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Un libro de La saga de la ciudad de Coda Jared Thomas ha vivido toda su vida en Coda, un pequeño pueblo de montaña en Colorado. No puede imaginar vivir en ningún otro lugar. Desafortunadamente, el único otro hombre gay del pueblo le dobla la edad y fue su profesor, así que Jared se ha resignado a pasar su vida solo. Es decir, hasta que Matt entra en su vida. Matt acaba de ser contratado por el departamento de Policía de Coda, y Jared y él se hacen amigos inmediatamente. Matt afirma ser hetero, pero para Jared, tener un amigo tan sexy resulta demasiado tentador. Entre a la aventura de Matt con una mujer del pueblo, la desaprobadora familia de este y el acoso de sus compañeros del departamento, Jared teme que nunca encuentren la forma de estar juntos…, si es que alguna vez logra convencer a Matt de intentarlo.
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Seitenzahl: 290
Veröffentlichungsjahr: 2014
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Publicado por
DreamspinnerPress
5032 Capital Cir. SW
Ste 2 PMB# 279
Tallahassee, FL 32305-7886
http://www.dreamspinnerpress.com/
Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos son producto de la imaginación del autor o se utilizan para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia. El contenido de la portada ha sido creado exclusivamente con propósito ilustrativo y todas las personas que aparecen en ella son modelos.
Promesas
Copyright © 2010 by Marie Sexton
Título original: Promises
Portada: Anne Cain [email protected]
Diseño de portada: Mara McKennan
Traducido por: Cris P. Pérez
La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y constituye una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente ni regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contactar con Dreamspinner Press 5032 Capital Cir. SW, Ste 2 PMB# 279, Tallahassee, FL 32305-7886 USA
http://www.dreamspinnerpress.com/
Publicado en los Estados Unidos de América
Primera Edición
Enero, 2010
Edición eBook en español: 978-1-62380-675-0
Muchas gracias a:
Mi marido Sean,
por su inquebrantable amor y apoyo, incluso cuando estaba totalmente obsesionada y monopolizaba el ordenador.
Carlos Ibáñez, cuya dirección me ayudó a convertir una novela corta en novela.
Amy Caroline, mi gran animadora y consejera, por leer cada
versión de esta historia, cada escena eliminada, y cada idea precipitada que se me venía a la cabeza.
Este libro es para vosotros tres, sin los cuales nunca hubiera existido.
TODOEMPEZÓpor el Jeep de Lizzy. Si no hubiera sido por eso, no habría conocido nunca a Matt. Y quizás él no habría tenido esa necesidad de probarse a sí mismo. Y quizás nadie habría resultado herido.
Pero me estoy adelantando. Como he dicho, empezó con el Jeep de Lizzy. Ella es la esposa de mi hermano Brian, y esperaban su primer hijo en otoño. Ella decidió que su viejo Wrangler, que había tenido desde la universidad, sencillamente no iba a servir como vehículo familiar. Así que lo aparcó delante de la tienda, con un cartel a mano que ponía «En venta» en la ventanilla.
La tienda la abrió mi abuelo. Al principio era una tienda de herramientas, pero en algún momento, se empezaron a vender piezas de automóvil también. Cuando mi abuelo murió, mi padre tomó el mando, y cuando él murió, pasó a Brian, Lizzy y a mí.
Era un precioso día de primavera en Colorado, y estaba sentando con los pies sobre el mostrador, deseando estar fuera disfrutando del sol, cuando él entró. Claramente captó mi atención de inmediato, simplemente porque no era de los alrededores. He vivido en Coda toda mi vida, sin contar los cinco años que pasé en Fort Collins, en la universidad, así que conocía a todos en el pueblo. Él se encontraba visitando a alguien en la zona o simplemente estaba de paso. No somos un pueblo turístico, pero la gente sí que se tropieza ocasionalmente con nosotros, bien buscando un sendero forestal para vehículos de cuatro ruedas o de camino a uno a de los ranchos turísticos carretera abajo.
Desde luego, él no se parecía a uno de los simplones de mediana edad que frecuentaban los ranchos turísticos. Probablemente estaba en los primeros años de su treintena. Era cinco o seis centímetros más alto que yo, poniéndolo a más de metro ochenta y tres de alto, con el pelo negro con corte militar y una barba de unos cuantos días en sus mejillas. Llevaba puestos tejanos, una camiseta negra y lisa, y botas de cowboy. Anchos hombros y grandes brazos evidenciaban que hacía ejercicio. Era maravilloso.
—¿Ese Jeep anda? —Su voz era profunda y un poco lenta. No era el acento del sur profundo, pero arrastraba las vocales un poco más que los de Colorado.
—Puedes apostar. Va fenomenal.
