Creo en lo innecesario - Leonardo Romero Montemar - E-Book

Creo en lo innecesario E-Book

Leonardo Romero Montemar

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Algunas veces, el éxito no está en obtener lo que se quiere sino en estar dispuesto a recibir lo que se necesita. En ocasiones, lo que más necesitamos viene escondido detrás de aquello que nos pintan como innecesario. Con frecuencia, las reflexiones son más necesarias que las soluciones. Hay momentos en los que desacelerar no está en disminuir la velocidad sino en aumentar la consciencia. De vez en cuando, el presente ya ha madurado lo suficiente como para que despiertes a la experiencia de cosechar su fruto. Habitualmente, negar, evadir y posponer determinadas situaciones deja de ser la mejor opción. A menudo, es mejor abrirse al dolor no conocido que encerrarse en el sufrimiento cotidiano. En algunos casos, las respuestas llegan en forma de un libro innecesario. Si sientes que algo de todo esto te interpela directamente, te invito a que lo escuches. Nos vemos dentro… muy dentro.

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Creo en lo

INNECESARIO

Creo en lo

INNECESARIO

La urgencia de atender justo aquello que nos ocultan

Dr. Leonardo Romero Montemar

TÍTULO: Creo en lo innecesario

AUTOR: Leonardo Romero Montemar©

COMPOSICIÓN: HakaBooks - arial cuerpo 11

COMPOSICIÓN PORTADA: Hakabooks ©

DISEÑO PORTADA: Fernanda Fuschino© EDICIÓN Y CORRECCIÓN: Tu voz en mi pluma

1ª. EDICIÓN: marzo 2024

ISBN: 978-84-10173-24-8

HAKABOOKS

08201 Sabadell - Barcelona

+34 680 457 788

www.hakabooks.com

[email protected]

Hakabooks

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier forma de cesión de la obra sin autorización escrita de los titulares del copyright.

Todos los derechos reservados.

Dedicado a ti

Agradecimientos

A mis familias, desde dentro hacia la periferia. Ágata, el alma con la que comparto y a la vez recorro este camino, mi preciado regalo de otras vidas que me aguardaba en esta existencia. Eres el fuego y el martillo con los que he forjado mi ser durante todas estas décadas. Nuestras dos semillas, Agatica y Leíto, son nuestro dar y recibir en esta vida, son nuestro legado y maestros del futuro. Agatica, no desistas en tu afán de ser quien eres. Leíto, sigue brillando con tu intensidad y coherencia, tu luz es lo que más necesitamos en estos momentos.

A mi familia consanguínea: mi madre, mi padre, mis tres hermanos. También a mis abuelos, tíos, primos. Los llevo en cada latido; mis recuerdos, mi historia y mis futuros están hechos de ustedes. Les agradezco de corazón.

A mi familia no consanguínea: mis litos, mis sobrinas, sobrinos, cuñados, cuñadas y a mis dos lujos de comadres. Han trascendido al ADN, es un regalo compartir historia con todos vosotros.

A mi familia escogida: mis amigos y mis compañeros en esta vida. Gracias por existir y, sobre todo, por estar a mi lado.

A mis maestras y mis pacientes, mi despertar ha adoptado la forma de paciente y de cáncer de mama. Gracias.

Al resto de mi familia: a ti, a quien conozco y, sobre todo, a quien nunca conoceré. Ustedes, mis lectores, son mi familia, y quiero que sepan que yo también lo soy de ustedes. Si no sintiera esta conexión, este libro nunca habría visto la luz. Gracias.

UN PRÓLOGO INNECESARIO

Esto que estás sujetando entre tus manos ahora es esencia disfrazada de libro y materializada mediante las palabras que fueron escritas a través de mi padre. Un llamado a despertar, a madurar y a evolucionar. Un llamado metamórfico, con esencia cambiante pero también prácticamente personalizado para ti.

Una vez te adentras en sus páginas, entiendes y permites que el libro te lea a ti, este te va a revolver, a sacudir y a volcar hasta dejarte desnudo.

Es un libro que cuestiona y se cuestiona más allá de las palabras. Es un libro que no pretende convencerte sobre su utilidad, sino invitarte a redescubrir, a sentir y, una vez más, a cuestionar la dirección del foco que tenemos como especie. Es un libro totalmente cósmico pero inundado de humanidad; una humanidad que te abraza, que te ve.

