Crisisfobia. Claves para sobrevivir al apocalipsis económico - José María Camarero - E-Book
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Crisisfobia. Claves para sobrevivir al apocalipsis económico E-Book

José María Camarero

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Beschreibung

Claves para sobrevivir al apocalipsis económico. ¿Quién nos iba a decir que en pleno siglo XXI nos veríamos sumergidos en una crisis sin precedentes? Una etapa de incertidumbre, temor y hasta fobia, cuyas señales catastróficas apuntan un futuro nada halagüeño. Con Crisisfobia resolverás todas y cada una de las dudas que genera la factura de la luz y el gas, el presupuesto familiar, los impuestos que pagamos, el futuro de las pensiones o la subida de nuestra hipoteca. El periodista José María Camarero disecciona el momento convulso actual, se adentra en las incógnitas de la economía y da respuesta a esas cuestiones que nos afectan diariamente, para entender la crisis y aprender a evitar el desastre económico. Un libro repleto de claves y consejos para afrontar mejor el día a día y que el miedo económico no nos quite el sueño. Gota a gota, gesto a gesto, podemos hacernos con las riendas económicas del presupuesto de nuestro hogar. Sea enorme o insignificante. Este es el espíritu que impregna las páginas de este libro. Nada es imposible. Y todos tenemos el poder en las manos frente a las compañías eléctricas, las entidades financieras, las firmas de seguros, las bolsas, las inversiones, la Agencia Tributaria, las cadenas de distribución… Este es el propósito de Crisisfobia: hacer la vida más fácil a los ciudadanos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Crisisfobia. Cómo sobrevivir al apocalipsis económico

© 2023, José María Camarero Vecino

© 2023, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

Imagen de cubierta: Dreamstime

Diseño de cubierta: CalderónStudio

 

ISBN: 9788491398875

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Introducción

1. ¿Por qué estamos así?

2. La energía nos consume

3. Ahorro energético

4. La leña arde

5. La banca acecha

6. Escalada de precios

7. Pensiones

8. Invertir en la miseria económica

9. Impuestos

10. Las herencias

La nueva realidad que nos acecha

Documentación

 

 

 

 

 

 

A mi madre, ejemplo de mujer independiente y resolutiva; protagonista en todos y cada uno de los pasajes económicos de este libro, a pesar de la dureza de su vida.

Introducción

 

 

 

 

 

Nadie dijo que fuera fácil. Pero tampoco imposible. Afrontar cada uno de los retos económicos que se nos plantean en el día a día parece una labor titánica a la que no estábamos acostumbrados. ¿Quién se ha fijado alguna vez en la factura de la luz? ¿Por qué no hemos atendido al cobro de una comisión bancaria que no sabíamos de dónde procedía y a qué se debía? ¿Debemos conformarnos con el primer resultado del borrador de la declaración de la renta? ¿Cuánto tenemos que ahorrar para la jubilación? ¿Vamos a tener una pensión después de décadas cotizadas? ¿Qué hacemos con los ahorros más allá de destinarlos al depósito de nuestra entidad? ¿Podemos ahorrar luz? ¿Gas? ¿Combustible del coche? ¿Cómo lograrlo?

Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos y sobre las que no sabemos cómo actuar. Solo podemos fiarnos de ese familiar que habitualmente lo sabe todo, pero que en realidad no nos ofrece una respuesta concisa sobre lo que estamos buscando. Tampoco tenemos el dinero suficiente como para acudir a un asesor que nos guíe en cada uno de esos gestos diarios. Nunca antes nos habíamos preguntado en tantas ocasiones qué decisión debemos tomar ante pequeños dilemas de nuestra pequeña economía. Porque nunca antes habíamos sido tan conscientes de que una decisión tan aparentemente nimia acarreara tantas consecuencias para el bolsillo.

Gota a gota, gesto a gesto, podemos hacernos con las riendas económicas del presupuesto de nuestro hogar. Sea enorme o insignificante. Este es el espíritu que impregna las próximas páginas. Nada es imposible. Y todos tenemos el poder en las manos frente a las compañías eléctricas, las entidades financieras, las firmas de seguros, las bolsas, las inversiones, la Agencia Tributaria, las cadenas de distribución… Este es el propósito del libro: hacer la vida más fácil a los ciudadanos.

