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Sobre drogas y su relación con Cuba viene escribiendo Juan Francisco Arias desde principios del siglo XXI. Aborda la problemática de la droga en Cuba, quien dejó de ser víctima, para convertirse en centinela en su lucha contra un tema-fenómeno que corroe a los pueblos y sociedades. La documentación utilizada y expuesta en el libro, así como el criterio de expertos y funcionarios de órganos especializados, permiten observar el contraste entre los años en que fuimos víctimas de las drogas por falsas informaciones. Invita al lector a interpretar este libro que desde un pasado-presente muestra el fenómeno de las drogas y el modo en que ha sido tratado, las seis décadas en esta importante labor ofensiva y preventiva junto al pueblo cubano. Con gran suspicacia, su autor también nos puede estar dibujando un presente–futuro que mucho dependerá de todo cuanto se conozca y aprenda sobre el tema en la actualidad.
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Seitenzahl: 389
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Edición:Vivian Lechuga
Diseño de cubierta:Yuset Sama
Diseño de Testimonio gráfico:Zoe Cesar y Yuset Sama
Realización:Carla Otero Muñoz
© Juan Francisco Arias Fernández, 2021
© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2021
ISBN: 9789592116009
Editorial Capitán San Luis, Calle 38, no. 4717 entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba.
Email: [email protected]
www.capitansanluis.cu
facebook/capitansanluis
Sin la autorización previa de esta Editorial, queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o su transmisión de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
A Fidel Castro
Y si se atreven a tocar la frente de Cuba por tus manos libertada encontrarán los puños de los pueblos, sacaremos las armas enterradas: la sangre y el orgullo acudirán a defender a Cuba bienamada.
Pablo Neruda
Al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz,
en su noventa cumpleaños,
que con su Revolución me hizo periodista y soldado,
y con su ejemplo me insertó para siempre
entre los optimistas y convencidos de que no hay imposibles.
Al General de Ejército Raúl Castro Ruz por darme un lugar en la trinchera
y el honor de combatir a su lado junto con nuestro pueblo a sangre y fuego
en defensa de las conquistas sagradas del socialismo,
con la convicción de que sí se puede.
A los héroes de la Sierra Maestra y la lucha clandestina que se convirtieron en policías desde el 5 de enero de 1959 para enfrentar los males y vicios heredados del capitalismo, y me dieron la oportunidad de compartir sus testimonios. Muchos ya no están entre nosotros y junto al agradecimiento infinito, el homenaje a Héctor Aldama Acosta, Luis Felipe Matos, Carlos Manuel Alonso, Víctor René Mejías Almenares, Carlos Manuel Alemán Grass y a muchos otros.
A los miles de combatientes del Ministerio del Interior, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y la Aduana General de la República que en distintos momentos de la Revolución han enfrentado las manifestaciones del flagelo de las drogas; a los profesionales de la salud y de otras especialidades que se suman a la batalla por la recuperación de los pacientes y la prevención del mal de las drogas; a las organizaciones políticas y de masas que participan en la batalla; a quienes imparten justicia y velan por el cumplimiento estricto de nuestras leyes que nos protegen de esos ilícitos; a los maestros y profesores que tienen en sus manos el futuro y la alta responsabilidad de formar la espiritualidad e inmunizar con valores a nuestros jóvenes y adolescentes. A todos los que ponen su grano de arena en este combate, mi respeto y agradecimiento.
No hubiese sido posible acercarme a la historia de las drogas en Cuba antes de 1959 sin el apoyo imprescindible del escritor y profesor Enrique Cirules, y sus investigaciones sobre el imperio de la mafia en la Isla. Asimismo la obra de nuestros Guardafronteras, puso en mis manos materiales imprescindibles y lo más importante su confianza y respaldo total. También tuve la oportunidad de recibir de primera mano confesiones y relatos de Eduardo Robreño, conocedor profundo y cronista excepcional de la Cuba que yo no había vivido.
Mención especial para Eusebio Leal Spengler, quien además de ofrecerme sus testimonios, abrió las puertas de la biblioteca del Historiador de la Ciudad de La Habana, para desentrañar el pasado entre libros raros y universales.
En el nacimiento, desarrollo y culminación de esta obra dejan una huella imborrable los doctores Ricardo González Menéndez, María Esther Ortiz Quesada, Miguel Valdés Mier e Hilda Saladrigas Medina; el general de brigada Jesús Becerra Morciego; coronel Juan Carlos Poey; los coroneles de la reserva Oliverio Montalvo Álvarez y Rafael Gordillo Pérez, así como el coronel José Enrique Montoto Merip, por su magisterio y ejemplo hasta el último día de su vida.
A mis hijos Ana Leonor, Ana María, Flavia Fernanda y Francisco Fernando, fuentes de inspiración permanentes. A mi hermana y mi esposa por el amor y la comprensión.
Mis infinitos agradecimientos a todos.
Sobre drogas y su relación con Cuba viene escribiendo Juan Francisco Arias Fernández desde principios del siglo xxi.1Muchas razones encuentro para ello. La primera, es periodista y por tanto inquieto, indagador, acucioso y con una habilidad para la escritura clara y precisa, que otros prologuistas de su obra ya han distinguido, y a lo que me sumo porque atrapa al lector, más allá de la complejidad y densidad de lo abordado. Además, posee otras cualidades profesionales que como pilares sostienen su obra: comprometido con aquello en lo que cree valioso e imprescindible compartir de manera pública, respetuoso con las fuentes y los lectores.
1Cuba contra el narcotráfico. De víctimas a centinelas, (2001); Drogasy mentiras. Dos agresiones contra Cuba,(2012);¿Cómo ganar la guerra antidrogas? Una respuesta desde Cuba(2013) y ahoraA sangre y fuego en dos siglos(2016).
