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Quizás, en algún momento, hayas tenido la oportunidad de leer algún libro "especializado" en un tema relacionado, por ejemplo: con los ovnis, revelaciones místicas, los famosos libros de autoayuda, etc. Pero éste no es así, el que ahora tienes en tus manos es un libro donde conocerás la vida de Francisco, la historia real de un español, centrada en las vivencias que tuvo desde niño hasta el presente, en cómo se fueron manifestando esas experiencias de Vida que le permitieron evolucionar y viajar por el mundo hasta instalarse en Capilla del Monte, Argentina. Puede que te sirva de guía o inspiración, si no, siempre te quedará el haber conocido una interesante historia en la que podrás leer acerca de: Superación personal Viajes astrales Comunicación con Seres de Luz Sanación Experiencias místicas Regresiones a vidas pasadas ERKS Avistamientos de ovnis Bilocación Visualización extrasensorial Numerología Espiritualidad y viajes a distintos lugares del mundo que fueron sede de culturas remotas y misterios relacionados con ellas. Todo ello apoyado por 3 dibujos y 88 fotos que te ayudarán a comprender mucho mejor el relato.
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Seitenzahl: 365
Veröffentlichungsjahr: 2022
Francisco el Caminante
Francisco el Caminante De España a ERKS : un camino espiritual / Francisco el Caminante. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2648-9
1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Introducción
Primera parte
“Mi prehistoria”
Capítulo 1: “de niño empezó todo”
Capítulo 2: “de los 23 a los 33, caída y auge”
Segunda Parte: “De los 33 a los 43, el Despertar”
Capítulo 3: “de la ciudad…”
Capítulo 4: “…a la montaña”
Tercera parte: “¡Hola Mundo!”
Capítulo 5: “Arizona, México, Nicaragua, Perú”
Capítulo 6: “Francia, Egipto”
Capítulo 7: “Argentina, Uruguay, Isla de Pascua”
Capítulo 8: “Turquía, Argentina”
Capítulo 9: “Argentina, Jordania, Israel, Argentina”
Capítulo 10: “España, Senegal”
Capítulo 11: “2018/2022. Mi presente”
Conclusión
Epílogo
Agradecimientos
Te lo dedico a ti, porque las cosas que nos ocurren en la Vida tienen un motivo y un propósito,incluido el hecho de que tengasahora mismo éste libro en tus manos.¿piensas que es por casualidad?
Te animo a que sigas leyendo…
Un guía iniciado en ERKS que canaliza, me lanzó esas palabras luego de tener una experiencia extraordinaria en zonas cercanas a Capilla del Monte, allá por 2010. Una más de todas las publicadas en cientos de libros del tema y esa zona. La verdad es que me guardé esas palabras escritas en una pequeña libretita de anotaciones personales. Retorné a mi ciudad, en el conurbano de Buenos Aires y quedé a atento de aquel encuentro. Tuvo que pasar un año para que, nuevamente en Córdoba, me encontrara yo conociendo a “un español”. A la vera de un rio de montaña, estaba sentado dialogando con amigos. No tardaron en presentarnos y luego participamos de una tarea con los hermanos de ERKS en la zona de La Granja. No fue sino hasta el día siguiente que me percaté, volviendo a mis notas, de que había conocido a Francisco. Y comienzo contando esta anécdota para despejar lo casual de este encuentro. Él mismo estuvo coordinado por vaya a saber uno que fuerzas, sin nosotros conocernos, y en aquellos días forjamos el principio de una amistad que dura hasta la actualidad. Así que, a partir de ahora, hablare de un amigo. Quizás el más itinerante de todos los de mi lista. Por eso, entre charlas radiales, nocturnas y diálogos cósmicos al calor de un fuego, nació el mote de Fran, “el caminante”.
Francisco, el caminante. Con sabiduría en su mirada y vigilante del presente, con modos tranquilos y amables, con esos silencios meditativos que se toma antes de empezar a hablar, y con oídos de un ser en calma que escucha honestamente, conocí al maestro que habita en él. Sin prisa, ni apuros los eventos en su vida se fueron sucediendo y agradezco a ver sido testigo quizá de alguna parte de su evolución humana y espiritual. Como quien sigue en una novela la evolución del protagonista a través de los más variopintos escenarios, la evolución de “un español” en relación con su Don es ejemplificadora. Por su superación al dolor personal, aprendizaje de técnicas para ayudar al prójimo, por su arrojo en salir al mundo para encontrarse y encontrar su lugar en él. Por el esfuerzo revelador de su ser para expresar su Don de sanador al resto del mundo actuando de corazón a corazón.
En tiempos de caos y desesperanza he aquí una vida que vale la pena leer si es que Ud. quiere ver un ejemplo de ese tan comentado salto espiritual.
