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Desde su estreno, en 1897 en París, el éxito de "Cyrano de Bergerac" no ha hecho sino crecer, y se ha convertido en una de las obras de teatro más populares de todos los tiempos. Capaz de hacernos pasar en pocos segundos de la risa a las lágrimas, no deja a nadie indiferente. Edmond Rostand supo crear un personaje inolvidable lleno de contrastes, hábil con la espada y con la palabra, y capaz del sacrificio más grande: quedarse en la sombra mientras regala sus palabras y su ingenio a su rival, el tan apuesto como poco ingenioso Christian, que es quien consigue el amor de la bella Roxana. Aunque esta obra fue escrita originalmente en verso, esta es una adaptación en prosa, en la que se han simplificado algunos fragmentos y eliminado algunas réplicas y acotaciones, sin tocarla en nada que pueda ser considerado fundamental.
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Seitenzahl: 147
Veröffentlichungsjahr: 2015
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Introducción
Cyrano de Bergerac
Acto I
Acto II
Acto III
Acto IV
Acto V
Apéndice
Créditos
Cyrano de Bergerac, una obra de narices
Desde su estreno, acaecido el año 1897 en París, el éxito de Cyrano de Bergerac no ha hecho sino crecer, y la pieza de Rostand se ha convertido en una de las obras teatrales francesas más populares de todos los tiempos. Capaz de hacernos pasar en pocos instantes de la risa a las lágrimas, no deja a nadie indiferente.
Edmond Rostand supo crear —aunque se basó en un referente real— un personaje inolvidable: fanfarrón y tierno al mismo tiempo; duelista y belicoso, pero de una gran nobleza; hábil tanto con la espada como con la palabra; profundamente enamorado, pero acomplejado por una nariz excesiva. Y, sobre todo, capaz del mayor sacrificio: él permanece en la sombra mientras regala sus palabras y su ingenio a su rival, el bien plantado pero poco brillante Christian, que es quien obtiene el amor de la hermosa y en un inicio superficial Roxana. Cyrano se ha convertido, pues, en la encarnación de un supuesto «espíritu francés», que combina la valentía, el individualismo, el amor por la palabra y el «panache» (una palabra que designa las plumas de los sombreros, pero que puede también significar un orgullo y una audacia espectaculares).
El personaje de Cyrano es un reto atractivo —y al mismo tiempo un peligro— para cualquier actor. Varios de sus monólogos (la retahíla de las narices, por ejemplo) se hicieron muy populares, y muchas generaciones de franceses se los saben de memoria. A partir de Coquelin —el actor que estrenó la obra—, actores tan importantes como Pierre Dux, Jean-Paul Belmondo, José Ferrer, Josep Maria Flotats y Gerard Depardieu han encarnado al inmortal gascón en el teatro y el cine. Sin lugar a dudas, la nariz de Cyrano continuará husmeando la gloria durante mucho tiempo.
La presente edición
La obra Cyrano de Bergeracfue escrita en verso —concretamente, en alejandrinos—. Vosotros vais a leer una versión prosificada, aunque, obviamente, no hemos querido ni podido prescindir del ritmo ni de la rima en la balada que el protagonista improvisa en el primer acto, mientras se bate en duelo.
Para facilitar la lectura, y teniendo en cuenta el gran número de personajes implicados en la acción, hemos suprimido la división de los actos en escenas. También hemos simplificado algunos fragmentos y eliminado algunas réplicas y acotaciones, pero sin tocar nada que pueda considerarse esencial. Además, hemos suprimido algunas referencias culturales que podrían resultar lejanas para el joven lector actual, de manera que las notas pudieran reducirse al mínimo indispensable.
CYRANO: ágil con la espada y la palabra, noble y valiente, está enamorado de Roxana, pero su nariz se interpone entre los dos.
ROXANA: en realidad se llama Magdalena Robin. Es una «Preciosa», una mujer obsesionada por el lenguaje refinado y la belleza. Pero terminará viendo las cosas de manera diferente.
