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A Manolo Cortina, el beisbol le llegó por la cuna. Su padre y varios tíos jugaron en las Minas de Matahambre y conquistaron la Liga Popular de Cuba en 1955. Comenzó sobre la lomita con gran talento. El brazo no le respondió y se desplazó hacia la inicial por dos Series Nacionales, con VEGUEROS. A partir de aalí desarrolló su capacidad para entrenar a los pitchers dentro y fuera de la Isla. Estudioso como pocos, pasó a la leyenda cuando, junto a su mentor Joaquín Pando, recuperó el brazo lastimado de Rogelio García (El Ciclón de Ovas). En este libro, el lector quedará fascinado por las anécdotas y, sobre todo, por el andar seguro de este erudito de los hombres del box. Si lo dudan, pregúntenle al panameño Mariano Rivera.
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Anécdotas de un apasionado del béisbol
Anécdotas de un apasionado del béisbol
José Manuel Cortina Martínez
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Edición: Vivian M. González González
Diseño de cubierta e interior: Iliá Valdes Hernández
Diseño digital: Jadier Iván Martínez Rodríguez
Corrección: Osmany Echevarría Velazquez
© José Manuel Cortina Martínez, 2019
© Sobre la presente edición:
Ediciones Loynaz, 2019
ISBN 9789592197916
Ediciones Loynaz
Calle Maceo no. 211, esquina a Alameda; Pinar del Río, Cuba.
E-mail: [email protected]
A Clarisa, mi esposa, por soportarme tanto tiempo.
A mis hijos y nietos.
A Calcedo y Marisol Bravo por motivarme
a escribir estas anécdotas.
A la MSc. Marialina García Escobio por
organizar mis notas.
A los que nunca creyeron en mí, pero
los Cortinazos están aquí.
Agradecimientos
A Rafael Cao Fernández por sugerirme el título de este libro.
A Mariano Rivera por acordarse de mi después de 32 años, creo que esa deferencia para conmigo no es más que la sencillez y honestidad de este grandioso lanzador, deseándole todas las cosas buenas del mundo por ser el don de gente que es. Gracias campeón.
Hay personas que desde la oscuridad emiten una magnífica luz, dando vida a otros a cambio de nada, solo el placer del deber cumplido. Ella es una de las que ha hecho grande las publicaciones de Ediciones Loynaz, por eso quiero agradecerle por dar a luz un libro que, sin su labor, hubiera sido un desastre, debido a mi ignorancia en la escritura. Gracias Vivian por tu profesionalidad.
“Los hombres tienen una sola palabra”.
Abuelo Pancho
Cuando un hombre se dispone a escribir sus memorias y, además, lo hace con un sentido honorable, se desgarra y entrega, al mundo de las letras, intimidades de su vida, ejerciendo un derecho esencial: dejar su imagen para el futuro. No todos lo asumen con sinceridad.
José Manuel Cortina Martínez, se puede ubicar —sin más ni menos—entre los más duchos en la enseñanza del arte del picheo, con una dedicación extrema a sus pupilos. No oculta resquicios para propagandizar sus criterios sobre el tema y otros muchos, arrostrando un carácter forjado sin tapujos desde la cuna. Estamos en presencia de un hombre sincero, no de donde crece la palma, sino de las raíces mineras de su terruño, entroncadas en profundos lazos familiares.
Hace un par de años, cuando disfrutaba por la televisión un duelo entre Matanzas y Granma, divisé la cabeza blanca de alguien que escribía en unos papeles, sentado al centro de otros. Tenía que ser Manolo, los locutores lo mencionaron después. Entonces llamé a Claritza, su compañera por más de cuatro décadas, que le ha dado dos vástagos (varón y hembra), y estos, a su vez, varios nietos. Él me había comentado algo del asunto, pero no lo recordaba. A fin de cuentas, ha sido relegado por décadas, unas veces por los demás, otras por él y su carácter. No obstante, ninguno domina más el arte de lanzar.
Y recordé mucho, en un ejercicio que, según los antiguos, es como volver a vivir. Regresaron a la mente momentos buenos, muy buenos, regulares y a veces no deseados, porque de todo hemos tenido. Mas no puedo ni debo excluir a un amigo entrañable de la infancia, la juventud y la niñez, en aquel pueblo entre colinas, llamado Minas de Matahambre, para nosotros el más lindo y pintoresco del mundo.