Patricio Benavídez
En el momento de comenzar a escribir este libro, son ya más de dos años los que han transcurrido desde que “el Universo” me guio hasta llegar a alquilar una vivienda en Capilla del Monte, donde vivo desde entonces, un lugar muy especial, perteneciente a la provincia de Córdoba, Argentina, situado a escasos metros del famoso Cerro Uritorco, seguramente, por esa cercanía entre el pueblo y el cerro, y por el hecho de que bajo estas tierras se ubica la Ciudad Intraterrena de ERKS (Encuentros Remanentes Kósmicos Siderales) es donde las palabras “espiritualidad”, “cambio de conciencia”, “sanación”, “energías”, “avistamientos de ovnis” o “terapias alternativas” son muy comunes en las conversaciones de personas de todas las edades, incluso de los más jóvenes, palabras que resuenan en mi interior desde hace años. Cuando digo que el Universo me guio hasta aquí, es porque en yo ya había visitado Capilla varias veces en anteriores viajes, estancias de una semana o poco más, aunque nunca me había planteado quedarme a vivir definitivamente, pero fue en 2019, justo en el momento en que necesitaba cambiar de vivienda, cuando hice una visita no planificada junto a un amigo que venía por motivo de unas gestiones y decidí acompañarle, cual sería mi sorpresa al “encontrarme” con una preciosa casa en Capilla y no dudé en mudarme en pocas semanas, pero eso es algo que te voy a explicar en el capítulo correspondiente. Si algo aprendí con el paso de los años, es que hay que estar muy atento a “las señales” que nos llegan y guían en nuestro camino.
Después de años viajando, conociendo lugares y viviendo experiencias de todo tipo, sentí que había encontrado mi lugar en el mundo. Y animado por varios amigos desde hace ya algunos años, me decido por fin a escribir este libro, donde intento reflejar, desde la mayor honestidad de la que soy capaz (y mi memoria selectiva me permite, debo admitir), mi historia, vivencias, experiencias, viajes, enfocándolo todo desde el punto de vista de mi despertar de conciencia y mi evolución personal y espiritual, los acontecimientos que marcaron mi evolución para llegar a ser quien soy ahora mismo, pasando de un tipo de vida, en muchas ocasiones anodina y sin mayor propósito que intentar ser feliz (en el capítulo 1 comprenderás porqué uso la palabra “intentar”), a una vida mucho más llena, con las ideas claras y con el firme propósito de ayudar a las personas en su propio camino evolutivo de tránsito por esta vida, ayudarlas con herramientas que irás descubriendo a lo largo de este libro.
Un libro con el que podrás acompañarme a dar un repaso general a los hechos más relevantes que me ocurrieron a lo largo de la vida, desde la infancia hasta el presente, experiencias de tipo espiritual, otras de tipo “casi sobrenatural”, los viajes que hice a varios países del mundo y las vivencias que tuve en ellos, o personas a las que conocí y que de forma directa o indirecta, influyeron en mí para estar donde estoy en el presente, asumiendo que todo lo que viví, bueno o malo, formó parte de mi proceso evolutivo. Mi vida a corazón abierto. Cincuenta y cinco años de una línea temporal que yo divido en tres grandes etapas: la primera, refleja los hechos vividos desde que era un niño hasta los 33 años, cuando hablo de ellos entre amigos los suelo llamar “mi prehistoria”, pues fue a esa edad que llegó un gran cambio en mi vida que marcó un antes y un después porque resultó absolutamente liberador. La segunda, de los 33 a los 43 años, cuando se produjo “mi despertar” de conciencia y cuando tuve claro hacia donde quería enfocar y dirigir mi vida gracias al intenso aprendizaje que tuve durante esa década; y la tercera parte, de los 43 en adelante, cuando salí de España por primera vez con mi mochila y empecé a viajar. Y de esa misma manera he querido plasmarlo en este libro.
Y puede que te preguntes ¿por qué contar todo esto? Pues me convencieron de que quizás, a quien lo lea (o sea, a ti) te sirva de inspiración/ejemplo/guía en la evolución de tu propio camino interior. Así pues, comienzo a explicarte mi historia (antes de que la memoria me traicione marchándose a vivir al país de Nunca Jamás) y esperando de todo corazón, que mis vivencias puedan resultarte útiles, si así fuera, se habría cumplido el propósito de estas páginas y me daría absolutamente por satisfecho.
Francisco el Caminante
Alguien dijo…
“Pido serenidad para aceptar
las cosas que no puedo cambiar,
valor para cambiar aquellas que puedo,
y sabiduría para reconocer la diferencia…”.
Supongamos que hay varias personas sentadas alrededor de una mesa, y en el centro colocamos la figura de un perro hecha de porcelana, y cada persona empieza a describir lo que ve, habrá quien pueda ver bien su cara y la describa con total exactitud, otro lo verá de costado y hará lo mismo, y el que lo vea por la parte de atrás describirá lo que puede ver desde ese ángulo, todos la describen tal cual la ven y lo hacen con total sinceridad, pero todos dan versiones diferentes, ¿alguien miente? No, nadie miente, todos hablan de “su verdad”, todas son ciertas y todas son diferentes, pero lo cierto es que “la verdad” es el perro de porcelana, esto refleja la “relatividad” de la verdad, porque es subjetiva, pues todo depende del punto de vista desde donde lo observemos. Pero la cosa se complica aún más cuando, en vez de hablar de algo físico, hablamos de recuerdos, por eso hay quien dice que los recuerdos son mentira, que no reflejan la verdad, pues lo que en realidad reflejan son “nuestra versión” de la verdad acerca de unos hechos que vivimos desde nuestro punto de vista y sobre todo (y esto hace que se complique del todo) impregnado por las emociones que nos provocó, pues esas mismas emociones son las que acompañan y dan forma (o deforman) a nuestros recuerdos.
