De mujeres y partos - Mª José Alemany Anchel - E-Book

De mujeres y partos E-Book

Mª José Alemany Anchel

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Las transformaciones económicas y sociales que se produjeron en España durante la segunda mitad del siglo XX, provocaron un cambio sustancial en la vivencia del parto para las mujeres, que pasaron de ser actos íntimos en el domicilio de las parturientas con la atención de una matrona, a ser actos quirúrgicos y medicalizados en los grandes centros hospitalarios. Las matronas fueron testigos excepcionales de este cambio. A partir de entonces se subordinarán definitivamente a los médicos como efecto de la rígida jerarquía hospitalaria. Este libro recoge los discursos y las prácticas asistenciales de las matronas que protagonizaron esta evolución y sus reflexiones en torno a las actuaciones profesionales, las relaciones con los médicos, la defensa de sus competencias en la atención al parto normal y su constante labor por respetar la autonomía de las mujeres en el proceso de parir.

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DE MUJERES Y PARTOS

MATRONAS Y CAMBIO SOCIAL EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

Mª JOSÉ ALEMANY

DE MUJERES Y PARTOS

MATRONAS Y CAMBIO SOCIAL EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial.

© Mª José Alemany Anchel, 2016

© De la presente edición:

Universitat de València, 2016

www.uv.es/publicacions

[email protected]

Coordinación editorial: Vicent Olmos

Diseño de la maqueta: Vicent Olmos

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Imagen de la cubierta: Hospital General de Valencia, años setenta del siglo XX. Archivo de Ana Martínez

ISBN: 978-84-370-9970-5

ÍNDICE

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. DE TEORÍA Y METODOLOGÍA

1.1. En torno a los fundamentos teóricos

1.2. Androcentrismo, género e investigación en historia de la ciencia

1.3. Corrientes feministas y sus aportaciones en la salud de las mujeres

1.4. La utilización de fuentes orales en la historia de las mujeres

CAPÍTULO 2. MUJERES, MATRONAS Y PARTOS. DE CASA AL HOSPITAL

2.1. Matronas de antes de la guerra

2.2. Esposas y madres ante el discurso contradictorio franquista

2.3. El desarrollismo sanitario. Las ciudades sanitarias y sus paritorios

2.4. Memorias para hacer historia

2.5. Sobre la experiencia de las matronas en la asistencia del parto en el domicilio: Nuestras informantes

2.5.1. La formación

2.5.2. El trabajo

2.5.3. El prestigio y la autoridad

2.5.4. La vida cotidiana

CAPÍTULO 3. MUJERES, MATRONAS Y PARTOS. EVOLUCIÓN Y CAMBIOS EN EL PARTO HOSPITALARIO. LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS DEL SIGLO XX

3.1. Apuntes sobre las décadas finales del siglo XX

3.2. Sobre la experiencia de las matronas en la asistencia del parto en el Hospital La Fe: Nuestras informantes

3.2.1. La formación

3.2.2. El ámbito laboral en la gestión

3.2.3. El ámbito laboral asistencial

3.2.4. El ámbito laboral en la Atención Primaria

3.2.5. El ámbito laboral en la docencia

3.2.6. Del parto dirigido al parto mínimamente intervenido

3.2.7. Las relaciones entre matronas y médicos en el ámbito hospitalario

3.2.8. Prestigio y reconocimiento de las matronas: las mujeres y los médicos

3.2.9. Compatibilizar la vida personal y la laboral

A MODO DE CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

El libro de Mª José Alemany De Mujeres y partos: Matronas y cambio social en la segunda mitad del sigloXX es una importante e interesante contribución al estudio de la construcción histórica de la maternidad, de las prácticas en torno al parto y al nacimiento, y además, y en un sentido más amplio, una contribución al conocimiento de la experiencia de las mujeres en las últimas décadas. Entre otras razones, porque es un libro que plantea un interesante análisis sobre las experiencias y las propuestas de un colectivo fundamental en la historia de la sanidad en España como es el de las matronas en la segunda mitad del siglo XX. En este sentido, es un trabajo que –tanto para la historia como para la historia de las mujeres y para la historia de la medicina y la sanidad–amplía el conocimiento sobre el significado y las consecuencias de la implantación de las grandes unidades hospitalarias en los años setenta respecto a la atención al parto de las mujeres, particularmente en el territorio valenciano.

Y la autora, Mª José Alemany, ha estado y está en condiciones especialmente indicadas para la realización de este excelente estudio sobre los discursos y las prácticas en torno a la maternidad y al parto. En primer lugar, por su trabajo profesional, tanto como matrona dedicada a la actividad asistencial en un paritorio de la sanidad pública durante más de veinte años, como por su condición de profesora de enfermeras y matronas. Y en segundo lugar, porque además es licenciada en historia, y está en posesión de una amplia formación académica en estudios de género y teoría feminista. Esta síntesis entre experiencia y formación profesional y académica permite a la autora abordar desde varias perspectivas el estudio de la historia y el significado de la transición del parto a domicilio al que se realiza actualmente de modelo hospitalario. Y sobre todo, le permite enmarcar este fenómeno en el amplio escenario de la historia de la maternidad y reflexionar teórica, histórica y sociológicamente, sobre los efectos y las repercusiones que estos cambios tuvieron tanto sobre las mujeres que han dado a luz como sobre las matronas.

Un correcto análisis del tema requería que éste interrelacionase varias perspectivas metodológicas, pero que se plantease fundamentalmente –como ha hecho la autora– desde la perspectiva de género y desde la teoría feminista. Porque estos planteamientos teóricos y metodológicos permiten detectar y calibrar las relaciones sociales y las jerarquías de poder históricas y culturales entre mujeres y hombres en cada momento histórico, incorporando elementos de análisis de la teoría de género para la interpretación de las fuentes cuantitativas y cualitativas. Y en efecto, la perspectiva de género configura en el presente estudio las hipótesis de partida, el estado de la cuestión, la elección y el tratamiento de las fuentes primarias –entre ellas, las de procedencia jurídica–, y muy particularmente, la utilización de las fuentes orales. Desde estas bases teóricas y metodológicas, la autora ha realizado un minucioso estudio en el que se interrelacionan dos cuestiones, la evolución contemporánea de la práctica profesional de las matronas y de las prácticas y agencia femenina en torno al parto. Y para ello se toma como punto de inflexión el cambio representado por el paso del parto en el domicilio al parto hospitalario.

Así, el estudio se sitúa cronológicamente en el período comprendido entre el final del franquismo y la transición y consolidación a la democracia en España. Y para explicar las características de los cambios sanitarios y del parto en dicho período, se realiza un recorrido histórico sobre los antecedentes de estas prácticas en los siglos anteriores. Porque, en efecto, a lo largo de la historia, en diferentes momentos y contextos históricos, las mujeres han sido tradicionalmente las protagonistas no sólo del inicio de la vida, del parto, sino también de la ayuda, la asistencia y la compañía en el mismo. Sería con las revoluciones liberal-burguesas y la construcción de la medicina como ciencia cuando los médicos –varones todos en esos momentos– comenzaron a tener un rol decisivo en este proceso, desplazando el saber y la cultura depositada históricamente en manos femeninas.

