De la protesta a la participación ciudadana - Ulrich Richter Morales - E-Book

De la protesta a la participación ciudadana E-Book

Ulrich Richter Morales

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Beschreibung

Una visión actual sobre las nuevas formas de organización de la sociedad civil. Del mexicano pasivo al ciudadano consciente y participativo. Uno de los fenómenos capitales ocurridos en México en lo que va del siglo XXI tiene que ver con la participación ciudadana. Progresivamente, la sociedad civil ha salido del letargo en el que se encontraba inmersa y hoy en día comienza a desempeñar un papel más activo en la toma de decisiones. Ulrich Richter Morales analiza aquí dicho fenómeno a partir de una revisión minuciosa de distintos acontecimientos políticos y sociales. Su análisis muestra a una ciudadanía que ya no se conforma sólo con manifestar su descontento mediante la protesta, sino que, además, se organiza para crear iniciativas de participación inéditas. El autor va más allá de la descripción de los hechos, para ofrecer también propuestas destinadas a mejorar y hacer más eficaces dichas iniciativas.

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Para todos aquellos que en la protesta perdieron la vida y quienes participan en la construcción de un mejor futuro para México.

A la memoria de mi padre Óscar Richter Trueba.

A mi amigo Adolfo Suárez Illana, ejemplo de lucha.

Como siempre, para mi esposa Claudia, mi amor rebelde.

A mis hijas Regina y Renata.

A mi madre, Alma Morales.

PROTESTO POR MÉXICO, PARTICIPANDO.

PRÓLOGO

Hasta hace muy poco tiempo, en nuestro país descubrimos que la ciudadanía es mucho más que un repertorio de derechos y obligaciones. Habíamos transitado por la historia compartiendo la idea de que ser ciudadano nos hacía iguales ante la ley, nos garantizaba el acceso a una vida digna y nos abría per se espacios de participación política. Sin duda, ésta era una herencia de los grandes paradigmas de la democracia liberal que nos hizo aspirar como sociedad a un modelo de ciudadano que no ha existido como tal en México y, me atrevo a decir, en la mayoría de los países autodenominados democráticos.

La realidad nacional nos ha mostrado que la ciudadanía no es un camino que se recorra ininterrumpidamente de principio a fin. En la práctica, los ciudadanos enfrentamos una serie de avances y retrocesos que nos exige estar atentos y, sobre todo, dispuestos a no dejar de andar por esa ruta que, dicho sea de paso, nos ha llevado muchos esfuerzos trazar. Ésta es la diferencia entre la consolidación de un régimen político democrático y su transformación en una forma de vida en la que se deben tejer lazos de interés compartido, de interlocución, pero sobre todo, de cambio impulsado colectivamente. Hemos arribado como país a la democracia formal, sólo para encontrarnos que ése es apenas un paso y que debemos trabajar en conjunto para hacerla una democracia efectiva que se traduzca en formas de vida incluyentes.

De lo anterior se desprende que vivir en un régimen democrático no supone la ausencia de conflictos. El conflicto es parte de su propia dinámica. Por ello, procesar activamente la divergencia requiere resignificar las prácticas participativas desarrolladas por ciudadanos que hacen visibles reclamos sociales y políticos nuevos y añejos. Numerosas experiencias nacionales de movilización social durante los últimos años son claro ejemplo del esfuerzo que realizan los ciudadanos en busca de ampliar y fortalecer el ejercicio de derechos. No puede negarse que la ciudadanía ha impulsado avances, pero aún es evidente que las tareas pendientes son muchas y deben hacerse realidad como resultado del trabajo de ciudadanos e instituciones. Éste es un hecho que debemos afrontar si queremos reducir los riesgos de que nuestra novel democracia se fragilice.

La tendencia de los ciudadanos mexicanos a confiar menos en la democracia como régimen político es congruente con la idea acerca de que, ante las múltiples suspicacias acerca del trabajo de las autoridades, es la organización con otros ciudadanos la que puede conducir a solucionar problemas comunes. Sin duda ésta es una realidad que presenta ventajas para la práctica ciudadana, aunque evidencia la debilidad, indiferencia y amplia desconfianza que es apreciada por los ciudadanos respecto a la capacidad de las instancias tradicionales de representación para ser sus portavoces, para reconocerse como interlocutores en el planteamiento de soluciones que reorienten políticas públicas de manera efectiva.

Así, la ciudadanía se muestra ante nuestros ojos como un proceso en el que estamos todos involucrados, que nos exige ser agentes de ideas y proyectos, que nos impulsa a intervenir para manifestar nuestros desacuerdos. La ciudadanía la hacemos los ciudadanos. Hasta ahí no queda duda. Sin embargo, ¿adónde acudimos para alzar la voz? ¿Cómo hacemos que nuestras inquietudes, necesidades y críticas sean efectivamente escuchadas? ¿Qué requerimos para que nuestras opiniones sean vistas como portadoras de proyectos compartidos y no como intereses particulares?

