Fidel y la religión - Frei Betto - E-Book

Fidel y la religión E-Book

Frei Betto

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Beschreibung

Entre los días 23 y 26 de mayo de 1985, el Comandante en Jefe Fidel Castro habló durante 23 horas sobre religión y otros temas con Frei Betto. Su formación familiar y su visión crítica de la educación recibida en colegios religiosos, su valoración del papel de las Iglesias y los creyentes en Cuba y América Latina y su apreciación de la Teología de la Liberación, son algunos de los temas a los que se refiere Fidel en esta viva, profunda y trascendental entrevista.

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Seitenzahl: 586

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Tomada de la edición para la colección Alba Bicentenario realizada por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2010

Título original: Fidel y la religión

Edición y corrección para versión digital: Pilar Jiménez Castro

Diseño interior: Yadyra Rodríguez Gómez

Diseño de cubierta: Claudia Méndez Romero

Composición electrónica: Enrique García

© Frei Betto, 1985

Sobre la presente edición:

© Ruth Casa Editorial, 2014

ISBN:978-9962-697-67-1

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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RUTH CASA EDITORIAL

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NOTA A LA EDICIÓN CUBANA

Hay verdades que andan ocultas en la madeja tejida por milenios de oscurantismo. En los primeros años de la Revolución, Fidel Castro señaló: “Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella, y por eso parece que el mundo se hunde cuando oímos la verdad”.

El pesado velo echado sobre las posibilidades de propiciar estrechos vínculos políticos entre cristianos y comunistas, se descorre en esta entrevista que Fidel concedió al sacerdote dominico brasileño Frei Betto. Lo que podrá leer y estudiar el lector cubano en la segunda parte de este libro, es un acontecimiento “insólito” y, si no se quiere podar el lenguaje y nos atenemos a la estricta definición del diccionario, podríamos decir: quien estudie esta charla se encontrará ante un “suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa” esto es, un milagro.

Un católico militante de profunda fe cristiana y un dirigente comunista bien conocido por su indeclinable posición de principios, encuentran tema para un amplio diálogo y, es más, cuando termina el intercambio, ambos se sienten más seguros de sus propias convicciones y más interesados en estrechar y profundizar relaciones en la lucha política práctica. Tanto uno como otro, por demás, ha procurado sus argumentos —y esto quizás sea del mayor interés para los investigadores— en las fuentes originales del cristianismo y del marxismo. Ninguno de ellos ha cedido un ápice en sus principios y ambos se entienden profundamente en temas tan importantes como la moral, los problemas económicos y políticos contemporáneos, y la necesidad de unir a cristianos y comunistas en la lucha por un mundo mejor.

No se trata, sin embargo, de la unidad concebida solo en el plano de una táctica de lucha. No se trata de una cuestión coyuntural o de una simple alianza política. Lo es, desde luego, por definición. Pero el vínculo que aquí se establece, sobre el plano ético o moral, acerca del papel del hombre, ya sea cristiano o comunista, en defensa de los pobres, tiene el carácter de una alianza estratégica duradera y permanente. Se trata de una proposición con sólidos fundamentos morales, políticos y sociales. Ya esto es de por sí un acontecimiento trascendental en la historia del pensamiento humano. La nota ético-moral aparece en estas líneas cargada de todo el sentido humano que agrupa a los luchadores por la libertad y en defensa de los humildes y explotados.

¿Por qué puede suceder este milagro? Teóricos sociales, filósofos, teólogos y toda una vasta capa de intelectuales en diferentes países se deben hacer esta pregunta. Es más, seguramente los cristianos habrán de sentirse obligados por sus creencias a formulársela. Los marxista-leninistas se verán asimismo incitados a hacer otro tanto. El pueblo de Cuba, a quien va dedicada esta edición, ha hecho una Revolución, conoce bien a Fidel Castro y sabe de qué se trata.

El dogma tan predilecto de los reaccionarios sobre la imposibilidad de entendimiento entre cristianos y comunistas, se viene al suelo sobre el fundamento de una comprensión profunda de ambas doctrinas. El marxismo-leninismo es por esencia antidogmático. Se atiene al principio, formulado por Lenin, de que “el punto de vista de la vida, de la práctica, debe ser el punto de vista primero y fundamental de la teoría del conocimiento”, principio que Fidel ha sabido aplicar en el mundo moderno con una maestría excepcional.

Pues bien, el punto de vista de la práctica es mostrado en este libro. En él se señala la posibilidad —y la urgencia— de un entendimiento humano y profundo entre todos aquellos que luchan honestamente en favor de los pueblos, cualesquiera sean sus ideas acerca de Dios y la religión.

Para apreciar una vez más la consecuencia del pensamiento de Fidel, es bueno subrayar que lo planteado por él aquí son ideas que le han acompañado a lo largo de su vida revolucionaria, expuestas cada vez con mayor amplitud y profundidad, y que acaso ahora se concretan en la plenitud de su riqueza y madurez conceptual. Recordemos la conversación con los católicos en Chile, en 1971, y el encuentro con los religiosos en Jamaica, en 1977; y aquella frase suya de los años iniciales de la Revolución: “Quien traiciona al pobre, traiciona a Cristo”.

En esta lectura se podrán conocer importantes raíces en la formación ética de Fidel Castro. Se podrá observar la influencia ejercida en él por la educación que recibió, durante la primera y segunda enseñanzas, en los mejores colegios católicos de Cuba. En esa formación está presente, desde luego, la tradición que nos viene del siglo xix y que se expresa con nitidez en la trascendencia histórica del mensaje moral de Varela, Luz Caballero y, sobre todo, de José Martí: Quizás sea este elemento ético uno de los aspectos más trascendentales del diálogo.

Se ha iniciado, así, no solo a nivel táctico y político sino a nivel estratégico y moral, un intercambio profundo de ideas entre fuerzas que hasta ayer parecían incapaces de entenderse. Se produce en América Latina por ser este un continente en ebullición, donde una aguda crisis económica, política y social se refleja en todas las esferas de la vida cultural y espiritual del pueblo, como anuncio de los inexorables cambios que tendrán lugar por una vía o por otra. Se inicia este diálogo en América Latina, porque ya la Revolución Cubana abrió para el socialismo, en estas tierras, una etapa profundamente renovadora, que procuró ir a sus esencias y raíces; por el aporte incuestionable que han hecho y hacen a este tema la Revolución Nicaragüense y los procesos que tienen lugar actualmente en El Salvador y otros países, y también porque parte de la Iglesia Católica y otras corrientes cristianas latinoamericanas y caribeñas se están planteando de una manera nueva, pero que tiene raíces muy antiguas, cuál es el papel y la misión del creyente ante los problemas sociales y políticos.

Dos de las más importantes vertientes históricas del pensamiento y de las emociones de los hombres: el cristianismo y el marxismo, presentadas como irreconciliables por los adversarios del progreso humano, encuentran aquí nuevos y sorprendentes caminos de comprensión. Esta es una cuestión sobre la que todos los hombres sinceramente preocupados por la suerte de la humanidad, están de seguro interesados en meditar.

Armando Hart

A Leonardo Boff,

sacerdote, doctor y, sobre todo,

profeta.

A la memoria de Frei Mateus Rocha,

quien me enseñó la dimensión liberadora

de la fe cristiana y, como Provincial

de los dominicos brasileños, estimuló

esta misión.