—Mmmm. —Estaba mirándolo por la ventana—. ¿Por qué lo vendes?
—Yo no. Mi cuñada. Dice que sería muy difícil poner una sillita detrás. En su lugar ha comprado un Cherokee.
Eso pareció dejarle un poco confundido, lo que me decía que no tenía hijos.
—¿Así que se conduce bien?
—Perfecto. ¿Quieres probarlo? Tengo las llaves aquí mismo.
Levantó las cejas.
—¡Por supuesto! ¿Necesitas aval o algo así? Puedo dejarte mi carné de conducir.
Creo que en ese momento él podría haberme convencido de cualquier cosa. Me temblaban un poco las rodillas. Intentaba decidir si realmente veía un toque de color verde en esos ojos gris metálico. Esperaba parecer relajado cuando dije:
—Iré contigo. Conozco las carreteras de por aquí. Podemos ir por algún camino fácil para que veas cómo se maneja.
—¿Y la tienda? No me gusta dejarte sin ayuda en hora punta. —Echó un vistazo a la tienda vacía, y un lado de su boca musitó—: ¿Se enfadará tu jefe si te vas?
Me reí.
—Soy uno de los propietarios, así que puedo holgazanear si quiero. —Me volví hacia la trastienda y grité—: ¡Ringo!
Nuestro único empleado vino cautelosamente de atrás. Siempre se mostraba asustadizo conmigo, y si Lizzy no estaba, ponía mucho empeño en mantener la distancia. Creo que el chico esperaba que me le insinuase. Tenía diecisiete años, pelo negro y voluminoso, piel con acné y seguramente pesaba como un billete de cinco dólares empapado. No tenía corazón para decirle que no era mi tipo.
—¿Sí?
—Hazte cargo. Volveré en una hora o así. —Me volví a mi alto y moreno desconocido—. ¡Vámonos!
Ya en el Jeep, me tendió su mano derecha.
—Soy Matt Richards.
—Jared Thomas. —Su apretón era fuerte, pero no era uno de esos tíos que tenían que romperte la mano para demostrar lo machos que son.
—¿Por dónde?
—Gira a la izquierda. Conduciremos hacia la Roca.
—¿Qué es eso?
—Es lo que suena, una puta roca enorme. No es nada espectacular. La gente va allí para hacer picnic. Y por supuesto, los adolescentes a veces van para aparcar o colocarse.
Frunció un poco el ceño. Estaba empezando a pensar que no sonreía demasiado. Yo, por otra parte, sabía que estaba sonriendo de oreja a oreja. Haber salido de la tienda durante algunos minutos, especialmente para dirigirme a las montañas, era suficiente para iluminarme el día considerablemente. Hacerlo en compañía del tío con la mejor pinta que había visto desde hacía una eternidad seguro que tampoco hacía daño.
—¿Entonces, qué te trae a la ciudad? —le pregunté.
—Me acabo de mudar aquí.
—¿En serio?¿Por qué querrías mudarte aquí?
—¿Por qué no? —Su tono era de broma, aunque su cara seguía seria—. Tú vives aquí, ¿no? ¿Tan malo es?
—Bueno, no. Me encanta esto. Es por lo que no me he ido nunca. Pero bueno ya sabes, el pueblo está muriéndose. Es más gente la que se marcha que la que se muda aquí. Los pueblos de alrededor están en auge, pero nadie quiere vivir aquí arriba y viajar a diario.
—Me acaban de contratar en el Departamento de Policía de Coda.
—¿Eres poli?
Levantó la ceja mirándome y me dijo, algo divertido:
—¿Es eso un problema?
—Bueno no, pero desearía no haberte dicho que los chicos vienen aquí arriba a colocarse.
Volvió a levantar la ceja mirándome y me dijo suavemente:
—No te preocupes. No les diré que eres el chivato. —El buen oficial tenía algo de sentido del humor—. ¿Así que has vivido aquí toda tu vida? —No sonó tan curioso como intentando tener una conversación informal.
—Sí, excepto los años que pasé en la universidad.
—¿Y eres el propietario de la tienda?
—Mi hermano, su mujer y yo. No nos da mucho dinero, pero algo conseguimos. Brian es el contable y tiene otros clientes, así que principalmente hace la contabilidad. Lizzy y yo llevamos la tienda.
—¿Pero no fuiste a la universidad? —Ahora sí sonó genuinamente curioso.
—Sí, fui a la universidad estatal de Colorado. Tengo la carrera de Física y mi certificado de enseñanza.
—¿Y por qué no eres profesor?