En De la protesta a la participación ciudadana, Ulrich Richter Morales nos acerca a responder estas preguntas. En este su segundo libro se dedica a analizar el fenómeno de la protesta como un ejercicio propio de la democracia. Protestar, nos dice, es un acto que debe ser normal de la práctica ciudadana y de la vida democrática; por lo tanto, nos invita a verlo como fenómeno propositivo en el que se expresan puntos de vista divergentes usando un lenguaje común, el de la calle. La protesta, desde su perspectiva, se caracteriza por ser un evento complejo en el que confluyen necesidades de distinto orden, una serie de símbolos que dan identidad a las reivindicaciones y un espacio común, de encuentro, de discusión y lucha, un espacio público.

Este libro parte de la premisa de que protestar, quejarse, estar inconforme, son en realidad actos que contribuyen a enriquecer y dar dinamismo a la vida ciudadana. Esto implica un doble reto: para las instituciones significa generar mecanismos de interlocución sensibles a la diversidad de voces que se hacen escuchar públicamente. Para los ciudadanos, encarna el hecho de reconocer que aquellos que se expresan alzan la voz para beneficio del conjunto de la sociedad. Señalo éstos como retos, pues nos hemos acostumbrado a pensar en los actos de protesta como formas disruptivas, destructoras del orden democrático, ése en el que todos somos iguales, todos tenemos los mismos derechos e igual capacidad de ejercerlos.

Ulrich Richter nos plantea el desafío de aceptar que la protesta es generadora de cambio y que dicho cambio puede ser extendido no sólo a quienes intervienen activa y visiblemente en ella, sino que la protesta es un acto que reafirma la preeminencia del ciudadano, al autoafirmarlo como agente en ejercicio de su capacidad de juicio, desarrollando medidas compartidas de eficacia política, usando distintos medios para ser escuchados por los grupos en el poder, principalmente actores gubernamentales.

Con lenguaje claro el autor expone las distintas formas de protestar que a lo largo de la historia reciente han tenido resultados efectivos, vale decir, transformadores e incluso revolucionarios. De esta manera, en el capítulo 1 —para usar las palabras de Richter— hacemos un viaje por distintas latitudes para reflexionar sobre la capacidad de los ciudadanos para cuestionar y proponer nuevas formas de expresión, para mostrar y mostrarse interesados en ir más allá de externar desacuerdos proponiendo soluciones ante el desgaste de los canales tradicionales de representación política.

Protestar, tal como es expuesto a lo largo del libro que tenemos ahora en las manos, es un acto inherente al ser humano. Lograr trascender mediante la protesta es primordialmente asunto de grupo. Por ello, en el capítulo 2, el autor esboza algunos elementos para entender la protesta como un movimiento social en el que confluyen intereses, identidades, expectativas y recursos para plantear, proponer o incluso forzar un cambio social. Con ello queda evidenciado que abrir espacios de interlocución es una tarea ciudadana que reviste una profunda significación social: estar con otros, construyendo escenarios para el encuentro y dándoles vida con su intervención.

Ante circunstancias desfavorables, necesidades crecientes y ausencia de canales efectivos de diálogo entre ciudadanos e instituciones emerge la protesta para expresar indignación. Indignarse es consecuencia de múltiples desequilibrios, fallas e insuficiencias de nuestros sistemas políticos. Por ello, en el capítulo 3, Richter explica quiénes son los indignados y ante qué circunstancias estos ciudadanos han decidido trascender su vida privada para apoderarse de los espacios públicos. Ésta es la identidad adquirida por las más recientes formas de protesta que hemos presenciado en diversas regiones del mundo y que lo mismo reivindican derechos sociales que culturales; es decir, todas estas formas de indignación contribuyen a que reflexionemos colectivamente sobre las grandes deudas que los ciudadanos consideramos deben saldarse.

Nuestra realidad nacional no está exenta de indignación. Las protestas han estado presentes en momentos clave de nuestra historia y han detonado cambios sin los cuales no podríamos comprender nuestro presente social. Por ello, en la parte final del citado capítulo 3, el autor analiza los movimientos de indignación que recientemente han aparecido en nuestro país.

Protestar e indignarse son premisas para impulsar la participación ciudadana. En esencia, participar significa actuar con otros para lograr fines comunes. Los ciudadanos participamos motivados por distintos intereses y, como nos lo explica el autor en el capítulo 4, por la necesidad de expresar nuestro descontento; pero sobre todo participamos para expresar lo que desearíamos que sucediera a nuestro alrededor: mayor justicia, menor desigualdad, más diálogo, acuerdos más incluyentes. Los planteamientos que podemos extraer de las protestas ciudadanas son numerosos si aprendemos a ver más allá del reclamo, a veces espectacular, para descubrir que en ellas está contenida la ampliación y fortalecimiento de nuestra vida democrática. Participar como ciudadano, propone Richter, es una responsabilidad con otros ciudadanos y con nuestro país.