La segunda razón, el tema o agenda que trata, o sea la droga y sus más diversos matices, así como su relación con Cuba, el cual en el argot comunicativo entra en el rango de lo que se denomina agenda-setting, o sea aquella que, formando parte del escenario público, las personas pueden concientizar o ignorar; atender o descuidar, enfatizar o pasar por alto, incluir o excluir de sus conocimientos sobre la realidad en la medida que los diferentes medios de información (periódicos, televisión, radio, libros, internet) los tratan con mayor o menor intensidad.
Particularmente, porque es un asunto muy tratado, sobre todo en el escenario internacional por casi la totalidad de los medios y formatos en su diversidad de matices, léase los políticos, legales, económicos, culturales, públicos, de salud, de seguridad nacional, entre otros. Tantos que para su comunicación resulta un clásico fenómeno de tematización informativa, o sea de colocación en el orden del día de casi todos los medios, en busca de mover la opinión pública y el interés social, pero no por ello con la mayor claridad, precisión, equidad y justicia que exige tan problemático fenómeno. Trampa que acecha en la actualidad a quienes creen que por mucha información circulante, ya están enterados. Desconocedores de las tramas sutiles que se tejen en la urdimbre de las industrias culturales, bien entrenadas en saber qué decir y qué ocultar diciendo.
La tercera razón, porque aborda la problemática de la droga en Cuba. Un país que como el propio autor ha tratado de mostrar a lo largo de su obra, de víctima histórica ha pasado a ser centinela, y más que eso, un referente en su modo de abordar el asunto en lo político, lo legal, lo colaborativo, lo social, cultural y asistencial, sin embargo silenciado por aquellos que justamente tematizan el asunto y lo ubican en las noticias, las películas, las canciones, los videojuegos, en fin en casi todas las formas simbólicas que circulan en el mundo globalizado por las transnacionales de la información y la comunicación. Hegemónicas en la construcción del discurso sobre las drogas, en el cual nuestro país no aparece, y cuando se menciona, es casi siempre situado en el lado más oscuro o confuso, lo cual por demás no resulta casual, por aquello que por manido, no deja de ser una gran verdad aclamada por los comunicadores de bien de este siglo: nos falta información en la sobreabundancia informativa. Aquella que muestre más voces, diversas realidades, disímiles matices, sólidos argumentos y sobre todo haga pensar, reflexionar y actuar. Todo lo cual es ya impostergable para un tema-fenómeno que corroe a los pueblos y sociedades.
La cuarta razón, por los contenidos mismos que el autor aborda y el modo en que lo hace. Estos no se circunscriben a la descripción de hechos, ni a la necesaria denuncia, ni al relato del obligado enfrentamiento, ni a la sabia explicación sobre la burda manipulación de que es objeto el fenómeno cuando de acusaciones e intervenciones militares se trata, en nombre de la “seguridad de los pueblos”. Eso y mucho más hace, el también investigador Juan Francisco Arias Fernández, doctor en ciencias de la comunicación social, al emplear varios métodos de indagación científica, el histórico y vivencial, entre ellos, para demostrar que la forma más efectiva y menos costosa de controlar el uso de drogas es la prevención, el tratamiento y la educación. Prácticas en las que Cuba, como bien nos dice, ha creído firmemente, las ha desarrollado e impulsado con muchos esfuerzos, pero con políticas públicas muy claras y participativas.
Resulta que las medidas de fuerza en los ámbitos internos y externos aplicadas en nuestro propio continente, como las fumigaciones y la persecución violenta, además de costosas e ineficientes, han mostrado que los objetivos de la guerra contra las drogas no son los que se anuncian. Al respecto el destacado periodista y comunicólogo norteamericano Noam Chomsky en 2009 señalaba que “para determinar los objetivos reales de tales acciones se podía adoptar el principio jurídico de que las consecuencias previsibles constituyen prueba de la intención. Y las consecuencias no son oscuras: subyacía en todos esos programas una contrainsurgencia en el extranjero y una forma de limpieza social en lo interno, enviando enormes números de personas superfluas, casi todas hombres negros, a las penitenciarías”.
Cuatro razones me bastan para comprender el motivo por el que el autor ha escrito su obra la cual me honro en prologar. Ahora sugiero al lector buscar o construir sus propias razones para leerse e interpretar este libro que desde un pasado-presente “a sangre y fuego en dos siglos” muestra el fenómeno de las drogas en Cuba y el modo en que ha sido tratado. Solo hágalo con la suspicacia de que también nos puede estar dibujando un presente-futuro que mucho dependerá de todo cuanto se conozca y aprenda sobre el tema en la actualidad.
Hilda Saladrigas Medina2
2 Doctora en Ciencia de la Comunicación Social, Profesora Titular de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.
¿Cuándo aparecieron los primeros narcóticos en Cuba? ¿Qué impacto tuvieron antes de 1959? ¿Qué desafíos encontró la Revolución triunfante en esta materia? ¿Cómo se logró convertir al país en el primer territorio de América libre de drogas ilícitas, a pesar de más de medio siglo como víctima de ese flagelo? ¿De qué forma se ha afrontado la amenaza mundial del narcotráfico en tiempos de globalización? ¿Cuáles han sido los principales resultados? ¿Qué importancia ha concedido el Gobierno cubano a la colaboración internacional en el enfrentamiento a tan peligroso fenómeno? ¿Cómo afectan las drogas la salud física y mental del individuo? ¿Cómo vencer esa tragedia? ¿Es suficiente la voluntad política?
Sin las respuestas a estas y muchas otras interrogantes, sería imposible o muy difícil llegar a tener una idea cercana a la dimensión real del triunfo de la Revolución Cubana contra el cultivo, el tráfico y el consumo interno de las drogas ilícitas, y de cuán firme e irrenunciable ha sido y es la voluntad del pueblo y su gobierno de continuar la batalla contra el narcotráfico internacional y sus incidencias en su territorio.
Precisamente, este ha sido el empeño de la investigación: reivindicar verdades como puños que se pierden en la cotidianidad y la modestia, o se han tratado de escamotear o tergiversar en el exterior a lo largo de muchos años, pero han estado avaladas por una lucha prolongada, multilateral e incansable, sin la cual no se hubiese podido defender con dignidad la seguridad y los destinos de la nación.