Y los recuerdos que voy a compartir contigo, siento que son los que, de una manera u otra, marcaron mi vida y me llevaron a ser quien soy ahora mismo, algunos de esos recuerdos son buenos y otros no tanto. Todos ellos configuran una historia que sale de mi corazón porque reflejan la historia de mi vida. Pero empecemos desde el principio, mi niñez, donde empezó todo, y así es, aunque en aquel tiempo no comprendía en absoluto lo que me pasaba (¡pobrecito de mí!), o peor aún, lo vivía desde el miedo (¡oh cielos!) a causa, sobre todo, de la desinformación y la falta de apoyo de mi entorno más cercano durante esa etapa a la que yo llamo “mi prehistoria”, pues no contaba con nadie que pudiera ayudarme a comprender lo que me ocurría. El paso del tiempo y el cúmulo de experiencias vividas, me han llevado a la conclusión de que, ya desde muy niño tuve muchas vivencias de tipo espiritual (aunque, puede que algunos las llamarían “paranormales”, según se mire). Esta historia dio comienzo hace más de 50 años, cuando nací el segundo de 4 hijos varones, en la provincia de Barcelona. Hijos de un matrimonio singular, pues eran personas muy diferentes entre sí (dicen que los polos opuestos se atraen, no sé), ella nació en un pequeño pueblo Andalucía en una familia con una fuerte influencia católica, y él nació en un pueblo mucho más pequeño aún de Castilla, que con el tiempo se convirtió en un sindicalista en la empresa donde trabajó durante más de 30 años en Barcelona.
En la década de los años 60, como había mucha pobreza en España por la postguerra civil y los años de dictadura, fueron muchos miles de personas los que, desde diferentes puntos del país, emigraron a Cataluña en busca de una vida mejor, aprovechando el fuerte tejido industrial de la zona, allí se conocieron mis padres, se establecieron en una ciudad cercana a la capital catalana, se casaron y formaron familia. Y allí nacimos los 4 hermanos, y después de nacer el primer hijo, entiendo que se ilusionaran con la idea de que lo siguiente fuera una niña… durante años siguieron intentando tener esa niña tan esperada trayendo al mundo 3 niños más (a fecha de hoy… creo que nunca lograron su propósito). Solo cuando al llegar a adulto y conocí los procesos de vida de mis padres, comprendí que no lo hicieron mejor, no porque no quisieran, es que no sabían hacerlo de otra forma, pues los dos tuvieron unos procesos existenciales marcados por la infancia en el campo, la escasez de estudios e incluso de comida, y una educación familiar demasiado rígida. La vida tan dura que les tocó vivir, les llevó a darnos una educación que “yo viví” desde un punto emocional que me hizo desarrollar un carácter reprimido y muy vergonzoso, pues cualquier cosa que me dijeran me hacía poner colorado, así que en las reuniones sociales apenas hablaba por miedo al ridículo (eso es algo que me acompañó durante muchos años, luego te lo explico mejor)
Era el llorón de la casa (sí, qué le vamos a hacer), enfermizo: sarampión, paperas, hepatitis a los 12 años; por las noches me hacía pis en la cama (¡oh no! ¿Otra vez?) y, por si fuera poco, tuve varias pérdidas de conciencia en mi infancia y también de más mayor…, (¡oh no! ¿Otra vez?) no eran mareos o desmayos comunes en los que puedes avisar de que “algo no va bien”, era como si de repente y con un simple “clic” desconectaran mi cerebro y al instante caía en redondo al suelo sin importar lo que estuviera haciendo en ese momento, asustando a familiares y vecinos, que en ocasiones llegaron a darme por muerto mientras jugaba en la calle, un problema que los médicos nunca supieron resolver, pues no le encontraron explicación, hasta los 40 años, cuando un chamán que conocí en Barcelona le puso remedio de forma definitiva.
Recuerdo mi infancia como un período en el que no comprendía en absoluto nada de lo que ocurría a mi alrededor, no le veía el más mínimo sentido a la vida, y ese sentimiento tan frustrante me acompañó durante muchos años; aburrido y solitario, solía imaginar que vivía en un mundo lleno de amor y alegría, conectado con todos los seres de la naturaleza y donde era capaz de cualquier cosa ¡¡incluso volar!! ¡¡Siiii…volaaar…!! Pero no mucho…como a un metro del suelo (nunca fui ambicioso, la verdad), conviviendo con unos personajes totalmente inventados que solo existían en mi mente y que me aportaban la evasión mental que necesitaba en aquellos años para huir de una realidad que no entendía, unos personajes que iban evolucionando con el tiempo influenciados por las cosas que veía en la tele.
Durante mi infancia nunca fui un gran estudiante, la verdad, pero te aseguro que en la escuela hacía todo el esfuerzo por comprender lo que me explicaban en clase, te lo digo muy en serio ¡pero era como si mi cerebro tuviera “algún punto de escape” por donde huían todos esos datos sin posibilidad alguna de poder retenerlos! (nunca fui bueno en matemáticas, física, química, o cualquier otra asignatura en la que fuera imprescindible el uso del hemisferio izquierdo del cerebro). Ese sentimiento de fracasado escolar, unido a mi carácter de niño vergonzoso y reprimido, hizo que nunca tuviera muchos amigos porque fueron unos años marcados por el machismo extremo de la dictadura donde los niños “debían comportarse de una forma determinada” y las niñas de forma diferente, eso hizo que en la calle no tuviera mucha suerte con mis vecinos pues durante la infancia actuamos “de corazón y sin pensar”, y en aquella época jugaba en ocasiones con ellos pero prefería hacerlo con las niñas antes que jugar a darle patadas a una pelota u otro tipo de juegos más rudos (algo que nunca tuvo mucho sentido para mí, más allá de la “expansión” de la testosterona), ¡¡jugar con las niñas era mucho más creativo!! (Y también más propenso a provocar la “creatividad” de los otros niños para insultar y humillarme, claro).