Así, protestar y participar son dos verbos que conjugamos primordial, aunque no únicamente, los ciudadanos. Debemos entender nuestras diferencias de modo constructivo y potenciar los canales de interlocución con nuestras instituciones, así como con otros ciudadanos. Encontrar soluciones a los múltiples conflictos que vivimos en nuestro entorno no tiene por qué ser causa de otros conflictos; sin embargo, debemos entender que con ellos estamos fortaleciendo nuestra capacidad de diálogo, nuestros deseos de apertura de nuevos ámbitos de participación en donde se fortalezcan los derechos básicos y se incorporen otros provenientes de la protesta e indignación ciudadana.

En síntesis, la lectura de este libro nos alerta sobre la necesidad de abrir los espacios, tender puentes y generar los vínculos con otros ciudadanos para, como sostiene Alain Touraine, hacer que la democracia progrese más por la voluntad de igualdad que por el deseo de libertad. Con De la protesta a la participación ciudadana, Ulrich Richter Morales nos provoca a reflexionar, a dar un giro a un hecho social que es cada vez más cotidiano: la indignación. Esto es particularmente importante en un momento en que buscamos revalorar hacia dónde queremos que vayan nuestras instituciones, nuestra democracia. Este libro nos invita a pensar, y la historia nos ha demostrado que pensar es el primer acto de protesta.

MÓNICA E. ZENIL MEDELLÍN

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM

Escuela de Estudios Humanísticos ITESM-CCM

Julio de 2014

INTRODUCCIÓN

Protesto guardar y hacer guardar la Constitución… y las leyes que de ella emanen…1

Casi todos los grandes avances sociales de la humanidad han empezado con una queja o protesta. Tan sólo por citar algunos ejemplos (de los que me ocuparé en uno de los apéndices de este libro), tal fue el caso de Mahatma Gandhi y la no violencia, Martin Luther King y la campaña por los derechos civiles o Nelson Mandela y el movimiento contra el apartheid en Sudáfrica. Estos y otros dirigentes propiciaron un cambio en beneficio de sus respectivos países, y por ende de sus conciudadanos, con base en la misma premisa: la de que el orden establecido era injusto y tenía que cambiar. Hoy, nosotros podemos ver con entusiasmo la forma de participación social que esos líderes practicaron en su tiempo.

Uno de los temas de más candente actualidad es la indignación, que otros llaman protesta. Resulta realmente increíble lo cerca que estamos todos los días de ella: multitudes reclaman por las medidas de austeridad de sus gobiernos ante la epidemia de crisis económicas, otros se indignan por el trato recibido por la joven paquistaní Malala Yousafzai y la violación en la India de la estudiante de veintitrés años Amanat, y otros más se quejan de los malos gobiernos —los que, entre muchas otras cosas, vuelven incierto un futuro vivible— o se hacen eco del sentir popular de la falta de representación de la clase política, lo que actualiza el debate de la crisis de la democracia.

Una minoría podría aducir que protestar es un gen que se ha desarrollado en la morfología actual de los seres humanos: quejarnos se ha vuelto una actividad cotidiana. Como señala la psicóloga Marie-France Hirigoyen: “Ahora todo el mundo se cree víctima de algo”.

Sin embargo, el mensaje de este libro es muy enfático: no podemos quedarnos en el estado de la protesta sin hacer nada por contribuir al cambio, sin actuar. Aunque el estado de nuestra indignación sea mínimo, otros ya lo han hecho antes. ¿Por qué nosotros no habríamos de hacerlo ahora?

Es un hecho inobjetable que la inconformidad social sube de tono cada día, lo cual no es privativo de la realidad mexicana, sino que se extiende al mundo entero; pero cuando esta inconformidad social va acompañada de marchas, plantones, bloqueos, movilizaciones… en pocas palabras, de fenómenos de resistencia, lo que está en juego no es ya una simple protesta, sino el avance de una ciudad y un país. Por ello, debemos canalizar estas movilizaciones, en sí mismas una forma de participación, por un sendero constructivo.

El capítulo 1 de esta obra nos familiarizará entonces con la protesta. Todos nos hemos indignado o inconformado alguna vez por algo o alguien. En respuesta a ello, hemos alzado la voz contra esos acontecimientos o facetas de nuestra vida y manifestado nuestro repudio. Ejemplos recientes del poder de la protesta los ha habido en distintos rincones del orbe, llámese España, Túnez o Egipto. En 2011, los jóvenes del mundo rechazaron el estereotipo de apáticos y, por el contrario, fueron los que impulsaron el cambio. Y en fecha reciente seguía su curso la primavera balcánica con Ucrania y en Venezuela Nicolás Maduro se tambaleaba.

En el capítulo 2 se analizarán los movimientos sociales, sus características, clasificación y forma de expresión más común, la marcha. El propósito es situar la protesta como una expresión compartida por grupos de la sociedad que tienen afinidades o necesidades comunes, lo que los lleva a inconformarse.