—No quería decepcionar a Brian y a Lizzy. —Eso no era del todo cierto, pero no quería decirle la verdadera razón: no quería enfrentarme a las repercusiones de ser un profesor de instituto gay en un pequeño pueblo—. En realidad, no hay nadie más que se haga cargo de la tienda. No nos podemos permitir un empleado a jornada completa. Bueno, podríamos si no quisieran beneficios, pero quieren. En lugar de eso, tenemos a Ringo a media jornada. Recuperamos la mitad de su sueldo, porque se gasta su paga en cosas para su coche, por lo que funciona bien. —Me reí—. ¡Ringo! Ese no puede ser su verdadero nombre. —Me di cuenta de que estaba balbuceando—. Lo siento, estoy hablando demasiado. Estoy seguro de que te estoy aburriendo.
Me miró fijamente y me dijo con seriedad:
—Para nada.
Habíamos llegado al final del camino.
—Tendrás que dar la vuelta aquí.
Paró el Jeep y miró alrededor con suspicacia. No había más coches.
—No veo ninguna roca.
—Está subiendo un poco el camino. ¿Quieres subir?
Se le iluminó un poco la cara al oírlo.
—Claro que sí.
Así que seguimos el camino, atravesando los pinos Ponderosa, los abetos Douglas y los álamos que empezaban a brotar por uno de los promontorios rocosos que habían contribuido a dar a las Rocosas su nombre. Las montañas de Colorado están llenas de gigantescos montones de rocas inmóviles, rodeadas y cubiertas de savia seca y liquen color óxido. Esta estaba a unos seis metros de alto en la ladera de la colina. Subiendo por la colina, prácticamente acababas encima de ella. ¿Pero qué tiene eso de divertido? Esas rocas pedían a gritos ser escaladas.
Una vez alcanzamos la cima, nos sentamos. En realidad, la vista no era diferente desde allí. Podíamos ver el camino hasta el Jeep, pero aparte de eso, sólo veíamos más árboles, más rocas y más montañas. Me encanta Colorado, pero este tipo de vista puede encontrarse en cientos de sitios. Me sorprendió escuchar un suspiro satisfecho de Matt. Cuando lo miré, su rostro mostraba asombro.
—Tío, me encanta Colorado. Soy de Oklahoma. Esto es mejor, créeme.
Se volvió para mirarme, y casi dejé de respirar. Tenía los ojos un poco entornados a causa del sol. Su piel estaba bronceada, y sus ojos brillaban. Definitivamente había un toque de verde en ellos.
—Gracias por traerme aquí arriba.
—Cuando quieras. —Y lo decía de verdad.
MATTVINO a la tienda al día siguiente, dinero en mano, para comprar el Jeep. Era un sábado, normalmente de nuestros días más ocupados, así que tanto Lizzy como yo estábamos en la tienda.
—¿Te vienes a tomar una cerveza? —Se había afeitado esa mañana, y eso le hizo aparentar algunos años menos. Estaba guapísimo.
—Me encantaría, pero tendremos que dejarlo para otro día. Voy a cenar con mi familia.
—¡Oh! —Parecía realmente decepcionado—. Bueno, quizás en otra ocasión...
—¡Oye! —interrumpió Lizzy, sonriendo de oreja a oreja—. ¿Por qué no vienes? Vamos a cenar arriba, en la casa. Nos encantaría que vinieras.
Él aceptó, y quedamos en que volvería a la tienda poco después de que hubiéramos cerrado a las cinco.
Una vez se hubo marchado, intenté con gran empeño no mirar a Lizzy, que estaba de pie a mi lado con la sonrisa más grande que había visto en mucho tiempo. Su pelo rubio parecía flotar por todas partes cuando se movía, y sus ojos azules brillaban en ese momento de excitación. Supongo que ella cae en algún lugar entre “encantadora” y “monísima”, y juro que podría arrastrar a las estrellas fuera del firmamento si lo intentara.
—¿Y bien? —preguntó finalmente.
—¿Y bien qué? —Sabía que me estaba poniendo rojo y me odiaba a mí mismo por ello.
—Tú sabes el qué. —Me dio en el brazo—. ¡Está bueno! Y te ha invitado a salir. ¿No estás emocionado? —El hecho es que no tenía muchos amigos. La mayoría de mis colegas del instituto estaban casados y con niños. Los que no estaban casados eran todos unos alborotadores que pasaban las noches bebiendo en el bar. Lizzy era seguramente la mejor amiga que tenía en el mundo, y sabía que ella siempre estaba deseando que encontrara a alguien.
—No creo que él se refiriera a una cita.
Su sonrisa titubeó un poco.
—¿No?
—¿Te parece que sea gay?
—Bueno, no. Pero tú tampoco, así que eso no quiere decir nada y tú lo sabes. Él quería salir contigo y le ha decepcionado no tenerte a solas. Creo que está interesado. —La sonrisa volvió en todo su apogeo.
Sentí una sonrisa irrumpiendo en mi rostro.
