Curso de Sociología General I - Pierre Bourdieu - E-Book

Curso de Sociología General I E-Book

Pierre Bourdieu

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El pensamiento de Pierre Bourdieu no es una foto o una película de la realidad. Al contrario, busca descubrir cosas invisibles, las relaciones que no se dejan fotografiar, las estructuras ocultas, incorporadas al punto de presentarse como naturales. En este Curso de Sociología General I. Conceptos fundamentales, Bourdieu expone qué es para él la sociología, cuál es su objetivo y qué significa ser sociólogo. Hay que volver, dice, a los conceptos fundamentales para transmitir en qué consiste el genuino trabajo del investigador e inculcar una forma original de pensar en lugar de un cuerpo de conocimiento establecido que empobrece o automatiza la investigación. En un tono didáctico, valiéndose de referencias empíricas y de comentarios en no pocas ocasiones irónicos, Bourdieu no solo expone paso a paso y de un modo sistemático conceptos esenciales como "habitus", "campo" o "capital"; además, revisa la noción de la sociología como ciencia de las instituciones y analiza las operaciones de nominación y clasificación, los ritos que legitiman lugares y posiciones para determinados agentes sociales.

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Siglo XXI / Serie Ciencias sociales

Pierre Bourdieu

Curso de Sociología General I

Conceptos fundamentales

(Cursos del Collège de France, 1981-1983)

Edición al cuidado de: Patrick Champagne, Julien Duval, Franck Poupeau y Marie-Christine Rivière

Edición en castellano: Alicia Beatriz Gutiérrez

Traducción: Ezequiel Martínez Kolodens

El pensamiento de Pierre Bourdieu no es una foto o una película de la realidad. Al contrario, busca descubrir cosas invisibles, las relaciones que no se dejan fotografiar, las estructuras ocultas, incorporadas al punto de presentarse como naturales.

En este Curso de Sociología General I. Conceptos fundamentales, Bourdieu expone qué es para él la sociología, cuál es su objetivo y qué significa ser sociólogo. Hay que volver, dice, a los conceptos fundamentales para transmitir en qué consiste el genuino trabajo del investigador e inculcar una forma original de pensar en lugar de un cuerpo de conocimiento establecido que empobrece o automatiza la investigación.

En un tono didáctico, valiéndose de referencias empíricas y de comentarios en no pocas ocasiones irónicos, Bourdieu no solo expone paso a paso y de un modo sistemático conceptos esenciales como «habitus», «campo» o «capital»; además, revisa la noción de la sociología como ciencia de las instituciones y analiza las operaciones de nominación y clasificación, los ritos que legitiman lugares y posiciones para determinados agentes sociales.

Pierre Bourdieu (1930-2002) ha sido uno de los intelectuales más influyentes de Francia durante la última mitad del siglo XX. La variedad de las temáticas que estudió y el intento de llevar a la práctica la construcción interdisciplinaria de diversos objetos de estudio evidencian su capacidad para hacer coincidir su producción intelectual con los problemas más relevantes de la sociedad y, en especial, de los sectores dominados.

Autor de una extensa obra y referencia tanto para las Humanidades como para las Ciencias Sociales, en Siglo XXI de España contamos con su El oficio de sociólogo. Presupuestos epistemológicos (junto a Jean-Claude Passeron y a Jean-Claude Chamboredon), Homo academicus y El sentido práctico.

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Sociologie Générale. Volume 1. Cours au Collège de France (1981-1983)

© Éditions Raisons d’Agir / Éditions du Seuil, 2015

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2020

para España

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1994-5

NOTA DE LOS EDITORES

Este libro retoma la publicación de los cursos dictados por Pierre Bourdieu en el Collège de France. Meses después de su última clase en esta institución en marzo de 2001, Bourdieu había publicado, con el título Ciencia de la ciencia y reflexividad[1], una versión resumida de su último año de docencia (2000-2001). Luego de su muerte, se publicaron dos libros –Sobre el Estado, en 2012, y Manet. Une révolution symbolique, en 2013–, que correspondían a las clases que había dictado en los periodos 1989-1992 y 1998-2000, respectivamente[2]. El presente volumen emprende la publicación del Curso de Sociología General, según el título que Bourdieu había conservado para sus cinco primeros años de enseñanza en el Collège. Agrupa los dos primeros años: ocho clases de aproximadamente una hora de duración dictadas entre abril y junio de 1982 y trece clases de alrededor de dos horas que fueron pronunciadas entre octubre de 1982 y enero de 1983. Un segundo volumen, que aparecerá más adelante, reunirá los tres años siguientes.

La edición de este Curso de Sociología General se efectuó conforme a las decisiones editoriales definidas durante la publicación del curso sobre el Estado, que apuntan a conciliar fidelidad y legibilidad[3]. El texto publicado corresponde a la transcripción de las clases tal cual fueron dadas, si bien el paso de lo oral a lo escrito estuvo acompañado por una ligera reformulación que se abocó a respetar las disposiciones que el propio Bourdieu aplicaba cuando revisaba sus conferencias y seminarios: correcciones estilísticas, pulido de las impurezas del discurso oral (repeticiones, muletillas, etc.). De manera excepcional, optamos por suprimir ciertos desarrollos, a veces porque resultaban demasiado improvisados, y en la mayoría de los casos, porque el estado de las grabaciones no permitía reconstruirlos de manera satisfactoria.

En términos generales, las palabras y tramos inaudibles o que se perdieron a causa de una interrupción momentánea de las grabaciones se señalan con […] cuando fue imposible restituirlos con certeza. La división en párrafos, los intertítulos y la puntuación son de los editores. Los «paréntesis» en los cuales Bourdieu se aleja de su análisis principal, se tratan de manera distinta según su longitud y la relación que tienen con lo que los rodea. Los más cortos figuran entre guiones. Cuando estos desarrollos adquieren cierta autonomía e implican una ruptura en el hilo de razonamiento, se anotan entre paréntesis y, cuando son demasiado largos, pueden ser objeto de un apartado. Las notas al pie de página son, en su mayoría, de tres tipos. Unas indican, cuando fue posible identificarlos, los textos a los que Bourdieu hace referencia ­explícita o implícita; cuando nos resultó útil, incorporamos breves citas de estos textos. Otras apuntan a indicar al lector los textos de Bourdieu que, anteriores o posteriores al curso, incluyen los desarrollos sobre los temas expuestos. Un último tipo de notas aporta los elementos de contextualización, por ejemplo, respecto de alusiones que podrían ser confusas para lectores contemporáneos o porque están enmarcadas en un contexto francés.

En anexo se incluyen los resúmenes de las clases, tal como fueron publicados en el Annuaire du Collège de France - Cours et Travaux.

* * *

Agradecemos a Bruno Auerbach, Donald Broady, Christophe Charle, ­Johan ­Heilbron, Thibaut Izard y Remi Lenoir su contribución durante la edición del presente volumen.

[1]Science de la science et réflexivité, París, Raisons d’Agir, 2001 [ed. cast.: El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad, Barcelona, Anagrama, 2003].

[2]Sur l’État. Cours au Collège de France 1989-1992, París, Seuil - Raisons d’Agir, 2012 [ed. cast.: Sobre el Estado. Cursos en el Collège de France (1989-1992), ­Barcelona, Anagrama, 2014]; Manet. Une révolution symbolique. Cours au Collège de France 1998-2000, suivis d’un manuscrit inachevé de Pierre et Marie-ClaireBourdieu, Seuil - Raisons d’Agir, 2013.

[3] Véase la nota de los editores en Sur l’État, op. cit., pp. 7-9.

