De la A a la Z - Marie Sexton - E-Book

De la A a la Z E-Book

Marie Sexton

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Beschreibung

Un libro de La saga de la ciudad de Coda Zach Mitchell está preso en la rutina. Su novio de la universidad lo dejó hace diez años, pero él aún vive en el mismo apartamento, conduce el mismo coche y alimenta al desagradecido gato de su ex novio. Su negocio en Denver, el videoclub De la A a la Z, está en apuros. Tiene clientes molestos, excéntricos vecinos, y un romance vacío con su casero, Tom. Angelo Green, es un tipo duro resentido que lleva botas de combate y se ha criado en casas de acogida. Está solo desde los dieciséis años, por eso nunca aprendió a confiar ni a querer a nadie. No tiene amigos, así que cuando consigue un trabajo en el videoclub De la A a la Z, decide que Zach está estrictamente prohibido. A pesar de sus diferencias, Zach y Angelo se hacen amigos rápidamente por lo que cuando Zach rompe con Tom y la estabilidad de su negocio se tambalea, es a Angelo a quien se le ocurre una solución. Junto a Jared y Matt, sus amigos de Coda, Colorado, Zach y Angelo encontrarán una forma de salvar De la A a la Z, ¿pero serán también capaces de salvarse el uno al otro?

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Seitenzahl: 290

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Copyright

Publicado por

DREAMSPINNER PRESS

5032 Capital Circle SW, Suite 2, PMB# 279, Tallahassee, FL 32305-7886  USA

http://www.dreamspinnerpress.com/

Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos son producto de la imaginación del autor o se utilizan para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia.

De la A a la Z

Edición de copyright en español © 2015 Dreamspinner Press.

Título original: A to Z

© 2010 Marie Sexton.

Traducido por: Cristina P. Pérez.

Portada:  

© 2010 Mara McKennen.

Diseño de portada:

© 2010 Anne Cain [email protected].

El contenido de la portada ha sido creado exclusivamente con propósito ilustrativo y todas las personas que aparecen en ella son modelos.

La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y constituye una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente ni regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contactar con Dreamspinner Press 5032 Capital Cir.SW, Ste 2 PMB# 279, Tallahassee, FL 32305-7886 USA or http://www.dreamspinnerpress.com/.

Edición eBook en español: 978-1-62380-882-2

Primera edición en español: Enero 2015

Primera Edición Marzo 2010

Publicado en los Estados Unidos de América.

Mi sincera gratitud a:

Amy y Carol,

por su incansable guía.

Troy, por ayudarme a trabajar

esas 11.000 palabras finales.

Mi marido Sean,

por apoyarme de todas las maneras

posibles con su mayor empeño,

incluso cuando le prestaba

más atención a Angelo que a él.

Zach…

TENGOUN videoclub, pero odio las películas. Lo sé. Es completamente ridículo.

Simplemente pasó. Supongo que empezó después de la universidad. Fui a la Universidad de Colorado. Mis padres querían que fuera a la Estatal de Colorado, en Fort Collins, pero insistí en ir a la CU. Argumenté que era mejor universidad, pero esa no era la verdadera razón. La Estatal era para estudiar veterinaria, forestal y estudios agrícolas, mientras que CU era para fiestas. A posteriori fue una gran mierda porque debía tener cuidado con mis padres. El coste era bastante más alto que el de la Estatal, y me pasé cinco años enteros bebido, colocado o ambas cosas. Apenas conseguí graduarme en dirección de empresas, creo que la media de mis notas rondaba el dos. Penoso.

Por supuesto hice más cosas aparte de emborracharme y colocarme. También tenía mucho sexo. En mi último año quedaba con Jonathan, y después de la graduación, le seguí a Arvada, un suburbio de la zona oeste de Denver. Él era contable. Yo un vagabundo. Pillé un trabajo en el videoclub del final de la calle y continué pasando mi tiempo bebido, colocado y teniendo sexo, a veces no con Jonathan.

Llegó el día en que regresé a casa, y él se había ido. El lado positivo es que esa fue mi llamada de atención. Poco después conseguí poner en orden todas mis cosas o la mayoría, al menos. Pero nunca pillé otro apartamento. Y cuando mi jefe, el señor Murray, decidió jubilarse, pedí un préstamo y compré el videoclub.

Parecía una buena idea en ese momento.

Así que aquí estoy ahora: treinta y cuatro años, soltero, y propietario nada orgulloso del videoclub De la A a la Z. ¿He mencionado que odio las películas?

Primavera tardía en Colorado, el tiempo era estereotipadamente perfecto: soleado, con una temperatura en torno a los 80 ºF. Finalmente me vine abajo y puse aire acondicionado en la tienda.

