0,00 €
Esta edición digital en formato ePub se ha realizado a partir de una edición impresa digitalizada que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España. El proyecto de creación de ePubs a partir de obras digitalizadas de la BNE pretende enriquecer la oferta de servicios de la Biblioteca Digital Hispánica y se enmarca en el proyecto BNElab, que nace con el objetivo de impulsar el uso de los recursos digitales de la Biblioteca Nacional de España. En el proceso de digitalización de documentos, los impresos son en primer lugar digitalizados en forma de imagen. Posteriormente, el texto es extraído de manera automatizada gracias a la tecnología de reconocimiento óptico de caracteres (OCR). El texto así obtenido ha sido aquí revisado, corregido y convertido a ePub (libro electrónico o «publicación electrónica»), formato abierto y estándar de libros digitales. Se intenta respetar en la mayor medida posible el texto original (por ejemplo en cuanto a ortografía), pero pueden realizarse modificaciones con vistas a una mejor legibilidad y adaptación al nuevo formato. Si encuentra errores o anomalías, estaremos muy agradecidos si nos lo hacen saber a través del correo [email protected]. Las obras aquí convertidas a ePub se encuentran en dominio público, y la utilización de estos textos es libre y gratuita.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 1912
Esta edición electrónica en formato ePub se ha realizado a partir de la edición impresa de 1912, que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.
Crítica literaria: (1899 1901)
Juan Valera
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
Crítica literaria: (1899 1901)
HOMENAJE Á MENÉNDEZ Y PELAYO EN EL AÑO VIGÉSIMO DE SU PROFESORADO
GIRONES DE D. RAMÓN A. URBANO
LA IRRESPONSABILIDAD DE LOS POETAS Y LA PURIFICACIÓN DE LA POESÍA SOBRE LAS ODAS
DON RAMÓN DE LA CRUZ
DON JUAN MELÉNDEZ VALDÉS
DON CRISTÓBAL DE MOURA PRIMER MARQUÉS DE CASTEL-RODRIGO
EL ESPECTÁCULO MÁS NACIONAL
NUEVA EDICIÓN DE LA CELESTINA
BIBLIOTECA DE FILOSOFÍA Y SOCIOLOGÍA
EL FILÓSOFO AUTODIDACTO
SOBRE LA DURACIÓN DEL HABLA CASTELLANA CON MOTIVO DE ALGUNAS FRASES DEL SR. CUERVO
EL REGIONALISMO LITERARIO EN ANDALUCÍA
LAS INDUCCIONES DEL SEÑOR don POMPEYO GENER
EL BUEN PAÑO... NOVELA POR J. F. MUÑOZ PABÓN, PRESBÍTERO
LAS NOVELAS EJEMPLARES DE CERVANTES POR F. A. DE ICAZA
LA GOLETERA POR ARTURO REYES
POESÍAS DE don J. L. ESTELRICH
LULLY ARJONA NOVELA POR D. ALFONSO DANVILA
MARIQUITA LEÓN NOVELA ORIGINAL DE JOSÉ NOGALES Y NOGALES
HUELLA DE ALMAS POR FRANCISCO ACEBAL
DISCURSO PRONUNCIADO POR DOÑA EMILIA PARDO BAZÁN EN LOS JUEGOS FLORALES DE ORENSE
ISAAC POR JAVIER LASSO DE LA VEGA
AVENTURAS, INVENTOS Y MIXTIFICACIONES DE SILVESTRE PARADOX
METEOROS POEMAS, APÓLOGOS Y CUENTOS, POR don JUAN ALCOVER
EL ÚLTIMO PATRIOTA NOVELA POR JOSÉ NOGALES Y NOGALES
Acerca de esta edición
Enlaces relacionados
Algunos sujetos aficionados á las letras españolas, en cuyo estudio y cultivo se emplean, han compuesto y dado á la estampa los presentes "Estudios", dedicándolos á D. Marcelino Menéndez y Pelayo, á quien estiman como excelente amigo ó encomian y veneran como á agregio y hábil maestro. Para darle esta prueba de simpatía y admiración, han elegido el momento en que se cumplen veinte anos, durante los cuales ha comunicado el sabio profesor á la juventud estudiosa sus vastos y bien ordenados conocimientos desde su cátedra de la Universidad Central, con provecho evidente de la general cultura en nuestra patria. Coincide ademas con esto la merecida distinción de que D. Marcelino ha sido recientemente objeto por parte del Gobierno, confirmando este de modo oficial, y en nombre del Estado el alto concepto que tiene el publico del extraordinario saber de D. Marcelino y el mucho crédito, autoridad y fama de que goza, no solo en su patria, sino también en los países extranjeros. Nada más justificado, ni nada generalmente más aplaudido que el nombramiento de D. Marcelino para reemplazar en la Dirección de la Biblioteca Nacional á don Manuel Tamayo y Baus.
