Crecimiento y empleo - Juan Francisco Jimeno - E-Book

Crecimiento y empleo E-Book

Juan Francisco Jimeno

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Beschreibung

Desde el ámbito político y mediático se acostumbra a establecer un vínculo sencillo y directo entre la creación de empleo y el crecimiento de la economía. Sin embargo, esta relación está lejos de ser tan diáfana como se pretende. La ampliación del mercado laboral no solo depende de un aumento del PIB, sino también de un cúmulo de factores que se interrelacionan de una forma compleja. Crecimiento y empleo desvela las claves macroeconómicas que condicionan el mercado laboral, denuncia algunas falacias comunes e ilustra sus argumentos aplicándolos a la España actual. Y no solo analiza el presente, sino que se atreve a dar pistas de cómo desarrollos demográficos, tecnológicos y medioambientales van a determinar el futuro del empleo en las próximas décadas.

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© Juan Francisco Jimeno Serrano, 2016.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2016. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: ODBO013

ISBN: 9788490567616

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

INTRODUCCIÓN

1. UNA LEY INCONSTANTE

2. UNA FALACIA FIJA

3. UNA GRAN DESCONOCIDA

4. POLÍTICAS DE EMPLEO POCO POLÍTICAS

5. ¿UN FUTURO INSOSPECHADO?

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS

De entre las numerosas obras sobre temas económicos que aparecen hoy en día a nivel internacional, la colección ECONOMÍA de RBA tiene como objetivo seleccionar solo las mejores, las que recojan con mayor claridad las ideas más innovadoras en torno a los problemas y debates de mayor actualidad en la realidad económica mundial. Siguiendo los criterios de calidad, lucidez y modernidad, un comité editorial dirigido por ANTONI CASTELLS y formado por JOSEP MARIA BRICALL, GUILLERMO DE LA DEHESA y EMILIO ONTIVEROS seleccionará regularmente los ensayos más sobresalientes en este ámbito. Así, con la aparición de media docena de títulos anuales, RBA quiere conformar una selecta biblioteca de actualidad económica que cumplirá dos grandes objetivos: por un lado, reunir libros de un alto nivel de calidad, escritos por economistas de reconocido prestigio y, por otro, convertir la colección en un atlas que radiografíe la realidad económica que vivimos, de un modo ameno y comprensible para quienes no estén profesionalmente familiarizados con los temas tratados.

La colección ECONOMÍA abordará los más diversos aspectos vinculados a esta ciencia social en constante evolución sin restringir los ámbitos de sus análisis, que podrán ser nacionales, europeos o globales. De este modo, el lector interesado podrá encontrar libros que luchan por acabar con ideas profundamente arraigadas en la política y el pensamiento económico actuales (como es el caso de El Estado emprendedor, de Mariana Mazzucato), trabajos que desde una interesante perspectiva histórica ofrecen una visión alternativa sobre los fundamentos del actual sistema capitalista y propuestas innovadoras (tal es el caso de El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty) o certeros estudios sobre una realidad concreta, escritos por los mejores expertos sobre cada tema (como por ejemplo Europa sin euros, de David Marsh). Una colección, en definitiva, destinada a lectores con inquietudes y con afán de comprender mejor el mundo cambiante de la economía.

A ÁNGELA, MI PRIMERA RELACIÓN TURBULENTA Y,

TAMBIÉN, INCOMPRENDIDA

INTRODUCCIÓN

El paro ha ocupado los primeros lugares en la lista de problemas sociales percibidos por los ciudadanos españoles desde hace muchos años. Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de marzo de 2016, un 77,1% de los encuestados lo destacaban como uno de los tres principales problemas que existen en España. Durante las últimas décadas, este porcentaje nunca fue inferior al 35%, ni siquiera durante el pasado periodo de expansión económica. No es de extrañar que los ciudadanos tengan esta percepción en un país en el que, desde 1980, la tasa de paro, o de desempleo (el porcentaje de trabajadores que, de entre todos los individuos que participan en el mercado de trabajo, no tienen un empleo remunerado, pero lo buscan activamente y están disponibles para trabajar), nunca ha bajado del 8%, con tres fases en que se ha situado por encima del 20 % (1984-1987, 1992-1997 y 2010-2016), alcanzando casi el 27% en 2013 y rondando aún a mediados de 2016 el 20%.