Tanto los documentos históricos en los Archivos del Ministerio del Interior, la Aduana General de la República y el Ministerio de Justicia junto a testimonios, estadísticas y el análisis de diversas fuentes de información, públicas y oficiales, así como el criterio de expertos y funcionarios de órganos especializados, permiten observar el contraste entre sesenta años en que fuimos víctimas de las drogas, y más de seis décadas en esta importante labor ofensiva y preventiva junto a nuestro pueblo.
En el primer capítulo de este libro, se ofrece una breve aproximación al impacto que tuvo el tráfico y uso de las drogas ilícitas en Cuba antes de 1959, mediante el análisis de la bibliografía especializada de la época, los resultados de investigaciones recientes, la prensa y testimonios. Ello permite un acercamiento a las drogas que se cosechaban, consumían y traficaban ilegalmente en esas décadas; las categorías de personas involucradas, los lugares más afectados, las posiciones de los diferentes gobiernos, las medidas policiacas, jurídicas y sanitarias, así como otros elementos de interés sobre la esencia de una etapa en la cual el capitalismo y los narcóticos vivieron una larga luna de miel.
La evolución del enfrentamiento a las drogas ilícitas en Cuba desde enero de 1959 hasta los últimos días de la década del 80, con todos sus desafíos y complejidades, explica en un segundo momento los pormenores de una conquista muy bien defendida por el país, amenazada por las dimensiones del narcotráfico en el entorno geográfico del archipiélago cubano, despreciada y manipulada por los intereses hegemonistas y anexionistas en Estados Unidos.
En su tercera parte se explica cómo se tejió el sistema de enfrentamiento a las drogas en Cuba en el último cuarto del siglo xx, revela el carácter multilateral, preventivo y coordinado de esta lucha, y define las responsabilidades y niveles de participación del Ministerio del Interior, la Aduana General de la República de Cuba y otras instituciones. A pesar de haber atravesado en este período la etapa económica más difícil de la Revolución, recrudecida por la hostilidad de los gobiernos de Estados Unidos, de haber perdido los vínculos con los suministradores tradicionales de equipos y piezas de repuesto para los costosos medios imprescindibles en esta confrontación inaplazable; del incremento de los planes, provocaciones y acciones terroristas contra el país, múltiples e importantes son los resultados exhibidos por Cuba en esta lucha.
El examen del auge de la colaboración internacional de la isla en este frente, persuade de que ello no solo obedece a su permanente voluntad de cooperar con cualquier país, sino como el reflejo del reconocimiento mundial a la seriedad y transparencia cubana.
En la presente edición se introducen en el cuarto capítulo los hechos más relevantes en lo que va de siglo xxi, a partir de las complejidades y desafíos que ha impuesto el fenómeno a la seguridad internacional, regional y nacional, así como los ajustes y actualizaciones realizados a la estrategia cubana antidrogas.
Las repercusiones de las toxicomanías en la salud; su impacto en la conciencia, la personalidad y conducta del individuo, las tragedias personales y sociales que son capaces de engendrar, los riesgos que genera la manipulación internacional de la legalización de la marihuana, y otros desafíos, reafirman en el último capítulo la valía del esfuerzo cubano para el presente y el futuro, que concluye con recomendaciones de expertos cubanos que desde el conocimiento y la batalla contra el sufrimiento, alertan y proponen cómo prevenir y vencer la tragedia.
Aunque no ha sido un propósito la investigación puramente histórica ni premeditado el contraste entre dos épocas de este recorrido por las huellas de las drogas en el país, emerge un paralelo que cubre más de cien complicados años de una nación que ha resistido las más disímiles agresiones, apetitos anexionistas y los embates de lacras sociales heredadas de regímenes perversos o llegadas desde el exterior cuando las altas velocidades de globalización hacen “invisibles” las fronteras y “acorta” las distancias, y una nueva relación con Estados Unidos augura disímiles desafíos.
Al mismo tiempo, es un alerta sobre las dimensiones de uno de los desafíos más graves que seguirá afrontando el país en el futuro inmediato, a partir de la hojarasca que arrastran los vientos de la mundialización: drogas, corrupción, terrorismo, prostitución, tráfico humano, ciberataques, ciberdelitos y delincuencia organizada y especializada.
Las autoridades cubanas –con la experiencia de casi sesenta años y con contundentes pruebas de su férrea voluntad de combatir las drogas y todos los vicios– están conscientes de esos retos y de sus responsabilidades, y lejos de permanecer como observadoras pasivas de tales fenómenos universales, son protagonistas activas de los esfuerzos más nobles de la humanidad contra una de sus principales amenazas.
Este libro pretende saldar deudas al incorporar voces imprescindibles de esta historia que en los libros anteriores del autor no estuvieron y al mismo tiempo completar el retrato de la batalla con sus pasajes más recientes. Fiel a la idea inicial de esta investigación y de sus inspiradores, rinde homenaje a quienes han hecho realidad la voluntad política de impedir “a sangre y fuego en dos siglos” que se instalen en Cuba los vicios y males que engendra el capitalismo y las drogas.
1492: ¿La primera droga en Cuba?
El tabaco (Nicotiana tabacum, Lin.) –la droga más extendida y venerada de América y de casi todo el planeta– fue el oro encontrado por los conquistadores en Cuba, cuando a principios del siglo xvi el rey Fernando V insistió en su búsqueda en este territorio.
Del Mississippi hasta la Patagonia, el tabaco intervino en las ceremonias religiosas, ritos y uso cotidiano de las comunidades aborígenes –bebido, comido, inhalado o fumado–, como estimulante, para espantar insectos y en sahumerios mágicos.
Según los primeros cronistas que escribieron sobre los nativos del archipiélago cubano luego de la llegada de Cristóbal Colón el 27 de octubre de 1492, los taínos, el grupo aborigen más numeroso, fumaban hojas de tabaco torcidas y también las utilizaban para hacer un polvo “mágico” que les abrían el camino de la “comunicación” con los muertos y les permitían conocer los designios del Cemí,1 adivinar el futuro y curar a los enfermos. Esa creencia los arrastraba al rito de la Cohoba.2
1 Los cemís o cemíes eran “divinidades inferiores que servían para mediar con las superiores entre los indios”. Les atribuían influjo y poder sobrenatural sobre todo lo que requerían.