El 11 de marzo de 1950 hubo una boda beisbolera en el pueblo. José Manuel Cortina (El Niño) y Ángela Martínez (Nena), cuarta descendiente de Tomás y Virginia, padres de la familia más popular por aquello de la pelota, decidieron unir sus vidas, hasta que un día de 1992, la desaparición física del pelotero pudo separarlos. Ella lo sobrevivió doce años.
Se fueron a vivir a la casa de El Niño, ubicada en la Tercera calle, detrás de la famosa loma del right field. Él, un estelar en el equipo del pueblo, a veces lanzador, jardinero, también manager. Ella le dedicó su vida, y a los dos hijos. Después, a nietos y bisnietos.
La llegada al mundo de Manolo estuvo atada a la pelota por el cordón umbilical. También fueron peloteros sus tíos Tomás (Nené), Nancio, Raúl, José Manuel (Casquillo) y otros de larga data. Ismael, su hermano derecho ya fallecido, padre del que más tarde lanzaría para los equipos pinareños, también picheó; tiraba duro.
Quizás pocos conozcan o recuerden que Manolo se inició como lanzador. Lucía inmenso en escolares y juveniles. Su recta no era despreciable, curvas endemoniadas y, sobre todo, dueño de una proverbial inteligencia. Lo creí destinado a convertirse en otro Changa Mederos o Rigoberto Betancourt, pero se lastimó el brazo muy joven, cuando prometía tanto. No volvió a ser el mismo. Entonces acudió a otras virtudes.
Entre nosotros no fue segundo de nadie. Se desplazaba en los jardines con facilidad, pero el brazo le impidió destacarse. Sin vacilar, decidió por la inicial, donde el también zurdo Barrilito Olivero hizo maravillas en la década del cincuenta, en el poderoso equipo Minas de Matahambre, que se alzó con el título en la Liga Popular deCuba (1955). Nuestro hombre se convirtió, más rápido de lo que imaginamos, en émulo de Barrilito.
Jugué con buenos, malos y regulares inicialistas; ninguno como él. Los que defendíamos el cuadro sentíamos la confianza necesaria. “Tiren como quieran, que yo las cojo”. A veces lo probé, levantaba cualquier cosa, incluido mucho polvo en el mascotín. Infinidad de errores los convirtió en outs. Sus habilidades rayaban con el espectáculo; se entregaba como ninguno.
Estuvimos con el Vegueros de la XI Serie Nacional, al mando de Ismael (Gallego) Salgado, donde sorteó la posición con bateadores como Lázaro Cabrera, Leonildo Martínez y Adalberto Suárez. Solo jugó dos temporadas.
Si me detuve en estos datos, es porque los aficionados lo asocian como coach y manager. Manolo había jugado en la fuerte liga habanera cuando estudiaba en la ESEF Comandante Manuel Fajardo, de La Habana. Por su carácter y temple, alguna que otra vez le quitó la pelota al respetado Germán Águila para devolverla al pitcher; y no cedió.
Su carrera profesional es más conocida. Uno de los cinco muchachos del Fajardo que echaron hacia delante el beisbol pinareño, en unión de veteranos de mil batallas.1Manolo se arrimó al árbol que mejor cobija pudo darle: José Joaquín Pando. Junto al inolvidable Viejito, aprendió los mil y un secretos del entrenamiento a los lanzadores y se llenó de textos sobre el picheo. Fue, por derecho propio, el continuador.
Sus inestimables servicios estuvieron y están a disposición de curtir brazos e inteligencias. Alguna vez incursionó como director. Prefiero verlo sudar con los pitchers, de donde brotaron leyendas. Recordemos su papel en la recuperación de Rogelio García, El Ciclón de Ovas, y tantos más. También ha trabajado con lanzadores de Matanzas, Santiago de Cuba… Siempre dispuesto a ayudar.
Colaborador en varios países. Panamá y, sobre todo, Italia, conservan su huella. Ha recorrido de punta a punta la Península Itálica. Varias veces entrenó su selección nacional para diferentes torneos, incluyendo juegos de las Olimpiadas. Ha sido permanente su presencia en Parma —donde se inspiró Sthendal para escribir su famosa Cartuja— y en Nettuno.
El carácter, unido a un temperamento a veces colérico, no siempre le ha deparado ratos agradables. Tiene criterios propios, mantenidos a cualquier precio, aunque le vaya alguna incomprensión. Le cuesta dar el brazo a torcer cuando se siente en posesión de la verdad; otra virtud.
Muchas cosas más pudiéramos decir sobre sobre este hombre. La vida nos unió. Mi hermano Francisco José, a quien se conoce en el mundo del beisbol como Catibo, trabajó con él durante muchos años. Ellos venían de las mismas escuelas primarias, Secundaria Básica, el Fajardo y la Facultad de Cultura Física Nancy Uranga Romagoza, donde fueron mis alumnos.