El videoclub De la A a la Z ocupaba uno de los cuatro locales del edificio. Tres estaban abajo, el mío en el medio, flanqueado por una tienda de libros holística y un estanco. Entre las dos hacían que mi local siempre oliera a incienso de sándalo. El piso de arriba estaba completamente ocupado por un estudio de artes marciales, que le pertenecía a Nero Sensei. No estaba seguro de si Nero era su nombre o su apellido, pero normalmente lo llamábamos Sensei. Hoy, los aparcamientos delanteros de nuestro edificio estaban llenos de estudiantes de artes marciales, todos llevaban esos pijamas blancos que les favorecían, mientras hacían algún tipo de ejercicio sincronizados y sudando.

Era viernes por la tarde, y tenía un cliente que ya había venido varias veces últimamente. Era delgado, tenía la piel oscura y tersa, y su pelo negro le tapaba parte de la cara, parecía que apenas se había afeitado. No soy bueno con las etnias, quizás fuera latino, quizás no. Estaba paseándose por las estanterías, mirando películas. Algunas veces se paraba y me miraba agitando su cabeza. No tenía ni idea de qué problema tenía.

Acababa de devolver una película llamada Blue Velvet. Yo estaba mirando fijamente esa estúpida carátula, intentando decidir en cuál de mis abarrotadas estanterías iba. Por un lado, tenía a Dennis Hopper, lo que me indicaba Acción. Por otro lado, las fotos hacían que pareciera que era en blanco y negro, lo que significaba Clásicos. Me rendí y la dejé en el primer lugar vacío que vi, en la estantería De Especial Interés. Pareció que quedaba bastante bien.

Fue entonces cuando el señor Perfecto entró. Era de mi altura, poco menos de 1’80 m, pero de complexión más fuerte. Obviamente hacía ejercicio. Era rubio y de ojos azules. Llevaba puestos unos pantalones gris oscuro y una camisa de vestir blanca, abierta en el cuello. Rápidamente comprobé mi camisa y me alivió ver que aún estaba relativamente limpia. Por una vez no se me había caído nada del almuerzo.

—Soy Tom Sanderson —dijo, apretándome la mano—. Soy su nuevo casero. —Había leído sobre gente con voz de barítono y la suya lo era. Tenía un hoyuelo en la barbilla. Estaba increíblemente bueno, y había algo incluso mejor que eso, me estaba mirando de arriba a abajo con obvia curiosidad.

El trabajo se puso de repente mucho más interesante.

—Encantado de conocerte —dije mientras le apretaba la mano—. Zach Mitchell.

—Zach. —Me agarró la mano con más fuerza de la necesaria, antes de dejarla y echar un vistazo—. Bonito sitio. —Realmente consiguió no parecer sarcástico cuando lo dijo. No había hecho nada con la tienda en años. Los pósters de las películas pegados en las paredes estaban descoloridos, y mostraban nuevos lanzamientos que llevaban años pasados de moda—. ¿Qué tal el negocio?

—No va mal. —Eso fue mentira. Iba mal. No para cerrar, pero ciertamente nada bien. De hecho el tipo de la actitud extraña de antes era prácticamente la hora punta; él y solo él. Volví a mirar a Tom—. Sobrevivo. —Al menos eso era verdad—. ¿Eres mi casero ahora?

—Lo soy. Aunque no te dejes engañar, no soy un mal tío. —Me echó una mirada asesina.

—Estoy seguro de que es verdad —dije.

Me miró durante un minuto, como si me estuviera evaluando, luego sonrió otra vez, y dijo—: Déjame que te lleve a cenar esta noche y lo comprobarás.

No me podía creer que un tío tan atractivo como él me estuviera invitando a salir. Soy del montón: mido más o menos 1’80, tengo el pelo castaño, los ojos azules y complexión normal. Normal, normal, normal. Sé que no soy feo, pero nunca he sido uno de esos tíos que la gente se para a mirar y desea después, o que atraen inmediatamente a los demás. Ya sabes, esos tíos. Tíos como él.

—Eso es genial —dije, esperando no parecer demasiado entusiasmado.

—Pasaré por aquí y te recogeré sobre las seis.

No había tenido una cita en meses. Estaba contando las horas.

Esa tarde Ruby se pasó por la tienda. Ruby tenía una librería holística al lado. Rondaba los sesenta años. Apenas medía 1’52 y seguramente pesara menos de 45 kilos. Su pelo era plateado, corto y estaba bien peinado, siempre vestía un elegante traje de pantalón. El de hoy era gris carbón, con una bufanda azul celeste que conjuntaba con sus ojos. Parecía la abuela rica de alguien.

Pero esa imagen que daba desparecía en cuanto abría la boca. En ese momento te dabas cuenta de que no era demasiado inteligente.

—Hey, Ruby —dije—. ¿Has conocido al nuevo casero?

—Por supuesto que sí —dijo con disgusto—, qué hombre más horrible.

—¿Eh? —se puso muy seria, intentaba no reírme—. ¿Por qué dices eso?

—No tiene alma —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo—. ¿No lo ves? Solo es oscuro, por todas partes. —Se estremeció—. Va a ser un problema, Zach. —Me apuntó con su dedo tembloroso—. Recuerda mis palabras.

—Vale. —¿Qué más podía decir?

—Aunque no es eso de lo que he venido a hablarte. Quiero que sepas que tuve una visión sobre ti anoche.