La incertidumbre, el desconocimiento y el miedo son los peores enemigos con los que se encuentra cualquier familia. Más aún con las señales catastróficas que nos llegan casi minuto a minuto con lo que será nuestro futuro. Trataremos de responder de forma simple y didáctica a grandes cuestiones que nunca nos habíamos planteado.

No existen soluciones mágicas a problemas tan complejos como los que ha afrontado la economía española en 2022 —con la guerra en Ucrania y los conflictos económicos derivados de la contienda—, entre 2020 y 2021 —con una pandemia que llegó a paralizar la economía— e incluso entre 2008 y 2013 —con varias recesiones que se llevaron por delante la estructura hasta entonces anclada en una fiesta en la que nunca paraba de subir, de mejorar, absolutamente todo—.

Queremos saber cuál es la mejor tarifa que elegir, cómo ahorrar, qué gestos nos permitirán gastar menos energía de la habitual, cómo enfrentarnos a la firma de una hipoteca o a la elección de un producto bancario, cómo afrontar nuestra jubilación y desde cuándo podemos hacerlo… Aquí encontraremos todas las respuestas que nos asaltan diariamente y que, más allá de discutir con algún conocido, pocas veces sabemos cómo resolverlas. Con coherencia y tranquilidad.

Porque las crisis pueden con nuestros bolsillos, por muy preparados que estén. No somos capaces de actuar con cierto sosiego a la hora de enfrentarnos a cualquier contrato que nos ponen encima de la mesa; y menos aún si ese texto nos llega a través del móvil en un pequeño correo electrónico casi ilegible. De eso trata el libro. De aclarar. Guiar. Asesorar. Ayudar. No vamos a hacernos ricos, pero sí seremos capaces de sobrellevar cualquier crisis que se nos venga encima. Incluso seremos capaces de acostumbrarnos a tomar decisiones prácticas y coherentes con nuestros bolsillos, a pesar de que nos vaya bien; aunque la economía crezca y no tengamos la sensación de que una etapa sombría nos llega en el futuro.

Para todos, para los que tienen y los que no, para quienes viven cómodamente y quienes más sufren, están elaboradas las próximas páginas repletas de recetas, consejos y advertencias con las que afrontar mejor el día a día en el que el miedo económico puede con nuestras cabezas y nuestros bolsillos.

1 ¿Por qué estamos así?

 

 

 

 

 

El momento clave fue cuando los consumidores españoles se percataron de que ya no podían poner una lavadora a cualquier hora del día, de que era mejor planchar de madrugada y de que dejar para los fines de semana el uso intensivo de cualquier electrodomésticos traería más a cuenta para sus presupuestos que hacerlo en otros días de la semana. Fue el inicio del periodo en el que los tramos horarios eléctricos se adentraron en la vida de los españoles. Un cambio radical llamado a reducir el consumo eléctrico y a la eficiencia energética. Pero apenas unas semanas después de aquellas jornadas, el recibo de la luz se descontroló por completo. Era el verano de 2021.

Ya por entonces varios términos comenzaron a impregnarse en la vida de todos: el gas ruso, el megavatio hora, los ciclos combinados, las refinerías… ¿Qué estaba pasando? El mundo salía de una crisis como nunca antes había padecido, la de la pandemia y las restricciones. Parecía que nada peor podría ocurrir. Pero la reactivación de la economía de forma repentina conmovió de nuevo al mundo: no había posibilidad material de producir al mismo ritmo que antes del parón del coronavirus. Había que hacerlo poco a poco, aunque la demanda global regresara repentinamente. Primera causa de la subida de precios: poca oferta para mucha demanda. Sin embargo, lo peor estaba por llegar.

