Conocimiento sagrado - William Richards - E-Book

Conocimiento sagrado E-Book

William Richards

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Beschreibung

Conocimiento sagrado es el primer texto bien documentado y sofisticado sobre el efecto de los psicodélicos en los procesos biológicos, la conciencia humana y las experiencias religiosas. Basado en casi tres décadas de investigación con voluntarios, William Richards argumenta que, si se utilizan de manera responsable y legal, los psicodélicos tienen el potencial de aliviar el sufrimiento y afectar constructivamente la calidad de la vida humana. El análisis de Richards contribuye a los debates sociales y políticos sobre la integración responsable de sustancias psicodélicos en la sociedad moderna. Su libro será de máxima utilidad para los lectores que, ya sea de manera espontánea o con la facilitación de psicodélicos, han experimentado estados de consciencia significativos, inspiradores o incluso perturbadores, y buscan claridad sobre sus experiencias. Sus hallazgos enriquecen la investigación humanística y científica, ampliando el trabajo en filosofía, antropología, teología y estudios religiosos, y aportando profundidad a la investigación en salud mental, psicoterapia y psicofarmacología.

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William A. Richards

Conocimiento sagrado

Psicodélicos y experiencia religiosa

Traducción del inglés de David González Raga

Título original: SACRED KNOWLEDGE. Psychedelics and Religious Experiences

© WILLIAM A. RICHARDS, 2016, 2023

2024 Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117‑121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

© de la traducción del inglés al castellano: David González Raga

Revisión: Amelia Padilla

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Imagen cubierta: Sander Mathlener

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Mayo 2024

Primera edición en digital: Mayo 2024

ISBN papel: 978-84-1121-239-7

ISBN epub: 978-84-1121-281-6

ISBN kindle: 978-84-1121-282-3

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

A mis hijos, Daniel y Brian

Debes saber que las experiencias reveladoras son universalmente humanas. Las religiones se basan en la revelación, un tipo concreto de experiencia a la que, independientemente del lugar en el que viva, puede acceder cualquiera y que siempre posee poderes salvíficos. Es imposible separar revelación de salvación. Dios nunca deja de dar testimonio de sí.

PAUL TILLICH (1886-1965),The Future of Religions

El hombre siempre es más que lo que sabe de sí.

KARL JASPERS (1883-1969),The Perennial Scope of Philosophy

La vida humana religiosamente concebida apunta a convertir en luz duradera los destellos de la iluminación.

HUSTON SMITH (n. 1919),Cleansing the Doors of Perception

Sumario

Prólogo de G. William BarnardPrefacio: El descubrimiento de la trascendenciaAgradecimientosIntroducciónNota al lectorParte I. La preparación del escenario1. Muerte y renacimiento de la investigación psicodélica2. Orientación, definiciones y límites del lenguaje3. Revelación y dudaParte II. Formas místicas y visionarias de conciencia4. El conocimiento intuitivo5. Aproximaciones a la conciencia unitiva6. Nuevas perspectivas sobre el tiempo y el espacio7. Visiones y arquetiposParte III. Dinámicas personales e interpersonales8. Lo interpersonal y lo místico9. Experiencias de falta de sentido, desesperación y malestar somático10. Conversión religiosa y experiencias psicodinámicas11. Disciplina e integración12. Reflexiones sobre la muerteParte IV. Aplicaciones presentes y futuras de los enteógenos13. Las fronteras psicodélicas de la medicina14. Las fronteras psicodélicas de la educación15. Las fronteras psicodélicas de la religión16. Cómo maximizar la seguridad y el beneficioParte V. Sigamos avanzando17. El miedo a despertar18. Adentrándonos en un nuevo paradigma19. Un movimiento hacia el futuroEpílogoBibliografía selectaLista de reproducción de la música empleada durante la investigación de los efectos de la psilocibina realizada en la Johns Hopkins (versión de 2008)

Prólogo

G. William Barnard

El libro que el lector tiene entre sus manos es un auténtico tesoro.

Pero, antes de describir lo que el lector puede esperar de este libro, me gustaría decir algunas palabras sobre su autor, Bill Richards, una figura capital dentro de la tradición de investigadores y terapeutas psicodélicos.

Recuerdo perfectamente la ocasión en que nos conocimos, cuando, de camino al sur de Texas, tuvo la deferencia de pasar por Dallas a visitarme. El día en que fui a recogerle al aeropuerto internacional Fort Worth de Dallas sabía algunas cosas sobre él, pero, como ignoraba cuál era su aspecto, no dejaba de preguntarme cómo lo reconocería mientras observaba la entrada en el área de recogida de equipajes de los pasajeros del vuelo que acababa de aterrizar.

Lo cierto es que esa preocupación se reveló superflua porque, apenas apareció, lo reconocí de inmediato. «¡Seguro que es él!», me dije apenas vi a ese hombre alto con gafas y el pelo canoso que estaba de pie, con una enorme sonrisa de elfo en el rostro y un destello (casi literal) en los ojos que transmitía la extraña impresión de ser el único, en esa abigarrada y ruidosa parte del aeropuerto, que estaba disfrutando de cada momento.

De inmediato supe que íbamos a congeniar y lo cierto es que no me equivoqué.

El doctor Richards es un raro ejemplo de intelectual erudito y riguroso que, no obstante, parece estar profundamente iluminado. Es una persona que no se limita a hablar de conocimiento sagrado, psicodelia y experiencias religiosas, sino que, siguiendo sus propios consejos, se las ha arreglado para convertirse, si se me permite la osadía, en un sabio, en un auténtico místico sin dejar, por ello, de ser una persona ingeniosa, cordial y con los pies en la tierra.

Estoy seguro de que, apenas empiece a leer Conocimiento sagrado, el lector no tardará en darse cuenta de que el doctor Richards es alguien que ha dedicado mucho tiempo a reflexionar sobre cuestiones tanto complejas como profundas y que tiene que decir algo que considera profundamente valioso. Este libro no solo es oportuno y necesario, sino que también explica, con una sencillez que no parece exigirle el menor esfuerzo, muchas de las sutiles implicaciones metafísicas de los psicodélicos, y tampoco se limita a hablar del gran potencial terapéutico de estas sustancias, sino que tiene también en cuenta su extraordinario poder espiritual. Y aunque estos no sean temas fáciles de abordar, su prosa lúcida, su humor amable y sencillo y su voz tan característica (tan humilde como erudita y tan sincera como directa) le permiten hablar de cuestiones complejas con palabras muy sencillas.