Ruby decía poseer habilidades paranormales. Ella siempre tenía “visiones”. No creo mucho en ese tipo de cosas, pero nunca he tenido corazón para decírselo.

—¿De verdad? —pregunté informalmente.

—Es la verdad. Te vi. Estabas de pie con un ángel, en una tienda de piezas de automóviles, y repartías platos de pasta Alfredo con pollo. —Me miró expectantemente.

Nunca sabía qué decir o pensar después de escuchar sus “visiones”. ¿Tenía que aplaudir? ¿Estar atónito? ¿O parecer asustado?

—Ummm... —Tartamudeé—. Eso suena muy interesante.

—Eso pensé yo también. —Todavía me estaba mirando con anticipación, como si de repente yo fuera a romper a llorar y admitiese que de verdad había estado sirviendo pasta la otra noche en el Checker con el propio arcángel Gabriel a mi lado.

—¿Un ángel?—pregunté tontamente.

—¡Claro que sí! —Me sonrió—. ¿No es maravilloso? Sigo esperando que conozcas una chica maravillosa, ¡y ahora sé que lo harás! —Le había dicho a Ruby al menos veinte veces que era gay, pero siempre actuaba como si no lo hubiera oído. Estaba bastante seguro de que pensaba que solo era una fase y finalmente acabaría con una chica—. Solo te lo tenía que decir. Pensé que querrías saberlo.

—Por supuesto Ruby. Gracias. —Conseguí mantenerme serio cuando respondí—: Lo aprecio. —Asentía sabiamente, luego se volvió dirigiéndose a la puerta. Estaba empujándola para abrirla cuando un pensamiento cruzó por mi mente—. Ruby —Tenía que preguntarlo—, ¿estaba muerto?

Me miró desde detrás con sorpresa.

—Por supuesto que no, querido. ¿Por qué ibas a estar muerto?

—Bueno... —Me sentí estúpido, pero ahora que el pensamiento estaba en mi cabeza, lo quería saber de verdad—. Si había un ángel allí, se supone que tenía que estar en el cielo, ¿no?

Me apuntó con su dedo tembloroso.

—No seas listillo. Zach. No hay coches en el cielo.

Después de ella vino Jeremy, su estanco estaba en el lado opuesto de la librería de Ruby. Él no tenía el pelo largo, ni llevaba sandalias hippies. Era padre de tres adolescentes, siempre llevaba corbata, y era miembro activo de la Asociación de Padres de Alumnos, y también del ayuntamiento. Además de todo eso, era defensor del partido Libertario. La mayor parte del tiempo eso no importaba, pero estábamos en año de elecciones, lo que quería decir que Jeremy estaba en modo campaña a gran escala.

—Zach, quiero saber si has pensado a quién vas a votar en la elección presidencial.

Tristemente no tenía educación cuando se trataba de política.

—¿Sabes ya quiénes son los candidatos? —pregunté. ¿No había primarias para elegirlos primero?

Agitó su cabeza con disgusto.

—Zach, no importa qué cabezas parlantes pongan los Republicanos como candidatos. Tampoco la manera en la que votas para mantener las cosas como están. ¿Es eso lo que quieres?

—Ummm...

—¿Estás a favor del aborto?

—Sí, supongo. —El aborto no es algo sobre lo que un hombre gay tenga que pensar muy a menudo.

—Y tú tienes que estar a favor de permitir que los gais se casen.

—Claro. —Pero tendría que quedar con alguien antes, ¿no?

—¿Y crees en la legalización de la marihuana?

—Supongo. —De ninguna manera iba a discutir aquello con un hombre que para ganarse la vida vendía cachimbas.

—¿No piensas que deberías poder votar contra nuestro estado de bienestar fuera de control sin tener que votar contra esos derechos básicos? ¿Derechos básicos que deberían ser protegidos en pos de nuestra Constitución?

—Bueno...

—¿Alguna vez has leído la Constitución, Zach?

Tenía que pararme y pensar en ello. No recuerdo haberla leído. ¿Cómo podía haber superado doce años de educación pública y cinco en una gran universidad, sin haber leído jamás la Constitución?

—No lo recuerdo —admití con sorpresa.

Sacudió la cabeza.

—Tampoco el presidente, Zach. Piensa en ello.

Dejó una pila de panfletos en el mostrador y se dirigió a la tienda de Ruby. Iba a ser una larga campaña.

Ya que era viernes, todos mis clientes usuales vinieron por la tarde cansados. Primero vino el Tipo Duro, que se había ido casi después de Tom, pero antes de la revelación de Ruby de su ángel y la visión de la pasta. Después vino Jimmy Buffett. No podía recordar su nombre real, pero era el doble del hombre de “Margaritaville”. Siempre parecía estar avergonzado cuando devolvía las películas, y solo podía deducir que era por las horribles camisas de estampado hawaiano que se ponía. El siguiente fue Eddie. No era su nombre real, pero siempre tenía una camiseta de Iron Maiden con el macabro Eddie delante, y ostentaba el mismo peinado que el líder de la banda. Siempre parecía cabreado conmigo. Yo culpaba a la música. Y por último, la chica gótica. Tenía el pelo negro, y se pintaba la raya de los ojos gruesa, por lo que siempre parecía que había estado llorando; tenía tres piercings en su labio inferior y siempre me miraba desafiante cuando pagaba su película. Luego era hora de cerrar las puertas.