Dejando de lado el acoso infantil que viví por parte de mis vecinos y compañeros de clase (eso que hoy llaman “bullying”) quiero contarte ahora algo que me sucedió desde muy pequeño, comenzó a tan corta edad que no recuerdo el momento exacto en que empezó a manifestarse y que me acompañó durante años, era algo que me provocaba mucho miedo, auténtico pánico, que se repetía todas las noches, y que solo pude darle sentido y explicación varias décadas después. De los 4 hermanos que somos, los 3 mayores nos llevamos poco más de 3 años de diferencia, con el más pequeño esa diferencia es mucho mayor, y cuando esto empezó, este aún no había nacido y los tres hermanos dormíamos en una habitación grande donde cabían perfectamente 3 camas de una persona, yo dormía en la cama del medio; el caso es que, después de las “obligadas” oraciones (“teníamos que hacerlo” y punto), al cabo de un rato, escuchaba a mis padres dormir en la habitación de al lado, mis 2 hermanos hacían lo mismo, todos dormían menos yo; pero creo que es interesante que antes observes el dibujo 1, donde se ve la disposición de la habitación donde dormía de pequeño, te ayudará a comprender mejor el siguiente relato:
Dibujo 1
Nunca tuve claro cuánto tiempo pasaba desde que en mi familia todos dormían hasta que todo empezaba, cuando de repente, ahí estaba, por la puerta aparecía “alguien”, era un ser vivo pero sin cuerpo físico ¡y aun así podía verlo!, el ”ritual” era el mismo cada noche, ese “hombre”, pues sabía que era masculino, entraba por la puerta de la habitación y la atravesaba hasta la ventana, miraba a través de ella (la verdad, nunca supe qué es lo que miraba), se giraba y me miraba a mí, entonces venia hacia donde yo estaba, rodeando la cama y se colocaba a mi izquierda. Cuando yo lo sentía justo al lado de mi cama, el pánico inundaba todo mi ser y toda mi mente, mi cuerpo quedaba totalmente paralizado, tapado con la ropa de la cama hasta el cuello, mi corazón latía como para salir disparado por el pecho (¡no me dio un infarto de niño, porque Dios no quiso!), pasados unos minutos, desaparecía y yo entraba directamente en sueño. Puede que el miedo que pasé durante esos años y mis deseos de olvidarlo, provocaran que mi subconsciente borrase su rostro, pues no pude darle forma definitiva hasta muuuchos años después (pero esto te lo cuento más tarde).
Unos hechos que se repitieron cada noche durante mi infancia, y que marcaron mi vida, mi personalidad, y hacían que me preguntara ¿por qué yo? ¿Por qué a mí?, pero que no pude darles explicación hasta los 32 años, demasiado tiempo para tener eso ahí guardado y sin saber qué hacer con ello. Ese miedo que viví seguro que tiene alguna relación directa con los terrores nocturnos y las pesadillas que tenia de niño y con esa “resistencia” a dormir, siendo el último de la familia en caer en los brazos de Morfeo. Y si en algún momento comenté en casa esto que me pasaba, la típica respuesta era: “eso son imaginaciones tuyas”, pero esa respuesta acrecentaba el sentimiento de no sentirme acompañado ni comprendido por los míos y prefería no decirlo más; y si a todo esto añadimos los comentarios que hacían otros niños y niñas acerca de los “fantasmas” (no olvides que estamos hablando de los años 60) o las increíbles historias de miedo que, mientras estábamos sentados en la calle en las noches de verano, nos contaba el “sereno” del barrio (gran oficio que dejó de existir), todo seguía haciendo mucho más grandes mis miedos. ¿Quién era ese ser que cada noche venía a mi cuarto? ¿Qué quería? ¿De dónde venía? ¿Quería hacerme daño?, (y si era así… ¿Por qué no lo había hecho ya?), ¿o quizás su único propósito era darme miedo? (y si era así… ¡te aseguro que lo lograba!).
Mi vida siguió transcurriendo los años siguientes oscilando entre sentimientos que me llevaban de un estado a otro como arrastrado por la corriente marina, la alegría de una reunión familiar con mis tíos y primos, la decepción en el colegio, el sentir la conexión con la Madre Tierra cuando en la escuela nos llevaban al bosque a dar ciencias naturales, los insultos y la marginación de los vecinos de la calle; el sentir cómo se expandía mi creatividad al dibujar y pintar, cuando jugaba con mis juguetes (aunque jugara solo), o al crear figuras de plastilina, figuras que mi hermano mayor se encargaba de romper cuando se aseguraba que nadie le observaba (¡¡era tan gracioso!!). Desoyendo por completo los consejos de mi tío, que siempre le decía a mi padre que me llevara a alguna academia donde poder desarrollar aún más mis dotes artísticas (pues desde muy niño era conocida mi soltura con el dibujo, la pintura, y los trabajos manuales que nos pedían en la escuela), la respuesta de mi padre era muy tajante: “¡eso no da dinero!”, aunque esas “dotes artísticas” eran más que evidentes, pues hacía unas reproducciones en tamaño A4 de los dibujos de la tv realmente muy buenos, y además, durante el quinto curso se llevó a cabo un concurso de dibujo y pintura, yo presenté un trabajo hecho en casa, era un sencillo paisaje de montaña donde se podían ver algunas casas y un río, todo ello pintado con acuarela, y mi padre tuvo que ir a hablar con el profesor porque ese día llegué llorando a casa por el disgusto que me causó el que me dijera que ese dibujo no lo había hecho yo.