Si se realizara otra encuesta a científicos sociales, políticos y otros creadores de opinión sobre cuestiones económicas acerca de las soluciones al problema del paro, muy probablemente la respuesta que obtendría un mayor predicamento sería la de que, para reducir el desempleo, hay que generar más actividad económica, es decir, conseguir que la economía crezca más. Esta presunción queda confirmada por la frecuencia y la ansiedad con la que se formulan preguntas tales como: ¿cuánto ha de crecer la economía para que crezca el empleo? y ¿cuánto ha de hacerlo para que disminuya el número de desempleados?

El indicador habitual del nivel de actividad económica es el producto interior bruto (PIB). Esta variable macroeconómica mide el valor de los bienes y servicios producidos en un país durante un determinado periodo de tiempo. Por un lado, es igual a la suma del consumo de los hogares, la inversión de las empresas, el gasto en consumo de las administraciones públicas y el saldo de los intercambios comerciales con el exterior. Por otro, es también la suma de las rentas que reciben los trabajadores, el excedente bruto de explotación que reciben los propietarios de los bienes de equipo y los impuestos sobre la producción.

En principio, parece obvio que el PIB y el número de ocupados han de estar asociados. Al fin y al cabo, para producir más bienes y servicios suele ser necesario ocupar a más trabajadores. Sin embargo, esta relación no es fácil de identificar. Más bien se trata de una relación «turbulenta». Para empezar, varía en el tiempo y en el espacio. Por ejemplo, se estima que, en 2015, la economía española creció un 3,2 % y el empleo un 3%. En 1988, el empleo creció una cifra parecida (un 3,5%) pero el crecimiento del PIB fue del 5,1%. En Estados Unidos, también en 2015, los crecimientos del PIB y del empleo fueron de un 2,4% y un 2%, respectivamente; en Alemania, de un 1,5% y un 0,4%; en Francia, de un 1,1% y un 0,1%; y en Italia, de un 0,8% en ambos casos. Es decir, Italia, con un menor crecimiento del PIB, creó más empleo que Francia y que Alemania, donde la tasa de crecimiento del PIB fue casi el doble. Estados Unidos, cuyo crecimiento del PIB fue solo superior en 0,9 puntos porcentuales al de Alemania, registró un crecimiento del empleo de 1,6 puntos porcentuales adicionales.

Estas diferencias se explican porque en la relación entre el crecimiento del PIB y la creación de empleo intervienen muchos factores. Así, en dicha relación, no es lo mismo que la economía esté en recesión que en expansión, y tampoco que la actividad económica crezca impulsada por una mayor demanda o por otras razones. Además, en economía, disciplina en la que es habitual distinguir entre el «corto plazo» y el «largo plazo», las condiciones que determinan las variables económicas suelen ser diferentes según sea el horizonte elegido. No es por casualidad ni por capricho que, cuando se habla de crecimiento económico con una perspectiva de corto plazo, la cifra que goza de mayor atención sea la tasa del crecimiento del PIB, mientras que, cuando se hace lo mismo con la atención puesta en el largo plazo, lo verdaderamente relevante resulta ser el crecimiento de la productividad.

Así pues, la pregunta sobre cuánto ha de crecer el PIB para que se cree empleo se formula recurrentemente, y no faltan respuestas en forma de cifras sin cualificaciones de ningún tipo, tales como, por ejemplo: «El empleo aumenta solo si el PIB crece un 1%». Cómo se llega a ese dato y cómo ha de ser interpretado son cuestiones que, normalmente, no se consideran dignas de discusión en los debates sobre políticas económicas. Sin embargo, y a pesar de ser muy frecuente entre economistas y responsables de la política económica el recurso a plantear el análisis de las causas y de las soluciones del problema del paro a partir de umbrales de crecimiento del PIB por encima de los cuales se empieza a crear empleo, este planteamiento constituye un mal enfoque.