Durante la última hora del día, me había preocupado porque Tom no apareciera, pero llegó sin demora a las seis. Me llevó a un restaurante fabuloso donde nos bebimos una botella de Chianti que nos hizo hablar un poco. No había duda de que tonteaba conmigo. Después me llevó a De la A a la Z, y por último paseamos hasta mi coche.

—El anterior propietario estaba en bancarrota, así que adquirí el edificio por un estupendo precio. No era buen casero. ¿Eres consciente de que ni siquiera tienes un contrato de alquiler en este momento?

—Sí, el señor McBride no era bueno con los contratos. Yo pagaba el alquiler, y eso era suficiente para él. —Me di cuenta de que eso también quería decir que podía ser desahuciado a la mínima.

—Redactaré los nuevos contratos de alquiler pronto. La mala noticia es que no sé si podré mantener el mismo precio. El edificio necesita mucho trabajo y al fin y al cabo, yo soy un hombre de negocios.

Eso era definitivamente una mala noticia para mí. Ahora apenas podía llegar a fin de mes, así que si me subía el alquiler, podía ser un problema.

—¿De cuánto es el incremento del que hablamos?

—No estoy seguro. Todavía no me he ocupado de todo. —Dio un paso más cerca de mí, y mi corazón empezó a acelerarse—. ¿Te puedes permitir un incremento del alquiler? —De alguna manera hizo que la pregunta pareciera increíblemente sexy.

—Realmente no —conseguí decir. Levantó su mano y me acarició la mejilla.

—No quiero que te quedes sin tu negocio —dijo mientras daba otro paso más cerca. Ahora estaba acorralándome.

—Ya somos dos.

Sonrió, y pensé que mis rodillas se doblarían. Se acercó más y me acarició pasando sus labios sobre los míos. Su olor era fascinante. Me acerqué hacia él, y luego me besó. Su lengua se introdujo en mi boca. Sentí sus manos agarrar mi culo, y empujarme con fuerza hacia él. Incluso completamente vestido podía sentir cómo de firme y musculoso era su cuerpo. El beso acabó demasiado pronto y me quedé sin respiración.

—Quizás —dijo con esa baja y sexy voz, cuando se echó hacia atrás—, podamos arreglarlo. ¿Te gustaría?—preguntó.

—Absolutamente.

—Bien. —Sonrió dando un paso atrás—. No puedo esperar a verte de nuevo.

Mientras conducía mi viejo Mustang, el mismo que había tenido desde la universidad, deseé haberlo invitado a venir. La persistente excitación de ese beso no era bastante para aliviar la soledad que sentía cuando subía las escaleras de mi apartamento. Al menos solo faltaban un par de horas antes de que me pudiera ir a la cama.

Me puse una copa de vino y algo de música. Tenía un rompecabezas a medio terminar desparramado por la mesa del comedor, y me senté a hacerlo. Muchas de mis noches las pasaba trabajando en algún tipo de puzle o haciendo crucigramas o sudokus, lo que fuera para pasar el tiempo.

La gata de Jonathan, Geisha, deambulaba por allí. Todavía pensaba en ella como la gata de Jon, aunque hiciera al menos diez años que no estaba allí para cuidarla. Tenía el pelo largo y grisáceo, y ojos verdes. Era lo único que él se había dejado, y ella nunca me había perdonado por no ser él. Me miraba con un abierto desprecio, como solo un gato puede hacerlo, y luego desaparecía por la gatera del salón.

Recordaba lo emocionados que estábamos Jonathan y yo cuando la trajimos a casa. Teníamos muchos planes.

Fue todo hace tanto tiempo.

¿Cómo había llegado a esto, todavía viviendo en el mismo apartamento y trabajando en el mismo videoclub? Había conseguido sobrevivir a la revolución del DVD, ¿pero para qué? No tenía pasión por mi negocio, pero todavía no podía imaginarme haciendo cualquier otra cosa. Sabía que solo era cuestión de tiempo antes de verme forzado a cerrar. Debía haberlo hecho hacía años. Y aún no tenía ni idea de qué más podía hacer.

Solo estaba yendo a la deriva, como un náufrago en un salvavidas, esperando a que la próxima tormenta me hundiera. Era demasiado deprimente para pensar en ello así que acabé mi vino y me fui a la cama.

TOMME llamó al día siguiente para decirme que se lo había pasado bien y que asegurarme nos volveríamos a ver, aunque no dijo cuándo. Pasaron un par de días, y no supe nada de él, pero no estaba preocupado. Estaba demasiado estresado como para preocuparme por él. Tenía exactamente una empleada, una de veintidós años llamada Tracy. O quizás era Tammy. No lo recordaba. Siempre estaba colocada y prácticamente bañada en pachulí. Llevaba si venir por el videoclub cuatro días seguidos, así que decidí que era hora de considerar su renuncia.