Como persona que lleva mucho tiempo en el movimiento psicodélico, el doctor Richards no tiene grandes dificultades en transmitir a los lectores su experiencia, profundamente práctica, de décadas de investigación sobre el efecto de las sustancias psicodélicas. Él ya estaba ahí a comienzos de la década de 1960, una época en la que, junto a numerosos amigos y colegas, empezó a investigar (con una esperanza y optimismo extraordinarios) los beneficios psicológicos y espirituales de los psicodélicos. El doctor Richards era amigo íntimo de Walter Pahnke, el investigador que dirigió el famoso «experimento del Viernes Santo», que tuvo lugar el 20 de abril de 1962 en la Capilla Marsh de la Universidad de Boston, cuando veinte estudiantes de la Facultad de Teología Andover-Newton participaron en un estudio de doble ciego destinado a investigar el poder de la psilocibina para inducir de un modo fiable experiencias místicas. También estaba ahí cuando, en 1977, tuvo la «dudosa distinción» (la expresión es suya) de ser el último investigador y clínico en administrar psilocibina a un paciente en el Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland, la única institución de los Estados Unidos que, por aquel entonces, contaba aún con permiso para investigar con sustancias psicodélicas. Y cuando, en 1999, el péndulo volvió a oscilar de nuevo hacia una actitud más sana y ponderada respecto a las sustancias psicodélicas, el doctor Richards se hallaba también en la vanguardia de la reanudación de la investigación responsable y cuidadosa de los psicodélicos que, comenzando en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, fue difundiéndose, con el tiempo, a otros centros de estudio ubicados en Norteamérica y Europa en un movimiento cuya expansión prosigue hasta nuestros días.

Esa enorme riqueza de experiencia le permite alternar (con suma habilidad, todo hay que decirlo), a lo largo de este libro, entre la exposición de los principales resultados de décadas de investigación científica realizada sobre los psicodélicos y el estudio cuidadoso y sutil de un amplio abanico de profundas cuestiones religiosas y metafísicas. Debo admitir que me parece muy refrescante escuchar la pasión y claridad con la que el doctor Richards habla, desde el corazón, en un entorno intelectual que suele valorar el distanciamiento, el escepticismo y la ironía, de cuestiones que muchos (por no decir la mayoría) de los académicos eluden, como la curación, la búsqueda de sentido y el despertar espiritual.

Y el doctor Richards aborda estos importantes temas desde tres perspectivas diferentes. En primer lugar, como persona que ha dedicado más de veinticinco años de trabajo clínico al estudio y la experimentación legal y abierta de los efectos terapéuticos de una variedad de psicodélicos y es capaz, en consecuencia, de incluir muchos relatos apasionantes en primera persona de las experiencias de sus pacientes con estas sustancias y del efecto transformador que han tenido en sus vidas. En segundo lugar, el doctor Richards escribe desde la perspectiva de una persona que ha dedicado décadas al estudio de la literatura religiosa y filosófica centrada en el estudio del misticismo y otros estados «no ordinarios» de conciencia y de su vivo compromiso con ellos. Y, en tercero y último lugar, el doctor Richards nos proporciona unos cuantos relatos, tan cuidadosamente elegidos como claramente descritos, de sus propias experiencias con psicodélicos. De un modo directo y despojado tanto de todo atisbo de ironía como de ingenuidad, no tiene el menor empacho en atreverse a hacer la audaz y sorprendente afirmación (al menos para mucha gente) de que, administradas en el contexto adecuado y con una determinada actitud o intención, las sustancias psicodélicas pueden provocar –y provocan– auténticas experiencias místicas y visionarias.

Esta me parece una afirmación muy valiente y que deberíamos tomarnos muy en serio. Estoy plenamente convencido de que, en cuanto persona que ha dedicado toda su carrera profesional al estudio riguroso de las implicaciones psicológicas y filosóficas de las experiencias místicas y otras experiencias «no ordinarias», y como persona que ha dedicado muchos años al estudio de la tradición del Santo Daime (una religión centrada en la ingesta sacramental de la sustancia psicodélica llamada ayahuasca), las experiencias psicodélicas potentes están lejos de ser meras disfunciones alucinatorias provocadas por alguna patología de nuestros circuitos cerebrales. En mi opinión, por el contrario, estas experiencias no son el resultado de encuentros genuinos con estratos habitualmente ocultos de nuestra psique, sino que también revelan la posibilidad de acceder a niveles de la realidad que bien merecen ser calificados como «sagrados». Y, como estudioso del misticismo, lo que más me sorprende de este texto es que, después de haberse zambullido profundamente en la literatura que rodea a este tema (tan arcano como importante), el doctor Richards demuestra, de un modo exhaustivo y convincente, la extraordinaria correspondencia existente entre las cualidades clave de los estados místicos clásicos de conciencia y los estados de conciencia que afloran cuando el voluntario de alguno de sus estudios de investigación recibe una dosis potente de psilocibina. (E igualmente impresionantes –si no más– son los relatos de los transformadores efectos provocados por esas experiencias en la vida cotidiana de las personas que participaron en esos estudios).

Espero, hablando de nuevo a título personal, que este libro ayude a disipar las décadas de desinformación y distorsión (cuando no de propagación de auténticas mentiras) que han caracterizado la violencia y agresividad con las que nuestra nación se ha enfrentado, desde hace décadas, a los psicodélicos. Este libro, en fin, incluye palabras de moderación, claridad y cordura sobre un tema tan maltratado por la prensa sensacionalista. Como este texto subraya claramente, en modo alguno debemos confundir a los psicodélicos con drogas altamente adictivas y frecuentemente tóxicas como la heroína, la cocaína, las metanfetaminas (y por supuesto también –digámoslo sin ambages– el alcohol y la nicotina). A diferencia de estas drogas, a menudo profundamente destructivas, las sustancias en las que el doctor Richards centra su atención en este texto (como, por ejemplo, el LSD, la mescalina, la psilocibina y la DMT) no son adictivas ni tóxicas. Además, como evidencia de manera clara este texto, tomadas o administradas de un modo responsable y dentro de un contexto adecuadamente psicoterapéutico o religioso, estas sustancias poseen un extraordinario poder terapéutico y espiritual.

No obstante, hay que decir que el doctor Richards no considera los psicodélicos como una panacea. Es plenamente consciente de los peligros que entraña el uso irresponsable y hedonista de estas potentes sustancias. Pero también es consciente de los miles de cuidadosos estudios que se llevaron a cabo durante más de una década de intensa investigación científica y clínica, desde finales de los años 50, hasta los 60 y comienzos de los 70, que demostraron, de un modo reiterado y coherente, el extraordinario potencial psicoterapéutico y médico de estas sustancias (y en los que su uso para el tratamiento del alcoholismo resultaba muy prometedor). La rica experiencia clínica del doctor Richards le ha llevado a reconocer también los extraordinarios beneficios que pueden acompañar al empleo cuidadosamente supervisado de estas sustancias. La descripción que hace este libro de los avances psicoterapéuticos y espirituales de sus sujetos de investigación y pacientes clínicos quizás sea uno de sus aspectos más destacados.