2 Ceremonia en la que el behíque-médico hechicero o sacerdote muy cercano al cacique –hasta no hace mucho tiempo se pensó en que era extraído de hojas de tabaco–, mediante un inhalador de madera o hueso en forma de Y, acción que repetían el cacique y todos los asistentes. Cuando alcanzaban determinado estado tóxico o de embriaguez, el behíque, en éxtasis, contestaba preguntas sobre las aspiraciones o necesidades que tuvieran.
Estudios paleoetnográficos han logrado un consenso entre los arqueólogos del área acerca de que la planta utilizada por los taínos de las Antillas en el rito de la Cohoba, fue la planta Pitademia peregrina, de gran poder alucinógeno, y no precisamente el tabaco, aunque algunos piensan que pudiera haberse utilizado mezclado con esta sustancia. Mas, tanto en un caso como en otro debió tratarse de plantas cultivadas por el hombre y traídas por este a las Antillas, pues ambas son oriundas de Sudamérica. Además, la mayoría de las culturas aborígenes del sur del continente mixturaron el tabaco con la coca en una especie de bazuco indígena, de donde obtenían una mezcla que equilibraban lo estimulante de la coca con el supuesto efecto tranquilizante del tabaco.
En este sentido, el investigador español Antonio Escohotado, profesor de la Universidad de Madrid, afirma, en un estudio sobre Las drogas desde sus orígenes a la prohibición, publicado en 1994, que los taínos encontrados en Santo Domingo por Colón, usaban polvo de Cohoba –llamado yopo en los territorios cubiertos actualmente por Venezuela y Colombia–, droga extraída de la planta Anadenanthera peregrina, de espectaculares y breves efectos, cuyo principio activo es la DMT o dimetiltriptamina.
Ni opio ni coca ni cannabis ni ninguna otra planta con características alucinógenas aparecen mencionados en los escritos de los cronistas de Indias cuando se refieren a Cuba. Tampoco los estudios antropológicos más recientes sobre los primeros pobladores de la isla mencionan el uso de otras drogas que no sean el tabaco y la Piptadenia peregrina, considerados como los posibles componentes de los polvos empleados en el rito de la Cohoba.
Al ser exterminados en corto tiempo los aborígenes de Cuba, desaparece con ellos la Cohoba, pero quedó el tabaco que atrapó y conquistó a los conquistadores, quienes junto a los británicos lo esparcieron por todo el planeta. Sin embargo, no se encuentran nuevas referencias a la Piptadenia peregrina o la Anadenanthera peregrina.
En América del Sur, los indígenas fueron quedando como los consumidores mayoritarios de la coca y los españoles del tabaco. Para las grandes culturas precolombinas, el arbusto de la coca tenía un origen divino y su consumo era restringido. Su cultivo en el Nuevo Mundo se estima data de más de mil años Antes de Nuestra Era, pero su ampliación y fomento fue estimulado con el arribo de los españoles y el descubrimiento de que su comercialización podía procurarles grandes ganancias.
Tras la conquista, el tabaco se extendió a una velocidad tan inaudita por Europa, África y Asia, que en 1611 la corona española decide gravar su exportación efectuada desde Cuba y Santo Domingo, y somete poco después –en 1636– este comercio a un régimen de monopolio estatal.
En corto tiempo, Inglaterra y España controlaban la “inundación mundial” con una droga hasta entonces “desconocida”. Con aquella explosión nacen las medidas coercitivas más severas, incluso contra los primeros españoles imitadores de los aborígenes, quienes sufrieron proceso inquisitorial, porque –según se hacía constar en la acusación– “solo Satanás puede conferir al hombre la facultad de expulsar humo por la boca”.
En el siglo xvii, en Rusia, el zar Miguel Fedorovich dispuso cortarle la nariz a quien vendiera y comprara tabaco; en Asia, se sancionaba su uso con la decapitación, desmembramiento o mutilación de pies y manos. En 1642 el papa Urbano VIII excomulgaba a quienes se acercaran a las iglesias fumando y en muchos otros lugares del mundo, se sancionaba el hábito de fumar tabaco con la pena de muerte.
1902: El opio, herencia del siglo xix y proliferación desde principios del xx
Expertos de la policía y otros especialistas en el tema durante las cuatro primeras décadas del siglo xx, refieren que la isla arribó a 1902 con la presencia del opio,3 pero no especifican desde cuándo se consumía ni cómo se introducía en el país. Solo señalan al Barrio Chino de La Habana de ser el lugar donde proliferaban los fumaderos de esta droga y hablan de sus características.
3 En China el opio se usó tradicionalmente como bebida o crema medicinal, con propiedades curativas, y no fue hasta después de las “Guerras de Opio” (1842-1858) que millones de fumadores de esa droga invadieron el imperio chino y convirtieron el medicamento en mercancía para la adicción, masticando o fumando. En las citadas guerras de los británicos obligaron, a base de cañonazos, a que los asiáticos compraran y fumaran opio que procedía de sus cultivos de adormidera en la península India. Respecto a la historia del opio, un papiro egipcio de 1550 antes de Nuestra Era ya revela su utilización como analgésico. Su uso repetido conduce a un estado de postración física e intelectual.
El 3 de junio de 1847 llegaron al puerto de La Habana los primeros chinos, mediante un contrato de ocho años que los sumía prácticamente en la esclavitud, realizando trabajos forzosos solo por una pésima comida, rústica vestimenta y mal albergue.
Alrededor de ciento cincuenta mil culíes traídos a Cuba y repartidos por las zonas azucareras de La Habana y Matanzas, eran una mercancía más, sujetos a compraventa.
De acuerdo con el censo de la época, ya en 1877 residían en el país, en La Habana la mayoría, casi cuarenta y siete mil chinos y siete años después eran unos sesenta mil.