—No voy a hacerme ilusiones, pero te aseguro que no me importaría que tuvieras razón.
LAGENTEsiempre me pregunta cuándo supe que era gay. Supongo que piensan que tuve algún tipo de epifanía —luces destellantes y toque de cuernos—, pero para mí no fue así. Fue más bien una culminación de eventos.
Creo que las primeras pistas aparecieron temprano, en la pubertad, cuando me comparaba con mi hermano Brian, dos años mayor que yo. Mientras él colgaba pósters de Cindy Crawford y Samantha Fox, yo sólo colgaba pósters de coches y de los Broncos de Denver. Era consciente del hecho de que él encontraba a las chicas seductoras y fascinantes de una manera que yo no entendía, pero no pensaba en ello demasiado.
Un fin de semana, cuando tenía quince años, mi padre fue a un partido de los Broncos y me trajo un póster que mostraba al equipo completo con animadoras dispuestas a su alrededor con varias poses provocativas. Brian me ayudó a colgarlo, y después permanecimos unos minutos de pie mirándolo.
—¿Quién crees que está mejor? —preguntó Brian.
—Steve Atwater —dije sin ni siquiera pensármelo.
Se rio, pero era una risa nerviosa, como si no estuviera seguro de si le estaba tomando el pelo o no. Cuando me volví a mirarle, le encontré mirándome fijamente con una expresión en sus ojos que se convertiría poco a poco en familiar para mí: parte humor, parte confusión y parte preocupación. Me sentí avergonzado. Sabía que mi respuesta era la equivocada, y aun así, no estaba realmente seguro del porqué.
—No —dijo—, quería decir cuál de las animadoras. —En realidad, apenas las había visto.
Pronto mis amigos estaban intercambiando revistas porno con manos temblorosas y risas fanfarronas. No estaba muy seguro de lo sentían al mirarlas, pero estaba bastante claro que no era el suave bochorno que sentía yo.
No fue hasta que conocí a Tom cuando me di cuenta de lo diferente que era. Tom jugaba al fútbol con mi hermano Brian. Era su mejor amigo. Yo tenía dieciséis años; ellos dieciocho. Desde el momento en que entró en casa por la puerta trasera detrás de mi hermano, estuve loco por él. Apenas podía hablarle, pero no podía quitarle el ojo. Su risa era bastante para provocar respuestas físicas que me hacían tener siempre un libro de texto en la mano cuando él estaba en casa, no porque fuera un buen estudiante, sino porque necesitaba poder cubrirme rápidamente. Caminaba por una delgada línea entre querer verlo todo lo que fuera posible y querer permanecer fuera de su vista. Sabía que Brian me estaba observando otra vez con la misma mirada que me había echado el día que se me escapó el nombre de Steve Atwater: preocupación, confusión, vergüenza. En cierta forma, fue un alivio cuando los dos finalmente se graduaron y se marcharon a la universidad.
Después de eso, estaba bastante seguro, aunque nunca le dije nada a nadie. Fingí mi tendencia en el instituto. Nunca probé jugar al fútbol porque temía las complicaciones que pudieran surgir en el vestuario, al menos en mi imaginación. Tuve algunas citas con chicas, pero eran sobre todo citas en grupo; nos tomamos de la mano unas cuantas veces, y un par de ellas incluso me besaron. Los besos, al menos para mí, fueron completamente aburridos, rozando la molestia, y nunca fue más allá.
Una vez en la universidad, lejos de casa, finalmente me permití experimentar. Conocí a tíos en el club o en el gimnasio y tuve algunos rollos breves pero insignificantes. Nunca encontré nada que pusiese llamarse amor, pero sabía después de eso, supe sin duda alguna que era gay.
No hay necesidad de decir que nunca planeé ser treintañero y estar aún solo. Y ser gay en un pueblo tan pequeño no es fácil. Colorado no es exactamente una Meca gay; no está en la Franja Bíblica de Estados Unidos, pero tampoco es San Francisco. La mayoría del pueblo sabe lo mío, y la mayoría incluso me aceptan, pero todavía hay unos cuantos que miran al otro lado cuando paso por el supermercado o rechazan que les atienda cuando vienen a la tienda. Las probabilidades de encontrar un compañero en Coda eran casi inexistentes, y las probabilidades de acabar solo eran deprimentemente altas.
ASÍQUEesa noche, Matt conoció a mi familia. Lizzy volvió a casa del trabajo temprano, aparentemente para ir adelantándose con la cena, pero creo que el motivo real era para poner al día a Brian y a mamá antes de que llegáramos. Brian, por supuesto, fue cortés. Mamá lo estaba evaluando, pero pareció aprobarlo.
—¿Tú también estás metido en el ciclismo de montaña? —preguntó en cierto momento.
