Cuentos sensuales de verano - 10 relatos eróticos - Camille Bech - E-Book

Cuentos sensuales de verano - 10 relatos eróticos E-Book

Camille Bech

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

Recuperándose de una ruptura, Alicia decide ir a una celebración de verano con su mejor amigo Alex. En el camino, Alicia comienza a ver a su amigo de la infancia de una manera que nunca antes se había permitido. ¿Cómo se sentiría su cuerpo, sus labios? Pero Alex tiene novia. Sin embargo, cuando llegan a la fiesta, todos se portan muy amable. Más que amigable, en realidad ... será una noche de verano para recordar.Esta colección contiene:Solsticio de veranoSueño de solsticio de veranoSueño húmedo de una noche de veranoTentaciones FrancesasA Solas en CasaIsabella y TorbenJoleenLa chica de la sección de lenceríaEn el Baño con la Sra. NielsenEl apartamento de arriba-

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B. J. Hermansson

Cuentos sensuales de verano - 10 relatos eróticos

 

Lust

Cuentos sensuales de verano - 10 relatos eróticos

 

Translated by LUST translators

 

Original title: Cuentos sensuales de verano - 10 erotic stories

 

Original language: Swedish

 

Copyright ©2021, 2023 B. J. Hermansson and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728182246

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Cuentos sensuales de verano - para adultos Sueño de solsticio de verano

B. J. Hermansson

—¿Qué planes tienes para el solsticio de verano? —preguntó Malin.

—Iba celebrarlo con toda la familia en la costa oeste, pero casi todos viajarán al extranjero este año, así que decidimos posponerlo hasta el año que viene.

—Entonces… ¿no lo vas a celebrar? —dijo Malin sorprendida.

—Bueno, tengo intenciones de celebrarlo, pero mis familiares más cercanos no podrán venir, así que decidí quedarme en casa, porque...

—¿En la ciudad?

En el mundo de Malin, eso constituía una infracción a las leyes, y a juzgar por su expresión, estaba tratando de conjugar la respuesta adecuada. Es que es un poco dramática.

—Sí.

—No puedes hacer eso —dijo Malin y me ofreció su sonrisa clásica—. Vamos a Dalarna. Marcus y yo invitamos a Therese y a Jessica; también deberías venir.

Malin y yo nos conocimos en la universidad, en clase de literatura y también estudié con Therese y Jessica, pero no las conozco tan bien como a ella. Me quedé pensando en su oferta por un instante, preguntándome cuán extraño sería celebrar ese día festivo con ellos, en la cabaña de Malin. Finalmente respondí:

—Me encantaría.

Y lo decía en serio, porque en ese mismo instante decidí que viajaría con ellos a Dalarna.

*

Al salir del coche, me recibe la escena sueca más hermosa que se pueda imaginar; el sol brilla alto en medio de nubes esponjosas, dispersas en un cielo de color azul vibrante, los abedules son enormes, verdes y exhiben matices dorados. Al final de la pendiente se extiende un lago de un esplendor mágico y magnífico, la superficie del agua reluce, el calor se siente agradable contra mis piernas y brazos desnudos. El verano exhibe su mejor faceta: me enamoro de este lugar de inmediato. La cabaña en la que nos hospedaremos es un sueño. Tiene una fachada pintada de rojo, con ángulos blancos y ventanas panorámicas. Es un lugar hermoso, en buen estado, y parece salido de una pintura clásica.

—Te puedes quedar en el cuarto de invitados —dice Malin.

—¿Y qué hay de Therese y Jessica? ¿Tienen dónde quedarse?

—Ellas se quedarán en el colchón inflable y en el sofá, y Markus dormirá conmigo.

Entro en mi habitación y me siento como en casa. Está decorada en tonos blancos y azules y los muebles son antiguos, pero están bien cuidados. Abro una ventana y escucho abejorros y abejas zumbando en la hierba alta. No puedo escuchar ni un susurro proveniente de la ciudad, mis obligaciones se sienten remotas y distantes. Me siento en la cama y dejo que la calma y la armonía del campo me invadan e impregnen mi cuerpo. El bienestar anida dentro de mi pecho y me siento como en casa.

Pasamos el resto del día planeando la celebración de mañana. Limpiamos y organizamos la cocina entre todos. Más tarde esa noche, Jessica exclama:

—¡Siete tipos de flores! Tenemos que recoger siete tipos de flores diferentes y dejarlas bajo nuestras almohadas para poder soñar con la persona con la que nos casaremos algún día.

—¡Hagámoslo! —exclamo con el entusiasmo de una niña—. ¡No tenemos nada que perder!