A todos los cristianos latinoamericanos

que, entre incomprensiones y en la

bienaventuranza de la sed de justicia,

preparan, a la manera de Juan Bautista,

los caminos del Señor en el socialismo.

CAMINOS DE UN ENCUENTRO

El proyecto de esta obra surgió en mí en 1979. Le había propuesto a mi querido compadre y editor Enio Silveira la idea de un libro que tendría como título La fe en el socialismo. Realizarla exigiría viajar a los países socialistas para entrar en contacto con las comunidades cristianas bajo un régimen calificado de materialista y ateo. Múltiples tareas terminaron distanciándome de la idea, además del hecho de que su ejecución resultaba demasiado cara.

Inmediatamente después del triunfo de la Revolución Sandinista, los centros pastorales que existen en Nicaragua me invitaron para asesorar encuentros y entrenamientos, especialmente con los campesinos. Viajé a ese país dos o tres veces al año para animar retiros espirituales, impartir cursos de iniciación bíblica y ayudar a las comunidades cristianas en la articulación entre la vida de fe y el compromiso político. Cumplí un programa patrocinado por el CEPA (Centro de Educación y Promoción Agraria), que estaba compuesto por siete encuentros pastorales con los campesinos en la montaña de Diriamba, en El Crucero. Esos viajes me acercaron a los sacerdotes que sirven al régimen popular de Nicaragua. El 19 de julio de 1980 participé como invitado oficial en las conmemoraciones del primer aniversario de la Revolución. En la noche de ese mismo día, el padre Miguel D’Escoto, ministro de Relaciones Exteriores, me llevó a la casa de Sergio Ramírez, actual vicepresidente de la República. Fue entonces cuando, por primera vez, conversé con Fidel Castro, a quien había visto aquella mañana en la concentración popular en que él había hablado.

Recordé el impacto que me causaron sus declaraciones a los sacerdotes con los que se reunió en Chile, en noviembre de 1971, que yo leí en una prisión política de Sao Paulo donde me encontraba recluido cumpliendo una sentencia de cuatro años “por razones de seguridad nacional”. En aquella ocasión, dijo que “en una revolución hay una serie de factores morales que son decisivos, nuestros países son muy pobres para poderle dar al hombre grandes riquezas materiales; pero sí le da un sentido de la igualdad, le da un sentido de la dignidad humana”. Narró que en la visita protocolar que hizo al cardenal Silva Henríquez, de Santiago de Chile, le habló “de las necesidades que nuestros pueblos tenían objetivamente de liberarse, de la necesidad de unir los cristianos y los revolucionarios en esos propósitos. Que no era un interés particular de Cuba, pues nosotros no teníamos problemas de esta índole en nuestro país, pero viendo el contexto de América Latina, era deber e interés de revolucionarios y cristianos, muchos de ellos hombres y mujeres humildes del pueblo, estrechar filas en un proceso de liberación que era inevitable”. El cardenal regaló al dirigente cubano un ejemplar de la Biblia, preguntándole “si no le molestaba”. “¿Por qué va a ser molestia?”, respondió Fidel. “Si este es un gran libro, si yo lo leí, si yo lo estudié cuando era niño; pero voy a refrescar muchas cosas que me interesan”. Uno de los padres le preguntó qué creía de la presencia de sacerdotes en la política: “¿Cómo puede, por ejemplo —yo pienso—, ningún guía espiritual de una colectividad humana desentenderse de sus problemas materiales, de sus problemas humanos, de sus problemas vitales? ¿Es que acaso esos problemas materiales, humanos, son independientes del proceso histórico? ¿Son independientes de los fenómenos sociales? Hemos vivido todo eso. Yo siempre me remonto a la época de la esclavitud primitiva. Surge el cristianismo incluso en esa época”. Observó que los cristianos “pasaron de una fase en que fueron los perseguidos, a otras fases en que fueron perseguidores”, y que la inquisición “fue una fase de oscurantismo, cuando se llegó a quemar a los hombres”. Ahora, el cristianismo podía ser “una doctrina no utópica sino real, y no un consuelo espiritual para el hombre que sufre. Puede producirse la desaparición de las clases y surgir la sociedad comunista. ¿Dónde está la contradicción con el cristianismo? Todo lo contrario: se produciría un reencuentro con el cristianismo de los primeros tiempos, en sus aspectos más justos, más humanos, más morales”. Ante el clero chileno, Fidel recordó su época de alumno de colegios católicos: “¿Qué ocurría en la religión católica? Un relajamiento muy grande. Era meramente formal. No tenía ningún contenido. Ahora, casi toda la educación estaba permeada de eso. Yo estudié con los jesuitas. Eran hombres rectos, disciplinados, rigurosos, inteligentes y de carácter. Yo siempre digo eso. Pero conocí también la irracionalidad de aquella educación. Pero para ustedes, aquí entre nosotros, yo les digo que hay un gran punto de comunidad entre los objetivos que preconiza el cristianismo y los objetivos que buscamos los comunistas; entre la prédica cristiana de la humildad, la austeridad, el espíritu de sacrificio, el amor al prójimo y todo lo que puede llamarse contenido de la vida y la conducta de un revolucionario. Porque, ¿qué es lo que nosotros estamos predicándole a la gente? ¿Que mate? ¿Que robe? ¿Que sea egoísta? ¿Que explote a los demás? Es precisamente todo lo contrario. Aunque por motivaciones diferentes, las actitudes y la conducta ante la vida que propugnamos son muy similares. Vivimos en una época en que la política ha entrado en un terreno casi religioso con relación al hombre y su conducta. Yo creo que a la vez hemos llegado a una época en que la religión puede entrar en el terreno político con relación al hombre y sus necesidades materiales. Podríamos suscribir casi todos los preceptos del Catecismo: no matarás, no robarás...”. Después de criticar al capitalismo, Fidel afirmó que “hay diez mil veces más coincidencias del cristianismo con el comunismo, que las que puede haber con el capitalismo. [...] No crear esas divisiones entre los hombres. Vamos a respetar las convicciones, las creencias, las explicaciones. Cada uno que tenga su posición, que tenga su creencia. Pero sí, en el terreno de estos problemas humanos que nos interesan a todos y es deber de todos, es precisamente en este terreno en que nosotros tenemos que trabajar”. Refiriéndose a las religiosas cubanas que trabajan en los hospitales, resaltó que “las cosas que hacen, son las cosas que uno quiere que haga un comunista. Cuidando leprosos, tuberculosos y otros tipos de enfermos contagiosos, hacen lo que nosotros queremos que haga un comunista. Una persona que se consagra a una idea, al trabajo, que es capaz de sacrificarse por los demás, hace lo que nosotros queremos que haga un comunista. Así lo digo francamente”.