Hoy han surgido nuevos movimientos sociales cuya identidad es la ciudadanía, lo cual será materia de este apartado, ya que éstos pueden, participando, coadyuvar en el fortalecimiento de nuestra democracia y en la reivindicación de la política.

Indignados ha habido desde los albores de la historia. El esclavo primero y después el súbdito dijeron “no” a los tiranos, emperadores y opresores. Las manifestaciones también son muy antiguas, pero en la actualidad han cobrado gran fuerza; los individuos se rebelan contra dictaduras y malos gobiernos —como lo hicieron en la Primavera Árabe—, recuperando su categoría de ciudadanos. No por nada la revista Time designó al manifestante como el personaje del año en 2011.2 El movimiento mundial de los indignados será el tema del capítulo 3, que desemboca en el hecho de que, contra lo que algunos creyeron, también en nuestro país, en respuesta a la indignación, comenzaron a surgir pronto movimientos sociales, como el Movimiento por la Paz, #YoSoy132, Reforma Política Ya y Vía Ciudadana. Todos estos movimientos pueden considerarse sucesores, en cierto modo, del movimiento nacido hace ya veinte años en la selva chiapaneca, y, por supuesto, del movimiento estudiantil de 1968.

Pero el segundo objetivo de este texto da comienzo con nuestra acción. Si queremos un México democrático, si anhelamos cambiar las cosas —motivo u objeto de nuestra indignación, protesta o reclamo—, tenemos que actuar, participar, proponer de manera positiva; llevar nuestra causa por los caminos de la legalidad para transformar el escenario que no nos gusta y fortalecer así nuestra democracia, como lo han hecho tantos líderes en el pasado. Ésta es nuestra misión: transformar la materia de la indignación en beneficio de la mayoría de los ciudadanos, de un Estado, de una nación, justo el tema del capítulo conclusivo.

Protestar y participar son, entonces, los verbos rectores de este volumen.

Considero la participación una expresión digna de la protesta y una de las soluciones para que los ciudadanos intervengamos activamente en el futuro de nuestra nación, a fin de que, juntos, gobernados y gobernantes podamos construir un mejor futuro. Así, es momento ahora de analizar un fenómeno que ha creado conciencia en otras partes del globo y de importancia también en nuestro país: la participación ciudadana.

En los tiempos que se han vivido en México desde hace más de una década, de escenarios violentos, inseguridad, corrupción y falta de resultados de algunos gobernantes, los ciudadanos hemos comenzado a despertar, unos protestando, otros criticando o proponiendo. Hoy más que nunca México necesita de nuestra participación.

La participación ciudadana tiene un papel muy importante que desempeñar en la solución de varios problemas, lo mismo que en nuestra transformación en un país más orientado al desarrollo y, sobre todo, en paz. En consecuencia, aquí analizaré las distintas formas de participación vinculadas con la forma de gobierno conocida como democracia, entre ellas la democracia participativa, base de la propuesta de este texto, así como el concepto de “gobernanza”.

Este libro no es en absoluto una invitación a la sedición, sino, en palabras de Stéphane Hessel (autor del exitoso libro ¡Indignaos! ), a participar en una insurrección pacífica:

Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es un valor precioso. Cuando algo te indigna como a mí me indignó el nazismo, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido. Pasas a formar parte de esa corriente de la historia, y la gran corriente debe seguir gracias a cada uno.3

No cabe duda de que el rumbo a seguir es la participación no violenta. Lo mismo que este volumen, el cual concluirá con un par de apéndices sobre formas singulares de protestar y líderes de movimientos reivindicativos, cierro entonces esta introducción evocando a Martin Luther King: “Así pues, no le he dicho a mi gente: ‘Liberaos de vuestro descontento’. En lugar de ello, he intentado decirle que este normal y saludable descontento puede canalizarse en la salida creativa de la acción directa y no violenta”.4

Este libro invita a una aventura participativa, constructiva y pacífica. Queda en ti, amiga o amigo lector, aceptar el reto.

CAPÍTULO 1

LA PROTESTA

El término protesta y su relación con el actuar de gobernantes y gobernados se distinguen por su heterogeneidad. Los primeros protestan para aceptar el cargo para el que fueron elegidos, los segundos por el negativo desempeño de algunos políticos.

Es vital que los ciudadanos podamos exponer nuestra inconformidad ante actos arbitrarios de las autoridades, la corrupción o los gobiernos que no responden a las necesidades de los gobernados y dejar nuestra supuesta categoría de súbditos. Pero esto no es una patente de corso para perturbar el orden, pues hay que transformar el motivo de nuestra protesta en participación. De esto es justo de lo que trata esta aventura participativa, constructiva y pacífica: de hacer nuestra parte como ciudadanos y no quedarnos en el estado de la queja, y menos aún de la pasividad.

Para algunos, la protesta es propia de una sociedad democrática, y por lo tanto el reclamo de un mundo más igualitario, lo que ha provocado el derrumbe de muchas dictaduras. Pero la exposición de inconformidades sociales también se ha vinculado con la violencia o la confrontación, asociado con la izquierda (criminalizándola), si no es que hasta ligado con el resentimiento o con quienes gravitan hacia ese estado psicológico.