Todos se ríen y luego salimos todas, excepto Markus, a la pradera a buscar siete tipos diferentes de flores. Al principio, nos sorprende el hecho de que es más fácil decirlo que hacerlo, pero finalmente lo logramos; para ese momento ya ha oscurecido y una densa niebla rodea el lago, extendiéndose más allá de los tallos de abedul y los pinos. Una suave brisa me acaricia las piernas y la hierba nos moja los pies mientras la atravesamos descalzos, de regreso a la casa. Al final, nos despedimos y me retiro a mi habitación. Dejo las flores bajo mi almohada con cierta reverencia. No puedo evitar sonreír; esta tradición debe tener al menos cien años. Recolectar flores para soñar con la persona que amarás y por la que serás amada. ¿No había algo sobre un pozo también? Se supone que verías el rostro de tu media naranja si te asomabas al pozo a una hora específica, probablemente a medianoche. Pura superstición, claro está. De todos modos, son hermosos rituales.

Ha sido un día largo, pero también un buen día lleno de risas, conversaciones y una sensación de alegría y paz que reposa dentro de mi cuerpo. Me alegra haber aceptado la invitación de Malin. Therese y Jessica son agradable y divertidas, y también Markus. Estoy segura de que mañana será un gran día.

*

Al principio, mis ojos no la distinguen en medio de la oscuridad. Siento dos labios presionados contra los míos y el sabor de su saliva, tiene un dejo de dulzura que me recuerda el gusto de las fresas.

—¿Malin?

Se lleva el dedo índice a los labios para indicarme que haga silencio, luego se inclina hacia mí y sus labios vuelven a impactar contra los míos. Me empiezo a excitar y me invade una sensación de euforia. Oh, Malin. La envuelvo con mis manos y la tumbo en la cama junto a mí. Ella emite una risita, y yo también. La acerco a mí y presiono mi cuerpo contra el suyo. Desliza su rostro por mi cuello y yo la acerco a mí. Los besos y las caricias continúan y se intensifican, siento que mi vientre y mis partes bajas empiezan a arder en llamas. Me aparto para que Malin quede acostada boca arriba, con la cabeza apoyada en mi almohada. Lleva puesto un camisón blanco y mechones de cabello caen libremente sobre sus omóplatos hasta llegar a los senos.

—Eres increíblemente hermosa —le digo.

Malin sonríe, sujeta mi cabeza y me presiona contra sus labios. Una vez más, nuestras bocas se encuentran en un beso profundo, hermoso e intenso. Esta vez, siento el beso recorrer todo mi cuerpo como una descarga eléctrica. Mis órganos, mi piel y mis nervios vibran y se activa cada emoción en mi interior. La necesito. Te necesito, Malin. Mis manos exploran bajo su camisón, me recuesto y apoyo mi torso contra su cintura. Mientras acaricio sus senos con suavidad, temo que mi lujuria se desboque y me haga perder el control. Quiero llevar las cosas con calma, prolongar el placer y la tensión sexual, pero al mismo tiempo, ella me pone las cosas difíciles. Masajeo sus senos. Me las arreglo para introducir mi cabeza bajo su camisón y beso sus pezones erectos y perfectos. Jugueteo con ellos y los mordisqueo. Entonces la vuelvo a besar y noto como su cuerpo se relaja; siento como lucha para evitar que la sensación placentera se desborde y escape de su boca. En sus ojos veo llamas. Su melena es rebelde y despeinada. Está excitada. Me desea tanto como yo la deseo a ella.

—Mi vagina. Quiero sentirte dentro de mi vagina —dice.

 

Sus palabras me toman por sorpresa; normalmente no habla así. Malin es muy inocente, pero, por otro lado, esta es una situación bastante fuera de lo común. Yo obedezco sin titubear, deseo satisfacerla más que nada en el mundo, sentir su abertura, acariciarla y besarla es un sueño hecho realidad.

Me deslizo hacia abajo y le quito las braguitas. Malin ayuda en el proceso bajando la prenda por sus piernas y lanzándola al suelo. Luego me recuesto y llevo mis manos de su cintura a su ranura, alternativamente. Me inclino sobre su vagina, primero sin tocarla, simplemente me mantengo cerca. Inhalo profundamente su esencia, que me llena de deseo. Mi vagina se calienta. Siento mi pulso latir, la lujuria se apodera de mí. Dentro de poco perderé el control por completo. Por ti, Malin, por tu feminidad, tu mera existencia, tu cuerpo, toda tú. Me hechizaste desde la primera que te vi y aquí, ahora, en esta cama.