En el caso de la sociedad española, hasta fechas muy recientes el parto ha sido un acto sanitario a domicilio ayudado por una matrona. Y los cambios en este sentido se iniciarían a partir del Plan de Estabilización franquista de 1959. Una fecha que marca el inicio del desarrollismo, y en el ámbito de la salud concretamente, este desarrollismo franquista se plasmó en la construcción de hospitales públicos y de las llamadas Ciudades Sanitarias. Ciertamente, este cambio mejoró sustancialmente la asistencia médica a la población en general, pero por otro lado también comportó cierta deshumanización y tecnificación en la asistencia a los y las pacientes. Y esto se hizo especialmente evidente en el caso estudiado, en la atención al parto de las mujeres, de tal manera que reconocidas historiadoras de la medicina como Teresa Ortiz señalan en este ámbito una mayor evidencia de las relaciones de hegemonía de cirujanos y médicos varones, y la subordinación de las matronas mujeres respecto a su autoridad profesional.

En este sentido, Mª José Alemany ha rastreado en este estudio cómo estas prácticas sanitarias se han caracterizado en las décadas estudiadas por una progresiva pérdida de autoridad de las matronas en el proceso de colaboración con las mujeres de parto en beneficio de los médicos varones, y también por el desarrollo de rígidos protocolos y técnicas hospitalarias, utilizadas en ocasiones abusivamente. Esta primacía de protocolos asistenciales en los paritorios hospitalarios ha minimizado el papel de las mujeres en las decisiones de su propio parto, en beneficio de mayor comodidad médica, que se ha presentado siempre como mayor seguridad asistencial. Es en este proceso en el que la autora se plantea la hipótesis en torno a la existencia o no de posibles resistencias por parte de las matronas ante la progresiva pérdida de su agencia, autoridad y autonomía. También, ante la disolución de la voluntad de la mujer parturienta en beneficio de su consideración como una enferma hospitalaria. Y sin embargo, el estudio concluye que no hubo resistencia sino aceptación ante las ventajas del nuevo sistema, y que en los casos en que se pudo producir dicha resistencia, lo hizo sólo con estrategias de no confrontación a las nuevas normas.

Para analizar este proceso la autora ha recurrido de una forma especial, pero no exclusiva, a las fuentes orales, mediante entrevistas a las protagonistas, analizando cualitativa y rigurosamente los testimonios de las matronas, a partir de sus experiencias, sus actitudes, sus prácticas y su subjetividad. La utilización de fuentes orales ha permitido recoger los testimonios de matronas que trabajaron en distintas instituciones sanitarias, tanto en Valencia –la construcción y puesta en funcionamiento en 1971 del Hospital La Fe es el eje vertebrador del libro– como en otras ciudades españolas, en la segunda mitad del siglo XX. Las experiencias recogidas reflejan distintos posicionamientos personales, en función de las circunstancias o vivencias individuales que tuvieron, y también planteamientos que forman parte del discurso colectivo del grupo al que pertenecían. Estos discursos muestran, lógicamente, la existencia de contradicciones internas, solapamientos, o tensiones con otros discursos y propuestas existentes. Muestran igualmente la pérdida de poder y de autonomía tanto de las matronas como de las madres en el proceso de hospitalización de los partos. Y al mismo tiempo, reflejan como comentábamos la inexistencia de resistencias significativas de las matronas a este proceso, y la utilización por ellas de mecanismos de aceptación y de no enfrentamiento, revelándose tan sólo puntualmente ante situaciones médicas concretas, pero sin cuestionar el modelo.

En este mismo sentido, es relevante la constatación de que de forma paralela al proceso de aceptación del discurso médico hegemónico, las matronas que habían atendido partos en los domicilios experimentaron una clara mejora en sus condiciones de trabajo y de vida cuando pasaron al sistema hospitalario. Como se recoge en el libro, por primera vez comenzaron a tener un trabajo regular, una jornada laboral con un salario fijo mensual sin depender del número de partos que hicieran, con días reglados de descanso y de vacaciones. Así, resulta particularmente interesante la heterogeneidad de percepciones, opiniones y experiencias de las matronas, sus distintos planteamientos ideológicos, culturales y profesionales con relación a las resistencias o no a los cambios, a las actitudes de subordinación o no a los médicos, al rechazo o a la aceptación de la coordinación entre distintas posturas. Y esta complejidad revela que frente a una de las hipótesis que implícitamente la autora se planteó inicialmente –una posible mayor resistencia por parte de matronas combativas ante la pérdida de autonomía al llegar al hospital–, los testimonios recogidos muestran no sólo la aceptación, sino más aún, una acogida positiva más o menos generalizada. Con todo, también son significativos los testimonios de algunas matronas muy atentas a las novedades científicas y dispuestas a mantener una relación no jerarquizada con médicos y mujeres.

Así, la ruptura definitiva en el modelo de parto en el domicilio –el considerado tradicionalmente el normal–, producida a comienzos de los años setenta del siglo pasado con la extensión del Seguro Obligatorio de Enfermedad y tras la construcción de hospitales públicos, comportó importantes cambios en la mentalidad de las mujeres y en la de sus familias, que identificaban el parto en el hospital con la seguridad requerida para un parto especial y complicado. Pero como decíamos, al mismo tiempo la agencia de las mujeres –en este caso, las que daban a luz– fue desapareciendo y fue concentrándose en los profesionales sanitarios especializados. El segundo período de este proceso se dio en los años ochenta, cuando ya es el parto hospitalario el que ha pasado a considerarse el normal, sin contemplarse la posibilidad de ningún otro escenario. Finalmente, a partir de los años noventa con la Promulgación de la Ley General de Sanidad, y sobre todo en las últimas décadas con el desarrollo jurídico de los derechos de las y los pacientes, se ha ido produciendo cierta recuperación de la capacidad de decisión tanto de las matronas como de las mujeres parturientas. Y éstas han comenzado a plantearse distintas maneras de vivir el parto, con mayor información y capacidad de agencia. Es en este último contexto en el que se han abierto posibilidades múltiples en torno a las vivencias del parto, y entre sus consecuencias, puede detectarse cómo la función de las matronas ha ido deviniendo de nuevo una función clave, desarrollando nuevas perspectivas profesionales, funciones de educación sanitaria y de educación maternal, informando y formando a las mujeres.

En definitiva, Mª José Alemany ha realizado en el presente libro un detallado estudio sobre este proceso de cambio estructural, jurídico y médico en las prácticas sanitarias, sociales y culturales en torno al parto, así como las experiencias y testimonios de sus protagonistas, las mujeres parturientas y las matronas. Y por ello, su estudio constituye un excelente ejemplo sobre la construcción histórica y social de la maternidad. Desde la explicación histórica, comprobamos que mujeres y hombres estamos construidos culturalmente en un orden simbólico preestablecido, que es asimétrico y jerárquico, en el que las mujeres han ocupado y ocupan un lugar subordinado. Y la medicina y la sanidad, la ciencia en un sentido amplio, han participado históricamente de los discursos construidos por la cultura androcéntrica en base a un orden (simbólico), que conforman lo que en una sociedad concreta se entiende por ser mujer o ser hombre, por la feminidad y la masculinidad hegemónicas, y condicionan las prácticas y las relaciones de género existentes tanto en la vida privada como en la vida pública. Las experiencias público/privadas femeninas aquí recogidas lo muestran acertadamente.

