Danzando con las abejas - Brigit Strawbridge Howard - E-Book

Danzando con las abejas E-Book

Brigit Strawbridge Howard

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Beschreibung

'Tener una relación con el resto de la naturaleza es abrir nuestros corazones, nuestras mentes y abrirnos nosotros mismos, sabiendo que, si lo deseamos, podemos recuperar la conexión que habíamos perdido, porque en algún lugar en lo más profundo de todos nosotros, hay una pequeña chispa de 'naturaleza salvaje' que espera a ser encendida'. Brigit Strawbridge Howard os seres humanos han danzado con las 20.000 diferentes especies de abejas de la tierra durante miles de años. Para la aclamada defensora de las abejas y jardinera de la vida silvestre Brigit Strawbridge Howard, comprender la danza que tiene lugar a su alrededor se ha convertido en un viaje de descubrimiento profundo. Brigit Strawbridge Howard se sorprendió el día que se dio cuenta de que sabía más acerca de la Revolución francesa que sobre los árboles nativos. Y sobre las aves. Y las flores silvestres. Y las abejas. Ese pensamiento hizo que, de una forma bastante literal, se detuviera en seco. Pero ese día fue también el comienzo de un viaje: un viaje lleno de abedules y abejas de patas peludas, de alondras y adelfillas, y de la alegría que llega cuando uno profundiza en su relación con un lugar. Danzando con las abejas es el encantador y elocuente relato de Strawbridge Howard de cómo volvió a percibir, a reconectar y a redescubrir un mundo natural con el que había perdido contacto durante décadas. En él, no sólo aprenderás cosas acerca de las abejas sino que, además, al igual que Brigit, aprenderás de ellas.

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Seitenzahl: 572

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Brigit Strawbridge Howard

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Colección Espiritualidad

DANZANDO CON LAS ABEJAS

Brigit Strawbridge Howard

1.ª edición en versión digital: marzo de 2021

Título original: Dancing with Bees

Traducción: Verónica d’Ornellas

Corrección: TsEdi, Teleservicios Editoriales, S. L.

Diseño de cubierta: Isabel Estrada

Maquetación ebook: leerendigital.com

© 2019, Brigit Strawbridge Howard Publicado por acuerdo con Chelsea Green Publishing, White River Jct., VT, USA www.chelseagreen.com Derechos negociados a través de Ute Körner Literary Agent www.uklitag.com

(Reservados todos los derechos)

© 2021, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-708-7

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

Danzando con las abejas

Créditos

Prefacio. Descubrimientos

Introducción. La trampa de la miel

1. El vuelo de la primavera

2. Un nido propio

3. ¿Qué hay en un nombre?

4. Los chicos han vuelto al pueblo

5. Cuando las abejas se portan mal

6. El pájaro que estaba al revés

7. La cabaña junto al arroyo

8. Cuco, cuco

9. Sobre enjambres y picaduras

10. ¿Es una abeja o no lo es?

11. Buscando al gran abejorro amarillo, primera parte

12. Buscando al gran abejorro amarillo, segunda parte

13. Acerca de Bovey Heathfield

14. Elogio de los árboles

15. Sedgehill, una historia natural

16. Tejedoras de algodón

17. La hora del té

18. Hojas perennes

19. Entre campanillas de invierno

Epílogo. Reflexiones

Agradecimientos

Bibliografía

Para mi madre, Isabel,

quien habría estado muy orgullosa

de sostener este libro en sus manos

PREFACIO

Descubrimientos

El día que me di cuenta de que sabía más sobre la revolución francesa que sobre nuestros árboles nativos, me quedé bastante sorprendida. Ese pensamiento hizo que me detuviera en seco, de una forma bastante literal.

En aquella época tenía unos cuarenta y pocos años, y recuerdo haber pensado, en mi estado de conmoción, que lamentablemente no era más consciente de la vida fuera de la burbuja de mi mundo que esos niños de ciudad sobre los que había leído, que no saben que la leche proviene de las vacas o que las bellotas crecen en un roble. En realidad mi situación no era tan mala, pero de todos modos me alarmó el hecho de no poder nombrar con certeza más de media docena de los árboles junto a los que acababa de pasar en mi camino al trabajo. ¿Y el resto? ¿Cuál era cuál? Intenté frenéticamente recordar los nombres de todos los árboles que conocía, recorriendo mentalmente el alfabeto, desde «abeto» hasta «tilo», e intentando visualizar la corteza, las ramas y las hojas de cualquiera de ellos. Fue un ejercicio aleccionador.

Lo que me conmocionó no fue tanto el hecho de no conocer los nombres de los árboles, ya que no es necesario conocer el nombre de algo para amarlo o apreciarlo, sino el hecho de que había dejado de fijarme en ellos. Y no sólo había dejado de fijarme en los árboles. En mi recorrido a pie al trabajo, el cual realizaba tres veces por semana, pasaba por las colinas de Malvern, desde Malvern Oeste hasta el Gran Malvern, transitando por senderos rodeados de flores silvestres y grandes extensiones de pasto, tierra desnuda y arbustos bajos; por áreas de escasa vegetación entre piedra de granito antigua, y más arriba de los árboles, bajo un cielo amplio y cambiante. Pero estaba tan preocupada con el parloteo de mi propia mente y con llegar a tiempo al trabajo, que no era consciente de la vida silvestre abundante y diversa que ofrecía ese maravilloso hábitat que me rodeaba.

¿Cómo era posible que me hubiera desconectado tanto de la naturaleza que ahora notaba los cambios de estación por las capas de ropa que necesitaba ponerme para calentarme (o para estar fresca) y no por la cantidad de hojas de los árboles? ¿Cuándo había dejado de ver de qué color eran las hojas, dónde se ponía el sol en el cielo y qué flores silvestres estaban floreciendo en los setos vivos?

¿Qué le había ocurrido a esa niñita que deseaba, con todas las células de su cuerpo, cerrar los ojos una noche y despertar al día siguiente en Moominvalley, donde podría sentarse en el borde de un puente con los pies colgando sobre el río mientras Snufkin fumaba su pipa en primavera, y luego ver todas las nuevas y excitantes flores silvestres a través de una lupa de verdad con los Hemuelens? ¿A dónde se había ido la niña un poco mayor que soñaba con vivir con Laura, Jack y Black Susan en su «Casita en los grandes bosques» de Wisconsin, durmiendo a salvo en sus camas nido mientras el viento y los lobos aullaban durante la noche en el exterior? ¿Y dónde estaba la niña curiosa de diez años que hubiera dado su brazo derecho, además de la provisión de dulces de todo un año, para poder pasar al menos un día haciendo el trabajo del naturalista Gerald Durrell? ¿Todavía existía esa niña? Si existía, tenía que encontrarla.

Recorrí mentalmente los años anteriores en busca de pistas, preguntándome si había habido algún hecho o un determinado momento en el cual la niña que solía ser se había alejado silenciosamente. Tras haber redescubierto la perspectiva del mundo que había perdido en las últimas tres décadas, estaba decidida a no dejar que volviera a escapar. Juré que cuidaría de esa cosa frágil –ese despertar, ese precioso tesoro– para ayudarla a crecer y para volver a ser completamente consciente otra vez, y que la protegería del mal viento que la había enterrado bajo los mantos de mi psique, donde había estado oculta, hibernando, durante todos esos años.