LA SIRVIENTA DE ROXANA: desempeña las funciones de intermediaria entre Cyrano y Roxana, y cuida de su señora, que es huérfana, casi como una madre.
CHRISTIAN: joven cadete que posee más belleza física que ingenio. Está enamorado de Roxana, quien le ama sin saber que las palabras que pronuncia y escribe provienen, en realidad, de Cyrano.
DE GUICHE: poderoso conde, sobrino del Cardenal Richelieu. Desea a Roxana y, frustrado, querrá vengarse de Cyrano, a quien considera el causante de su fracaso.
LE BRET: uno de los mejores amigos de Cyrano. Sufre por lo que considera que son sus excesos y por las muchas enemistades que se granjea.
CUIGY Y BRISSAILLE: otros amigos de Cyrano.
CARBÓN: el capitán de la compañía de mosqueteros donde sirven Cyrano, Christian y Le Bret.
RAGUENEAU: pastelero, charcutero, y un enamorado de la poesía. Admira enormemente a Cyrano.
LISE: esposa —no muy fiel— de Ragueneau.
MONTFLEURY: actor voluminoso que Cyrano no aprecia en absoluto.
LIGNIÈRE: poeta amigo de Cyrano, demasiado aficionado al vino.
BELLEROSE Y JODELET: gente de teatro, representantes del grupo de comediantes con quien debe actuar Montfleury.
Y también, en papeles más o menos breves: UN LADRONZUELO, UN IMPERTINENTE, UNA VENDEDORA, MARQUESES, CADETES GASCONES, MONJAS, UN FRAILE CAPUCHINO, DOS TOCADORES DE LAÚD, UN GRUPO DE COMEDIANTES, ALGUNOS PAJES, UN OFICIAL ESPAÑOL, ETC.
Durante una representación teatral, Cyrano de Bergerac monta un escándalo y hace huir a un actor a quien había prohibido subir al escenario durante un tiempo. Cyrano muestra un enorme ingenio verbal y, al batirse en duelo contra un vizconde, también exhibe un gran dominio de la espada. Más tarde, le confiesa a su amigo Le Bret que está enamorado de su prima Magdalena Robin, conocida como Roxana, pero no se atreve a decírselo porque su nariz prominente afea su rostro. Roxana es deseada por el poderoso conde De Guiche y tiene fascinado al joven y atractivo Christian, que acaba de llegar a París para unirse a la compañía de cadetes en la que sirve Cyrano. Cuando la sirvienta de Roxana le pide a Cyrano, en nombre de su ama, una cita para el día siguiente, este se entusiasma tanto que decide ir a la puerta de Nesle para luchar él solo contra un centenar de hombres que van a tender una emboscada a otro de sus amigos, el poeta Lignière, amenazado de muerte.
Corre el año 1640 y nos encontramos en el Palacio de Borgoña, el teatro más antiguo de París. Allí ha de tener lugar la representación de la obra Clorisa, de Balthazar Baro, a cargo del actor MONTFLEURY. El público va llegando poco a poco. Para pasar el rato, algunos se ejercitan practicando esgrima; otros juegan a los dados o a las cartas. Unos lacayos comienzan a encender, en el suelo, las lámparas que más tarde se alzarán para iluminar la sala. LIGNIÈRE, poeta borracho pero de aire distinguido, entra en la sala acompañado por CHRISTIAN de Neuvillette. CHRISTIAN, un joven atractivo y elegante, parece preocupado y mira nerviosamente hacia los palcos. CUIGY y BRISSAILLE reconocen a LIGNIÈRE.
CUIGY.—¡Lignière!
BRISSAILLE.—(Riendo). Todavía no va borracho.
LIGNIÈRE.—(Presentándoles a CHRISTIAN). El barón de Neuvillette. Ha llegado de Touraine.
CHRISTIAN.—Sí, estoy en París desde hace solo unos veinte días. Mañana me haré cadete.
CUIGY.—¡Cuánta gente!