Si, por el contrario, se pregunta por el crecimiento de la productividad media de los trabajadores, las respuestas suelen ser mucho menos precisas. Esto resulta paradójico, porque interpelar sobre cuánto ha de crecer el PIB para que crezca el empleo es básicamente lo mismo que hacerlo sobre cuánto crecerá dicha productividad media. El hecho de que dos preguntas similares reciban respuestas distintas debe significar que la relación entre el crecimiento del PIB y la creación de empleo es ampliamente «incomprendida». De la misma manera, el hecho de que la relación entre el crecimiento del PIB y la creación de empleo solo se considere en un determinado sentido y no tan frecuentemente en el contrario (¿cuánto crece el PIB cuando crece el empleo? y ¿cuánto lo hace cuando disminuye el número de desempleados?) constituye otra prueba de la incomprensión de la relación entre ambas variables.

El libro

Una de las primeras cosas que aprenden los estudiantes de Economía es que no suelen existir relaciones unidireccionales de causalidad entre aquellas variables que constituyen el objeto de estudio de esta disciplina. Los agentes económicos toman decisiones teniendo en cuenta muchos factores, relativos tanto al pasado como al presente y al futuro; y las interacciones entre ellos son muy complejas. Por todo ello, dichas variables se determinan conjuntamente y no cabe establecer que una de ellas sea siempre la causa de otra.

Este libro nace como un mero recordatorio de la apreciación anterior en lo que se refiere a la relación entre el crecimiento económico y la creación de empleo. Pero va más allá; esta premisa sirve también de punto de partida para exponer un conjunto de reflexiones sobre las fuentes del crecimiento económico, el funcionamiento del mercado de trabajo, los determinantes del paro y las políticas que pueden (o no) contribuir a reducirlo.

He intentado escribir estas reflexiones de manera que sean accesibles incluso para los que se preocupan por primera vez por estas cuestiones y no han realizado previamente estudios formales de Economía. El estilo de redacción, deliberadamente desenfadado, aunque, quizá, con una tendencia exagerada a la apostilla, no solo pretende que se entiendan los argumentos aquí expuestos, sino que, además, resulte entretenido leerlos. Con este mismo propósito, se han reducido al mínimo las referencias bibliográficas, y solo aparecen las imprescindibles en notas a pie de página. A cambio, en el epílogo se incluye una bibliografía catalogada por los principales temas desarrollados en el texto, la cual puede resultar útil a los lectores iniciados en estos temas o a aquellos que quieran profundizar en algunas de las cuestiones comentadas a lo largo de los cinco capítulos siguientes.

Soy consciente de que encontrar un equilibrio adecuado entre accesibilidad para el público en general y relevancia para los lectores iniciados en estos temas es extremadamente difícil. En algunas partes del libro se sacrifica la primera en aras de la segunda; en otras se trata de profundizar algo más en los detalles pero siempre intentando mantener las cuestiones más técnicas fuera de foco. Es fundamentalmente para los lectores que quieran preocuparse por estas cuestiones para los que la bibliografía puede resultar especialmente útil.

Normalmente, la pregunta sobre cuánto crecimiento es necesario para que aumente el empleo lleva implícita una creencia a favor de una determinada orientación de la política económica, aquella que reclama para el Estado un papel más activo a la hora de impulsar el gasto público y, con ello, la demanda agregada y la actividad económica. Aquí se utiliza como excusa para:

1. Explicar de qué dependen el crecimiento económico y la creación de empleo. En otras palabras, se trata de entender cuáles son (y cuáles no son) las fuentes de los impulsos necesarios para el crecimiento, tanto en el corto plazo como en el largo plazo, así como de conocer los requisitos para conseguir que dichos impulsos sean permanentes y se traduzcan en mayores oportunidades de empleo para la población.

2. Analizar las causas del bajo crecimiento de la productividad de la economía española.

3. Extraer algunas conclusiones sobre las causas del desempleo en España y sobre la eficacia de las políticas que se suelen proponer para reducirlo.

4. Reflexionar sobre las principales restricciones al crecimiento económico y a la creación de empleo en las próximas décadas, con especial atención al caso español.

Estas tareas se abordan en cinco capítulos. En el primero («Una ley inconstante») se presentan los protagonistas. La mayor parte de ese capítulo es meramente descriptiva,1 con numerosos gráficos sobre la evolución del PIB y del empleo en varios periodos y países, aunque prestando especial atención a la reciente crisis (2007-2015). Otra parte, más teórica, detalla los factores que hay que tener en cuenta para comprender la relación entre el crecimiento del PIB y la creación de empleo.

