De hija a madre, de madre a hija - Carmen Martín Gaite - E-Book

De hija a madre, de madre a hija E-Book

Carmen Martín Gaite

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Beschreibung

De hija a madre, de madre a hija recoge dos de las piezas más logradas y emotivas de la obra de Carmen Martín Gaite: un sueño con su madre, María Gaite Veloso, y una evocación de su hija, Marta Sánchez Martín. Ambos textos, de difícil clasificación genérica, están datados en fechas muy próximas al fallecimiento de las dos mujeres más importantes en la vida de la escritora. La aleación entre lo personal y el artefacto literario se sostiene con un particular pulso narrativo ante el temblor en estos dos textos dispersos, poco conocidos y que rescatamos en un volumen único, ya que en ellos convive en perfecta sintonía la dimensión de hija y madre, la experiencia del vínculo y la pérdida, el diario íntimo y la ficción, la realidad y el sonambulismo. «De su ventana a la mía» y «El otoño de Poughkeepsie» quizá sean los títulos más relevantes en su producción literaria de cómo la intimidad en bruto no se entiende si no se destila con el filtro del sueño o la fabulación: «No se dice lo secreto, se cuenta».

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Seitenzahl: 81

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Edición en formato digital: febrero de 2025

© De los textos y las fotografías, Herederos de Carmen Martín Gaite, 2025

© De la edición y el prólogo, José Teruel

© Ediciones Siruela, S. A., 2025

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

ISBN: 978-84-10415-53-9

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Prólogo: Carmiña y Calila, nombres por los que la llamaban,por José Teruel

«De su ventana a la mía»

«El otoño de Poughkeepsie»

Procedencia de los textos

PrólogoCarmiña y Calila,nombres por los que la llamaban

Carmen Martín Gaite manifestó en su vida una fuerte aversión a los letreros, del mismo modo que su pensamiento narrativo huyó de la enconada tendencia de la preceptiva literaria a segregar netamente unos géneros de otros. Este cruce de modalidades literarias, que se dejan tratar cada vez menos por separado, desembocará en una aleación última: la convivencia entre la escritura del yo y la ficción, que percibimos como clave de bóveda de toda su obra. La coexistencia entre lo personal y el artilugio literario es la esencia estilística y retórica de un uso del lenguaje llamado Carmen Martín Gaite y se sostiene con un particular pulso narrativo en «De su ventana a la mía» (1982) y «El otoño de Poughkeepsie» (1985). Dos textos breves, intensos y dispersos —quizá por esto último no suficientemente conocidos— y que editamos por primera vez juntos, y en un mismo volumen, ya que en ellos conviven, con perfecta sintonía y destreza, la experiencia del vínculo y la pérdida, el diario íntimo y la fabulación, la realidad y el sonambulismo, así como su dimensión de hija y madre. Y si seguimos añadiendo convergencias: ambas meditaciones están datadas desde la distancia de Nueva York y en fechas muy próximas al fallecimiento de las dos mujeres más importantes en la vida de la escritora: su madre y su hija. Además, por su fuerza emotiva quizá sean los títulos más logrados en su obra de cómo la intimidad en bruto no se entiende, si no se destila con el filtro del sueño o del cuento: «No se dice lo secreto, se cuenta», anota en uno de sus Cuadernos de todo Carmiña o Calila, que eran los nombres por los que su madre o su hija la llamaban.

«De su ventana a la mía»

Entre Carmiña y su madre, María Gaite Veloso (Orense, 1894-Madrid, 1978), hubo siempre una honda conexión de complicidad, de códigos compartidos. Su madre le enseñó a coser y, como en los cuentos de hadas, le daba siempre un consejo primordial a la hora de emprender la tarea de la costura: el de armarse de paciencia. Coser era cuestión de ponerse en disposición. El secreto estaba en no tener prisa «y en atender a cada puntada como si esa que das fuera la cosa más importante de tu vida», leemos en «De su ventana a la mía». No es difícil leer entre líneas una importante advertencia para esa otra labor paciente de enhebrar palabras y tramas, sin perder el hilo, que fue la tarea de la escritura para Martín Gaite, quien solía recordar que texto y tejido tenían la misma raíz. En Irse de casa, su personaje de ficción Amparo Miranda sostiene que «toda creación consiste en lo mismo, en saber coser los elementos dispersos, y entender cómo se relacionan entre sí, da igual que sean historias o pedazos de tela». La metáfora de la costura queda relacionada con la técnica del collage y la estética del fragmento, que se impondrán en su escritura, desde la redacción de El cuarto de atrás (1978): me refiero, en particular, a Visión de Nueva York (compuesto entre 1980 y 1981), El cuento de nunca acabar (1983), el emblemático poema «Todo es un cuento roto en Nueva York» (1985) y su último ciclo narrativo de la década de 1990.