Soy, por naturaleza, una persona que tiende a pensar y a resolver problemas, de manera que para equiparme mejor en este viaje de regreso a la naturaleza pensé que podría empezar por explorar la forma en que las conexiones y relaciones en general tienen una tendencia natural a modificarse, a cambiar y a esfumarse. Lo que ocurre con la desconexión es que uno no se da cuenta necesariamente de que está ocurriendo. A lo largo de una vida, hay innumerables ocasiones en las que debemos tomar decisiones conscientes pero insignificantes para desconectar de algo o de alguien –por ejemplo, cuando apagamos la radio o cuando nos despedimos luego de haber tenido una conversación telefónica. Pero estas simples decisiones cotidianas no tienen consecuencias de largo plazo, o que nos cambian la vida. Quizás haya otras decisiones conscientes, como renunciar a tu trabajo o poner fin a una relación larga, que produzcan desconexiones que nos cambian la vida, aunque por su naturaleza, ese tipo de decisiones hacen que antes reflexionemos considerablemente sobre las consecuencias. Ninguna de ellas era como mi desconexión de la naturaleza.

Pero nuestras relaciones también pueden cambiar de otras maneras. En ocasiones, las conexiones existentes se modifican o se debilitan por las decisiones conscientes que tomamos, aunque no se cortan del todo –por ejemplo, cuando una persona joven decide marcharse de casa e irse a vivir a otra zona. Sin duda, las razones para tomar este tipo de decisiones han sido meditadas detenidamente, pero es posible que los efectos derivados de ellas no hayan sido previstos. Es posible que los padres y sus hijos adultos se mantengan en contacto a través del teléfono o por correo electrónico, o con visitas ocasionales, pero el conocimiento y la comprensión de lo que está ocurriendo en la vida de cada una de las personas, inevitablemente, disminuirá. El amor o la empatía que los padres y los hijos sienten mutuamente no disminuyen, pero una vez que los hijos dejan el nido, sus vidas tienden a seguir caminos nuevos y emocionantes, y la influencia de sus padres se reduce enormemente, o deja de tener importancia. Este tipo de consecuencias rara vez son tenidas en consideración, porque las aceptamos como un hecho. Los hijos se van de casa; así funciona el mundo en la actualidad. Entonces, ¿mi desconexión de la naturaleza era también la forma en que funciona el mundo en la actualidad?

Estaba segura de que mi desconexión de la naturaleza, que había reconocido de una forma tan abrupta e intensa a los cuarenta y tantos años, no había sido causada por ningún tipo de corte deliberado o decisión consciente por mi parte. Entonces, probablemente se fue forjando durante años, décadas quizás, sin que yo me diera cuenta. Fue como despertar una mañana y sentir que ya no conocía a la persona con la que había compartido mi vida, como si nos hubiéramos alejado, interesándonos en cosas nuevas, y finalmente nos hubiéramos «desenamorado».

Esta analogía no es del todo adecuada, porque incluye a dos seres humanos conscientes, en lugar de a un ser humano y todo el mundo natural. Pero es un buen lugar para empezar cuando estás intentando entender algo tan increíble y aparentemente incomprensible. Al menos lo era para mí.

Dio la casualidad que estos descubrimientos llegaron casi en el mismo momento en el que empezaba a interesarme en las abejas. Entonces no tenía ni idea de cuán importante sería el papel que tendrían en mi viaje de regreso a la naturaleza, cómo me ayudarían y me guiarían, y cuánto aprendería de ellas. Pero pronto lo descubriría. Estaba a punto de volverme a enamorar.

Abejas. ¿Por dónde empezar? Dada la enormidad de nuestra dependencia de las abejas como polinizadoras de nuestros cultivos, cuesta creer que la mayoría de nosotros sepa tan poco acerca de ellas. Si mencionas la palabra «abeja» a la mayoría de la gente, lo más probable es que les vengan a la mente imágenes de colmenas, apicultores y miel. Sin embargo, si entregaras a esas mismas personas una hoja de papel y una caja de lápices de colores y les pidieras que dibujaran una abeja, la mayoría dibujaría algo con una forma parecida a un balón de rugby con rayas amarillas, blancas y negras, a lo cual probablemente añadirían una cabeza, seis patas, dos antenas y uno o dos pares de alas –algo que esencialmente se parecería a un abejorro, más no a una abeja.

Pero el hecho es que el Planeta Tierra es el hogar de al menos veinte mil especies distintas de abejas. Esta es una cifra bastante asombrosa y sorprende a la mayoría de la gente cuando la oye por primera vez (a mí, ciertamente, me sorprendió), especialmente si previamente sólo eran conscientes de la existencia de las abejas melíferas y los abejorros. Incluso más sorprendente es el hecho de que, de todas esas especies distintas, sólo 9 son abejas melíferas y alrededor de 250 son abejorros. También hay aproximadamente 500 tipos de abejas que no tienen aguijón. El resto son «solitarias», y entre estas especies que he encontrado muchas nuevas amigas. (Cuando digo «el resto son», estoy simplificando un poco. ¡Pero lo explicaré más adelante!).

La mayoría de nosotros es consciente de que las abejas son unas polinizadoras importantes, pero en lugar de maravillarnos ante el hecho de que algo tan diminuto sea capaz de lograr algo tan extraordinario como es la polinización, tendemos a dar por hecho este regalo (o «servicio», como lo llaman tristemente los economistas en la actualidad). Utilizo la palabra «regalo» con consideración y consciencia del hecho de que normalmente un regalo es algo que se da con intención a quien lo recibe. Cuando las abejas y otros polinizadores realizan sus quehaceres diarios de recolectar polen y néctar, su objetivo es, ciertamente, recoger la mayor cantidad posible para llevarlo a sus nidos para alimentar, o mantener, a la siguiente generación de su especie. Las abejas no se proponen darnos «regalos» de la misma manera que no se proponen polinizar las plantas que visitan, pero el resultado, a mi modo de ver, es uno de los regalos más maravillosos que la naturaleza entrega a la raza humana, y un regalo sin el cual simplemente no sobreviviríamos.

Las abejas polinizan a las plantas en floración; eso lo sabemos. Pero, ¿cómo lo logran exactamente? ¿Cómo diantres consigue una abeja recién salida de su capullo o celda de cría reconocer qué flores contienen las mejores fuentes de polen y néctar para ella? ¿Cómo puede saber qué flores ya han sido «trabajadas» y cuáles todavía contienen recompensas? ¿Cómo accede a una flor con una estructura compleja? Y una vez que lo hace, ¿cómo extrae el polen y el néctar y lo lleva a sus nidos? ¿Tiene la planta alguna estrategia propia para asegurarse de que la polinización tiene lugar? ¿Qué ocurre si no hay polinizadores cerca cuando las flores abren sus pétalos? ¿Y cómo se transmiten la información entre ellas las abejas sociales? Hay tantos «cómos»… y estos son únicamente los concernientes a la relación de las abejas con las plantas en floración.

Hay muchas más preguntas sobre las abejas para las que he buscado, y continúo buscando, respuestas. Devoro todo lo que puedo encontrar en libros y en Internet, pero no se puede llegar muy lejos sin un poco de ayuda.

Afortunadamente, hay expertos que hacen un esfuerzo especial para compartir los invalorables conocimientos que han acumulado a lo largo de años estudiando y trabajando en este campo. Muchos de estos científicos van un paso más allá desmitificando a la ciencia para hacerla un poco más digerible para profanos como yo. Estoy inmensamente agradecida por lo que he aprendido, de primera mano, de estas personas, a quienes menciono en los agradecimientos. Si su ayuda, sin duda hubiera tropezado en el primer obstáculo.