El doctor Richards dedica, en este libro, una gran atención a las implicaciones de algunos de los hallazgos más cruciales y sorprendentes de esta investigación. Si, como parece ser el caso, las experiencias catalizadas por estas sustancias son indistinguibles de los relatos místicos que impregnan la literatura religiosa de las grandes tradiciones religiosas, los científicos y estudiosos cuentan con una oportunidad única y preciosa. Dicho de otro modo, el uso correcto de las sustancias psicodélicas –es decir, administrando la dosis adecuada a voluntarios cuidadosamente preparados, con objetivos que merecen la pena y en un entorno cómodo y edificante– puede provocar de un modo reproducible y bastante fiable experiencias místicas con frecuencia efímeras e impredecibles. Es imposible subestimar la importancia de esta oportunidad de estudiar el misticismo, porque esos estados exaltados de conciencia, antes tan raros y difíciles de estudiar, resultan así accesibles de un modo bastante fiable y pueden ser investigados cuidadosa y respetuosamente por académicos, científicos, clínicos y profesionales religiosos en un entorno seguro y responsable.

El doctor Richards tampoco elude las implicaciones que tiene esta investigación para cuestiones fundamentales relativas a la naturaleza del yo e incluso a la naturaleza de la realidad. Estos son temas que el autor aborda con una prosa serena y lúcida de un modo sutil y sistemático. Página a página despliega su visión de las extraordinarias profundidades de la psique y de la maravillosa belleza subyacente de ese mundo. Y no se trata, en este caso, de una mera especulación metafísica despojada de todo fundamento, sino que se apoya en el relato convincente y detallado de las experiencias y comprensiones de sus pacientes y voluntarios de investigación (así como en las narraciones de sus propias experiencias escritas con lucidez que tan generosamente nos ofrece).

Este texto proporciona también consejos serenos y sobrios sobre el modo de afrontar el malestar psicosomático que, en ocasiones, acompaña a la ingesta de sustancias psicodélicas: cómo maximizar (cuando se toman estas sustancias) la posibilidad de acceder a una experiencia mística psicológica y espiritualmente transformadora; de qué manera integrar estas profundas experiencias en la vida cotidiana; cómo pueden, estas sustancias, dar sentido tanto a la vida cotidiana como a la experiencia del morir; cómo pueden ayudar los psicodélicos a sobrellevar el dolor asociado a la muerte de un ser querido y el extraordinario potencial, por último, de estas sustancias para tratar tanto las adicciones graves como la depresión clínica. (El reciente estudio llevado a cabo en la Universidad Johns Hopkins que descubrió una tasa de abstinencia del 80% en la adicción a la nicotina después de tres simples sesiones que combinaban la administración de psilocibina con una terapia de corte cognitivo-conductual resulta, al menos para mí, especialmente interesante). El incurable optimismo del doctor Richards le lleva incluso a ofrecernos varias e interesantes reflexiones sobre el poder de estas sustancias para aumentar la creatividad en los campos del arte, las ciencias y hasta la vida religiosa.

Estoy seguro de que las extraordinarias implicaciones terapéuticas y místicas de los psicodélicos que presentamos en este libro serán muy reveladoras y enriquecedoras para cualquier lector interesado.

¡Que lo disfruten!

Prefacio

El descubrimiento de la trascendencia

Mi primer encuentro con la conciencia mística tuvo lugar a los veintitrés años siendo estudiante de postgrado de Teología y Psiquiatría. Estudiaba en la Universidad de Gotinga (Alemania), habitualmente conocida como la Georg-August Universität, y me había ofrecido voluntario para participar en un proyecto de investigación con una droga llamada psilocibina de la que nunca antes había oído hablar. Sintetizada y distribuida a investigadores psiquiátricos y médicos por la farmacéutica suiza Sandoz, esa nueva droga era el principal ingrediente psicoactivo del género de setas psilocybe que los pueblos indígenas consideraban «mágicas» o «sagradas» y llevaban utilizando en sus prácticas religiosas desde hace, al menos, 3000 años y, quizá, incluso desde el quinto milenio antes de Cristo. Ese 4 de diciembre de 1963, sin embargo, nos hallábamos aún en plena edad oscura de la investigación psicodélica y las investigaciones psicofarmacológicas solían emplear drogas como la psilocibina sin preparación ni orientación alguna.

En aquel tiempo se esperaba que los estados de conciencia radicalmente diferentes –a veces desorganizados o psicóticos, aunque, por fortuna, provisionales– que acompañaban a la ingesta de esas sustancias contribuyesen a aumentar nuestra comprensión de la esquizofrenia y estados mentales similares. Hanscarl Leuner, el profesor de psiquiatría que dirigía las investigaciones en la Nervenklinik de Gotinga, acababa de publicar una monografía científica de sus observaciones al respecto titulada Die experimentelle Psychose (Las psicosis experimentales). El acceso a las drogas psicodélicas estaba abierto, en aquel tiempo, a su envío por correo a investigadores cualificados de Europa y los Estados Unidos. La psilocibina se comercializaba bajo el nombre de Indocybin y la distribución de LSD, conocida como Delysid, estaba restringida, como se afirmaba en un panfleto de Sandoz de 1964, «a psiquiatras para su empleo en hospitales y clínicas psiquiátricas».

Yo no solo no sabía nada sobre la psilocibina, el LSD o la mescalina, sino que ni siquiera había oído hablar del término «psicodélico» acuñado siete años antes por el psiquiatra británico Humphrey Osmond en una carta a Aldous Huxley. Sin embargo, dos de mis nuevos amigos me contaron que se habían presentado voluntarios para un interesante proyecto de investigación que implicaba la administración de una droga experimental en una clínica psiquiátrica próxima. No era fácil recordar su nombre, pero tenía fama de proporcionar comprensiones relativas a la primera infancia. Un amigo había tenido la experiencia de estar sentado en el regazo de su padre y, como este había muerto durante la Segunda Guerra Mundial, la experiencia le resultó muy tranquilizadora y significativa. Otro había tenido visiones de soldados nazis de las SS desfilando por las calles que él calificó como «alucinaciones». Yo estaba intrigado y, como tenía curiosidad por los procesos psicodinámicos de mi primera infancia y nunca había experimentado una «verdadera alucinación», decidí acercarme a la clínica e interesarme por la posibilidad de participar como sujeto en ese proyecto de investigación. En aquel tiempo consideraba mi mente como una especie de laboratorio psicológico, me tomaba muy en serio a mí mismo y a veces me quedaba sin desayunar para tomar nota de mis sueños a primera hora de la mañana, una disciplina a la que consideraba, de manera un tanto pomposa, como «recuperar mis datos fenomenológicos» (entonces me gustaban ese tipo de expresiones grandilocuentes, aunque, a posteriori, admito que un buen desayuno me habría sentado mucho mejor).