En ese verano, Rusia comienza a jugar con el poder energético que tiene en sus manos: el del gas y el petróleo. Solo una economía como la rusa puede hacer tambalear al resto del mundo. Una nimia decisión, la de su presidente, Vladímir Putin, de cerrar el grifo del gas revolucionó a la Unión Europea. Porque, aunque nunca fuimos conscientes, nuestro cordón umbilical con Moscú se fue ensanchando de tal forma desde que Putin llegó al Kremlin en 1999, que cortarlo de manera tajante ha llevado a los europeos a pagar unas facturas eléctricas como nunca antes habían soportado, un precio de la gasolina y el diésel estratosférico y un gas por las nubes.

Las llamadas a las reformas de los mercados, a la modificación de los impuestos, al cambio en las reglas energéticas, no surtió el efecto deseado. Los consumidores y las empresas siguieron pagando cada vez más por la energía. Si casi toda la que se recibía procedía de un mismo lugar, y desde allí cerraban los grifos, el implacable mercado elevaba los precios para quien quisiera garantizarse el suministro. Esa es la base de la crisis energética que comenzó en 2021 y se prolongó de forma implacable. A partir de ahí, como un efecto dominó, el impacto ha ido dispersándose en la vida de los europeos, en general, y los españoles en particular: las dudas sobre el recibo eléctrico se han trasladado al incremento en el coste de las hipotecas, a cómo afrontar una cesta de la compra cada vez más elevada, a cómo tratar con un banco cuyas comisiones cada vez eran más elevadas, a la forma de planificar la jubilación en un contexto de incertidumbre, a intentar rebajar la factura de los impuestos que pagamos cada mes o cada año de la mejor forma posible. A, en fin, ahorrar y a la vez sobrevivir.

 

 

Los acontecimientos inesperados: la pandemia, la guerra… ¿Y lo próximo?

 

Tenemos que acostumbrarnos a vivir en la incertidumbre. Esta fue la frase que un alto ejecutivo de uno de los bancos más grandes del Ibex-35 me comentó no hace unos días, ni unos meses ni siquiera unos años. Fue allá por 2009, cuando la crisis financiera ya era más que evidente, cuando había caído el gigante Lehman Brothers, cuando la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) era la de subir y subir los tipos de interés para contener la inflación de la época, muy vinculada a la burbuja en la que vivían países como España, en una fiesta continua en la que, de repente, la luz se apagó y dejó a todos los asistentes casi en cueros.

Desde entonces, la sucesión de acontecimientos de calado no ha hecho más que ratificar aquella expresión del conocido banquero. A la crisis financiera le sucedió una de deuda soberana que estuvo a punto de romper el euro; después llegó la recesión y los problemas derivados de un sistema enfocado exclusivamente al ladrillo, pero que no soportaba más construcción; más tarde aconteció un desempleo que alcanzó el 25% de la población activa en España; los rescates de muchas entidades financieras con dinero público; los problemas derivados de las participaciones preferentes, de las cláusulas suelo, de los índices hipotecarios… Una recuperación que nunca fue total —España tardó más de una década en recomponerse, y no lo hizo al 100%—. Y cuando la cosa parecía calmarse, un virus desconocido procedente de China paralizó absolutamente todo en unos meses más parecidos a cualquier película de ciencia ficción que a la dura realidad. Solo faltaba, en plena recuperación del coronavirus, una guerra a las puertas de Europa.

Nadie sabe la próxima contingencia a la que tendremos que sobrevivir en nuestras vidas, porque en un mundo cada vez más dinámico y complejo, la previsión de problemas es pura astrología. Lo demuestran los continuos fallos en las previsiones macroeconómicas que realizan las distintas casas de análisis, instituciones internacionales o el propio Gobierno. Cada día es más complicado calcular cómo evolucionará la actividad económica, el paro o las cuentas públicas del Estado. Porque las contingencias se superponen unas a otras. Sin esperar. Si necesidad de dejar cierto espacio de tiempo para la recuperación, o la readaptación, a la nueva realidad.