Además de hallar respuestas para algunas –aunque no todas– mis preguntas sobre las abejas, he descubierto durante el camino una gran cantidad de información adicional. Esta investigación me ha llevado a explorar nuevos y emocionantes temas como los lepidópteros (polillas y mariposas), la botánica y la ecología de la polinización, por mencionar sólo unos pocos. Pero estos incentivos implican que me desvíe y distraiga constantemente de mi indagación sobre las abejas. No me vendrían mal algunas vidas más para digerir y asimilar toda esta nueva información, pero dado que acabo de cumplir sesenta años, y que las vidas paralelas no existen, he decidido dedicar la mayor parte de mi tiempo a concentrarme en las abejas.

Además, paso horas y horas observando a las abejas y otros insectos en nuestro jardín, en nuestra parcela, y cuando estoy fuera de casa, para poder aprender más sobre ellas y su comportamiento. Observando cómo entran y salen de sus nidos –siguiéndolas de flor en flor, escuchando los sonidos que hacen y fotografiándolas– he llegado a admirarlas, respetarlas y, con frecuencia, a maravillarme con ellas. A menudo, al mirar detenidamente las fotografías que he tomado, recortándolas y agrandándolas en mi ordenador, descubro datos más interesantes sobre su fisiología y su comportamiento, especialmente cuando se trata de averiguar cómo las diferentes especies realizan la importante tarea de transferir polen. De hecho, siempre advierto a los amigos que me proponen salir a dar un paseo que mejor piensen dos veces si quieren tenerme como compañera, porque si mientras caminamos veo algo pequeño que se mueve o llama mi atención me resultará casi imposible no detenerme a examinarlo y admirarlo.

Las abejas son increíbles en tantos aspectos, que la información que comparto sobre ellas en este libro apenas rasca la superficie de su existencia. No soy, ni pretendo ser, una autoridad en el tema de las abejas, o en cualquier otro tema para tal caso. Mi propósito es presentarte algunas de las especies nativas que he conocido y que más me gustan, familiarizarte con sus ciclos de vida (los cuales, aunque son similares en muchos sentidos, son distintos en cada especie), y hablar de algunas de las diferencias básicas entre las abejas melíferas, los abejorros y las abejas solitarias.

Pero al compartir historias sobre estas abejas, también te presentaré algunas especies que viven junto a ellas, como los sírfidos, las polillas halcón y las avispas alfareras, y contarte lo que he aprendido acerca de las amenazas a las que se enfrentan todos estos insectos, incluidos los representados por los insecticidas, la pérdida de hábitat y el cambio climático.

Estoy incluyendo todo lo que he aprendido, en la medida de lo posible, pero estoy dejando fuera cualquier cosa que no he comprendido del todo. No hay nada que confunda más que recibir una información transmitida por alguien que sólo entiende a medias aquello de lo que está hablando. Ya existen varios libros, artículos y sitios web maravillosos a los que puedes recurrir para ampliar la información científica, o profundizar en ella, si lo deseas. En la bibliografía presento una lista de los que he encontrado más útiles.

Mi deseo, sobretodo, es compartir contigo aspectos de la existencia de las abejas que en la última década me han maravillado y deleitado cada vez más, pues me he dedicado a observarlas, a escucharlas y a sintonizar con ellas, y también con todos los demás insectos y plantas maravillosas y silvestres que he encontrado en mis viajes. Al compartir los conocimientos que he adquirido pasando tiempo en la naturaleza –además de las observaciones, comprensiones y descubrimientos que los acompañan– espero también inspirarte para que veas a las abejas bajo una nueva luz, para que quieras saber más sobre ellas, para que las valores y les des la bienvenida a tu mundo, o al menos a tu jardín.

Por último, dado que una de las maneras más sencillas y fáciles de ayudar a las abejas es hacer que nuestros jardines sean acogedores para ellas, a lo largo del camino iré mencionando las plantas de floración que mi marido y yo cultivamos y los hábitats que hemos creado para atraerá a las abejas –así como todos los demás insectos y bichos que viven en nuestro jardín y en nuestro terreno, o lo visitan, ya que este libro no trata sólo sobre las abejas. Ciertamente, inició su vida como un «libro sobre abejas», o más específicamente como un libro con el propósito de crear consciencia acerca de la disminución de las abejas y sus diversas causas, pero de la misma manera en que mi propio viaje de reconexión con la naturaleza ha adquirido vida propia, este libro también lo ha hecho. Se han colado otros insectos de todo tipo que he conocido y de los cuales me he enamorado desde que comencé a escribirlo hace casi diez años.

Espero que disfrutes caminando junto a mí en mi viaje, y que cuando conozcas a estos seres extraordinarios y mágicos tú también te enamores de ellos.

INTRODUCCIÓN

La trampa de la miel

No siempre me han gustado las abejas tanto como me gustan ahora. Cuando era niña, lo que más me llamaba la atención eran las mariposas, los polluelos, las huevas de rana, los caracoles y los tritones, pero nunca las abejas –con excepción de los abejorros, que me encantaban desde muy pequeña por su forma de moverse y por los sonidos vibrantes y los zumbidos que emitían. No fue hasta varias décadas más tarde, cuando estaba dirigiendo una organización benéfica ambiental en 2006, que tomé consciencia por primera vez de la magnitud de la diversidad de las abejas y de las maravillas de sus relaciones con las plantas de floración.

En aquella época los medios de comunicación estaban informando de unos sucesos misteriosos y sumamente preocupantes que estaban teniendo lugar al otro lado del Atlántico. Grandes cantidades de abejas melíferas estaban «desapareciendo» en los Estados Unidos. Este fenómeno –que afortunadamente parece haber remitido– se dio a conocer como el síndrome de colapso de las colonias o CCD (por sus siglas en inglés, Colony Collapse Disorder) y una de sus principales características fue la desaparición absoluta de las abejas obreras. Estas abejas se estaban marchando en busca de alimento, dejando las colmenas llenas de huevos, larvas y miel, pero no estaban regresando. No estaban dejando ningún rastro, y las abejas reinas, al quedar desatendidas, estaban muriendo. Se estima que durante varios años consecutivos, alrededor del 30 por ciento de las colmenas de los Estados Unidos dejaron de funcionar, y en el pico del CCD, durante el invierno del 2006 al 2007, lo hizo un alarmante 60 por ciento. La gente empezó a hablar de un «apocalipsis de las abejas» y se incrementaron los fondos para la investigación y los programas de divulgación para salvar a las abejas melíferas.

Como muchas otras personas, seguí la historia de la pérdida de abejas con creciente preocupación. Al principio me preocupaban principalmente las consecuencias en la cadena alimentaria humana si continuaban las pérdidas de las que se hablaba en los informativos. Sin embargo, cuando comencé a investigar un poco por mi cuenta, mi preocupación y mi interés dejaron de estar centrados en cómo esto podría afectarnos y se centraron en las propias abejas, y luego también en otros insectos polinizadores.

El planeta Tierra es el hogar de unas 352 000 especies descritas de plantas de floración. Éstas, a su vez, son polinizadas por al menos 350 000 especies descritas, y muchas otras no descritas, de animales polinizadores. Las plantas y los animales que las polinizan han estado evolucionando juntos desde hace millones de años, y aunque algunas flores se han convertido en especialistas y se han adaptado para coexistir con determinados animales, la mayoría de ellas son generalistas y son visitadas por muchas especies distintas. Las flores son polinizadas por aves y murciélagos, así como por roedores, marsupiales y lagartijas. Pero la mayoría de animales polinizadores son insectos: avispas, sírfidos y otras moscas, mariposas, polillas, hormigas, escarabajos florícolas y, por supuesto, abejas.

