Cuando Dios no contesta tus oraciones (salmo 77) - Ray Stedman - E-Book

Cuando Dios no contesta tus oraciones (salmo 77) E-Book

Ray Stedman

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Beschreibung

¿Dónde está Dios cuando lo necesitas? ¿Por qué no responde a tu llamado? En un extracto de su libro Salmos: Canciones populares de la fe, Ray Stedman comparte reflexiones del Salmo 77, para ayudar a quienes luchan contra las dudas y las decepciones espirituales. Averigua cómo puedes mantenerte firme ante el silencio de Dios y permite que Él te conceda una fe inquebrantable.

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Título del original: When God Isn’t Answering Your Prayer (Psalm 77)

ISBN: 978-1-68043-511-5

Foto de portada: iStockphoto

SPANISH

Las citas de las Escrituras provienen de La Biblia de las Américas © 1986,1995,1997 por The Lockman Foundation.

© 2012 Ministerios RBC. Todos los derechos reservados.

La producción de libros electrónicos: S2 Books

CONTENIDO

Capa
En tiempos de duda (Salmo 77:1-13)
A través de aguas profundas (Salmo 77:13-20)

CUANDO DIOS NO CONTESTA TUS ORACIONES

(Salmo 77)

¿Es posible que nos hayan confundido haciéndonos creer que podemos resolver nuestros problemas orando? ¿Qué podría ser más importante que llamar con más fuerza a las puertas del cielo cuando Dios parece guardar silencio ante nuestras peticiones?

En este extracto de Salmos: Canciones populares de la fe, Ray Stedman sugiere que orar quizá no sea lo que primero debemos hacer en las dificultades. Este pastor experimentado admite que clamar más tal vez no nos dé la paz mental ni las respuestas que buscamos.

Entonces, ¿qué debemos hacer cuando no sabemos a quién más recurrir? Las siguientes páginas nos mostrarán cómo renovar nuestra fuerza cuando sentimos debilidad y miedo.

Mart De Haan

EN TIEMPOS DE DUDA

(Salmo 77:1-13)

Una vez, alguien dijo: «Sabes que tienes problemas de dudas cuando tu oración es más o menos así: “¡Oh Dios! (si hay un Dios), salva mi alma (si es que tengo alma), para que pueda ir al cielo cuando muera (en caso de que el cielo exista)”». Esta plegaria nos hace reír; pero, cuando son las tres de la mañana y no podemos dormir, la duda no es algo que cause gracia. Dudar provoca dolor e intranquilidad. Nos quita el gozo y la paz, y abre una brecha en nuestra relación con Dios.

A veces, la duda proviene de nuestras emociones. Cuando el doctor dice: «Es cáncer», cuando perdemos a un ser amado o cuando nos rompen el corazón, solemos preguntarle a Dios: «¿Por qué? ¡Podrías haber evitado que sucediera, pero no lo has hecho! Si eres todopoderoso y todo amor, ¿cómo permitiste que esto pasara?». En esos momentos, podemos sentirnos decepcionados por nuestro Creador. Las dolorosas emociones desencadenarán un ataque de dudas.

En otras ocasiones, la duda es causada por el cuestionamiento intelectual. El maestro bíblico G. Campbell Morgan (1863-1945) dio su primer sermón a los trece años. Aunque no tenía capacitación formal, era sumamente devoto del estudio de la Palabra. Aun de adolescente, era muy buscado como maestro bíblico. Pero a los 19 años, experimentó una crisis de fe que casi lo sacó del ministerio.

A veces, la duda proviene de nuestras emociones.

Morgan había empezado a leer los trabajos de varios científicos y agnósticos, como Thomas Huxley y Herbert Spencer, y algunos de sus argumentos contra la existencia de Dios comenzaron a cobrar sentido para él. Cuando se profundizaron sus dudas, canceló todos sus compromisos para predicar y se encerró en una habitación con su Biblia. Durante varios días, lo único que hizo fue leer la Escritura de principio a fin. Pensó: «Si la Biblia es la Palabra de Dios y si me acerco a ella con una mente abierta, será todo lo que necesite para darle seguridad a mi alma».

Días más tarde, salió de su encierro y anunció: «¡La Biblia me encontró!». Recuperó su ministerio como predicador, convencido de que Dios era una realidad en su vida y de que podía confiar en su Palabra. Quienes lo escucharon predicar dijeron que hablaba con una nueva autoridad y convicción.

El Salmo 77 se escribió para personas que luchan contra las dudas. Es la historia de un hombre que casi termina desesperado porque Dios parecía negarse a responderle. Este salmo muestra cómo nosotros, los creyentes (y, a veces, también los incrédulos), podemos pasar de la desesperación a una fe permanente en el Señor.

PROBLEMAS QUE ANGUSTIAN; DUDAS QUE CONFUNDEN

El salmo 77 comienza con un clamor de dolor. El salmista Asaf escribe:

Mi voz se eleva a Dios, y a Él clamaré; mi voz se eleva a Dios, y Él me oirá. En el día de mi angustia busqué al Señor; en la noche mi mano se extendía sin cansarse; mi alma rehusaba ser consolada. Me acuerdo de Dios, y me siento turbado; me lamento, y mi espíritu desmaya (vv. 1-3).

Asaf no cuenta en qué consiste su aflicción. Tal vez era una pérdida terrible en su vida, una enfermedad terminal, la rebeldía de un hijo o la traición de un amigo. Desconocemos la fuente de su angustia, pero sabemos que sus emociones están hechas trizas. Clamó a Dios y su espíritu se marchitó. Se siente vencido por la tristeza y la desilusión. Aunque trata de poner la mira en la bondad del Señor, su alma se rehúsa a recibir consuelo. No puede apartar su mente del dolor.

El escritor continúa diciendo: «Has mantenido abiertos mis párpados; estoy tan turbado que no puedo hablar» (v. 4). Trata de dormir, pero no consigue cerrar los ojos. Sus emociones están tan perturbadas que ni siquiera puede describirles su problema a otros. El salmista Asaf está hablando de la aflicción humana en toda su esencia. No se guarda nada, sino que describe con precisión cómo se siente.

A veces, a los creyentes no nos gusta admitir que las aflicciones y las dudas tan profundas son un componente más de la experiencia cristiana, ¡pero es así! Las dudas forman parte de la vida del cristiano común. Parte de nuestro crecimiento y de nuestra madurez como creyentes consiste en aprender a perseverar a pesar de las dudas, para que Dios pueda producir una fe inquebrantable.

Muchos cristianos piensan: «Ahora que soy creyente, mi fe enfrentará cualquier problema, cualquier duda». Pero el libro de Salmos prueba lo contrario. La vida está llena de problemas y de dudas, y nadie lo comprendió mejor que Jesús mismo.