Como grandes problemas estructurales que se ciernen sobre nuestras vidas, algunos de los retos a los que se enfrenta la macroeconomía han sido identificados por organismos como el Banco de España. La institución exige «unas reformas que ya eran necesarias» para mejorar la escasa productividad de la economía española, la elevada tasa de paro estructural y de temporalidad en el empleo —a pesar de la última reforma laboral—, los desafíos asociados con el envejecimiento de la población, el incremento de la desigualdad y el cambio climático. Retos a los que deberían añadirse, según el supervisor, aquellos que están emergiendo como consecuencia de las últimas crisis, como los relativos al posible repliegue del proceso de globalización y a la aceleración de la digitalización de la economía, y otros que ya requerían de una respuesta internacional antes de las últimas crisis, como son la necesidad de completar la unión económica y monetaria y de fomentar el multilateralismo a escala europea y global.

En cualquiera de esos campos, desde el cambio climático hasta el envejecimiento de la población española, podemos encontrarnos un problema inesperado. Por ejemplo, la extrema sequía que podría sufrir el país y que conllevaría a escasez de agua, de materias primas, incremento de restricciones y, otra vez, aumento de costes. En lo relativo a las pensiones, la tranquilidad se vería truncada si un incremento inesperado de los costes chocara con una disminución de los ingresos de las cotizaciones provocados por otra teórica recesión. Son solo dos ejemplos de lo que puede venir o, al menos, a lo que debemos estar acostumbrados.

 

 

Inflación: vivir con menos

 

Fin de la abundancia. Dolor. Sacrificio. Esfuerzos… Son las consignas que nos han llegado tras el inicio de la guerra en Ucrania y la posterior escalada de precios. La inflación es el peor de los impuestos que soporta una sociedad. Y las advertencias al respecto no han sido escuetas: del aquel vivir «por encima de nuestras posibilidades» de la crisis de 2008.

En plena escalada de precios, el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, advirtió de que se avecinaba «un poco de dolor» para familias y empresas. La consejera del Banco Central Europeo, Isabel Schnabel, también apuntó en su momento a la probable necesidad de «sacrificio». El zarpazo de la inflación, la crisis energética y el miedo a la recesión han provocado el incendio esta vez.

Los españoles no estaban acostumbrados a la escalada de precios. Solo alguna generación la tenía en su retina al hilo de lo que ocurrió en los años setenta con la crisis del petróleo. Pero la inflación llegó tras el coronavirus para quedarse durante mucho tiempo. Y hablar de inflación es hacerlo de la evolución de los costes en Argentina.

En 2021, ese país cerró el año con una inflación anual superior al 50%. En 2019, alcanzó el 53%. Durante 2022 hubo meses en los que los precios subían más de un 7%. Y en los supermercados ya nadie se asusta porque la megafonía anuncie la rebaja de precios de un determinado producto durante unos minutos. Al límite. Así es cómo se han acostumbrado los argentinos a convivir con la inflación.

Más allá de los problemas de inflación mundiales, Argentina tiene uno propio: el de escasez recurrente de dólares. Al no haber en circulación, se constriñe el tipo de cambio con el peso —la divisa del país—, y al aplicar una devaluación, los precios suben estratosféricamente. ¿A qué se debe la falta de dólares? A las salidas continuas de capital del país. Además, los argentinos se han habituado a cambiar la diferencia en pesos por una moneda extranjera. Así consiguen ahorrar algo y gastar sin perder valor. A lo que se ha sumado la inyección continua de dinero estatal. La máquina de hacer dinero no ha parado en ese país. Y esta situación acaba al final con una mayor presencia de la economía sumergida. La pescadilla que se muerde la cola.

 

 

La escalada de precios. ¿Terror en el hipermercado?

 

Los españoles no viven la situación que se da en los supermercados argentinos, con esos cambios de precios por minutos, pero sí una situación en la que los precios de los alimentos suben exponencialmente como no lo hacían desde hace décadas.