En toda relación turbulenta hay engaños. El segundo capítulo («Una falacia fija») se dedica a desmontar un argumento frecuente que, bajo diversas apariencias, aparece en los análisis sobre el funcionamiento del mercado de trabajo y de las políticas de empleo. Se trata de la falacia de la cantidad fija de trabajo, que básicamente consiste en asumir que el nivel de empleo de un país está dado, y que, por tanto, las políticas de empleo solo pueden influir en distribuirlo entre la población. Un corolario habitual de esta falsa proposición es que la solución al problema del desempleo pasa por reducir la oferta de trabajo (la población disponible para ocupar un empleo), bien sea mediante el reparto del trabajo, la repatriación de los inmigrantes, la disminución de la participación laboral de las mujeres o el adelanto de la jubilación de los trabajadores de mayor edad.

También en las relaciones turbulentas suele haber elementos desconocidos cuya influencia es, casi siempre, decisiva, a pesar de situarse en un segundo plano. En el caso que nos ocupa, el elemento más relevante es el crecimiento de la productividad, cuyo análisis se aborda en el tercer capítulo («Una gran desconocida»). La diferencia entre el crecimiento del PIB y el del empleo es el crecimiento de lo que, en la jerga técnica, se llama la productividad aparente del trabajo. Sin embargo, a la hora de abordar el problema del paro, son mucho más habituales los planteamientos basados en la existencia de umbrales de creación de empleo que los que se preguntan por el crecimiento de la productividad, siendo ambas cosas sustancialmente equivalentes. Desafortunadamente, la orientación de políticas económicas y de empleo que parten de la consideración de umbrales de creación de empleo obvian la importancia de la productividad, lo cual tiene consecuencias nefastas para el bienestar social y la reducción de las desigualdades.

Y a menudo en las relaciones turbulentas suelen intervenir mediadores, a veces para mejorar la situación, y otras, para empeorarla. Este es el papel que juega aquí la política económica, en general, y las políticas del mercado de trabajo, en particular. El cuarto capítulo («Políticas de empleo poco políticas») contiene un repaso de (y a) las mismas, con una descripción de la estrategia dominante que se ha seguido en España durante las últimas décadas y una valoración (muy negativa) de sus resultados, en particular por lo que respecta al sistema de contratación laboral y a la organización de la negociación colectiva.

Finalmente, cuando uno adquiere un compromiso con una relación turbulenta, acaba dedicando algunas reflexiones a su futuro, lo que necesariamente requiere especulaciones sobre escenarios alternativos. En este caso, el quinto capítulo («¿Un futuro insospechado?») se dedica a presentar algunas elucubraciones sobre el crecimiento económico y el empleo. Unas, basadas en las perspectivas demográficas y tecnológicas que se vislumbran, apuntan hacia la posibilidad de que la economía mundial esté entrando en un periodo de estancamiento secular, es decir, en un larga fase marcada por el bajo crecimiento económico y el elevado desempleo. Otras tienen que ver con la naturaleza de los futuros avances tecnológicos y sus consecuencias sobre la cantidad y la calidad de puestos de trabajo que habrá disponibles. Finalmente, también las hay sobre los límites del crecimiento económico, preocupación de larga tradición en la historia de la economía y ahora resucitada ante las evidencias acumuladas sobre el cambio climático y sus consecuencias económicas.

Los iniciados en macroeconomía y economía laboral no encontrarán en estos capítulos nuevas ideas conceptuales, ni sobre el funcionamiento del mercado de trabajo ni sobre las fuentes del crecimiento económico, si bien se han incorporado datos recientes a la discusión de estas cuestiones y, especialmente, una interpretación novedosa del funcionamiento del mercado de trabajo en Europa durante el periodo de crisis. Tanto en lo que se refiere al crecimiento económico como en lo relativo al funcionamiento del mercado de trabajo, no ha habido recientemente nuevos desarrollos teóricos ni resultados empíricos innovadores que hayan cambiado radicalmente la forma de pensar de los economistas académicos sobre estas cuestiones. Por ejemplo, el tema que nos ocupa, la relación entre el crecimiento económico y la creación de empleo, se sigue abordando mayoritariamente mediante el análisis de una regularidad empírica enunciada en 1962 y que en los programas de estudio de Economía aparece bajo el nombre de «ley de Okun».