ANA AGUADO

Universitat de València

INTRODUCCIÓN

No deja de tener sentido la idea de que las condiciones materiales determinan la existencia de las personas. Permítasenos tomar la idea como entradilla a nuestra forma de justificar el trabajo que presentamos. Una matrona con décadas de ejercicio profesional en la asistencia hospitalaria; una matrona que hace años que forma a enfermeras y a matronas y que, además, tiene una licenciatura en historia parece ser –concédasenos el beneficio de la duda–una persona con el perfil adecuado para abordar el estudio de los cambios producidos en la atención al parto en la España de las últimas décadas.

Como matrona dedicada a la actividad asistencial en un paritorio de la sanidad pública durante más de veinte años, el hecho de estar día a día acompañando a las mujeres en su proceso de parto me ha hecho reflexionar sobre el papel de éstas en un momento clave como es el de dar a luz a un hijo. En la actualidad, son los obstetras, amparados en un sistema sanitario altamente tecnificado y medicalizado, los que toman las decisiones y le indican a la mujer cómo debe parir. Las matronas, situadas en un lugar inferior en la jerarquía hospitalaria, acompañan y ofrecen sus cuidados a las gestantes, pero sin contravenir el orden establecido. Las figuras centrales de este acto, las mujeres de parto, desconfían de su propia capacidad de tener un parto normal y se someten a los protocolos médicos. La pregunta es inevitable ¿qué ha pasado en estos últimos cuarenta años para que las mujeres hayan olvidado la capacidad de su cuerpo para tener un parto espontáneo?

Bien es cierto que desde dentro del sistema sanitario no existe total homogeneidad y ya hace décadas que diversos grupos de matronas y de obstetras han mantenido una asistencia al parto basada en el respeto a la individualidad de cada mujer y a sus elecciones, dejando que la fisiología haga su trabajo sin intervenir con fármacos o con tecnología. Se mantiene una actitud de acompañamiento que comprueba que el proceso evoluciona dentro de la normalidad para solo actuar cuando aparecen complicaciones. Ese y no otro sería el momento de utilizar los avances científicos para ayudar a las gestantes con el objetivo compartido de obtener un nacimiento saludable tanto para la madre como para su hija o hijo.

A pesar del loable trabajo realizado por estos grupos de profesionales, consideramos que se hace necesaria una revisión de los procedimientos actuales para adecuarlos a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y a las demandas –tanto de profesionales como de mujeres–, que abogan por superar el paradigma biomédico que considera el parto como un proceso potencialmente peligroso.

Aunque la incursión de los médicos varones en la asistencia al parto puede rastrearse en nuestro país desde el siglo XVIII, la generalización de su presencia y su autoridad como algo indiscutible se produjo en la segunda mitad del siglo pasado aparejada a un cambio de escenario: de la casa al hospital. Los cambios en la situación económica, la incursión de los tecnócratas en los ministerios franquistas y la legislación sanitaria fueron el motor de este cambio.

Con esta investigación nos propusimos profundizar en el análisis de dichos cambios y para ello trabajamos, además de las fuentes secundarias que nos han ayudado a conocer el estado de la cuestión, con fuentes primarias que nos han permitido contrastar lo que está escrito con la valoración que de ello hacen las matronas que pasaron de atender los partos en los domicilios a formar parte de la plantilla de los hospitales.

La realización de cincuenta y dos entrevistas en profundidad a matronas nos ha permitido utilizar los testimonios recogidos como una fuente primaria –sometida a la crítica como cualquier otro documento histórico–, pero teniendo en cuenta la existencia de otras voces que no han sido contempladas en los libros científicos sobre obstetricia ni en los documentos oficiales.

Entre los años cincuenta y finales de los años noventa del siglo pasado, España experimentó un carrusel de transformaciones sociales, económicas y culturales que vistas desde nuestro presente se nos antojan casi revolucionarias. Los cambios que se producen en la situación de la mujer favorecen la evolución desde una ancestral sociedad patriarcal hasta su incorporación, de manera paulatina eso sí, como un importante agente económico y social. Dichos cambios han sido analizados desde una perspectiva que ha primado la relación entre mujeres (matronas y parturientas), así como la centralidad de las mujeres que ejercían una profesión remunerada (las propias matronas). Doce de las entrevistadas fueron testigos de unas modificaciones sustanciales en las que además participaron como mujeres y como profesionales. Estas matronas son, en principio, profesionales que trabajaron, incluso después de casadas, en una sociedad en la que la mujer estaba lejos de ocupar un lugar algo más que testimonial en el mercado laboral. Además, esas matronas son mujeres que ejercieron su profesión –con mujeres y para las mujeres– en una sociedad regida por hombres. Otra informante más de las que asistieron partos en el domicilio era partera, es decir, una mujer sin formación reglada que también nos aportó su experiencia. Además, existen dos tipos de hombre con los que las matronas se relacionaron de forma ineludible: los maridos de las gestantes que iban a parir y los médicos.

Si, como hemos dicho, una docena de las matronas que han sido informantes en nuestra investigación han trabajado en la atención de partos en el domicilio, cuarenta han ejercido su profesión en el espacio hospitalario. De éstas, trece también lo hicieron en Atención Primaria una vez promulgada la Ley General de Sanidad (1986). De nuestra muestra de matronas, treinta y siete han ejercido su profesión en Valencia y quince han trabajado en otras ciudades del país. A este respecto tenemos que hacer una aclaración sobre la elección del grupo de informantes. El objeto central de esta parte del estudio eran las matronas que tuvieron vínculo laboral con el Hospital Maternal de La Fe. Aun así tuvimos oportunidad de entrevistar a profesionales de otros hospitales y de otras ciudades, lo que nos permitió contrastar la forma de atender los partos durante la segunda mitad del siglo pasado en distintos lugares del territorio español.

Con respecto a la profesión de matrona, en 1986 se suspendió su formación porque el Plan de Estudios tenía que adaptarse a las directrices de la Comunidad Europea. Tras seis años de interrupción en la formación de nuevas matronas, en 1992 se promulgó una Orden Ministerial que estableció los requisitos mínimos para la puesta en marcha de la especialidad de Enfermería Obstétrico-Ginecológica/Matrona, ahora adaptada a las directrices comunitarias. Desde entonces quien firma estas páginas es profesora de la Unidad Docente de Matronas en la Escuela Valenciana de Estudios para la Salud (EVES) y he impartido dos asignaturas, Asistencia al parto e Historia de la profesión de matrona.

La segunda asignatura citada, la que en definitiva justifica mi interés por el tema elegido, es la historia de la profesión de matrona. Desde aquella primera promoción me permití apostillar al enunciado una coletilla que anunciara a las residentes cuál era mi posición como historiadora ante el tema de estudio: Historia de la profesión de matrona desde una perspectiva de género.

Desde nuestro punto de vista era imprescindible analizar la profesión en cada una de las etapas en las que tradicionalmente se ha dividido la historia para desentrañar las razones por las cuales, las parteras1 en un principio y las matronas en los dos últimos siglos, habían pasado de ser las responsables de la asistencia al parto y las que tenían autoridad y reconocimiento, a tener una posición subalterna (Spivak, 1985, pp. 330-363), que implicaba sometimiento a las órdenes médicas dentro de la jerarquía hospitalaria.

Este texto que presentamos tiene diversas singularidades. La primera atiende la articulación de los cambios sociales y culturales de la España del período con las modificaciones sustantivas que se producen tanto en el marco legal del ordenamiento sanitario, en el proceso de tránsito de la atención al parto como acto íntimo y doméstico a un acto médico altamente tecnificado y, por ende, de menor cercanía humana entre la mujer y las profesionales que le ayudan en su parto. La segunda singularidad se hace patente en el tratamiento que damos a la documentación primaria resultante de nuestra labor con informantes orales.