Año 1981-1982

CLASE DEL 28 DE ABRIL DE 1982

Enseñar la investigación/Lógica de la investigación y lógica de la exposición/¿Qué es clasificar?/Clasificar a sujetos clasificantes/Divisiones construidas y divisiones reales/El insulto

Titulé el curso que dictaré este y los próximos años «Curso de Sociología General». Es un título muy pretensioso si nos concentramos en «sociología general» y muy modesto si ponemos el énfasis en «curso». La noción misma de curso, según creo que se define sociológicamente, siempre implica un coeficiente de modestia. Lo que intentaré hacer puede interpretarse como un curso sobre mis propios trabajos. Por supuesto, no soy el mejor posicionado para dictar un curso sobre lo que hago, porque a mi entender existe cierta antinomia entre la enseñanza y la investigación, entre la complejidad al menos subjetiva de la investigación y la simplificación impuesta por el género mismo de los cursos. Por ende, presentaré no un curso propiamente dicho, sino un curso en el sentido más modesto del término: si quisiera dar una definición más detallada del título que propuse, debería presentar una especie de axiomatización de mi propio trabajo, exponer la articulación entre los conceptos fundamentales y la estructura de las relaciones que los unen. A fin de cuentas, quise utilizar el pretexto del curso según su definición social para intentar hacer algo que no me atrevería a hacer en otras circunstancias, esto es, intentar presentar los lineamientos fundamentales de lo que intento hacer.

A lo largo de los próximos años, abordaré en forma sucesiva algunas nociones clave y analizaré su funcionamiento conceptual y su función técnica en la investigación: trataré la noción de campo, por un lado, situándola en relación con la noción de campo físico; por el otro, indagando en los vínculos entre el campo físico y el campo definido como campo de luchas. Luego examinaré los vínculos entre la noción de campo y la noción de habitus, lo que me llevará a examinar la cuestión de la motivación o de la determinación de las prácticas; más en detalle, intentaré exponer lo que, a mi entender, es la lógica de la acción, tal como se desprende de la articulación de las nociones de campo y habitus. Por último, intentaré mostrar las relaciones que se dan en las distintas especies de campo y las diferentes especies de capital. Si bien estos son nada más que encabezados de capítulos, quería que los tuviésemos presentes para contextualizar lo que haré en los cursos de este año: reflexionar sobre lo que me parece una condición previa para cualquier intento de teorización en ciencias sociales, es decir, la relación entre el sujeto científico y su objeto, y más precisamente la relación entre el sujeto científico como sujeto cognoscente y su objeto como conjunto de sujetos actuantes.

Para plantear estas cuestiones de una manera que no sea excesivamente teórica, querría retomar una operación fundamental de todas las ciencias sociales, la operación de clasificación. Las ciencias sociales, dadas las necesidades del análisis estadístico y de la comparación de los análisis estadísticos entre clases construidas, deben segmentar sus poblaciones, sus objetos, en clases. Querría entonces evaluar esta operación comparándola con el rol que cumple en las ciencias naturales –por ejemplo, la biología, la zoología o la botánica– e intentando determinar con más precisión el vínculo entre la clasificación que producen los expertos, las condiciones en las que la producen y las clasificaciones que realizan los agentes sociales durante su práctica.

ENSEÑAR LA INVESTIGACIÓN

Querría que el estar dictando una primera lección de prueba me autorizara a un intento de justificar por anticipado –a modo de captatio benevolentiae, como decían los oradores clásicos– mi manera de proceder. No sé si la manera en que intentaré desarrollar mi exposición es ordinaria o extraordinaria, pero es la única que me resulta posible. Luego de aclarar que un curso nunca es solo un curso y que intentaré que este lo sea en su menor medida, querría neutralizar el efecto de neutralización ejercido en forma casi inevitable por la enseñanza que, incluso cuando la llamamos «enseñanza de investigación», tiene algo de ficticio: trabajamos en el vacío, presentamos los resultados de una investigación en vez de comunicar maneras de investigar. No dejaré de respetar la regla de la diferenciación del auditorio, y otras, en parte debido a la estructura del espacio donde hablo. Pese a todo, en la medida de lo posible y dentro de los límites dejados a la libertad de los agentes sociales, querría hacer el intento de neutralizar estos efectos anticipándolos de dos maneras. Por un lado, intentaré que mi punto de partida sean las cosas en concreto, es decir, mi experiencia como investigador y de los trabajos que estoy realizando, o de las experiencias sociales a las que la mayoría de los participantes pueden acceder. Por el otro, contaré con la participación de los oyentes: estaré inevitablemente condenado al monólogo –es la lógica misma de esta situación–, pero me gustaría que se instaure una dinámica de diálogo, por ejemplo, en forma de preguntas que podrían hacerme en persona al final de la clase o por escrito al principio de la clase siguiente, para que, llegado el caso, pueda corregir impresiones, responder a objeciones o preguntas –o decir que no sé responderlas, lo que sin duda sucederá muy a menudo–. De ningún modo esta es una exhortación retórica; me gustaría mucho recibir –de los más tímidos, en papelitos, o del resto, en conversaciones al final de la clase– interpelaciones, como se suele decir.

Este interés por escapar todo lo posible a la lógica del curso conllevará una serie de consecuencias vinculadas a la retórica de mi discurso. El paradigma de la lección es la lección de agrégation, cuyo análisis sociológico ya realicé[1], y me gustaría evitarlo. Es un ejercicio que está hecho para ser totalmente imparable; quien lo pone en práctica está protegido de todos los ataques. Investigar es todo lo contrario, no es precavernos, sino exponernos con nuestros puntos débiles y debilidades; algo que define al progreso científico es precisamente el hecho de bajar la guardia: podemos recibir golpes. Dejar de lado la lección à la française implica cierto modo de expresión a veces dubitativo, titubeante que, en la retórica francesa, suele llamarse «denso», «largo», «pesado». Si hace falta, no dudaré en ser titubeante –no lo haré a propósito–. La enseñanza à la française, de tanto incentivar la prestancia, la elegancia, la distinción, la levedad, acostumbra a las personas a conformarse con estos discursos que tratan de modo superficial las verdades, en especial las verdades sociales, y que, sin molestia alguna, transmiten la idea de inteligencia en todos los sentidos del término: tanto el que produce estos discursos como el que los recibe tienen la impresión de ser inteligentes; uno y otro tienen la impresión de poseer una gran inteligencia, de que existe una gran comprensión mutua.

En el trabajo de investigación, tal como lo concibo, a menudo hace falta sentirse tonto, incapaz, incompetente, idiota (retomaré la palabra «idiota» que tiene una gran importancia social). La filosofía, la buena, enseña a ponerse en estado de disponibilidad total, en estado de ignorancia. Esto se expone y se dice muy bien en las disertaciones («sé que no sé»), pero se practica poco. En sociología, esta virtud de ignorancia, de «docta ignorancia», como decía Nicolás de Cusa[2], es especialmente importante para poder interrogar las cosas más banales, como lo haré hoy, por ejemplo, con la noción de derecho (¿qué es el derecho?, ¿qué quiere decir «tener derecho»?) y la noción de nombrar (¿qué quiere decir el «nombramiento»[3] en las frases que leemos día a día y que deberían llamarnos la atención, como «el presidente de la República nombró a uno de sus amigos en el Banco de Francia»). Esta pesadez, tan opuesta, según la oposición clásica y escolar, a la gracia (tal como la define la escuela), aparecerá en forma casi siempre deliberada y consciente, ya que tengo la autoridad para ejercerla, y mis oyentes deberán aceptarlo.