Si un español visitaba Reino Unido, en general, y Londres, en particular, siempre se extrañaba por el hecho de que en las islas británicas la fruta se vendiera por piezas y no por peso. «¡Qué horror!», pensaban los turistas, estudiantes o trabajadores que iban a ese país. «En España se paga al peso», comparaban. Cuánta razón tenían. Pero eso era antes de la pandemia. La escalada de precios tras la invasión ucraniana ha desbocado los carteles de los comercios españoles. Y los sufridos compradores ya no hablaban de a cuánto estaba el kilo de calabacines, sino, más bien, de a cuánto se pagaba por cada calabacín. Una especie de «britanización» de la economía española.

Esa modificación de precios empezó a ser mucho más habitual de lo que estaban acostumbrados los compradores. De semana en semana, el alza se hizo cada vez más visual. De hecho, en algunos establecimientos tuvieron que cambiar el formato de sus precios porque nunca antes un producto había costado más de un euro el kilo, y fue necesario ajustar el cartel correspondiente con otros dígitos —como el dos o el tres—, cuya dimensión no era posible incluirla en losestands de los comercios.

Algo parecido ocurrió en las estaciones de servicio. ¿Alguien había visto alguna vez que el litro de gasolina, e incluso de diésel, se situara por encima de los dos euros? ¡Dos euros! Atrás quedaron los tiempos en los que lo españoles veían cómo los turistas internacionales se sorprendían de los precios de los carburantes en las gasolineras.

Es más. ¿Alguien podía pensar que el gasoil del coche costara más que la gasolina? No solo subieron los combustibles, sino que lo hicieron en 2022 de una forma inesperada y sorprendente para muchos conductores: los que tienen un vehículo diésel. Porque el precio de este combustible superó ese año por primera vez desde la anterior crisis financiera, la que comenzó en 2008, al de la gasolina de 95. Esta situación solo se había dado una vez: en el verano de 2008, con otra crisis energética que llevó al petróleo a su máximo histórico —cuando rozó los ciento cuarenta dólares por barril de Brent— y llevó al diésel a superar a la gasolina durante cuatro meses, de mayo a septiembre de aquel ejercicio. Hay que recordar que el diésel contaba con un gravamen en el impuesto de hidrocarburos menor al de la gasolina, la razón que explicaba esa diferencia que siempre suele ser ventajosa para el gasóleo en términos de precio. La escalada del diésel también tuvo su origen en Rusia. El hecho de que el cartel con el precio del gasoil superara al de la gasolina se debió a que buena parte de este combustible que recibía Europa lo hacía de Rusia. Las sanciones económicas y restricciones contra su presidente, Vladímir Putin, tensionaron tanto el mercado que los precios se distorsionaron por completo.

Los supermercados y las estaciones de servicio han sido dos de los ejemplos donde los españoles han visto cómo se modificaban sus vidas, económicamente hablando. Con nuevas realidades que nunca llegaron a imaginar.

 

 

Acostumbrarse a los intereses

 

No solo hay que acostumbrarse a vivir con los tipos de interés en positivo, como no ocurría desde 2016 con el euríbor, sino que, además, hay que habituarse a convivir con intereses altos. Tipos oficiales que vuelven a moverse entre el 2% y el 3%, su media histórica. Esta novedad, derivada del conflicto en Ucrania, conlleva a pagar más para financiarse a unas familias, empresas y Estado acostumbrados desde 2014 a refugiarse en los tipos negativos.