El problema era, que había sido un día muy ajetreado, y realmente había necesitado algo de ayuda. La hora punta por fin había terminado. El Tipo Duro delgaducho había vuelto, para devolver Blade Runner. No la había visto, pero sabía que era Ciencia Ficción. Observé al Tipo Duro. Se paró y sacó una película de la estantería. Me miró, agitó la cabeza un poco, luego se dio la vuelta y la puso en una estantería diferente. ¿Estaba cambiando las cosas de sitio? No sabía por dónde empezar. No necesitaba que me pusiera las cosas peor.

Estaba a punto de decirle algo cuando Tom entró en la tienda. Como antes, llevaba pantalones de vestir y una camisa blanca almidonada con los botones de arriba desabrochados. Estaba muy guapo.

Se echó en el mostrador y me miró a los ojos, era consciente de que tenía la sonrisa más ridícula del mundo dibujada en mi cara.

—Hola —dijo con esa sexy y suave voz—. He estado pensando en ti.

—Me alegra saberlo.

Miró alrededor de la tienda y vio al Tipo Duro, luego se volvió hacia mí y susurró—: ¿Estará mucho tiempo?

Me encogí de hombros.

—Quizás. —Pero justo después, el Tipo Duro sacó una película de la estantería y la trajo al mostrador. Mad Max. Era buena y además sabía dónde iba colocada, lo que me ahorraría tiempo cuando la devolviera al día siguiente. Apenas presté atención cuando tomé su dinero, y luego se fue.

Tom lo siguió hasta la puerta y la cerró en cuanto salió. Luego se volvió hacia mí sonriendo.

—Por fin solos.

Mi corazón se aceleró de repente. Mis manos estaban sudorosas y tuve una erección que amenazaba con arrancar los botones de mis tejanos. Tom se acercó, todavía sonriendo. Asintió hacia la puerta de detrás de mí.

—¿Dónde lleva?

—A una oficina.

Su sonrisa se volvió incluso más grande.

—Perfecto.

Me condujo a la puerta y la cerró tras de sí. Luego se volvió y me empujó contra la pared amablemente. Presionó su cuerpo contra el mío y sus labios acariciaron mi cuello.

—Quiero decir, Zach, que no he parado de pensar en ti desde que cenamos. —Sus manos estaban deslizándose por mi espalda hacia abajo y luego me apretó el culo—. Sé que apenas nos conocemos. Pero de verdad siento que hay algo entre nosotros. —¿Algo más aparte de dos pollas muy erectas? Ciertamente no iba a discutir el asunto. Besó mi cuello un poco más y presionó su ingle contra la mía—. Creo que deberíamos conocernos más. ¿Qué piensas?

—Me gustaría—dije.

—¿Qué tal si cenamos esta noche?

—Eso suena estupendo.

Me apretó el culo una última vez y luego se alejó.

—Te recogeré a las seis.

Me llevó al mismo restaurante. Volvió a pedir una botella de vino. Hablaba incesantemente sobre acciones, portfolios y rentabilidad de la inversión. Hubiera sido horriblemente aburrido si no hubiera estado moviendo lentamente su mano por mi muslo al mismo tiempo.

Después de pagar, sus dedos acariciaron por encima de mis pantalones, el creciente bulto que tenía. Se inclinó y me susurró en el oído—: ¿Puedo acompañarte?

—Por supuesto —dije, aliviado de que no me hubiera dado tiempo a invitarle.

Tan pronto como cruzamos la puerta de mi apartamento, Geisha salió del dormitorio. Le siseó a Tom, y luego desapareció como un rayo por la gatera.

—¿Qué pasa con tu gata?—preguntó Tom.

—Odia a la gente.

Fue lo que contesté porque no tenía intención de malgastar mi tiempo hablando de la fastidiosa gata de mi ex novio. Pasé mis brazos por su cuello y lo besé. Su cuerpo fuerte estaba duro contra el mío, no podía esperar para verlo completo. Me empujó contra la pared. Sus besos eran agresivos e insistentes. Su lengua acarició el cielo de mi boca, mientras sus manos tocaban mi cuello de nuevo.

Me sentí como si estuviera en llamas. Hacía más de ocho meses que no estaba con otro hombre, y aquella vez no había sido más que un polvo de borrachos, olvidado tan pronto como terminó. Esto era completamente distinto. No podía saciarme lo suficiente de él. Puse mis manos bajo su camisa, sintiendo su pecho, que estaba cubierto con espeso y áspero pelo. Pasé mis pulgares por sus pezones y le escuché gemir.

Desabroché sus pantalones, los bajé lo bastante para quitarlos de mi camino, y lo agarré. Gimió en mi boca y se apretó más fuerte contra mí. Sus manos estaban todavía en mi culo, sus dedos estaban frotando mi entrada.

—Eso está bien, Zach. Dios, me excitas.