En cualquier caso, tanto para aquellos con conocimientos económicos avanzados como para los que no los tienen, la respuesta a la pregunta sobre cuánto ha de crecer el PIB para crear empleo, que normalmente tienen como respuesta una simple cifra («alrededor del 1%» acostumbra a ser la respuesta habitual actualmente), se extiende aquí a lo largo de unas doscientas páginas. Queda usted, queridísimo lector, avisado.

El autor

Empecé mis estudios de Economía a finales de los años setenta, cuando todavía las respuestas de los libros de texto y de los profesores de Economía a la pregunta sobre cuánto crecimiento del PIB es necesario para crear empleo estaban en un rango del 3%-4%. Desde principios de los años noventa he desarrollado mi carrera profesional como investigador y profesor de Economía, primero en ámbitos académicos, y posteriormente, desde 2004, en una institución con responsabilidades en política económica. En ambas posiciones he estado siempre al tanto de las discusiones sobre cuestiones económicas que se desarrollaban en ambientes políticos y de cómo dichas discusiones se han transmitido a la opinión pública.

El principal responsable de mi exposición a las discusiones económicas en ámbitos no académicos fue Luis Toharia, uno de los pioneros de la investigación y de la divulgación de la economía laboral en España, tristemente fallecido cuando más necesario era que siguiera contribuyendo a resolver los problemas del mercado laboral.2 Luis guio los inicios de mi carrera profesional y me inculcó la necesidad de abordar las discusiones sobre cuestiones laborales desde el análisis de los datos. Aparte de ser un profesor magnífico, un mentor generoso y un colega excelente, estuvo principalmente activo en el asesoramiento de instituciones públicas y permitió que sus estudiantes participaran en pie de igualdad en la preparación y el desarrollo de dicha tarea.

Otro responsable ha sido Olivier Blanchard, director de mi tesis doctoral en Economía a finales de los años ochenta, que me confirmó en la creencia de que el estudio de la economía solo tiene sentido si se realiza como disciplina científica y con el objetivo de interpretar la realidad y mejorarla, lo que solo es posible desde el conocimiento basado en la coherencia lógica y en el análisis de los datos a partir de técnicas estadísticas y econométricas capaces de desenmascarar lo que una simple relación de sucesos no puede desvelar. También me enseñó que, para esa tarea, ayuda el hecho de mantener una mente abierta, inquisitiva y absorbente, y que la ideología y el gusto por las «guerras de religión» desgastan y no llevan a ninguna parte.3

La exposición directa, intensiva y simultánea a la economía laboral, la macroeconomía, la investigación académica y las discusiones sobre política económica me ha causado algunos inconvenientes. Uno de ellos es que frecuentemente me he sentido como un pescador en el lado equivocado del estanque. No he encajado totalmente entre los economistas laborales, donde mi perfil de «macroeconomista» o de «banquero central» resultaba a veces algo extraño; tampoco entre los macroeconomistas, donde era frecuentemente visto como un economista laboral demasiado preocupado por cuestiones institucionales. En ámbitos académicos, a veces, no se valora suficientemente la exposición a los debates en ámbitos públicos y políticos y la participación en los mismos. Y en las instituciones de política económica, los académicos e investigadores son frecuentemente minusvalorados y despreciados por preocuparse en exceso por cuestiones abstractas y teóricas demasiado alejadas de la realidad.

A pesar de todo ello, mi experiencia laboral en instituciones con responsabilidades de política económica ha resultado especialmente enriquecedora, aunque solo en unas pocas dimensiones, que no incluyen las que la mayoría de la gente considera como las más gratificantes. Una de ellas es que la combinación de habilidades y experiencia que he adquirido a lo largo de los años también me ha proporcionado algunas ventajas. En las discusiones sobre cuestiones de política económica, creo percibir con cierta claridad cuándo se olvida la coherencia impuesta por el análisis lógico, lo cual ocurre con demasiada frecuencia. También creo tener alguna sensibilidad ante macroeconomistas que simplifican en demasía sus análisis económicos, hasta el punto de resultar irrelevantes para abordar cuestiones sociales que preocupan a los ciudadanos. Cuando estoy con economistas académicos algunas veces me sorprende su desdén por la realidad y la ingenuidad con la que pretenden que sus conclusiones teóricas sean trasladables al mundo real. Y cuando estoy en ámbitos políticos, me resulta muy inquietante el atrevimiento y la soberbia de aquellos que, sin ningún tipo de conocimiento, imponen sus puntos de vista sin dejar lugar al más mínimo debate.