Cuando estaba en el séptimo curso de la escuela conocí a José Vicente, que pronto se convirtió en mi amigo (el único con el que aún sigo manteniendo el contacto después de tantos años) y con él llegué a descubrir un tipo de familia muy diferente, donde “todos hablaban con todos” en las reuniones familiares, eso era algo a lo que yo no estaba acostumbrado ya que no se limitaban a cenar en silencio porque el padre “tenía que ver las noticias de la tele”, una familia que me hizo sentir que formaba parte de ellos como uno más, que llegué a considerarlos “mi segunda familia” durante años y a los que siempre agradeceré el trato respetuoso e igualitario que recibí por parte de ellos.
Al terminar los estudios de la Educación General Básica (lo que ahora sería primaria), ingresé a estudiar Formación Profesional, a nivel de estudio es inferior que el instituto, pero aprendes un oficio concreto, ¿y cual oficio piensas que estudié? ¿Algo artístico? ¡¡No!! Recuerda, “eso no da dinero”, y me apunté “a sugerencia de mi padre”, a la especialidad de mecánico de coches (¡pues mira qué bien!, la verdad, ¡nunca imaginé mi futuro arreglando coches y lleno de grasa!). Eran tan buenas mis dotes como dibujante que durante los tres años de Formación Profesional tuve varias discusiones con el profesor de dibujo técnico por negarme a usar los utensilios indicados (regla, compás, cartabón, etc.). Y como las asignaturas “demasiado racionales” me resultaban muy difíciles y no avanzaba lo suficiente, a los 16 dejé los estudios y empecé a trabajar de camarero en un restaurante del barrio (un oficio que luego me llevó durante 10 años por el mundo de la hostelería). Y durante todo ese tiempo, no creas que mi personalidad evolucionó mucho, siempre mostrándome sumiso, intentando agradar a todos, con pánico al ridículo y miedo al rechazo; la primera vez que pisé una discoteca fue a los 16 años y la segunda a los 18 (¡ya ves, tan penosa era mi vida social en la adolescencia!). Fue un tiempo en el que no cesaron ni los insultos de algunos ni el distanciamiento de muchos, que provocaron demasiados años de una gran lucha interna en los que me planteaba cómo era yo, cómo debería ser y cómo vivir la vida para intentar ser más feliz (bueno… eso… si acaso… ya llegará).
Durante el año de servicio militar que hice en Zaragoza, pude desarrollar otra faceta artística; un día, paseando por el patio del cuartel, me llamó la atención un pedazo de alambre tirado en el suelo, y al instante sentí que “debía hacer algo” con eso en mis manos, y le di la forma de las iniciales de mi nombre y dos apellidos, un amigo que pasaba por allí lo vio y le gustó tanto que me pidió que le hiciera uno con el nombre de Ana, su novia, y que se lo quería enviar en una carta (sí, ¡en aquella época se escribían cartas!), al principio me resistí, pues no confiaba en el resultado, pero al verlo terminado, el amigo se lo enseñó a todo el cuartel y en poco tiempo tenía una lista de “encargos” pidiéndome distintas combinaciones de nombres, que me permitían ganarme “unas pesetas” extra (¡que no venían nada mal en aquel tiempo!). Y como el cuartel era como un inmenso taller de reparaciones de vehículos militares, pasé ese año “trabajando” en la oficina de compra-venta de repuestos para aquellos vehículos, y mis ratos libres, en vez de ir a la capital a emborracharme como hacía la mayoría, los pasaba confeccionando nombres con alambres de colores que formarían parte de los recuerdos de aquellas personas. Pasé del dibujo y pintura de niño, a darle formas al alambre a los 20 años (dos formas distintas de canalizar la energía creativa, años más tarde desarrollaría otras más). Así que acabé pasando un año de servicio militar mucho mejor de lo que me temía por las experiencias que habían vivido antes que yo mi hermano mayor y un primo.
Alguien dijo…
“No pudiste hacer otra cosa porque no la hiciste,
todo lo que hiciste en el pasado es
perfecto de acuerdo al nivel de conciencia
que tenías entonces.
Si ahora lo puedes ver diferente,
celebra tu toma de conciencia,
pero no le des gusto al ego con
su arma más poderosa: la culpa…”
¡Qué bonita es la vida cuando te enamoras! Cuando iniciamos una relación, todo es de color de rosa, nos parece que todo tiene sentido ¡que encontramos a la persona perfecta para poder compartir el resto de nuestra vida! Y más aún cuando eres joven y lo “idealizas todo”, yo estaba convencido de que a su lado lograría llegar a “ser quien debo ser” (¡Ayy… iluso!) hasta que pasado un tiempo, comencé a ver pequeños detalles que me llevaban a “sospechar” que esa relación no sería como imaginaba, una relación que comenzó cuando yo tenía 23 y duró 10 años.
Podría decirte que la “mejor parte” de esa relación apenas duró 2 años porque sus cambios de humor no tardaron en manifestarse, los brotes de ira descontrolada cuando se enfadaba, el hecho de que no le importaba mostrar su desagradable carácter delante de quien fuera, etc. (Para qué seguir con los detalles), todo eso junto hizo desmoronarse “ese mundo” que imaginé, mi ilusión se deshizo como lo hace un vaso de cristal al caer al suelo rompiéndose en mil pedazos, todo a mi alrededor se convirtió en una espiral negativa, de la que ni siquiera tenía fuerzas para salir, agrandando los traumas y complejos que arrastraba de la niñez. Muy pronto comenzaron años de mucha inestabilidad emocional, psicológica, afectiva… incluso física, pues nos mudamos muchas veces de vivienda adaptándonos a donde nos surgía trabajo.