No tardé en enterarme de que mi solicitud había sido aceptada y me sometí a un somero reconocimiento médico durante el cual recuerdo que me preguntaron si me emborrachaba con frecuencia (cosa que, por cierto, no hacía). Superado ese trámite me llevaron a una habitación oscura y anodina ubicada en el sótano, amueblada con una cama plegable, una mesa auxiliar y una silla. Ahí conocí a Gerhard Baer, un amable residente de psiquiatría de más o menos mi edad que llevaba una elegante bata blanca y un fonendoscopio colgado del cuello y que, después de una breve charla, me administró una inyección de un derivado líquido de la psilocibina. Aunque estuvo observándome de vez en cuando durante las tres o cuatro horas siguientes, pasé básicamente todo ese tiempo solo. Entonces fue cuando, apelando a la piedad de mi infancia metodista, deposité mi confianza en que, en el caso de que aflorase algún recuerdo difícil de mi infancia, Dios estaría conmigo.

Para mi asombro, no tardé en advertir la emergencia, en mi campo visual, de una hermosa red multidimensional de complejas pautas geométricas semejantes a neones que captaban cada vez más mi atención. Podía ver ese despliegue con los ojos abiertos, pero me di cuenta de que, si los cerraba, todo era más vívido y más nítido. Entonces me di cuenta de que esas pautas ondulantes estaban vivas y empecé a sentir como si, de algún modo, pudiera sumergirme en la energía que fluía en su interior. Pronto me sentí envuelto por imágenes increíblemente detalladas que solo podría describir como arabescos de la arquitectura y la caligrafía islámicas de las que no sabía absolutamente nada. Entonces (y perdónenme la licencia poética) me pareció perder mi identidad habitual y fundirme en esas pautas multidimensionales que expresaban el resplandor eterno de la conciencia mística. Súbitamente advertí que esa conciencia trascendía el tiempo, un punto desde el que podía contemplar la historia. Mi conciencia se vio entonces inundada de un amor, una belleza y una paz que trascendían con mucho no solo lo que hasta entonces había experimentado, sino también lo que había imaginado, una experiencia que solo podía describir empleando palabras como «maravilla», «gloria» y «gratitud».

Durante unos instantes, el ruido de los basureros vaciando los cubos de basura metálicos de la clínica en el callejón que había frente a la estrecha ventana de la habitación y el lejano tañido de las campanas del templo me trajeron de nuevo a tierra. Luego hubo un momento en el que Gerhard entró en la habitación y me pidió que me sentara en el borde del catre y cruzase las piernas para comprobar el estado de mi reflejo rotuliano. Recuerdo haber accedido a su solicitud y haberme sentado en silencio con los brazos extendidos y las manos abiertas. Luego Gerhard golpeó atentamente con su martillito mi tendón patelar y anotó su resultado mientras yo sentía lo que más tarde denominé «compasión por la infancia de la ciencia». Era consciente de que los investigadores no parecían tener la menor idea de la indescriptible belleza y extraordinaria importancia de lo que yo estaba experimentando.

Cuando volví a quedarme solo y me sumergí de nuevo en el asombro, mi ego o mi personalidad cotidiana se restablecieron lo suficiente como para temer la posibilidad de olvidar la convincente realidad de este majestuoso estado de conciencia. Con cuidado volví a comprobar que mi cuerpo podía moverse. Luego extendí el brazo derecho para coger una hoja de papel azul que había sobre la mesita, tomar un lápiz y escribir: «Realität ist. Es ist vielleicht nicht wichtig was man darüber denkt!» (¡La realidad es! ¡Sin importar quizá lo que uno piense de ella!) y subrayé tres veces el primer «ist».

Después de recobrar la conciencia unas cuatro horas después del momento de la inyección y de tratar en vano de describirle a Gerhard algo de mi experiencia, volví caminando lenta y pensativamente a mi dormitorio en la Uhlhorn Studienkonvikt [la residencia de estudiantes], a poca distancia de la clínica. Una vez allí subí a la cuarta planta, di las gracias por la privacidad, abrí la puerta de mi habitación, entré, la cerré suavemente y me postré, desbordado por el agradecimiento y la reverencia, en los anchos tablones de madera áspera y encerada, como un monje ante un altar. Consciente de que, si alguien me hubiera visto, podría considerar mi conducta como algo extraño y hasta como una auténtica locura, di las gracias por la privacidad, aunque intuitivamente sabía que todo estaba bien y que no quería que amigos bienintencionados se preocupasen por mí.

Días más tarde, asombrado aún por la conmoción que había sacudido mi vida, vi aquel trocito de papel azul y, después de leerlo, me pregunté: «¿Pero qué diablos significará esto?». «¡Quién podría negar que "la realidad es"! ¡Eso lo sabe cualquier idiota!». Era como si hubiese escrito «el agua es húmeda» y, por alguna razón que se me escapaba, hubiese pensado que se trataba de una idea muy profunda. Por primera vez cobré entonces conciencia de las limitaciones del lenguaje para tratar de expresar las dimensiones místicas de la conciencia. Pretendía captar el ser primordial y eterno, lo que el teólogo cristiano Paul Tillich llamaba «el Fundamento del Ser» o lo que los budistas denominan «la Tierra Pura», algo profunda e intensamente real que se halla por detrás del mundo fenoménico y temporal que la mayoría experimentamos en la vida cotidiana. Las palabras garabateadas en aquel trozo de papel azul no eran más que un desabrido recordatorio de mi primera incursión profunda en las dimensiones trascendentales de la conciencia.

Por eso, por más que trate de comunicar del modo más completo y exacto que lo permitan mis habilidades literarias, estoy convencido de que habrá ocasiones en las que mis palabras pondrán a prueba la paciencia y la licencia poética del lector. Les aseguro que, mientras exploramos los límites de una frontera tan importante como fascinante, procuraré ofrecerles lo mejor de mí, aunque una voz procedente de mi interior preferiría limitarse a tocar simplemente el piano: quizás los nocturnos de Chopin con sus muchos sutiles matices de expresión emocional o la profundamente poderosa, alegre y juguetona Fantasía y fuga en sol menor de Johann Sebastian Bach.

Agradecimientos

Quiero expresar mi mayor agradecimiento a los principales mentores de mi vida profesional: Huston Smith, Walter Houston Clark, Hanscarl Leuner y Abraham Maslow, además de Paul Tillich y Karl Jaspers, a los que nunca tuve el honor de conocer personalmente.