Hemos intentado responder a lo largo de nuestro trabajo a una serie de interrogantes. ¿Qué pasó con esas mujeres, con las matronas y con las parturientas, en el proceso de atención al parto durante esos años vitales de nuestra historia reciente? ¿Cómo influyeron los cambios sociales en esas mujeres y en sus relaciones personales y familiares? ¿Qué significó, realmente, el tránsito del parto domiciliario al parto hospitalario?

Estas preguntas determinan la orientación metodológica que hemos dado a nuestra investigación con las informantes. Est es, hemos realizado encuestas cerradas y entrevistas semi-estructuradas en profundidad a las matronas que han conformado nuestra muestra, centrándonos en el ejercicio profesional de cada una de las informantes, pero también en las vivencias de la mujer que es matrona. Hemos recabado información sobre aspectos relacionados con su formación académica, su desarrollo profesional, su jornada laboral, su actividad asistencial en el domicilio de las parturientas o en los paritorios de los hospitales, así como sobre su compleja relación con el obstetra, con el médico varón, tanto en el acto médico domiciliario como en el hospitalario. En el segundo aspecto, centramos nuestra atención sobre la matrona-mujer y su vida personal así como la matrona-mujer que ayuda a otras mujeres.

La adopción de una línea de investigación es siempre un ejercicio de riesgo. Y esto es así, en nuestra opinión, por diversas razones: de entrada porque entendemos que debe tener interés académico pero también debe ser socialmente útil y, al mismo tiempo, debe ser apasionante para la persona que va a trabajar en él ya que van a ser muchas las horas de trabajo que se le habrá de dedicar; en segundo lugar, porque debe tratarse de un tema respecto al cual tengamos una ventaja comparativa clara. Como ya se ha dicho anteriormente, mi condición de matrona, de profesora de futuras enfermeras y de futuras matronas y, además, de licenciada en Historia me ha permitido vivir de cerca tanto los avances en el ejercicio de la profesión de matrona, como los avances historiográficos que sobre la temática se han producido en los últimos años.

Ya cuando recibía mis clases en la Facultad de Medicina de Valencia durante mi formación académica como matrona, comencé a vislumbrar algunos interrogantes sobre la ausencia de las mujeres en los discursos científicos recibidos. Me resultaba sorprendente y poco comprensible que estuviera formándome en una disciplina donde el saber emanaba de textos escritos por médicos ilustres, donde los descubrimientos habían surgido de investigadores varones y los avances científicos se habían producido con el paso del tiempo gracias a la iniciativa de prestigiosos obstetras. ¿Cómo era posible que desde el origen de la vida humana en el planeta ninguna matrona hubiera destacado por su notable experiencia, por su atención y cuidados durante el trabajo de parto, o por su descubrimiento de que determinadas posturas eran más favorecedoras para el descenso del feto a través del canal del parto?

Ahora sabemos que en la disputa de poder que comenzó varios siglos antes entre cirujanos –varones– y matronas –mujeres–, estas últimas siempre mantuvieron una posición subordinada respecto a los primeros. En la memoria colectiva de la sociedad contemporánea la ciencia, la sabiduría, el prestigio y la autoridad están asociados a la medicina, y tanto la enfermería como el denominado arte de partear son considerados de segunda categoría, dependientes y subalternos.

Más allá de los excelentes resultados recogidos por la historiografía general realizada desde una perspectiva de género, respecto a lo que podríamos llamar la historia de las matronas, seguimos sin contar –a nuestro juicio– con un texto de referencia en el que se expliquen los cambios en el llamado “arte de partear” acaecidos en la España de las últimas décadas del siglo pasado. Existe, es verdad, alguna monografía, pero siempre dedicada a un período más largo, lo que, lógicamente, afecta a la profundidad del análisis. Existen, también, títulos de interés dedicados a la historia de la medicina o de la enfermería en los que con mayor o menor énfasis se aborda el conocimiento de la profesión de matrona. Sin embargo, como decíamos, no contamos con un trabajo de calidad que nos permita conocer esa evolución que se produce en las décadas finales del siglo pasado: aquellas en las que, de la mano del desarrollo y la modernización que vive España, la vivencia del parto se traslada desde el domicilio de la parturienta hasta el hospital de la Seguridad Social.

Este texto es el resultado de nuestra apuesta por avanzar en el conocimiento de lo que significó la implantación de las grandes unidades hospitalarias de los años setenta respecto a la atención al parto de las mujeres valencianas. Ha sido ese objetivo el que nos ha hecho centrar el interés en un colectivo sanitario clave como son las matronas.

Desde los tiempos que la memoria recuerda han sido mujeres las que han ayudado a las otras mujeres a parir. Más allá del papel que los médicos –varones– comenzaran a jugar en la sociedad burguesa, en nuestro país el parto fue un acto sanitario a domicilio que se producía básicamente con la ayuda de una matrona titulada. Al menos así fue durante los años que abarca nuestro estudio. En el ámbito de la salud, el llamado desarrollismo franquista se plasmó en la construcción de las llamadas Ciudades Sanitarias. Este cambio, si por un lado mejoró sustancialmente la asistencia médica de la población en general, no dejó de tener efectos secundarios negativos en la medida que deshumanizó y tecnificó en exceso la asistencia a los pacientes. Un terreno en el que esto se hizo especialmente evidente fue en el de la atención al parto de las mujeres.

El texto que presentamos arranca en su orientación metodológica de lo que llamamos una perspectiva de género. No podría ser de otra forma. Aquí vamos a encontrar mujeres en los diversos planos en los cuales, a efectos analíticos, hemos diseccionado la sociedad que transitó desde la larga noche de la dictadura hasta los primeros pasos y el afianzamiento posterior de la sociedad democrática. La perspectiva de género, pues, nos ha conducido desde las hipótesis de partida hasta la elaboración de un estado de la cuestión. Entre las fuentes primarias utilizadas cabe destacar –además de las de procedencia jurídica, imprescindibles para el conocimiento de la evolución del marco legal cambiante–, las fuentes orales. Hemos realizado un acercamiento a la realidad de las mujeres-matronas, a partir de sus vivencias, sus experiencias y su subjetividad analizando sus discursos y buscando la existencia de contradicciones internas, solapamientos o tensiones con otros discursos existentes.

Este no es, sin embargo, un trabajo de historia oral, sino un texto en cuya elaboración hemos contado con fuentes orales, y la distinción no es banal, como se podrá comprobar más adelante. Trabajamos, como hemos dicho, con unas informantes que son matronas jubiladas en la actualidad y que desarrollaron su actividad profesional durante la segunda mitad del siglo pasado y con matronas, unas jubiladas y otras en activo, que tuvieron relevancia en la conformación de la atención al parto en el hospital durante el tiempo que abarca nuestro trabajo, bien por su participación en la gestión –donde pudieron plantear cambios en la organización y la forma de trabajo de las matronas–, bien porque ejercieron su profesión en el ámbito asistencial, o bien porque se implicaron en la docencia de las personas que más adelante se convertirían en sus relevos. Los testimonios de la muestra elegida de informantes han tenido para nosotros el carácter de documentos primarios. Nuestras hipótesis de trabajo han sido fundamentalmente tres: la primera, que durante estas décadas asistimos a una pérdida de autoridad de las matronas en el proceso de ayuda y colaboración con las mujeres de parto. Y ello, en beneficio de los médicos varones y del desarrollo de la tecnificación hospitalaria, a nuestro parecer utilizada abusivamente. La segunda, que los protocolos asistenciales de los paritorios también diluyen el peso efectivo de las mujeres en las decisiones de su propio parto en beneficio de una comodidad médica, mejor o peor emboscada en la seguridad asistencial.