Las abejas son conocidas por el importante papel que tienen en la polinización de las plantas de floración del planeta. Mediante este papel, ayudan a mantener importantes sistemas ecológicos y agrícolas. Los abejorros son fundamentales para la polinización cruzada de los tomates. Un grupo de abejas solitarias nativas de Norteamérica, las llamadas abejas de calabaza, pueden llevarse la mayor parte del mérito por la producción de la mayoría de calabazas que se cultivan para la comercialización. Y sin las abejas melíferas controladas, los extensos cultivos de almendras de California no existirían.

Me asombré al darme cuenta la enorme magnitud de la apicultura comercial en Norteamérica, y me horroricé cuando me enteré del estrés al que esos pobres bichos están expuestos. Las cifras, y las distancias que son transportadas las abejas, son sobrecogedoras. En 2017, los apicultores migratorios transportaron 1.7 millones de colonias de abejas a California y dentro de California, donde éstas polinizaron 1.3 millones de acres de almendros. Estas abejas se sumaron a las 500 000 colonias que ya residían en los valles de almendros. Sólo el cultivo de almendras depende de que se traiga unos 88 000 millones de abejas desde sus hogares de invierno, los cuales, en algunos casos, están a 1 600 kilómetros de distancia. Las colmenas van y vienen de este a oeste en camiones, con paradas para polinizar cultivos de verano en el Medio Oeste, antes de finalmente poder descansar durante el invierno. A principios de año empiezan el circuito otra vez. Algunas de estas colmenas recorrerán 16 000 kilómetros de carreteras cada año, ya que las abejas polinizan cultivos, incluyendo los de manzanas, trébol, canola, alfalfa, girasoles y arándanos.

Lejos de sorprenderme de que las abejas estuvieran desapareciendo y muriendo por un «síndrome» misterioso, lo que me sorprendía cada vez más era que hubiera algunas que sobrevivían.

Nuestra relación con las abejas se inició hace al menos nueve mil años, con el inicio de la agricultura. Las evidencias arqueológicas sugieren que los agricultores del neolítico tenían abejas silvestres y recolectaban su miel y su cera con fines medicinales y como alimento, pero es casi seguro que hemos estado Danzando con las abejas desde mucho antes. Una pintura rupestre en Valencia, España, la cual se cree que tiene aproximadamente quince mil años de antigüedad, representa muy clara mente a una figura humana extrayendo miel de una colmena en lo alto de un acantilado. Nuestros ancestros humanos deben haber adquirido el gusto por la miel de abeja antes de que alguien intentara controlarlas.

Es posible que tengas la impresión de que todas las abejas del planeta viven en colmenas, las cuales forman grupos que se conocen como colmenares. En realidad, no todas las abejas melíferas son controladas por los humanos. Con frecuencia crean un hogar dentro de huecos en los árboles, en las chimeneas, en cavidades en las paredes, en los techos y en otros espacios en los que pueden sobrevivir, sin ser molestadas y controladas, durante muchos años. Las abejas que enjambran y establecen colonias lejos de las colmenas suelen conocerse como silvestres.

Resulta que tengo varios amigos que comparten felices sus hogares con colonias activas de abejas, las cuales generalmente se instalan en sus techos o en sus chimeneas. Mientras que las abejas no entren en la casa, y mientras que el peso del panal no ponga en peligro la estructura de la construcción, dichas colonias son perfectamente inofensivas. A menudo, las personas se encariñan con ellas y las llaman afectuosamente «nuestras abejas».

Pero este tipo de colonias no siempre son bienvenidas. Recientemente leí un artículo acerca de un hospital público en Cardiff que se había percatado de que una enorme colonia de abejas vivía en el techo cuando la miel empezó a filtrarse y a descender por las paredes en una de las salas. De más está decir que esto causó bastante alboroto cuando ocurrió. Dondequiera que acaben instalándose a vivir, las abejas silvestres necesitan un espacio lo suficientemente grande como para alojar a una colonia de unas 60 000 abejas o más, así como un volumen suficiente para construir un panal de cera en el que la reina pueda poner sus huevos y las obreras puedan almacenar la miel y el polen. Con esta salvedad, cualquier espacio sirve. Tanto si la cavidad es alta y estrecha, o larga y horizontal, la colonia construirá su panal de manera que encaje en el espacio que tiene disponible.

Las abejas melíferas que viven en colmenas suelen denominarse domesticadas, aunque a mi parecer este término se aplica más a los animales que han modificado su comportamiento salvaje para encajar con los humanos, que a las abejas, las cuales, por lo que se puede ver, no han modificado su comportamiento en absoluto para complacernos. Creo que la palabra «controladas» es mucho más adecuada –o, en el caso de la apicultura a gran escala que tiene lugar en los EE. UU., quizás sería mejor decir «criadas». De cualquier modo, la mayoría de las abejas que son mantenidas en colmenas en la actualidad son criadas con el propósito expreso de polinizar los cultivos de los humanos, o para extraer su cera y su miel, y con frecuencia ambas cosas.

Aunque algunas otras especies de abejas producen y almacenan pequeñas cantidades de miel, son principalmente las especies del género apis las que producen miel en cantidades suficientes como para ser atractivas para los apicultores. Lo que hace que las abejas melíferas destaquen entre la mayoría de las otras especies es su capacidad de almacenar suficiente alimento dulce para las épocas difíciles, ya sean debido a sequías, lluvias fuertes o el frío del invierno. Este abastecimiento, combinado con su capacidad de adaptarse para utilizar cualquier espacio que esté disponible para construir sus hogares, ha sido clave para su éxito y su supervivencia, no sólo en la naturaleza sino también al lado de los humanos.

Pero lo que ha hecho que generaciones de humanos se sientan atraídos por la idea de tener abejas melíferas no es sólo su miel, o su capacidad de polinizar los cultivos. Hay algo más, algo que resuena en las profundidades de la psique humana, que hace que queramos cuidar de ellas, saber más acerca de ellas e incluso superar nuestro miedo para poder conectar con ellas de alguna manera. Quizás sea su ética de trabajo, o el hecho de que todo lo que hacen es para el «mayor bien» de la colmena. Quizás sea porque aspiramos a ser más como ellas.

He estado pensando mucho en esto últimamente, porque aunque he acabado abogando por las «otras abejas», también me gustaría saber más sobre las abejas melíferas. A pesar del poco tiempo que he pasado con ellas, entiendo completamente por qué quienes las crían llegan a quererlas tanto. Tengo un libro, La vida de las abejas, escrito en 1901 por Maurice Maeterlinck, un poeta, dramaturgo y apicultor belga. Es, sin duda, uno de los libros más bonitos y encantadores que he leído acerca de las abejas melíferas. «Ningún ser vivo, ni siquiera el hombre», escribe Maeterlinck, «ha logrado en el centro de su esfera, lo que la abeja ha logrado en la suya». Quizás esa sea parte de su atractivo. Que, si nos acercamos más, nosotros también podríamos aprender a lograr lo que la abeja melífera ha logrado, es decir, ser verdaderamente social, cooperar y coexistir como lo hacen ellas, sin ponernos siempre nosotros primero, sino trabajando por una causa común. Maeterlinck llama a esto «El espíritu de la colmena».

Las abejas melíferas son insectos sociales sumamente desarrollados que viven juntos en colonias que incluyen una reina, decenas de miles de hembras trabajadoras y unos pocos miles de zánganos que son producidos en momentos específicos del ciclo de la vida con el único propósito del apareamiento. En términos científicos, este nivel de organización social, en el cual una sola hembra produce las crías y miembros no reproductores de la colonia cooperan para cuidar a los más jóvenes, se conoce como eusocialidad.