Allí, en la biblioteca de Sergio Ramírez, esa conversación entre el revolucionario de la Sierra Maestra y los sacerdotes chilenos, que ahora consulto, estaba presente en mi memoria y servía de base a nuestro intercambio de ideas sobre la cuestión religiosa en Cuba y en América Latina. En aquella ocasión, en Chile, uno de los participantes le preguntó si su fe entró en crisis antes o durante la Revolución. Respondió que nunca le habían inculcado la fe: “Bien pudiera decir que nunca la tuve. Fue mecánico, no fue racional”. Recordando su experiencia en la guerrilla, comentó que “nunca se había hecho una iglesia en la montaña”. Pero llegó un misionero presbiteriano, y de algunas llamadas sectas, y conquistaron algunos adeptos. Estas personas nos decían: no se puede comer grasa animal. ¡Óiganme!, no comían grasa, ¡no comían! Y no había aceite vegetal y el mes entero no comían grasa de puerco. Era su precepto y lo cumplían. Todos esos pequeños grupos eran mucho más consecuentes. Yo tengo entendido que el católico americano es también un poco más práctico en cuanto a la religión. Socialmente no. Porque cuando ellos te organizan la invasión de Girón y las guerras de Viet Nam y cosas por el estilo, no pueden ser consecuentes. Entonces yo diría que las clases mixtificaron la religión, la pusieron a su servicio. Ahora, ¿qué es un sacerdote? ¿Es acaso un terrateniente? ¿Es acaso un industrial? Yo siempre me leía las polémicas aquellas entre el comunista y el sacerdote que era Don Camilo, el cura aquel famoso de la literatura italiana. Yo diría que fue uno de los primeros intentos de romper esa atmósfera...”. En relación con Cuba, un sacerdote le preguntó en qué medida los cristianos fueron freno o motor en la revolución. “Nadie puede decir que los cristianos fueron freno. Hubo alguna participación cristiana en la lucha, al final, como cristianos; hubo, incluso, algunos mártires. Del Colegio de Belén asesinaron tres o cuatro muchachos, en el norte de Pinar del Río. Hubo sacerdotes que, por su cuenta, se sumaron, como sucedió en el caso del padre Sardiñas. Como freno, lo que surgió en los primeros momentos fue un problema de clases. No tenía nada que ver con la religión. Fue la religión de los terratenientes y de los ricos. Y cuando se produce el conflicto social-económico, intentaron usar la religión contra la Revolución. Ese fue el fenómeno que pasó, la causa de los conflictos. Había un clero español bastante reaccionario”. Al final de la larga charla con los sacerdotes chilenos, Fidel Castro resaltó que la alianza entre cristianos y marxistas no era simplemente una cuestión táctica: “Queríamos ser aliados estratégicos, quiere decir, aliados definitivos”.

Casi seis años después del viaje al Chile de Allende, el Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba volvió al tema religioso, en esta ocasión durante su visita a Jamaica en octubre de 1977. La diferencia esta vez era que hablaba ante un auditorio en su mayoría protestante. Reafirmó que “en ningún momento la Revolución Cubana estaba inspirada en sentimientos antirreligiosos. Nosotros partíamos de la más profunda convicción de que no tenía que existir contradicción entre la revolución social y las ideas religiosas de la población. Incluso en nuestra lucha hubo una amplia participación de todo el pueblo, y también participaron creyentes religiosos”. Dijo que la Revolución había puesto especial cuidado de no presentarse, ante el pueblo y ante los pueblos, como enemiga de la religión. “Porque, si eso ocurría, íbamos a estar realmente prestando un servicio a la reacción, un servicio a los explotadores, no solo en Cuba, sino sobre todo en América Latina”. Expresó que muchas veces se había preguntado: “¿Por qué las ideas de la justicia social tienen que chocar con las creencias religiosas? ¿Por qué tienen que chocar con el cristianismo? [...] Yo conozco bastante de los principios cristianos y de las prédicas de Cristo. Tengo mi concepto de que Cristo fue un gran revolucionario. ¡Ese es mi concepto! Era un hombre cuya doctrina toda se consagró a los humildes, a los pobres, a combatir los abusos, a combatir la injusticia, a combatir la humillación del ser humano. Yo diría que hay mucho en común entre el espíritu, la esencia de su prédica y el socialismo”. Regresó también al tema de la alianza entre cristianos y revolucionarios, y declaró: “No existen contradicciones entre los propósitos de la religión y los propósitos del socialismo. No existen. Y les decía que debíamos hacer una alianza, pero no una alianza táctica”. Agregó, recordando su viaje a Chile: “Ellos me preguntaron si era una alianza táctica o estratégica. Yo digo: una alianza estratégica entre la religión y el socialismo, entre la religión y la revolución”.

Recordando estos pronunciamientos, hablé a Fidel de la revolución de las Comunidades Eclesiales de Base y de cómo el pueblo sufrido y creyente encontraba ahora en su propia fe, en la meditación sobre la Palabra de Dios, en la participación en los sacramentos, la energía necesaria para su lucha por una vida mejor. A mi entender, América Latina no estaba dividida entre cristianos y marxistas, sino entre revolucionarios y aliados de las fuerzas de la opresión. Muchos partidos comunistas habían cometido el error de profesar un ateísmo académico que los alejaba de los pobres impregnados de fe. Ninguna alianza se sostendría en torno a principios teóricos o discusiones librescas. La práctica liberadora era el terreno en el cual habría de producirse o no el encuentro entre militantes cristianos y militantes marxistas, ya que así como entre los cristianos hay muchos que defienden los intereses del capital, también entre los que se dicen comunistas existen muchos que jamás se divorcian de la burguesía. Por otro lado, como hombre de Iglesia, me encontraba particularmente interesado en la Iglesia Católica en Cuba. Lo que conversamos en relación con este tema específico, está reflejado en la entrevista que aquí se reproduce.

Muchos temas de la conversación en Managua son abordados de nuevo en esta entrevista. En mí había quedado desde entonces la impresión de que el hombre Fidel es una persona abierta, sensible, a quien se puede hacer cualquier tipo de pregunta e, incluso, cuestionar. Aunque asegura no haber tenido jamás una fe religiosa auténtica, no quedó inmune del todo a la formación en colegios católicos, antecedida por el hecho de provenir de una familia cristiana. Cinco días después de ese diálogo en la casa de Sergio Ramírez, durante un encuentro con varios sacerdotes y religiosas nicaragüenses en que estuve presente, repetiría Fidel las ideas básicas que defendió en Chile y destacó en Jamaica. Este grupo de cristianos expresaba un adelanto que el propio Fidel no había previsto. La Revolución Sandinista fue obra de un pueblo tradicionalmente religioso y contó con la bendición del episcopado. Era la primera vez en la historia que los cristianos, motivados por su propia fe, participaban activamente de un proceso insurreccional apoyados por sus pastores. Los religiosos nicaragüenses insistían en que no se trataba de una alianza estratégica. Existía una unidad entre cristianos y marxistas, entre todo el pueblo. Por su parte, el Comandante de la Revolución Cubana confesaba tener la “impresión de que el contenido de la Biblia, es un contenido altamente revolucionario; yo creo que las enseñanzas de Cristo son altamente revolucionarias, y coincidentes en absoluto con el objetivo de un socialista, de un marxista-leninista”. Reconocía autocríticamente que “hay muchos marxistas que son doctrinarios. Y creo que ser doctrinario en este problema, dificulta esta cuestión. Yo creo que nosotros debemos pensar en el reino de este mundo, ustedes y nosotros, y debemos evitar precisamente los conflictos en las cuestiones que se refieren al reino del otro mundo. Y digo que hay doctrinarios todavía, a nosotros no nos resulta fácil, pero nuestras relaciones son de progresiva mejoría con la Iglesia, a pesar de tantos factores, como este principio del antagonismo. Desde luego que pasamos de la situación del antagonismo a unas relaciones absolutamente normales. En Cuba no hay una sola iglesia cerrada. Y en Cuba, incluso, nosotros hemos planteado la idea de colaborar con las Iglesias, colaboración material, de construcción, de recursos, o sea, de una ayuda material a las Iglesias como se hace con otras instituciones sociales. Pero nosotros no somos el país que tengamos que convertirnos en el modelo de eso mismo que yo planteaba. Aunque sí creo que se está produciendo esa circunstancia. Se está produciendo esa circunstancia todavía mucho mejor en Nicaragua, se está produciendo esa circunstancia mucho mejor en El Salvador. De manera que las mismas cosas que nosotros hemos planteado están empezando a llevarse a la práctica en la vida y en la realidad de la historia. Ahora yo creo que las Iglesias van a tener mucha más influencia en estos países, que la que tuvieron en Cuba, porque las Iglesias han sido factores importantísimos en la lucha por la liberación del pueblo, para la independencia de la nación, por la justicia social”.