Cuando yo había cumplido ya los 27 años y trabajaba de camarero en un restaurante de una ciudad vecina, ese día era viernes y dio comienzo la etapa más dura de mi vida (y quizá una de las más relevantes); al levantarme de la cama, noté enseguida un fuerte dolor en la cadera derecha (así surgió, como de la nada), nunca había tenido un dolor así, pero un absurdo “sentido de la responsabilidad” me obligaba a ir a trabajar ese día, y al terminar la jornada laboral era tan grande el dolor que decidí ir de urgencias al hospital, allí me dijeron (sin profundizar mucho en las pruebas médicas) que quizás el dolor venía por haber dormido en mala postura la noche anterior (¡pues mira qué bien!) y me enviaron a casa con una inyección de calmante.
Al día siguiente volví a trabajar, y como el dolor aún seguía, aguanté de la mejor manera que pude y al salir del restaurante por la noche decidí ir a visitar de nuevo el hospital, no entendían nada y me volvieron a enviar a casa con más medicación (¡¡y si ellos no entendían nada… imagínate yo!!). Y llegó el domingo, y volví a trabajar, y ya no solo me dolía la cadera, también se despertó un terrible dolor en el pie derecho, justo en el tobillo. Al terminar el día de trabajo, con el tobillo y buena parte del pie tan hinchado que dificultaba el riego sanguíneo de tal manera que tenían un color muy oscuro, volví al hospital por tercera vez.
Al llegar a urgencias y ver mi situación (eso… o la insistencia de ir tanto por allí, no sé), me ingresaron y estuve varios días en el hospital, con la esperanza de que aquello fuera algo pasajero y volver a la vida normal lo antes posible; y eso fue lo que todos creímos en un principio, ya que el médico especialista dijo:
—“Tranquilo, es un tipo de reuma que en el 99,5 % de los casos desaparece por sí solo en menos de 2 meses”—, pues con las diferentes pruebas que me hicieron llegaron a la conclusión de que había desarrollado algo llamado Síndrome de Reiter.
Pero cuando pasaron más de 2 meses y pudieron comprobar que lejos de mejorar seguía empeorando (para entonces el dolor se había extendido a la cadera y pie izquierdos) volvieron a hacerme más pruebas médicas y entonces “lo rebautizaron” como Artritis Reactiva, las palabras del médico especialista fueron demoledoras:
—“Te tocó la lotería, el Reiter desaparece en el 99,5 % de los casos en uno o dos meses, pero tú estás en el otro 0,5 %, el que no tiene cura, y como es una enfermedad degenerativa, tu vida laboral será muy corta, tendrás que tomar medicación el resto de tu vida y tus días terminarán en una silla de ruedas”.— (¡Pues me cago yo en la lotería!).
Un diagnostico que, a mis 27 años y sin haber tenido nunca una baja laboral hasta ese momento, de repente me veo tirado en una cama, dependiente de otros para todo, y con una perspectiva de futuro absolutamente nefasta, provocándome una terrible depresión tan profunda que me llevó al tratamiento psicológico durante un año. El caso es que ahí comenzó un auténtico calvario de dolor físico y sufrimiento mental que duró muchos años (¡hay, pobrecito de mí! ...) y que no hizo más que empeorar una relación que ya venía mal. Cuando mi pareja estaba en casa me ayudaba a ir al baño, a vestirme, etc., y antes de irse a trabajar preparaba cerca de mí todo lo que pudiera resultarme necesario, y a veces también recibía visitas de personas que me ayudaban en casa. Durante un tiempo mi pareja colaboraba, quizá esperando algún tipo de milagro que hiciera cambiar esa situación, pero creo que pronto también se vino abajo, porque “esa situación” se alargó durante un año y medio, y los terribles dolores físicos (sin exagerar, a veces tardaba 20 minutos en poder bajar de la cama entre lágrimas de dolor) sumado a los efectos de la medicación, fueron dañando mucho más una relación que no venía bien desde hacía ya algún tiempo.
Canalizó muy mal lo que estábamos viviendo y eso le llevó a volcar su ira aún más hacia mí, discutíamos cada vez más y (entre otras lindezas) me decía que no era “más que un perro que no tenía ganas de trabajar” o que mis sentimientos y deseos de pareja se habían ido (bueno… quizás… en eso último tenía algo de razón, porque su carácter ayudó mucho a apagar mis sentimientos) y aunque lo decía sobre todo, por los efectos provocados en mi cuerpo por tomar tanta medicación y que apagaban mi deseo sexual, evidentemente le resultaba mucho más fácil negar “ese detalle” y echarme las culpas a mí, sin más.
Con el paso de los días, semanas, meses y años, la artritis se fue extendiendo, primero caderas y pies, luego parte baja de la espalda, la parte media, la alta (el dolor de espalda me tenía ligeramente encorvado hacia delante, era lo que más me dolía por las mañanas y también fue el motivo de muchas malas noches que pasé), más adelante empezó a dolerme el cuello, que a veces se me quedaba completamente rígido y la gente me decía por la calle: “¡orgulloso!” sin sospechar en absoluto el dolor que yo tenía (¡qué personas tan agradables y empáticas!), y llegó a extenderse hasta las manos, en ocasiones se me quedaba engarrotada la mano derecha “tipo garra”, ¿y qué podía hacer entonces en un día como ese?, evidentemente nada, no me quedaba otro remedio que quedarme otro día más en casa.