No quiero concluir sin pintarlo de cuerpo entero. Dirigió la temporada 1981-1982, la mejor que tuvo Forestales, segundo equipo del patio. Hubo etapas en las que Vegueros y Forestales ganaban y perdían con cualquiera. Momento difícil, tenía que decidir. Forestales a un solo juego de Vegueros en la tabla de posiciones. Tras sus talones, Industriales. Para nadie es secreto que los equipos de la capital han gozado de favores, hasta he llegado a verlo lógico, así debe suceder en las ciudades cosmopolitas: New York, Ciudad de México, Madrid en el fútbol... Cortina tenía a Julio Romero, su mejor carta, listo para lanzar contra Vegueros. El sábado enfrentarían a Industriales en el Latino. Los pinareños no queríamos desbaratarnos entre nosotros mismos, después de tanto bregar. Medio país se le tiraría encima si no usaba a Julio y lo guardaba para los Azules.
No vaciló, nunca ha vacilado. Lo dejó para el sábado en el Latino. ¡Sorpresa mayor! Allí lo esperaba el mismísimo presidente del INDER para pedirle cuentas. ¡Increíble! No sé las cosas que Manolo le dijo, pero lo convenció de actuar correctamente o, al menos, lo que entendió correcto. Si no era así, que pusieran a otro.
No le salió bien la estrategia, Julio perdió contra Industriales. La implacable fanaticada habanera estuvo contra él y ni se dio por aludido. Entonces salió la voz de Bobby Salamanca, en comentario que disfruté como pocos: “¿Y qué quieren, que Pinar del Río después de dejar el sótano y escalar planos estelares se destruya entre sí? No sé las razones que tuvo Cortina para su decisión, pero si fue para ayudar a su provincia, aplaudo con doble signos de admiración…” Bobby, una vez más, hizo justicia.
Fascinantes fueron las palabras del lanzador panameño Mariano Rivera, único electo con el total de los votos al Salón de la Fama de Cooperstown: “Trabajé con muchos compañeros y maestros de la pelota cubana. A José Manuel Cortina lo recuerdo bien porque aprendí cosas con él. Me impacta y me encanta cómo viven el beisbol, cómo lo sienten y cómo lo respiran los cubanos. También tuve un compañero de equipo muy grande, Orlando (Duke) Hernández, del que aprendí que nunca uno se debe dar por vencido”. “Al final, la imagen más sobrecogedora quedó en unos segundos, cuando se apagaron las cámaras y las grabadoras. El panameño, mientras me permitía una instantánea, murmuró: «saluda a Cortina de mi parte, si lo ves»”.2
La pelota cubana necesita entrenadores como José Manuel Cortina Martínez. Presumo que este libro será un acontecimiento popular.
Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Febrero de 2019.
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1 Se incorporaron como entrenadores en el beisbol pinareño a inicios de la década del setenta: Jorge Fuentes, Juan C. Díaz (Charles), Francisco José Martínez de Osaba Goenaga (Catibo), Jorge Hernández y José Manuel Cortina (Manolo).
2 Artículo del periodista Joel del Río, a raíz de la Conferencia de Prensa de Mariano Rivera, en Panamá, para la inauguración de la Serie del Caribe, 2019.
Mis amigos me incitan a que haga un libro de beisbol, pero ellos no saben que ya hice uno y me lo robaron, después de una petición de préstamo para hojearlo. Cuando me enteré que se lo habían llevado para el exterior, fui rápidamente a la computadora en que me lo habían escrito y también había sido robada; a partir de ahí me resigné y la motivación de hacerlo se fue de mis objetivos. Al cabo del tiempo, cuando hablábamosde beisbol con mis compañeros, me decían: “Corti, escribe un libro”, y volví a las andadas.
Realicé muchos apuntes, como guía, y los enseñé a la Comisión Nacional de Beisbol. Al poco tiempo, cuando fui a buscar al compañero al que se los había entregado, me dijo con mucha pena: “Tú sabes que las notas tuyas se perdieron de aquí”; me dije: Vaya, qué fatalidad; sin embargo, no me amilané, regresé a casa y los reproduje de nuevo. Al volver a presentarlo me dijeron: “Este libro tienes que hacerlo en tercera persona”; expresé mi inconformidad y respondí: “Cómo en tercera persona, si el libro parte de mis propias vivencias”. Al tiempo me respondieron que podía hacerlo, pero tantos obstáculos me hicieron pensar en escribirlo para próximas generaciones.