LIGNIÈRE.—(A CHRISTIAN). Señor, yo había venido únicamente por haceros un favor. Como la dama no llega, me vuelvo a mi vicio.
CHRISTIAN.—(Suplicándole). ¡No! Vos que cantáis por la ciudad y por la corte podréis decirme por quién muero de amor. Temo que se trate de una dama coqueta y refinada, y yo no soy más que un tímido soldado. Todavía está vacío su palco, allí al fondo…
LIGNIÈRE.—Me voy. Aquí me muero de sed.
UNA VENDEDORA.—¿Un zumo de naranja?
LIGNIÈRE.—¡Puaj!
LA VENDEDORA.—¿Un vaso de vino?
LIGNIÈRE.—¡Eso ya es otra cosa! (A CHRISTIAN). Puedo quedarme un rato más.
Entra un hombre regordete y de aspecto jovial.
LIGNIÈRE.—(A CHRISTIAN). ¡El gran charcutero y pastelero Ragueneau!
RAGUENEAU.—(Acercándose). ¿Habéis visto al señor Cyrano?
LIGNIÈRE.—(Presentando RAGUENEAU a CHRISTIAN). ¡El pastelero de los actores y de los poetas! Y él mismo es un poeta de talento: los versos lo vuelven loco.
RAGUENEAU.—(Mirando a su alrededor). Y el señor Cyrano, ¿no ha venido? Hoy actúa Montfleury.
LIGNIÈRE.—Efectivamente, ese gran saco de grasa interpretará esta noche el papel de Fedón1. ¿Y qué tiene que ver Cyrano con ello?
RAGUENEAU.—¡No me digáis que no estáis al corriente! Le prohibió pisar el escenario durante un mes.
UN MARQUÉS.—¿Quién es este Cyrano?
CUIGY.—Un joven muy diestro con la espada. Está con los cadetes. (Señalando a un hombre que va y viene por la sala como si buscara a alguien). Pero su amigo Le Bret os lo explicará mejor. (Lo llama). ¡Le Bret! ¿Buscáis a Bergerac?
LE BRET.—Sí, me siento inquieto.
CUIGY.—¿Verdad que se trata de un hombre poco corriente?
LE BRET.—¡Ah, es el más exquisito de los seres humanos!
RAGUENEAU.—¡Poeta! ¡Duelista2!
BRISSAILLE.—¡Físico! ¡Músico!
LIGNIÈRE.—Y tiene un aspecto de lo más singular.
RAGUENEAU.—Es cierto. Es excesivo, extravagante. Lleva un sombrero con tres plumas y una capa que la espada alza por detrás como si fuera una insolente cola de gallo. Más orgulloso que cualquier otro gascón, luce en medio de la cara una nariz… ¡Ah, señores, qué nariz! No es posible ver un apéndice similar sin gritar «¡Este hombre exagera!». Luego sonríes y piensas: «Ahora se la quitará…». Pero no se la quita nunca.
LE BRET.—(Asintiendo). La lleva siempre puesta, ¡y pobre de aquel que haga cualquier comentario sobre ella!
EL MARQUÉS.—No vendrá.
RAGUENEAU.—Vendrá. ¡Me apuesto un pollo!
Rumor de admiración en la sala. ROXANA ha accedido a su palco. Se sienta en la parte de delante, y su sirvienta en el fondo. CHRISTIAN no lo ha visto porque estaba ocupado pagando a la vendedora.
EL MARQUÉS.—¡Ah, señores! Es como un melocotón que sonriese con una fresa haciéndole de boca.
CHRISTIAN.—(Levanta la cabeza, ve a ROXANA y coge con fuerza del brazo a LIGNIÈRE). ¡Es ella!
LIGNIÈRE.—(Mirando). ¡Ah! ¿Es ella? Pues bien: se trata de Magdalena Robin, llamada Roxana. De lo más fina. Una Preciosa3.
CHRISTIAN.—¡Ay!