Pareciera entonces que el concepto protesta concierne únicamente a cierta categoría de personas o segmento de la población, como los sindicatos o los grupos opositores, o que es atributo exclusivo del hombre rebelde, tema de una obra del escritor y filósofo francés Albert Camus publicada en 1951. ¿Qué es un rebelde?, se preguntaba Camus. “Un hombre que dice no. Pero si rechaza, no renuncia: es un hombre que también dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo que ha recibido órdenes toda la vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato.”1

Y añade Juan Luis Pulido Begines, autor de La transición incompleta:

Siglos antes, Plutarco consideraba que la principal diferencia entre los atenienses y sus vecinos del este era que los habitantes de Asia servían a un solo hombre por no saber pronunciar cierta sílaba: no. En Occidente la crítica, la rebeldía han sido rasgos predominantes que han permitido esculpir a golpe de cincel nuestra transformación de súbditos en ciudadanos, a lo largo de un lento, dilatado y penoso proceso de creación social del que han ido surgiendo conquistas humanas irrenunciables.2

El problema de este “no” es que muchos no saben decirlo, y menos aún ejercerlo; la apatía es un sentimiento generalizado convertido en el ancla más fuerte que detiene el barco del cambio.

Pero la rebeldía “es el movimiento mismo de la vida… no puede ser negada sin renunciar a vivir”.3

Significado del término

Siguiendo el método de mi Manual del poder ciudadano.Lo que México necesita4 acudo al diccionario, que define “protestar” de la siguiente manera:

Protestar. I.INTR. 1. Dicho de una persona: expresar con ímpetu su queja o disconformidad. //2. Aseverar con ahínco y con firmeza. Protestar de su honor. //3. Expresar la oposición a alguien o a algo. Protestar CONTRA una injusticia. […] Protestaron la designación. // II.TR. 4. Declarar o proclamar un propósito. Protestó sus buenas intenciones. //5. Confesar públicamente la fe y creencia que alguien profesa y en que desea vivir. //6.Com. Hacer el protesto de una letra de cambio.5

Protestar es actuar, realizar acciones que pueden ser positivas o negativas. Así, sus efectos son diversos, con repercusiones incluso en individuos ajenos a ellas (como suele ocurrir en la Ciudad de México, por lustros el punto neurálgico de manifestaciones, como sucede también en otras grandes capitales del mundo).

Señala Henrique Capriles Radonski, uno de los líderes opositores al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela:

Creo que la protesta no puede estar vacía de contenido. La protesta que se limita a pedir la renuncia de Maduro no conecta con los grandes problemas, con el malestar social que hay en el país. La protesta, a mi modo de ver, tiene que ir acompañada de planteamientos concretos, debe dirigirse a sumar voluntades. […] El objetivo es tener un país mejor al que tenemos. […] ¿Cuál es el tipo de protestas que debemos hacer? La protesta con contenido convence, suma, incorpora. Las piedras, los gases lacrimógenos, los heridos, desvían el sentido de la protesta.6

Coincido en tres puntos con Capriles. El objetivo de la protesta es tener un mejor país, llámese Venezuela o México; uno y otro tenemos carencias, no es momento de ver quién está mejor o quién peor. Lo importante, además, es fundamentar el contenido de la protesta, ya que a veces la realizamos sin estructura; debemos profundizar más, tenemos que cambiar las cosas de raíz cuando no van a favor de la ciudadanía, y no únicamente solicitar la dimisión de algún gobernante. El tercer punto, referente a la protesta violenta, es el que desvirtúa el contenido de ésta y en consecuencia puede entorpecer su objetivo. Sólo la protesta pacífica está permitida.

El emblema de la protesta

En la actualidad, muchos actos de protesta se caracterizan por la máscara de Guy Fawkes creada por el dibujante británico David Lloyd para la novela gráfica V for Vendetta, cuyo protagonista, V, la emplea para ocultar su identidad.7 Manifestantes la usan para marchar contra la corrupción o la globalización. De igual forma, el grupo de hackers Anonymous la adoptó, y es utilizada en la mayoría de las marchas que tienen lugar en distintas ciudades del mundo. Este símbolo le ha dado identidad a la protesta.

Máscara de Guy Fawkes, Wikimedia Commons

Los políticos también protestan

La formalidad de la protesta constituye un requisito para poder asumir un cargo público. En efecto, la regla general está plasmada en el artículo 128 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (CPEUM), mismo que a la letra indica: “Todo funcionario público, sin excepción alguna, antes de tomar posesión de su encargo, prestará la protesta de guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen”.

El presidente de la República rinde protesta ante el Congreso de la Unión, según establece el numeral 87 constitucional, de acuerdo con la siguiente solemnidad:

Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande.