Yo también creo en lo «innecesario», creo en el poder de las siguientes páginas mágicas, y además creo en que en un futuro podamos borrar el «in-» y reírnos de que en algún momento hayamos considerado lo verdaderamente necesario como innecesario.

Ágata Romero

LO INNECESARIO DE UNA INTRODUCCIÓNNO HAY INICIOS

Creo que al final no hay nada que decir, pero debemos expresarlo de todas las formas posibles para poder comprenderlo. Esa es la intención de este libro.

Leonardo Romero Montemar

Este libro ha soñado contigo durante muchos posibles pasados y numerosos futuros hipotéticos, ha esperado tenerte aquí y ahora, mirándote a los ojos. Es un libro dirigido a ti, pero no de manera personal, pues no está dirigido a tu ego, sino a tu ser. Aunque, por supuesto, el ego también está invitado; no queremos herir susceptibilidades. Si estás leyendo esto ahora, es imposible que no seas el lector ideal de estas líneas. Lo único capaz de contradecirlo sería tu ego y, como justo acabo de mencionar, él también está invitado y tiene la opción de marcharse si así lo prefiere. Creo firmemente en ti, desde el núcleo de mi ser hasta mi última célula. Supongo que uno de mis traumas de la infancia fue, en cierto sentido, la sensación de no ser visto. Es por esa razón que en mi incesante búsqueda de introspección te he visto a ti. Es precisamente por ello que confío en ti con tanta vehemencia.

Quisiera escribir un libro que de acuerdo con los valores culturales actuales parezca completamente inútil. El tiempo no es algo que se pueda poseer, de forma que no puedes optimizarlo, malgastarlo o perderlo porque, insisto, tú no tienes tiempo; tú vives dentro de él. Sin embargo, debido a que vivimos en un mundo donde lo que reina es un constante sinsentido común, podríamos decir que hoy los estoy invitando a perder el tiempo.

Este libro que ahora sostienes en tus manos no pretende ser útil, práctico, esclarecedor ni necesario. Por lo tanto, no encontrarás en él ejercicios, sino reflexiones; los músculos que este libro fortalece son inmateriales. Te invito a perdernos juntos en lo innecesario para esta sociedad, como lo es la autoindagación, el reaprender a sentirte, los insights o el cuestionarse y cuestionar lo que crees que es la realidad. Como innecesarios nos hacen creer que son la serenidad, la felicidad, la sabiduría, la compasión, la bondad, la humildad y el amor. Te invito a reivindicar las preguntas, el aprender a desaprender, el permitirte descreer. Ojalá puedas aventurarte tan lejos que te brindes la oportunidad de no saber, de poder dejar en el trastero tus certezas y colgar en el perchero lo que crees que te define, incluso tu identidad.

Aunque me encantaría que fuese un libro con aroma espiritual, pues creo que la raíz de todas las crisis estriba en una crisis espiritual, en esta ocasión me parece que podemos reírnos de lo que creemos o sencillamente tomarnos un momento para reflexionar sobre cómo interpretamos la espiritualidad. Pues a veces parece estar más cerca de los valores que promueve Instagram que de una conexión auténtica con nuestro ser.

Este es un libro que intenta ser incómodo, porque la vida ni crece ni florece en la comodidad. De ahí que trate de generar una cierta incomodidad para expulsarte de tu zona segura, con el propósito de conocer un territorio que aún espera ser explorado. Este no es más que un libro incorrecto que te invita a perderte, a no entender, a trazar una cartografía nueva con mapas que aún están por dibujarse. Aquí encontrarás un lugar donde el orden antiguo no ejercerá el poder que te impedía dar el siguiente paso, aventurarte a lo desconocido.

Un libro en el que colorear fuera de las líneas, criticable, incluso censurable. Un libro donde la ortodoxia puede que se ruborice y se esconda. Un libro que exacerbe el cinismo y la burla, que muchas veces no es más que el dolor camuflado detrás del raciocinio que intenta usar la lógica para aplazar lo inevitable.

Un libro torpe, vacío de data y de información erudita, que no pretende disimular sus miedos con conocimiento reusable o reciclado.