En la segunda mitad del siglo xx, se instalaron en la ciudad grupos de chinos procedentes de California, Estados Unidos, a quienes llamaban los californianos –venían huyendo del racismo– y se establecieron con mejores condiciones económicas. En su mayoría eran comerciantes con experiencia, con un determinado capital y dispuestos a invertir. Junto a los “cumplidos” formaron una laboriosa y próspera colonia en Cuba.
El principal negocio de los “californianos” fue la explotación de las casas importadoras de productos orientales, pero también tuvieron negocios de juego, prostitución y opio.
El más significativo de este asentamiento fue el conocido como el Barrio Chino de La Habana, uno de los más importantes de América, creado alrededor de la calle Zanja, en el centro de la capital, donde esa comunidad superó los diez mil habitantes y creó comercios de todo tipo, teatros, sociedades de recreo, casas de juego, varios periódicos en idioma chino, funerarias y farmacias, pronto asombró por la intensa vida sociocultural que generaron. Allí desarrollaron sociedades agrupadas por clanes (apellidos) o regiones, incluso algunas secretas, vinculadas a negocios ilícitos.
Los fumaderos de opio de principios de siglo –según el libro El vicio de la droga en Cuba de José Sobrado López,4 historiador y detective de la Sección de Expertos de la Policía Nacional en los años 20 y jefe del Bureau de Drogas de la Policía Secreta en el decenio del 40– se extendían por la calle Zanja, desde Galiano a Campanario, y por San Nicolás, desde Zanja a Salud, y estaban ubicados en residencias humildes de familias chinas, con habitaciones estrechas, carentes de higiene, donde se vivía en un hacinamiento sorprendente, sin asientos ni camas.
4 José Sobrado López: El vicio de la droga en Cuba. Editorial Suenero S.A., La Habana, 1943.
En nada se igualaban a los que proliferaban en Europa o Asia, llenos de refinamientos exóticos y riquezas. Por regla general, los opiómanos se entregaban al vicio extendidos en el suelo sobre una estera, a partir de la comodidad de esa postura.
Antes de 1919, los consumidores de los derivados o alcaloides del opio en Cuba eran considerados, de acuerdo con las leyes de entonces, como infractores sanitarios, y no se calificaba el vicio de la droga como un delito.5
5 Se consideró delito desde el 25 de julio de 1919.
Un elemento imposible de no tener en cuenta al indagar por la aparición y la presencia de los narcóticos en nuestro país, es que en 1900 todas las drogas conocidas se encontraban disponibles en farmacias y droguerías, y se podían comprar también por correo al fabricante. Esto sucedía lo mismo en América, en Asia, que en Europa. La propaganda sobre estos productos era igualmente libre, y tan o más intensa que la realizada para apoyar otros artículos de comercio.
En Estados Unidos –la nación que dos años antes había intervenido en la guerra independentista de Cuba y se había instalado con su ejército en la isla como nueva metrópoli–, había adictos al opio, la morfina y la heroína, pero el fenómeno en su conjunto –los usuarios moderados e inmoderados– apenas llamaba la atención de periódicos y revistas, y menos a la de jueces y policías. No era todavía –como se afirma– un asunto jurídico, político o de ética social para ese país.
Sin embargo, había voces de protesta en ese país, convencidas de que la libertad imperante provocaría problemas. Esta última tendencia impuso, en poco tiempo, la percepción de que la droga era, más que vicio, un “crimen y enfermedad contagiosa” para la sociedad estadounidense. En este sentido, aparecieron encuestas y censos, los cuales supuestamente exageraban las cifras para crear mayor preocupación, pero aun así, se estimaban en doscientos mil norteamericanos los “habituados” a opiáceos y cocaína en 1905, el 0,5% de la población en ese momento.
En 1895, en Estados Unidos, se fundó la Anti-Saloon League, una activa organización que pronto alcanzó millones de miembros y cuyo objetivo era una América “limpia de ebriedad, juego y fornicación”. La Asociación Médica Americana y la Asociación Farmacéutica vieron entonces una posibilidad de aliarse con la ola de puritanismo conservador para obtener el control de las drogas. En opinión de los historiadores, esta actitud se vinculó a la vigorosa reacción puritana en Estados Unidos, la cual miraba con desconfianza las masas de nuevos inmigrantes y las grandes urbes de principios de siglo. Las distintas drogas se ligaban por esa época a grupos definidos por clase social, confesión religiosa o raza. Las primeras voces de alarma acerca del opio coincidieron con la corrupción infantil, atribuida por la propaganda de la época a los chinos; el anatema de la cocaína se asociaba con los ultrajes sexuales de los negros; la condena a la marihuana con la irrupción de los mexicanos, y el propósito de abolir el alcohol con “inmoralidades” de judíos e irlandeses.
Con una apreciación conservadora y extremadamente racista, todos esos grupos de inmigrantes eran presentados a la opinión pública norteamericana y mundial como los “infieles” e “inferiores” desde el punto de vista moral y económico. Los vientos mal intencionados de esa propaganda también soplaron sobre Cuba durante muchos años, y algunos historiadores de principios de siglo no escapan a tales prejuicios cuando se refieren al consumo del opio en nuestro país.
Por otra parte, los promotores de la alianza del “terapeutismo” con el “puritanismo” –médicos y farmacéuticos con políticos conservadores–, en el trasfondo aprovechaban la ocasión para tratar de encumbrar su victoria en la feroz batalla que venían librando, desde las últimas décadas del siglo xix, contra los curanderos y herboristas, también con el objetivo de consolidar el monopolio sobre las drogas, al tiempo que se adueñaban de un tema sensible y útil al expansionismo norteamericano.