Los que han colaborado á la formación de este libro, á fin de evitar la monotonía de las alabanzas, han tenido la buena idea de formarle reuniendo en el trabajos sobre diversos asuntos, donde nada se dice, ni es menester que se diga, acerca del Sr. Menéndez, si bien sobrentendiéndose que la colección de dichos trabajos lleva el propósito de obsequiarle y de ensalzarle.
Acaso sea yo el único á quien se consiente y hasta se prescribe que diga algo en este libro sobre la persona á quien le dedicamos.
Yo no podía escribir un articulo erudito tratando de curiosidades literarias, dando noticias raras y mostrando á la generalidad de los hombres joyas desconocidas ú olvidadas en el rico tesoro de nuestra poco estudiada y divulgada literatura. Jamas he sido apto para semejantes tareas, y mucho menos lo soy en el día, cuando por desgracia, estoy casi ciego. En cambio, se da el caso, dichoso para mi, de haber yo conocido al Sr. Menéndez desde su primera mocedad, adivinado entonces todo su valer, pronosticado sus triunfos y contribuido á abrir y allanar el camino para que los lograse. Esto, en cierto modo, me autoriza á hacer, ya que no un acabado retrato, el bosquejo de las facultades y prendas intelectuales de nuestro amigo, y á juzgar, aunque sea someramente, las obras literarias que ha dado á luz hasta el día, justificando el elevado concepto en que yo le tuve desde que empezó la constante amistad que con el conservo, y que no dudo de que persistirá siempre.
El generalizar es muy ocasionado á incurrir en errores é injusticias, por lo cual procuro yo huir de las generalizaciones. No sostendré ni afirmare, por consiguiente, que el conocimiento de nuestras ciencias y de nuestras letras estaba harto poco difundido en la primera mitad del siglo presente; que de la historia del pensamiento español se sabia poco, y que el valer y la importancia de este pensamiento se menospreciaban. Fácil me seria citar aquí nombres de eruditos y trabajos estimables realizados por ellos; pero presupuestas tales restricciones, ¿como no afirmar que, por lo común, nos ignorábamos; que teníamos de nosotros muy humilde concepto, y que toda luz intelectual, toda doctrina filosófica, el criterio científico y literario, las reglas del buen gusto y cuanto constituye la base de la cultura y la raíz fecunda de los adelantos, creíamos que venían de las naciones extranjeras? La opinión más extendida entre nosotros, y especialmente entre las personas que presumían de más liberales é ilustradas, era que, de resultas de la compresión intelectual de los inquisidores, de nuestro monstruoso fanatismo en los siglos XVI y X, y tal vez de otras causas que cada cual explicaba á su modo, el ingenio de nuestra nación hubo de secarse, atrofiándose sus facultades y energías, así para la especulativa contemplación de las cosas divinas y humanas, como para el estudio experimental del Universo. Así caímos, ó se supuso que caímos, en hondo letargo y en lastimosa degradación mental, de la que, durante todo el siglo pasado y parte del presente, hicimos laudables aunque poco eficaces esfuerzos para salir y para elevarnos hasta el nivel de otros pueblos, afanándonos por seguirlos como á remolque, por tomarlos como modelo y por imitar ó remedar cuanto ellos producían.
Así pensaba la mayoría de los españoles, y, sobre todo, los que de más discretos y cultos se jactaban. Y como nadie suele detenerse en el error en que ha caído, sino que sigue descendiendo hasta caer en más hondos errores, llego á suponerse, aunque para no incurrir en la nota de antipatriotismo no se confesase á las claras, que nuestra civilización no solo había degenerado, y que los frutos de ella no solo se habían viciado ó secado al terminar el siglo XVII, sino que siempre había habido en dicha civilización y en sus frutos cierto germen deletéreo, cierto carácter enfermizo ó vicioso, que les quitaba no poco valer, aún en los días de su mayor florecimiento, y que los condenaba ademas á corrupción y á muerte prematuras. Llego á imaginarse que, mientras el pensamiento de otras naciones miraba al porvenir, el de España se había fijado y deleitado en lo pasado, y no ya en lo pasado verdadero y real, sino quimérico y absurdo.
Los libros extranjeros, por lo común franceses, que estudiaban en España los que algo estudiaban, y la ignorancia y el desdén de nuestros libios, concurrieron á dar ser y vida á semejantes ideas. En la mente de muchos españoles, España vino á ser una moderna Beoda, aunque tal vez sin Píndaro.