La primera consecuencia de una subida de tipos siempre será una cuota hipotecaria más cara que hasta entonces. El euríbor, por ejemplo, ha pasado en 2022 de estar en el -0,5% a principios de año a situarse por encima del 2% en el último cuatrimestre. Esta evolución provoca que la cuota mensual de una hipoteca media —ciento cuarenta y cinco mil euros a veinticuatro años con un diferencial de un punto sobre el euríbor— pase de unos quinientos treinta euros a los seiscientos cincuenta en la próxima revisión. Al año supondrá un gasto extraordinario por familia de casi mil quinientos euros. En el caso de quienes estén hipotecados con un tipo fijo, se libran de cualquier cambio: seguirán pagando la misma cuota que tenían contratada. La ventaja de esta modalidad es que amortigua las épocas de subidas de tipos, aunque no se beneficia de años en los que los intereses estén bajos, como ha ocurrido en la última década. También quienes tiraran de crédito en las compras ven cambios en sus condiciones. La evolución de la anterior crisis provocó que la financiación fuera más barata con el paso de los años. Que la adquisición de un vehículo nuevo, mobiliario para el hogar, electrodomésticos o viajes, entre otras muchas compras, fuera competitiva. Sin embargo, a medida que la decisión del BCE se ha ido acelerando, financiar estas operaciones ha sido cada vez más elevado. Lo que antes de la invasión costaba financiar un 5%, después pasó a ser un 7%. Durante la última década, quienes han ahorrado en sus cuentas corrientes o a plazo han visto cómo sus bancos apenas les han ingresado dinero por la rentabilidad de estos productos. De hecho, las comisiones han provocado que en muchos casos esa rentabilidad haya sido técnicamente negativa. Incluso algunas empresas grandes han tenido que pagar a las entidades por tener dinero en sus depósitos. Pero esa situación también cambia con los tipos al alza. Los depósitos, y sus ahorros, están llamados a verse incrementados con la rentabilidad que ofrecen los bancos.

A esta nueva realidad es a la que tienen que enfrentarse los ciudadanos, acostumbrados a un tipo de vida que se vio truncado por la pandemia, y espoleado después por una imparable inflación. Para afrontar esta clase de contextos, nada mejor que atender a los consejos, recomendaciones y actuaciones que nos faciliten económicamente nuestras vidas y agilizar nuestros presupuestos, para descargarlos de tensión financiera, haya crisis o no.

 

 

Conclusiones

 

—Acostumbrarnos a vivir en una crisis continua. Esa es la realidad a la que se enfrentan cada vez más ciudadanos que, en muchos casos, sobre todo los más jóvenes, no han sabido lo que es vivir en una etapa continua y moderada de crecimiento económico.

—El nuevo marco económico obliga a vivir con más austeridad que en las generaciones anteriores. Y esa realidad resulta mucho más dura para toda la población.

—Los tipos de interés vuelven a revivir. En términos puramente económicos y financieros, no era normal convivir con el precio del dinero instalado en negativo. Como tampoco habíamos aprendido a despertarnos con unos intereses que suben de forma imparable en pocas semanas. Financiarse vuelve a ser más caro y supone un punto de inflexión para cualquier presupuesto familiar.

—Convivir con la inflación. Es otro de los retos al que la población tiene que acostumbrarse tras la crisis en Ucrania. Los precios van a seguir subiendo a partir de un 2022 en el que la inflación se ha instalado en todas las vidas. Quizá tengamos que acostumbrarnos a tragar con precios cada vez más altos. No solo durante unos meses, sino durante años.

—Escasez de suministros. También tenemos que lidiar con esta nueva realidad. Durante los meses en los que la pandemia del coronavirus llegó a paralizar la actividad económica mundial, los países más dependientes (Europa, sí) se percató de que se había ido desprendiendo de fábricas, producción industrial e incluso alimentos básicos en favor de otras economías emergentes cuyo coste era más barato «sí» pero con el riesgo de que esos países pudieran cortar el suministro por cualquier razón. Nadie pensó en Bruselas que una pandemia podría llevarnos a esa coyuntura. Pero pasó. Como ningún socio comunitario se imaginaba una guerra a las puertas de Europa con una alta restricción en materias primas como el del granero de Ucrania. Y ocurrió. La sucesión de acontecimientos a partir de 2020 fue paralizando la llegada de determinados productos básicos para la economía: desde los alimentos hasta los plásticos; desde los semiconductores para los vehículos nuevos hasta los fertilizantes para el campo. Hemos vuelto al pasado, al revivir la falta de productos que (creíamos) teníamos a la vuelta de la esquina aunque nos llegaran desde el otro lado del mundo. Y esa nueva realidad socioeconómica también ha llegado para quedarse, a costa de nuestros bolsillos.