Antes de despedirnos, el dirigente cubano me invitó a visitar su país. Pude hacerlo por primera vez solamente en septiembre de 1981, como miembro de la numerosa delegación brasileña al Primer Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América. Al margen del evento, el Centro de Estudios de América (CEA) y la actual Oficina de Asuntos Religiosos, dirigida por el doctor Carneado, me invitaron para una serie de conversaciones sobre la religión y la Iglesia en América Latina. Antes de partir de Cuba, me propusieron que regresara en otras oportunidades, con el propósito de continuar el diálogo iniciado. Quedé con la impresión de que, en lo que respecta a cuestiones teológicas y pastorales, tanto el Partido Comunista cubano como la Iglesia Católica eran tributarios aún de los conflictos surgidos entre ellos al inicio de la Revolución, lo cual dificultaba una visión más abierta y acorde con los significativos avances ocurridos en la Iglesia latinoamericana a partir del Concilio Vaticano II (1963-1965). Puse una condición a la invitación que había recibido: poder estar también al servicio de la comunidad católica cubana. No hubo resistencia y, en febrero de 1983, comparecí en calidad de invitado especial en la reunión de la Conferencia Episcopal de Cuba en El Cobre, en el santuario de la Virgen de la Caridad, patrona nacional. Los obispos apoyaron, entonces, mi actividad pastoral en este país.

Desde que entregué al editor Caio Graco Prado los originales de mi libro Qué son las comunidades eclesiales de base, editado en la colección Primeros Pasos, y le hablé de los viajes a Cuba, me propuso la idea de una entrevista sobre temas religiosos con el comandante Fidel Castro. Desde septiembre de 1981 hasta el momento de esta entrevista, viajé doce veces a la isla, gracias al apoyo de católicos de Canadá y posteriormente de Alemania, que me facilitaron los pasajes, excepto cuando se trató de algún evento cultural patrocinado por el gobierno cubano. En uno de esos viajes, formulé por escrito el proyecto de la entrevista y del libro, sin que hubiese respuesta.

En febrero de 1985 volví como jurado del premio literario de Casa de las Américas. Fui invitado entonces a una audiencia privada con Fidel Castro. Era la primera vez que conversábamos en Cuba. Retomamos el tema abordado en Managua, enriquecido por la polémica en torno a la Teología de la Liberación. El interés despertado en el dirigente cubano provocó que el diálogo prosiguiera en los días siguientes. Fueron nueve horas dedicadas a la cuestión religiosa en Cuba y en América Latina. Retomé el proyecto de esta entrevista, aceptado por él para una fecha posterior. El editor Caio Graco Prado no escatimó esfuerzos ni recursos para efectuarlo. En mayo regresé a la isla. Sobre el tema de la religión transcurrieron 23 horas de conversaciones entre el autor y el comandante Fidel Castro, cuya trascripción ofrecemos, ahora, a los lectores. De modo especial expreso aquí mi agradecimiento a la valiosa colaboración de Chomi Miyar, quien se ocupó de la grabación y trascripción de las cintas, y al ministro de Cultura, Armando Hart, quien estimuló el diálogo.

Frei Betto, La Habana, 29 de mayo de 1985

PRIMERA PARTE. 

CRÓNICA DE UNA VISITA

1

10 de mayo

Viernes, 10 de mayo de 1985. Llega en visita oficial a Cuba el presidente de Argelia, Chadli Bendjedid. Fidel Castro le ofrece esa misma noche una recepción en el Palacio de la Revolución. Entre los invitados, una pequeña comitiva brasileña que había llegado a la isla el día anterior: el periodista Joelmir Beting, Antonio Carlos Vieira Christo —mi padre—, María Stella Libanio Christo —mi madre— y yo. Los tres primeros pisan territorio cubano por primera vez. Yo, que ya había estado allí otras veces, al servicio de la Iglesia o en calidad de participante de eventos culturales, ahora volvía con un único propósito: entrevistar a Fidel.

Nuestro anfitrión, Sergio Cervantes, un negro que parece un brasileño, avisa que es necesario llevar corbata a la recepción. Hace diecisiete años que no me enredo una corbata en el pescuezo. Ni siquiera tengo traje. En Porto Alegre, cuando visité en 1975 a Mafalda y Erico Verisimo, el autor de O Tempo e o Vento, este me dijo que hacía años había quemado todas sus corbatas. Yo hice lo mismo imaginariamente. ¡En La Habana, de repente, titubeo! ¿Debo romper el protocolo y presentarme con uno de los dos pantalones de mezclilla que traje? ¿Debo rechazar la invitación, como protesta por las formalidades socialistas? ¿Qué diablo de costumbre es esta, que tanto en el Congreso Nacional, en Brasilia, como en el Palacio de la Revolución, en Cuba, se considera que un pedazo de trapo estampado, envuelto alrededor del cuello, es señal de bien vestir? A pesar de mis lucubraciones, de mis protestas imaginarias en un constante ir y venir en mi cabeza, vacilo y acepto, prestados, la corbata y el traje de Jorge Ferreira, un amigo cubano. Me quedan a la medida y allá voy yo todo empaquetado, soportando las burlas de Joelmir.

El Palacio de la Revolución, situado en la plaza del mismo nombre, detrás del monumento a José Martí, es una solemne construcción de la época de Batista, que recuerda la arquitectura fascista del primer gobierno de Getulio Vargas, en Brasil. La interminable escalinata se parece al anfiteatro de Maracaná. En la puerta, protegida por guardias de honor, presentamos nuestras invitaciones. Nos detuvimos a la entrada, hasta que terminaron los himnos de Cuba y Argelia. En el inmenso salón, todo en mármol y piedra, decorado con plantas naturales, vitrales de colores y murales abstractos, los invitados escuchan los discursos en español y árabe que preceden al momento en que Fidel condecora a Chadli Bendjedid con la medalla “José Martí”, la más importante del país. Además de la delegación visitante se encuentran presentes el cuerpo diplomático y dirigentes cubanos, miembros del Buró Político, del Comité Central y ministros. Una vez terminadas las formalidades laudatorias, entre ruedas informales circulan bandejas con mojitos, daiquirís y jugos. Me acerco a Armando Hart, ministro de Cultura, un hombre que no sabe separar el raciocinio de la emoción, rara cualidad. Lamentamos la muerte en combate de Alí Gómez García, de 33 años, venezolano, quien había caído el día anterior defendiendo a Nicaragua de los mercenarios de Reagan. En febrero pasado formé parte del jurado que concedió el premio en el género de testimonio en lengua española al texto que envió Alí al concurso literario de Casa de las Américas: Falsas, maliciosas y escandalosas reflexiones de un ñángara. Raúl Castro, hermano más joven de Fidel y ministro de las Fuerzas Armadas, camina en nuestra dirección y Hart nos lo presenta. Al saber que soy religioso, comenta:

—Pasé tantos años en colegios internos que asistí a misa por toda mi vida. Fui alumno de los hermanos de La Salle y de los jesuitas. Imagínate que yo había estudiado en Santiago de Cuba y, al participar en el ataque al cuartel Moncada, en 1953, me di cuenta de que no conocía la ciudad. No me quedé en la Iglesia, pero me quedé con los principios de Cristo. No renuncio a esos principios. Ellos me dan la esperanza de salvación, pues la Revolución los realiza en la medida en que despide a los ricos con las manos vacías y da pan a los hambrientos. Aquí todos se pueden salvar, pues no hay ricos y Cristo dice que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja...