En relación con la práctica de la costura había un hábito de su madre que persistirá en su hija siempre que tenía que cambiar por algún tiempo de domicilio: el de acercar la mesa donde leía, cosía o escribía a la ventana. Carmen Martín Gaite recuerda con especial intensidad el momento en que veía a su madre con gesto ensimismado abandonar sobre el regazo la labor o el libro, mientras ella hacía sus deberes escolares. Era el instante en que María Gaite Veloso empezaba a mirar por la ventana, abandonaba Salamanca y comenzaba a fugarse. Se iba de viaje, quizá a ese mismo Nueva York, desde el que su hija, medio siglo más tarde, se asomaba por otra ventana de la calle 119 West: «Y en aquel silencio que caía con la tarde sobre su labor y mis cuadernos, de tanto envidiarla y de tanto mirarla, aprendí no sé cómo a fugarme yo también». Para la escritora mirar desde el interior para escaparse será el específico enfoque de la literatura escrita por mujeres. Las literatas eran, desde ese prisma, mujeres ventaneras: «En todos los claustros, cocinas, estrados y gabinetes de la literatura universal donde viven mujeres existe una ventana fundamental para la narración». Estos dos detalles de comunicación silenciosa con su madre son asimismo dos reflexiones sobre la labor paciente y los efectos narcóticos de la literatura. Hay una fuerte trabazón intuitiva entre las advertencias y las posturas de la madre con su futura comprensión y aprendizaje de lo que iba a ser el ejercicio y el oficio de su vida: «meterse a novelista» (una expresión muy suya, equiparable por analogía e ironía con otras locuciones empleadas en Usos amorosos de la postguerraespañola, como meterse a monja, cura o cabo militar).

La compenetración entre madre e hija también registra otro dato de interés: María Gaite Veloso fue una ávida lectora de novelas exóticas, relatos de aventuras y novelas rosa. Sus preferidas eran las del prolífico Emilio Salgari, Julio Verne y Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas, que fue la primera novela que las hermanas Martín Gaite leyeron —según me recordaba Ana María—. El entusiasmo de Carmiña por Yolanda, la hija del Corsario Negro (la novela de Salgari que recitaba de memoria en Salamanca con su compañero de facultad, Ignacio Aldecoa) le venía de su madre; a este título se unían en su prelación Los caballeros de la Tabla Redonda de la colección Araluce, El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Lagerlöf y los folletines de La Ilustración Española y Americana, «que tanto me hicieron latir el corazón de pequeña», leemos por persona interpuesta en boca de su personaje Eulalia, en Retahílas.

La muda lengua del entendimiento recíproco entre Marieta y Carmiña queda también patente en un breve encargo de las profesoras Mirella Servodidio y Marcia Welles para encabezar el primer monográfico dedicado a su obra(From Fiction to Metafiction: Essays in Honor of Carmen Martín Gaite, 1983): «Retahíla con nieve en Nueva York», redactado dos años antes de «De su ventana a la mía», el 17 de noviembre de 1980, y que acabó siendo, solo en sus últimos párrafos, un emocionado in memoriam de su progenitora, como fuente de amparo en su trayectoria literaria:

Mi madre, una de las personas más sabias que he conocido y desde luego la que más me quiso en este mundo y adivinó lo que me estaba pasando, aunque yo no se lo contara, solo con oírme la voz o verme la cara cuando la iba a visitar, ya se enteraba de si me andaba rondando por la cabeza o no una historia nueva que tenía ganas de contar. Y cuando me veía callada o con poco apetito o le sacaba a relucir que tenía la tensión baja o fastidios domésticos, se sonreía sin mirarme […]. Se limitaba a decir, como al desgaire, como si no estuviera diciendo nada importante: «En cuanto te pongas a escribir otra cosa, se te pasará: ten paciencia». Había puesto el dedo en la llaga, claro, pero también en la serenidad de su voz venía el bálsamo para aquella llaga, y yo la miraba como a un oráculo y le preguntaba con un dejo de desmayo en la voz, a veces casi con miedo: «Pero, mamá, ¿y si no se me vuelve a ocurrir nada?».

Esta confesión tan dialógica demuestra cómo la imagen que prevalece, incluso en aquellos textos en los que aborda sus relaciones más íntimas, es siempre la de escritora. Por otro lado, tengo la certeza, confirmada en múltiples cartas, de que cuando terminaba un libro, temía que fuera el último de su vida, y cuando iniciaba otro, le parecía el primero de su carrera literaria. La sensación de estar siempre empezando, de quedarse vacía, como sin sombra, al acabar de contar una historia, es sumamente reveladora de su experiencia sobre los imprevisibles derroteros de la suerte del oficio de escritora. La escritura fue para ella una terapia, una especie de restauración de sí misma. La madre, cuando le notaba que estaba escribiendo o barruntando una novela, le decía con humor: «Dale muchas vueltas, hija, y que te dure».

María Gaite Veloso muere el 9 de diciembre de 1978, apenas dos meses después de su padre, y nunca se supo cuál fue la causa exacta de su fallecimiento: Carmen solía decir que decidió morirse. Diez días más tarde la escritora recibió el Premio Nacional de Narrativa por su última novela o amalgama movediza de géneros llamada El cuarto de atrás, que era la preferida de su madre, «y desde entonces he andado con los rumbos un poco perdidos, aunque parece que ya los voy recobrando», comenta Martín Gaite en «Retahíla con nieve en Nueva York». Y así fue, ya que tras su estancia como profesora invitada en Barnard College, comienza a escribir El castillo de las tres murallas