No pocas obras maestras de nuestra antigua literatura quedaron arrumbadas y no fueron reimpresas. Mientras que en otros países apenas hay persona medianamente educada que no conozca y lea á los prosistas y poetas de su nación, y no cite algo de ellos, entre nosotros vino á ser el conocerlos y el citarlos merito singular y raro, algo parecido á la iniciación en los misterios. Poseer libros españoles era como poseer tesoros ocultos, de los que apenas formaba idea el vulgo ignorante: Tal vez los que poseían y custodiaban estos tesoros repugnaban divulgarlos, para no perder ellos el prestigio que el poseerlos les prestaba, y para que esos mismos tesoros no decayesen de su valor y se profanasen y emplebeyeciesen al perder su rareza.
Así nuestra amena y rica literatura vino á ser olvidada ó casi desconocida, ó solo conocida de pocos, y de estos mal y quizás con torcida critica. Acaso sea preocupación mía, por lo cual lo apunto con timidez; pero suele suceder, á lo que yo entiendo, que los bibliófilos se prendan y enamoran de los libros cuando son raros y cuando ellos los poseen; y de aquí nace, cuando una literatura esta semi-inedita, una historia de ella un tanto cuanto falta de critica y llena de falsos juicios. Los que en España siguieron reverenciando y observando los preceptos del neoclasicismo francés, no pudieron incurrir en semejante error, pues no puede negárseles el buen gusto, aunque meticuloso y viciado por el amor del más nimio y correcto atildamiento; pero, en cambio, movidos por ese amor y atados más que guiados por preceptos tales, desecharon con desdén mucha parte, y quizás la más castiza de nuestra riqueza literaria, y si no escribieron, concibieron una historia de nuestro desenvolvimiento intelectual, pobre, deficiente y menguada. De aquí que los poseedores y conocedores de nuestros libros antiguos extremasen, hasta por espíritu de contradicción, las á menudo poco fundadas alabanzas.
Hubo en España, al empezar el segundo tercio de este siglo, una revolución literaria, cuyas ideas vinieron de Francia, como vienen todas las modas, y triunfo entre nosotros el romanticismo. dió esto ocasión á que volvieran á estimarse, aunque vagamente conocidos, nuestros poetas líricos, dramáticos y épicos, y nuestros novelistas, así de los siglos medios como del tiempo de la dinastía austriaca; pero, en cambio, se censuro y se menosprecio, con injusticia cuya notoriedad vemos más clara cada día, cuanto literariamente había producido nuestra nación desde el advenimiento de los Borbones, creyéndolo desmanado recuerdo del francés, sin inspiración nacional y sin carácter propio. Contra lo falso é injusto de tal sentencia, claman Quintana, Gallego, ambos Moratines, D. Ramón de la Cruz y no pocos otros notables escritores y poetas; pero no puede negarse que el vulgo, fanatizado por el romanticismo, dicto la mencionada sentencia, que aún en el día dan no pocas personas por valedera y hasta inapelable.
La historia de nuestra literatura bien puede afirmarse que hasta terminada la primera mitad del siglo XIX no estuvo convenientemente por ningún español escrita
Las historias de nuestra literatura que más circularon y se leyeron, traducidas al castellano, fueron al principio la de Bouterweck, la de Sismón di más tarde, y, por ultimo, la de Jorge Ticknor. Pero más que estos libros contribuyo á divulgar y á rectificar el conocimiento de nuestra literatura, despertando la afición y el aprecio con que debemos mirarla, la gran colección de autores españoles que el activo é inteligente impresor D. Manuel Rivadeneyra comenzó á publicar hacia el año de. 1849 y termino en 1880. Las obras que antes se hallaban con dificultad, pudieron así estar en manos de todos; y las introducciones, prólogos y notas con que varios literatos muy estimables ilustraron dichas obras, sirvieron para difundir, al menos en el escaso publico que en España gusta de la lectura, el conocimiento de nuestras letras y de su historia. Algunas de las introducciones la dan bastante completa y justa de un periodo determinado. Así, por ejemplo, la introducción á los líricos españoles del siglo XVIII, donde puede afirmarse que D. Leopoldo Augusto de Cueto, Marqués de Valmar, ha dado al publico una buena historia de nuestra literatura en el siglo pasado.
A pesar de las prolijas guerras civiles, de la instabilidad de los Gobiernos, y de los pronunciamientos y revoluciones que han afligido y postrado durante largos anos á nuestra patria, Cayéndola al cabo á la abatida y misera situación en que esta hoy, todavía, ya sea á causa del general progreso de las otras naciones de Europa, á cuyo influjo no puede sustraerse, ya sea por virtud de las libertades de que goza desde hace anos y de un sistema de Gobierno más popular y expansivo, España ha progresado y ganado no poco en bienestar y riqueza, sobre todo en cultura intelectual, si la comparamos con el ser que tenía en el funesto reinado de Fernando Vil. Desde la muerte del citado Monarca hasta el día de hoy, no puede negarse, por mucho que ponderemos y lamentemos nuestros infortunios políticos, que la civilización española ha vuelto á renacer con más clara conciencia de lo que ha sido en otras edades y con algunas vagas aspiraciones de lo que debe ser en lo futuro.