Beso tu humedad; estás que ardes. Beso tu piel con mis labios húmedos, te beso con mimo, con tu vagina como lienzo y mi lengua como pincel, milímetro a milímetro. Quiero que todo salga perfecto, te lo mereces, te lo mereces todo. Separas tus piernas mucho más y te hundes en el colchón, inclinando la cabeza hacia atrás. Te acomodas y te preparas para que yo me dé un banquete con tu vagina. Mi felicidad y mi lujuria se enfrentan, cada sensación se mete bajo de mi piel y yo me entrego al despiadado poder de ambas, gradualmente. Ahora soy tu esclava, Malin, tu prisionera. Estoy a tu merced absoluta.

Te sigo besando y mis besos son cada vez más voraces. Mi lengua empieza a estimular tu abertura. Beso tu ranura. Mis besos nunca abandonan tu piel, siempre están listos para dar el siguiente beso. Mi lengua se abre paso con delicadeza entre tus labios vaginales, cada vez más profundamente. Probablemente sepas que lo hago para provocarte, para que esta increíble sensación se prolongue.

Después de un tiempo, no logro contenerme más; deslizo dos dedos en tu vagina y empiezo a moverlos de adentro hacia afuera. Mis dedos índice y medio quedan empapados de tus fluidos. Profundizo mis movimientos, mientras tú te relajas. Tus muslos descansan en mis costados y presionas tu vagina contra mí, al ritmo de mis movimientos. Elevas tu pelvis y haces el esfuerzo de que tus caderas compaginen con mis maniobras. Mientras te acaricio con los dedos, incorporo mi lengua. Beso y lamo tu vagina perfecta, y me hace perder la cabeza.

Te sigo penetrando con mis dedos por un tiempo, pero cuando la lujuria que has despertado en mi interior se revela, mis dedos se apartan de tu ranura candente. Me inclino hacia adelante de nuevo y me deslizo aún más hacia abajo, mientras llevo mi lengua a tu vagina. Paseo mi lengua entre tus labios vaginales hasta encontrar tu clítoris. Siento como el poder electrizante de tu vagina me envuelve a mí, a mi lengua, mi rostro y todo mi cuerpo. Sumerjo mi lengua dentro de ti, en tu rincón más íntimo, y tú jadeas. No puedes contenerte más, recibes cada embestida y la liberas a través de tu boca, gimiendo en voz alta: el placer te invade. Tu cuerpo vibra en forma de ondas mientras mi lengua te lame con fuerza hasta el éxtasis, cubro tu vagina con mi poder y mi saliva.

—Ven aquí —me dice Malin—, siéntate sobre mi pecho.

Yo me detengo y me muevo hacia su torso. Me siento en el espacio entre sus senos y su rostro, luego me arrodillo y acerco mi vagina a su boca; me encanta. Creo saber lo que está a punto de suceder y Malin me sonríe con esa sonrisa cautivadora. Sus ojos brillan a la luz de la luna. Todo parece irreal pero se siente bien, demasiado bien para ser verdad. Malin estira la lengua, y yo aprieto mi vagina alrededor de ella. Malin me besa. Siento que la habitación se llena de vapor. Dos cuerpos en llamas, en perfecta forma y vigor. Dos cuerpos que se fusionan en uno solo y esta escena hermosa e irreal se desenvuelve entre nuestros labios, entre nuestras vaginas y al roce de nuestra piel. Malin me hace sentir tan pero tan bien. Siento que mi cuerpo desaparece entre la niebla, en un estado de intoxicación, un paso de corriente entre el blanco y el negro, el día y la noche, la realidad y el sueño.

Me despierto bañada en sudor. Estuvo cerca.

Fue solo un sueño, aunque uno muy vívido.

Busco las flores bajo mi almohada.

Siguen allí. Las siete.

Sonrío de pensar en el ritual y me masturbo hasta que alcanzo un éxtasis vibrante, el orgasmo propagándose por mi cuerpo. La noche del solsticio de verano es bienvenida; el sol brilla, amanece y estoy lista para un día maravilloso. Mi sentido común me dice que las flores y el sueño no fueron más que una coincidencia, pero algo dentro de mí me dice que significa algo. Pero, ¿qué puede ser? ¿Qué tiene preparado este día para mí? Una parte de mí –una que parece fortalecerse con cada respiro– tiene la sensación de que este día será extraordinario. Tengo mis sospechas.

¿Tendré el coraje de hacerlo?

*

Todos están de buen humor y entusiasmados y tomamos el desayuno en la terraza. El sol sigue cerca del horizonte, pero el calor es tan delicioso como el día anterior. Estamos muy emocionados por las actividades del día.

—¿Tenemos mástil de solsticio? Necesitamos uno —dice Therese.

—¿Por qué no mejor un agujero de solsticio? —dice Jessica.

Todos estallamos en carcajadas.