A lo largo de mi discurso, los resultados –que con toda sinceridad son, en distinto grado, provisorios– me resultan menos importantes que cierta manera de pensar. Invocaré el ejemplo del libro de Benveniste Vocabulario de las instituciones indoeuropeas[4], resultado de un curso de varios años en el Collège de France y que, a mi parecer, representa una ilustración de lo mejor que ha producido la institución. Este libro me resulta admirable no solo por los resultados que presenta, sino también por la manera de pensar que pone en práctica. Se lo puede leer de manera desordenada o empezando por el final, ya que el orden de la obra no coincide con el de los cursos; poco importa el orden, pero en cada uno de los fragmentos, descubrimos la aplicación del mismo modus operandi que, una vez adquirido por el lector, puede aplicarlo a objetos que Benveniste –desgraciadamente– no llegó a encarar, y continuar él mismo el libro.

A mi entender, la tarea de un curso ideal es poder transmitir lo que torpemente llamamos «método» (una palabra tan empleada que ya no sabemos lo que significa: no es un dogma, ni una tesis; hubo una época en la que los filósofos aportaban tesis, pero ese no es mi estilo). Mi objetivo es aportar modos o formas de pensar que pueden adquirirse sin que ni siquiera nos demos cuenta, por el hecho de verlos funcionar con sus fallas. Esto es lo que mi discurso tiene de estratégico: les pido que acepten de antemano las fallas del discurso e incluso que piensen que tal vez son intencionales, lo que probablemente no será verdad en todos los casos. Si hubiera querido hacer un discurso a la moda –porque se puede decir de todo sobre un modo desrealizante (iba a decir parisino)–, habría hecho un resumen sobre la noción de borrador. Les habría dicho: «Haré borradores, seré un borrador, etc.». Pero no haré ese resumen porque desrealizaría algo que es totalmente real.

Quisiera terminar este preámbulo con una última observación. Abordaré una operación fundamental de la investigación, la clasificación[5], y me basaré en ella para atacar de soslayo un problema fundamental en sociología, el de las clases sociales. Aquí nos encontramos con una contradicción pedagógica, pero para que funcione bien lo que quiero hacer, será necesario que ignoren por completo lo que tengo en mente (intentar solucionar con ustedes, ante ustedes, el problema de las clases sociales) y que al mismo tiempo conozcan mi segunda intención, que sepan lo que investigo. Querría entonces, a la vez, hacer olvidar y hacer saber.

Hay muchos cursos sobre las clases sociales y si algunos de ustedes se sienten decepcionados con lo que enseñaré, les indicaré bibliografía excelente al respecto. Lo que nos hace falta, desde mi punto de vista, es un trabajo que apunte a resolver el asunto, como a veces se dice en forma un poco arrogante, o al menos a replantearlo de manera tal que ya no sepamos todo lo que sabíamos al empezar. Si pudiese invocar otra sombra importante, sería la de Wittgenstein: necesitamos a este tipo de pensadores que nos hacen desaprender todo lo que sabemos o que creemos saber, y que nos hacen sentir, sobre un problema como el de las clases, que sabemos poco (muy poco) o nada, aunque cualquier sociólogo digno de este nombre sea capaz de realizar un curso magnífico sobre las clases sociales[6].

En este caso, habría que hacer una sociología de lo que significa, en la iniciación intelectual de todos los intelectuales, el paso obligado, más o menos largo, más o menos profundo, más o menos serio, más o menos dramático, por el marxismo. Habría que hacer un trabajo de sociología del conocimiento sobre la sensación que pudimos tener, a los veinte años, de saber lo que había que pensar sobre las clases sociales: esta experiencia colectiva, que casi todo el mundo comparte y que tiene el valor de una institución, dificulta mucho este trabajo, que debería ser banal y que consiste en retomar de cero el problema de las clases para preguntarse qué es clasificar. ¿Qué vínculo hay entre una clase social y una clase zoológica, botánica, etcétera?

LÓGICA DE LA INVESTIGACIÓN Y LÓGICA DE LA EXPOSICIÓN

En esta primera clase abordaré estas cuestiones, más o menos triviales, e intercalaré, aunque solo sea por una necesidad de persuasión y convicción, las más evidentes con las más sorprendentes. Así, hoy intentaré plantear preguntas, desde luego a sabiendas de que esta problemática está un poco trucada en la medida en que solo pude llegar a algunas de estas preguntas ex post, es decir, luego de haber reflexionado, analizado, etc. En efecto, una de las desventajas de la comunicación científica proviene del hecho de que solemos estar obligados, por las necesidades de la comunicación, a contar las cosas en un orden que no es el orden genético. Todos los epistemólogos afirmaron que la lógica de la investigación y la lógica de la exposición del discurso sobre la investigación son totalmente distintas, pero las necesidades de la lógica de la exposición se les imponen con tanto peso que, en su discurso, aquello que exponen sobre la investigación no se condice para nada con lo que realmente se hace en las investigaciones. Yo mismo, en trabajos de esta índole (El oficio de sociólogo)[7], pude distinguir, para atender las necesidades de la comunicación, distintas fases (por ejemplo: «Hay que conquistar al objeto, luego construirlo») que nunca existen bajo esa forma en la práctica. Asimismo, muy a menudo sucede que solo podemos formular con claridad los problemas a los que dimos respuesta luego de haberla encontrado: la respuesta ayuda a reformular la pregunta con más fuerza y a reactivar la discusión. Esta problemática constituye la ilustración perfecta de lo que decía antes: mi curso será una especie de compromiso entre la realidad de la investigación (puedo llegar a plantearme: «Entonces, al fin y al cabo, ¿qué es nombrar?, ¿qué es un nombramiento?») y las necesidades de la exposición que me conducirán a interpretar como una serie de problemas algo que no apareció en absoluto de este modo.

¿QUÉ ES CLASIFICAR?

Para exponer de manera simple la temática de la interrogación de hoy, las preguntas a las que intentaré responder son más o menos las siguientes: «¿Qué es clasificar? ¿Qué es clasificar cuando hablamos del mundo social?». El lógico puede responder en general a la pregunta sobre la clasificación, y la taxonomía biológica da una muy buena respuesta cuando se trata de la zoología o de la botánica, lo cual, por cierto, puede resultarnos muy útil a los sociólogos, ya que nos hace ver que, en ciencias sociales, el asunto no es tan simple[8]. En efecto, cuando se trata del mundo social, clasificar significa clasificar a sujetos que también clasifican[9]; significa clasificar «cosas» cuya propiedad es ser sujetos de clasificación. Por lo tanto, hay que interrogar las clasificaciones a las cuales están sujetos los sujetos sociales. ¿Se trata de clasificaciones botánicas o zoológicas, o de clasificaciones de otra índole? ¿Todos las clasificaciones tienen el mismo peso? (Verán de inmediato cómo una problemática construida ex post es ficticia porque contiene necesariamente la respuesta. Es muy difícil hacer una pregunta sin dar la respuesta, lo que demuestra que la pregunta no fue construida de esta manera, si no, por definición, no se investigaría, o hacerlo sería demasiado agradable).

La cuestión de la clasificación, tal como se plantea en sociología, nos obliga a preguntarnos quién clasifica en el mundo social. ¿Todo el mundo clasifica? ¿Clasificamos todo el tiempo? ¿Cómo clasificamos? ¿Clasificamos de la misma manera que el lógico, a partir de definiciones, de conceptos, etc.? Entonces, si todo el mundo clasifica, ¿todas las clasificaciones, y por lo tanto todos los clasificadores, tienen el mismo peso social? Para tomar ejemplos de contextos muy distintos, el administrador del Insee (Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos), que clasifica según una taxonomía experta o semiexperta, ¿tiene el mismo peso que el agente impositivo, que clasifica cuando dice: «Por encima de esta franja de ingresos, pagarán tanto»? ¿Las clasificaciones del sociólogo, que construye la categoría de los agentes con tales o cuales propiedades, se encuentran en el mismo plano que las clasificaciones del predicador, que distingue a los heréticos de los creyentes?