Probaron conmigo muchos medicamentos diferentes durante años, cada vez que sacaban uno nuevo al mercado, el médico especialista me avisaba emocionado para que lo probara, convencido de que me ayudaría (¡pobre hombre!), pero como ninguno de esos tratamientos me daba resultado, siempre volvía al mismo, el ibuprofeno, era lo único que me aliviaba el dolor de manera que no necesitaba ayuda constante y podía permitirme llevar “una vida más o menos normal” fuera de casa, eso sí, con mucho cuidado y moviéndome de tal forma que más bien parecía un anciano de 90 años.
Aun así, al cabo de un año y medio, los médicos dijeron que estaba apto para volver a trabajar (¡¡¿cómo?!!), y me dieron una pequeña ayuda económica mensual durante un tiempo como compensación, pues con las limitaciones físicas se me complicaba mucho poder encontrar trabajo, y más aun teniendo en cuenta que esa ayuda económica era a cambio de no volver a la hostelería, lo que me obligaría a buscar una salida laboral por otro lado. Así que (dejando a un lado mi “glorioso” pasado como camarero) y poco antes de cumplir los 30 años, empecé a trabajar en una gasolinera perteneciente a una empresa en la que todos los empleados teníamos algún tipo de minusvalía física.
Pero poco antes de comenzar a trabajar, no recuerdo bien cómo llegó hasta mis manos un ejemplar del libro que escribió José Silva “Método Silva de Control Mental” (libro al que honro porque desde que se publicó en 1977 ha ayudado a muchísimas personas en todo el mundo) donde te explican (entre otras muchascosas), métodos de visualización creativa que te permiten cambiar partes de tu personalidad que no te gustan, y sentí en mi pecho una sensación extraña, “algo” en mi interior me indicaba que yo tenía que hacer eso (no sé…llámalo…¿intuición?, era algo de lo que no me había hablado nadie, que tampoco leí en ningún libro y que apenas empezaba a manifestarse) así que decidí que tenía que practicar esas técnicas justo en ese momento, en un lugar donde empezaría desde cero, eso me podría ayudar a relacionarme de forma distinta con personas que no me conocían y por lo tanto, no podrían juzgarme de la misma manera. El cambio fue asombroso y en pocos días me convertí en alguien mucho más sociable, abierto, simpático, disfrutaba conversando con la gente, pues perdí el sentido del ridículo a hablar que siempre me acompañó y tanto me limitó socialmente.
En aquella gasolinera conocí a Daniela, no parábamos de hablar y reír, así que pronto surgió una buena amistad que duró muchos años (aunque te parezca muy loco lo que te voy a decir, después de José Vicente en la escuela, ella era la primera amiga que hacía por mí mismo, una persona que no llegaba a mi vida “a través de otros”). Así que, agradablemente sorprendido por los cambios que se iban produciendo en mí mismo y mi entorno, seguí poniendo en práctica durante mucho tiempo y en distintos aspectos de mi vida, lo que aprendí del libro. Pero, por muy bien que me fuera en los inicios de mi “descubrimiento” de la vida social, me sentía totalmente incapaz de llevar esos cambios a mi vida de pareja, pasaban los años y los mismos problemas de convivencia seguían ahí, estancados y repetitivos, pero yo notaba que algo en mí empezaba a cambiar, sus agresiones verbales ya no tenían el mismo efecto en mi persona y me dolían mucho menos, quizá fuera porque al mejorar mis relaciones con otras personas se hacía mucho más soportable lo que vivía en casa, o directamente era el fruto esos conocimientos que estaba llevando a la práctica y que empezaban a repercutir en mi interior de tal manera que me hacía dejar atrás al “chico sumiso y temeroso” que fui, pero créeme, eso no hizo más que empeorar la relación, pues mi pareja no acababa de asimilar que yo respondiera y plantara cara.
Por aquella época, yo era un auténtico fan de las revistas Año Cero y Más Allá; me las compraba los meses que podía, porque me encantaban sus innumerables artículos relacionados con todo tipo de misterios, con el tiempo llegué a tener dos cajas de cartón llenas. Pues bien, un día (yo ya tenía 32 años), estaba leyendo un ejemplar de Año Cero y en una de sus páginas, en un recuadro muy pequeño, leí un corto artículo en el que hablaba de la “respiración consciente” y que recomendaba tumbarse cómodamente mientras escuchas música relajante, respirando de forma serena y profunda mientras pones toda la atención en el fluir de la respiración y en sentir cómo poco a poco van relajándose todos los músculos del cuerpo; y al leer aquello, en ese momento volví a sentir la sensación en mi pecho que me indicaba que SÍ, que debía hacer eso, y “eso” es lo que hice (sin sospechar en absoluto los efectos que tendría a corto y medio plazo).