LIGNIÈRE.—Libre, huérfana, y prima de Cyrano, el de la nariz.
En ese momento, un señor muy elegante entra en el palco y habla con ROXANA durante unos instantes.
CHRISTIAN.—(Sobresaltándose). ¿Y ese hombre?
LIGNIÈRE.—(Que empieza a estar bebido). ¡Je, je!… El conde De Guiche. Va detrás de ella. Pero está casado con la sobrina de Richelieu4. Quiere hacer que Roxana se case con un tal señor de Valvert, vizconde… y complaciente. Ella no lo desea, pero De Guiche es poderoso. De hecho, desvelé su maniobra escribiendo una canción que… ¡Oh, debe de estar más que irritado conmigo! El final tenía muy mala baba. Escuchad…
Se levanta titubeando, con el vaso en la mano, y se dispone a cantar.
CHRISTIAN.—No. Adiós.
LIGNIÈRE.—¿Dónde vais?
CHRISTIAN.—¡A ver al señor de Valvert!
LIGNIÈRE.—Id con cuidado: os matará él a vos. (Señalando a ROXANA). Quedaos, que os están mirando.
CHRISTIAN.—Es verdad.
Se queda boquiabierto, mirando a la muchacha. Un grupo de ladronzuelos, que lo ve embobado, se dirige hacia él.
LIGNIÈRE.—Quien se va soy yo. ¡Tengo sed y las tabernas me esperan!
Sale haciendo eses.
LE BRET.—(Que ha estado dando vueltas por la sala, volviendo hacia RAGUENEAU, más tranquilo). A Cyrano no se le ve por ninguna parte.
PÚBLICO.—¡Empezad!
UN MARQUÉS.—(Al ver a DE GUICHE, que baja del palco de ROXANA y cruza la platea rodeado de señores, entre los cuales se halla el vizconde de Valvert). ¡Vaya séquito el que acompaña a ese tal De Guiche!
OTRO.—¡Otro gascón más!
EL PRIMERO.—Pero es un gascón frío y hábil, de los que triunfan.
DE GUICHE sube al escenario, seguido de todos los marqueses y gentilhombres. Se gira y se dirige a uno de ellos.
DE GUICHE.—¡Ven, Valvert!
CHRISTIAN.—(Que se sobresalta al oír el nombre). ¡El vizconde! Ahora mismo le lanzaré a la cara el… (Se mete la mano en el bolsillo y encuentra la mano de uno de los ladronzuelos que lo vigilaban). ¿Qué significa esto? ¡Estaba buscando un guante!
EL LADRONZUELO.—Y habéis encontrado una mano… (CHRISTIAN lo agarra con firmeza). Dejadme ir y os contaré un secreto. Lignière se encuentra a las puertas de la muerte. Una de sus canciones molestó a alguien muy importante. Esta noche le esperan cien hombres. Yo soy uno de ellos.
CHRISTIAN.—¡Cien hombres! ¿Y quién lo ordena?
EL LADRONZUELO.—No os lo puedo decir, pero estarán al acecho en la puerta de Nesle5. Lignière tiene que pasar forzosamente por allí para ir a su casa. ¡Avisadle!
CHRISTIAN.—(Soltándolo). ¿Pero dónde puedo encontrarlo?
EL LADRONZUELO.—Haced la ronda de los cabarets.
CHRISTIAN.—¡Ahora mismo voy! ¡Ah, cobardes! ¡Cien hombres contra un hombre solo!
Sale a toda prisa. DE GUICHE y su séquito se han sentado en los bancos dispuestos a los lados del escenario. La platea6 está llena hasta los topes. Suenan los tres golpes que indican el comienzo de la representación y todos callan. Se abre el telón. El fondo representa un paisaje pastoril. MONTFLEURY hace su entrada, enorme, vestido como un pastor idealizado, luciendo un sombrero adornado con rosas.
PÚBLICO.—(Aplaudiendo). ¡Bravo! ¡Montfleury! ¡Montfleury!