Interrogarse si todas los clasificaciones tienen la misma fuerza social conduce a una pregunta muy difícil: ¿todas las clasificaciones tienen la misma capacidad de autoverificarse? Los políticos, por ejemplo, tienen el poder de enunciar en el mundo social declaraciones dotadas de una fuerte pretensión de existencia, cargadas con una suerte de fuerza autovalidante. Las clasificaciones sociales pueden ir desde el enclasamiento totalmente gratuito (retomaré esto con el ejemplo del insulto), hasta clasificaciones que, como se dice, tienen fuerza de ley.

Ahora bien, ¿qué tienen en común la clasificación realizada por el sociólogo o por el historiador (creo que esto aplica a todas las ciencias sociales) y las realizadas por el botánico, por ejemplo? Diré cosas triviales sobre las clasificaciones botánicas, en un principio, porque no es mi oficio, y luego, porque no es el objeto de mi investigación. Solo las utilizaré, como dije antes, para mostrar lo específico de la clasificación sociológica. Los botánicos establecen clases a partir de criterios que pueden ser, según su propio vocabulario, más o menos naturales o artificiales. La botánica y la zoología distinguen dos grandes tipos, y esta es una distinción útil para los sociólogos: las clasificaciones artificiales, que ellos denominan «sistemas», y las clasificaciones naturales, que denominan «métodos».

Las clasificaciones que denominan artificiales toman como criterio un rasgo escogido más o menos arbitrariamente o de conformidad con una finalidad estipulada por decisión; el principio para la elección es la facilidad y la rapidez en la determinación de las especies. Como el ideal es clasificar muy rápido, toman un rasgo visible, propiedades aparentes, como el color de ojos… Si toman un criterio más específico, como el porcentaje de urea en sangre, la clasificación será mucho menos práctica.

Las clasificaciones naturales no se basan en un criterio más o menos arbitrario pero conveniente, sino en un conjunto de criterios. Adoptan como criterio todos los órganos considerados en su orden de importancia real para el organismo. Toman en cuenta varias características elementales: por ejemplo, la forma, la morfología, la estructura, la anatomía, el funcionamiento, la fisiología, la etología. Y las clasificaciones más naturales son los que logran tomar en cuenta las correlaciones entre los diferentes criterios considerados.

Así, a partir de este conjunto de criterios estrechamente correlacionados entre sí, se establecen clases que se denominarán «naturales» (la palabra «natural» es peligrosa y, en sociología, planteará problemas); estas clases se basan en la naturaleza de las cosas o, como se decía en la Edad Media, son cum fundamento in re («con fundamento en las cosas mismas»). Todos los elementos de una clase establecida de esta forma tendrán más semejanzas entre sí que con los elementos de cualquier otra clase, y una clasificación natural consistirá en una búsqueda de los conjuntos de características responsables de la mayor fracción posible de la variación observada. Por ende, uno de los problemas de los clasificadores es encontrar lo que ellos llaman las «características esenciales», vale decir, los rasgos distintivos más potentes, y que con eso las propiedades importantes sean en cierto modo todas deducibles de este grupo de criterios vinculados entre sí. Cierto tipo de taxonomía utiliza los métodos del análisis factorial y del análisis de correspondencias para intentar producir clasificaciones, manteniendo unido el universo de criterios que se consideran pertinentes y sus relaciones entre sí. Esta explicación podrá resultarle totalmente somera a los entendidos en el tema, pero me parece suficiente para explicar la comparación con las ciencias sociales.

CLASIFICAR A SUJETOS CLASIFICANTES

En cierto modo, podríamos retomar todo lo que dijimos y atribuírselo a la sociología. El sociólogo, como el botánico, está en búsqueda de criterios correlacionados entre sí, de modo tal que, a partir de un número suficiente de criterios, busca apropiárselos y así reproducir el universo de las diferencias constatadas. Esto es, por ejemplo, lo que intento hacer en La distinción con la noción de clase construida[10], que engloba un sistema de criterios: las características económicas, sociales, culturales, el sexo; a partir de un sistema finito de criterios vinculados entre sí, que intenté definir de la manera más simple posible (los criterios que no aportaban información adicional respecto del sistema de criterios escogido fueron descartados), debemos poder exponer, en forma completa y económica, las razones de todas las diferencias pertinentes de las que haya que dar cuenta. Hasta aquí, no hay ninguna diferencia.

Considero que la verdadera diferencia reside en que, entre los criterios que puede utilizar para elaborar su sistema de criterios y su taxonomía, su división en clases, el sociólogo se encuentra con dos categorías de criterios. Doy un ejemplo: estoy trabajando sobre los profesores de la Universidad de París[11], me baso en criterios como la edad, el sexo, el establecimiento donde enseñan, el hecho de tener o no la agrégation[12], de pertenecer a algún sindicato, de escribir libros didácticos como los de «Que sais-je?», de publicar en Klincksieck o en Belles Lettres, etc.[13]. Cuando tomo estos criterios como objetos y ya no como instrumentos para segmentar la realidad, descubro una gran diferencia entre ellos: por ejemplo, agrégés/no agrégés corresponde a ciertos grupos. Algunos criterios se constituyen en la realidad (la palabra «constituir» es importante, hay «constitución» en ella), son constitutivos de la realidad, la segmentan y hay personas que están vinculadas con la existencia de este recorte: hay un presidente de la Sociedad de Agrégés que es un plenipotenciario y que podrá hablar por el conjunto de agrégés. De modo contrario, antes del movimiento feminista, la segmentación masculino/femenino era aquella que planteaba menos problemas a los estadistas aunque, si reflexionamos al respecto, notaremos un continuum y veremos que la diferencia entre sexos está recortada en forma arbitraria por la sociedad; para ceñirse específicamente a las estructuras reales, haría falta distinciones mucho más sutiles. Otro ejemplo, las franjas etarias, de las cuales, por lo general, los estadistas nunca se cansan. (Una cuestión interesante para estudiar es la correlación entre las posiciones sociales de los clasificadores y las características sociales de su clasificación. Las clasificaciones burocráticas, como las que usa el Insee, plantean pocos problemas a aquellos que las producen, pero muchos a aquellos que reflexionan al respecto. Alphonse Allais se burlaba de que los niños menores de 3 años tienen descuento para viajar en tren, pero si su edad es mayor, ya no lo tienen, y se preguntaba qué pasaría si un padre de familia viaja el día del cumpleaños de su hijo: ¿el padre tiene que hacer sonar la alarma para declarar que su hijo superó los 3 años y pedir pagar un adicional?[14]. Los humoristas son los aliados de los sociólogos porque hacen preguntas que la rutina diaria nos hace olvidar). En todos estos casos en que hay un continuo, las taxonomías y las clasificaciones jurídicas recortan: mayor/menor, masculino/femenino. El derecho segmenta, secciona dentro de un continuo.