Raúl dice esto con muy buen humor. Se puede ver que es una persona afable. Sin embargo, tiene fama de duro fuera de Cuba. Caprichos del imperialismo, que mediante sus poderosos medios de comunicación dibuja en nuestras cabezas la caricatura de sus enemigos. Pinta a Raúl como un sectario y a John Kennedy como un muchacho buen mozo. Pero quién planeó, organizó, patrocinó y financió la invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, en flagrante falta de respeto a la soberanía del pueblo cubano, fue el joven, risueño, demócrata y católico marido de Jacqueline. En su trato personal, Raúl es relajado y sabe hablar sonriendo, lo cual es raro en los políticos capitalistas, siempre circunspectos. ¿Y cómo puede ser duro el compañero de una mujer tan dulce como Vilma Espín?

Pienso que va a ser imposible saludar a Fidel, siempre tan rodeado de invitados, camarógrafos y fotógrafos. Luego nos invitan a pasar a un pequeño salón más familiar. Estamos en la entrada, cuando el Comandante, en uniforme de gala, pasa con Chadli Bendjedid. Al vernos, se acerca. Se le nota la timidez. Sí, un hombre de ese tamaño, que le grita al Tío Sam en sus propias barbas lo que piensa, y hace discursos de cuatro horas, casi pide permiso por ser quien es. Le presento a Joelmir Beting y a mis padres.

—Usted logró hacer dos revoluciones. La primera fue la cubana y la segunda, ¡lograr que mi padre saliera de Brasil por primera vez y en avión!

—No se preocupe, lo hago regresar en tren —dice Fidel.

En febrero yo había estado con el Comandante en casa de Chomi Miyar, su secretario particular, médico y fotógrafo. Le di mi receta de bobó de camarón. Pero en Cuba no hay aceite de dendé,1 con el que se deben cocer los adobos. Solo en marzo encontré un portador para hacerle llegar el dendé.

1 Tipo de coco del Brasil. (N. del E.)

—Hice tu receta de los camarones —dice—. Quedaron buenos, pero no puedo decir óptimos, porque faltaba el dendé. Después me llegó el famoso aceite. Además, hice algunas modificaciones y quiero consultarlas contigo.

Doña Stella aprovecha la oportunidad para comentar que entre ella y yo hay discrepancias en cuanto al bobó de camarón. A pesar de que, algo edipianamente, la considere la mejor cocinera del mundo, gracias a lo cual estoy vivo y con salud, su receta de bobó, calientes y fríos, no coincide con la que aprendí en Victoria. El secreto de los capixabas2 es batir la yuca cocida en el agua en que se cocen los camarones. Así se atenúa el gusto de la yuca en favor del sabor de los camarones.

2 Habitantes de la provincia de Espíritu Santo, en la costa oriental de Brasil. (N. del E.)

Estábamos enfrascados en plena polémica culinaria cuando cortésmente Fidel se excusa para atender al presidente de Argelia, que lo esperaba. Nos fuimos para una esquina y, después de que el mandatario argelino se acomoda, el Comandante vuelve a acercarse a nosotros. Quiere saber cuánto tiempo estaremos en Cuba. Lamenta el hecho de que Joelmir tenga que partir el próximo miércoles, para llegar a Brasil el jueves y tomar el vuelo para Alemania Federal el viernes. Fidel estaría ocupado con Chadli Bendjedid hasta el lunes, y el martes participaría en la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Pensativo, con un tabaquito entre los dedos, el pulgar derecho rozándole los labios casi sumidos entre las canas de la barba moviendo la cabeza como quien dice no, se decide enseguida:

—Vamos a hacer una cosa. No es Joelmir quien quiere hablar conmigo, soy yo quien quiere hablar con él. Nos podemos ver el lunes por la noche y seguramente en otro momento el martes. Tengo que dividir y subdividir mi tiempo.

Después de posar para una foto rodeado por mis padres, les pregunta:

—¿Qué les parece la recepción? La recepción es siempre un lugar de comida agradable donde, sin embargo, nunca pruebo nada para atender a los visitantes y para poder hacer después un poco de ejercicio. Se vuelve hacia Cervantes y pregunta sobre nuestra programación en la isla. Nuestro amigo le da una información general: visita al Museo Hemingway, al hospital de Centro Habana, al reparto Alamar, etcétera. Fidel reacciona:

—Cosas de turistas. Lo del hospital está bien, pero ellos necesitan conocer mejor este país. Ir a la Isla de la Juventud, ver allí cómo estudian más de diez mil becados extranjeros procedentes de África y otros continentes. Ir a Cienfuegos, ver la construcción de la central electronuclear. Visitar una pequeña comunidad campesina y conocer cómo está preparada, incluso, para la defensa militar. Pondré mi avión a la disposición de ustedes. No es cómodo, pero es seguro.

Llama a Chomi, su secretario, y le pide que anote toda la programación que propone. Contamos que aquella mañana habíamos visitado la Junta Central de Planificación, donde nos recibió el compañero Alfredo Ham. Este nos explicó que la Junta elabora planes anuales, quinquenales y perspectivos hasta el año 2000. Así, de manera planificada, la inversión de Cuba en los planos social y económico cuenta ante sí con pocas sorpresas. El país produce actualmente, en la fábrica de Holguín, más de seiscientas combinadas de caña anuales, responsables de la cosecha de más del 55 por ciento de la producción cubana. Joelmir pregunta si la planificación se realiza de arriba hacia abajo. Alfredo responde que nada es definitivo sin la aprobación final del Consejo de Ministros y la Asamblea Nacional del Poder Popular, integrada por diputados electos cada cinco años. Por otra parte, Cuba puede planificar con cierto margen de seguridad su proceso de desarrollo, porque está libre de la especulación del mercado capitalista. El 85 por ciento de sus relaciones comerciales se realiza con los países socialistas y están protegidas por acuerdos del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), del cual Cuba es miembro y en el que cuenta con las mismas medidas de protección aseguradas también a Viet Nam y Mongolia.