El saber de nuestras cosas se ha divulgado bastante, contribuyendo á esta divulgación no pocas personas estudiosas y de talento, entre las que descuellan en primer termino, y en los asuntos literarios de que aquí tratamos, D. José Amador de los Ríos, D. Manuel Mila y Fontanals, D. Pascual Gayangos, D. Aureliano Fernández-Guerra, el primer Marques de Pidal, D. Agustín Duran, don Juan Eugenio Hartzenbusch y otros varios.
Resultado del esfuerzo reunido de tales hombres fué un aprecio más alto y más justo de nuestro valer, al menos en amena literatura. Pero entre el vulgo de los que presumen de discretos y entendidos y de los que creen que se levantan por excepción desde las tenebrosas honduras de nuestra patria hasta subir á las regiones luminosas de otros países, poniéndose al nivel de los iluminados que allí habitan, persistió no obstante, y tal vez persista aun, el más profundo menosprecio y el desdén más amargo hacia los frutos y merecimientos filosóficos y científicos de la gente española.
Contra tan humillante preocupación han clamado recientemente entre nosotros algunas personas de saber y de generoso entusiasmo. No se extrañe que yo no las cite á todas. Baste citar en este rápido estudio á algunas de las más significantes, cuyos nombres acuden á mi memoria sin el menor esfuerzo. Así, D. Gumersindo Laverde Ruiz y D. Francisco de Paula Canalejas. Ambos se esforzaron en demostrar que había habido y que hay una filosofía española. En este punto conviene, á mi ver, hacer una consideración que evita muchos errores. No poca profundidad ó sutileza se necesitaría para explicar la causa; pero lo cierto es que ninguna filosofía tomo nunca el dictado característico de una nacionalidad cuando el idioma de esta no sirve de vehículo y de medio de expresión al pensamiento de quien filosofa. Prolijo seria explicar por que. Contentémonos con afirmar que la filosofía griega quedo escrita en griego, y que no se hablo de filosofía francesa, escocesa ó alemana hasta que se filosofo en francés, en ingles ó en alemán. Cuando y donde se filosofaba en latín, la filosofía, por muchos y varios sistemas que produjese, y por muy notables filósofos que tuviese en un país determinado, jamas tomaba en el carta de naturalización, y seguía siendo cosmopolita. Tal vez por esto, y no porque en España hayamos carecido de filósofos, suenan con sonido extraño en nuestros oídos estas dos palabras acopladas: «Filosofía española", lo cual no quiere decir que en España no hayan florecido muy notables filósofos, ni que, si se examina con esmero y acierto, no se logre descubrir en ellos algo de común que, á pesar de sus opiniones contradictorias, los enlaza entre si y pone en todos peculiar desarrollo dialéctico y sello castizo.
Por lo que toca á la ciencia, sobre todo cuando es verdadera y exacta, el cosmopolitismo, ó mejor dicho, la universalidad, persiste siempre. Y en tal sentido, no hay ciencia alemana, ni francesa, ni inglesa. La ciencia es siempre la misma y siempre una. Lo que si puede decirse y se ha dicho, es que tal ó cual país ha contribuido en más ó en menos al progreso de la ciencia. Y como hace dos ó tres siglos que en muchos países extranjeros se escribe incomparablemente más que en España y se hace la historia panegírica del progreso científico del linaje humano, resulta que España queda olvidada y desairada como poco influyente en el mencionado progreso; idea harto desconsoladora que, por desaliento, incuria ó pereza, ha aceptado la mayoría de los españoles. Generosas y eruditas protestas se han escrito en España contra idea semejante. Acaso hasta donde lo consiente mi escasa lectura, me atreva yo á asegurar que la mejor protesta de este genero es el libro de D. Felipe Picatoste, premiado por la Biblioteca Nacional, y cuyo titulo es Apuntes para una Biblioteca científica española en el siglo XVI.