—Vendí mi bicicleta antes de mudarme aquí. Me gusta montar, pero en Oklahoma en realidad no hay montañas para ir en bici. ¿Por qué?
—Jared sube cada vez que tiene un día libre. Va solo. Sigo diciéndole que no debería. ¿Y si se hiciera daño?
—Mamá, tranquila. ¿Alguna vez me he hecho daño?
—¡Siempre te lastimas!
«Chico, allá vamos». Estaba resistiendo la necesidad de mirar a otro lado.
—Mamá, los chichones y los moratones no cuentan.
—¡Pero si ni siquiera llevas casco!
Ahora estaba empezando a quejarse. Odio el remordimiento, pero odio más los cascos.
—Me lo pongo si es un camino difícil. Me encantaría que no te preocuparas tanto por eso.
—Pero no hay nadie contigo si necesitases ayuda.
—Díselo a tu otro hijo, mamá —dije de broma—, es quien ya no monta conmigo.
—¡No puedo seguirte el ritmo! —dijo Brian, levantando las manos como si estuviera rindiendo.
—De todas formas —interrumpió Lizzy—, no son los caminos lo que me preocupa. Es el pueblo lo que me da miedo. Conductores chalados hablando con su teléfono móvil y que nunca se fijan por dónde van. —Estaba moviendo su dedo en dirección a mí. No era la primera vez que escuchaba este discurso—. Estás todos los días de un lado a otro, y nunca llevas tu casco. No es seguro. Apuesto a que Matt puede hablarte de toda clase de accidentes horribles en los que se ha visto implicados ciclistas que no llevaban su casco, ¿verdad Matt?
Miró sorprendido.
—Soy lo bastante listo para no meterme en mitad de una discusión familiar.
—Brian —supliqué—, ¡sálvame de tu mujer!
Brian se rio, pero le di pena y cambió de tema.
—Entonces Matt, ¿eres fan del fútbol?
—Claro.
—¿Eres de Oklahoma? ¿Te gustan los Cowboys?
Realmente sonrió un poco, y me di cuenta de que se estaba preparando para soltar una bomba.
—Soy fan de los Chiefs.
—¡Oh, no! —Toda la mesa estalló. Lizzy empezó a tirarle panecillos. Somos una familia de los Broncos hasta la médula, y declarar lealtad hacia nuestro rival de la división, los Chiefs, era equivalente a la herejía en nuestra casa.
Brian gritó alegremente.
—Jared, ¡cómo se te ocurre traer un fan de los Chiefs a mi casa! ¡Debería echaros a los dos de una patada en el trasero!
—Y además parecías un chico tan agradable —dijo mamá tristemente pero guiñando un ojo.
Estaba riéndome.
—¡Oye, no lo sabía! ¡Daba por hecho que cualquiera lo bastante inteligente para vivir en Colorado sabría cual es el mejor equipo!
—Está bien —dijo Matt—. Que todo el mundo se calme. ¡Vosotros, los fans de los Broncos sois unos histéricos! —Esto le llevó a otra tanda de bromas, y a Lizzy tirándole otro panecillo. Él lo vio venir, lo atrapó, y me lo lanzó a mí—. ¿Sabéis?, podría ser peor. ¡Al menos no soy fan de los Raiders! —Y por supuesto, todos teníamos que estar de acuerdo en eso.
Después de la cena, mamá se fue a casa. Mandé a Matt al patio mientras iba a buscar cerveza de la cocina. Cuando entré, Lizzy estaba sonriéndome.
Intenté ignorar esa mirada y pregunté:
—¿Venís fuera con nosotros?
—Claro —empezó Brian a decir—, tan pronto como...
—¡No! —Lizzy le interrumpió, golpeando su brazo alegremente—. No. Chicos, vamos a daros un rato para estar solos.
—Ah. —Brian se sintió un poco preocupado por eso. Tuve un repentino flashback de Steve Atwater. Obviamente, saber que era gay era una cosa, pero esta era la primera vez que realmente tenía que pensar en mí con un pretendiente en potencia. Nunca jamás había tenido un novio lo bastante serio como para presentárselo a mi familia.
—Lizzy, no creo que sea necesario. Estoy bastante seguro que no es lo que él tiene en mente.
—Yo no estaría tan segura. No podíais apartar los ojos el uno del otro durante toda la cena. Yo me iré arriba, y Brian limpiará.
—¿Qué se supone que tengo que decirle?
—¿Estás bromeando? Dile que la señorita embarazada se ha cansado y tenía que tumbarse. Ni siquiera es mentira. Estoy agotada. Pero —y me señaló con un dedo—, espero un informe completo por la mañana.
Dos cervezas después, estaba completamente relajado. Estábamos despatarrados en las sillas del patio, disfrutando del calor de la noche de esa época del año.