MONTFLEURY.—(Después de saludar, interpretando el papel de Fedón).
«Feliz quien, alejado del mundo y solitario,
decide someterse a exilio voluntario,
y que al oír el viento gemir entre las ramas…».
UNA VOZ.—(Desde la platea). ¡Desgraciado! ¿Acaso no te había prohibido actuar en todo un mes?
Estupor. Todas las cabezas se vuelven. Murmullos. El público de los palcos se levanta para ver mejor qué pasa.
LE BRET.—(Aterrorizado). ¡Cyrano!
UNA VOZ.—¡Rey de los payasos! ¡Sal ahora mismo de escena!
MONTFLEURY.—Pero…
UNA VOZ.—¿Te obstinas?
VOCES VARIAS.—(Desde la platea, desde los palcos). ¡Basta! ¡Montfleury, actuad! ¡No tengáis miedo!
MONTFLEURY.—(Con voz temblorosa). «Feliz quien, alejado del mundo y…».
UNA VOZ.—(Cada vez más amenazante). ¿Conque esas tenemos? ¿Tendré pues que molerte a palos?
Por encima de las cabezas aparece una mano que blande un bastón.
MONTFLEURY.—«Feliz quien… alejado…».
CYRANO.—(Surgiendo de la platea, subido a una silla, con los brazos cruzados, el ala del sombrero alzada, el bigote erizado y la nariz terrible). ¡Ah, me parece que estoy a punto de enfadarme de verdad!
Su aparición causa sensación.
MONTFLEURY.—(A los marqueses). ¡Ayudadme!
CYRANO.—Bola de sebo, si insistes me veré en la obligación de dejarte marcados los cinco dedos de mi mano en tu mejilla.
LOS MARQUESES.—(Poniéndose de pie). ¡Esto es intolerable! ¡Basta! ¡Montfleury, actuad!
CYRANO.—Que Montfleury desaparezca. Si no, convertiré este escenario en una carnicería y cortaré esta mortadela en rodajas.
MONTFLEURY.—¡Insultándome a mí, señor, insultáis a Talía7!
CYRANO.—Si esa musa tuviese el honor de conocerte, puedes estar seguro de que, al verte tan gordo y estúpido, te pegaría un puntapié en el culo.
PÚBLICO.—¡Montfleury! ¡La obra de Baro!
CYRANO.—(A los que gritan a su alrededor). Por favor, tened piedad de mi vaina; si continuáis mareándola, vomitará la espada. (A MONTFLEURY). ¡Vamos, sal del escenario!
UN BURGUÉS.—¡Es humillante!
UN PAJE.—¡Es muy divertido!
PÚBLICO.—¡Montfleury! ¡Cyrano!
CYRANO.—Os ordeno callar, y lanzo un desafío a toda la platea. ¡Que aquellos que deseen morir levanten el dedo! (Silencio). ¿El pudor no os permite ver mi hoja desnuda? ¿Ningún dedo se alza? Muy bien. (Se gira hacia el escenario, donde MONTFLEURY espera, muerto de miedo). Deseo ver el teatro liberado de esta fluxión8. Si no… (Llevando la mano a la espada) tendré que operar con el bisturí. Daré tres palmadas, oh gran luna llena, y te eclipsarás con la tercera. (Dando una palmada). ¡Una!
MONTFLEURY.—Yo…
UNA VOZ.—(Desde los palcos). ¡Quedaos!
MONTFLEURY.—Me parece… Señores…
CYRANO.—¡Dos!
MONTFLEURY.—Estoy seguro de que lo mejor sería…
CYRANO.—¡Tres!
MONTFLEURY desaparece como si se lo hubiese tragado la tierra. Tempestad de risas, de silbidos, de gritos.
PÚBLICO.—¡Uuuuh! ¡Cobarde! ¡Vuelve!
UN BURGUÉS.—¡Mirad: el representante de la compañía de actores!
JODELET avanza y saluda.