Además de vivir en comunidades con generaciones traslapadas de adultos y crías, y cuidando cooperativamente de los más jóvenes, los insectos eusociales se definen por el hecho de que tienen una «división del trabajo», en la cual los individuos son asignados a castas específicas y cada casta tiene un rol claramente definido que no es realizado por las demás. Entre las abejas melíferas, están la reina, las obreras y los zánganos. Las colonias de abejas melíferas y otras unidades eusociales (incluyendo las aproximadamente quinientas especies de «abejas sin aguijón», llamadas Meliponini, que se encuentran en regiones tropicales o subtropicales) son descritas a menudo como superorganismos, ya que cada unidad funciona como un todo orgánico y los individuos dentro de la unidad son incapaces de sobrevivir solos por ningún período de tiempo. Una colonia de abejas melíferas sin sus obreras, o su reina, sería como un cuerpo humanos sin sus extremidades, o sin su corazón.

Las especies eusociales son capaces de expresar comportamientos sumamente complejos, incluyendo la toma de decisiones en grupo. Esta complejidad les da varias ventajas sobre sus primas más solitarias. Para empezar, los insectos eusociales son pecoreadores más eficientes, pues no sólo trabajan juntos para encontrar alimento y otros recursos, sino que además comunican la ubicación de sus hallazgos a los otros miembros de su colonia. Dado que la reina no tiene que cuidar de su prole –es decir, de sus huevos y larvas– sino que puede confiar en una casta de miles de obreras lo hará, las colonias de abejas melíferas pueden llegar a ser muy grandes. Sus grandes números significan que son capaces de superar a otros insectos en la lucha por el territorio y el alimento. (Este es el motivo por el cual introducir grandes números de colmenas de abejas melíferas en un área puede tener un efecto negativo en las poblaciones existentes de abejas nativas). Estas enormes poblaciones también son capaces de construir o reparar rápidamente sus hogares, o de movilizarse para defender sus colmenas y sus reservas en el caso de ser atacadas. Las ventajas de la organización social están equilibradas por las desventajas, como la demanda de grandes cantidades de alimento para mantener a las colonias.

Existen otros insectos eusociales, incluidas las hormigas, las termitas y ciertas especies de avispas, pero entre las abeja, la verdadera eusocialidad es la excepción y no la regla. Incluso los abejorros, aunque son mayormente sociales, carecen de la forma más desarrollada de eusocialidad que exhiben las abejas melíferas. A diferencia de las colonias de abejas melíferas que pueden sobrevivir como una unidad durante muchos años, las colonias de abejorros son anuales, y hasta que la primera camada de abejas obreras salga de sus huevos, no habrá ninguna casta de obreras en el nido para compartir el trabajo con la reina. Otras abejas muestran varios grados de organización social, incluyendo compartir el nido o cooperar en el cuidado de las crías, sin ser verdaderamente eusociales.

La mayoría de las abejas no tiene características sociales y son llamadas solitarias. Aunque las abejas solitarias pueden vivir unas con otras, normalmente tienen sus propios nidos individuales, o entradas individuales a los nidos, y no interactúan con otras abejas de su especie (a menos que estén apareándose). Cualquiera sea su tendencia social, una vez que llegas a saber un poco sobre las abejas, no puedes evitar verlas desde un prisma distinto.

De las 20 000 especies de abejas, las más fáciles de observar son, de lejos, las colonias eusociales de abejas melíferas, mayormente porque muchas de ellas viven en colmenas controladas por los apicultores. Yo no soy apicultora, pero resulta que mi marido, Rob, sí lo es –y gran parte de lo que he aprendido acerca del comportamiento de estas abejas ha sido a través de la observación de las idas y venidas en las entradas a las colmenas de Rob.

Conocí a Rob en el verano de 2013, en un congreso de apicultura natural que tuvo lugar en un centro de conferencias al aire libre en Worcestershire. Este evento fue organizado por mi amigo Phil Chandler, «abeja-céntrico» defensor de la apicultura y profesor. El congreso había sido organizado como una oportunidad para que los apicultores que prefieren la intervención mínima y un enfoque de no interferir pudieran reunirse e intercambiar ideas. Phil me había invitado a dar una charla sobre las «otras abejas» –para que enarbolara la bandera, por así decirlo, de los abejorros y las abejas solitarias, que son hermosos pero menos conocidos. Mi charla no estaba programada hasta la tarde del domingo, pero Phil me había invitado a que me uniera a ellos durante todo el fin de semana. Desde hacía tiempo tenía curiosidad por saber más acerca de la apicultura natural, así que acepté su oferta inmediatamente. En la tarde del viernes, estaba sentada junto a Lesley, la pareja de Phil, hablando de lo feliz y satisfecha que estaba siendo soltera y viviendo sola, mientras la gente iba llegando y montando el campamento, cuando me fijé en Rob por primera vez. Parece interesante, pensé cuando lo vi pasar.

Es curioso cuánto puede llegar a saber uno sobre otra persona por su forma de caminar, por su postura y por la ropa que lleva puesta, incluso antes de ver su rostro o hablar con ella. Mi primera impresión de Rob, cuando pasó junto a mí, fue que era alguien que estaba cómodo en su propia piel, desenfadado (si es que existe tal cosa) y sin ninguna prisa para llegar a ningún sitio: todas ellas cualidades que encuentro atractivas en una persona. La otra cosa que noté fue que su pelo estaba desarreglado, un poco como el mío. Adiviné por su ropa y su conducta en general que probablemente era alguien que trabajaba al aire libre. Ciertamente, no tenía el aspecto de alguien que se pasa la vida en una oficina. Incluso su tienda de campaña era distinta. En lugar de ser una de esas tiendas prácticas, modernas y livianas que todos habían armado, la suya era una tienda de campaña francesa antigua, de lona, que pesaba al menos cinco veces más de todas las demás, y armarla le tomó el doble de tiempo. Quizás había algo de rebelde en él también. Tuve la esperanza de que nos pudiéramos conocer en algún momento durante el fin de semana.

Y así fue. Es decir, nos conocimos, pero no «fuimos presentados» hasta el domingo al atardecer, cuando yo estaba a punto de irme. Pero hubo varias ocasiones a lo largo del fin de semana en las que «conectamos»; yo lo sentí, y él también. La primera ocasión fue el viernes por la noche, cuando Lesley y yo estábamos sentadas junto a la fogata, comiendo nuestra cena, y Rob estaba sentado en una banca junto a nosotras. Se podría decir que se unió a nuestra conversación, pero más escuchando y estando de acuerdo con lo que estábamos diciendo, que participando. Su actitud era de alguien seguro de sí mismo, pero amable y sereno. Supe que me gustaba y sentí que quizás yo también le gustaba. Coincidimos en uno o dos talleres durante el fin de semana, y observé que aunque Rob escuchaba atentamente a lo que estaban diciendo, no se presentó ni expresó sus opiniones. Estaba ahí para aprender, no para hablar de sí mismo, y esperaba a que los demás hicieran preguntas antes de preguntar él.

El sábado había un taller de radiestesia. Nos entregaron a todos unas varitas de zahorí hechas con viejos colgadores de chaquetas y nos mandaron a buscar «líneas de estrés geopático», encima de las cuales, por lo visto, es más probable que las abejas construyan sus colonias. Me avergüenza admitirlo, pero estuve siguiendo a Rob por el campo. Me estremezco al recordarlo ahora. Pero a Rob parecía no importarle, y aunque no encontramos ninguna abeja, sí encontramos un nido de avispas sumamente saludables y activas, justo en el punto en el que dos líneas de estrés geopático se encontraban.