DIVISIONES CONSTRUIDAS Y DIVISIONES REALES

Cuando el sociólogo no se plantea la pregunta del estatus de realidad de las clasificaciones que emplea, del estatus jurídico de los criterios que emplea, está mezclando constantemente dos tipos de clases. A mi entender, la mayoría de las «tipologías» en sociología son resultado de una mezcla que me resulta monstruosa desde un punto de vista epistemológico. Por ejemplo, recuerdo un trabajo sobre los universitarios que mezclaba oposiciones formales como cosmopolita/local y oposiciones fundamentadas en la realidad y vinculadas a divisiones reales (como jet sociologist, sobre la base de una oposición entre «profesor itinerante» y «profesor que no se desplaza»)[15]. Dicho de otro modo, las tipologías suelen mezclar divisiones construidas y divisiones tomadas de la realidad. Recuerdo que en la época de las primeras imitaciones estadounidenses de la antropología estructural, Lévi-Strauss comentó el artículo de un etnólogo que ponía en el mismo plano las oposiciones tomadas de la realidad de la mitología o de los rituales (lo seco/lo húmedo, etc.) y oposiciones muy complejas (que me costaría repetir… por ejemplo, pureza/impureza), que pertenecen a un nivel de construcción y de elaboración muy distinto. En sociología, no plantear el problema del estatus «ontológico» de las clasificaciones que empleamos conduce a meter en la misma bolsa principios de división que no tienen en absoluto el mismo estatus de realidad.

Para retomar la comparación con la clasificación biológica, diré que la sociología se encuentra con «cosas», que pueden ser individuos o instituciones, y que ya están clasificadas. Por ejemplo, para clasificar a los profesores de enseñanza superior por institución, podrán encontrar la categoría «universidades» y la categoría «grands établissements». Por lo general uno de los instrumentos para apropiarse de estas clasificaciones consiste en rastrear su historia: ¿cuándo aparecieron o cuándo se inventaron? ¿Fue una invención burocrática o tecnológica reciente? ¿Corresponden a historias distintas? Se trate de personas o bien de instituciones, los objetos de los sociólogos se presentan entonces ya clasificados. Llevan nombres, títulos que constituyen indicadores de pertenencia a clases y que nos indican qué es clasificar en la vida cotidiana. Si aquello con lo que el sociólogo se encuentra se presenta como ya clasificado, es porque está tratando con sujetos clasificantes.

En la vida diaria, una institución (o un individuo) nunca se presenta como una cosa –nunca se presenta en sí misma y por sí misma–, sino dotada de cualidades, ya está cualificada. Por ejemplo, una persona que actúa, como suele decirse, «en calidad de» (volveré a hablar de esta expresión ya que, a mi parecer, contiene una filosofía social muy profunda) titular de cátedra, sacerdote, funcionario, se presenta dotada de propiedades sociales y de cualidades sociales que pueden identificarse mediante signos de todo tipo, signos de los cuales el agente social considerado es portador, como la ropa, las insignias, las decoraciones, los galones, etc. Estos signos o estas insignias también pueden estar incorporados y por eso se vuelven casi invisibles como la distinción, la elocuencia, la elegancia verbal, la pronunciación legítima… Esto tiene extrema importancia: las propiedades incorporadas son casi invisibles, casi naturales (es allí donde veríamos la clasificación natural). Funcionan como base de la previsibilidad social. Anticipo un poco las respuestas, aunque solo querría hacer preguntas, pero resulta evidente que la vida social es posible únicamente porque no dejamos de enclasar, vale decir, de realizar hipótesis sobre la clase (no solo en sentido social), en que enclasamos a la persona con la cual estamos tratando. Como suele decirse, «hay que saber con quién tratamos». Estas propiedades pueden ser aún más invisibles y [situarse] por fuera del portador: pueden estar en la situación o en la relación entre las dos personas en presencia, como los signos de respeto. En la palabra «respeto» hay percepción y las propiedades que sustentan la clasificación son propiedades que se imponen al mirar, que imponen cierta mirada y, al mismo tiempo, el comportamiento adecuado.

En la vida diaria, los agentes clasifican. Hay que clasificar para vivir, y para parodiar la frase de Bergson: «Es la hierba en general lo que atrae al herbívoro»[16], podemos decir que es al otro en general a quien frecuenta el sujeto social. Dicho de otro modo, tratamos con personas sociales, es decir, personas nombradas (habría que interpretar la palabra «nombrar» en su sentido fuerte, en el sentido de «el presidente de la República nombró»), designadas por un nombre, constituidas por un nombre que, no solo las designa, sino que también las hace ser lo que son. Retomaré este punto.

Para ayudar a entender esto, utilizaré la analogía muy reveladora de la atribución. En la expresión «juicio de atribución», la palabra «atribución» tiene un sentido muy preciso en la tradición de la historia del arte: el hecho de dar un nombre a un cuadro, a un autor. Todos sabemos que según el autor que asignamos a una obra, la percepción de la obra cambia y también su apreciación no solo subjetiva, sino también objetiva, y objetivamente cuantificable por el precio en el mercado. Los amateurs o los profesionales, que tienen el poder de modificar la atribución de una pintura holandesa de tercer rango, gozan de un poder de clasificación eminente con efectos sociales muy importantes. Ciertas clasificaciones que se realizan en el mundo social son del mismo tipo. Por ejemplo, los nombramientos de funcionarios que lleva a cabo el Consejo de Ministros son actos ejecutivos con fuerza de ley y generan toda clase de consecuencias palpables: marcas de respeto, salarios, jubilaciones, retenciones, tratamientos, etc., todo tipo de tratamientos sociales, en el sentido más amplio del término. Por lo tanto, las clasificaciones a las que nos enfrentamos en el mundo social, las cualidades con que el sociólogo se encuentra en estado de bienes constituidos, son denominaciones que producen, en cierto modo, las propiedades de la cosa nombrada y le confieren su estatus.

EL INSULTO

Para explicar con más detalle este primer tema, querría traer brevemente a la memoria un artículo que acaba de ser republicado en un libro de Nicolas Ruwet, Grammaire des insultes et autres études[17]. Al fin y al cabo, volveré a plantear las mismas preguntas a partir de un terreno distinto (con la intención secundaria de mostrar hasta qué punto las fronteras entre las disciplinas suelen ser ficticias; lo que diré esclarecerá la vacuidad de ciertas divisiones, por las que las personas están dispuestas a dar la vida, entre la sociología, la pragmática, la sociología de la lengua, la lingüística…).

En este artículo, Nicolas Ruwet responde a un texto de Milner, que se ocupa de los insultos[18] y a lo que él denomina «nombres de cualidad». Estos nombres de cualidad son lo que la lógica aristotélica habría típicamente llamado «categoremas». «Categorema» viene de kategoreisthai (κατηγορεῖσθαι), cuyo sentido etimológico es «acusar públicamente»[19]: estamos entonces de lleno en el insulto. Una categoría, un categorema, es una acusación pública. La palabra «público» es fundamental: quiere decir «sin vergüenza», «que se atreve a nombrarse», en oposición a las denuncias embarazosas que no se atreven a proclamar. Por ende, el categorema es una acusación pública que corre el riesgo de ser reconocida o rechazada. Ruwet señala al pasar que cuando le digo a alguien que es un «idiota», solo me implico a mí mismo, mientras que cuando le digo a alguien «profesor», no me expongo a grandes riesgos (es verdad que si un intelectual de izquierda dice «No eres más que un profesor», puede convertirse en un insulto). Por ende, los «nombres de cualidad» se distinguen semánticamente de los nombres comunes –como «gendarmes» o «profesores»–, ya que no son clasificantes. Ruwet escribe un poco más adelante que «profesores» y «gendarmes» tienen una «“referencia virtual” que los constituye», remiten a «una clase “cuyos miembros [se] reconocen por caracteres objetivos en común”»[20].