Lo acaricié durante un rato, sus manos nunca se apartaban de mi culo. Me separé un poco para desabrocharme los pantalones y quitármelos. Mi erección chocó contra él, lo atraje más hacia mí y le di un beso demoledor. Podía haber estado toda la noche, frotándome contra él y sintiendo sus manos sobre mí. Me subí encima, agarrando sus caderas fuertemente y presionándolas contra las mías. Gimió, tomó mi mano y la llevó a su pene. Luego sus brazos volvieron a rodearme.

Envolví con mi mano ambas pollas y empecé a acariciarlas.

—Eso es, Zach. Un poco más fuerte. —Sus dedos estaban frotando arriba y abajo mi entrada, pasando por los bordes—. Más fuerte, chico. Más fuerte.

Las agarré con fuerza y aceleré mis caricias. No me besó más. Su cabeza estaba enterrada en mi cuello. Respiraba acelerado y hablaba bajo.

—Eso es, Zach. Oh Dios, así está bien. Sigue. Sigue. —Sabía que estaba a punto de correrse cuando sus manos apretaron fuertemente mi culo. Su primer disparo de semen hizo que mi mano resbalara, y eso fue todo lo que necesité para llegar al límite también.

Me besó de nuevo, y después fue al cuarto de baño para limpiarse, mientras yo me cambiaba de calzoncillos. Luego lo acompañé hasta la puerta. Se acercó y me besó.

—Nos vemos pronto.

TOMY yo volvimos a quedar tres días después. Se suponía que me recogería a las seis, sin embargo, apareció en la tienda a las cuatro para cancelar la cita.

—Nene, lo siento mucho—dijo—, tenemos una reunión que no estaba prevista. Y no puedo perdérmela.

El Tipo Duro delgaducho había vuelto, y deseaba que Tom hablara en voz baja. No nos estaba mirando, así que esperaba que eso significara que no nos estaba escuchando.

—¿Tienes una reunión a las seis? —pregunté sigilosamente, no creyéndolo del todo.

—Habré acabado a las ocho, Zach —dijo, y realmente sonó arrepentido—. Me encantaría verte después, si me lo permites.

Eso ciertamente era mejor que nada.

—Suena genial —dije, intentando parecer relajado y no patético, como me sentía.

Se fue y volví a mi crucigrama. Estaba decepcionado, pero me dije a mí mismo que podía ser peor. Aún quería verme. Eso arreglaba la cena perdida. Todavía temía que llegaran las seis en punto porque tendría que cerrar la tienda e irme a casa, a mi apartamento vacío.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por una pregunta repentina en un tono insolente.

—¿Puedes ayudarme a encontrar una película? —Sonó como un reto.

Me giré encontrándome al Tipo Duro delgaducho mirándome expectante. Era un par de años más joven que yo, probablemente tenía entre veinte y veinticinco años. Debía medir 1’75 más o menos. Llevaba botas militares, una camiseta tan desgastada que prácticamente podía verse a través de ella, y unos pantalones a la cadera. Al menos no iba enseñando el culo.

—Quizás —dije. Me hubiera gustado ser capaz de decir solo que sí, pero hubiera sido mentira.

—No acabo de entender tu sistema.

—Es alfabético.

Me dedicó una sonrisa torcida de suficiencia que hubiera sido bonita si no hubiera sido tan molesta.

—¿Qué alfabeto usas?

Ahí me pilló. Había abandonado el tema del alfabeto hacía mucho tiempo.

—Se supone que por género. —Señalé las pequeñas etiquetas que había en la parte superior de las estanterías.

—En teoría, hombre, pero están todas jodidas.

Me estaba empezando a cabrear. Aunque no del todo porque probablemente tenía razón. Sin embargo, no quería que un Tipo Duro me diera lecciones de cómo llevar mi negocio.

—¿Por qué?

—Por esto. —Señaló a la estantería de al lado. Estaba etiquetada como Clásicos—. Dieciséis Velas no es un clásico.

—Es un clásico para la gente de mi edad.

—No, hombre. De ninguna manera puede estar al lado de Un tranvía llamado deseo. No me importa cuánto te recuerde a tu juventud perdida hace mucho. Y esto. —Dio un par de pasos y apuntó a otra estantería—. Amor a quemarropa, no es un romance.

—¿Qué quieres decir?

—Quentin Tarantino. Es una película de acción. ¿Nunca la has visto?

—No. No me gustan los romances. — Me estaba incomodando.

—Bueno. —Puso los ojos en blanco. Se quitó el pelo de la cara, suspiró, y dijo—: Estoy buscando Un puente sobre el Río Kwai. ¿La tienes?

—Ummm... Eso creo. Es esa en la que una monja hace explotar un puente, ¿no?

Me volvió a dedicar la torcida sonrisa de suficiencia.

—No hombre. Esa es Dos mulas para la hermana Sara. Shirley MacLaine y Clint Eastwood. Estoy hablando de Alec Guinnes. Ya sabes... ¿Obi-Wan Kenobi? —Asentí, porque al menos sabía quién era Obi-Wan—. No recuerdo mucho excepto aquella jodida canción que silbaba, así que creo que le echaré otro vistazo, ¿sabes?