En 1906, promovida por Estados Unidos, se efectuó la Conferencia de Shanghai, a la cual acudieron doce países, cuyos delegados se mostraron reacios a emprender una cruzada contra el uso extramédico del opio y Washington solo logró vagas recomendaciones, como instar a la gradual supresión del opio fumado. Posteriormente, tres días antes de estallar la Primera Guerra Mundial,6 se firmó el Convenio de La Haya (1914), que propuso a todas las naciones “controlar la preparación y distribución de opio, morfina y cocaína”. Incorporado como anexo al Tratado de Versalles (1919), el convenio sentó para lo sucesivo el principio de que es un deber y un derecho de todo Estado velar por el uso “legítimo” de ciertas drogas.
6 Las causas fueron: la política mundial de Alemania, su expansión económica y naval, sobre todo en el Cercano Oriente, el antagonismo germano-eslavo en los Balcanes y la carrera armamentista de los dos bloques de la Triple alianza (Alemania, Austria-Hungría, Italia) y de la Triple Entente (Francia, Gran Bretaña, Rusia) que crearon en Europa tras las guerras balcánicas (1912-1913) un estado de tensión a partir del cual el menor incidente podía provocar un conflicto armado. El detonante fue el asesinato del archiduque heredero Francisco Fernando de Austria-Hungría, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo. El 28 de julio Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia e inmediatamente entró en juego el sistema de alianzas.
A tono con ello, aparece en Cuba la Ley de 25 de julio de 1919,7 sancionada por el entonces presidente Mario García Menocal (1913-1921) y por el secretario de Sanidad y Beneficencia, F. Méndez Capote, sobre la elaboración e introducción en la república de productos narcóticos, con el objetivo de regular la importación, producción, venta y uso de drogas.
7 La Ley del 25 de julio de 1919 fue publicada en la Gaceta Oficial del 28 de julio de ese mismo año, pp. 1479-1483.
1910: La temprana aparición de “drogas duras”8
8 Las drogas duras son sustancias o preparados medicamentosos de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno, que son fuertemente adictivas como la heroína y la cocaína. Se conoce como droga blanda, la que no es adictiva o lo es en bajo grado, como las variedades de cáñamo índico (también denominado marihuana o cannabis).
Aunque no fueron las drogas predominantes en el consumo entre nacionales a lo largo de la primera mitad del siglo xx en Cuba, la morfina,9 la cocaína10 y la heroína11 irrumpieron en el escenario de la narcomanía nacional ocho años antes de la primera noticia de la presencia de la marihuana en el país: quince anterior a la detención de un grupo de fumadores habituales. Todas lograron un mercado a costa de consumidores de la clase más elevada.
9 El primer gran fármaco del siglo xix fue la morfina, uno de los alcaloides del opio, considerado de inmediato como el más notable medicamento descubierto por el hombre. Usada durante la guerra civil norteamericana y en la franco-prusiana de 1870, su capacidad para calmar o suprimir el dolor convirtió en silenciosos recintos hospitales de campaña antes poblados por aullidos y llantos. Entre los primeros morfinómanos descritos, el 25% resultaron ser mujeres. Datos ulteriores indican que casi el 65% eran terapeutas, personal sanitario o familiares suyos; los demás integraban un grupo heterogéneo donde había clérigos, profesionales liberales, gente de la alta sociedad, bohemias y algunas prostitutas. La droga se inyectaba varias veces al día.
10 Desde que en 1859 A. Niemn y F. Wolter publican el hallazgo de un nuevo alcaloide extraído de las hojas de la coca, “planta de origen sagrado, según las culturas andinas”, la cocaína, hasta su introducción como mercancía, pasarían varios años. El vino “medicinal” paradójicamente contribuye, con el beneplácito de sesudos médicos, a su comercialización. Esta “droga milagro” se empleó como base del “French Wine of Coca, Ideal Tonic” (1885), que en 1909 había en Estados Unidos sesenta imitaciones. En los años 20 se presenta la primera oleada de consumo epidémico, que se corta por la “Gran Depresión”, y al finalizar la II Guerra Mundial, la heroína y la cocaína entran en una intensa competencia de mercados. La adicción a esta droga provoca afectaciones al cerebro, conductas erráticas y violentas, ocasiona espasmos musculares, impotencia; convulsiones y la muerte.
11 Al intentar perfeccionar como medicamento contra el dolor la morfina, Dreser, químico de la empresa alemana Bayer (fundada en 1863), descubre en 1874 la heroína (diacetilmorfina), que después de unos ensayos clínicos, de dudosa metodología, es lanzada al mercado como la “droga heroica” para el tratamiento de la morfinomanía, de la tos e incluso de la tuberculosis. Gracias a este fármaco y a la aspirina, la pequeña fábrica de colorantes de F. Bayer se convirtió en un gigante químico mundial. Lanzada con un gran alarde publicitario en 1898, la heroína inunda farmacias de todos los continentes, donde persistirá en régimen de venta libre después de que el opio y la morfina empiecen a ser contratados. Fueron precisos cuatro años de intensas presiones sobre Bayer, para que entre 1902 y 1904 se aceptara el riesgo de adicción a la heroína y aún se tardaron más años en reducir y finalmente cancelar su fabricación. Su uso puede provocar SIDA, celulitis, problemas hepáticos y cerebrales, muchas otras afecciones y hasta la muerte.
La aparición en Cuba de las drogas se inicia en los primeros meses de 1910, cuando un individuo nombrado Luis Vidal Cuéllar, de una familia pudiente del barrio habanero de Colón, consiguió desembarcar sin dificultades –en contubernio con un diplomático chileno y personajes influyentes– un cargamento de centenares de gramos de morfina, cocaína y heroína, procedente de Costa Rica.
La bibliografía especializada de la época recoge esta operación como la primera introducción ilícita de drogas duras en nuestro país con fines mercantilistas, no terapéuticos.
Vidal Cuéllar trabajaba a los dieciocho años como primer dependiente de una farmacia en El Vedado y, amparado en la impunidad que le daba la privilegiada posición social de su familia y la de sus cómplices, logró pasar otros cargamentos de drogas más importantes que el primero. Al marcharse de Cuba rumbo a Buenos Aires, dejó cincuenta y cinco expendedores de drogas y centenares de consumidores, quienes crecían de forma alarmante, en la misma medida en que se iba extendiendo el consumo de papelillos de cocaína disuelta o mezclada con bebidas alcohólicas, por lo general en cerveza y cocteles. Esto ocurría en las fiestas de los fines de semana.