En 1986 comienza a funcionar el Tercer Plan Quinquenal cubano. En los primeros años de la Revolución, se exportaba azúcar, tabaco, ron y café. Ahora ocupan los primeros lugares en la lista de las exportaciones el azúcar, los cítricos, el níquel y la pesca. En el transcurso de diez años, de 1971 a 1981, no hubo ningún cambio, ni en los precios de los productos básicos disponibles en el mercado interno, ni en los salarios mínimos de los trabajadores cubanos. La reforma efectuada en 1981 establece un salario mínimo de 85 pesos. Un peso cubano equivale a 1,13 dólares norteamericanos. El salario medio es de 185 pesos. El salario máximo es de 600 pesos, o sea, no llega a diez salarios mínimos. El alquiler de la vivienda, que se paga al Estado, no llega a equivaler el 10 por ciento del salario, independientemente del tamaño del inmueble. El consumo básico se controla a través de la libreta, cuaderno que regula el abastecimiento, de modo que los 10 millones de habitantes de Cuba no conocen esa tragedia que azota a la mayoría de la población del mundo y de América Latina: el hambre. El excedente de la producción se vende, a un precio más alto, en el mercado paralelo, que es oficial. En la libreta, un kilo de carne de res cuesta 1 peso y 35 centavos; un litro de leche, 25 centavos.

En 1981, año del último censo, el 52 por ciento de la población tenía menos de treinta años. En los primeros años de la Revolución, la tasa de crecimiento demográfico era de más del dos por ciento anual, considerada muy alta en el país. Hoy es del 0,9 por ciento. En 1959 se graduaron en las universidades menos de dos mil estudiantes. En 1984, se graduaron 28 000. ¡Cuba dispone actualmente de 20 500 médicos, uno por cada 488 cubanos! La progresiva falta de enfermos permite al país dar asistencia médica a 28 naciones.

Alfredo Ham nos dice, además, que el aumento percápita anual del consumo y los servicios a la población está entre el 2,5 y el 3 por ciento aproximadamente. La inflación, que no se puede calcular por criterios capitalistas debido a que no hay especulación financiera, y que es regulada por el Estado de manera que no grave el valor real del salario de los trabajadores, es de alrededor del tres por ciento anual. El ingreso real crece cada año por encima de la inflación. El país está en condiciones de absorber toda la fuerza de trabajo y el pequeño índice de desempleo existente —aproximadamente el seis por ciento de la población económicamente activa— se debe al hecho de que el presupuesto familiar, relativamente alto, permite que ciertas personas estén desocupadas mientras no ingresan en el trabajo que desean, como es el caso de un joven universitario o el técnico medio graduado que quiera optar por una plaza determinada en el lugar de su preferencia, y no quiera hacer otro trabajo, aunque muchas veces recibe el mismo salario que un ingeniero. El consumo medio diario de calorías está entre 3 000 y 3 500, muy por encima de la media mínima de 2 240 que establece la FAO. El producto interno bruto es superior a 24 000 millones de dólares. La industria participa en un 50 por ciento.

2

13 de mayo

En la noche del lunes, 13 de mayo, Fidel Castro recibe a la pequeña comitiva brasileña en su despacho en el Palacio de la Revolución. En torno a la mesa de trabajo, estantes repletos de libros, casetes, un radio de transistores. Sobre la mesa, papeles, un recipiente de cristal lleno de caramelos, una caja redonda con tabacos cortos y pequeños, los preferidos del Comandante. Debajo de un enorme cuadro, con el rostro de Camilo Cienfuegos pintado con líneas suaves, butacas de cuero y una mesa de mármol de la Isla de la Juventud. Al fondo, una mesa grande de reuniones, con cuatro sillas por cada lado y dos en cada extremo. Otro óleo, enorme, muestra el trabajo agrícola de los jóvenes estudiantes. El despacho es amplio, confortable, climatizado, sin lujo. Fidel nos recibe en su uniforme verde olivo y nos invita a sentarnos a la mesa. Está interesado en conversar especialmente con Joelmir Beting, que debe regresar antes a Brasil. Indaga sobre el trabajo de Joelmir, cómo divide su día, de qué tiempo dispone para estudiar, qué hace para grabar en su cabeza tantas informaciones económicas. Pregunta también sobre el viaje que realizamos a la Isla de la Juventud y a Cienfuegos, y al respecto comenta:

—La central nuclear de Cienfuegos se construye con todas las exigencias de seguridad absoluta, para resistir maremotos, temblores de tierra, incluso hasta la caída de un jet de pasajeros en ruta.

Mi madre elogia la cocina cubana, especialmente los productos del mar. El cocinero que es Fidel concuerda:

—Lo mejor es no cocer ni los camarones ni la langosta, pues el hervor del agua reduce sustancia y sabor y endurece un poco la carne. Prefiero asarlos en el horno, o en pincho. Para el camarón bastan cinco minutos al pincho. La langosta once minutos si es al horno, seis minutos al pincho sobre brasa. De aliño, solo mantequilla, ajo y limón. La buena comida es una comida sencilla. Considero a los cocineros internacionales derrochadores de recursos; un consomé desperdicia gran parte de los subproductos al incluir la cáscara de huevo; debe usarse solo la clara, para poder usar después en un pastel u otra cosa la masa de carne y vegetales que quede. Uno de estos cocineros, muy famoso, es cubano. Estuvo preparando no hace mucho pescado al ron y otras mezclas, en ocasión de la visita de una delegación. Lo único que me gustó fue el consomé de tortuga, pero con los desperdicios señalados.

Se vuelve hacia Joelmir Beting:

—¿Cómo es tu ritmo diario de trabajo?

—Una hora y media de programa de radio todas las mañanas. Media hora de televisión por la noche. Y redacto una columna de comentarios económicos editada diariamente en 28 periódicos brasileños.

De nuevo Fidel le dice:

—¿Y cómo encuentras tiempo además para leer e informarte? Todos los días dedico una hora y media a la lectura de los cables internacionales, de casi todas las agencias. Me llegan mecanografiados en una carpeta, con un índice de su contenido. Los cables se agrupan según un orden temático: todo lo concerniente a Cuba, luego la cuestión del azúcar, fundamental en nuestras exportaciones, la política norteamericana, etcétera. Si leo que se ha descubierto en algún país un nuevo medicamento o equipo médico innovador y de gran utilidad, mando a solicitar rápido información sobre el mismo. No espero las revistas médicas especializadas, que demoran de seis meses a un año para salir con la información pertinente. Esta semana supe que se desarrolló en Francia un nuevo equipo para destruir las piedras del riñón con ultrasonido, mucho más económico que el producido en la RFA; dos días después un compañero partió para París para recoger información. También hemos pedido información sobre un nuevo medicamento recién descubierto en Estados Unidos que interrumpe el infarto. La salud pública es uno de los sectores que yo sigo de cerca con mucho interés. Las investigaciones científicas dentro y fuera de Cuba, los problemas económicos nacionales e internacionales también. Desgraciadamente, el tiempo no alcanza para recoger y analizar todas las informaciones que a uno le interesan. Quería actualizarme mejor para esta conversación contigo y mandé a buscar todas las noticias económicas internacionales importantes de los últimos dos meses. ¡Recibí cuatro volúmenes de 200 páginas cada uno! No es fácil seguir la dinámica de los acontecimientos, las aventuras del dólar y las consecuencias en la economía mundial de la nefasta política económica de Estados Unidos.