Muchos colegas me han proporcionado su apoyo a lo largo de los años, compartiendo sus visiones y dedicación a alentar el uso responsable de las sustancias psicodélicas. Doy las gracias especialmente a Charles Savage, Walter Pahnke, Stanislav Grof, Helen Bonny, Richard Yensen y John Rhead, por los días de investigación en el Spring Grove Hospital y el Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland, y a mis colegas actuales, Roland Griffiths, Mary Cosimano, Matthew Johnson, Margaret Kleindinst, Albert García-Romeu, Frederick Barrett, Theresa Carbonaro y Annie Umbricht del equipo de investigación de los estados de conciencia de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. Robert Jesse, coordinador del Council of Spiritual Practices, merece un reconocimiento especial por sus numerosas contribuciones, hábilmente orquestadas, destinadas al renacimiento de la investigación científica de estas sustancias sagradas.

A nivel personal, agradezco el apoyo constante de mi principal compañera en esta fase de mi vida, la artista Edna Kurtz Emmet, y de sus dos hijos adultos, Nadav y Danielle. Asimismo estoy agradecido a mis hijos, Daniel y Brian, y a su madre Ilse que, durante dos décadas antes de su muerte, no solo fue mi esposa, sino que trabajó también como enfermera psiquiátrica conmigo en la implementación de varios proyectos de investigación psicodélica. También estoy agradecido a mis padres, Ruth y Robert Richards, y a mis dos hermanos, Robert y John, que, aunque estaban bastante desconcertados por lo que yo consideraba importante en mi actividad académica, siguieron confiando en mí mientras proseguía mi singular trayectoria vital.

Me resulta muy inspiradora también la brillante nueva generación de investigadores psicodélicos, entre los cuales quiero destacar a Stephen Ross, Anthony Bossis, Jeffrey Guss, Michael Bogenschutz, Paul Hutson, Karen Cooper, Randall Brown, Peter Hendricks, Michael y Annie Mithoefer, James Grigsby, Franz Vollenweider, Torsten Passie, Jordi Riba, José Carlos Bouso, Peter Gasser, Peter Oehen, Robin Carhart-Harris, David Nutt, David Erritzoe y muchos otros. Asimismo quiero expresar mi gratitud y mi deuda a quienes han proporcionado financiación privada en apoyo de la investigación en curso a través del Instituto de Investigación Heffter y el Council of Spiritual Practices, así como del Instituto Fetzer, la Fundación Betsy Gordon, la Fundación Beckley y la Fundación Riverstyx.

También estoy profundamente agradecido a los centenares de voluntarios de investigación y clientes de psicoterapia que me han permitido adentrarme en las profundidades de su vida y han compartido conmigo sus singulares luchas y experiencias transformadoras. Cada uno de ellos ha tenido un peso importante en mi vida y en mi pensamiento.

Son muchos los amigos y compañeros inspiradores e innovadores en la comunidad de investigación psicodélica en constante expansión que contribuyen a su manera, como Luis Eduardo Luna, James Fadiman, Thomas Roberts, Charles Grob, Alicia Danforth, Rick Doblin, Neal Goldsmith, Iker Puente, Ben Sessa, David Nichols, George Greer, Dennis McKenna, Julie Holland, Amanda Feilding, Gabor Maté, Joshua Wickerham y mi hijo, Brian Richards, y que me vienen inmediatamente a la mente. Autores que han combinado la erudición y una valiente creatividad, como Jeremy Narby, Michael Pollan y Simon Powell, merecen asimismo mi reconocimiento explícito. Las comidas bimensuales con mi amigo Allan Gold, acompañados de sushi o cocina nepalesa, han sido también muy nutritivas en varios sentidos. Mi difunto amigo Wayne Teasdale, a quien le gustaba meditar más que a nadie que haya conocido, merece un reconocimiento especial, y lo mismo ocurre con Wendy Lochner, mi editora de la Columbia University Press. A ella, que intuyó que tenía un libro en mi interior que necesitaba ver la luz y que tan hábilmente me ha guiado durante su elaboración y composición, le estoy profundamente agradecido. Su aliento me ha impulsado a escribir en un estilo comprensible para el gran público, en lugar de limitarme a un formato académico tradicional dirigido solo a profesionales de la salud mental o de las comunidades religiosas.

Por último, y dado que este libro trata del encuentro con lo sagrado y el descubrimiento de los reinos eternos de la conciencia, quiero también expresar mi reconocimiento a la fuente creativa que nos trajo a todos a la existencia, sostiene nuestra vida y quizás disfruta con las aventuras de nuestras ideas y nuestra continua evolución, aquí y ahora.

Introducción

Este libro es la humilde ofrenda del conocimiento y la perspectiva que he tenido el privilegio de alcanzar por haber tenido la suerte de participar, durante más de veinticinco años de mi vida profesional, en la puesta en marcha de proyectos legales de investigación con sustancias psicodélicas. La increíble y rica variedad de voluntarios a los que he tenido la oportunidad de acompañar y apoyar a través de los sorprendentes estados de conciencia provocados por estas sustancias develadoras de la mente incluye a hombres y mujeres de edades comprendidas entre los veinticuatro y los ochenta y un años procedentes de sustratos raciales, educativos, ocupacionales, nacionales y religiosos muy diferentes. Algunos padecían de ansiedad, depresión y otras manifestaciones del estrés psicológico; otros habían visto limitada su vida debido a la adicción al alcohol o a los estupefacientes; y otros, en fin, eran personas que padecían de un cáncer galopante y estaban enfrentándose a la inminencia de la muerte y haciendo las paces con la vida que habían vivido.

Entre esos voluntarios había líderes de los campos de la salud mental y de la religión, así como personas dedicadas a ocupaciones muy diversas cuyo anhelo de desarrollo personal, educativo o espiritual los impulsó a participar en estos estudios de investigación. Casi ninguno de ellos tenía experiencia personal previa con las sustancias psicodélicas y, de no haberse hallado bajo la protección médica o legal, no habrían mostrado el menor interés en participar. Tampoco eran personas implicadas en un determinado grupo contracultural, ni interesados en lo que ha acabado denominándose consumo recreativo de las drogas. Este libro, pues, es un resultado de las experiencias psicodélicas de personas normales que vivían vidas igualmente corrientes.