—Por supuesto que tenemos un mástil de solsticio —responde Malin—. ¿Cómo podríamos celebrar el solsticio sin uno?

—Sería un completo desastre si no tuviéramos uno —responde Markus con un tono de sarcasmo camuflado por su gran sonrisa.

Todos ríen excepto Malin, que permanece seria.

—Lo sería, Markus. Un completo y absoluto desastre —Hace énfasis en la última palabra.

Puedo ver que sus ojos sonríen. Su curiosidad, disposición y alegría, se puede decir que es una persona optimista por su mirada.

Su mirada es seria, pero hay un dejo de picardía en ella. Nos conocemos desde hace un par de meses, pero en poco tiempo establecimos un nexo. Todavía me queda mucho por aprender y descubrir sobre Malin, pero ya he hecho progresos.

Me gusta Malin, me gustan muchas cosas de ella; su risa, sus expresiones faciales llenas de entusiasmo, su alegría, su felicidad natural y desenfrenada. El hecho de que siempre irradia amor, personalidad y bienestar. Siempre que estoy cerca de ella, me siento de buen humor. Sin importar dónde o con quién haya estado hablando, todo lo negativo es eclipsado por Malin.

Después del desayuno, decidimos decorar el mástil de solsticio. Therese lo llama “poste de verano” y Malin está en total desacuerdo porque piensa que las palabras y las tradiciones son muy importantes. Volvemos a salir al prado y recolectamos flores y ramitas de abedul. Los usamos para decorar el mástil, lo cubrimos con hojas y pétalos de flores brillantes. El resultado se erige alto y colma a los huéspedes de la cabaña de expectativas para el solsticio de verano.

—Que empiece la celebración —exclama Malin y descorcha una botella de cava, vertiendo el espumante líquido en vasos que ella misma reparte.

Llenos de ilusión, vitoreamos y reímos. Las burbujas de la bebida son brillantes, el sabor refresca nuestras gargantas y nuestros cuerpos se llenan de felicidad.

—¿Sabéis por qué celebramos el solsticio de verano? —pregunta Malin.

Nos miramos los unos a los otros. Trato de ser racional, pero no lo logro. Los otros parecen tener el mismo problema, con lo cual Malin suspira profundo y dramáticamente. Nos ofrece su típica mirada traviesa y grita:

—¡Celebramos a la madre tierra! ¡A la naturaleza! ¡La flora! Todo lo que es fecundo y vital, la vida misma, este país y la tierra fértil.

—Ah, ya lo sabíamos Mallie. ¡Solo te estamos tomando el pelo! —dice Markus en broma.

Pasan las horas y conversamos con gran entusiasmo; elaboramos coronas, enredando ramas de abedul en el alambre para decorar nuestras cabezas. Brindis tras brindis, bebemos sin parar. En poco tiempo empezamos a preparar la cena. Patatas hervidas, arenque, verduras salteadas, salchichas que compramos y, por supuesto, torta de fresa. Todo es perfecto. El idilio perfecto que solo se experimenta cuando se celebra el solsticio de verano con un grupo de amigos, en un paraíso de la Suecia central.

—Esto luce espectacular. Hicimos muy buen trabajo.

Malin le da el último retoque a la torta y se reclina en su silla, pero no descansa por mucho tiempo, en unos segundos se levanta y exclama con energía:

—¡Es hora de bailar!

Todos nos levantamos y obedecemos sin chistar. Nos acercamos a nuestro magnífico mástil de solsticio, maravillosamente decorado, y Malin empieza a cantar:

«Qué divertido es observar las ranitas, las ranitas.

Qué divertido es observar las ranitas, las ranitas».

—¡Vamos! ¡Todos juntos! —ordena Malin.

Su rostro entero sonríe y veo como aflora su lado juguetón, aquel que no se angustia ni se acongoja por este mundo lleno de desgracias y triunfos, por igual. Toda ella es hermosa. Inocente. Y absolutamente maravillosa.

 

Todos cantamos al unísono:

«No tienen orejas, orejas ni cola.

No tienen orejas, orejas ni cola.

Croc, croc, croc, croc, croc, croc,

croc, croc, croc, croc, croc.

Croc, croc, croc, croc, croc, croc,

croc, croc, croc, croc, croc».

Nos dejamos llevar, bailamos y hacemos tonterías. Todos disfrutamos del momento, de esta alegría, este sentimiento eufórico que invade nuestro ser. Somos niños otra vez, la felicidad nos envuelve en este día perfecto. Bailamos una canción tras otra, algunas más conocidas que otras. Estoy segura de que Malin incluso inventa las letras, pero no importa, todos cantamos y estamos felices de estar juntos en esta hermosa víspera de solsticio.