Joelmir Beting dice:

—El dólar es hoy una moneda de intervención y no de referencia. Intervención armada en nuestros países. La subida del dólar refleja la ruina de la economía de los Estados Unidos. La referencia del rublo es el oro. El rublo tiene respaldo, el dólar no. Por eso la Unión Soviética se ve perjudicada por la valorización del dólar, desde que Nixon cortó, por teléfono, el respaldo en oro de la moneda norteamericana. De cierta manera, esa moneda, que hoy compra el mundo, es una moneda falsa. Hoy, es un misterio la cantidad de dólares que hay fuera de los Estados Unidos.

Fidel hojea la carpeta con la transcripción de los cables internacionales del lunes. Según él, la carpeta no está muy gruesa, porque los políticos y periodistas no tienen por costumbre trabajar los fines de semana.

—Nadie sabe la computadora que el hombre tiene en la cabeza —dice—. Muchas veces me pregunto por qué tanta gente se dedica a la política. Es una tarea ardua. Solo vale la pena si se pone en función de algo útil, si puede resolverse realmente algún problema. En conversaciones como esta, con visitantes, trato de aprender. Trato de conocer lo que pasa en el mundo y particularmente en América Latina.

—Usted, como Comandante en Jefe, tiene bajo su responsabilidad la administración de Cuba y las relaciones internacionales —observa Joelmir Beting—. ¿Serían necesarios dos comandantes?

—Todo aquí está descentralizado y obedece a planes bien hechos. Y existe un grupo central que facilita la administración. Antes era una verdadera lucha romana, cada organismo, cada ministerio, en lucha con la Junta de Planificación, disputando asignaciones. Ahora todo es responsabilidad de todos. El Ministro de Educación también participa en las decisiones fundamentales concernientes al plan, al igual que el de Salud Pública y los demás organismos de servicios, lo mismo que los económicos. Y las decisiones son rápidas, sin burocracia. Para tomarlas no necesitan hablar conmigo, solo si fuera algo muy importante o cuando se trata de algún área que yo sigo de cerca, como es el caso de la salud.

—¿O una obra de choque como la central nuclear?

—Me di cuenta de que esa obra se estaba atrasando. Una cuestión de método de control. El equipo responsable tenía sus reuniones de evaluación trimestrales. Supe, por ejemplo, que la alimentación, el transporte y otras condiciones de vida material de los obreros no recibían toda la atención necesaria. Hice una visita acompañado de un equipo de colaboradores. Pregunté por las condiciones de vida en la obra, por la calidad de la ropa y el calzado de trabajo, del transporte que los llevaba a visitar a sus familiares, los suministros materiales de la obra, los déficit de equipos de construcción y otros aspectos. Lo que me interesa es la atención al hombre. Un trabajador siente más amor por su obra si dispone de condiciones dignas, y se le demuestra el aprecio a su trabajo y la constante preocupación por sus problemas materiales y humanos. Vi que los transportaban en camiones a las provincias de donde proceden. Pregunté: ¿cuántos ómnibus hacen falta, treinta? Vamos a hacer un esfuerzo para obtenerlos. Utilizaremos los que tenemos de reserva. Hice sugerencias, di incluso la idea de organizar una base de campismo en el área de la obra, de manera que los familiares puedan visitarlos y descansar con ellos en las proximidades de su propio lugar de trabajo. Los organismos que atienden esa obra necesitaban, desde luego, recursos y un apoyo más directo; lo recibieron.

Fidel enciende su pequeño tabaco con una fosforera plateada de gas. Pasa sus dedos finos por las canas de la barba, y continúa:

—Trabajo directamente con un equipo de veinte compañeros, de los cuales diez son mujeres. Forman un grupo de coordinación y apoyo. Cada uno trata de saber lo que ocurre en los principales centros de trabajo y de servicios del país, mediante el contacto con ellos. Sin entrar en choque con los ministerios, ese equipo facilita la agilización de las decisiones. Son personas y no departamentos. Cuando visité la central nuclear y supe de las reuniones trimestrales, señalé que el curso de la obra no podía esperar ni un mes, mucho menos tres. Las reuniones eran un inventario de dificultades que debían resolverse rápidamente. Ahora, todos los días, la obra tiene que informar del curso de los trabajos a la oficina del equipo, qué problemas tienen, etcétera. Sistemáticamente son visitados por un miembro del equipo especializado en esta tarea. Los problemas no pueden esperar, se deben solucionar inmediatamente. Así hacemos con otras obras importantes y decisivas.

—En Cienfuegos —interviene Joelmir Beting— me di cuenta de que, para el personal de la obra, es una gran motivación saber que el Comandante va siguiendo de cerca el trabajo.

—No hay ningún despacho del mundo con menos personas que el mío. ¿Con cuántos funcionarios tú trabajas? —le pregunta Fidel a Chomi, Secretario del Consejo de Estado y colaborador cercano de Fidel.

—Con seis personas —responde el exrector de la Universidad de La Habana.

El periodista brasileño pregunta:

—¿Quién es la fuerza arbitral en la demanda de recursos?

—Antes era la Junta de Planificación. En la actualidad está más descentralizada. El Poder Popular, por ejemplo, administra las escuelas, los hospitales, transporte, comercio, prácticamente todos los servicios locales. El Poder Popular de una provincia como Santiago de Cuba, por ejemplo, elige al director del hospital. Lógicamente se consulta al Ministerio de Salud Pública, que le ofrece cuadros profesionales y la metodología de trabajo en el hospital.

—¿Esa descentralización es un hecho nuevo?

—No, aquí siempre dividimos las funciones y atribuciones.

—¿Ese es el modelo cubano?

—En ese modelo hay mucho de cubano. El sistema electoral, por ejemplo, es totalmente cubano. Cada circunscripción electoral, aproximadamente 1 500 habitantes, elige al delegado del Poder Popular. Los vecinos postulan y eligen candidatos sin intervención del Partido. Ellos son los que proponen a los candidatos, como máximo ocho y como mínimo dos. El Partido no se inmiscuye en eso; garantiza solo el cumplimiento de las normas y los procedimientos establecidos. El día de las elecciones, cada dos años y medio, quien obtiene más de un 50 por ciento de los votos está electo; si no ocurre así hay una nueva vuelta. Esos delegados electos forman la Asamblea Municipal y eligen al Comité Ejecutivo municipal. Inmediatamente esos delegados, junto al Partido y las organizaciones de masas, participan en la promoción de las candidaturas para la elección de los delegados a la Asamblea Provincial y de los diputados a la Asamblea Nacional, integrada por 500 parlamentarios. Más de la mitad de los diputados de la Asamblea Nacional provienen del Poder Popular, salen de la base. Y en la circunscripción hay reuniones periódicas en las que los vecinos discuten, en presencia de los delegados que eligieron, cómo están actuando estos, e incluso pueden revocarlos.

—Cuando visité un hospital, vi que las madres tienen el derecho de acompañar a sus hijos enfermos —observa Joelmir Beting.