—Entonces, ¿estás casado?—le pregunté.
—No.
—¿Divorciado?
—No.
—¿Acercarte alguna vez a estar casado?
—No.
Bueno, eso parecía extraño. A nuestra edad, al menos hubiera esperado un fracaso cercano. A menos que...
—¿Por qué no?
Empezaba a parecer incómodo ahora, jugueteando nerviosamente con la etiqueta de su cerveza.
—Supongo que simplemente no he encontrado a ninguna chica por la que sienta algo así.
—¿Y un chico? —Estaba fuera de mi boca antes de que mi sentido común pudiera pararme. Y, por supuesto, realmente quería saberlo.
—¿Qué? ¡No! —Parecía alarmado y bastante enfadado—.Por supuesto que no. ¿Por qué preguntas algo así?
Ese diminuto parpadeo de esperanza que Lizzy había iluminado en mí murió.
—Era sólo una pregunta. No es nada. Siento haberlo sacado.
—¡No soy gay!
—Vale.
—¿Por qué? —Sonó como un reto—. ¿Tú lo eres?
—Sí. —Lo hubiera descubierto pronto de todas formas.
Se quedó de piedra. Me frunció el ceño y me miró de arriba a abajo.
—¿Lo eres? Quiero decir, estaba bromeando. Realmente no pensé que dirías que sí.
Me reí incómodamente.
—Bueno, lo soy. —Le miré directamente a los ojos—. ¿Eso es un problema?
—Bueno... —Para su reconocimiento, realmente se detuvo a pensarlo. Estaba jugueteando con la etiqueta de su botella otra vez—. No lo sé. Yo nunca... —La etiqueta se despegó, y parecía confuso sobre qué hacer con ella ahora que estaba suelta.
—No es contagioso, ¿sabes? —Estaba burlándome ahora y esperaba que se diera cuenta. Pero también estaba bastante seguro de que no me invitaría a salir para cenar o tomar cervezas nunca más.
—Lo sé. Claro que lo sé. —Suspiró, y sus hombros se relajaron un poco. Sacudió la cabeza—. Estoy siendo un gilipollas. No es asunto mío con quien duermas. —Una pausa, y después—. Sólo quiero que lo sepas. —Sus ojos estaban en los míos otra vez—. No lo soy.
Sonreí.
—Oye, no te voy a besar ni nada por el estilo. —Aunque el pensamiento de hacer exactamente eso era bastante para acelerar mi pulso un poco. Pero aparentemente era lo que necesitaba escuchar, porque se terminó de relajarse con un suspiro—. De todas formas, ningún hombre de Colorado que se respete a sí mismo saldría con un fan de los Chiefs. —Eso le hizo reír, y después, estábamos de vuelta en terreno seguro. La conversación parecía haberse olvidado.
LOPRIMEROque hizo Lizzy por la mañana fue llamarme.
—Bueno, ¿qué pasó?
—Es heterosexual.
—¡Oh! —Sonó tan decepcionada como yo lo estaba—.¿Estás seguro?
—Fue bastante firme al respecto.
—¡Oh, Jared!—dijo sinceramente—. ¡Lo siento tanto!
—Lizzy, no pasa nada. De verdad. Apenas lo conozco. No es que me haya enamorado de él ni nada así.
—Lo sé, pero anoche estabas muy feliz. Sólo quiero que seas feliz.
—Lo sé, Lizzy. No voy a decir que no tuviera esperanzas. Pero es heterosexual, y supongo que es el fin de la historia. Creo que sobreviviré.
—¡CÓRTATEELpelo ya, maldito vago! —Lizzy estaba acosándome con mi pelo otra vez. Era uno de sus temas favoritos—. En serio, Jarhead{1}, sea cual sea ese look, está pasado de moda.
No soy un Marine. Lizzy encuentra divertido llamarme “Jarhead” en lugar de Jared cada vez que piensa que soy especialmente obtuso. Lo que es a menudo.
El largo de mi pelo era una de sus excusas favoritas para meterse conmigo. El caso es que los cortes de pelo presentan un tanto problemáticos para mí. Sólo hay dos sitios en Coda para cortarse el pelo. Está la barbería de Gerri, a donde van la mayoría de los hombres del pueblo. Pero Gerri es de la vieja escuela, una de las pocas personas del pueblo que me trata como si fuera un paria, así que no puedo ir allí. Luego está Sally, el salón de belleza al que van la mayoría de las mujeres. He estado unas cuantas veces, pero fue deprimente. Las chicas parecían pensar que el que yo fuera gay significaba que querría cotillear con ellas sobre quien dormía con quién o debatir los méritos de Brad Pitt sobre Johnny Depp (ninguno es exactamente mi tipo). Una vez, dejé a Lizzy cortármelo, pero fue un desastre que ninguno de nosotros quería repetir.