Un libro profundamente ambicioso, pero de una ambición interna, una embición donde puedas caer hacia adentro tantas veces como sea necesario hasta que por fin puedas llegar a ti mismo. Un libro desordenado, caótico en la apariencia y milimétricamente orquestado desde las profundidades.

Si después de todo lo que te he explicado sobre este libro tienes el impulso de cerrarlo y abandonar su lectura, ¡adelante!, ¡corre!, ¡sigue huyendo de ti mismo! Comprendo esa pulsión, la he vivido toda mi vida. Ya despertarás cuando el ahora haya madurado lo suficiente para ti. Porque siempre es ahora. No puedo sino escribir estos garabatos ahora, es imposible hacerlo mañana o ayer. Del mismo modo, tú me lees ahora, no puedes leerme el próximo mes o dentro de un año cuando se publique este libro. Eso no existe. Solo puedes leerme ahora. Solo puedo escribirte y soñarte en este instante.

Estas palabras que pronuncio en mi mente con mi voz las estarás pronunciando ahora mismo en tu mente con tu voz. Es decir, las mismas letras nos comulgan, nos unen a ti y a mí ahora. Escribo motivado por diversas fuerzas; una de ellas es el legado y la otra es la firme convicción de que no estoy solo, sino que tú y yo somos uno en este momento. Eso que experimentas ahora, eso soy yo, y lo más revelador es que también eres tú. Cuán innecesario es comprender que se trata de algo innegociable, que somos y estamos juntos ahora, que estas letras eliminan las fronteras entre un tú y un yo separados. Siento que, si pudieses metabolizar esto, algo que ni siquiera yo comprendo, se acabarían todas las crisis sistémicas actuales. Porque cualquier acción que ejecutes a favor o en mi contra la realizarás en ti, exactamente de la misma manera que estas palabras no pueden impactar en ti sin antes impactar en mí.

¡Viajemos! Caminarás por algunos aspectos de tu existencia, como lo innecesario en la salud, en la academia, en la sociedad, en el planeta Tierra, en el ser humano, lo innecesario en la empresa, en el cáncer, en la modernidad, en la economía, entre otros.

Algo sobre el autor

Creo que Híbrido es el nombre real de mi experiencia en esta vida. Nací en un país sudamericano, Venezuela, donde viví realidades híbridas. Provengo de una familia de clase media y comencé a estudiar medicina a los 17 años. Durante gran parte de mi primera juventud, prácticamente viví dentro de un hospital público que atendía en especial a las clases sociales más deprimidas. Entre los 20 y los 24 años, mientras mis amigos, que habían egresado del colegio privado en el que estudié, aprendían a gestionar las empresas de sus padres y se reunían para veranear, yo pasaba mis veranos y diciembres, por no decir que los doce meses del año, en las urgencias de los precarios hospitales de una provincia venezolana. Allá en ese hospital amamanté otras realidades híbridas. Luces y sombras de la humanidad, de la política y de la ciencia. Posteriormente me mudé a Inglaterra y a Escocia por temas de estudios, y en los últimos quince años he vivido y trabajado en la bella ciudad de Barcelona, España.

Como médico radiólogo especializado en el cáncer de mama, me he sentido atraído por la ciencia y la tecnología, aunque mi verdadera pasión reside en el humanismo y la espiritualidad, sin llegar a ser experto en ningún campo en estas áreas. He tenido el privilegio de convivir con todos los estratos socioeconómicos. La vida me ha invitado más hacia lo vasto que hacia lo profundo. De forma que, si pudiese autonominarme experto en algo, sería en la ignorancia, experto en ser aprendiz. Mi maestría está en la necedad del intento de aquello que me mueve, aunque me digan que es innecesario.

Tu historia no comenzó en el momento de tu concepción ni en el día que naciste. Según la ciencia, tu historia se remonta a casi catorce mil millones de años, quizás incluso antes de esa fecha. Así mismo, este libro no empieza en esta introducción ni acaba en la conclusión; los espirales no funcionan con esa lógica. En algún sentido, ya estaba escrito hace mucho tiempo y a la vez jamás acabará, porque este libro no son sus letras ni sus palabras, sino la combinación de la fuerza que se expresa a través de mí y de mucho de Leo, incluso de mucho ego de ese Leo. Aunque cabe decir que el Leo que comenzó a escribir la introducción no es el mismo Leo de ahora, y el ser humano que está leyendo estas líneas ahora tampoco es el mismo que despertó esta mañana. De manera que, como un camaleón literario, este libro se mimetiza con la persona que está procesando esta frase.