La motivación

¿Y por qué alguien como yo escribe un libro como este? Supongo que en los orígenes de muchos libros hay una obsesión del autor. Yo tengo muchas obsesiones, pero la relevante a la hora de justificar la redacción de este libro tiene que ver con la insatisfacción y la preocupación por las formas en las que los análisis económicos relevantes para cuestiones sociales se presentan a la opinión pública y se utilizan (o no) para fundamentar decisiones sobre políticas económicas.

La ciencia económica ha sido criticada a lo largo de los tiempos y, especialmente, durante los últimos años. Se la ha tachado de inútil para prevenir las crisis y para fundamentar respuestas eficaces de política económica. En su mayoría, muchas de estas críticas provienen de círculos con poca capacidad para apreciar el estado de la economía como disciplina científica. Pero también es verdad que los economistas han sido poco realistas a la hora de reconocer las limitaciones de su conocimiento, que no son escasas, y poco convincentes en la comunicación a la opinión pública y en el asesoramiento de los responsables de las políticas económicas sobre cuáles son las contribuciones que dicho conocimiento puede ofrecer (y cuáles no) para la formulación de tales políticas en general, así como, en particular, de las políticas orientadas a mejorar el funcionamiento del mercado de trabajo.

En parte, debido a la ansiedad que la crisis económica ha generado, la sociedad ha aumentado considerablemente su demanda de opiniones sobre asuntos económicos. Los medios de comunicación han respondido con prontitud a esa demanda, y, así, han proliferado los gurús económicos que, mediante libros, pizarras en programas de televisión, artículos de prensa o entradas en blogs, se han lanzado a emitir opiniones sobre cuestiones económicas. Gracias a ello, la cantidad de información que recibe la opinión pública sobre Economía es ahora mayor que nunca.

Sin embargo, también hay algunos inconvenientes en este aluvión de información económica. No toda ella es rigurosamente contrastada, explicada y analizada. Más bien, con demasiada frecuencia y rapidez, la comunicación de cuestiones económicas muta en justificación de determinadas posiciones políticas.4 El resultado es que la opinión pública ha quedado demasiado expuesta a ideas políticas disfrazadas de análisis económicos y a seudoeconomistas mediáticos que dejaron de estudiar Economía hace mucho tiempo, si es que alguna vez la estudiaron. Por otra parte, ni los gobiernos ni muchas instituciones económicas nacionales e internacionales se han esmerado tanto como deberían a la hora de hacer entender sus análisis y sus decisiones de política económica a la opinión pública. En consecuencia, creo firmemente que la información que sobre cuestiones económicas se comunica a la opinión pública y la manera en la que se hace, por unas y otras vías, son manifiestamente mejorables.

Una primera razón de este estado de cosas es la percepción errónea sobre cuál es y cuál debería ser la relación entre los economistas y los responsables de las políticas económicas. En principio, la labor de los asesores económicos es ofrecer la información más precisa posible sobre el problema económico y social que se pretende resolver y una evaluación de los costes y beneficios de las medidas alternativas disponibles para resolver dicho problema. A los gobernantes les toca tomar decisiones, muchas veces muy difíciles, que luego son evaluadas por los votantes. Una vez tomada una decisión, es también su tarea explicar a la opinión pública los objetivos que se pretenden alcanzar con dicha medida, los pesos que se asignan a sus costes y a sus beneficios y, por ende, las razones que llevan a justificarla como una medida eficaz.

En la realidad, la relación entre la ciencia económica y la práctica de la política económica también es turbulenta e incomprendida. La responsabilidad de ello es compartida por economistas y políticos. Todavía hay gobernantes que piensan que no necesitan estudios y análisis rigurosos para fundamentar sus decisiones y que anteponen sus prejuicios ideológicos o su pretendido conocimiento de determinados temas a lo que los enfoques técnicos puedan aportar. Y, cuando necesitan justificar sus decisiones, tales gobernantes no dudan en recurrir, antes que a los que han demostrado conocimientos en el campo en cuestión, a «economistas de cóctel», algunos siempre dispuestos a regalarles el oído a cambio de nombramientos e invitaciones a actos y reuniones de postín, o bien, simplemente, por la sensación de cercanía al poder. Según Lee H. Hamilton, que fue vicepresidente del Comité Económico del Congreso de Estados Unidos: «Decirle a un político lo que necesita saber pero no quiere oír es todo un arte. Desafortunadamente, los políticos estamos más inclinados a escuchar a aquellos que nos dicen lo que queremos oír, y hay una amplia oferta de economistas dispuestos a satisfacer esta demanda».