Para no demorarme en esto: hay un consenso sobre el census [la categoría de «censo»]; todo el mundo estará de acuerdo en pensar que un gendarme es un gendarme, mientras que no todos estarán de acuerdo en pensar que aquel a quien yo llamo idiota es un idiota, excepto –y el lingüista se olvida de esto– si tengo la autoridad para decir que los otros son idiotas, si soy un profesor, por ejemplo [risas], en cuyo caso habrá consecuencias sociales evidentes. (Dije «profesor» por pura maldad mía, pero podría haber dicho «psiquiatra», y sería mucho peor…). Ruwet refuta la distinción de Milner entre los «nombres de cualidad» y, digamos, los nombres de profesión. Señala que no es una diferencia léxica y que, en el nivel semántico, podríamos prescindir de los análisis de Milner. Abandono el debate lingüístico, pero conservo el problema planteado ya que me parece fundamental. El famoso texto de Austin sobre los enunciados performativos fue muy importante para mí[21]. Me despertó un poco del sueño [dogmático] en el que vivimos como sociólogos porque, como todos los objetos sociales, estamos acostumbrados a las palabras. Ya no nos sorprende lo que la rutina del uso común de las palabras nos impone.

Tal como Austin restituyó en toda su magnitud la interrogación sobre el discurso que pretende realizar acciones (del cual el insulto es un caso particular), el debate entre Milner y Ruwet tiene el mérito de despertar al sociólogo que podría olvidar que, a fin de cuentas, las clases a las que se enfrenta son categoremas entre los cuales existe el insulto. Este es un problema frecuente del análisis sociológico. Por ejemplo, cuando se ve obligado a emplear ciertos categoremas insultantes de la vida cotidiana, el sociólogo usa comillas (como hace Le Monde al publicar declaraciones que pueden ser consideradas ofensivas). Cuando el sociólogo se encuentra con el insulto como categorema que solo implica a su autor, un categorema sin autoridad, no autorizado, toma distancia poniendo comillas; pero a «profesor» no se las pondrá, ya que sabe que tiene el orden social de su lado.

Cito a Milner: «No existe la clase: “idiota”, “imbécil”, etc., cuyos miembros pueden reconocerse por caracteres objetivos en común; la única propiedad común que puede atribuírseles es que se profiere contra ellos, en una enunciación particular, el insulto en consideración»[22]. Son enunciados performativos, performativos del insulto. Lo que resulta muy interesante es que la palabra «idiota» forma parte de la lógica en cuestión: «idiota» viene de idios, ἴδιος, que significa «singular». El idiota es el que profiere un insulto contra quien sea, contra lo que sea, sin autoridad para hacerlo. Es el que se expone a estar encerrado en la idiosincrasia, en la soledad absoluta de quien no tiene nadie que lo respalde. Es lo contrario a un enunciado performativo logrado, el cual, por su parte, se pronuncia en condiciones en las que el que lo enuncia está autorizado a pronunciarlo, y tiene, por esto, todas las posibilidades de que su enunciado pase a los hechos. Dicho de otro modo, las clasificaciones que profiere el insultador pueden invertirse. Es la réplica común al insulto: «Usted también lo es». Se invierte contra el idiota: «¡El que lo dice lo es!», como dicen los niños. En otras palabras, hay clasificaciones que solo implican a su autor y que, en cierto modo, corren por cuenta de él. Si este autor es un autor profético que posee una auctoritas, autora de su autoridad, su clasificación podrá imponerse, pero, más allá de este tipo de casos, un acto de imposición de sentido, si solo se encuentra autorizado por el sujeto singular que lo profiere, está condenado a resultar idiota.

En el próximo encuentro intentaré explicar cómo la lógica del insulto y la lógica de la clasificación científica representan los dos polos extremos de lo que puede ser una clasificación en el universo social.

[1] Véase la lección inaugural de Pierre Bourdieu en el Collège de France titulada Leçon sur la leçon, París, Minuit, 1982 [ed. cast.: Lección sobre la lección, Barcelona, Anagrama, 2002]. A partir de 1967, Bourdieu evocaba los «ejercicios de agrégation», en especial en «Systèmes d’enseignement et systèmes de pensée», Revue Internationale des Sciences Sociales, vol. 19, n.o 3, 1967, pp. 367-388 [ed. cast.: «Sistemas de enseñanza y sistemas de pensamiento», Revista Internacional de Ciencias Sociales, vol. 19, n.o 3, 1967]. Sobre el rol de la agrégation en el sistema escolar francés, véase La reproduction, París, Minuit, 1970, en especial pp. 181-184 [ed. cast.: La reproducción, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018]. Luego Bourdieu desarrollará su análisis de la enseñanza à la française en las clases preparatorias para las grandes écoles, en La noblesse d’État, París, Minuit, 1989, sobre todo en pp. 7-181. [ed. cast.: La nobleza de Estado, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013].

[2] Nicolas de Cues [Nicolás de Cusa], La docte ignorance [1440], París, Flammarion, «Garnier Flammarion», 2013 [ed. cast.: Acerca de la docta ignorancia, Buenos Aires, Biblos, 2003].

[3] Si bien las formas esperables en Bourdieu son «nominación» y «nominar», en distintos contextos resulta necesario alternar esa versión con «nombrar» y «nombramiento» [N. delEd.].

[4] Bourdieu publicó este libro en su colección «Le sens commun»: Émile Benveniste, Le vocabulaire des institutions indo-européennes, t. I: Économie, parenté, société; t. II: Pouvoir, droit, religion, resúmenes, cuadro e índice por Jean Lallot, París, Minuit, 1969 [ed. cast. en un vol.: Vocabulario de las institucionesindoeuropeas, Madrid, Taurus, 1983].

[5] Los términos franceses classement y classer suelen significar «clasificación» y «clasificar». A lo largo de este libro, y en consonancia con otros trabajos de P. Bourdieu traducidos al español, respetamos estas acepciones cuando se trata de referencias generales al acto de establecer clases sobre la base de ciertos criterios. En cambio, optamos por «enclasamiento» y «enclasar» cuando se trata de ubicar a agentes y prácticas en esas clases [N. delEd.].

[6] Véanse, por ejemplo, los cursos de Georges Gurvitch, Études sur les classes sociales, París, Gonthier, 1966 [ed. cast.: Teoría de las clases sociales, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1971]; Raymond Aron, La lutte des classes, París, Gallimard, «Idées», 1964 [ed. cast.: La lucha de clases, Barcelona, Seix Barral, 1966].

[7] Pierre Bourdieu, Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron, Le métier de sociologue, París, Mouton - Bordas, 1968 [ed. cast.: El oficio de sociólogo. Presupuestos epistemológicos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008].

[8] Sobre la cuestión de la clasificación y el enclasamiento, véase P. Bourdieu, La distinction. Critique sociale du jugement, París, Minuit, 1979, en especial pp. 543-564 [ed. cast.: La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1988 (2.a ed., México, Taurus, 2002)]. La comparación entre biología o zoología y ciencias sociales no se plantea en La distinction, sino en «Espace social et genèse des classes», Actes de la Recherche en Sciences Sociales, n.o 52-53, 1984, pp. 4-5 [ed. cast.: «Espacio social y génesis de las clases», Espacios, n.o 2, 1985, pp. 24-35]. La pregunta «¿Qué es clasificar?» se encara en el n.o 50 (noviembre de 1983) de Actes de la Recherche en Sciences Sociales.

[9] Aquí reconocemos uno de los ejes del trabajo de Pierre Bourdieu en La distinción, cuando afirma que «el gusto clasifica y clasifica a quien clasifica».