Y de acuerdo con el artículo 59 del Estatuto de Gobierno del Distrito Federal, el jefe de Gobierno de esta demarcación rinde protesta ante la Asamblea Legislativa, en los términos siguientes:

Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el Estatuto de Gobierno del Distrito Federal y las leyes que de ellos emanen y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de jefe de Gobierno del Distrito Federal mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión y del Distrito Federal, y si así no lo hiciere que el pueblo me lo demande.

El derecho a la protesta

Ya mencionaba en mi libro anterior, Manual del poder ciudadano. Lo que México necesita, que debemos conocer nuestros derechos y nuestras obligaciones. A lo largo de la historia, la conquista de los derechos ciudadanos ha cobrado muchas vidas, y sigue haciéndolo, por desgracia. El primer derecho es el voto, aunque resulta claro que la participación de los ciudadanos no debe reducirse a él. El segundo es que podemos ser votados para cargos de elección popular, derecho que hoy enfrenta ciertas resistencias por parte de los partidos políticos para abrir espacio a las candidaturas ciudadanas. El tercero, más vinculado con nuestro tema, es el derecho a asociarnos, reglamentado por Solón desde la antigua Grecia. El penúltimo es tomar las armas para la defensa del país, y el último el derecho de petición, ya que algunas protestas conllevan una solicitud, o inconformidad de que ésta no haya sido atendida.

Estos derechos se aprecian en el numeral 35 de la CPEUM, por lo que ahora surge la interrogante: ¿por qué no aparece el derecho a la protesta en dicho artículo? Este derecho sí existe en la primera parte de nuestra ley fundamental, con la característica de que, como el derecho de petición, debe realizarse de manera pacífica. Además existe otro derecho que, sin duda alguna, da vida al derecho a la protesta: el de libertad de expresión, o manifestación de ideas, derecho fundamental de todo régimen democrático.

Así se desprende de los artículos 6º y 9º de la CPEUM, que por su importancia me permito transcribir:

ARTÍCULO 6°. La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley. El derecho a la información será garantizado por el Estado.

ARTÍCULO 9°. […] No se considerará ilegal, y no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición o presentar una protesta por algún acto, a una autoridad, si no se profieren injurias contra ésta, ni se hiciere uso de violencias o amenazas para intimidarla u obligarla a resolver en el sentido que se desee.

Es muy claro que la protesta pacífica está permitida, y ningún ordenamiento secundario puede ir en contra de la Constitución, como pretenden hacerlo ahora las leyes que criminalizan la protesta o que intentan acotarla.

Hoy los discursos de los políticos de todo el mundo enarbolan un nuevo postulado, basado en el Estado moderno y en la concepción de un Estado social y democrático de derecho. Señala al respecto el jurista Aguilera Portales:

La legitimidad de la democracia en un Estado constitucional proviene de dos dimensiones fundamentales: por un lado el principio de soberanía popular, que propone cómo el poder emana del pueblo y, por lo tanto, debe servir a éste principalmente, aunque la voluntad popular puede identificarse con la voluntad de las mayorías, a veces, irreflexivas y miopes que suelen seguir líderes carismáticos y populistas. Por otro lado, otra dimensión importante del Estado constitucional la constituyen los derechos y libertades ciudadanas, esta dimensión incorpora un marco normativo como Estado de derecho por donde transcurre y juega el debate democrático.8

Así, los derechos y libertades de los ciudadanos van de la mano en un Estado constitucional, donde cobra vida el debate democrático, lo cual parecen olvidar ciertas elites gobernantes alrededor del mundo, ya que pretenden ahogarlo con diversas leyes.

Vale la pena precisar que los derechos no son absolutos, tienen sus restricciones; el de libertad de expresión y protesta, por ejemplo, deben ser realizados de manera pacífica.

Estos derechos pueden entrar en conflicto, como el de la libertad de expresión e información con la vida privada, la protesta pacífica con los derechos de terceros en una marcha o plantón. ¿Cuál de ellos debe prevalecer? En mi opinión, considero que los de mayor relevancia son los que le dan vida a un régimen democrático.

Entre los autores que dan especial importancia al derecho de protesta sobresale Roberto Gargarella, quien explica:

El derecho a la protesta no es un derecho más, sino uno de especial relevancia dentro de cualquier ordenamiento constitucional: se trata de un derecho que nos ayuda a mantener vivos los restantes derechos. Sin un robusto derecho a la protesta, todos los demás derechos quedan bajo amenaza, puestos en riesgo. Por ello resulta sensato designar al derecho a la protesta como “el primer derecho”. […] Si tenemos vivienda, pero carecemos del derecho a movilizarnos y criticar a nuestras autoridades, no es dable esperar que estos últimos derechos emerjan de resultas de la existencia del primero (nuestro garantizado derecho a la política). En cambio, si tenemos un amplio y genuino derecho a la crítica política es dable esperar que ganemos nuevos derechos (y que preservemos intactos aquéllos con los que ya contamos) a resultas del primero: ahora podemos luchar por los que no tenemos. […] Frente a la protesta, no basta alegar (como lo hacen algunos de sus críticos), que la protesta que se desarrolla en la calle puede traer aparejada violencia: la violencia, si es esperada, puede prevenirse; si irrumpe, puede lidiarse con ella por separado; pero en ningún caso debe servir como excusa para poner en cuestión el derecho fundamental en juego, el derecho a protestar.9