*

Más tarde, los demás deciden darse un chapuzón mientras el sol desciende lentamente. Malin prefiere quedarse en la cabaña y yo me ofrezco a acompañarla. Markus, Therese y Jessica van juntos al lago, y Malin y yo nos sentamos en la escalinata para ver como se adentran en las aguas.

—Markus odia nadar —dice Malin. Lo dice con tanta dulzura que pareciera estar enamorada de él.

—¿Hace cuánto se conocen? —pregunto con curiosidad.

—Desde niños. Crecimos juntos. Nuestras familias eran vecinas y desde entonces somos inseparables.

—Parecen muy cercanos.

—Markus es mi mejor amigo. Siempre lo será, no hay nada que pueda cambiarlo. Estoy muy agradecida por tenerlo en mi vida. —dice Malin.

—Se nota.

Nos quedamos en silencio, pero no es un silencio incómodo. Empiezo a pensar en mi sueño y en lo que Malin y yo hacíamos en él. Nunca me le he insinuado, siempre termino acobardándome. ¿Cómo podría predecir su reacción? Claro que nos conocemos desde hace tiempo y me gustaría pensar que somos cercanas en muchos aspectos, pero no así. Nunca he percibido señales ni signos, aunque tampoco he percibido señales negativas, pero nunca hemos hablado de ese tipo de sentimientos. O de amor.

¿Debo arriesgarme?

—Anoche soñé contigo.

—¿Conmigo? —Malin se ríe y sus mejillas se sonrojan—. ¿Y qué pasaba en tu sueño?

Por alguna extraña razón me siento valiente; tal vez se deba a este momento de tensión irreal, o tal vez sean las burbujas en mi sangre.

—Me besabas.

Malin sonríe.

—¿Ah sí?

—Ajá.

—¿Y tú me respondías el beso? —pregunta.

—Sí.

Otra vez nos quedamos calladas. Esta vez tampoco es incómodo. Me siento segura en su compañía, en paz, y algo atrevida.

—Sabes que Markus y yo no estamos juntos, ¿verdad?

—Sí, lo sé.

—Mucha gente piensa que estamos juntos…

—Solo porque tú eres una chica y él es un chico.

—Convenciones. Me ha costado mucho lidiar con ellas, pero también es divertido ver lo cerradas que son las personas.

—¿O tal vez lo asustadas que están? —pregunto.

—Sí, eso también, pero esa parte me entristece.

—Sí.

—El mundo puede ser un lugar triste. Razón por la cual tenemos que celebrar, celebrar tanto como podamos —me dice Malin.

—¿Cómo, por ejemplo, el solsticio? —pregunto.

—La prosperidad. La vida. El amor.

—¿El amor?

—Sí, amor por la naturaleza y por los seres humanos. Todo está conectado, ¿sabes?

Malin se gira hacia mí y la miro a los ojos. Sus ojos son grandes y de un tono azul claro, sus labios son carnosos. No está sonriendo y me mira con intensidad. Puedo ver que se le ocurrió algo. ¿Lo estará considerando?

—Quiero besarte —me dice.

Me cuesta asimilar sus palabras, como si las dijera desde la superficie, muy lejos de mi alcance. Estoy tan ocupada observándola que me toma mucho tiempo reaccionar, y pronto Malin se disculpa:

—Lo siento. Fue estúpido, lo siento.

Yo estoy paralizada, quiero retroceder el tiempo y que las palabras vuelven a sonar en mi mente. No titubeo.

La beso.

Esta vez, nuestros labios se encuentran en la vida real y no en un sueño. Mi beso es un roce delicado y lento, pero anhelante.

—No sabía que te gustaban las chicas —dice Malin minutos después.

—Sí —le respondo—, pero no sabía que a ti también te gustaban.

Nuestros labios se encuentran en otro beso. Esta vez el roce es más intenso. Estoy embriagada por ella, su calor y la mirada en su rostro. Cierra los ojos y me sigue besando, cada vez la beso con más fuerza, con más ganas.

—No se le he dicho a muchas personas —me dice—. No me gusta eso de salir del armario, como si estuviéramos escondiendo algo.

—Estoy de acuerdo —le respondo.

—Los heterosexuales no tienen que salir del armario ni dar explicaciones —continúa Malin—, pero si eres gay, todo es diferente.

—Tienes que... exponerte —completo su idea.

—Pero, cuando así lo decidas, la gente lo sabrá —dice Malin.

—Como ahora.

—Como ahora.