2 La energía nos consume

 

 

 

 

 

No hay crisis económica sin la ya habitual advertencia de que posiblemente hayamos llegado a ese momento por haber vivido antes por encima de nuestras posibilidades. En la que comenzó en 2008, habíamos comprado demasiadas viviendas y nos habíamos endeudado mucho. Nadie lo quiso ver, nos dijeron en aquel momento, tras una vorágine o una verdadera fiesta de consumo en la que nada parecía tener fin. Exactamente lo mismo nos ocurrió a partir de 2021 cuando los precios de la electricidad, del gas y del petróleo comenzaron a repuntar como no lo habían hecho desde la depresión de los años setenta. Había que ahorrar, por supuesto. Pero también acostumbrarse a no poner tantas lavadoras o a no hacerlo a determinadas horas. También era por nuestra culpa. Habíamos derrochado en los años previos. Aunque tampoco nadie, ningún poder oficial o empresarial, nos lo quiso advertir. La fiesta no debía parar.

La realidad de estos procesos de crisis nos hace darnos de bruces con la cruda realidad. ¿Quién iba a ser capaz de interpretar una factura eléctrica, con la de decenas de conceptos que la componen? ¿Quién imaginaba calcular lo que era un megavatio hora (MWh)? ¿De dónde procede la luz que gastamos? ¿Por qué teníamos que consumir más luz un fin de semana que a diario? La energía nos ha consumido desde todos los puntos de vista. Pero como toda crisis, también estos periodos constituyen una oportunidad. Lo que tenemos los usuarios ante nuestros ojos no es más que la vía para formarnos, informarnos, analizar y, en lo posible, reclamar. El poder energético ahora sí que está en nuestras manos.

 

 

Hablamos de la factura de la luz

 

Si hay una conversación en la que cualquier ciudadano se haya podido ver implicado en el último año, esa ha sido la de la factura de la luz. Nunca habíamos tenido tanto desconocimiento de este recibo y nunca hemos tratado de aprender tanto de la multitud de conceptos que incluye esa carta que nos llega cada mes o ese correo electrónico que recibimos en la bandeja de entrada. Una misiva postal o un email que casi todos desechábamos de forma automática sin percatarnos de lo que nos estaba cobrando la compañía eléctrica de turno.

Pero esa costumbre tan enraizada en el consumidor español ha cambiado. Hasta finales de 2021, por ejemplo, el 75% de los hogares desconocían qué tarifa de electricidad tenían contratada. Es decir, cuáles eran las condiciones de ese contrato en lo relativo al precio que se pagaba por la luz, los costes fijos asumidos, la vigencia del propio contrato, los servicios adicionales e, incluso, la compañía que nos estaba facturando la electricidad. Solo nos fijábamos en la cuantía final a pagar. Y nos revolvíamos, ¡claro que nos revolvíamos sin saber por qué!

Tampoco nos lo habían puesto nada fácil. Es verdad. El sinfín de conceptos que inundan el recibo eléctrico se había convertido en un verdadero laberinto complicado de descifrar. Solo cuando los precios se han disparado es cuando se han encendido nuestras alarmas familiares. Pero ya era demasiado tarde para tratar de entender un folio que ha ido acumulando con el paso de los años todo tipo de variables energéticas.

 

CONSEJO

El recibo de la luz ha adquirido el rango de hipoteca mensual. Como si cada mes nos tuviéramos que exponer a la firma de una escritura como cuando compramos una vivienda. Y ello a pesar de que casi todos nos encontramos atrapados con la factura que tenemos contratada al menos durante un año.

 

 

En primer lugar, la compañía

 

¿Sabemos a qué empresa le estamos pagando la electricidad? Posiblemente sí. Pero ¿por qué esa empresa no es la misma a la que tenemos que llamar si hay un corte de luz? ¿Y qué pasa con las propietarias de las centrales hidroeléctricas? ¿Y los beneficios que obtiene el sector? ¿Son las mismas? No todas. ¡Pero si se llaman igual! No siempre.