Mi pelo rubio oscuro es grueso y áspero, y rizado natural. Si está demasiado corto, acabo con rizos sobresaliendo por todas partes. Pero, si lo dejo crecer, al menos los rizos cuelgan. Podría habérmelo afeitado, pero parecía demasiado mantenimiento. Así que con lo que acabo es una masa salvaje de rizos. Incluso yo tengo que admitir que guarda más que un ligero parecido con una fregona vieja. Intento recogérmelo cuando estamos en la tienda; si me aliso los rizos, está casi lo bastante largo para pillarlo con la goma del pelo. Pero al final del día, la mitad se ha soltado.
—Lizzy, me encanta estar desgreñado. Así los dos vamos igual, ¿ves?
Su pelo tiene casi el mismo color que el mío pero más largo, y sus rizos son más como suaves ondas. Se lo apartó por encima del hombro y me hizo la peineta, y luego volvió hacia Ringo.
—Ringo, ¡dile a Jared que necesita un corte de pelo!
Ringo miraba con preocupación su trabajo escolar en el mostrador. Lizzy le dejaba hacerlo siempre que no hubiera muchos clientes.
—¿Qué? ¿Me estás hablando a mí?
Ella puso los ojos en blanco afablemente.
—¡En serio! Nadie me escucha. ¿Qué te tenía tan perplejo ahí?
—Álgebra avanzada. —Tiró el lápiz en su libro y se apartó el pelo de la cara hacia atrás con las dos manos—. ¿Cómo alguien puede hacer estas cosas?
—Ya lo comprenderás —le aseguró Lizzy.
—¿Cómo? No entiendo nada. Mi profesor sólo sigue el libro. Mis padres no pueden ayudarme. Nadie me lo puede explicar de una manera que tenga sentido. —Volvió a coger su lápiz y puso la cabeza en su mano cuando se echó atrás de vuelta a su tarea—. ¡La odio!
—Jared puede ayudarte.
—¿Qué? —Ringo y yo exclamamos al unísono. Me horrorizaba que ella lo sugiriera, y a él obviamente también, a juzgar por la expresión de su cara.
—Jared es muy bueno en matemáticas. Se supone que es profesor de física, ¿no? —Me echo una mirada penetrante, de la que aparté la vista—. Quizás él te pueda enseñar.
—Quizás. —Ringo parecía bastante escéptico. No dije nada.
Lizzy se marchó justo después, ya que había abierto la tienda ese día. No teníamos muchos clientes esa tarde, y Ringo se pasó la mayor parte del tiempo intentando resolver sus problemas de matemáticas. No dejaba de borrar, y me resultaba evidente que se estaba frustrando. De vez en cuando, levantaba la vista hacia mí, y sabía que se estaba debatiendo en si pedir ayuda o no. Le ignoré.
Finalmente, cuando estaba cerrando la caja registradora, dijo dubitativo:
—Jared, ¿sabes de verdad cómo hacer esto?
—Sí, de verdad.
—¿Qué quiere decir ella con que se supone que eres profesor?
—Es lo que tenía planeado hacer cuando fui a la universidad.
—¿Y entonces?
Podía haberle dado la misma respuesta que le di a Matt, pero por algún motivo, le dije la verdad.
—Por la mismo razón por la que no quieres que te enseñe. Alguna gente piensa que porque soy gay, voy a abusar de cualquier adolescente que se me cruce.
Estuvo callado un minuto, y me di cuenta de que le había avergonzado. Me sentí un poco mal, pero no podía retirarlo.
—Eso es lo que dice mi padre. —Sus mejillas estaban rojo brillante, y él no se atrevía a mirarme—. Dice que no debería estar solo en la tienda contigo. Le dije que Lizzy está siempre aquí. No sabe que a veces se marcha.
Me temblaban un poco las manos, y estaba intentando controlar la necesidad de tirar cosas.
—Entonces me aseguraré de mantener la distancia.
—La cosa es que tú nunca has intentando nada conmigo. Nunca te he visto tirarle los tejos a nadie.
—Chico, soy gay. No soy un pervertido, y no soy un pedófilo.
—No soy un niño —dijo indignado.
Respiré hondo para calmarme. Por supuesto, tenía diecisiete años, no se sentía como un niño, incluso si se parecía a uno.
—Lo sé. Sólo digo que porque sea gay no significa que no pueda controlarme. O que me guste cualquiera. ¿Tú le tiras los tejos a cada chica que ves? ¿Incluso a las que tienen sólo catorce años? ¿O a las que están saliendo con otro? —Bueno, él acababa de cumplir diecisiete; así que quizás era un mal ejemplo—. ¿Y qué hay de Lizzy? También le gustan los hombres, pero no te preocupa que ella se acerque a ti. —Vi girar los engranajes de su cerebro literalmente mientras pensaba en eso. Pero no quería hablar más del tema. O lo entendía o no, pero no me apetecía quedarme en la tarima—. Olvídalo, Ringo. Voy a cerrar las puertas. Apaga las luces cuando te vayas.