Deseo que este libro no te haga crecer, pues ya hay miles de libros maravillosos de crecimiento personal. Deseo que te invite a madurar, a expandirte…, pues merecemos la adultez personal y social. A través de esta invitación me detengo en esta idea: ¿qué significa en la práctica la adultez social? Algo me dice que eso no se responde, sino que se encarna momento a momento.

Deseo que caminemos juntos hacia esa utopía común.

Lo innecesario en la medicinaLa salud

La medicina ha avanzado tanto que ya nadie está sano.

Aldous Huxley

La salud es un estado transitorio entre dos épocas de enfermedad y que, además, no presagia nada bueno.

Winston Churchill

En la medicina, casi todos los sanitarios, y en especial los médicos, mentimos con total honestidad. Nos han adoctrinado inconscientemente dentro de un bello fracaso sostenido al que llamamos ‘sistema de salud’, bello fracaso sostenido en términos de salud. Vivimos en una medicina que se maneja muy bien en el terreno del diagnóstico y del tratamiento de síntomas y enfermedades, pero se trata de un sistema donde la salud es una asignatura pendiente.

La Organización Mundial de la Salud (oms), en su acto fundacional en julio de 1946, definió la salud como un «completo estado de bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad». Este concepto aún se enseña en los colegios, escuelas y facultades de salud de todo el mundo. Sin embargo, cuando la oms celebró su 60.o aniversario en el 2006, el doctor Alejandro Jadad, representante de Canadá, les planteó dos preguntas en el evento central a los casi seiscientos delegados de esta organización a escala mundial. La primera pregunta fue ¿qué es la salud? Supongo que, entendiendo la solemnidad y erudición del evento, alguien pudo pensar que se trataba de algún desequilibrio hidroelectrolítico o de un severo jet lag del doctor Jadad. Aun así, un doctor en la sala le respondió: «La salud es el completo estado de bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad». El doctor Alejandro Jadad agradeció la respuesta de parvulario sanitario. Entonces se dispuso a cerrar su intervención con la segunda pregunta, y esta vez se dirigió a los seiscientos integrantes presentes según la definición que en aquel momento cumplía 60 años: «Por favor, que levante la mano quien esté sano». Silencio, silencio, silencio. Ninguna mano levantada.

Sesenta años para darnos cuenta de que habíamos acordado una definición de salud imposible de encarnar y la mantuvimos por varias generaciones. Repetir un error por décadas no lo convierte en un acierto.

Durante tres días, un grupo de expertos se reunió en La Haya (Holanda) para acordar una nueva y mejorada definición. La propuesta resultante fue publicada y divulgada en julio de 2011, portada de una de las revistas médico-científicas más prestigiosas del mundo, The British Medical Journal, donde podía leerse: «Health, time for a new definition?» (Salud, ¿es hora de una nueva definición?).

Esa nueva definición de 2011 concluía dos aplastantes afirmaciones. La primera, en el área académica, era el nuevo concepto: «Salud es la habilidad de las personas o las comunidades para adaptarse y manejar los desafíos físicos, mentales o sociales que se presenten en la vida». La segunda, y más lapidaria, fue que los expertos afirmaban que aún no tenían total consenso y que posiblemente jamás tendrían un acuerdo común que abarcara la totalidad de un concepto tan complejo como el de la salud. De forma que todos los oficios que se apelliden «Salud» (como centro de salud, ministerio de salud, escuela de salud, políticas de salud y un largo etcétera) no sé si serán conscientes de que están huérfanos de padre, pues la salud aún no ha nacido como concepto.