—¿Pero hay un puente, no? —No me preguntes como se suponía que eso me ayudaría a localizar la película. Solo intentaba seguir el ritmo.

Sacudió la cabeza.

—Olvídalo, tío. —Se volvió y sacó El resplandor de la estantería que estaba a su lado, se acercó y la tiró al mostrador delante de mí. Era un par de centímetros más bajo que yo. Me miró a través de su flequillo demasiado largo—. ¿No ves ninguna de estas películas?

—Creo que me gustan más los éxitos de taquilla. —Estaba intentando no sonar a la defensiva.

—Realmente no funciona así ¿no? Quiero decir, todas las tiendas tienen ese tipo de películas. Tú tienes la mierda para la que ellos no tienen espacio. Clásicos cultos, ya sabes.

—¿Clásicos cultos?

—Eso es.

—¿Cómo Elclub del desayuno?

Me guiñó el ojo. Una vez. Dos. Luego: —¿Eras jodidamente pijo en el instituto? —preguntó con dureza.

—¿Qué se supone que quieres decir?

Puso sus ojos en blanco otra vez.

—No te preocupes.

¿No era El club del desayuno un clásico culto? Aunque había escuchado el término antes, me di cuenta de que no sabía lo que significaba.

—¿De qué tipo de películas estás hablando? —le pregunté, haciendo un esfuerzo por sonar sincero—. De verdad lo quiero saber.

Durante un minuto me estuvo mirando, seguramente estaba intentando decidir si tomarme en serio o no. Finalmente se volvió a quitar el pelo de la cara y dijo—: El vengador tóxico. ¿La tienes?

—Eso creo. Quizás. No lo sé.

—¿Ed Wood?

—¿Ed qué?

—Ed Wood, con Johnny Depp.

—¿Es esa en la que corta el pelo?

—¿Estás hablando de Eduardo Manostijeras o Sweeney Todd?

—Creía que estábamos hablando de Johnny Depp.

Puso los ojos en blanco.

—¿Y qué hay de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante?

—¿Es una película o son cuatro?

—¿Y qué hay de Re-Animator? ¿O Escuela de jóvenes asesinos? ¿O Guerreros?

—¡Escuela de jóvenes asesinos! —dije triunfalmente—. Creo que tengo esa en algún lado.

—Hey, Ram, ¿no tiene esta cafetería alguna norma para no admitir maricones?

—¿Qué?

—La respuesta es: «No, aunque parece que tienen una política de puertas abiertas para gilipollas, ¿no es así?».

Simplemente me quedé allí de pie, intentando comprender si me estaba llamando maricón, gilipollas o ambas cosas, y volvió a poner los ojos en blanco otra vez.

—Es una frase de Escuela de jóvenes asesinos, hombre. No te preocupes. Debería haber sabido que no lo entenderías. —Llegué a creer que no estábamos hablando el mismo idioma. Mi confusión tuvo que ser obvia porque suspiró y empezó a buscar su cartera en el bolsillo—. Deberías ver alguna de tus propias películas, ya sabes. ¿Cómo puedes llevar un videoclub si no las ves?

Había estado pensando exactamente lo mismo. Y como Tracy se había ido, decidí darle una oportunidad.

—Eh, ¿quieres un trabajo?

—Tengo uno.

—Oh. —No estaba seguro de por qué había dado por hecho que estaba desempleado—. Vale.

—Seguro.

—¿Seguro qué?

—Quiero un trabajo.

—Acabas de decir que ya tienes uno.

—Sí. Tengo dos. Pero si me contratas, dejaré uno. Me la suda de todas formas.

No sabía a qué se refería con lo de “sudar”, pero no estaba interesado en preguntar.

—¿Puedes organizar todas estas películas?

—Fácilmente.

—¿Cuándo puedes empezar?

—Ahora —Me sonrió.

—¿Cómo te llamas?

Su sonrisa desapareció.

—Tío, ¿te he alquilado películas casi todas las noches durante las últimas semanas, y no sabes mi jodido nombre? —Tenía razón. Era horrible para ese tipo de cosas. Sacudió la cabeza antes de tener la oportunidad de responder—. Angelo. Angelo Green.

ERANLAS ocho y la noche pasaba sin señales de Tom. De hecho eran más de las nueve cuando tocó el timbre.

—Llegas tarde. —Intenté sonar casual y sin que pareciera una acusación. Quizás casi lo logré.

—Lo siento mucho, nene. —Me apoyó en la pared y me besó. Su lengua acarició el cielo de mi boca, y su polla ya erecta, se apretaba contra mí.

Quería estar enfadado, pero simplemente no me funcionó. Estaba muy guapo, sus manos apretaban mi culo, y su ingle presionaba la mía, y Dios, lo quería tanto.

—Tengo vino. —Conseguí decir entrecortadamente.

—Después. —Su boca se apoderaba de la mía, y gemía—. Zach, por favor deja que te folle esta noche. Te deseo y sé que tú también lo quieres.