Como quiera que ello sea, á pesar de tan laudables trabajos, prevalece aún entre los extranjeros, inficionando á los españoles, el triste concepto de que España apenas ha contribuido, ó ha contribuido en sentido negativo, á la civilización del mundo. Escritores de nota, por verdadero merito ó por prestigio, han sostenido y propagado por todas partes afirmaciones tan crueles para nosotros. Si no recuerdo mal, Guizot asegura que puede hacerse caso omiso de España, como factor insignificante, al tratar de la civilización de Europa; el anglo americano Draper nos supone culpados de haber destruido dos civilizaciones por lo menos: la arábiga y la americana indígena ó precolombina, que el inventa para convertirla en victima de tan horrendo sacrificio; y el ingles Buckle da por cierto que los españoles no podemos civilizarnos á causa de los muchos y grandes terremotos que hay por aquí, y que nos inspiran un absurdo temor de Dios, el cual vicia nuestro carácter y apoca nuestra inteligencia.
Sin aducir tan necios motivos, fuerza es confesar, por desgracia, que España esta en el día profundamente decaída y postrada. Su regeneración requiere, sin duda, un gran poder político, sabio y enérgico, ejercido con voluntad de hierro y con inteligencia poderosa y serena; pero tal vez antes é esto, y para orientarse, y para descubrir amplio horizonte, y para abrir ancho y recto camino, se requiere que formemos de nosotros mismos menos bajo concepto, y que no nos vilipendiemos, sino que nos estimemos en algo, siendo la estimación no infundada y vaga, sino conforme con la verdadera exactitud, y sin recurrir á gastados y pomposos ditirambos y á los recuerdos, que hoy desesperan más que consuelan, de Lepanto, San Quintín, Otumba y Pavía.
Aunque me repugna emplear frases pomposas, que hacen el estilo declamatorio y solemne, no atino á explicar mi pensamiento sino diciendo que D. Marcelino Menéndez y Pelayo ha venido á tiempo á la vida y ricamente apercibido y dotado de las prendas conducentes para cumplir, hasta donde pueda cumplirla un solo hombre, la misión anteriormente indicada: para marcar, sin vaguedad y sin exageraciones, nuestra importancia en la historia del pensamiento humano, y para señalar el puesto que nos toca ocupar en el concierto de los pueblos civilizadores, concierto del que formamos parte desde muy antiguo, y del que no merecemos que se nos excluya. La misión, pues, de D. Marcelino, ya que nos atrevemos á llamarla misión, no es puramente literaria, sino que tiene mayor amplitud y transcendencia. Aunque principalmente en literatura, también en filosofía y en ciencias, en todo lo especulativo, en suma, ha procurado nuestro amigo exhibir y hacer valer los títulos de nuestra nobleza, restaurar nuestras glorias en la mente de los hombres, y reivindicar nuestros derechos, desconocidos para el vulgo. Ha procurado al mismo tiempo, sin deprimir á otras naciones, sino juzgándolas sin prejuicios, sin celos, con justicia y hasta con simpatía generosa, colocarnos, no por bajo ni á la zaga, sino al nivel y al lado de ellas, siendo verídico y justo.
Menéndez y Pelayo esta ahora en lo mejor de su vida. Por delante de el hay, probablemente, largos anos, que debe esperarse sean de actividad fecunda. Su obra, pues, no ha de considerarse concluida, sino apenas mediada. Y de lo hecho por él hasta ahora aspiro yo aquí á dar completa cuenta y á poner brevísimo resumen.
La misma extensión de su propósito y el constante prurito, de que no acierta á sustraerse nunca, de ensalzar el desenvolvimiento intelectual de España con el de otros pueblos, no he de negar yo que producen en uno de sus principales escritos algo que no he de calificar de falta, sino de sobra, pero de sobra que perjudica ó descompone Un poco la proporción armónica que debe notarse en é conjunto de toda obra artística, ya sea del género didáctico, ya sea de otro genero.
Tal falta ó mejor dicho, tal sobra, se advierte, que en las otras producciones de D. Marcelino, en su Historia de las ideas estéticas. Esta historia se imita á España en las portadas de los volúmenes que la contienen; pero en los mismos volúmenes D. Marcelino traspasa limites y fronteras, se va fuera de España, y discurre tanto ó más Por los países extranjeros que por el nuestro. Tal redundancia, aunque siempre grata, porque todo está bien estudiado, sabido y expuesto, se da, no so ó geográfica ó étnicamente, sino también yendo más allá del punto ó materia en que el libro se ocupa. Así, dicha Historia de las ideas estéticas en tsPafia es casi una historia literaria y artística universal ó de todo el mundo..