Escribo como psicólogo clínico con una formación académica que incluye también estudios de teología, religiones comparadas y psicología de la religión. También lo hago como psicoterapeuta con una orientación de base amplia que podría etiquetar como existencial o transpersonal. Como sucede con muchos lectores, me he hecho preguntas profundas, he buscado el sentido de la vida y he tratado de entender los procesos de crecimiento personal en medio de las inevitables luchas que aquejan a la mayoría de las personas en la existencia cotidiana. Como he tenido la suerte de tomar personalmente sustancias psicodélicas en un entorno legal y me encuentro en condiciones de compartir algunos de los conocimientos experienciales así adquiridos, las fuentes de este libro no solo se derivan de las observaciones transmitidas por voluntarios que han participado en la investigación y el análisis científico de los datos, sino también por los descubrimientos proporcionados por las sustancias psicodélicas sobre los recovecos de mi propia mente.

La cantidad de conocimientos, tanto de tipo experiencial como científico, acumulados en las páginas que siguen van desde las comprensiones sobre la existencia humana hasta las luchas y sufrimientos que afectan a la mayoría de los seres humanos. También describen procesos que facilitan la curación y proporcionan sentido y otros que pueden alentar el despertar espiritual. Los descubrimientos hechos por los centenares de personas con las que me he encontrado sobre las profundidades de su vida psicológica y espiritual tienen una profunda relevancia para ayudarnos a entender mejor quiénes somos, quiénes podemos llegar a ser y cuál puede ser la naturaleza última de la realidad. Esta recopilación de observaciones y experiencias no solo es relevante para filósofos, psicólogos, antropólogos, teólogos, microbiólogos, neurocientíficos y físicos cuánticos, sino también para quien se descubra inmerso en el proceso que los budistas denominan «la preciosa vida humana». Como el lector advertirá a medida que el contenido de este libro vaya desplegándose, esa frontera más avanzada de la ciencia es también la frontera que nos separa del conocimiento religioso y espiritual.

El objetivo secundario de este libro es el de proporcionar información que ayude a los lectores a entender la afirmación de un número cada vez mayor de personas sensatas y críticas según la cual, administradas e ingeridas de un modo responsable, las sustancias psicodélicas son muy prometedoras. Este conocimiento puede contribuir a disipar el clima generado, durante los años 60, por la prensa sensacionalista que sigue pesando poderosamente en la actitud de las comunidades médica, religiosa y política, así como en el público en general. Esta actitud, habitualmente basada en la ignorancia, la información distorsionada, el empeño desesperado por combatir el abuso de las drogas, y las decisiones legislativas que han hecho caso omiso de los hallazgos realizados por la ciencia, se ha manifestado en una política pública que ha desalentado –y llegado incluso a prohibir–, tanto a nivel nacional como internacional, la exploración de esta frontera.

Durante los cuarenta y cinco últimos años de la llamada guerra contra las drogas, que algunos llaman hoy guerra contra algunas drogas o guerra contra las plantas, la percepción del hombre de la calle al respecto parece haberse ido sesgando cada vez más. Para mucha gente, el término «psicodélico», que significa simplemente «manifestador de la mente», ha acabado asociándose indeleblemente a camisetas teñidas a mano, gafas de color rosa, comportamiento rebelde y los riesgos asociados al abuso de las drogas. Los inteligentes e inspiradores escritos sobre psicodelia realizados por estudiosos serios como Aldous Huxley, Alan Watts y Huston Smith casi han caído en el olvido. Con demasiada frecuencia, los jóvenes exploradores de la mente, saturados de impulsividad y desinformación (cuando no de pastillas de dudosa composición), han acabado en las salas de urgencias de los hospitales, los juzgados y hasta las prisiones. Más discretos han sido los consumidores más serios de psicodélicos, manteniendo la privacidad de sus experiencias por miedo a la censura social y al efecto adverso que ello podría tener sobre sus carreras.

Espero que la amplitud y profundidad de las experiencias presentadas en este libro, junto a la exposición de las condiciones destinadas a aumentar la seguridad y el beneficio potencial del uso de psicodélicos, resulten útiles para los lectores que aspiran a entender mejor su experiencia y la experiencia de amigos y familiares sobre los estados alternativos de conciencia, independientemente del modo en que también se hayan provocado. Quizá esta información contribuya a movilizar nuestra reflexión sobre los orígenes del tabú cultural que, al respecto, se nos ha impuesto. Este libro puede alentar también la reflexión sobre las formas responsables y racionales de establecer un acceso socialmente autorizado a estas sustancias para proteger la libertad de quienes cuentan con el adecuado conocimiento de los riesgos y beneficios potenciales de su uso y para quienes no estén familiarizados con ellas y quieran explorar legalmente el «espacio interior» de su propia mente mediante un uso responsable de los enteógenos.

En lugar de notas a pie de página, el estilo de referencia empleado en este libro proporciona suficiente información en el texto principal para que el lector pueda ubicar datos y fuentes complementarias en la bibliografía selecta que presentamos al final del libro. En ella se incluye un listado de artículos, libros y documentales relevantes para el discernimiento y disfrute de los lectores que se sientan motivados a explorar con más profundidad los temas concretos que les interesen.

Cuando, a los setenta y cuatro años, considero a posteriori mi vida, me doy cuenta de que, como tantas otras personas cercanas a mi edad, he vivido en un tiempo de grandes cambios sociales. No hace mucho, si alguien me hubiera dicho que la Unión Soviética dejaría de existir, que el Muro de Berlín caería, que un presidente de piel oscura ocuparía la Casa Blanca en Washington durante dos mandatos, o que las mujeres y los ciudadanos gays y lesbianas se acercarían a la plena igualdad, habría respondido: «Sé realista. Vuelve al mundo real». Después de haber participado en el surgimiento original, el periodo represivo de letargo y el resurgimiento actual de la investigación psicodélica, incluyendo las muchas lecciones que he aprendido durante este largo y dramático periplo que aumentan la probabilidad de seguridad y beneficio, creo contar con suficiente información para contribuir a allanar el camino para cambiar las leyes actuales sobre las drogas de los Estados Unidos, el Reino Unido y muchos otros países. Espero que, además de alentar una legislación que pueda culminar en nuevas directrices destinadas a la investigación y el uso médico, educativo y religioso, este libro sirva para facilitar muchos proyectos de investigación responsable sobre estas sustancias que deberían realizarse urgentemente y que aún no han podido ni siquiera diseñarse. Como afirmé en 1966, en mi primer artículo escrito con mi amigo Walter Pahnke: «Un peligro al que se enfrenta nuestra sociedad es el de desaprovechar los beneficios que puede proporcionarnos el uso responsable de estas sustancias».

Nota al lector

La información proporcionada en este libro solo tiene un interés educativo, histórico y cultural y no debe interpretarse como una defensa del uso actual de las sustancias psicodélicas en ninguna circunstancia ajena a los entornos en los que su uso está legalmente autorizado, como, por ejemplo, para la investigación científica legal. Ni el autor ni la editorial asumen responsabilidad alguna por las consecuencias físicas, psicológicas, legales o de otro tipo derivadas del uso espurio de estas sustancias.