El sistema eléctrico español se divide en tres tipos de empresas: las que generan luz, las que la distribuyen y las que la comercializan. En muchos casos son los mismos gatos, pero con distintos collares. Y esta es la primera trampa con la que se encuentra el sufrido consumidor cuando trata de averiguar qué pasa con su factura eléctrica. Cada uno de esos pasos va incrementando la cuantía final que va a pagar.

Las generadoras son las empresas propietarias de las centrales —nucleares, hidroeléctricas, solares, eólicas, cogeneración, ciclos combinados, carbón— que operan en España. De ellas, tres grandes firmas ostentan la propiedad de una buena parte del parque eléctrico: Iberdrola, Endesa y Naturgy. Son las históricas empresas de toda la vida. Las que siempre conocíamos como las eléctricas clásicas. Pero esa actividad nada tiene que ver, o al menos aparentemente, con las condiciones del contrato que tenemos firmado.

En las dos últimas décadas el mercado se ha ido abriendo a otro tipo de negocios que han hecho desembarcar en España a multitud de empresas de todo el mundo, y que han ido haciéndose con plantas de energías renovables. Sus nombres son múltiples y muy variados. Incluso algunas españolas, como Repsol o Cepsa, también se han adentrado en el negocio energético al adquirir parte de las centrales de otras empresas que ya estaban activas.

Pero vayamos a lo realmente interesante: las denominaciones. Para no confundirnos. Los negocios de Iberdrola, Endesa o Naturgy que se dedican a producir luz se encuentran identificados habitualmente como «generación». Nunca está de más atender a estas nomenclaturas, a esta especie de apellidos, para que no traten de abducirnos con mil ofertas, a cada cual más interesante. Estas denominaciones le sirven al consumidor para saber de dónde procede la luz que le llega a su casa y cuáles son los negocios que tienen las eléctricas en materia de generación.

Estas compañías ponen en marcha día a día el precio de la luz. El coste de producir esa electricidad. El conocido y ya asumido por todos como megavatio hora.

Este megavatio hora es a esta crisis lo que la prima de riesgo representaba en la anterior recesión de hace una década: el mejor termómetro para saber cómo se encuentra el mercado, a cuánto se paga la electricidad y qué coste tenemos que asumir los ciudadanos.

¿Que por qué el megavatio hora ha estado en ocasiones sobre los doscientos euros y en otras ocasiones en apenas a veinte? Todo depende de cuánta electricidad consumamos cada día y de la forma en la que tienen esas empresas generadoras de producir la luz. En épocas de frío o extremo calor, la demanda de luz sube. Encendemos los aparatos de calefacción o los aires acondicionados, en su caso. Si esa demanda se eleva, hay que generar más luz. Por tanto, puede salir más cara, dependiendo de las centrales que aporten luz al sistema cada día y en cada hora. Si hay mucho viento, muchas horas de sol o muchas lluvias se activan las eólicas, solares o hidroeléctricas, que son a grandes rasgos las formas de generar luz más baratas. Si con esa aportación no es suficiente, van aportando las plantas con las que fabricarla va siendo más caro: cogeneración, nucleares y los temidos ciclos combinados de gas. A medida que se incorporan, el precio final va subiendo. Y cuantas más centrales de gas haya activas, más cara sale la luz, sobre todo si el precio de ese gas está condicionado por una guerra como la de Ucrania.

Como en la pandemia el consumo de luz se desplomó por el cese de la actividad económica, los precios también lo hicieron. Si a ello unimos meses meteorológicamente favorables para la electricidad —con mucha lluvia o viento—, los precios bajan.

 

CONSEJO

No debemos fiarnos del megavatio hora. Esta referencia no puede hacer temblar las piernas a ningún consumidor. Porque no se trata de que cuando la luz se paga a trescientos euros megavatio hora, cada hogar vaya a pagar una factura de trescientos euros. Para hacer un cálculo simple hay que convertir esos megavatios hora en kilovatios hora (kWh). Y ahí sí obtendremos el precio que estamos pagando por la luz que consumimos. ¿Cómo lo hacemos? En primer lugar, dividiendo entre mil el precio del megavatio hora. Y después ajustando los euros. Es decir, que si los medios nos inundan un día con el récord de trescientos euros