[10] Sobre la noción de clase construida, véase P. Bourdieu, La distinction,op. cit., en especial pp. 117-121.

[11] La investigación a la cual se refiere P. Bourdieu se publicará en Homo academicus, París, Minuit, 1984 (sobre las cuestiones aquí tratadas, véanse en especial pp. 17-33) [ed. cast.: Homo academicus, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012].

[12] La agrégation es un concurso que habilita para ejercer la docencia en escuelas secundarias o en la universidad. Quien lo aprueba es agrégé o agrégée y está en condiciones de enseñar en escuelas más codiciadas [N. del T.].

[13] La primera es una tradicional colección de divulgación publicada por el sello PUF. Las dos últimas son editoriales con prestigio académico y tradición de publicaciones filológicas de excelencia [N. del Ed.].

[14] Véase Alphonse Allais, «Un honnête homme dans toute la force du mot», en Deux et deux font cinq, París, Paul Ollendorf, 1895, pp. 69-72.

[15] Véase Alvin W. Gouldner, «Cosmopolitan and locals. Toward an analysis of latent social rules», Administrative Science Quarterly, n.o 2, diciembre de 1957, pp. 281-307; véase también P. Bourdieu, Homo academicus,op. cit., pp. 23-24.

[16] Henri Bergson, Matière et mémoire, París, Alcan, 1903, p. 173 [ed. cast.: Materia y memoria. Ensayo sobre la relación del cuerpo con el espíritu, Buenos Aires, Cactus, 2006]. Sobre esta fórmula, véase también Claude Lévi-Strauss, La pensée sauvage, París, Plon, 1962, p. 180 [ed. cast.: El pensamiento salvaje, México, FCE, 1964].

[17] Véase Nicolas Ruwet, «Grammaire des insultes», en Grammaire des insultes et autres études, París, Seuil, 1982, pp. 239-314 (primera publicación: «Les noms de qualité en français. Pour une analyse interprétative», en C. Rohrer [dir.], Actes du Colloque Franco-Allemand de la Linguistique Théorique, Tubinga, Niemeyer, 1977, pp. 1-65).

[18] Jean-Claude Milner, «Quelques opérations de détermination en français. Syntaxe et interprétation», tesis de doctorado de Estado, Université de Paris VII, 1975. P. Bourdieu retoma el análisis del insulto más brevemente en Ce que parler veut dire. L’économie des échanges linguistiques, París, Fayard, 1982, especialmente en pp. 71-72, 100 [ed. cast.: ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Tres Cantos (Madrid), Akal, 1985]; reed.: Langage et pouvoir symbolique, París, Seuil, «Points Essais», 2001, pp. 107, 111, 128, 156, 180, 307, 312.

[19] Véanse precisiones al respecto en la clase siguiente.

[20] La cita exacta (de N. Ruwet en «Grammaire des insultes», op.cit., p. 244) es: «Los primeros tendrían una “referencia virtual” que los constituye, de la cual los segundos estarían desprovistos. La referencia virtual profesor, gendarme, etc., define una clase “cuyos miembros [se] reconocen por caracteres objetivos en común” (Milner, 1975, p. 368)».

[21] John L. Austin, Quand dire, c’est faire [1962], trad. fr. de Gilles Lane, París, Seuil, 1970 [ed. cast.: Cómo hacer cosas con palabras. Palabras y acciones, Barcelona, Paidós Ibérica, 1982]; reed. «Points Essais», 1991. P. Bourdieu habla de las tesis de Austin en Ce que parler veut dire,op. cit.; reed.: Langage et pouvoir symbolique,op. cit., pp. 108-110 y 161-169.

[22] J.-C. Milner, «Quelques opérations de détermination en français. Syntaxe et interprétation», op. cit., p. 368; reprod. en N. Ruwet, «Grammaire des insultes», op.cit., p. 244.

CLASE DEL 5 DE MAYO DE 1982

El acto de institución/El insulto, una conducta mágica/La codificación de los individuos/Segmentar la realidad/El ejemplo de las categorías socioprofesionales

En su argumentación, Nicolas Ruwet señala que aceptar la distinción propuesta por Milner entre los nombres de cualidad y los nombres comunes a fin de cuentas implicaría ignorar aquello que la semántica podría aportar al problema. Asimismo, oponiéndose a Milner, indica que la distinción entre los clasificantes como «profesor» o «gendarme» y los no-clasificantes, se basa sobre ejemplos extremos. Así, Ruwet cuestiona a Milner por recurrir a polos extremos de un continuum en el que se ubicarían, en un extremo, «profesor» y «gendarme», es decir los nombres de profesiones, y, en el otro, los insultos caracterizados como «idiota» o «imbécil». Como vemos, Milner insiste en que «idiota» o «imbécil» no remiten a clases claramente definidas sobre las que un conjunto aleatorio de locutores podría ponerse de acuerdo; de la misma manera, el usuario de un insulto se encuentra en cierta medida expuesto y se presenta como único garante de su clasificación. Dicho de otro modo, el insultador es un clasificador que toma riesgos extremos.

No profundizaré, suponiendo que fuera capaz de hacerlo, en el problema del insulto. Lo que me interesa en este ejemplo es que recuerda algo que los sociólogos y otros suelen olvidar: los problemas de clasificación no son necesaria y exclusivamente problemas de conocimiento. El insulto es, por excelencia, una de las clasificaciones prácticas en las que el clasificador pone en juego todo lo que es, todo lo que sabe de sí mismo; corre riesgos sin sentir que está realizando un acto de conocimiento. Este tipo de observación in vitro es importante porque es lo opuesto a las observaciones que suelen producir los sociólogos cuando, por ejemplo, piden a sus encuestados que actúen como clasificadores. Me habría gustado traerles cuestionarios preparados por sociólogos licenciados, homologados, que piden a su objeto, es decir, a los encuestados, que se enclasen (es una pena, a veces desechamos cosas que pensamos que no son útiles cuando en realidad son de gran utilidad como documentos). En cierto modo, el sociólogo aplica su estatus de profesor del mundo social para pedir […] al objeto del análisis científico que se enclase a sí mismo: «¿A qué clase considera usted que pertenece?», «Para usted, ¿cuántas clases existen?», «Si dividimos la sociedad en cinco clases, ¿en cuál se situaría?», «¿Considera que pertenece a la clase media?». En este caso, lo que las personas responden no revela gran cosa: para librarse de una pregunta idiota, se da una respuesta en la que justamente se reducen las posibilidades de ser un idiota –ya que una información importante para aquellos que, en este caso, son sociólogos es que los encuestados tienen mil maneras de decirle al sociólogo que es un idiota, por lo general con mucha cordialidad y de manera muy atenuada.

El problema del insulto da a pensar que la operación de clasificación, en la vida cotidiana, es una operación práctica, vale decir, una operación que implica propósitos, que implica a aquel que asume esos propósitos. Es una operación arriesgada en la que el que emite su juicio se expone a ser juzgado; el ejemplo que di antes con la respuesta de los niños –«¡El que lo dice lo es!»– demuestra que existe una verdadera retórica del insulto. Esta suerte de lucha simbólica, de la cual el insulto es un momento, nos recuerda que los problemas de enclasamiento no son solo lo que hacen con ellos los expertos, los investigadores, para quienes los problemas de clasificación son problemas intelectuales, problemas de juicio (y pienso que no debemos olvidarnos de esto).