Un documento de consulta obligada sobre el derecho a la protesta es la recomendación 7/2013, emitida por el doctor Luis Armando González Plasencia, entonces presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, acerca de las violaciones a los derechos humanos en el contexto del operativo policial del 1 de diciembre de 2012, a propósito del cambio de gobierno, en el que se citan todos los tratados internacionales que reconocen el derecho a la protesta.

Resulta que uno de los documentos en los que se inspiró esa recomendación es la resolución 60/161 de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), del 13 de agosto de 2007, referente al informe de la representante especial del secretario general de ese organismo sobre la situación de los defensores de los derechos humanos, en la que se concluye lo siguiente:

El derecho a la protesta es un derecho plenamente desarrollado que comprende el disfrute de una serie de derechos reconocidos internacionalmente y reiterados en la Declaración sobre los Defensores de los Derechos Humanos. Esos derechos incluyen la libertad de expresión y opinión, la libertad de asociación, la libertad de reunión pacífica y los derechos sindicales, en particular el derecho de huelga.

La protección del derecho a la protesta en el contexto de la libertad de reunión conlleva obligaciones tanto negativas como positivas. La obligación negativa del Estado de no interferir en las protestas pacíficas debe ir acompañada de la obligación positiva de proteger a los titulares del derecho a la protesta en el ejercicio de ese derecho, en particular cuando las personas que protestan defienden puntos de vista impopulares o controvertidos. […]

El respeto y la realización del derecho a la protesta impone a los Estados la obligación de adoptar medidas deliberadas, concretas y selectivas para consolidar, mantener y fortalecer en la sociedad el pluralismo, la tolerancia y una actitud abierta con respecto al disenso.

Los Estados deben imponer un código de conducta a los agentes de las fuerzas del orden, en particular en relación con el control de masas y la utilización de la fuerza, y asegurar que el marco jurídico incluya disposiciones efectivas para la supervisión y la rendición de cuentas de esos agentes, especialmente en relación con su respuesta ante protestas públicas.10

Es cierto que hoy más que nunca se requiere que los gobernantes sean más tolerantes y que el disenso se convierta en un consenso y no en una imposición, ya que el rumbo de ésta no tendrá buenos resultados en los actuales gobiernos.

¿Por qué reclama una sociedad?

En primer lugar, por los problemas de orden social, es decir, en pro de un mejor nivel de vida. Después, en busca de soluciones de índole ambiental, como las promovidas por la emblemática Greenpeace, o para quejarse por los recortes a las prestaciones sociales, los actos de corrupción, las crisis económicas, las alzas en bienes y servicios (como a la gasolina, la luz, el transporte o el Metro), la falta de representación de la clase política, los fraudes electorales, las malas decisiones gubernamentales, la falta de oportunidades para los jóvenes, la falta de libertad de expresión, la raquítica seguridad de los gobernados, la carencia de respeto, el alto grado de violencia que se padece, la desigualdad, la pobreza, los recortes a la educación, la simulación o falta de democracia, decisiones judiciales muy polémicas, por motivo de una huelga (incluso las de hambre), en fin: por el deseo de cambiar una situación que no nos satisface y que engloba los temas del orden social, económico, político y hasta de justicia.

Hay protestas individuales, llevadas a cabo por una sola persona que ha sufrido alguna injusticia, y otras en las que participan varias, incluso miles o hasta millones de ciudadanos, como las que se llevaron a cabo en Egipto, en el marco de la revolución popular reciente, o en Brasil en el verano de 2013.

Hay de protestas a protestas y de actores a actores

Existen múltiples formas y contenidos de protesta, pero también actores. Hoy en día se quejan quienes nunca imaginamos que lo harían: los abuelos, los discapacitados, hasta los jueces. (En el Apéndice B, “Formas peculiares de protestar”, se hallarán numerosos ejemplos de reclamos por demás originales.)

Hoy en día jóvenes estudiantes, desempleados, amas de casa, trabajadores jubilados y profesionales se reconocen en la participación política y pública. Ha sido una catarsis donde los ciudadanos, lastimados en su dignidad y en su lucha contra la injusticia, la corrupción y la desigualdad, ponen en común sus propuestas, la rebeldía y la indignación. Sin embargo, nada cambia de la noche a la mañana. Hay que ir paso a paso, sumar voluntades. Unos aportando experiencias y aprendiendo con humildad y sin protagonismos mediáticos. Entre todos, debemos rescatar la política de quienes la han secuestrado, haciendo de ella un oficio espurio y alejado del bien común. El esfuerzo vale la pena. Ojalá entre todos logremos el objetivo, por ello la indignación se organiza.11 Y, yo añadiría, que la indignación participe.