Otras veces, cuando los gobernantes recurren al apoyo técnico, lo que de verdad están pidiendo es una coartada para actuar según sus prejuicios. Una vez, Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra entre 1920 y 1944, le dijo a su economista jefe: «No estás aquí para decirnos qué hacer, sino para explicarnos por qué lo hemos hecho» (y es probable que algo parecido le dijera a John Maynard Keynes, con el que tuvo que lidiar en numerosas ocasiones).5 Lamentablemente, se suele cumplir lo que Alan Blinder llama la «ley de Murphy de la política económica»: los economistas tienen tanta menor influencia sobre la política económica cuanto más saben y más grado de consenso alcanzan; tienen tanta mayor influencia cuanto menos saben y más vehementemente están en desacuerdo con el resto de la profesión.

No obstante, también hay que tener en cuenta que en el campo de batalla de los políticos abundan los grupos de presión y los defensores de intereses particulares con capacidades de influencia sobre las decisiones de política económica o sobre cómo se transmiten a la opinión pública, y, además, los partidos políticos con aspiraciones de gobernar necesariamente han de compaginar distintas sensibilidades e ideologías. En consecuencia, las decisiones sobre política económica han de tener en cuenta también estas restricciones, aparte del apoyo técnico que puedan tener y de la consideración que dicho apoyo merezca.

Pero no toda la culpa es de los gobernantes y de los límites políticos y sociológicos que los condicionan. Tanto los economistas que trabajan en las administraciones públicas como los que intentan influenciar las decisiones de política económica desde otros ámbitos podrían resultar más útiles si reconsideraran algunas de sus actitudes. Muchos de ellos no prestan siempre demasiada atención al proceso por el cual la información estadística y los resultados de la investigación económica se traducen en resultados que puedan ser útiles para la política económica.6 Otros pretenden tener análisis más profundos y con más soporte empírico para sus propuestas de los que en realidad tienen.7 Y, cuando los tienen, para empezar, deberían ofrecer esos consejos en un lenguaje más accesible y no preocuparse demasiado por si están basados en principios económicos sencillos, ya que, en la mayoría de las ocasiones, las cuestiones de política económica que se han de resolver no van más allá de la aplicación de dichos principios. A este respecto, un buen consejo es seguir el «principio del beso», que, a pesar de su nombre y al contrario de lo que algunos piensan y practican, no insta a regalar a los políticos muestras de cariño, sino que se refiere al acrónimo KISS («beso»), del inglés «keep it simple, stupid» («mantenlo sencillo, estúpido»).

Otros científicos sociales y muchos responsables de las políticas económicas reaccionan ante las «intromisiones» de asesores económicos y economistas académicos en sus respectivos campos de actuación con acusaciones de falta de humildad y tachan a la economía de «ciencia imperialista».

En algunos casos, puede que tengan razón; no obstante, aunque sea cierto que los economistas, en general, son poco humildes y no saben mucho sobre algunas cuestiones económicas y sociales, también lo es que mucha otra gente, incluidos los gobernantes que deciden las políticas económicas, saben bastante menos sobre cualquiera de ellas y tampoco suelen destacar por su humildad.8

Estas reflexiones son las que, de alguna manera, justifican este modesto intento de contribuir a mejorar la divulgación de ideas sobre el crecimiento económico y la creación de empleo, en general, y sobre el funcionamiento y las políticas del mercado de trabajo, en particular. Confío en que este sea el lugar y el momento adecuados y en que haya alguien, con responsabilidades políticas o sin ellas, dispuesto a escuchar.