Parte I.La preparación del escenario

1.Muerte y renacimiento de la investigación psicodélica

Desde mediados de los años cincuenta hasta comienzos de los setenta, la investigación con estas extraordinarias sustancias floreció en muchos laboratorios académicos y centros de tratamiento psicoterapéutico. Solo a mediados de la década de 1960 se publicaron más de mil artículos que suscribían la promesa de que el LSD podía contribuir de un modo seguro a profundizar y acelerar la psicoterapia. Esas investigaciones convocaron seis congresos internacionales y llegaron a congregar a cerca de cuarenta mil personas.

En una reacción irracional a la agitación provocada por diversas presiones culturales, entre las que cabe destacar las controversias sobre la guerra de Vietnam y los cambios que estaban teniendo lugar en las costumbres sociales, especialmente en los ámbitos de las relaciones raciales, el movimiento feminista y la sexualidad, y quizás influida también por el desacertado empeño de la CIA en explorar las aplicaciones militares del LSD en los interrogatorios o la guerra, el gobierno de los Estados Unidos paralizó la investigación psicodélica durante veintidós años (con la excepción de un estudio truncado con DMT llevado a cabo, entre 1990 y 1995, en la Universidad de Nuevo México). Algo parecido ocurrió, de acuerdo con los tratados de la ONU, en 1971 y 1988, en el Reino Unido y en la mayoría de los países. En un intento tan impulsivo como inconsciente de acabar con el uso, el uso indebido y el abuso de muchas drogas diferentes, la promesa de la utilidad de las sustancias psicodélicas en el campo de la medicina –por no hablar de su posible uso beneficioso en los campos de la educación y la religión– quedó relegada al olvido. A partir de ese momento resultó prácticamente imposible que los investigadores cualificados obtuvieran de las agencias federales y de las juntas de revisión institucional locales la autorización necesaria para obtener, fabricar o poseer sustancias psicotrópicas y llevar a cabo investigaciones con voluntarios humanos.

En 1977, después de administrar psilocibina a un último voluntario en un estudio diseñado para aliviar la angustia psicológica que embargaba a los pacientes de cáncer, tuve el dudoso honor de ser el último en abandonar el barco que se hundía en el Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland que, a su vez, se había convertido en el único lugar de los Estados Unidos en donde todavía estaba permitido continuar con la investigación psicodélica en curso. Pero hay que señalar, no obstante, que el golpe de gracia no lo propinó el gobierno federal de Washington, sino los gestores de la universidad, que decidieron invertir los recursos del estado en áreas de investigación menos controvertidas. Richard Yensen y Donna Dryer recopilaron los resultados de los numerosos estudios psicodélicos llevados a cabo en ese lugar y los depositaron amorosamente en una especie de cápsula del tiempo para futuros investigadores, en una publicación de 1994 en el Anuario de la Asociación Europea de Psicoterapia para el Estudio de la Conciencia.

Desde el comienzo de los estudios dirigidos por Roland Griffiths y por mí desarrollados en la Escuela de Medicina de la Johns Hopkins en Baltimore, en 1999, cada vez son más, sin embargo, los centros académicos de Norteamérica y Europa Occidental en los que la investigación psicodélica está experimentando un prometedor renacimiento. Por suerte, las personas actualmente encargadas de evaluar las pruebas de la investigación y de orientar la política pública al respecto –incluidas aquellas que, durante sus años universitarios, decidieron no experimentar con drogas psicodélicas– han tomado la decisión abierta y clara de pensar y actuar de manera razonable. El reto de obtener el permiso destinado a la investigación de nuevos medicamentos (IND) para sustancias incluidas en la Lista I, junto a la aprobación de los proyectos de investigación por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y la Administración para el Control de Drogas (DEA) de los Estados Unidos, demanda un alto grado de competencia académica y vuelve a ser posible, aunque exige una extraordinaria paciencia de quienes se atrevan a ello. A medida que los primeros estudios de esta nueva ola de investigación han ido publicándose en las revistas profesionales, la mayoría de los autores y presentadores han informado objetivamente de los resultados obtenidos, sin el toque sensacionalista que pocas décadas atrás caracterizaba gran parte de la cobertura de prensa relativa a estos asuntos.

El primero de nuestros estudios en la Johns Hopkins consistió en comparar los estados de conciencia provocados por un estimulante, el metilfenidato (Ritalin), con los provocados por el enteógeno psilocibina en el que participaron treinta adultos sanos residentes de la zona de Baltimore-Washington que carecían de antecedentes de consumo de drogas psicodélicas. Muchas de estas personas habían tenido amigos de la universidad u otros que habían experimentado con sustancias psicodélicas, pero habían decidido optar personalmente por esperar a que se abriera una puerta para poder recibirlas con la pureza y dosis conocidas y bajo la tutela de un guía competente. Apenas se enteraron de la puesta en marcha de ese proyecto de investigación de la Johns Hopkins solicitaron participar. Todas las sesiones experimentales se llevaron a cabo de forma individual, con la asistencia de un par de guías y un sujeto voluntario presentes en un espacio cómodo diseñado como una sala de estar. El participante permanecía acostado en un sofá, normalmente con un antifaz para evitar, de ese modo, distracciones ambientales y auriculares que proporcionaban música de apoyo durante la mayor parte de las seis horas que suele durar el efecto de la droga.

Ateniéndonos a los estándares actuales de la investigación psicofarmacológica, el estudio fue diseñado e implementado siguiendo el método del doble ciego, lo que significa que únicamente el farmacéutico encargado de rellenar las cápsulas azules opacas, en apariencia idénticas, sabía si el contenido administrado a un determinado voluntario tal o cual día era psilocibina o Ritalin. De este modo, todas las variables permanecían constantes, exceptuando la sustancia prescrita. Las entrevistas de selección y de preparación y las expectativas, la conducta del personal de investigación, la elección de la música durante los periodos de acción de la droga y los cuestionarios e instrumentos de evaluación empleados se atuvieron también a un protocolo estandarizado. Finalizada la experiencia y pasados los efectos de la droga, cada voluntario debía completar varios cuestionarios destinados a evaluar el grado en que se habían producido un amplio elenco de estados alternativos de conciencia y sus correspondientes correlatos cognitivos, emocionales y somáticos.