Todas las noches, con mi pareja durmiendo al otro lado de la cama, yo me colocaba mis pequeños auriculares escuchando música relajante…y empezaba a respirar suave y lentamente…centrando mi atención en la respiración, en cómo entraba y salía el aire de mis pulmones, y en cómo, poco a poco, se iban relajando todos los músculos de mi cuerpo, de la cabeza a los pies, la mayoría de las veces llegaba a tal punto de relajación que “no sentía” el cuerpo, era como si no existiera mi parte física (qué loco, ¿no?), hasta que llegó una noche en que “aquello” dio un paso más, porque mientras hacía mis respiraciones profundas de cada noche, de repente sentí como si me fuera elevando poco a poco, y en un momento fui consciente de que estaba flotando como a un metro por encima de la cama, ante mi incredulidad por lo que estaba sintiendo (¡¡no, ¿en serio?!!) me giré y pude verme allí abajo tal cual estaba, tumbado en la cama con los ojos cerrados y los auriculares en las orejas ¡me estaba viendo a mí mismo mientras flotaba por encima de la cama!, y a los pocos minutos sentí que poco a poco “regresaba” al cuerpo (te confieso que cuando esa experiencia terminó, dudé en contar lo sucedido por si me daban por loco o me preguntaban qué tipo de droga tomaba). Así que, después de esa experiencia tan intensa y nueva para mí, tardé un buen rato en dormir por la emoción que sentía, pues tuve muy clara la importancia de lo que viví, porque puso en duda buena parte del sistema de creencias que aprendí de niño, y decidí seguir con esa práctica a diario.
Parece mentira que algo tan sencillo como la respiración consciente, centrado en la relajación del cuerpo, durante sólo 10 o 15 minutos al día, tenga consecuencias directas en el funcionamiento de nuestra mente, y por lo tanto, repercute en todo lo que conforma nuestra vida pues, entre otras muchas cosas, nos permite afrontar de manera diferente los acontecimientos del día a día; de igual forma o similar a lo que ocurre con otras disciplinas que fomentan el crecimiento interior, como la meditación, el Tai Chi, el yoga, el Chi Kung y muchas otras. Estos son hechos demostrados por muchos experimentos científicos que se han llevado a cabo.
En otra ocasión, mientras hacía la relajación de cada noche, tuve una experiencia que hizo del hecho de “flotar por encima de la cama” fuera una auténtica pequeñez casi sin importancia; y es que fue una de esas experiencias que, al ser únicas, no olvidas nunca. Llevaba unos minutos disfrutando del “no sentir” mi cuerpo, cuando de repente, aparecieron a los pies de la cama 3 seres de Luz, no les distinguía la cara ni las partes del cuerpo porque eran tres siluetas con forma humanoide, pero, como si en lugar de tener cuerpo físico estuvieran “hechos de Luz”, (te puedo asegurar que no estaba soñando, lo primero que hice fue comprobarlo mirando a mi pareja durmiendo a mi lado), y pude escuchar en mi mente unas palabras de esos “seres” que me dijeron:
—“Ven con nosotros que tenemos que enseñarte algo”.
Y se produjo un fenómeno que voy a contarte con detalle “de forma externa”, no puedo expresarlo de otra forma porque nunca he podido encontrar las palabras exactas para poder describir lo quese siente ante una situación como esa, pues en solo un instante vi que había hecho un viaje al pasado, a la infancia, y allí estaba, en la misma cama donde dormía de niño, en la misma casa, con mi familia durmiendo tal y como te conté en el capítulo uno. Te insisto en que no estaba soñando, volví a comprobarlo mirando de nuevo a mi alrededor (¡pero! ¡¿cómo?! ¡¡Estaba en 2 sitios a la vez y en tiempos distintos!! ¡¡Esto sí que estaba rompiendo todos mis esquemas mentales y hasta los espacio-temporales!!).
Pero lo más sorprendente (si es posible) aún estaba por llegar, pues mientras me veía de nuevo tumbado en la cama donde dormía de pequeño, vi que por la puerta entraba otra vez aquel hombre que veía de niño entrar en la habitación y del que no recordaba su rostro, pero que en ésta ocasión lo podía ver con total nitidez, su cara amable, su cabello liso peinado hacia atrás, vestía una camisa blanca y un traje oscuro con chaleco a juego, repitiendo el mismo “ritual” que hacía cuando yo era niño: entró, se dirigió a la ventana y miró no sé qué, se giró hacia mí y mientras me miraba rodeó mi cama hasta situarse a mi izquierda, volví a vivir todo ese proceso exactamente igual que en la infancia, pero había algo que lo hacía totalmente distinto, esta vez lo viví sin ningún miedo, en un estado de absoluta tranquilidad y confianza, y esos “seres” volvieron a hablarme:
—“¿Ves? No debías tener miedo, era y es tu abuelo, siempre estuvo y estará ahí, para protegerte y ayudarte a cumplir con tu misión en la vida”.
(Punto 1: esos seres hacían referencia a mi abuelo por parte de padre, al que nunca conocí ni había visto ninguna foto suya. Punto 2: aún tardé casi 3 años en empezar a entender qué era eso de “mi misión en la vida”, pues no tenía ni idea de lo que querían decir, pero eso te lo cuento más tarde).
Mi abuelo paterno llegó a ser alcalde de un diminuto pueblo (consta de una plaza y sólo 6 calles) en una provincia castellana; él era conocido por sus ideas políticas y fue avisado de que las tropas franquistas venían a buscarle, no se lo pensó dos veces y al instante salió huyendo del pueblo con lo puesto, dejando atrás a mi abuela embarazada y a los dos hijos pequeños que aún quedaban vivos, pues los tres mayores murieron en distintas circunstancias a muy temprana edad. La familia de mi padre siempre creyó que logró cruzar la frontera con Francia, y que allí conoció a otra mujer, llegando a formar una nueva vida (estoy seguro de que siempre llevaron dentro el dolor causado por el sentimiento de abandono y la idea de que mi abuelo nunca quiso volver a por ellos).