Nosotros, los sanitarios, al no saber que no sabemos, seguimos dando palos de ciego, y detrás de las estadísticas brillantes, de los journals y de las guidelines, seguimos escondiendo nuestra ignorancia. Y en el acuerdo tácito de una masa crítica de profesionales de la salud, ignorantes pero comprometidos con el juramento hipocrático, seguimos, generación tras generación, deformando a los estudiantes de medicina y salud. Parece que, si el error cumple más de trescientos años, puede transformarse en una verdad.

Nosotros, los sanitarios, padecemos varias tragedias. Formamos parte de un grupo de individuos que aman su profesión pero odian su trabajo. ¿Y cómo podría ser distinto cuando las estadísticas son pruebas fehacientes de la abrumadora situación con la que lidiamos en nuestro día a día? Un 50 % sufre de burnout o desgaste profesional, un 25 % de los médicos son diagnosticados con depresión, un 9 % presenta ideación suicida. Los médicos somos los profesionales con la tasa de suicido más alta del mundo, y una de las rarísimas excepciones en la que se suicidan más mujeres que hombres, más galenas que galenos.

Mucho trabajo y poca paga son todos los titulares que, de forma astuta, pretenden esconder una gran mentira sobre el burnout, barnizada con una pequeña verdad. Porque si el problema fuera la poca paga, en Estados Unidos, un país donde el médico promedio tiene un salario entre un 500 % y un 1000 % mayor que en España, los profesionales de la salud serían el ejemplo perfecto de felicidad y realización hipocrática. Sin embargo, resulta ser todo lo contrario: es uno de los países con las peores estadísticas de insatisfacción y enfermedad mental entre los sanitarios.

La culpa es de la vaca, siempre señalaremos al vecino, es humano. Y, mientras se hunde el titánic sanitario, siguen tocando la banda musical de la inteligencia artificial, el big data, el deep learning y diversas líneas de investigación vanguardistas como la microgenómica, la radiómica, la robótica, la regeneración celular, entre otras. Aunque creo que los profesionales de la salud estamos alcanzando tasas de dolor e insatisfacción tan altas que la morfina bioestadística ya no hace efecto.

Daría para un libro completo el señalar las múltiples mentiras con las que las facultades de medicina del mundo occidental nos han hecho expertos a los galenos. Reducir, separar, materializar, racionalizar, especializar, ocultar, negar, deshumanizar serían los titulares de cada uno de los capítulos de ese libro. Para ultrarresumir diría que separar ha sido nuestro mayor problema. Separamos la materia de la no materia y la no materia queda cuestionada y minimizada. Separamos los órganos y sistemas como entidades independientes unos de los otros. Separamos nuestros planos de existencia (físico, emocional, espiritual) como tres realidades distintas y, como consecuencia, el interés del médico se dirige solo al plano físico, lo que ahora llamamos ‘modelo biomédico’. Separamos lo subjetivo (sujeto) de lo objetivo (objeto), y magnificamos el interés por lo objetivo. Separamos al enfermo de la enfermedad, ya que para nosotros, los médicos, solo existen enfermedades independientes con vida propia y no enfermos únicos e irrepetibles. Separamos al médico del paciente, creando una relación vertical de poder y de violencia invisible que ha sido mutuamente acordada, en la que no hay conexión real entre las dos almas. Separamos el cuerpo de la mente. Separamos la razón de la intuición. Separamos la ciencia de la consciencia.

En resumen, lo hemos separado todo con el fin de simplificar y hacer masticable y digerible tanto conocimiento. Esto es práctico, incluso lógico. El problema reside en que nos faltó la lección más importante, esa que debería haberse impartido en nuestro último año de medicina, en el último curso de especialización, en el máster o en el doctorado; una última lección para recordar que la separación es útil, pero es no real. Aquí radica nuestro pecado capital, nuestra manzana biomédica. Esto no es un problema cuantitativo relacionado con el dinero o el número de pacientes; es un problema cualitativo, una cuestión de enfoque espiritual. Obviamente, este tema no cabe en ningún artículo científico.

Este es un momento que exige múltiples giros copernicanos, cambios de perspectiva para empezar a girar alrededor de la salud y no de la enfermedad, orbitar el ser humano en lugar de la ciencia y la tecnología. No es excluyente, no es negacionista, incluso diría que no es un tema jerárquico, es más bien un tema de fondo relacionado con los supuestos desde los cuales realizamos todas nuestras acciones. Es necesario que nos detengamos un momento y comprendamos que estamos acertando justo en el medio de la diana, pero de la diana incorrecta. Debemos ser conscientes de que nuestras respuestas son geniales, las que son estúpidas son las preguntas y los supuestos desde los que estamos respondiendo. Por un momento, hemos de invertir la energía en lo innecesario, en la salud y en el holismo.