Tenía razón. Me resultaba casi dañino, escuchar cómo lo decía tan seriamente.

—De acuerdo.

Hicimos el recorrido al dormitorio, besándonos y toqueteándonos, despojándonos de la ropa.

Saqué un condón y el lubricante del cajón y se lo entregué, me dio la vuelta tirándome en la cama, luego agarró mis caderas y me empujó hacia él. Un segundo después sentí sus dedos resbaladizos presionando dentro de mí. Gemí y me apoyé en él.

—¿Te gusta esto?—preguntó cuando sus dedos entraban y salían de mí, tocando dentro ese dulce punto, enviándome ondas de placer.

—Sí.

—Estás muy tenso, nene. ¿Cuánto tiempo hace?

Sus dedos estaban aún moviéndose en mí, y no era fácil formular una respuesta.

—Demasiado—dije, empujando más fuerte contra él.

—Eso es, cariño. Dime cuánto te gusta.

—Me encanta—dije entrecortadamente.

—No puedo esperar para follarte, Zach. —Sus dedos pararon, y luego sentí su polla empujando contra mí—. No puedo esperar más. —Empujó dentro con fuerza, y me mordí el labio para evitar gritar—. Oh, Dios, nene, eres mejor de lo que esperaba. Tan estrecho. Joder, te siento genial.

Estaba un poco enfadado porque estaba seguro de que no se había puesto el condón. ¿Para qué pensaba que se lo había dado? Parecía una petición bastante obvia, aunque ya era demasiado tarde. Estaba intentando dejarme llevar y relajarme, mientras él me penetraba hablando todo el tiempo, soltando un hilo interminable de palabras sin sentido.

—Tan jodidamente genial. Tan estrecho. Así es nene. Así es. —Nunca he sido de esos que dicen guarradas durante el sexo, pero no le iba a pedir que se callara.

Ya estaba acelerando, y estaba casi seguro de que no iba a durar mucho, así que me apoyé en el cabecero con una mano y estiré la otra para empezar a hacerme una paja. Estaba golpeándome, y sabía que iba a estar dolorido por la mañana. Sus manos agarraban mis caderas fuertemente.

—Casi, casi. —Y a continuación se corrió, embistiéndome con fuerza. Yo todavía no había llegado al clímax. No se tumbó. Se quedó ahí, dentro de mí, sosteniendo con fuerza mis caderas hasta que acabé, y luego se tiró en la cama a mi lado—. Eres impresionante, Zach.

Honestamente hubiera deseado poder decirle lo mismo a él. Algo de sexo era mejor que nada, y supuse que mejoraría con el tiempo.

—¿Por qué tenías que trabajar hasta tan tarde?—pregunté.

—La reunión se prolongó. Ya sabes cómo es. Todo el mundo habla, nadie escucha. —Realmente no lo sabía, pero no respondí—. Es aburrido.

—Me alegro de que vinieras.

—Yo también. Te eché de menos. —Se dio la vuelta para besarme, luego se levantó, y empezó a vestirse—. Tomaré algo de ese vino ahora.

Me puse una sudadera y unos pantalones, luego serví el vino. Me siguió hasta el salón. Puse algo de música y cuando me di la vuelta lo encontré observándome desde el otro lado de la habitación. Nos quedamos allí, mirándonos mutuamente con extrañeza. Fue ridículo. Acababa de dejar que me follara, y aún no tenía ni idea de qué decirle.

Echó un vistazo al comedor y vio el puzle puesto en la mesa. Entró para mirarlo, y le seguí.

—¿Te gustan los puzles?—pregunté.

Me sonrió.

—Puedes apostar que sí.

Me senté en una de las sillas, y él se sentó a mi lado.

—Este es más difícil de lo que pensé que sería —dije cuando empecé a buscar una de las piezas que me habían estado evitando—. Hay muchos claros y sombras diferentes.

Hizo un sonido desinteresado. Seguí buscando mi pieza. Toqueteó un poco, cogiendo piezas al azar e intentando encajarlas. Después de unos cuantos minutos, se levantó y deambuló por la habitación. De repente la música paró, encendió la radio y empezó a girar la ruedita. Le llevó mucho tiempo encontrar una emisora, el constante tartamudeo y los parones del parloteo de la radio, interrumpido por las continuas interferencias me fastidiaban más de lo normal. ¿Qué tenía de malo la música que tenía puesta? Si no le gustaba, podía haber dicho algo.

Finalmente encontró una emisora que le gustó y volvió a entrar en el comedor, aunque no se sentó. Puso su vaso de vino vacío en la mesa y dijo—: Necesito ponerme en marcha. Tengo que estar en el trabajo temprano.

—Vale —dije, intentando esconder mi decepción. Le acompañé a la puerta y le di un beso de buenas noches.

Terminé bebiéndome el vino yo solo.

ALA mañana siguiente era el primer día de trabajo de Angelo en De la A a la Z. Casi esperaba que me montara un numerito, pero llegó a tiempo.