El domingo por la tarde ya estaba segura de que me gustaría seguir viéndolo, aunque todavía ni siquiera sabía su nombre. Cuando di mi charla ese día, terminé describiendo un proyecto que había montado en Cornualles para crear un hábitat para las abejas silvestres. Al final miré deliberadamente en dirección a Rob y comenté que necesitaba desesperadamente voluntarios. Pero no fue hasta el momento en que me estaba despidiendo al final del fin de semana que alguien finalmente nos presentó, y descubrí que era jardinero, que vivía cerca de mis padres en el norte de Dorset y, lo más importante, que estaba dispuesto a venir y hacer un poco de jardinería en mi hábitat para abejas silvestres en Cornualles. Tres años más tarde, en el mismo campo en el que nos conocimos, nos casamos.

Rob y yo compartimos muchos intereses, pero el más importante es nuestro amor por la naturaleza. Como dije antes, Rob es jardinero, pero cuando nos fuimos conociendo me enteré de que había estado trabajando a tiempo completo en el mismo jardín de dos acres durante más de una década para Diana. El jardín de Diana es una absoluta delicia. Una fusión de lo formal y lo silvestre, lleno de flores, arbustos, árboles y vida silvestre. Cuando Rob me lo enseñó por primera vez, entendí inmediatamente por qué amaba tanto trabajar ahí. Yo nunca había visto tantas abejas, o aves, distintas, visitando un jardín como ocurría ahí. Además de macizos de flores y zonas de césped, hay un huerto, un jardín de vegetales, un pequeño prado y dos estanques, todo ello cuidado por Rob sin usar ni un solo insecticida, herbicida o fungicida. Si alguna vez quisieras ver la prueba de que no es necesario utilizar pesticidas para producir una profusión de flores y una abundancia de frutas y vegetales, encontrarías esa prueba en este jardín.

Me siento bendecida y afortunada porque la forma de trabajar de Rob, orgánica y amable con la naturaleza, significa que nuestros pequeños jardines y nuestra parcela en Shaftesbury, Dorset, están orientados a proporcionar alimento para las abejas y otras formas de vida silvestre y también a cultivar alimentos para nuestro consumo.

Es por su amor a la naturaleza que la forma en que Rob cuida de sus abejas difiere de la de muchos otros apicultores. Tiene abejas desde hace unos diez años, pero casi desistió de la idea de ser apicultor antes de haber empezado siquiera.

La decisión de Rob de tener abejas surgió cuando se dio cuenta de la poca cantidad de abejas melíferas veía en el jardín de Diana. Esto le hizo pensar que probablemente no había muchas colonias de abejas melíferas, controladas o silvestres, en la zona. Si las hubiera habido, ciertamente se encontrarían en ese jardín. Las abejas melíferas pueden viajar distancias de más de cuatro kilómetros, aunque su área natural de pecoreo tiende a estar a menos de un kilómetro y medio de distancia de sus colmenas. Si ya hubiese habido grandes cantidades de colmenas en la cercanía, Rob se lo habría pensado dos veces antes de introducir una colmena en este jardín, ya que no le habría gustado añadir a sabiendas más competencia a un área ya saturada de abejas melíferas.

Desde los primeros informes sobre el CCD y la disminución de las abejas, la popularidad de la apicultura ha aumentado enormemente, especialmente en las áreas urbanas donde, además de haber más apicultores individuales, hay una tendencia creciente, entre los negocios bienintencionados, de colocar colmenas en los techos. Pero contrariamente a la creencia popular, las abejas melíferas no necesitan ser salvadas y «convertirte en apicultor» no ayuda a «salvar a las abejas». Hay más de 20 000 especies distintas de abejas en el mundo, y la abeja melífera europea es sólo una de ellas.

Mientras que todo el mundo se ha estado centrando en la disminución de abejas melíferas, otras abejas han estado desapareciendo en silencio, o disminuyendo en variedad y cantidad. Actualmente hay diecinueve especies de abejas nativas en la lista del Plan de Acción de Biodiversidad del Reino Unido, la cual enumera las especies prioritarias que han sido identificadas como las más amenazadas y, por lo tanto, como las que más requieren una acción de conservación. De esas diecinueve especies, seis son abejorros y el resto son abejas solitarias. Las abejas melíferas europeas no están, y nunca han estado, en la lista del Reino Unido. Ni tampoco se considera que sean una especie en extinción en Norteamérica.

En realidad las abejas melíferas ni siquiera son nativas de Norteamérica: fueron introducidas por los colonos europeos a principios de siglo XVII para la producción de miel. Antes de eso, todos los cultivos, incluidos aquellos introducidos por los colonos, eran polinizados enteramente por polinizadores nativos. De manera que, sí, hay una pérdida de colmenas de abejas melíferas y esas pérdidas son sumamente preocupantes para los apicultores y los consumidores. Pero a pesar del CCD y los informes de grandes pérdidas durante el invierno, en realidad a nivel mundial el número de colmenas se ha estado incrementando en los últimos cincuenta años.

Traer cientos de miles de abejas melíferas a una zona en la que posiblemente ya estén compitiendo con las abejas silvestres nativas en la búsqueda de recursos de pecoreo no tiene ningún sentido –a menos que simultáneamente siembres campos llenos de plantas de floración para que las abejas melíferas realicen el pecoreo, lo cual, en la mayoría de los casos, no está ocurriendo. Criar abejas podría ayudar a aumentar la polinización de los cultivos, pero el hecho es que no por convertirte en apicultor vas a salvar a las abejas, de la misma manera en que no por criar gallinas vas a salvar a los «pájaros». Dicho esto, he notado que ahora hay cada vez más apicultores que tienen en consideración a las poblaciones de abejas nativas antes de expandir sus colmenares. La organizaciónAmigos de las Abejas (Friends of the Bees) promueve esto específicamente.

Es importante mencionar que no todos los insectos que ves en las flores están polinizando esas plantas. En los últimos años he descubierto que la terminología que uno usa es sumamente importante cuando se habla de abejas y polinización. El término polinizador hacer referencia a los insectos que realmente polinizan las plantas que visitan, mientras que todos los demás son visitantes. Una abeja o una mariposa que se posa sobre una flor no necesariamente está polinizándola. Podría estar simplemente extrayendo néctar de la flor, sin hacer contacto con las partes reproductoras de la planta u obtener polen para transferirlo a otra planta. Esto parece bastante obvio cuando lo piensas, pero no lo era para mí hasta que alguien me lo explicó.

Afortunadamente para Rob, el jardín de Diana era más que capaz de mantener a una o dos colmenas sin tener ningún impacto en la población de abejorros nativos y abejas solitarias de la zona. De hecho, él pensó que el jardín probablemente se beneficiaría de la introducción de algunos polinizadores adicionales. Y por eso se apuntó debidamente a un curso de la asociación apicultora local.

Es bien sabido entre los apicultores que «si haces la misma pregunta a diez apicultores, recibirás once respuestas distintas». Esto no es ninguna sorpresa. Si no hay dos personas iguales, ¿por qué iban a seguir todos los mismos métodos cuando se trata de criar abejas? No hay ninguna duda en mi mente de que prácticamente todos los apicultores, tanto si crían abejas como un hobby, como un pequeño negocio o un interés agrícola a escala industrial, aman a sus abejas. Pero cuando se trata de cuidarlas o «controlarlas», cada apicultor tiene una visión distinta de cómo debería hacerse.

Rob me cuenta que aprendió muchísimo en el curso al que asistió, pero puesto que es un jardinero orgánico, se propuso basar lo más posible sus prácticas de apicultura y sus colmenas en la forma en que las colonias de abejas melíferas viven en la naturaleza. Casualmente, justo antes de terminar el curso, recibió un correo electrónico de su hermano en el cual incluía un enlace a un artículo de Phil Chandler acerca de mantener a las abejas en «colmenas de barras superiores» y le preguntaba si alguna vez había visto una de ellas. Rob nunca había visto una, pero dado que prácticamente había decidido que no quería tener a sus abejas en una colmena convencional, buscó información sobre el tema.