Vivimos en una medicina hemipléjica, una medicina que mata al mensajero para no incomodarse con el mensaje. Mata al mensajero con forma de síntoma, dolor o inflamación. Erradica la elevación de las cifras tensionales o de la glicemia, extirpa el tumor en la mama o elimina el dolor de cabeza… Pero el mensaje, que es la causa subyacente de dichos síntomas o enfermedades, que es el lugar donde se han concebido dichos desequilibrios, donde se han originado en el tiempo y en ti mismo, acaba siendo silenciado. Esto sucede sin sopesar que cada mensaje en forma de desequilibrio quizás tenga la intención de enseñarte o explicarte algo que aún no has comprendido debido a tu nivel de consciencia, a la hipervelocidad en la que vives o a la usual desconexión de ti mismo.

Si le diéramos importancia al mensaje en vez de al mensajero, tendríamos que cuestionar el modelo biomédico de la medicina occidental, que afirma que la enfermedad es un suceso azaroso y puntual causado por algo externo a nosotros, ajeno a nuestra intervención, o que se origina en los genes y viene determinado desde antes de nacer. Algo así como una especie de cadena perpetua ancestral, de nuevo ajena a nosotros.

Si cuestionáramos el modelo biomédico actual, tendríamos que plantearnos la posibilidad de que la enfermedad sea un desequilibrio interno mantenido en el tiempo, un proceso que usualmente no ocurre en el cuerpo, sino que se manifiesta en él. Dicho desequilibrio podría originarse en nuestra mente, en nuestras creencias, en nuestros hábitos, en nuestra biografía, en nuestra interacción con el entorno; podría ser una consecuencia de nuestra desconexión de nosotros mismos, de los demás y de lo otro, desconexión que usualmente es consecuencia de algún trauma que aún no hemos identificado. Desde este punto de vista, podríamos incluso decir que se trata de una invitación para reconectarnos y reiniciarnos con el fin de honrar nuestro propósito y sentido en esta vida.

Esta nueva perspectiva nos abriría a la posibilidad de perderle el miedo a nuestros genes, ya que no los veríamos como unos jueces implacables, sino como un mapa antiguo, como una especie de cartografía de antaño que propone un camino… Pero también comprenderíamos que nosotros y nuestras circunstancias somos quienes disponemos y que el mapa no es el territorio, al igual que la palabra agua no moja y que por leer el menú no vamos a hacer la digestión. Ser protagonistas de nuestras vidas, de nuestra salud y de nuestra enfermedad no apunta hacia la culpa, apunta hacia la responsabilidad y hacia ampliar nuestro nivel de consciencia. Y visto de ese modo, el puente desde un estado al otro, el viaje desde la enfermedad hacia la salud no creo que se llame ‘medicina’, creo que se llama ‘compasión’.

La mirada médico-científica reduccionista afirma que solo existe el plano físico, que el plano mental es residual y descarta el plano espiritual como un invento milenario para débiles intelectuales. Todo aquello que no encaja o no refuerza ese paradigma lo degradamos, lo invisibilizamos y lo negamos. Respecto a nuestro desconocimiento de las causas de un 50 % de las enfermedades aproximadamente, nos inventamos un nombre, una especie de cajón de sastre donde caben desde lesiones neurodegenerativas, lesiones inflamatorias crónicas, enfermedades autoinmunes hasta la mayoría de los cánceres, entre otros; lo llamamos ‘idiopático’ (traducido al lenguaje coloquial, «ni idea»). Siguiendo este mismo patrón, en lo que respecta al 50 % de las enfermedades a las que denominamos ‘incurables’ sin ningún tipo de pudor, les ponemos la etiqueta de «enfermedad crónica», lo que coloquialmente se traduciría como «no tenemos la más mínima idea de cómo curarlo, pero sí sabemos cómo medicarlo de por vida».