La mejor disculpa que sobre este punto puede alegar D. Marcelino en su defensa, es la necesidad que sentía de colocar en su puesto á su olvidada ó desdeñada patria, después de hacer el examen comparativo de sus méritos y de los méritos de otras ilustres naciones. Especialmente desde hace dos siglos, en no pocas historias de ciencia, de literatura ó de filosofía, se prescinde de nosotros ó se nos excluye; y todo progreso y toda nueva corriente de ideas y de sentimientos, gérmenes fecundantes de altas novedades literarias, se supone que brotan en Francia, en Alemania, en Inglaterra y hasta en Escandinavia y en Rusia. Al leer, por ejemplo, la obra celebérrima del dinamarqués Brandes, se diría que España y aún la misma Italia están ya muertas ó han quedado estériles, y que la vida del pensamiento y su virtud prolífica han ido á refugiarse y á concentrarse en el Norte de Europa. Lo cierto es que lo escandinavo y lo ruso es lo que priva y esta de moda en el día, penetrando bastante esta moda en nuestro país, donde hay ya encomiadores é imitadores de la literatura escandinava y de la rusa, no inmediatamente llegada á ellos, sino columbrada y entrevista en traducciones y panegíricos franceses.
En otra obra capital de D. Marcelino, en la Historia de los heterodoxos españoles, no se le puede acusar de la precipitada extralimitación ó redundancia. En dicha historia el autor se cine al asunto, y no trata de las extrañas heterodoxias sino lo que es absolutamente necesario para el conocimiento de las propias y para el enlace de todo.
La Historia d los heterodoxos contiene un rico tesoro de rara erudición y de curiosas noticias; prueba que la intolerancia ó el fanatismo jamas ahogo entre nosotros el libre pensamiento, ni le atajo para que no se saliese de las vías católicas en busca de nuevos ideales; patentiza que hemos tenido no menos grandes pensadores heterodoxos que ortodoxos; y nos defiende, por ultimo, de la injusta acusación de haber sofocado entre nosotros el pensamiento filosófico, quitándole la libertad, y hasta de haber destruido la civilización hispanosemítica (hebraica y arábiga), como pretende Draper, por ignorancia ó por malicia. Verdaderamente ocurrió todo lo contrario. Los Principes y reinos cristianos de la Península favorecieron y fomentaron la cultura de musulmanes y de judíos; dieron asilo, amparo y refugio á los sabios que huían de la persecución de los muslimes, especialmente en tiempo de las invasiones africanas, y no solo estudiaron, tradujeron y comentaron la filosofía y la ciencia de los refugiados, sino que la difundieron por toda Europa, dando nuevo carácter á la escolástica de los siglos medios y marcando en ella nueva era.
A la cabeza de esta propaganda figuraron el Arzobispo de Toledo, D. Raimundo, y la escuela que favoreció y que formo de traductores y de imitadores, como Domingo Gundisalvo, Juan Hispalense y Mauricio Hispano. Por ellos, sin duda, fueron difundidas en toda Europa las doctrinas y especulaciones audaces des y Averroes de Ibn Gebirol, Maimoni-averros.
Prolijo seria seguir encomiando aquí como se merece la Historia de los heterodoxos y enumerar los muchos puntos obscuros que pone en claro en la historia general de la filosofía y de la teología.
No faltan críticos que censuren al Sr. Menéndez, sobre todo al juzgar su Historia de los heterodoxos, de sobrado intolerante, de fanático y aún de retrogrado, como vulgarmente se dice. La verdad es que el Sr. Menéndez se muestra en esta obra, valiéndonos también de otra palabra empleada por el vulgo en cierto sentido, menos liberal que se ha mostrado más tarde. Pero discurriendo sobre herejías y siendo el sincero y fervoroso católico, no se comprende que deje de reprobar y de censurar á los herejes, á los panteístas, á los materialistas y á los ateos. aún así, el Sr. Menéndez, impulsado por su amor á la filosofía y á la ciencia, nunca deja de ensalzar la inteligencia y el ingenio de los egregios pensadores, por muy extraviados que los juzgue.
Hay ademas que tener en cuenta (porque como negarlo?) que el espíritu del catolicismo se ha infiltrado, digámoslo así, hasta en la masa de la sangre de los españoles, prevaleciendo en los mismos giros y frases de la conversación familiar, y haciendo que hasta los hombres más revolucionarios y descreídos y más penetrados del espíritu moderno, hablen ó escriban á menudo, sin caer en ello, como pudieran frailes descalzos. Para tildar á alguien de cruel, de perverso y de codicioso sin entrañas, le llaman jud o-, y para decir que alguien no esta bien de salud, dicen que no está muy católico. No pocos sujetos suelen olvidarse, sobre todo en verso ó en prosa poética, del papel de progresistas que imaginan estar desempeñando, y suelen echar de menos, como el carlista más furibundo, un tiempo pasado que tal vez no existió nunca, y lamentar nuestra corrupción del día, y atribuir á la funesta man á de pensar el origen de todos nuestros males. En comprobación de lo dicho, pudiera yo citar millares de ejemplos; pero baste con uno ó dos. Tassara llama á la filosofía
Carnal matrona de infecundo seno,
a la cual condena porque
Nunca pudo engendrar una creencia,
al revés de como cualquier escéptico, y tal vez el mismo Tassara la condenaría hablando en prosa con más razón, por no haber engendrado sino creencias y no verdades científicamente demostradas.