El mercado potencial para las drogas introducidas por este individuo, entre 1914 y 1917, era el ambiente circundante a un club situado en el Paseo del Prado, al cual asistían jóvenes de las familias acomodadas y aficionadas a los deportes, “infatigables noctámbulos, gozadores de exóticos y refinados placeres”, que dio impulso a la “narcomanía nacional” desarrollada de forma desenfrenada hasta el triunfo de la Revolución en 1959.
En medio del ambiente de las “parrandas habaneras”, vertían dosis de cocaína en las copas de cerveza de sus invitados, sin que estos se dieran cuenta, esta mezcla producía distintos efectos en los “consumidores inconscientes” y luego los incitaban al disfrute de otros alcaloides –especialmente la morfina–, que podía adquirirse en farmacias como la de Vidal Cuéllar, quien no solo fue en poco tiempo un gran expendedor, sino también una temprana víctima mortal del vicio, cuando una crisis nerviosa por falta de la morfina lo condujo al suicidio en Argentina.
También se considera como cointroductor de la cocaína en Cuba a Juan Vázquez Álvarez, conocido como Juan Palomo, un vicioso y célebre expendedor, quien tuvo luz verde para sus negocios en la esquina de Neptuno y Consulado, en la acera del café El Guajiro, un lugar muy tranquilo, donde el expendio de café con leche y pan con mantequilla le brindaba una fachada perfecta para alejar cualquier sospecha de su verdadero negocio.
Este individuo, perseguido y acosado por la policía, logró burlar durante mucho tiempo a las autoridades. En aquella esquina promovía el negocio, pero su cuartel general era una pobre habitación de una posada conocida como La Cueva de los Mochuelos, en San Miguel, casi esquina a Consulado. “Vete a Los Mochuelos, alquila una cama y espera”, con esta frase mágica se ponía en rápida comunicación con los “interesados”.
El historiador José Sobrado López expresa en su libro que, a raíz de la promulgación de la Ley de 25 de julio de 1919, cuando se adaptó la Sala “Castro” del Hospital Número 1 de esta capital, la cifra de narcómanos llegó a alcanzar un aumento sorprendente, lo cual provocó significativos incidentes en esa instalación, demostrando además el fracaso rotundo de los métodos empleados hasta ese momento.
A partir de entonces, se empezó a pensar en buscar un lugar más apropiado, como resultó en un inicio el llamado Hospital de Cuarentenas, más adelante convertido en el hospital de narcómanos Lazareto del Mariel.
1918: Marihuana a bordo de buque portugués en La Habana
A raíz de la promulgación de la referida ley, la cual incluía la marihuana como estupefaciente, esta no era conocida por los cuerpos policiales cubanos, ni por los jueces encargados de velar junto con aquellos por el mantenimiento de la tranquilidad nacional en todos sus aspectos. Esto no quiere decir que no existiera o no se consumiera de forma aislada, aunque no fuera todavía una droga popular ni hubiese cultura de su consumo.
En 1918, marineros de un barco portugués que arribó a La Habana procedente de México, introdujeron una cantidad no determinada de marihuana solo para consumo y la depositaron en un prostíbulo de la calle San Isidro, donde varias mujeres sufrieron sus efectos. Fue un hecho aislado y el primero en colocar esta droga en nuestro país, lo cual –de acuerdo con algunos historiadores del tema– esclarece la falsa apreciación de involucrar a los mexicanos como los primeros comerciantes de ese narcótico en la isla. Se asegura que fue mucho después de promulgarse la Ley de 1919 que se conocieron por la policía innumerables expendedores de esa droga.
La primera información de uso de marihuana entre un grupo numeroso de jóvenes en Cuba es de 1925, cuando en pleno Paseo del Prado, en el centro de La Habana, varios consumidores fueron detenidos por escandalosos, pero pasó inadvertido que estaban bajo los efectos de narcóticos. Un año después, en el mismo Paseo, en la esquina de Ánimas, frente al Casino Español, son detenidos treinta y seis muchachos habituales a fumar la droga en los bancos del concurrido lugar.
Desde 1913 se crea dentro del cuerpo de la policía de La Habana un denominado grupo de expertos, que en el año fiscal de 1918 a 1919 se constituye en la Sección de Expertos, a la cual se le encomendaba la misión de policía preventiva especializada, y entre sus servicios más importantes estaba la persecución a los infractores de la Ley del 25 de julio de 1919, especialmente en cuanto a la venta clandestina de drogas.
Para la jefatura de la policía de entonces constituía un desafío la importación y venta de los estupefacientes en aquellos tempranos años del siglo xx. En las estadísticas anuales presentadas por la Sección de Expertos en el año fiscal 1923-1924, se registraban cincuenta y seis infracciones relacionadas con drogas. En esa misma fecha se realizaron varios registros en distintos lugares de la capital, donde se ocuparon algunas cantidades de narcóticos y sorprendieron varios fumaderos de opio en distintas casas.
Los documentos oficiales aseguraban que el 99% de los consumidores de opio eran chinos y el enfrentamiento en 1924 había sido y era de tal envergadura que “[...] ya no existen los llamados fumaderos...”12
12 Brigadier Plácido Hernández: Jefatura Policía Nacional. Memoria delAño fiscal 1923-1924.Talleres La Lucha, La Habana, 1924, p. 92.
No obstante la anterior afirmación oficial, otras informaciones dieron cuenta de la presencia de dos o tres fumaderos de opio de lujo en la capital cubana alrededor del año 1927 y fuentes policiales especializadas de la época indicaron que entre 1920 y 1931 los fumaderos de opio se extendieron a los alrededores de La Habana, como consecuencia de la tenaz persecución de la policía.