Por otro lado, al proceso de sanación de una enfermedad que desaparece, aun cuando el pronóstico dictamina que es incurable, como, por ejemplo, el de algunas personas con cánceres que milagrosamente se curan, lo llamamos ‘remisión espontánea’, cuando lo deberíamos llamar ‘remisión radical’. Posiblemente, las personas a las que les ocurren «milagros» son personas que tienen en cuenta y actúan sobre aspectos del ser humano que la medicina ignora, niega o evade. Y por si esto fuera poco, en casos muy escandalosos, tras décadas de fracasos y billones de euros invertidos en investigación sin conseguir las respuestas más básicas —como sería el poder comprender las causas del cáncer—, nos venimos arriba y en vez de pedir disculpas y decir «lo siento, puede ser que hayamos estado señalando en la dirección incorrecta», en vez de tener un ápice de humildad que nos permita redirigir la investigación, soltamos la frase que merece diez premios Nobel de Medicina y afirmamos que la causa del cáncer es el azar. ¡Qué grandes! Deberíamos cerrar todos los bingos del planeta por carcinogénicos; todas las administraciones de lotería del mundo han de pedir perdón, pues promueven la peste del siglo xxi: el cáncer.

Sin embargo, nuestra medicina sí camina muy bien en otros campos. Generalmente en el manejo de las enfermedades agudas y también en el campo quirúrgico son numerosos y notorios los avances que se han conseguido. Y sin duda alguna, con respecto a la tecnología, hemos avanzado más en el campo del diagnóstico y el tratamiento de muchas enfermedades en los últimos cien años que en los milenios precedentes. Datos como el aumento en la expectativa de vida media, tasas de curación de muchas enfermedades que hasta hace poco no tenían cura y la apertura de líneas novedosísimas de investigación como la microgenómica, la regeneración celular, la radiómica, la ingeniería biomédica, entre otras, nos prometen avances que hasta ahora eran impensables.

No obstante, la medicina alopática occidental sigue teniendo aparcamiento prioritario, pues lleva el distintivo de «discapacitado» porque tiene parálisis de medio cuerpo, tiene afectado el lado no material, el lado subjetivo, el lado espiritual, el lado de lo humanista, de lo experiencial, de lo biográfico, de lo epigenético, de lo transgeneracional, de lo cultural, de lo social y de lo ecológico. En ese hemicuerpo, la medicina alopática lleva décadas inmóvil.

La próxima vez que estés delante de un médico, una enfermera o un profesional de la salud con habilidades humanas nulas o limitadas, te pido que recuerdes que no fuimos entrenados en lo innecesario. La próxima vez que tú, colega sanitario, estés delante de un paciente, ojalá recuerdes que tú también eres paciente, que tu madre, tu hijo, tu hermano, tu pareja, cualquiera de tus seres queridos también son pacientes. Que no existe un ellos al referirse a los pacientes, lo que ha existido siempre ha sido un nosotros. El primer paso para solucionar un problema es ser consciente de su existencia, el segundo paso es integrar la urgencia superlativa de actuar y el tercero es comprender que tú eres el único responsable de solucionarlo en tu realidad.

Lo innecesario en la radiologíaLa filosofía o la «radiolofía»

La filosofía es valiosísima, porque no sirve para nada.

Antonio Fornes

No hay glamur en practicar el arte de hacerse preguntas en una cultura que promueve la ciencia de generar respuestas. El éxito intelectual lo goza aquel que tiene la respuesta correcta, mientras que aquel que formula la pregunta correcta carece completamente de interés. Aunque, en cierto sentido, la respuesta es el fracaso o el agotamiento de una pregunta superficial.

Vivimos en una sociedad obsesionada con encontrar respuestas geniales a preguntas infantiles y antiguas; tal como un hámster catedrático, simplemente nos dedicamos a correr hacia una siguiente respuesta que igualmente nos llevará a otra respuesta, y así sucesivamente. El problema radica en que no nos detenemos a tratar de responder preguntas fundamentales, es decir, mientras que por un lado ya hablamos de transhumanismo y poshumanismo, por el otro ni siquiera sabemos qué significa ser un ser humano o, por dar un ejemplo, cuál es la diferencia entre un ser humano y un pensar humano, un tener humano, un sentir humano, una circunstancia humana o un merecer humano. Nos identificamos más con lo que pensamos, tenemos, sentimos, creemos merecer o con nuestras circunstancias que con lo que realmente somos.