Y Espronceda, nada menos que en la composición titulada á Tarifa en una orgía, atribuye la horrible situación de su espíritu y su furor desesperado á castigo de Dios, por haber pensado mucho en Dios y por haber querido descubrir la verdad velada, como si Dios considerase delirio insano y el más feo de los delitos la especulación metafísica y el nobilísimo y alto deseo de penetrar con la razón que puso en nuestra alma, hecha á imagen y semejanza suya, en los arcanos profundos de la esencia, origen y fin de los seres: lo cual, para quien no blasfema de la bondad divina, no es pecado, sino la más sublime de las plegarias.
Todavía, pues, comparado con esta predisposición casi inconsciente, involuntaria y con hondas raíces que se nota en algunos escritores y en la mayoría del publico español, el Sr. Menéndez, hasta en la misma Historia de los heterodoxos, llega á señalarse por su tolerante y elevada indulgencia y por su amor á las especulaciones encumbradas, á pesar del riesgo de extraviarse á que se aventura quien se consagra á ellas.
En defensa de nuestro valer científico, ó sea de la ciencia española en todos sus ramos, el Sr. Menéndez ha sostenido brillantes polémicas y ha dado á la estampa notabilísimos escritos, que forman, por lo menos, tres gruesos volúmenes en la Colección de escritores castellanosde D. Mariano Catalina. Curiosísimo, erudito y de no poca novedad para los profanos es el Inventario bibliográfico que el Sr. Menéndez ha formado; pero, á mi ver, tiene mayor merito todavía la elocuente y razonada carta dirigida al Sr. D. Gumersindo Laverde Ruiz. Es esta carta un esplendido cuadro sinóptico, una concisa apología, un epitome substancioso y claro de la historia del pensamiento español, desde las primeras edades hasta el día de hoy. Probado deja el Sr. Menéndez de un modo irrefutable que nuestra cultura tiene carácter original y propio; que en ella no ha habido solución de continuidad, y que el fanatismo y la Inquisición no han sofocado ni atrofiado entre nosotros el pensamiento, ni han impedido que en las más elevadas esferas de la filosofía, de la moral, del derecho y de las ciencias exactas y naturales, discurra, descubra, invente y publique cada cual lo que mejor le parezca. España, pues, amordazada ó aletargada por la intolerancia religiosa, jamas tuvo que salirse del gremio de los pueblos progresivos y civilizadores.
El Sr. Menéndez siempre es juicioso y moderado y no gusta de exagerar y declamar; pero yo confieso mis dudas y vacilaciones sobre cierto punto, y mi recelo de que tal vez el Sr. Menéndez, arrebatado por el espíritu de contradicción, y en el ardor de la polémica, pondere algo más de lo justo nuestras cosas al compararlas con las extrañas. Yo creo que la confesión modesta de nuestra inferioridad en tal ó en cual disciplina, puede muy bien hacerse sin faltar al patriotismo y hasta por patriotismo. No es antipatriótico confesar que en esto ó en aquello hemos sido hasta hoy inferiores, y es muy patriótico anhelar y esperar que aún en aquello en que hasta hoy hemos sido inferiores, podremos un día elevarnos á la altura de quien más ha subido. Bien podemos jactarnos de que nadie supera el valer y la gloria de nuestros navegantes y descubridores, de nuestros teólogos, dogmáticos y místicos, y de nuestros infatigables misioneros, que, al difundir la luz del Evangelio entre apartadas y barbaras naciones, han traído al acervo común del saber europeo los más peregrinos conocimientos filológicos y etnográficos, y han sido los primeros en mostrar ante los ojos de las personas cultas la flora y la fauna de remotos países, y los ritos, creencias, leyes, costumbres é idiomas de los pueblos que los habitan. La enumeración apologética de nuestros merecimientos seria muy larga de hacer aquí. Me contento con indicarlo, y la doy por hecha. Permítaseme ahora exponer, no una afirmación que limite la apología, sino una duda que me atormenta, sin saber bastante para salir de ella, ora afirmando, ora negando. La duda es la siguiente: los extranjeros que han escrito la historia del movimiento intelectual, á han amañado á su gusto, ó en ciertos puntos las cosas son como ellos aseguran? Lulio, Sabunde, Vives, Suárez, el escéptico Sanchez, Foxo Morcillo y varios otros, son filósofos importantes;.pero deben serlo tanto como en la Edad Media San Anselmo, Alberto Magno, Rogerio Bacón, San Buenaventura, Santo Tomas de Aquino y el sutil Escoto? ¿Tenemos en la Edad Moderna filósofos que equivalgan á Descartes, á Malebranche, á Hume, á Leibnitz, á Kant, á Fichte, á Schelling y á Hegel? Se dirá que los más de ellos fueron impíos, que sus invenciones son vitandas y que sus sistemas son un cúmulo de errores monstruosos. Se dirá que más bien debemos alegrarnos que afligirnos de que no sean nuestros compatriotas; pero no puede negarse la admirable potencia sintética de sus espíritus y el atrevido vuelo de ingenio creador y la inspiración soberana que emplearon para crear sus pasmosos sistemas, aunque sean falsos y absurdos. En esto, y mirado todo con puro amor artístico, me inclino á decir como Lessing: que si me pusieran la verdad en una mano, y en la otra el esfuerzo, el brío y el talento que se emplean para buscarla, juntos con el afán deleitoso que se experimenta y se goza buscándola, preferiría todo esto á la verdad misma.