Es un momento maravilloso. Quiere besarme y yo puedo besarla. A ratos nos besamos y a ratos hablamos; todo es irreal, como si fuera un sueño, un sueño de solsticio de verano. Nuestros movimientos se vuelven más apasionados. Beso su cuello, su mejilla, su frente, piel contra piel, saboreándola, y Malin me responde el beso. Una de sus manos se aventura bajo mi vestido de algodón blanco mientras nos besamos. Luego desliza sus dedos dentro de mi ropa interior y comienza a acariciar mi ranura empapada; mi vagina está muy mojada y deseosa. Los dedos de Malin me penetran suavemente al principio y sus movimientos empiezan a acelerarse. La sensación es absolutamente irreal. Mientras tanto, nuestros labios y nuestras lenguas se encuentran una y otra vez, y nuestros movimientos se intensifican. Esto un beso de verdad, nuestras lenguas danzan y hacen el amor. La boca de la una besa la piel de la otra, sin cesar. Mi cuerpo late y palpita, mis muslos vibran. La mano de Malin está entre mis muslos, acaricia mi vagina, mi clítoris y hace que mi cuerpo palpite como un vórtice, un torbellino de asombro. Nuestras caricias parecen parte de un sueño. Me penetra cada vez más profundo con su mano suave y encantadora. Siento que la piel y la carne entre mis piernas se entregan a ella, mis fluidos empiezan a manar y la humedad aumenta, arrasándome en olas de lujuria. Malin separa mis labios vaginales mientras me planta besos suaves, hermosos, firmes y prolongados en la piel.

¿Estaré soñando? Todavía estamos sentadas en la escalinata, alguien podría descubrirnos, pero no me importa. En este momento se revela mi ser más íntimo y genuino, y no me disculparé por ello.

Mi cuerpo derriba todos sus obstáculos, barreras y dudas. El calor del momento me envuelve. El sol de la tarde se posa sobre nuestros cuerpos, y la noche es gloriosa. Los movimientos de Malin son perfectos. Mi cuerpo empieza a hervir a fuego lento, siento una presión que se mueve cada vez más rápido con cada beso, con cada penetración de sus dedos. Mi vagina se contrae y se expande al ritmo de sus embestidas; cada vez estoy más y más húmeda. Mi piel sucumbe y libera mi lujuria, energía y feminidad.

Estoy muy cerca del clímax. Se lo digo y ella me sonríe lujuriosamente, aumentando la intensidad de sus movimientos. Acerca mis labios a los suyos con una mano y aumenta el ritmo de la otra, la que está entre mis piernas. Nuestras lenguas parecen serpientes feroces, animales hambrientos. Mis muslos tiemblan de placer. Mi piel flota y se traslada a otro mundo, al maravilloso territorio sexual de Malin.

Alcanzo un clímax, que hace que mi cuerpo entero palpite, vibre, se estremezca, se queme y se sumerja en las profundidades, todo a la vez. Malin me besa con firmeza y por largo tiempo, hasta que pierdo el aliento. Solo me concentro en mi orgasmo y en el poder sobrehumano que ejerce sobre mí. Experimento una intensa mezcla de placer, lujuria, deseo y amor por Malin. Sus movimientos. Su saliva. Nuestros cuerpos. Nuestra piel.

—Eso fue...

—¿Muy gay?

Malin me dirige una sonrisa traviesa y afectuosa.

—Absolutamente mágico —digo—, y gay.

Nos reímos.

—Ahora es tu turno —dice Malin.

—Esta noche.

—¿Qué te parece compartir mi cama ésta noche? —me pregunta.

—Me encantaría.

Malin se inclina para besarme una vez más. Somos interrumpidas por la voz de Markus, que exclama alegremente:

—¡Al fin! Esto estaba destinado a pasar.

Malin vuelve a sonrojarse.

—Estoy medio enamorada de ti desde que nos conocimos —dice.

Siento un millón de mariposas en mi interior, anidando en mi pecho. Estoy rodeada por armonía y amor. Mi cuerpo se siente cálido, feliz y deleitado. Las celebraciones del solsticio de verano siguen y no puedo esperar por saber qué nos depara la noche.

Solsticio de Verano

Katja Slonawski

La conocida canción que tronaba por los altavoces del coche transportó a Alicia al último día de clase y al comienzo de las vacaciones de verano, muchos años atrás. Alex había estado tarareándola un rato para luego ponerse a dar golpecitos en el volante al ritmo de la música, algo desacompasado. En el interior del vehículo hacía un calor infernal y, aunque llevaban ambas ventanillas bajadas para que circulara un poco de aire, apenas se notaba la diferencia. A pesar de que habían salido de casa antes de las nueve de la mañana, la cola para el ferri era ya inacabable. En la costa, la gente desempolvaba las barcas para acercarse hasta el archipiélago a celebrar el solsticio de verano. Pero a aquellos que no tenían barca no les quedaba otra opción que el ferri, que solo tenía espacio para un número limitado de coches por trayecto, así que el viaje acababa convirtiéndose en una larga y pesada travesía. Habían ido charlando a ratos, y Alex había tratado de abordar con delicadeza aquel espinoso tema, pero todas las veces acababa dando marcha atrás con determinación. Tenía muy claro que quería ayudar, lo que no sabía era exactamente cómo.