La colmena de barras superiores es uno de los diseños preferidos por los apicultores «naturales», pues permiten que las abejas construyan su propio panal de cera, usan menos material del que se necesita para tener abejas en colmenas más convencionales y pueden ser controlados con una menor intervención. Dado que las barras superiores tienen un diseño bastante básico y son relativamente fáciles de construir, Rob construyó una él mismo, recogió su primer enjambre y comenzó a criar abejas. Actualmente tiene tres barras superiores y cada una de ellas contiene una colonia sana y floreciente. Hasta la fecha, nunca ha perdido una colonia durante el invierno.

A medida que el interés de Rob en la naturaleza salvaje de las abejas melíferas ha ido aumentando, él ha comenzado a investigar sobre otros diseños de colmenas y en el verano de 2018 asistió a un curso en Cornualles, donde construyó su primera colmena en un tronco. Cuando las abejas melíferas silvestres establecen su hogar en las cavidades de los troncos, tienden a colocar el nido a entre cuatro y seis metros por encima del suelo para proteger a la colonia de los depredadores naturales. Desafortunadamente, como actualmente los humanos estamos tan conscientes de la salud y la seguridad, hay muchos menos árboles huecos de lo que había antes, y es por eso que se crean las colmenas de troncos. Las colmenas de troncos son básicamente troncos ahuecados, obtenidos de árboles que han caído durante las tormentas o que han sido talados porque había riesgo de que se cayeran. Estas colmenas imitan muy bien los lugares naturales en los que las abejas hacen sus nidos y pueden ser amarradas a un árbol, exactamente a la altura en que las abejas probablemente establecerían una nueva colonia. Este tipo de colmenas ha existido desde hace siglos y son muy populares entre los apicultores en algunas partes del continente. Tienen una alta tasa de éxito atrayendo enjambres de abejas melíferas.

Gracias al ebanista y apicultor Matt Somerville de Bee Kind Hives, quien es pionero en la introducción de colmenas de tronco en el Reino Unido, ahora uno puede adquirir una fácilmente o aprender a hacerla uno mismo, como hizo Rob. Las colmenas de tronco de Matt miden unos cincuenta centímetros de diámetro y entre ochenta y noventa centímetros de longitud, con una cavidad ahuecada de treinta centímetros de diámetro. Le he preguntado a Matt cuán importantes son estas dimensiones y me dijo que esta no es una ciencia exacta, y que él ha tenido el mismo éxito atrayendo abejas con cavidades más estrechas. Ciertamente, esto debería haber sido obvio para mí. Después de todo, las abejas no utilizan cintas métricas. El grosor de la madera alrededor de la cavidad ayuda a aislar a la colmena, reduciendo el estrés y el consumo de energía, manteniendo el calor en invierno y ayudando a evitar el sobrecalentamiento en las épocas calurosas. Las colmenas también tienen una trampilla extraíble para la inspección y un techo bien aislado.

La próxima primavera tenemos planes de colocar nuestra colmena de tronco en el árbol de un amigo con la esperanza de que pueda atraer a un enjambre silvestre.

Antes de conocer a Rob tenía muy pocos conocimientos de primera mano sobre cualquier forma de apicultura, y ciertamente no sabía nada acerca de la idea de criar abejas en el hueco de un tronco. Sin embargo, en mis viajes he visto varias colonias de abejas melíferas silvestres, y observé a una de ellas durante siete años consecutivos. La primera vez que vi esta colonia en particular fue cuando estaba paseando por el valle que está debajo de Malvern Oeste. Había descendido con dificultad por una pendiente muy pronunciada y me había detenido en la parte inferior para aprovechar la sombra que me ofrecía el más grande de los antiguos robles del valle mientras mis rodillas se recuperaban. Estando ahí me di cuenta de que un zumbido, que había oído por primera vez en la parte superior de la pendiente, se estaba haciendo más fuerte y pensé que provenía de algún lugar directamente encima de mí. El sol del mediodía me cegó cuando intenté mirar hacia arriba, de modo que me moví al otro lado del árbol. Las ramas y el follaje eran más densos aquí, pero una vez que puede ver a través de las ramas, vi de dónde provenía el zumbido: cientos y cientos de abejas melíferas entraban y salían de lo que debe de haber sido un hueco dentro del árbol. Estaba en un lugar demasiado elevado como para poder ver bien la entrada, pero claramente era una colonia bastante grande y sumamente activa. Anteriormente, ya había visto abejas entrando y saliendo de las colmenas de unos amigos, pero nunca como esto. Esta era una carretera de abejas de doble sentido en hora punta.

La gente me dice que las colonias de abejas silvestres son más susceptibles a las enfermedades y a los parásitos que las colonias controladas, pero si tenemos en cuenta esta colonia, eso no puede ser cierto siempre.

Observé a estas abejas a lo largo de toda la primavera y el verano durante siete años, hasta el año en que me marché de Malvern, y en ninguna ocasión tuve la sensación de que estuvieran enfermas. Un año, en mayo, vi un enjambre en un sauce más abajo y me pregunté si podría haber venido del viejo roble. Sospecho que sí. Si hubiese sabido entonces algo sobre las colmenas en troncos, quizás hubiera colocado uno en el área para ver si alguno de los enjambres del roble se mudaba ahí.

Cuando una colonia se hace demasiado grande para el espacio que está habitando, empieza a criar a algunas de las larvas como reinas, y la vieja reina, junto con hasta dos tercios de las abejas adultas de la colonia, abandonan la colmena en masa en un enjambre. Los enjambres de abejas melíferas, si tienes la suerte de verlos antes de que se instalen, son una maravilla. Me recuerdan el rumor de los estorninos, cuando cientos, y a veces miles, de aves individuales se mueven en el cielo como un solo ser, girando y moviéndose en unísono hasta que, de repente, descienden para posarse. Los enjambres de abejas melíferas también descienden repentinamente, a menudo hasta entrar en un árbol, aunque también pueden instalarse temporalmente en un seto, alrededor de un poste de luz, en los radios de una bicicleta, o en cualquier lugar que elijan. Ahí, forman una masa gigantesca de una confusión vibrante, con miles de abejas obreras agrupadas en torno a su preciosa reina mientras las abejas exploradoras salen en busca de un nuevo hogar. Una vez que el enjambre se ha decidido por un lugar adecuado para vivir, y se ha mudado ahí, empieza a trabajar inmediatamente en la construcción de un nuevo panal de cera, con celdas hexagonales, donde las obreras pueden almacenar polen y miel y la reina puede empezar a poner sus huevos. Y entonces, mediante el proceso natural de la enjambrazón, una colonia se divide y se convierte en dos colonias.

En la vieja colmena o el viejo hueco del árbol, surge una nueva reina virgen y se embarca en lo que se conoce como el vuelo nupcial. Durante este vuelo, puede llegar a aparearse, en el aire, con hasta veinte machos. (Se cree que normalmente rechaza a los zánganos de su propia colonia). La reina puede realizar varios de estos vuelos antes de establecerse en su rol en la vida, es decir, poner huevos. Mientras que haya un abundante suministro de polen y néctar en primavera y verano, una reina puede poner más de 2 000 huevos al día. Este ritmo disminuye hacia el otoño.

La población de cualquier colonia dada, silvestre o controlada, fluctúa enormemente durante el año, según el clima, las estaciones y las fuentes de alimento que haya disponibles. Mientras que una colonia puede contener 60 000 abejas aproximadamente en el punto álgido del verano, a finales de invierno es posible que sólo quede un cuarto de esa cifra.