Cuando te preguntan ¿quién eres?, intenta no responder con tus circunstancias (nombre, nacionalidad, oficio, familia), tus pensamientos, tus posesiones (materiales o no), merecimientos, sentimientos o creencias. Te recomiendo usar el verbo ser, porque la pregunta es ¿quién eres?, no ¿quién piensas que eres?, ¿quién opinas que eres? o ¿quién crees que eres? Lo que eres no necesita de tus pensamientos, opiniones, creencias o posesiones para ser. El verbo ser es uno de los más urgentes de tu vida, aunque nuestra cultura nos haya vendido que indagar en el verbo ser es innecesario.

Miles de millones de euros han sido invertidos en investigar sobre inmortalidad, detener y revertir el envejecimiento y encontrar curas definitivas para enfermedades como el cáncer. Sin embargo, ¿es posible avanzar hacia la inmortalidad y la prolongación de la vida sin siquiera entender qué es la muerte y qué es la vida? ¿Podemos alcanzar las curas de todos los cánceres antes de comprender verdaderamente qué es el cáncer?

¿Quién o qué soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? Esas deberían ser el alfa y la omega de todas las academias, oficios y profesiones. Ahora bien, para abordar dichos interrogantes es necesario navegar en nuestro interior, conocer el silencio, indagar sobre la muerte y el nacimiento, por no mencionar que debemos plantearnos temas como el sentido y propósito de la vida, explorar los tres tipos de relaciones que experimentamos en esta vida: la relación intrapersonal, la interpersonal y la transpersonal. Sin estas preguntas será absolutamente anodina tu aparente grandeza y tu éxito. Serás un ceo galardonado y famoso con Prozac o cocaína en tus venas, o un padre ejemplar con adicción al teléfono móvil, al trabajo, al qué dirán, a las costumbres familiares o incluso al pádel. Tal como dice Pablo D’Ors, uno de mis tantos maestros anónimos que mencionaré a lo largo de este libro, «mientras el hombre pueda seguir haciéndose preguntas, entonces tendremos salvación».

La pregunta es la puerta a un salón de ignorancia infinita que habita dentro de nosotros. En ese salón inmenso y vacío reside todo lo que se ha escrito y todo lo que está por escribirse. El código de acceso a ese salón interno es la pregunta, es la filosofía. Es altamente impráctica, así como altamente útil. Y admito que sin filosofía se puede vivir, ¡claro que se puede! Pero sería una vida vacía, frívola y carente de sentido.

Vivimos en un mundo donde reina lo absurdo, por eso no es de extrañar que en la educación actual sea mucho más sencillo acortar el presupuesto extirpando filosofía. Optamos por relegar a un segundo plano la herramienta que precisamente tiene el poder de despertarnos, de ayudarnos a cuestionar, a buscar profundidad, sabiduría y sentido en la vida. Pues el statu quo quiere una sociedad de zombis expertos, productivos y eficientes que vomiten respuestas y sean intolerantes a las preguntas. Por ende, la filosofía simplemente califica como innecesaria.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver la radiología, especialidad que ejerzo desde hace unos diecisiete años, con la filosofía? Cada año, en algunos centros donde trabajo, le corresponde a un subespecialista realizar una actualización en su área de dominio. Es decir, existe una sesión clínico-académica mensual, y cada uno de nosotros, como especialista en determinadas áreas, debe hacerse cargo de una sesión al año. En mi caso, este es mi cuarto año consecutivo dando charlas que van desde «Radiolofía» hasta la «Radiolofía 4.0».

Quizás estés pensando: «¡Qué innecesario! Con tanto avance tecnológico y científico, ¿cómo vamos a perder el tiempo hablando de filosofía?». No te preocupes, lo entiendo. De hecho, te puedo asegurar que ese pensamiento refleja exactamente la opinión promedio de mis colegas. Para la mayoría es impensable malgastar el tiempo con estas tonterías, y menos habiendo temas tan importantes como la inteligencia artificial, las últimas tecnologías diagnósticas y los nuevos protocolos.