—Pero será genial celebrar el solsticio de verano en una isla de verdad, idílica, en el archipiélago —comentó de pasada, como si no esperase respuesta.

Alicia respondió con un ¡hum! y miró Instagram en el móvil por enésima vez. Alex echó un rápido vistazo y frunció la nariz.

—¿No te parece que hoy ya has pasado suficiente tiempo en Instagram? —la recriminó.

—¡Nop! —respondió Alicia de malos modos, pero cerrando la aplicación de todas maneras.

—Bueno, ya sabes dónde me tienes si necesitas hablar —respondió Alex sin demasiada convicción.

—Ya —replicó Alicia con brusquedad.

Ya habían hablado del tema. La decisión de haber terminado la relación había sido de Alicia, no de Marco. De aquello hacía ya un mes; tendría que haber superado la ruptura y ella lo sabía perfectamente, pero le resultaba difícil saber adónde ir y cómo actuar a continuación. A pesar de ser mayor de edad, se sentía como una novata, sin nada de experiencia, y el llamado «mercado de solteros» había evolucionado una barbaridad desde que había empezado a salir con Marco; no sabía ni por dónde empezar. La situación de Alex era completamente distinta. Desde que eran amigos, nunca había tenido pareja estable, al menos hasta ahora. Alicia pensaba que la nueva pareja de Alex tenía que ser verdaderamente especial para haber conseguido que se plantease sentar la cabeza. Ella iba a conocer a Sabine en el Midsommarnatt, la fiesta para celebrar el solsticio de verano, que organizaban unos amigos de la chica. Sabine se encontraba ya en la isla ayudando con las preparaciones. En realidad, Alicia no sabía prácticamente nada de ella, aparte de que Alex estaba enamorado hasta la médula de aquella chica y que, para él, esto suponía adentrarse en territorio desconocido. Alicia podría haberle tomado el pelo fácilmente, pero resistió la tentación; solo serviría para irritarlo.

—Lo que te pasa a ti es que necesitas un polvo —le espetó Alex, dirigiéndole una mirada nerviosa a Alicia.

Ella dejó escapar una risita sonora.

—¿Y a quién te crees tú que le va a apetecer llevarse a la cama a este careto melancólico y muerto de miedo? Las únicas relaciones sexuales que he mantenido en la vida fueron con Marco y, definitivamente, no sé cómo comportarme en una cita.

Alicia cayó en la cuenta de que sus propias palabras, aunque pronunciadas con humor, no podían estar más cerca de la realidad.

—Anda ya, ¿qué dices? ¡Si estás buenísima! —le respondió Alex, sin mirarla esta vez, limitándose a apretar el volante con la vista clavada en el muelle.

Alicia notó cómo por el cuello de Alex iban apareciendo pequeñas manchitas rojas, como siempre que estaba estresado. Qué sensación tan extraña; si no hubiesen sido amigos desde lo que se le antojaba como una eternidad, habría pensado que le estaba tirando los tejos…

—¡Si tú lo dices…! —contestó ella, con una risa ligeramente incómoda.

Se quedaron en silencio un instante, durante el cual Alicia vio que Alex estaba tratando de reunir el coraje suficiente para decirle algo.

—Verás…es que esta fiesta… —trató de arrancar Alex—. Seguramente debería habértelo dicho antes, pero…

—Alex —lo interrumpió Alicia—, de verdad que no me importa que venga Sabine. Seguro que es una chica encantadora y nos vamos a llevar de maravilla, así que tú tranquilo, ¿vale? Y ya no me quedan más fuerzas para hablar, este calor me está volviendo loca.