1

UNA LEY INCONSTANTE

En 1962, Arthur Okun, profesor de Economía en la Universidad de Yale y presidente del Consejo de Asesores Económicos de Estados Unidos en el periodo 1968-1969, estaba intentando averiguar cuánto sería el producto nacional bruto (PNB) «potencial». El PNB, un indicador de la actividad económica similar al PIB, es la cantidad de bienes y servicios producidos por los trabajadores y propietarios de bienes de capital nacionales de un país en cualquier parte del mundo durante un determinado periodo de tiempo. El PNB potencial es el que se alcanzaría bajo una situación de pleno empleo.1

A tal fin, se le ocurrió representar en un gráfico las tasas de crecimiento trimestrales del PNB frente a las variaciones de la tasa de paro registradas entre el primer trimestre de 1947 y el cuarto trimestre de 1960. Su interpretación de dicho gráfico fue que, en la economía estadounidense, había una regularidad empírica según la cual una disminución de la tasa de paro de 1 punto porcentual estaba asociada a un crecimiento del PNB de 3 puntos porcentuales.

Desde entonces, la relación entre el crecimiento de la actividad económica y la tasa de paro se conoce como «ley de Okun».2 Gráficos parecidos al suyo, que relacionan el crecimiento del PIB con la reducción de la tasa de desempleo o con el crecimiento del empleo, se han elaborado millones de veces. Y, con algunas variaciones, los resultados confirman que, a partir de unos determinados niveles, que son diferentes entre países y varían a lo largo del tiempo, el crecimiento del PIB está asociado a un aumento del empleo y a una disminución de la tasa de paro.

Las dos tareas principales que nos ocupan en este capítulo son, en primer lugar, medir esos umbrales de crecimiento del PIB a partir de los cuales el empleo aumenta y, en segundo lugar, analizar hasta qué punto estos umbrales son absolutos y, en consecuencia, útiles para orientar la práctica de políticas económicas dirigidas a reducir el desempleo.

Para ello, comenzaremos repasando los datos de crecimiento del PIB y del empleo en la economía española desde principios de la década de 1960, y, tras compararlos con datos similares de otros países, veremos que la economía española es muy peculiar a este respecto: en España, desde mediados de la década de 1980, el empleo y el PIB presentan tasas de crecimiento anuales muy parecidas.

A continuación, aprenderemos a interpretar correctamente estos datos. Concluiremos que la ley de Okun es inconstante, es decir, que la relación entre el crecimiento del PIB y el del empleo depende fundamentalmente de las fuentes que causan las fluctuaciones de estas variables. También depende de determinadas decisiones económicas que toman los hogares y las empresas y que están condicionadas por un extenso conjunto de factores. Por ello, los umbrales de crecimiento del PIB a partir de los cuales se crea empleo son muy poco informativos sobre el funcionamiento del mercado de trabajo, no pueden utilizarse como representación de relaciones causales absolutas y, por consiguiente, resultan ser ineficaces para fundamentar políticas económicas eficaces en la lucha contra el desempleo.

Finalmente, nos centraremos en el periodo más reciente y utilizaremos la evolución de la actividad económica, del empleo y de la tasa de paro durante la última crisis en países de la Unión Europea para abundar en la idea de que hay muchos elementos, unos bajo el control de las políticas económicas, otros al margen de ellas, que acaban determinando cuánto crecen el PIB y el empleo. Para ello, resultan especialmente útiles comparaciones internacionales de la creación y destrucción de empleo registradas durante ese periodo y de cómo incidieron sobre distintos grupos de población. Así, confirmaremos que entre los factores que explican la relación entre el crecimiento del PIB y el del empleo destacan algunos aspectos de la configuración institucional del mercado de trabajo y ciertas características y orientaciones de las políticas de empleo desarrolladas durante la crisis.

SI LOS DATOS HABLARAN

El gráfico 1.1 representa las tasas anuales de crecimiento del PIB y del empleo en la economía española desde 1962. Esta información estadística procede de la base de datos Economic Outlook, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la cual permite realizar comparaciones internacionales de ambas variables con series temporales largas. El empleo se refiere al número de ocupados, sin tener en cuenta variaciones de las horas de trabajo por trabajador. El gráfico 1.2 se refiere a la relación entre el crecimiento del PIB y la variación de la tasa de paro, aunque solo desde 1979, cuando su medición por las estadísticas nacionales empezó a ser algo más solvente.3

Gráfico 1.1.

Tasas de crecimiento (%) del PIB y del empleo en España 1962-2015

Fuente: OCDE.

Nota: el empleo se refiere al número de ocupados.