—Jared, espera.
Me di la vuelta. Se estaba mordiendo el labio, dando golpecitos con el lápiz nerviosamente sobre el libro, pero al menos me estaba mirando.
—Nunca voy a aprobar sin ayuda. No te puedo pagar, pero trabajaré fuera de horario si me enseñas.
—¿Y qué pasa con tu padre?
Se encogió un poco de hombros.
—Él quiere que apruebe. Lo resolveré.
Su repentino cambio de actitud me sorprendió. Verdaderamente le había hecho entender un poco. O quizás estaba realmente desesperado por aprobar. De cualquier manera, también me sorprendió descubrir que la idea de enseñarle no era tan horrible como había pensado al principio. De hecho, estaba deseando tener algo diferente que hacer. Podría incluso ser divertido.
¿Divertido?
Esa era una indicación bastante triste respecto al estado de mi vida social. Aun así, sentarse al mostrador de una tienda de herramientas y piezas para coche no era exactamente estimulante. Al menos esto ejercitaría algo de mi desatendida materia gris. Casi podía sentir esas partes sin utilizar de cerebro despertándose, estirándose y mirando alrededor para ver qué estaba pasando.
Ringo seguía mirándome, esperando mi respuesta. ¿Por qué no?
—Vale, chico. Vamos a ver por dónde vas.
RINGORESULTÓser un buen estudiante. Tenía el hábito de querer convertir los números en ecuaciones enseguida en lugar de trabajar con las variables, pero una vez que le quité la costumbre, empezó a hacer progresos. También le entorpecía un poco su orgullo. A menudo me decía que entendía las cosas antes de hacerlo realmente, pero nunca abandonaba. Había estado trabajando con él unas cuantas semanas cuando Matt apareció en la tienda.
—¡Hola, Jared! —dijo al entrar—. Esperaba pillarte antes de que te fueras. —No lo había visto desde la noche en casa de Lizzy, cuando descubrió que yo era gay. No esperaba volver a saber de él.
Lizzy inmediatamente fingió gran interés en una estantería de filtros de aceite. Sabía que estaba escuchando cada palabra pero intentando aparentar que no lo hacía.
—Todavía te debo una cena y una cerveza. ¿Qué te parece? —Le echó una ojeada a Lizzy—. Tú estás invitada también por supuesto.
—¿Qué? ¿Yo? —Consiguió parecer aturullada y avergonzada de que la hubieran pillado escuchando—. No, Brian me está esperando y no puedo beber hasta que el bebé nazca. Vosotros dos os lo pasaréis mejor sin mí.
Caminamos calle abajo hacia Mamacita's, nuestro único restaurante mejicano.
—¿Estás seguro de que todo va bien? —le pregunté antes de entrar.
—¿Bien el qué?
—Este es un pueblo pequeño. La gente te verá conmigo, y sacarán sus conclusiones.
Frunció un poco el ceño, y me di cuenta de que no se le había ocurrido. Pero luego se encogió de hombros.
—Es sólo una cena.
—Vale. No digas que no te advertí.
Una vez sentados, nuestra camarera, Cherie, se acercó.
—Jared, ¿quién es tu amigo? —preguntó. Cherie y yo fuimos juntos a la misma clase desde la guardería y hasta la graduación del instituto. Por aquel entonces estaba monísima, cabello rubio, ojos marrones, curvas en todos los sitios apropiados. Todavía es así, pero la vida ha cobrado su precio. Algo de brillo se ha perdido, pero no totalmente. Se ha casado y se ha divorciado dos veces, las dos veces con Dan, una de las escorias del pueblo. Los rumores dicen que a él le gustaba golpearle cuando había estado bebiendo, que era la mayoría del tiempo. Ella incluso había acabado en el hospital una vez. Al menos había sido bastante inteligente para divorciarse de él. Dos veces. Y no tenían hijos, lo que pienso era una bendición.
—Cherie, este es Matt. Es el nuevo oficial de policía de Coda. —Estaba pensando en que Matt indudablemente se familiarizaría con su exmarido antes de no mucho. Él estaba siempre metiéndose en líos por algo—. Matt, esta es Cherie. Ella es.... —¿Un problema? ¿La desesperada?—. Una vieja amiga —acabé débilmente.
—¡Encantada de conocerte! —Prácticamente estaba abanicándole con las pestaña. De alguna forma, sabía que nos iban a servir muy bien mientras estuviéramos allí.