La tercera hipótesis atendía a la tipología de la respuesta de las matronas ante el nuevo escenario. Nos preguntábamos si se habría dado una cierta resistencia por parte del colectivo ante esta pérdida de autoridad y autonomía. Una resistencia a su pérdida de centralidad como profesionales de la asistencia al parto y a la disolución de la voluntad de la mujer parturienta en beneficio de su consideración como enferma hospitalaria. En este sentido, podemos avanzar, como después veremos, que hemos encontrado una cierta resistencia de las matronas, pero en cualquier caso esa respuesta se produjo mediante estrategias de no confrontación.

Dicho lo anterior, podemos concluir esta breve introducción señalando que nuestra intención ha sido la de analizar los cambios que se produjeron en la asistencia al parto en la segunda mitad del siglo XX como consecuencia de las transformaciones políticas y sociales del período. Si éste era el objetivo general, otros eran los específicos. Entre ellos debemos señalar los más significados: uno, analizar las reacciones de los obstetras del Hospital Maternal La Fe ante la implantación del nuevo Plan de Estudios de la especialidad de matrona en las tres primeras promociones; dos, averiguar las consecuencias resultantes para las matronas en el tránsito de pasar de atender los partos en los domicilios a realizarlos en una institución sanitaria; tres, explorar los cambios producidos en la gestión del Hospital Maternal La Fe de Valencia desde 1971 hasta 2000; cuatro, reflexionar sobre las modificaciones que supuso la presencia de las matronas en los equipos de Atención Primaria; cinco, demostrar que la pérdida de poder que experimentaron las matronas tras su incorporación al hospital, sin embargo, mantuvo el reconocimiento de su saber por parte de las mujeres atendidas; seis y último, averiguar las estrategias utilizadas por las matronas para mantener su dignidad profesional y la de las mujeres que atendieron.

Quien lea estas páginas va a encontrar que el fruto de nuestra investigación se estructura en tres capítulos, a los cuales añadimos uno final de conclusiones.

En el primero de los capítulos, el que titulamos De teoría y metodología, hablamos de la categoría género y de sus implicaciones y repercusiones en la historia de la ciencia. Exponemos las distintas aportaciones desde la teoría feminista al campo de la salud de las mujeres y argumentamos la pertinencia de la utilización de fuentes orales para la investigación histórica.

En el segundo capítulo, entramos de lleno en los descriptores fundamentales de este texto: matronas, mujeres, partos, memoria, testigos, historia. Lo hemos titulado Mujeres, matronas y partos. De casa al hospital. Hemos abordado en él los antecedentes más próximos de lo que constituye nuestro interés investigador fundamental. Dotamos de raíces a nuestra propuesta académica para centrarnos como historiadoras en 1959. Una fecha, como sabemos, emblemática: el Plan de Estabilización franquista marca el inicio del llamado desarrollismo que es, como hemos avanzado páginas atrás, la puerta de acceso a nuestra investigación. Los cambios sociales, políticos, económicos y culturales que se inauguraron en la década de los sesenta del siglo XX, todavía en plena dictadura franquista, tuvieron su continuidad con la rotura del corsé que el régimen victorioso en la guerra civil parecía querer perpetuar. El franquismo ya no podía sintonizar con una España que experimentaba unos acelerados cambios sociológicos. Los sectores más dinámicos de la empresa y las finanzas, cobijados de mayor o menor grado a la sombra del régimen de El Pardo, entendían que el futuro de España era Europa, y que en ella no cabía un sistema anacrónico y antidemocrático. La oposición antifranquista, por su parte, mantenía un pulso cada vez más atrevido con el régimen. Todo ello abocaría al país hacia la reforma democrática, que no a la ruptura, en la que la correlación de fuerzas determinó el resultado final.

En el tercer capítulo, con el título Mujeres, matronas y partos. Evolución y cambios en el parto hospitalario. Los últimos treinta años del sigloXX, ahondamos en la forma de asistir el parto en un gran centro hospitalario: el Hospital Maternal La Fe de Valencia. Pero lo haremos a partir del testimonio de las matronas, tanto las que tuvieron la responsabilidad de la gestión como de las que promovieron cambios, con una visión transformadora de la realidad existente y teniendo que mantener una resistencia activa ante posiciones más inmovilistas. Este capítulo abarca desde los últimos años del franquismo –que contemplan hechos tan relevantes como el asesinato de Carrero Blanco en 1973 a manos de ETA, en los cuales se producen reuniones entre personas relevantes de la política y de la economía que gestarían la denominada Transición a la Democracia, la promulgación de la Constitución de 1978 que constituiría el texto legal que orientaría, no sin sobresaltos ni sin fuertes fricciones, la conformación de la democracia española–, hasta 1996, cuando finaliza el último gobierno de Felipe González (PSOE) y llega José María Aznar (PP) a la presidencia del gobierno.

El segundo y el tercer capítulos los hemos desarrollado en tres planos que, solo a efectos de análisis diferenciamos: el de la historia general, el de la historia de las mujeres y el de la historia de la sanidad. Hemos subordinado nuestro análisis de los tres niveles a las necesidades de la investigación sobre las matronas y el cambio social. En ambos capítulos hemos recopilado la información suministrada por nuestras informantes como documentos primarios. Son esos documentos a los que hemos interrogado, como sugería el maestro Bloch (2001); son ellos con los que hemos entrado en diálogo desde las fuentes bibliográficas.

En cuanto al límite final, tal y como establece el título de esta investigación, el marco cronológico es el de la segunda mitad del siglo XX, aunque ello debe ser entendido sin rigideces. Arrancamos en los años cincuenta, y nos movemos en torno a las profundas modificaciones que comienzan a producirse en la España del franquismo desde 1953 y, con más contundencia, desde 1959. La baliza temporal final es, igualmente, bastante flexible. Por una parte, el punto final de nuestra investigación puede datarse en los años 1995/1996. En estos momentos se produjeron dos situaciones de enorme trascendencia para el tema investigado. En el sentido de cambio social fue el año de la victoria del Partido Popular en las Elecciones Generales, con lo cual las directrices políticas se inclinaron hacia una tendencia conservadora que en el tema sanitario empezó a tender las bases de la privatización del sistema público de la asistencia sanitaria a la que estamos asistiendo en la actualidad. En el plano académico, 1996 fue el año en que obtuvo su titulación la primera promoción de matronas del nuevo sistema de formación homologado por la Unión Europea.

No obstante, determinados procesos han seguido siendo motivo de nuestro interés, incluso hasta entrado ya el siglo XXI. Ha sido, creemos, tan necesario como enriquecedor el no detenernos en los cambios que estaban en marcha con la llegada al poder, autonómico y central, del Partido Popular. Las grandes decisiones que se fueron tomando tanto por parte de los gobiernos de José María Aznar, como por parte de los responsables del Consell de la Generalitat Valenciana comenzaron a surtir efecto de manera no automática ni simultánea con la toma de las riendas por ambos ejecutivos, hecho éste que avala nuestra decisión de no finalizar nuestra investigación de forma abrupta.