Clases de protesta

No es lo mismo una protesta de contenido social que una creativa, violenta o conmemorativa. Es decir, existen protestas pacíficas, que a su vez se dividen en diversos rubros, y protestas violentas. Veamos qué distingue a los diferentes tipos.

Protesta pacífica

La protesta pacífica es un derecho fundamental de los ciudadanos. Es nuestro derecho poder expresarnos, asociarnos o reunirnos pacíficamente para manifestar nuestro parecer o expresar nuestras ideas, situación muy distinta a la protesta violenta.

Protesta creativa

“La protesta creativa consiste en manifestarse con métodos más susceptibles de llamar la atención que una pancarta y un megáfono.”12 Así lo han hecho actrices como Pamela Anderson, Eva Mendes y Christina Applegate, entre otras, quienes se mostraron casi desnudas ante la mirada de extraños como parte de las protestas organizadas por el grupo People for the Ethical Treatment of Animals (PETA), o las tres integrantes del colectivo feminista ruso Pussy Riot que, en febrero de 2012, en protesta por la reelección de Vladimir Putin, entraron en la catedral de Cristo Salvador de Moscú, de la Iglesia ortodoxa rusa, hicieron la señal de la cruz y una reverencia ante el altar e interpretaron una canción, lo que llevó a su encarcelamiento y posterior liberación a causa de la indignación mundial por su arresto.

Otro ejemplo es el de Inna Shevchenko, líder de Femen, movimiento feminista fundado en 2008 en Ucrania, que lucha por la equidad de género, quien se valió de su desnudez para ser escuchada (@FEMEN_Movement). De ella dice Álex Vicente: “Su protesta se sirve de la desnudez, convertida en una arma antipatriarcal y lucha mediática”. Inna Shevchenko declaró: “Al principio no quería hacerlo. Yo no hago topless ni en la playa. Pero nos dimos cuenta de la respuesta de los medios y decidimos utilizarlo en nuestro favor. Si fuéramos vestidas, no nos harían ni la mitad de caso. […] No somos intelectuales, sino que priorizamos la acción directa. El feminismo no puede quedar reducido a libros y conferencias. Tiene que estar en la calle”.13

Kat Banyard, coordinadora de UK Feminista, asegura a su vez que “no todo el mundo nace con la habilidad de coger un megáfono y ponerse a gritar en plena calle”. Esta activista, calificada como una de las feministas más influyentes del Reino Unido, afirma que su misión es “enseñar tácticas para desarrollar un activismo efectivo, explicando lo que ha funcionado desde las sufragistas hasta los tiempos de la red social Twitter (@femen.esp). Incluso, en su ideario apunta que la participación del sexo opuesto es vital para llevar a cabo la transformación social”.14

Un ejemplo más de protesta creativa lo tenemos en la plataforma online Hollaback, “pensada para recibir las denuncias de agresiones sexuales en plena calle, desde un intento de violación hasta un piropo supuestamente inofensivo”.15

Las imágenes son más elocuentes:

Scout Willis, hija de Bruce Willis y Demi Moore, publicó en Twitter dos fotos de sí misma caminando en la calle con el torso desnudo para protestar contra la política de censura de la red social. Foto tomada de: @Scout_Willis publicada el 27 de mayo de 2014.

Imagen publicada en la cuenta de Twitter de Femen, consultada el 4 de junio de 2014: pic.twitter.com/giFuIdzDHe

La imagen de Scout Willis, hija de los actores Bruce Willis y Demi Moore, no sólo fue materia de polémica, sino que además fue censurada y bajada de la red social, ya que “los términos de uso de Instagram prohíben a sus miembros subir fotos de desnudos totales o parciales”.16

El arte en la protesta

Un gran aliado de la protesta, la rebeldía y la indignación ha sido el arte. A través de esta disciplina se ha logrado plasmar la inconformidad, expresar los conflictos sociales.

Esto se da mediante alegorías y simbolismos que dejan ver realidades como la pobreza, la violencia y la exclusión, a partir de una propuesta de transformación basada en una perspectiva artística, que busca hacerse del entendimiento de los espectadores o, como mínimo, generar una reflexión o crítica o plasmar un movimiento.

La protesta se convierte en arte con el activismo creativo. Esto ocurre gracias a que el arte, siendo una forma de expresión libre, nos propone hacer conciencia sobre diversas inquietudes humanas. A través de esta disciplina es posible hacer presentes la justicia o la injusticia, la protesta o la indignación, la paz y la ética que se ausentan ante la violencia estructural y la descomposición dentro de las sociedades.

“¿Cómo el arte se usa como herramienta de la protesta?”, se pregunta Areli Rojas. “Pues existen artistas de protesta que provocan y retan a través de una gran variedad de medios visuales y de representaciones, sus visiones sobre política, aspectos sociales y experiencias personales. Su arte es subversivo y […] suele ser chocante para el statu quo