Pasaron muchos años y la Comisión Nacional me hizo una invitación al juego con el Tampa, a la cual accedí con mucho orgullo y, a partir de ahí, me han estado dando participación en el beisbol, lo cual agradezco enor-memente.
En el periódico Trabajadores, Joel García publicó un trabajo mío que gustó mucho a los amantes del beisbol; después, en una conversación con Oscar Sánchez, le dije que tenía algunos que me gustaría que viera y si creía que podían ser útiles para publicarlos, que él lo decidiera, pero que debía ponerlos de forma íntegra para que el pueblo los entendiera. Se los entregué en el Juego de las Estrellas de Matanzas y, cuando ya me había olvidado de eso, Oscar me vio y me dijo: “Profe, esto está interesante, lo vamos a publicar”. “¡Qué bueno —le respondí—, así mi pueblo puede ver a los lanzadores por dentro, desde mi humilde óptica!”.
Carlos Martí y Martínez de Osaba
Nací en las Minas de Matahambre, prácticamente dentro del terreno de beisbol, a uno cincuenta metros, detrás del jardín derecho del estadio. Provengo de una familia enraizada en este deporte: mi padre, mis tíos; entre nosotros, solo se respiraba beisbol, a tal punto que cuando mis abuelos se demoraban unos minutos, el juego no comenzaba. Una parte de los bates con los que jugaba el equipo de las Minas se traía de los Estados Unidos, y la otra, la hacían los carpinteros del pueblo. Yo nací con esos bates, que eran de majagua, colgando del techo de mi casa para que se secaran, de un año para otro. Casi todas las cubiertas eran de zinc, por lo que proporcionaban el calor suficiente para su secado, y como colgaban aferrados a un cordel y una puntilla, las posibilidades de jorobarse eran remotas, pues la gravedad hacía su buen papel.
Mis primeros pasos los dediqué al atletismo, voleibol, baloncesto, y ¡claro! al beisbol. Jugaba como lanzador, jardinero central y primera base. Estuve en una nacional juvenil en Guantánamo, en esa ocasión mi director fue Asdrúbal Baró (ya desaparecido); mis entrenadores de picheo eran, el inolvidable José Joaquín Pando y también Lázaro Rivero (Lacho); obtuvimos el cuarto lugar al lado de jugadores como Jesús Escudero, Pedro Delgado, Rodovaldo Esquivel, entre otros. Me dieron la tarea de lanzar el juego en la serie final contra Industriales, donde había una constelación de estrellas, de más está decir que perdí y lo hice con gran dignidad, el juego quedó 6x2 y lancé todo el tiempo.
Cuando pasé a estudiar a la Escuela Superior de Educación Física Comandante Manuel Fajardo (ESEF) —y es el objetivo de este modesto recuento—, se estaban dando los intramuros de beisbol; Martínez de Osaba (Catibo o Panchi) y yo éramos del mismo pueblo y él y Carlos Martí eran los jefes del equipo. Entonces, Panchi le dijo a Carlos: “Vamos a poner a Manolo en el final del juego, que si estamos arriba, ganamos”; no voy a decir qué sucedió, pero el equipo ganó, y el árbitro era nada menos que ese grande del beisbol cubano, el profesor Juan Ealo de la Erran, que se encontraba detrás del box.
En medio de la celebración por la victoria, el profe se acercó a nosotros y le dijo a Martínez de Osaba:
—Catibo, ustedes perdieron el juego.
—¡Cómo que lo perdimos, nosotros ganamos!
—Si ganaste —le responde Juan— metiste el clásico forro, este lanzador zurdo no es de tu equipo; además, a él lo vi este año en el Campeonato Nacional Juvenil y yo lo conozco, así que perdiste.
La alegría de los muchachos se esfumó y empezaron a decirle al Catibo: “¡Oye, nos embarcaste!” Es bueno señalar que dentro de la escuela había dos categorías que jugaban al unísono: en la primera, había jugadores del calibre de Rodolfo Puente, Ernesto Sotolongo, Juan Charles Díaz, Ernesto Cobas, Antonio Boricua Jiménez, Ricardo Niño, entre otros. Precisamente, por esos años, el equipo del Fajardo dio mucho colorido al beisbol provincial de Ciudad Habana, enfrentando equipos grandes como el del Ministerio del Interior o el Hospital Psiquiátrico, con jugadores de la talla de Eulogio Osorio, Armando Capiró, Antonio Jiménez, Pedro Chávez, Urbano González, etcétera.