Lo interesante es que, aunque la duración normal de la vida de una abeja obrera es aproximadamente de seis semanas en el resto del año, aquellas que son producto de los huevos puestos en otoño pueden vivir hasta cinco meses, hasta marzo del año siguiente. Cuando finalmente llega la primavera, trayendo consigo temperaturas más cálidas y días más largos, esas obreras se separan de la agrupación del invierno y salen en busca de alimento. Cuando las obreras empiezan a traer el primer polen del nuevo año a la colmena, la reina empieza a poner huevos otra vez.

La longevidad de una abeja reina varía enormemente. Si se la deja en paz y los apicultores o la colonia no la reemplazan con otra más joven, una reina puede vivir entre cinco y seis años, y durante este tiempo puede mudarse y establecer una nueva colonia dos o tres veces. Sin embargo, normalmente sobrevive sólo uno o dos años, ya que algunos apicultores reemplazan rutinariamente a sus reinas. Los zánganos pueden vivir unas semanas o unos meses.

Yo siempre había dado por sentado que el polen que traían las abejas obreras se lo daban directamente a las larvas, pero no podía estar más equivocada. El polen, en su estado natural, no es digestible. Para hacerlo digestible, las obreras le añaden néctar, junto con saliva, enzimas digestivas y levaduras silvestres. Esto hace que el polen fermente a lo largo de unas pocas semanas. El pan de abeja resultante (también conocido como ambrosia) es consumido por las abejas enfermeras (abejas obreras cuya tarea específica consiste en cuidar de la prole) para producir jalea real, la cual, a su vez, es consumida por la reina y las larvas, exclusivamente en el caso de las larvas de la reina y durante tres días aproximadamente por las demás. De manera que las abejas melíferas son unas verdaderas alquimistas. No sólo son capaces de convertir el néctar en miel, sino que además han perfeccionado el arte de descomponer, mediante la fermentación, las paredes de celdas de granos de polen para producir alimento para ellas mismas y para sus crías.

Cuanto más aprendo sobre las abejas, más fascinada estoy, pero aprender acerca del pan de abeja me ha dado más motivos para interesarme. Ahora que tengo una idea más clara de cuán importante es el proceso de fermentación para producir pan de abeja y alimento para las larvas, y el papel que tienen las levaduras silvestres en ese proceso, puedo entender mejor cómo los fungicidas (que destruyen las levaduras silvestres) y los insecticidas pueden hacer que la salud de una colonia se deteriore rápidamente.

Comprender las amenazas que sufren las abejas melíferas me ha ayudado a entender más acerca de las amenazas que sufren todos los demás polinizadores. Aunque los científicos todavía no han descubierto las causas del CCD, o por qué parece haber disminuido, las líneas de investigación durante la crisis señalaron múltiples factores determinantes, los cuales se han dado a conocer como las cuatro P:

• Parásitos, siendo el ácaro Varroa el principal responsable en las colonias de abejas melíferas.

• Patógenos, incluyendo enfermedades como el virus del ala deformada, de la cría sacciforme y los hongos Nosema apis y N. ceranae.

• Pobreza de nutrientes –es decir, una falta de plantas u otro material para el pecoreo.

• Pesticidas, ya sean insecticidas o herbicidas y fungicidas, los cuales afectan a las abejas, sus hábitats y su alimento.

Pero a pesar de la persistente atención de los medios de comunicación a las pérdidas de abejas melíferas, las abejas controladas no son las únicas que se enfrentan a estas y otras amenazas, como el cambio climático. Esto afecta a todos los polinizadores y cuanto antes lo reconozcamos, mejor.

Cualesquiera que sean sus causas, el CCD debería haber sido una señal de alarma. Con frecuencia se llama a las abejas «los canarios en la mina de carbón», y nos estaban diciendo que algo estaba mal, y lo siguen haciendo. Haríamos bien en escucharlas –empezando por ver que hemos llegado a depender de las abejas controladas para la polinización de muchos de nuestros cultivos.

Aunque deploro la forma en que las abejas melíferas criadas comercialmente son explotadas, no se me ocurre cómo se polinizarían los vastos monocultivos de Norteamérica si las abejas controladas comercialmente desaparecieran repentinamente. Me preguntaba si quizás se podría tener más colmenas localmente en lugar de depender de que las abejas sean transportadas en camiones desde otros estados, pero por lo visto eso no es económicamente viable, ya que los apicultores comerciales se quedarían sin trabajo si sus colmenas fueran utilizadas para polinizar únicamente uno o dos cultivos por año. Además, al parecer algunas de las regiones donde los cultivos son polinizados por colmenas migratorias serían demasiado frías y las abejas melíferas no sobrevivirían en el invierno.

Me preguntaba, también, si los cultivos no podrían ser polinizados por insectos polinizadores silvestres en lugar de por abejas. Y, hasta cierto punto, esto podría ser posible. Sin embargo, de todos los insectos polinizadores, solamente las abejas sobreviven al invierno en masa, y están listas para empezar a polinizar a comienzos de año, cuando algunos grandes cultivos (como las almendras, por ejemplo) florecen. De modo que, incluso si hubiese una forma de revivir a las poblaciones nativas de abejas en los valles de California que solían ser biodiversos y actualmente están dominados por los almendros, esas abejas silvestres no aparecerían lo suficientemente pronto, ni en cantidades suficientes, para polinizar tantos acres en floración.

Lo preocupante es que no hay un plan B. La creciente dependencia del mundo en los monocultivos de escala industrial y, a su vez, en que las abejas polinicen muchos de esos cultivos, ha creado un problema como el del huevo y la gallina. Muchos de los cultivos producidos a gran escala pueden existir solamente por el hecho de que las abejas melíferas pueden ser controladas y, igualmente importante, porque son fáciles de transportar. Si queremos encontrar maneras de reducir las distancias poco naturales que estas abejas y sus colmenas son obligadas a viajar, y maneras de mejorar su salud permitiéndoles vivir en hábitats con más que un puñado selecto de monocultivos con flores, tenemos que repensar todo el sistema.

En un mundo ideal, podríamos regresar a un sistema en el que la agricultura de pequeña escala fuera la norma, pero eso no podría ocurrir de la noche a la mañana, incluso si las personas suficientes lo exigieran. Espero que la raza humana encuentre una manera de volver a una forma de cultivar los alimentos que sea más ecológicamente sostenible, amable con la naturaleza y orgánica, pero me temo que un cambio así podría sernos impuesto bastante repentinamente si no reconocemos lo quebrado que está y lo insostenible que es nuestro actual sistema.

Aunque entendemos que las abejas polinizan a las plantas en flor, tendemos a darlas por sentadas. En lugar de eso, deberíamos celebrarlas, darles las gracias todos los días de nuestras vidas, porque la polinización es casi un milagro. Ya es hora de que reconozcamos los regalos que las abejas nos dan. Y es igualmente importante reconocer las contribuciones de los demás polinizadores, especialmente las moscas comunes y los sírfidos, sin los cuales la diversidad de plantas del planeta se reduciría dramáticamente.

Fueron necesarios unos titulares apocalípticos acerca del síndrome de colapso de las colonias para tomar consciencia de la difícil situación de las abejas. Ahora que parece haber disminuido, no debemos caer en una falsa sensación de seguridad. Nuestros polinizadores nos necesitan. Tenemos que dar un paso al frente y hacer lo que haga falta –conservar lo que queda de sus hábitats naturales, crear nuevos hábitats y celebrar a todas las especies de polinizadores de nuestro planeta– para que puedan aumentar una vez más en número y variedad.