Alex se quedó en silencio, mirando por la ventanilla. Alicia cerró los ojos y anunció que iba a tratar de echar una cabezadita. Sumida en la ensoñación, flotando a caballo entre el sueño y la vigilia, Alicia empezó a imaginarse cómo sería mantener una relación romántica con Alex. Naturalmente, jamás iba a suceder; no eran más que los pensamientos que se le arremolinaban en la cabeza en su actual estado de semiinconsciencia, pero aun así… Era muy atractivo. Lo había visto muchas veces sin camiseta y sus músculos nunca dejaban de impresionarla. Esta era, seguramente, la intención de Alex: impresionar, aunque no precisamente a Alicia. Siempre había existido entre ellos una pequeña chispa de atracción, y no les habían faltado ocasiones para enrollarse, pero eran solo amigos, y Alicia así lo prefería. Necesitaba un amigo como Alex, pero lo que sucediera dentro de su cabeza no era asunto de él. Alicia imaginó lo sexi y bronceado que estaría Alex al final del verano y lo que se sentiría al tener aquellos impresionantes pectorales sobre su propio busto. Apartando la cola de coches y el calor estival de su mente, visualizó a Alex desgarrando las camisetas de ambos y empujándola contra el asiento del acompañante. Tensó los músculos pélvicos y apretó las nalgas de la forma más imperceptible posible; era lo único que podía hacer en aquel momento, y siguió imaginándose el cálido cuerpo de Alex en contacto con el suyo. Era como probar el fruto prohibido: inmoral y, a la vez, deliciosamente rebelde.

 

Después de una larga espera, consiguieron por fin llegar a la casa. Se trataba de una vivienda sin adosar, de dos pisos y estructura liviana, construida a principios de siglo, próxima a la bahía y con vistas al mar. Cuando aparcaron el coche, Alex y Alicia pudieron comprobar que las celebraciones se encontraban ya en pleno apogeo. Por el jardín trasero se acercaba una chica de cabellos oscuros que llevaba un vestido rosa pálido. Se dirigió hacia ellos a paso ligero tan pronto como se bajaron del coche, saludándolos enérgicamente con la mano. A juzgar por la sonrisa enamorada y bobalicona de Alex, debía de tratarse de Sabine. La joven besó a Alex apasionadamente para, acto seguido, rodearle a Alicia el cuello con los brazos.

—¡Qué bien que hayáis venido! —exclamó, y Alicia identificó el perfume floral como uno de Marc Jacobs que se contaba entre sus favoritos.

Sabine los cogió de la mano y los condujo hasta la casa, en la que ya se habían reunido algo más de veinte personas. Alguien le tendió una cerveza a Alicia, que procedió a presentarse, estrechándoles la mano a todos los presentes. El ambiente era inmejorable, y resultaba evidente que todos se llevaban bien y estaban encantados de haber venido. Decidió, por una vez, tratar de apartar a Marco de su mente y pasárselo bien, dejándose sumergir de lleno en el ambiente festivo.

A la hora de comer, a Alicia le tocó sentarse al lado de Sabine. Esta parecía gratamente sorprendida, pero Alicia tuvo la sospecha de que había tenido algo que ver en la planificación. Habían servido el tradicional arenque sueco de Midsommar con patatas nuevas y panecillos crujientes escandinavos, todo ello regado con cerveza y vodka de sabores. Uno de los invitados, que se había graduado hacía al menos quince años, pero todavía no había dejado atrás la vida de estudiante, improvisó un coro con todos los presentes para cantar mientras tomaban los chupitos de vodka. Alicia se les unía cuando se sabía la letra y se llevó una grata sorpresa al descubrir lo bien que se lo estaba pasando. Era la primera vez que se sentía bien desde que había decidido romper con Marco. Bien de verdad. Estuvo charlando con Sabine, que le habló de su trabajo como periodista de viajes y de todos los lugares lejanos y exóticos que había visitado. Alicia pensó que Alex se había echado una novia realmente encantadora y se alegró sinceramente por los dos, pero no pudo dejar de sentirse incómoda cada vez que Sabine le posaba la mano sobre el muslo o le recolocaba algún mechón de pelo detrás de la oreja con dedos ágiles. Alicia trató de restarle importancia y lo achacó a que parte de su familia era brasileña y era posible que tuvieran otro concepto de espacio personal. A medida que avanzaba el día y Alicia iba consumiendo más alcohol, se fue sintiendo más relajada y menos intimidada por los acercamientos de Sabine. A lo mejor hasta podían ser amigas. A Alex le parecería genial, seguro.

 

Después del almuerzo, los invitados se dispersaron por el jardín. A unos les apetecía jugar a alguno de los juegos típicos de Midsommar, otros preferían ir a ver el nuevo velero que alguien se acababa de comprar y unos terceros optaron simplemente por tumbarse sobre el césped con una cerveza y disfrutar del sol. Alicia no vio a Alex ni a Sabine por ninguna parte y se sintió un poco perdida, sin saber muy bien qué hacer o adónde dirigirse. Trató con todas sus fuerzas de no parecer demasiado desorientada cuando una chica se acercó a ella. Había estado sentada frente a Alicia durante la comida, y Alicia había dado por supuesto que era una de las anfitrionas.

—Me llamo Elin —se presentó la muchacha, tendiéndole la mano a Alicia. ¿Te apuntas a una partida de kubb? Nos falta un jugador para completar el equipo.