Pero también en las ciencias exactas y naturales, de cuyos resultados nadie niega la verdad, dudo yo de que hayamos tenido hombres como Galileo, Copérnico, Newton, Keplero, Linneo, Cuvier, Lavoissier, Galvani y Volta, Franklin y Edison. No es esto impugnar al Sr. Menéndez y Pelayo, sino exponer candorosamente una duda que el acaso tenga como yo, si bien no podía exponerla tan á las claras, haciendo concesiones á sus adversarios españoles, que creen y sustentan que España ha valido siempre poco filosófica y científicamente.
La cuestión, por otra parte, no esta bien estudiada ni bien dilucidada aun. Acaso el Sr. Menéndez logre estudiarla y dilucidarla por completo, cuando redacte y publique con la amplitud y el reposo convenientes las hermosas lecciones que sobre el pensamiento especulativo de España esta dando en el Ateneo de Madrid, con el entusiasta aplauso de la numerosa y escogida concurrencia que acude á oírle.
Mayores y más extraordinarios que los servicios que el Sr. Menéndez ha prestado hasta hoy á la filosofía y á la ciencia españolas, son los que presta de continuo á nuestra literatura con fecundidad inagotable y trabajo con facilidad pasmosa para el
Prolijo seria recordar aquí lo mucho y bueno que el Sr. Menéndez ha dicho en la cátedra y ha expresado sobre la materia en sus preciosos escritos, tan agradables de leer por la tersura y elegancia de su claro y fácil estilo, y tan dignos de admiración por el saber que denotan, y más aún por el sereno y recto juicio con que lo aprecia todo, y por la elevada comprensión intelectual con que lo ve y lo coordina.
No daré cuenta aquí, ni encomiare como lo merecen, su Horacio en España, sus estudios sobre Arnaldo de Vilanova, Calderón y su teatro, escritores montañeses y traductores de la Eneida y la Iliada. Ni tampoco hablare de sus elegantes y eruditos discursos académicos, entre los que descuellan el de la recepción en la Academia Española acerca del misticismo en nuestra poesía, y los elogios de Francisco Sánchez el escéptico y de don Benito Pérez Galdós el novelista. Me limitare, Pues, á decir algo acerca de dos obras extensas y capitales que el Sr. Menéndez esta escribiendo y publicando ahora.
Es una de ellas la edición monumental de las obras completas de Fray Lope Felix de Vega Carpio) que por encargo de la Academia Española el Sr. Menéndez dirige é ilustra. Ocho gruesos volúmenes van ya publicados de esta magnifica obra, y todos ellos contienen sendas introducciones y notas que aclaran el texto, y donde el Sr. Menéndez luce pertinentemente su rara erudición, su elevado criterio y la amenidad de su estilo. Sobre cada drama hace una disertación tan curiosa y discreta como entretenida. Si el drama es mitológico, nos refiere el origen y las transformaciones de la fabula que le da asunto, buscándola en la India, en Egipto, en Fenicia, en el Asia Menor ó en el centro del Asia; explicando como se modifico y hermoseo entre los griegos, y citando para ello los antiguos historiadores y poetas. Asimismo menciona y juzga los poemas y los dramas que sobre el mismo asunto se han escrito en otros países antes y después de Lope. Y si el drama es histórico legendario, sube el Sr. Menéndez hasta el manantial de la leyenda, y siguiendo su curso por medio de las viejas crónicas, de la tradición oral y de la poesía popular épica, nos conduce al momento en que Lope se apodera de la leyenda para componer su drama, cuyo merito aprecia y tasa el Sr. Menéndez, en mi sentir, sin ponderación extremada.
Muy de alabar es igualmente en esta edición de Lope el orden atinado en que hasta ahora van apareciendo las numerosas producciones de aquel autor fecundísimo.
