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Este artículo se sitúa en el contexto latinoamericano, específicamente brasileño, en el que realizamos una fenomenología de la corrupción trazando un perfil del corrupto de modo especial con relación al bien público. Utilizamos un texto de la literatura barroca, un sermón del Padre Antônio Vieira, y actualizamos la situación narrada con estadísticas de las desigualdades absurdas y la corrupción en el mundo actual. Finalmente, centramos la atención en las medidas para luchar contra corrupción, especialmente en el caso de Brasil.
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Seitenzahl: 66
Veröffentlichungsjahr: 2014
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Frei Betto, «Corrupción en la tradición política: mentalidades coloniales y relaciones jerárquicas. Una mirada desde América Latina»,Concilium, noviembre 2014, nº 358, pp. 35-45. Trad. del portugués: José Pérez Escobar
Este artículo forma parte del nº 358 de la revista Concilium
UBICUIDAD DE LA CORRUPCIÓN
Regina Ammicht Quinn, Luiz Carlos Susin y Lisa Sowle Cahill (eds.)
Concilium se publica en coproducción por los siguientes editores: SCM-CANTERBURY PRESS/Londres-Inglaterra MATTHIAS-GRÜNEWALD-VERLAG/DER SCHWABENVERLAG/Ostfildern-Alemania EDITRICE QUERINIANA/Brescia-Italia EDITORA VOZES/Petrópolis-Brasil EX LIBRIS AND SYNOPSIS/Rijeka-Croacia
© INTERNATIONAL ASSOCIATION OF CONCILIAR THEOLOGY Y EDITORIAL VERBO DIVINO, 2008
ISBN (DE ESTE ARTÍCULO DIGITAL): 978-84-9073-081-2
Reservados todos los derechos. Nada de lo contenido en la presente publicación podrá ser difundido, reproducido y/o publicado mediante impresión, copia fotográfica o digital, microfilme, o en cualquier otra forma, sin el previo consentimiento por escrito de la International Association of Conciliar Theology, Madras (India) y de Editorial Verbo Divino.
Créditos
Frei Betto: Corrupción en la tradición política: mentalidades coloniales y relaciones jerárquicas. Una mirada desde América Latina
Anexos
Contenido de Concilium 358
Regina Ammicht Quinn, Luiz Carlos Susin y Lisa Sowle Cahill: Editorial
Foro teológico
Anthony Egan: ¿Qué habría faltado en mi vida y mi obra sin Mandela?
Sarojini Nadar: Intersección de libertades: reflexiones sobre el legado de Mandela
Maria Clara Bingemer: João Batista Libânio, S.J. (19/2/1932 – 30/1/2014)
Susan A. Ross: David Noel Power, O.M.I. (14/12/1932 – 19/06/2014)
Suscripción
Este artículo se sitúa en el contexto latinoamericano, específicamente brasileño, en el que realizamos una fenomenología de la corrupción trazando un perfil del corrupto de modo especial con relación al bien público. Utilizamos un texto de la literatura barroca, un sermón del Padre Antônio Vieira, y actualizamos la situación narrada con estadísticas de las desigualdades absurdas y la corrupción en el mundo actual. Finalmente, centramos la atención en las medidas para luchar contra corrupción, especialmente en el caso de Brasil.
Los grandes delincuentes hacen leyes para legalizar sus delitos.
Giannina Segnini, periodista de Costa Rica
Se sabe que la colonización de América Latina por los países europeos, en especial España y Portugal, estuvo profundamente caracterizada por robos, saqueos, exterminio de nuestros pueblos nativos, esclavitud y extendida corrupción que, en el Nuevo Mundo, controlaban los colonizadores para sus propios beneficios.
La corrupción en América Latina es un legado de nuestra herencia colonial. Somos herederos de una tradición de esclavocracia que dejó profundas huellas en nuestras estructuras y nuestras costumbres. Para sobrevivir o alcanzar posiciones de poder, muchos recurrían —y aún recurren— a sobornos, malversación, nepotismo y asesinato.
Cuando en Brasil se denuncia a un político o a una persona cuya palabra está en contra de su práctica, se dice que es un «santo de palo hueco». Esta expresión tuvo su origen en el período colonial, cuando Portugal explotaba el oro abundante encontrado en la región brasileña conocida como Minas Gerais. En los siglos XVII y XVIII, sacerdotes, religiosos y obispos utilizaban con frecuencia imágenes de santos talladas en madera hueca por dentro y rellenas de oro, piedras preciosas o diamantes, que mandaban de estraperlo a Europa. Por consiguiente, por fuera era un santo, pero por dentro era rapiña, trapaza y engaño.
El padre jesuita Antônio Vieira (1608-1697), que pasó casi toda su vida en Brasil, donde defendió los derechos de los pueblos autóctonos y la abolición de la esclavitud, retrata la corrupción en los tiempos coloniales en su «Sermón del Buen Ladrón».