EL ACTO DE INSTITUCIÓN

Me extiendo un poco más, y por lo demás me valgo de una nota de Ruwet: «Según Milner, “Eres un imbécil no es, por más que lo parezca, lo mismo que Eres un profesor. […] Por su enunciación misma, esta primera frase, a diferencia de la segunda, tiene efectos pragmáticos necesarios: es un insulto”. De allí se entiende el vínculo con los performativos [que establece Milner]. Pero observemos, considerando las situaciones (más bien excepcionales) en las que una frase como Eres un profesor fuera natural, que esta frase también tendría un alcance “performativo”, aunque no necesariamente insultante –por ejemplo, podría significar algo como Te nombro profesor–»[1]. Esta nota fundamentaría lo que yo diría si tuviera que formular una teoría del insulto (me resulta interesante observar que el lingüista señala en una nota, al paso, aquello que a mí me resulta fundamental: esto describe bastante bien los vínculos entre disciplinas vecinas, los vínculos entre puntos de vista que se ignoran casi por completo).

Esta observación me parece importante porque la frase «Eres un imbécil» puede tener un estatus equivalente a «Eres un profesor», pero siempre y cuando «Eres un profesor» sea empleado en un caso muy particular. De hecho, no lo tutearíamos. Para nombrar a alguien profesor, diríamos: «Usted es nombrado profesor», entregándole un pergamino, como en algunas universidades estadounidenses en las que, durante un rito codificado, se hace entrega de un título que da derecho al solicitante a ejercer la función de profesor. Si decimos «Eres un profesor» en un acto de nominación, llevamos a cabo un acto de institución. La observación de Ruwet, si la tomamos al pie de la letra, indica que el insulto («No eres más que un idiota») y la nominación («Eres un profesor») son dos elementos de la misma clase: la clase de actos de nominación que denominaré «clase de actos de institución», es decir, actos mediante los cuales significamos algo a alguien, dejando por sentado que la palabra «significar» se interpreta a la vez en el sentido de la teoría lingüística, como sinónimo de acto de comunicación («significo esto o lo otro» por el hecho de hacer gestos), y en el sentido según el cual «le significo algo» quiere decir «le ordeno», «le exijo» ser lo que le digo que usted es. Pienso que esta es una definición correcta de enunciado performativo. (No me demoraré en distinciones sutiles sobre los diferentes sentidos de la palabra «performativo», por ahora me atengo al sentido original que Austin le daba, cuando aún tenía control sobre ella y no había quedado sujeta al análisis quisquilloso de los lingüistas. Lo aclaro para aquellos que puedan considerar mis análisis provisorios demasiado simples). Entonces, el insulto y la nominación pertenecerían a la misma clase de actos que podemos llamar de «institución», positivos o negativos. El acto de institución positivo consiste, por ejemplo, en designar a alguien basándose en que es digno de ocupar una posición. El acto de institución negativo (sería mejor decir: de destitución o de degradación) consiste en quitarle a alguien la dignidad que se le había otorgado. Por ende, la injuria o el insulto podrían ser una subclase de esta clase de actos de destitución, la cual sería a la vez una subclase de los actos de institución positivos o negativos en sentido amplio.

Uno de los problemas que querría plantear con estos ejemplos es el de saber qué son estos actos mediante los cuales un individuo o un grupo, o más a menudo un individuo mandatario [mandaté] de un grupo, instituye a otro individuo o a una cosa como consagrada, como nominada. Como ustedes ya verán, esta cuestión tan general es muy importante en relación con el problema del enclasamiento, porque el sociólogo, durante el análisis de su objeto, se enfrenta constantemente con individuos instituidos, enclasados. La dificultad de la sociología –lo dije el otro día– reside en que los agentes sociales a los que se enfrenta el sociólogo ya están enclasados y él debe saber que se está enfrentando a personas enclasadas. Más adelante verán que esto tendrá consecuencias importantes.

Si bien el insulto pertenece a la clase de enunciados performativos interpretados como un rito de institución –con el primer Austin, lo repito–, dentro de esta clase de ritos de institución la injuria ocupa una posición particular. Una observación de Ruwet indica que él ya notó esto, aunque no haga sociología (pienso que sí hace sociología, aunque no lo sepa; ahora bien, es mejor saberlo cuando se realizan análisis lingüísticos o, sobre todo, pragmáticos): señala que el insulto tiene la particularidad de exponer a aquel que [lo profiere]. Aquel que [lo profiere] corre un riesgo. Por lo tanto, el insulto posee una particularidad dentro de la clase de ritos de degradación, que fueron descritos por un etnometodólogo estadounidense, Garfinkel, en un artículo en el que analiza el rito para retirarle las charreteras a un oficial[2]. El rito de degradación oficial solo puede realizarlo un personaje oficial. Podemos decir que, para degradar, hay que ser general, hay que tener un grado, mientras que, para insultar a un conductor en la calle, podemos ser un simple ἴδιος, un simple particular. Al decir «Eres un idiota», digo que soy un particular, me expongo. Por ende, la injuria o el insulto [remiten a] un rito privado, idios (ἴδιος), un rito especial, un rito que solo implica a su autor –la etnología conoce muy bien este género de ritos: los ritos de magia amorosa que son clandestinos, ocultos, realizados de noche, en general por mujeres, en sociedades en las que la división del trabajo entre sexos les deja a ellas el peor rol, como suele suceder–. Y estos ritos privados se oponen a los ritos públicos, oficiales, realizados por todo el grupo, en todo caso, en presencia de todo el grupo, y por un individuo mandatario del grupo, es decir, alguien que está autorizado a hablar por el grupo, que tiene autoridad para realizar, en nombre del grupo, un acto de degradación.

El otro día mencioné la etimología de la palabra «categoría», retomada por Heidegger: categoría viene de kategoreisthai, que significa «acusar públicamente» y esto nos hace pensar en nuestro acusador público[3].

El acusador público es alguien que enclasa y que dice: «Usted está condenado a tantos años», «Usted está relegado», etc., y su enclasamiento posee fuerza de ley. El que es enclasado por un acusador público, mandatario de todo el grupo y que emite su veredicto ante todo el grupo, en nombre del grupo, no necesita discutir. Está estigmatizado objetivamente, mientras que el que es enclasado por un simple particular que transmite su mal humor, puede reaccionar.

Vemos entonces que detrás del problema de la clasificación está el problema fundamental de la autoridad asumida por aquel que enclasa en el enclasamiento. El análisis del insulto permite identificar ciertas cuestiones: las clasificaciones pueden ser prácticas; podemos realizar actos de clasificación en la práctica más ínfima, más cotidiana, más banal. Debemos interrogarnos sobre la relación que mantienen con los actos de clasificación que realiza el experto; estos actos de clasificación plantean la cuestión de la autoridad mediante la cual se autorizan, y, a su vez, hacen que el sociólogo se plantee la cuestión de la autoridad mediante la cual se autorizan estas clasificaciones. Dicho de otro modo, cuando planteamos la cuestión de la clasificación, debemos saber que se está poniendo en juego una cuestión de autoridad. Esto es lo que recalca el ejemplo del insulto.

Podemos profundizar un poco más en el análisis de la injuria o del insulto (no es mi objeto, pero sería interesante ver si las dos palabras son perfectamente sinónimas…). La injuria, en esta lógica, aparece como una tentativa o una pretensión –Ducrot, respecto del enunciado performativo, habla de pretensión a ejercer una autoridad–[4]. La palabra «pretensión» es interesante porque tiene connotaciones psicológicas. La injuria aparece entonces como una tentativa o una pretensión para destituir –lo contrario a instituir–, para descalificar, para desacreditar (una palabra importante en la que hay «creencia»: desacreditar es quitarle a alguien lo que la creencia común le concede), mediante un acto mágico (retomaré el concepto de mágico