Cuando se analizaron los resultados, un tercio de quienes habían recibido psilocibina calificaron su experiencia interna como la más espiritualmente significativa de su vida, cosa que no sucedió en el caso de quienes recibieron Ritalin. Más de dos tercios de los participantes que habían recibido psilocibina calificaron también su experiencia como uno de los cinco acontecimientos más importantes de su vida, equiparable al nacimiento de un hijo o la muerte de un padre. En las entrevistas de seguimiento y en las evaluaciones realizadas por amigos y familiares cercanos catorce meses después de la experiencia con psilocibina, los informes sobre la persistencia, en los participantes, de los efectos positivos de la psilocibina en su vida siguieron informando de cambios muy positivos. Las investigaciones posteriores han proporcionado resultados similares. El lector interesado puede encontrar, en la bibliografía que presentamos al final de este libro, información detallada de las investigaciones y resultados publicados sobre estos y otros proyectos y también puede encontrarla en la red, especialmente en el Council on Spiritual Practices (csp.org/psilocybin) y en Erowid (erowid.org).

Actualmente habrán recibido psilocibina solo en la Hopkins cerca de 250 voluntarios. Estoy completamente seguro de que, cuando su uso se atiene a las directrices médicas, con una adecuada preparación, bajo la tutela de guías expertos y en un entorno legal y supervisado de un modo responsable, la psilocibina y otras sustancias similares pueden facilitar el acceso a experiencias beneficiosas que no dudaría en calificar de sagradas. Las pruebas disponibles hoy en día indican claramente que pueden ser administradas de forma segura por investigadores bien informados o por profesionales de la salud mental y religiosos cualificados a personas que, en su búsqueda de desarrollo personal y espiritual, quieren emplear este tipo de herramientas. También es cierto que, cuando se emplean de manera irresponsable y con conocimientos insuficientes, estas sustancias pueden facilitar la aparición de experiencias que, para algunas personas, tengan consecuencias negativas.

Antes de que, durante la administración Nixon, el Congreso de los Estados Unidos aprobase, en 1970, la Ley de Sustancias Controladas, que incluyó la mayoría de las sustancias psicodélicas en la restringidísima Categoría I (es decir, drogas sin uso médico aceptado en los Estados Unidos que se considera que tienen un elevado potencial de abuso y sobre las que no hay acuerdo en cuanto a su seguridad bajo supervisión médica), fueron muchos los eruditos y líderes religiosos respetados que las recibieron legalmente y escribieron con libertad sobre la importancia de sus experiencias tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo. Entre ellos cabe destacar a Aldous Huxley, Alan Watts, Huston Smith, Gerald Heard, Bill Wilson, el rabino Zalman Schachter-Shalomi y el hermano David Steindl-Rast.

También debemos mencionar a los genetistas Francis Crick y Kary Mullis, galardonados con el Premio Nobel, y a Steve Jobs, cofundador de Apple Computers, todos los cuales reconocieron la importante contribución de los psicodélicos a sus procesos creativos. Del mismo modo, los psiquiatras y psicólogos que, en aquel tiempo, investigaban o trataban clínicamente a sus pacientes con estas sustancias casi siempre organizaban experiencias de formación para ellos y sus colegas, algo que no tenían empacho alguno en reconocer abiertamente en sus informes periódicos a la FDA, argumentando que habría sido difícil entender las experiencias de sus pacientes y sujetos de investigación sin un conocimiento personal y experimental. Ese empleo educativo era legal porque, en aquel tiempo –como ahora–, las drogas se consideraban esencialmente no tóxicas y no adictivas. Entretanto, en distintas culturas indígenas de América Central y del Sur, en África Oriental y en Estados Unidos y Canadá, hombres y mujeres ingerían sacramentalmente, en sus disciplinas espirituales, las sustancias psicodélicas contenidas en diversos cactus, setas, arbustos y enredaderas, como se ha hecho –y sigue haciéndose– desde los albores de la humanidad. Se cree que los nativos americanos han utilizado la mescalina con fines espirituales desde hace quinientos años y, en la meseta de Tassili (norte de Argelia), se han encontrado pinturas rupestres datadas en torno al año 5000 a.C. de figuras humanas acompañadas de setas.

Pese a las sanciones legales impuestas desde 1970, algunas tan severas que merecerían el adjetivo de «draconianas», son muchas las personas de todo el mundo que, sin pertenecer a grupos religiosos indígenas ni participar en proyectos de investigación aprobados por la FDA o autoridades gubernamentales similares de otros países, han optado por ingerir sustancias psicodélicas. Y las razones para ello son muy diversas y van desde la curiosidad juvenil o profesional hasta la búsqueda de alivio de los síntomas de estrés emocional, pasando por la expectativa de alentar la creatividad y la sed de conocimiento religioso y espiritual. Una encuesta reciente realizada por los investigadores noruegos Teri Krebs y Pål-Orjan Johansen, basada en datos de 2010, estimaba en treinta y dos millones los residentes actuales solo en los Estados Unidos que han consumido psilocibina, LSD o mescalina. En 2014, la Drug Policy Alliance estimó en treinta y cuatro millones el número de ciudadanos que han consumido psicodélicos en los Estados Unidos.

En el momento de escribir estas líneas, están llevándose a cabo investigaciones con voluntarios humanos y sustancias psicodélicas no solo en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, sino también en un número cada vez mayor de centros, como la Universidad de Nueva York, la Universidad de California en Los Ángeles, la Universidad de Nuevo México, la Universidad de Harvard, la Universidad de Wisconsin y la Universidad de Alabama, así como en el Imperial College de Londres y en Canadá, Alemania, Suiza, Israel, España, México y Nueva Zelanda. Este es un momento, pues, realmente esperanzador para quienes están profundamente convencidos de los prometedores efectos de estas sustancias sagradas en los campos de la medicina, la educación o la religión.

2.Orientación, definiciones y límites del lenguaje

La preparación para explorar la conciencia

Aunque he llegado a valorar la importancia de las principales sustancias psicodélicas, a considerarlas intrínsecamente sagradas y a creer en la promesa de que su uso inteligente puede contribuir de manera muy positiva a mejorar la calidad de vida de nuestro planeta, también quiero aclarar, desde el mismo comienzo, que esta no es más que una de las muchas herramientas con las que el ser humano cuenta para alentar su proceso de desarrollo psicológico y espiritual. Estas sustancias son, sobre todo, apreciadas por personas muy diferentes no solo porque los occidentales suelen mostrarse muy impacientes en su búsqueda espiritual, sino también porque, sabiamente ingeridos, los enteógenos destacan por su poder y eficacia, complementando potencialmente otras disciplinas psicológicas y espirituales. Es de esperar que, en un futuro no muy lejano, las personas que decidan incluir estas sustancias en su vida personal, religiosa o profesional tengan la posibilidad de adquirir, en contextos legales y bien estructurados, conocimientos sobre sus riesgos potenciales y su cuidadosa preparación sea tan importante como lo es para quien está dispuesto a asumir los riesgos que implican muchas otras empresas y aventuras.