Finalmente, en el capítulo de conclusiones, vamos a retomar nuestras hipótesis de trabajo, para enunciarlas como tesis, matizarlas o descartarlas.

1 En este texto al hablar de parteras nos referimos a mujeres que a lo largo de la historia han asistido los partos sin tener una formación académica. Utilizaremos indistintamente los nombres de matrona o comadrona para referirnos a las mujeres que se han dedicado profesionalmente a asistir los partos tras haber recibido formación y después de obtener un título por parte del tribunal competente tras haber superado un examen.

CAPÍTULO 1

DE TEORÍA Y METODOLOGÍA

1.1. EN TORNO A LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS

Como es sabido el varón ha sido durante mucho tiempo el sujeto histórico por excelencia y, por analogía, las mujeres han sido incluidas en la generalidad en los documentos escritos. A pesar de que las periodizaciones admitidas por la historia tradicional no funcionaban cuando se tomaba en consideración a las mujeres y de que existían pruebas de que ellas habían influido directa o indirectamente en los acontecimientos de la vida pública, durante siglos fueron las eternas olvidadas (Morant, 2005) y hubo que esperar hasta finales de los años setenta del siglo XX para que, con el desarrollo de la segunda oleada del feminismo como movimiento social y político de transformación de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, se planteara la necesidad de intervenir en el discurso científico desde una perspectiva crítica y reflexiva sobre los modos de elaboración del saber. Surgieron diversos enfoques historiográficos que bajo el epígrafe de La historia de las mujeres (Hernández Sandoica, 2004) tenían el propósito de rescatarlas de la invisibilidad a la que habían estado sometidas, dotándolas de la relevancia que tenían como sujeto y como objeto histórico, en función de su peso demográfico y de su participación en el crecimiento y en el desarrollo de las sociedades de las que habían formado parte: “...no podrían añadir un suplemento a la Historia para que las mujeres pudieran figurar en el decorosamente? (Morant, 2005)”.

Fue a partir de la polémica suscitada por el ensayo filosófico de Simone de Beauvoir El segundo sexo, publicada en 1949, cuando se inicia el debate que culminaría con la construcción de la historiografía feminista. Beauvoir empezó cuestionando determinados presupuestos heredados de la Ilustración. Los historiadores del momento aceptaban de buen grado la doctrina roussoniana que afirmaba que las mujeres pertenecían por naturaleza al ámbito de lo privado y por ello estaban ausentes del mundo público y de la política. Ante el esencialismo determinista que justificaba la superioridad y el dominio del varón y el sometimiento de la mujer a causa de su biología, Beauvoir planteaba que habían sido las normas y leyes sociales, la cultura y el poder de los hombres, los que a través de los siglos habían puesto límites a su acción social y política, ubicándolas en una condición de subalternidad.

El otro tema que –a pesar del poco interés que suscitó entre los intelectuales de su tiempo– sería fundamental para las disciplinas humanistas es el de la construcción cultural e histórica de las identidades de los sujetos. Beauvoir negó que la vocación natural de la mujer fuera la maternidad y se opuso a los presupuestos del psicoanálisis que afirmaban que el hijo representaba para la madre lo mismo que el pene para el varón. También manifestó su disconformidad con el denominado instinto maternal apoyándose en testimonios de la literatura y en historiales clínicos. En ese sentido, treinta años después, la historiadora feminista E. Badinter realizó una investigación sobre el amor materno desde los siglos XVII al XX demostrando que no se puede hablar de instinto y sí de la influencia de los usos y las costumbres en cada momento histórico, que son los que marcan los comportamientos sociales (Badinter, 1981).

Los antecedentes de la historia de las mujeres hay que buscarlos, como sabemos, en la relación entre las diversas ciencias sociales, cuestionando planteamientos tradicionales sobre la consecución científica de la verdad. Se ha partido de los trabajos de la antropología social centrados en el estudio del otro –otras sociedades, otras culturas–, de la profundización en el tema de la familia, o de la historia de las mentalidades con su interés por el ámbito privado y por la vida cotidiana de las personas, tomando en cuenta su faceta individual y subjetiva. Surgieron las primeras intervenciones en cuanto al concepto de etnocentrismo, cuestionando la creencia generalizada en el mundo académico de la superioridad de los propios valores y creencias que había contribuido a la legitimación de la desigualdad entre poblaciones y grupos sociales1. En cuanto al debate historiográfico, las principales aportaciones realizadas por el feminismo han ido en el sentido de reformular dos términos: lo considerado político y lo tenido por cultural, admitiendo la subjetividad como mecanismo cognitivo y proponiendo una reescritura de la historia que incluya la reflexión profunda sobre el sujeto histórico consciente, como plantea Borderías (1990) (Hernández Sandoica, 2004, p. 36).

Otra aportación importantísima es la introducción del concepto de política dentro de la historia de las mujeres, superando los planteamientos antes comentados de “esferas separadas” en las cuales se situaban los conceptos binarios de sexo o política, familia o nación, mujeres u hombres, haciendo imposible una interpretación de los hechos relacional o multicausal. En ese sentido, nos sumamos a la reflexión de E. Hernández Sandoica cuando afirma que “la historia de las relaciones de género resulta ser por tanto la aplicación historiográfica de un planteamiento alternativo en las ciencias sociales” (2004, pp. 42-43). La utilización del término política se había realizado hasta entonces, casi exclusivamente, cuando se hablaba de la relación entre el feminismo y el sufragismo. Colaizzi afirma que hacer teoría del discurso de las mujeres es una toma de conciencia del carácter histórico-político de lo que llamamos realidad y, además, es “...un intento consciente de participar en el juego político y en el debate epistemológico para determinar una transformación en las estructuras sociales y culturales de la sociedad” (1990, p. 20). En definitiva, se trata de introducir las experiencias de vida y la subjetividad de las mujeres en la reflexión histórica con la misma categoría que las actividades públicas y políticas, sin olvidar la legitimidad que ha proporcionado el discurso científico, político o religioso a las actividades realizadas por los varones.

Desde el feminismo se planteó el paralelismo que se producía con la disciplina antropológica en cuanto al concepto de androcentrismo, que había generado una serie de sesgos relacionados con el sujeto que estudia –selección y definición del problema–, con la sociedad observada y, en tercer lugar, con las categorías, conceptos y enfoques teóricos utilizados en una investigación. Para resolver estos problemas se incluyó la perspectiva de las mujeres en dichas investigaciones, adoptando el género como categoría de análisis (Maquieira, 2001, pp. 128-129), procedente del debate feminista americano. Como sabemos, J. Scott (1990) definió el género como un modo de pensar y analizar los sistemas de relaciones sociales como sistemas también sexuales y una manera de señalar la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres: “...una construcción cultural y social que se articula a partir de las definiciones normativas de lo masculino y de lo femenino, la creación de una identidad subjetiva y las relaciones de poder tanto entre hombres y mujeres como en la sociedad en su conjunto” (Scott, 1990, p. 43).

Inmediatamente se presentó el problema de clarificar si existía una uniformidad que permitiera escribir una historia común de las mujeres, haciéndose necesaria la elaboración de un concepto de género que pusiera de manifiesto el carácter cultural y social de las diferencias sexuales, superando las explicaciones biológicamente deterministas y filosóficamente esencialistas (Morant, 2000, p. 295).