—Para un niño enfermo —explica Fidel Castro— la mejor enfermera del mundo es su madre. Antes no podían entrar y se quedaban en la puerta del hospital, ansiosas, esperando noticias de los hijos. Se suponía que las madres, como no poseían conocimientos técnicos, podían dificultar el tratamiento médico. Hace muchos años adoptamos otro sistema que ha dado grandes resultados. En cualquier hospital pediátrico la madre tiene derecho a acompañar al hijo ingresado, recibe la ropa adecuada para estar en el hospital y recibe gratuitamente la alimentación. En el último congreso de las mujeres cubanas, celebrado en marzo de este año, las madres solicitaron que se concediera a los padres el mismo derecho. Muchas veces una mujer, ocupada con otros hijos, no puede estar en el hospital acompañando al que está enfermo. Ya se está estudiando esa solicitud. Incluso estamos analizando, porque también ha sido solicitado por las mujeres, la posibilidad de que los hijos, hermanos o padres acompañen a un familiar hospitalizado. Antes solo se permitía a las mujeres; estas estiman que tal práctica hace recaer sobre ellas casi todo el trabajo familiar, limitando sus posibilidades en el desempeño de sus actividades en el trabajo, y dificultando su promoción social. Hoy las mujeres constituyen ya el 53 por ciento de la fuerza técnica del país.

—El nuevo Plan Quinquenal 1986-1990, ¿tiene innovaciones en su metodología?

—Sí, hay más racionalidad. Se da prioridad a lo económico, fundamentalmente a los productos de exportación. Puede que una provincia quiera construir un nuevo estadio deportivo o un teatro. Sin embargo, la construcción de una fábrica que ayudará a aumentar las exportaciones tiene prioridad. Se construyen el estadio y el teatro cuando es posible, pero nunca a costa de una obra económica priorizada. De esta manera, ningún aspecto del Plan es resultado de la disputa entre organismos del Estado. Se sigue una política global, racionalizada, asumida por todos los organismos. Se evita la lucha del Ministerio de Educación, por ejemplo, con la Junta de Planificación. El Plan establece la planificación, priorizando sectores, y de esta manera organiza la distribución de los recursos. El hecho de que hayamos construido en estos 26 años casi todas las obras sociales necesarias en los sectores de educación, salud, cultura y deporte nos permite ahora realizar el grueso de las inversiones en proyectos económicos, sin sacrificar el desarrollo social. Los servicios sociales crecerán sobre todo en calidad, y no tanto en instalaciones nuevas, aunque se siga construyendo un cierto número de estas.

Con voz pausada, clara, indaga Joelmir Beting:

—¿Se realiza en Cuba la proyección social?

—Sí, en lo esencial —responde el presidente del Consejo de Ministros.

—¿Existe una capacidad ociosa en el sector de la salud?

—Estamos invirtiendo, como señalaba, para mejorar la calidad, como es el caso de la construcción de hospitales pediátricos. Creamos el médico de la familia, que atiende directamente a un grupo de familias en su área de residencia. Este no es el médico que atiende la enfermedad, es el médico que está al cuidado de la salud, pues orienta a la familia en las medidas preventivas. En la Isla de la Juventud, que ustedes visitaron, hay escuelas secundarias con estudiantes de 22 nacionalidades diferentes. Al comienzo, teníamos temor de que introdujeran enfermedades que ya estuvieran erradicadas aquí o incluso desconocidas. Se ha tenido un éxito completo en eso y se ha demostrado que cualquiera de las enfermedades que constituyen azotes en África u otros continentes son absolutamente controlables por la ciencia médica y los medicamentos modernos. Aunque se hacen exámenes médicos antes de venir de sus países, si algún caso a pesar de eso vino enfermo, nunca se devolvió a su país. Fue atendido y curado en Cuba. Afortunadamente, en nuestro país no existen vectores de la mayor parte de esas enfermedades. Nuestro Instituto de Medicina Tropical ha hecho grandes avances en este campo, lo que sirve también para proteger a los cubanos que trabajan en el Tercer Mundo. En la Isla de la Juventud los recursos nutritivos de los alumnos son superiores al promedio nacional en las demás escuelas. Gracias a esas iniciativas, como dije, nunca tuvimos que devolver a un estudiante a su país de origen por problemas de salud. Gozan realmente de una salud espléndida, y están muy fuertes.

—Obtenida la cantidad, ustedes invierten en la calidad.

—La Revolución ha creado la base material. Existen sectores que aún son deficitarios, carentes, y exigen grandes inversiones, como es el caso de la vivienda, aunque estamos avanzando. Actualmente se construyen más de setenta mil viviendas por año.

—¿Y cómo está el transporte?

—Durante los diez primeros años de la Revolución no importamos automóviles. El bloqueo económico y comercial al que fuimos sometidos, y nuestras propias prioridades, dirigieron los recursos a otros sectores, como la salud y la educación. El automóvil que se importa aquí, no puede ir en detrimento de exigencias sociales. Actualmente ingresan alrededor de diez mil por año, y se les da prioridad en la venta a los especialistas, técnicos y trabajadores más destacados.

—¿Y el transporte colectivo?

—Importamos los motores, alguna que otra pieza, y construimos el resto del ómnibus aquí. Actualmente estamos desarrollando la producción de motores. Y de cada tres automóviles que llegan, dos son asignados para su venta a trabajadores directamente vinculados a la producción y los servicios; se les venden casi al precio de costo, en un período de hasta siete años, con un interés mínimo. La asamblea de los trabajadores de cada centro decide quién los merece. Una parte de los autos que se importan se destinan, por supuesto, a los servicios de alquiler y a la administración del Estado.

—¿Existe la propiedad privada en el campo?

—Sí, tenemos todavía casi cien mil agricultores independientes. Cultivan café, papa, tabaco, hortalizas, un poco de caña y otros productos. En la actualidad, más de la mitad de los productores independientes, que eran 200 000, se han organizado en cooperativas de producción, que han tenido gran éxito. Sus ingresos son altos. Su incorporación a cooperativas es absolutamente voluntaria. Ese movimiento marcha sobre bases muy sólidas. Esto evita al Estado movilizar mano de obra para ayudarlos en las cosechas, como se hacía antes. Por otra parte, la cooperativa introduce mejoras en la calidad de la vida de los agricultores. Facilita la construcción de escuelas, nuevas viviendas, agua potable, electrificación, etcétera. Más del 85 por ciento de las viviendas del país están electrificadas. Los créditos y los precios los fija el gobierno a niveles estimulantes para los productores. El excedente de la producción recibe un precio aún más alto y se destina al mercado paralelo. No cobramos impuestos a los campesinos y, como todo cubano, sus familias tienen derecho a la salud y a la educación gratuitas. Los cooperativistas tienen ingresos anuales equivalentes de 3 000 a 6 000 dólares, superiores a los de los productores individuales, cuyo costo de producción en parcelas aisladas es más alto y sus actividades productivas más difíciles de mecanizar. Desde el comienzo de la Revolución creamos aquí cooperativas de crédito y servicio. Servicio es todo lo referente a instrumentos de trabajo como tractores, silos, camiones, combinadas, etcétera. Ahora las cooperativas de producción son propietarias de esos equipos.

—¿Un agricultor puede contratar mano de obra?

—Puede, según las leyes del país, que protegen a los trabajadores. Para cortar más de setenta millones de toneladas de caña anualmente, hoy necesitamos solo 70 000 macheteros, gracias a la mecanización progresiva. Hace quince años se empleaban 350 000. La mayoría de esa mano de obra es suministrada por los propios trabajadores agrícolas. Casi no hay que movilizar voluntarios, y hace ya muchos años no tenemos que movilizar soldados o estudiantes de nivel medio superior para esas tareas. Nuestro problema en Cuba no es el desempleo; por el contrario, en la mayoría de las provincias tenemos escasez de mano de obra.

—¿Los estudiantes ya no participan en la actividad productiva? —pregunto yo.