El ladrón que hurta para comer, no va ni lleva al infierno: los que no solo van, sino que llevan, de los que yo trato, son otros ladrones de mayor calidad y de más alta esfera, a los cuales debajo del mismo nombre y del mismo predicamento distingue muy bien san Basilio Magno. No solo son ladrones, dice el santo, los que cortan bolsas o despojan a los que se van a bañar quitándoles la ropa. Los ladrones que más propia y dignamente merecen este título son aquellos a quien los reyes encomiendan los ejércitos y legiones, o el gobierno de las provincias, o la administración de las ciudades, los cuales ya con fuerza roban y despojan a los pueblos... los otros hurtan bajo su riesgo, estos sin temor ni peligro; los otros si hurtan son ahorcados, estos hurtan y ahorcan.
Diógenes, que todo lo veía con vista más aguda que los otros hombres, vio que una gran tropa de varas1 y ministros de justicia llevaban a ahorcar a unos ladrones, y comenzó a gritar: «Allá van los ladrones grandes a ahorcar a los pequeños» [...].
Lo que yo puedo añadir por la experiencia que tengo, es que no solo del Cabo de Buena Esperanza para allá, sino también de aquellas partes para acá, se usa igualmente la misma conjugación. Se conjugan todos los modos del verbo rapio, por no hablar de otros modos nuevos y exquisitos, que no conocieron Donato ni Despautério2. Tanto que al llegar comienzan a hurtar usando el modo indicativo, porque la primera información que piden a los prácticos3 es que les señalen y muestren los caminos por donde puedan abarcarlo todo. Hurtan por el modo imperativo, porque como tienen el mero y mixto imperio, todo lo aplican despóticamente en las ejecuciones de la rapiña. Hurtan por el modo mandativo, porque aceptan cuanto les mandan, y, para que manden todos, los que no mandan, no son aceptados. Hurtan por el modo optativo, porque desean cuanto les parece bien, porque alabando las cosas deseadas a los dueños de ellas, por cortesía, sin voluntad, las hacen suyas. Hurtan por el modo subjuntivo, porque juntan su poco caudal con el de aquellos que manejan muchos, y basta solo que junten su gracia para hacer, cuando menos, medianeros4 en la ganancia... Hurtan por el modo permisivo, porque permiten que otros hurten, y ellos compran los permisos. Hurtan por el modo infinitivo, porque no tiene fin el hurtar, con el fin del gobierno, y siempre allá dejan raíces por las que se van continuando los hurtos. Estos mismos modos se conjugan por todas las personas, porque la primera persona del verbo es la suya, las segundas sus criados, y las terceras cuantas para ello tienen industria y conciencia. Hurtan juntamente por todos los tiempos, porque del presente (que es su tiempo) cogen cuanto da de sí el trienio, y para incluir en el presente el pretérito y el futuro; del pretérito desentierran crímenes cuyos perdones venden y deudas olvidadas para que se paguen totalmente; y del futuro empeñan las rentas y anticipan los contratos, con que todo lo caído5 y no caído le viene a caer en las manos. Finalmente, en los mismos tiempos no se les escapan los imperfectos, perfectos y pluscuamperfectos, y cualesquiera otros, porque hurtan, hurtarán, hurtaban, hurtarían y hubieran de hurtar más si más hubiese.
En fin, que el resumen de toda esta rapante conjugación llega a ser el supino del mismo verbo: a hurtar, para hurtar. Y cuando ellos tienen conjugado así toda la voz activa, y las miserables provincias soportado toda la pasiva, ellos, como si hubieran hecho grandes servicios, vuelven cargados de despojos y ricos, y ellas quedan robadas y consumidas... Así sacan de la India quinientos mil ducados, de Angola doscientos, de Brasil trescientos y hasta del pobre Marañón6 más de lo que vale todo él.
El padre Vieira, en São Luís do Maranhão, en el sermón de la fiesta de san Antonio, en 1654, se preguntaba: «El efecto de la sal es impedir la corrupción, pero cuando la tierra es tan corrupta como está la nuestra, habiendo en ella tantos que tienen la función de sal, ¿cuál será o cuál puede ser la causa de esta corrupción?».
A su modo de ver, eran dos las causas principales: la contradicción de quien debería salar y la incredulidad del pueblo ante tantos acto que no se correspondían con las palabras.
El corrupto se caracteriza por no admitir que lo es. Astuto, actúa movido por la ambición del dinero. No es un ladrón común. Antes bien, es un refinado chantajista, de conversación débil, sonrisa amable, y zalamero7 amable. Considera la comisión un derecho; el porcentaje, un pago por sus servicios; la malversación, una forma de apropiarse de lo que le pertenece. Para él son unos tontos los que hacen tráfico de influencias sin sacar provecho.