Así, los viciosos se instalaron en lugares intrincados y apartados de la capital, donde se hiciera casi imposible el acceso de las fuerzas policiales; para esta evasión diversas fincas de Marianao, Ciénaga y Palatino fueron escogidas y preferidas por los opiómanos. No obstante las medidas tomadas, solo en 1926 las autoridades detectaron ciento cuarenta y cinco fumaderos de opio.
En este balance anual se detalla que de todos los casos de ocupación de drogas y sorpresas de individuos fumando opio “[...] se daba cuenta a la autoridad judicial correspondiente y con copia de lo actuado a la jefatura local de Sanidad, que inmediatamente ordenaba la clausura del local”.13
13 Ídem.
De la década del 20 queda constancia de numerosos operativos contra el tráfico de drogas por el puerto habanero, entre ellos, la detección a bordo del vapor español Conde Wilfredo de veinticinco pipas de vino, en el centro de cada una venía, atado con diversos flejes para impedir su tropiezo con las maderas del tonel, un cilindro de plata, herméticamente cerrado, donde se ocultaba de la inspección más minuciosa un importante cargamento de diversas drogas, en especial opio. La magnitud de este contrabando era equivalente a una suma de 250 000 pesos y en él se vieron involucradas numerosas “personalidades de notorio relieve económico-social de la nación”, que no eran necesariamente de origen asiático.
Por la repercusión de la frustración de este contrabando y los resultados, la Comisión Consultiva del Tráfico del Opio y otras drogas nocivas de la Liga de las Naciones, en 1927, remitió una cálida felicitación al gobierno de Cuba.
Los documentos oficiales de la época minimizan el fenómeno, sin embargo el monto y el valor de la “mercancía” detectada, la sofisticación de su enmascaramiento, la búsqueda de lugares seguros y secretos para el consumo, las detenciones de decenas de personas y el incremento de la persecución policial evidencian ya que, en los finales de los años 20, el vicio de la droga dejaba de ser aquel mal imputado exclusivamente a los inmigrantes asiáticos, para convertirse en un incipiente problema nacional.
1926: Cayo Sabinal, epicentro de los hallazgos
Un lugar paradisíaco de Cuba forma parte de la cayería norte de la provincia de Camagüey: Cayo Sabinal, con playas de arenas blancas que parecen recién descubiertas y tan poco profundas, que permite al bañista caminar a doscientos o trescientos metros de la orilla y disfrutar de sus bellezas naturales sin auxiliarse de medios náuticos.
Con 335 kilómetros cuadrados, es el tercer cayo en extensión de Cuba, y junto a otros islotes de Jardines del Rey, la Península Sabinal, es uno de los escenarios de la novela Islas en el Golfo, del prestigioso escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien solía disfrutar de sus espectaculares parajes y de la pesca, al navegar por estos mares con su yate Pilar.
Allí también el afamado escritor participó personalmente en la búsqueda y caza de submarinos alemanes durante la II Guerra Mundial.
Siglos antes fue refugio de corsarios y piratas, durante sus aventuras de saqueo y contrabando, así como un punto adelantado de la defensa del ejército colonial español, que dejó su huella con el Fuerte de San Hilario, que se mantiene en pie a pesar de haber sido construido en 1831, el cual funcionó como torreón y cuartel de la tropa y artillería encargada de proteger la cayería Sabana-Camagüey. Tiempo después se convirtió en Prisión de la Clase Militar y en 1875 fue escenario de la única sublevación carlista de Cuba. Dos años más tarde es construido el Faro Colón, punto de observación desde el que se tenía dominio del Canal Viejo de las Bahamas, imprescindible para alertar al Capitán del cercano puerto de Nuevitas o del Fuerte de San Hilario de cualquier ataque o anomalía.
Su proximidad al Canal Viejo de las Bahamas o Canal de las Carabelas, concurrida ruta de navegación internacional del Océano Atlántico, muy cerca a la costa sur de Estados Unidos, lo convirtió desde principios del siglo xx, en punto recurrente de embarcaciones averiadas o que desvían su itinerario accidentalmente, pero también ha sido blanco de arribos de alijos de drogas bombardeadas en las cercanías por aeronaves involucradas en operaciones de narcotráfico o lanchas rápidas u otras embarcaciones que en similares trasiegos tiran al mar la carga cuando se sienten perseguidos por autoridades de países de la región.
En Cayo Sabinal, el 22 de mayo de 1926 se produjo el que quizás sea el primer recalo de drogas registrado en los archivos oficiales cubanos, cuando se encontró una paca de marihuana en mal estado. Un año después, en la misma zona, al norte de Nuevitas, se halló un saco con setenta libras del mismo narcótico en estado de descomposición. Estos hechos demostraban su incipiente comercio ilícito desde otros países. La Memoria del Año Fiscal 1923-1924 de la jefatura de la entonces denominada Policía Nacional, en el acápite titulado “De las drogas heroicas”, igualmente se confirma que en esos momentos en Cuba no se había extendido todavía el uso de narcóticos de manera tan alarmante, ni constituía un vicio, pero se llevaba a cabo “una estrecha vigilancia” para prevenirlo.14
14 Ídem.
En Cayo Sabinal también se produce el primer recalo después del triunfo de la Revolución, pues el 1ro. de enero de 1960, en el lugar conocido por Ensenada Honda, se hallaron seis pacas de marihuana con un peso aproximado de seiscientas libras en mal estado. Fue detectado por un puesto de observación y vigilancia costera del ejército. Se registraron casos similares en septiembre de 1966 en Puerto Padre, Las Tunas; en mayo de 1968 en Gibara, Holguín, y en marzo de 1971 en Baracoa, Guantánamo.
Este último constituyó el primero de una década que marcaría una tendencia al crecimiento de este fenómeno en esta área geográfica del Caribe y con lógica repercusión sobre el archipiélago cubano.
La utilización de lugares próximos a nuestras costas en operaciones de lanzamientos de drogas comienzan a hacerse más frecuentes en los años 70. Sin embargo, no se detectó ningún hecho evidente de intención de establecer en el archipiélago una cadena de comercialización y consumo derivado de esta situación.
1930-1940: Auge de la marihuana y de la mafia