Mi brazo de lanzar (zurdo), ya estaba lastimado desde entonces y empecé a jugar segunda categoría como primera base y, más tarde, primera categoría con el equipo de la Industria Deportiva. En esa provincial me destaqué y tuve el honor de militar con el equipo Administradores, al lado de figuras como Germán Águila, José Mayarí, Raúl Reyes y con el estelar Santiago Mederos. Con ellos aprendí mucho, además, tuve la suerte de tener un entrenador de lujo, Ramón Carneado, de quien no me separaba, haciéndole preguntas, porque tenía muchos deseos de aprender; era un hombre de gran sabiduría, al igual que el profesor Juan Ealo, por ello puedo decir que he sido un privilegiado por estar al lado de esos dos grandes del beisbol, siendo yo un guajiro de las Minas de Matahambre.
Luego pasé a Pinar del Río y jugué dos años con Vegueros, dirigido por Ismael Salgado y posteriormente por Martínez de Osaba. En 1973, la dirección de Deportes en la provincia me pidió ayuda, por los conocimien-tos adquiridos en mi carrera, y ya no jugué más.
Pensamiento de Fidel
Como ya se sabe, soy nacido en un coto minero donde se procesaba el cobre, dirigido por norteamericanos, y vengo de una familia muy revolucionaria, aunque a veces algunos pusilánimes me han tildado de desafecto por cosas que no he entendido y reprochado abiertamente, y los pertenecientes al “ejército de preocupados” han salido con el paraguas en la mano.
Mi padre trabajaba en el Reparto Eléctrico y antes de irme para la escuela, mi madre me hacía llevarle el almuerzo. Por el año 1960, en unos de esos viajes con la cantina del almuerzo, como niño al fin, me paré en una cerca paralela a un trillo que me llevaba al trabajo de mi padre y en lo alto había una piscina, donde se bañaban algunos niños —me imagino que hijos de esa familia acaudalada que mandaba en las Minas— y rápidamente vino un hombre y me dijo: “Vamos, circula” y otras palabras que no voy a nombrar aquí; me demoré para moverme, lo miré fijo y volvió a repetir el improperio; cuando llegué a donde estaba mi padre, preguntó qué me pasaba, le respondí que nada, tomó la cantina y mientras almorzaba, me puse a leer un pensamiento de Fidel que aprendí de memoria aquel mismo día: ”Nos cazaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella; por eso parece que se hunde el mundo cuando oímos la verdad, como si no valiera la pena que el mundo se hundiera antes de seguir en la mentira”. Tal vez estas dos situaciones que viví a los nueve años (una fea y otra muy bella), me dieron la posibilidad de conocer a las personas que mienten y puedo asegurarles que todo lo que voy a contar, está apegado a la verdad, esa con que yo vivo, que me ha dado algunos dolores de cabeza. Es posible que esos dos eventos hayan hecho que, en ocasiones, me haya expresado mal, pero ha sido mi opinión y no me arrepiento de eso.
Tenías que avisarme
Reinaldo Oliva es hermano del estelar lanzador Juan Carlos Oliva, un muchacho muy simpático y ocurrente, tenía un carácter jovial y nos llevábamos muy bien, él jugaba primera y jardinero. Un día, en una preparación para el campeonato juvenil nacional que se efectuaría en Guantánamo (1967), en el estadio Borrego, me encontraba lanzando con corredor en primera, me viré rápido para la inicial y faltó poco para encajarle la pelota en la cara; no sé cómo logró cogerla y, muy molesto, me dijo:
—Oye, cuando me vayas a tirar, dímelo.
—Sí, ¿te mando una carta por correo o te la dejo en un apartado postal?
—Rey, si te avisa no puede sorprender al corredor —le dijo Asdrúbal Baró, que era el director, cuando llegó al dogout.
Aldo Santamaría
En 1971 estábamos en el Vedado Tenis practicando con los Administradores. Germán Águila y yo siempre nos encontrábamos, él era una figura nacional, un jugador de prestigio y yo, un simple guajiro que jugaba la primera base (estoy seguro que sentía un gran aprecio por mí y lo demostró muchos años después, cuando enfermé y estuvo en casa a interesarse por mi salud). Ese día fui a cambiarme al vestidor, los bancos estaban ocupados, en uno había ropa y la moví para sentarme; en eso, Germán vio que el dueño se acercaba y para chivarme dijo:
—¿Tú sabes de quién son esas cosas?
—No.
—Mira, son del compañero.
—Discúlpam