Coincidimos con quienes defienden que ello permitió avanzar en el camino para desvelar el origen de la construcción de las relaciones de poder y la desigualdad entre los sexos, así como para pensar los procesos por los cuales se había construido –y todavía se mantiene– la diferencia sexual y las formas cambiantes que ésta adopta, vinculando directamente lo personal y lo social, el individuo y la sociedad, lo material y lo simbólico, la estructura y la acción humana, situando la experiencia vivida en el centro mismo del orden cognitivo (Hernández Sandoica, 2004, p. 35).

La pregunta a resolver era, en nuestra opinión, ¿son tan marcadas las diferencias biológicas entre varones y mujeres que justifican los distintos papeles y responsabilidades que ambos desempeñan en la sociedad? Ya desde los clásicos se había argumentado que las diferencias entre los sexos –y entre las clases sociales– venían determinadas por la naturaleza. Este determinismo biológico ha sido reelaborado hasta nuestros días, tomando fuerza esta teoría a partir de los estudios de Darwin sobre el origen de las especies, justificando las diferencias genéticas como un mecanismo para adaptarse al medio. Tanto desde la biología como desde la psicología se han realizado críticas a la sociobiología, porque apoyándose en la selección natural se justifican algunos comportamientos que generan desequilibrios de poder entre las personas –xenofobia, homofobia, dominación masculina o estratificación social–. Como ha señalado la bióloga (Bleier, 1984) habría mayor justificación científica para explorar y tratar de entender la gran variedad entre los individuos que la engañosa supuesta diferencia entre los sexos. También desde la antropología, Verena Stolcke afirma que “el estudio tanto de la diversidad como de las semejanzas entre los seres humanos y las sociedades es una tarea irrenunciable” (Maquieira, 2001, p. 165).

La sociedad victoriana, en la cual las ideas de Darwin rompieron con siglos de superstición, fue la que se propuso crear un modelo de relaciones de género basado no en cómo eran las mujeres en la realidad, sino en cómo ellos, los hombres, consideraban que debían ser: el varón se tenía que desenvolver en el mundo público y la mujer en la esfera doméstica. Esta dicotomía que se pretendió universal y ahistórica en la experiencia vital de los seres humanos, ha sido criticada desde el feminismo por diversas autoras que desde la antropología plantean la toma en consideración del contexto, es decir, el conjunto de características ecológicas, históricas, sociales, económicas y culturales que combinadas de una manera particular, configuran las prácticas, los procesos y las relaciones sociales (Maquieira, 2001, p. 146). M. Rosaldo afirma que existe –contrariamente al supuesto modelo homogéneo y universal– una gran diversidad por cuanto hace a los papeles desempeñados por las mujeres y por los hombres, ya que en función de la sociedad observada son realizados por unas u otros. Sí que existe, sí que se constata, esta vez sí con carácter universal, que en todas las sociedades las actividades atribuidas a los varones gozan de mayor consideración que las efectuadas por las mujeres. De esa valoración diferenciada se deriva que sean ellos quienes detenten el poder y la autoridad (Maquieira, 2001, p. 148).

Esta división del trabajo que genera desigualdades solo tiene un hecho biológico incuestionable y es que tanto la gestación como el parto se producen en el cuerpo de la mujer. El que a partir del nacimiento de los hijos, la mujer se haya dedicado no solo a la alimentación y al cuidado de sus crías, sino que también –por extensión– al del resto de los miembros de la unidad familiar, es una construcción cultural y socialmente aceptada.

Del mismo modo que se elaboró la dicotomía entre el espacio público y el doméstico, este planteamiento se extendió hasta otros conceptos de manera binaria, con valoraciones positivas y negativas de los mismos en función de que representaran categorías que se asimilaban al varón o a la mujer. Nos referimos a los binomios cultura/naturaleza, trabajo/hogar, razón/sentimientos o producción/reproducción, como simplificaciones realizadas para representar la vida de los hombres y de las mujeres. Uno de los primeros planteamientos de la crítica feminista fue revisar cómo dichos dualismos formaban parte del esquema conceptual de la ciencia moderna y cuáles eran las posibilidades de modificar dichas herramientas conceptuales. En cuanto a las atribuciones otorgadas a la privacidad, cuando se refieren al mundo masculino hacen énfasis en la individualidad; por el contrario, cuando se habla de la privacidad femenina se refiere a todo lo contrario, una especie de negación de la propia individualidad para dedicarse a los demás.

Uno de los problemas derivados de los planteamientos dualistas ha sido la preeminencia otorgada a la producción sobre la reproducción, con la consiguiente devaluación e invisibilidad de las actividades realizadas por las mujeres, ya que éstas se han realizado principalmente en la esfera doméstica, donde no se intercambia un salario. Diversos trabajos como los ya citados de Maquieira y Borderías, o los de otras autoras, han cuestionado dichos modelos teóricos proponiendo una redefinición del concepto de trabajo a partir de las actividades y aportaciones sociales y económicas efectuadas por las mujeres, y no desde la lógica de los planteamientos hegemónicos.

Como avanzábamos al principio, desde los años setenta y ochenta del siglo XX se empezó a trabajar con el concepto de género, con el objetivo de desentrañar ese complejo proceso de construcción de la diferencia entre hombres y mujeres que la convierte, rotundamente, en desigualdad. En un primer momento la tendencia que se siguió estaba relacionada directamente con los procedimientos de la historia social (Bolufer, 1999, pp. 531-550), haciendo énfasis en aquellos aspectos tradicionalmente significativos en las vidas femeninas como la maternidad o el parto, el trabajo y la riqueza o la pobreza, procesos entre los cuales discurrían sus vidas. Posteriormente, las historiadoras reconocerían el valor de las fuentes narrativas donde se escribía sobre lo que eran y lo que debían ser las mujeres, casi siempre por manos masculinas. También se rastreó en la literatura, incluso la considerada menor, como es el género epistolar donde se encontró la palabra de algunas mujeres. Se investigaron pequeños documentos relacionados con la vida privada y documentos judiciales donde algunas mujeres planteaban sus quejas ante los abusos de las autoridades, de sus maridos o de sus familias (Morant, 2005, p. 11). El análisis de estos textos ha puesto de manifiesto que las mujeres no siempre fueron críticas con el pensamiento y las actitudes que las sometían. Sin embargo, se ha podido reconocer que en muchos casos trataron de modificar las cosas a su favor, actuando desde los espacios que les eran más favorables como la casa, la familia, la religión o la educación de otras mujeres.

El siguiente paso consistió en distinguir entre sexo y género, ya que esta nueva dualidad se derivaba de otra más amplia: naturaleza y cultura, con la pretensión de trasladar a las mujeres desde el eterno mundo de la naturaleza al otro más elaborado de la cultura, del cual eran sujeto y objeto al mismo tiempo. Se define el sexo como el conjunto de características genéticas, hormonales, genitales y cromosómicas que se visualizan en los cuerpos de las personas. El término género se utilizó para detallar la construcción cultural de lo femenino y lo masculino2 (Hernández Sandoica, 2004, p. 40) (Bock, 1991, p. 51). En ese sentido, es fundamental la aportación de la antropóloga feminista Gayle Rubin, que ya en 1975 publicó un artículo que ha servido de referencia en posteriores teorizaciones feministas, en el cual afirmaba que entre los hombres y las mujeres son muchas más las similitudes que las diferencias, por tanto, “la idea de que hombres y mujeres son dos categorías mutuamente excluyentes debe surgir de algo diferente a una oposición natural inexistente” (Rubin, 1986, pp. 95-145).

