Masotta: los apestados de Arlt, y esa palabra ya los nombra como ectópicos y segregados.

Me pregunto: ¿por qué reconstruir el estado de lengua de los conceptos que disponía Masotta? Tal vez porque a un lector de estos tiempos los términos que Masotta utiliza para su crítica le pueden parecer anacrónicos. Pero vuelvo a insistir, el compromiso de una política excede cualquier época. ¿Y qué quiere decir comprometerse en el campo en que un intelectual se decide a intervenir?

En una frase de Roberto Arlt, yo mismo encuentro la respuesta que, para mí, define la posición de un intelectual respecto de su tiempo. Es en la ocasión en que Masotta presenta su propio libro después de dar muchas razones de por qué escribió Sexo y traición..., cuando habla de una certeza que lo acompaña hace más de quince años: “que efectivamente tengo algo que decir”.

 

Es posible que estas flores negras metaforicen la mancha de la que habla Masotta al comienzo de su libro: “la idea de bandera no cuaja con la de manchas. Arlt será impecable o no será Arlt; es un modo de ignorarlo” (p. 25).

Es posible que Sexo y traición... esté dominado por cierto prestigio otorgado a las conciencias debido a un sartrismo exagerado. También es posible que exagere cuando en Roberto Arlt, yo mismo declara que en cuanto al estilo de la prosa es una imitación fallida del estilo de Merleau-Ponty. Pero hay otra frase del mismo texto en que Masotta dice que cualquiera podría haberlo escrito: “en fin, mi libro sobre Arlt ya estaba escrito. Y en un sentido yo no fui esencial a su escritura: cualquiera que hubiera leído a Sartre podría haber escrito ese libro”.

Masotta, que siempre sintió una preferencia por las “imbéciles moscas”, se equivoca cuando afirma que cualquiera podría haber escrito este libro, ya que cuando escribe: “En el corazón del bien, como una mosca verde en el seno de la leche pura, vive el mal”, no advierte que esa mosca verde es lo que llamamos estilo. Es por esa razón que este libro no había sido escrito.

En tiempos de Masotta, y por cómo está escrito, Sexo y traición... no corre el riesgo de transformarse en lo que hoy, salvo bienvenidas excepciones, se ha transformado ese género. Ramón Alcalde, en su ensayo sobre Murena, escribe: “El ensayo es entre nosotros un perfecto equivalente de los quodlibetalia medievales: terminadas las disputas sistemáticas, a modo de entremés, los magistri discutían de quolibet, ‘de lo que viniera’”.

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