JODELET.—Nobles señores: el voluminoso actor trágico cuyo vientre tanto admiráis se ha encontrado mal y ha tenido que salir.
PÚBLICO.—¡Que vuelva! ¡No! ¡Sí!
UN JOVEN.—(A CYRANO). Pero señor, ¿qué motivo tenéis para odiar a Montfleury?
CYRANO.—(Amablemente). Jovencito, tengo dos motivos. El primero: es un actor deplorable, que brama y que levanta como un mozo de cuerda los versos que deberían alzar el vuelo con ligereza. El segundo… es un secreto.
UN VIEJO BURGUÉS.—(Detrás de él). ¡Pero nos priváis sin escrúpulos de la Clorisa!
CYRANO.—(Girando su silla hacia el burgués, en tono respetuoso). Vieja mula, como los versos de Baro valían menos que cero, los he interrumpido sin ningún remordimiento.
LAS PRECIOSAS.—(Desde los palcos). ¡Ah! ¡Oh! ¡Nuestro Baro! ¿Quién puede decir algo así?
CYRANO.—(Alzando la mirada hacia los palcos, galante). Bellas personas, irradiad luz, servidnos sueños, inspiradnos versos… pero no os atreváis a juzgarlos.
BELLEROSE.—(Uno de los miembros de la compañía). ¿Y qué pasa con el dinero que tendremos que devolver?
CYRANO.—(Girando la silla hacia el escenario). Bellerose, ¡acabáis de decir la única cosa inteligente que he oído hasta ahora! (Se levanta y le lanza una bolsa). ¡Coged esta bolsa al vuelo y callad!
JODELET.—(Recogiendo la bolsa y sopesándola). Por este precio, señor, te autorizo a venir a interrumpir la Clorisa cada noche. ¡Venga! ¡Todo el mundo fuera!
La gente empieza a salir. Pero la multitud se detiene al oír la escena siguiente, y la salida colectiva se interrumpe. Las mujeres de los palcos, que ya se habían levantado y puesto los abrigos, se detienen para escuchar y acaban por volver a sentarse.
UN IMPERTINENTE.—(Que se ha acercado a CYRANO). ¡El gran actor Montfleury! ¡Vaya un escándalo! ¡Si es un protegido del duque de Candale! ¿Tenéis un amo, vos?
CYRANO.—No.
EL IMPERTINENTE.—¿Qué? ¿Ni tan solo un gran señor que os cubra las espaldas con su nombre?
CYRANO.—No, no tengo ningún protector… (Lleva la mano a la espada) ¡pero tengo una protectora!
EL IMPERTINENTE.—¡Pero ahora os veréis forzado a abandonar la ciudad! ¡El duque de Candale tiene el brazo muy largo!
CYRANO.—No tan largo como el mío… (Mostrando la espada) cuando le añado este suplemento.
EL IMPERTINENTE.—Pero…
CYRANO.—Y ahora, ¡media vuelta y adiós! Si no, me tendréis que explicar por qué me miráis la nariz.
EL IMPERTINENTE.—El señor se equivoca…
CYRANO.—¿Es que tal vez se balancea colgando como una trompa? ¿O es ganchuda como el pico de un búho?
EL IMPERTINENTE.—Yo no he…
CYRANO.—¿Hay una verruga en la punta? ¿O es que una mosca se pasea por ella? ¿Qué tiene de especial?
EL IMPERTINENTE.—He evitado poner en ella mis ojos.
CYRANO.—¿Ah? ¿Y por qué no la queríais mirar? ¿Acaso os da asco? ¿Su forma es obscena?
EL IMPERTINENTE.—¡De ningún modo!
CYRANO.—¿O es que tal vez el señor la encuentra demasiado grande?
EL IMPERTINENTE.—(Balbuceando). La encuentro pequeña, menuda, minúscula…
CYRANO.—¿Qué? ¿Pequeña, mi nariz? ¡Me acusáis de una cosa ridícula! ¡Mi nariz es enorme! Vil chato9