Coincidimos con las autoras que plantean que al utilizar el género como categoría analítica se hace necesario dividir el concepto en diversos componentes para dotarlo de operatividad y, posteriormente, entender las relaciones entre los mismos. Dentro de la categoría género, entendida como un proceso multifactorial, formarían parte conceptos como la división del trabajo, que consiste en una asignación estructural de tipos particulares de tareas a categorías particulares de personas; la identidad de género, entendida como el complejo proceso elaborado a partir de las definiciones sociales y las autodefiniciones de los sujetos; las atribuciones de género, que se refieren a los criterios sociales, materiales y/o biológicos que las personas de una determinada sociedad utilizan para identificar a los hombres y las mujeres a partir del conocimiento de las diferencias anatómicas; las ideologías de género, que se definen como sistemas de creencias que explican cómo y por qué se diferencian los hombres y las mujeres; símbolos y metáforas culturalmente disponibles que son representaciones simbólicas y a menudo contradictorias; normas sociales, entendidas como expectativas ampliamente compartidas que prejuzgan la conducta adecuada de las personas que ocupan determinados roles sociales. Otro elemento a tener en cuenta son las instituciones y organizaciones sociales en las cuales se construyen las relaciones de género, como la familia, el mercado de trabajo, la educación y la política, que son capaces de crear normas de comportamiento que se transmiten de una generación a otra.

En el ámbito de la sanidad uno de los conceptos más interiorizados es el de estereotipo. Un estereotipo de género es una creencia u opinión, sin base científica, según la cual algunas actividades, profesiones o actitudes son más propias de un sexo o del otro. Uno de los estereotipos más generalizado en el sistema sanitario es aquél según el cual las mujeres se dedican a cuidar mientras que los hombres se centran en la tarea de curar. La jerarquización en las instituciones sanitarias recuerda el reparto de papeles en la familia tradicional, donde el maridovarón –y en este caso médico–, es quien toma las decisiones y la esposa-mujer –y en nuestro ejemplo enfermera o matrona–, tiene una posición subalterna. Subyace una concepción evidente, que atribuye al sexo masculino el dominio de la técnica y de la ciencia, mientras que las mujeres cuentan con una serie de destrezas y capacidades innatas que las convierten en mejores cuidadoras. La presencia o la ausencia de las mujeres en puestos de responsabilidad en el ámbito de la salud está asociada a varios factores, entre los que cabe destacar uno que está relacionado con otro de los estereotipos de género: el que niega la capacidad de ejercer autoridad a las mujeres. La autoridad es una cualidad que se vincula con lo masculino –tal y como hemos argumentado anteriormente– mientras que, tradicionalmente, el papel de las mujeres ha sido asociado al de la sumisión. Tanto es así que –a la hora de acceder a responsabilidades de dirección– a las mujeres se les exige mayor demostración de conocimientos, saberes y habilidades profesionales que a sus compañeros hombres.

Además, el peligro de naturalizar el cuidado como algo propio del sexo femenino es que se tiende a percibir el cuidado como algo vinculado a lo doméstico aunque se desarrolle en el contexto hospitalario. La propia naturalización de los cuidados implica una desvalorización de éstos, ya que lo natural es innato, no conlleva esfuerzo y, por lo tanto, no es valorado.

Finalmente, la categoría más trascendental de la que vamos a ocuparnos en este texto es la del prestigio, entendido como un valor y un reconocimiento otorgado a partir de las relaciones sociales que, en contadas ocasiones, tiene una relación directa con el poder material.

Este último concepto es de especial relevancia en el caso de uno de los oficios realizados tradicionalmente por mujeres. Nos referimos al hecho más trascendente para el mantenimiento de la especie, como ha sido desde tiempos inmemoriales la asistencia a las mujeres en el momento de su parto. Este trabajo ha sido durante siglos, doblemente devaluado; en primer lugar, sencillamente, por ser realizado por mujeres y en segundo lugar por ser un trabajo manual. Sin embargo, fue a partir del siglo XVII, con la llegada de los cirujanos –varones– al mundo de la obstetricia, cuando ésta se convirtió en un trabajo de enorme prestigio porque la dirección del mismo iba a ser ostentada por varones y porque ellos iban a aportar el conocimiento científico que, como sabemos, hasta el siglo XX estuvo monopolizado por éstos.

Es verdad que desde los albores del siglo XX la situación empezó a cambiar, y las mujeres comenzaron a ganar tímidamente cierto espacio en el ámbito público, especialmente de la mano de las valerosas mujeres republicanas y laicistas. No lo es menos que siguieron encontrando muchas resistencias incluso entre sus correligionarios varones, algunas fundamentadas en las barreras que se alzaban para la autonomía de las mujeres en tanto que tradicionalmente se las consideraba muy influenciables por la Iglesia Católica. Sin embargo, como dice Ana Aguado, esta prevención nacía de cuestiones más profundas, ya que entroncaban: “en la ancestral misoginia patriarcal, y en sus discursos y mecanismos de control social, de los cuales no estaban exentos ni mucho menos los republicanos” (Aguado, 2002, p. 107).

Con el siglo XX, también a partir de la primera década –como veremos más adelante–, las mujeres matronas comenzarán a tener un espacio de mayor visibilidad tanto en el ámbito de la formación académica como en el del reconocimiento profesional. Hablamos de cambios suaves pero significativos, siempre –eso sí– desde una concepción definida por la necesaria tutela de los hombres médicos.

1.2. ANDROCENTRISMO, GÉNERO E INVESTIGACIÓN EN HISTORIA DE LA CIENCIA

La construcción de la ciencia moderna a lo largo de los siglos XVII y XVIII se sustentó en una epistemología positivista que propugnaba la objetividad absoluta, la neutralidad axiológica y la voluntad de independencia de cualquier contexto social o político. Como sabemos, sin embargo, no existe tal objetividad libre de discrepancias o influencias.

En materia de salud, el papel ejercido durante siglos por la Iglesia como generadora y guardiana de las verdades incuestionables pasó, poco a poco, a detentarlo la emergente ciencia médica cuyas recomendaciones y criterios llegaron a convertirse –en tanto que nuevos paradigmas objetivos– en los dogmas de estricta observancia para los ciudadanos.

El androcentrismo tiene una especial incidencia en las ciencias que tienen como objeto de estudio al ser humano. Al identificar lo humano con lo masculino las mujeres quedan fuera de su campo de estudio, a excepción de los aspectos reproductivos. Por otra parte, como en cualquier otra rama de saber, en las ciencias de la salud se invisibiliza la aportación de las mujeres que ha sido enorme y constante a lo largo de la historia, tanto en la praxis cotidiana como en los saberes acumulados a través de la misma.

Somos conscientes de las limitaciones que en ocasiones se han derivado de una utilización poco crítica del género como categoría de análisis: uso del término género en lugar de mujeres o sexo; hacer referencia a los dos géneros, masculino y femenino, reforzando las dicotomías y los roles asignados al hombre y a la mujer; hablar de las relaciones de género queriendo significar relaciones de complementariedad olvidando en el discurso el componente jerárquico que de ellas se deriva; usar la palabra género en lugar de feminismo como estrategia de despolitización; o, por acabar aquí, la tendencia a desligar la perspectiva de género de otras categorías como clase, etnia o raza3. Estos errores, no obstante, han permitido avanzar hacia una re-conceptualización o re-definición del mismo.