De vuelta en sus brazos - Soraya Lane - E-Book
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De vuelta en sus brazos E-Book

Soraya Lane

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Beschreibung

Debía recuperarla a toda costa Aparentemente, Daniel y Penny Cartwright lo tenían todo: una casa bonita, una hija maravillosa, exitosas carreras militares y un matrimonio sólido como una roca. Pero Daniel cometió un grave error que sacudió con fuerza los cimientos de su matrimonio. Tenía que actuar con rapidez para superar sus problemas y no perder para siempre a su esposa. Decidió por eso que iba a aprovechar la semana que Penny tenía de permiso para llevar a cabo una misión casi imposible, la de recuperar a su mujer y conseguir que volviera a enamorarse de él.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Soraya Lane. Todos los derechos reservados.

DE VUELTA EN SUS BRAZOS, N.º 2504 - abril 2013

Título original: Back in the Soldier’s Arms

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3033-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

–¡MAMI!

El grito resonó en la sala de llegadas del aeropuerto.

Penny Cartwright tiró su bolsa sin importarle dónde caía y fue corriendo hacia esa voz, tan deprisa como si sus pies tuvieran alas.

–¡Gabby! –exclamó ella–. ¡Gabby!

Su hija se coló por debajo de la barrera que las separaba. Sus rizos castaños se agitaban en el aire mientras corría hacia ella con una sonrisa tan grande que le llegó al corazón.

–¡Mamá! –gritó con más fuerza aún.

Penny se olvidó en ese instante de todo lo demás. El aeropuerto estaba abarrotado, todo el mundo hablaba a su alrededor y una voz anunciaba otros vuelos por megafonía. Se agachó y se puso de rodillas en el suelo. Abrió los brazos para recibir a su hija y la abrazó con fuerza.

–¡Mami! ¡Mami!

Inhaló el aroma de la niña, cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran sobre su suave cabello.

–Estoy aquí, cariño. Ya estoy en casa.

–Me haces daño –se quejó la pequeña.

Aflojó un poco el abrazo y sonrió. No podía dejar de llorar, pero eran lágrimas de felicidad.

–¿Sabes qué? –le dijo a la niña–. Estás más bonita aún que la última vez que te vi.

–¿No tienes una foto de mí en el trabajo?

Penny suspiró. Siempre le había dicho a su hija que lo suyo era solo un trabajo, no quería que se preocupara ni supiera lo peligrosas que eran esas misiones en el extranjero.

–Me dormía cada noche con tu foto a mi lado –le dijo–. Me acuerdo de ti todos los días, cariño.

–Yo también –repuso Gabby mientras volvía a abrazarla.

Le encantó verla tan feliz. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Esa niña hacía que merecieran la pena las largas horas de vuelo, aunque solo fuera a pasar allí una semana.

–Hola, Penny.

Se quedó sin aliento al oír su voz y siguió abrazando a la niña. Poco después, soltó a Gabby.

–Hola, Daniel –repuso mientras se ponía en pie.

Ese aspecto de la vuelta a casa era el que menos le apetecía. Habría preferido seguir abrazando a la niña y no pensar en nada más, pero no podía ignorar a Daniel.

Lo miró entonces, miró a su marido.

No había cambiado nada. Seguía teniendo el mismo pelo fuerte y brillante, una incipiente barba y el hoyuelo en su mejilla derecha.

–Me alegra tenerte de vuelta en casa, Penny –le dijo Daniel.

Penny sonrió. Recordó que estaba allí por Gabby y que tenía que ser fuerte.

–Y a mí estar de vuelta –respondió ella mirando a su hija–. Te he echado tanto de menos…

No podía olvidar que la niña no sabía nada ni quería que fuera consciente de ello.

Nerviosa, se pasó las manos por los pantalones vaqueros. Era extraño llevar esa ropa después de tanto tiempo con el uniforme del ejército.

–¿No vas a abrazarla, papá? –le preguntó Gabby a su padre.

Se quedó sin aliento al oír su pregunta y se dio cuenta de que era normal que lo sugiriera.

–Por supuesto –repuso Daniel con decisión–. Te hemos echado mucho de menos.

Daniel dio un paso hacia ella, parecía algo incómodo. Sabía que Gabby los observaba.

La verdad era que ella también los había echado de menos.

Él la abrazó con suavidad y le dio un beso en la mejilla. Penny tuvo que hacer un gran esfuerzo para abrazarlo también. Era muy difícil. Le habría encantado poder dejarse caer entre sus brazos y olvidar lo que había pasado, pero era imposible y se apartó enseguida.

Penny miró a Gabby y vio que sonreía contenta.

–¿Nos vamos a casa? –les sugirió Daniel.

–Claro, vamos –repuso ella.

Daniel se agachó para tomar su bolsa de viaje, pero ella lo detuvo fulminándolo con la mirada. Lo había abrazado para que Gabby no sospechara nada, pero no podía fingir que todo estaba bien entre ellos. Recogió su propia bolsa con cuidado de no rozar la mano de Daniel. Vio que había dolor en sus ojos, pero prefería no pensar en ello. Ella también sufría.

–Vamos –dijo ella mientras se colgaba la bolsa al hombro.

Gabby le dio la mano. Le encantó sentir su calor.

–¿Papá? –llamó a su padre mientras le ofrecía la otra mano.

Daniel se apresuró a alcanzarlas para tomar la mano de Gabby. La niña se rio y aprovechó que la tenían sujeta para columpiarse en el aire. Miró entonces a Daniel y estuvo a punto de sonreírle emocionada al ver lo contenta que estaba Gabby, pero se detuvo a tiempo.

Ese era el tipo de cosas que siempre habían hecho, el tipo de familia que solían ser. Y no sabía si iba a ser capaz de seguir fingiendo durante mucho tiempo.

Daniel le había roto el corazón y no creía que pudiera llegar a perdonarlo.

–¿Cuánto tiempo vas a estar en casa, mamá?

Le dedicó una sonrisa valiente a la niña.

–No lo suficiente, cariño. No lo suficiente.

A Daniel Cartwright le gustaba caminar detrás de Penny porque no podía dejar de mirarla.

Le encantaba la curva de su espalda, el vaivén de su cuerpo mientras se movía y la dulzura de su expresión cuando miraba a Gabby. Era una mujer fuerte y mantenía la espalda recta en todo momento. Su melena, larga y oscura, le caía sobre los hombros como una cortina de seda. La había echado mucho de menos.

Siempre se había imaginado que ese día sería diferente. Había soñado con abrazarla mientras lo miraba con una gran sonrisa de felicidad. Así había sido la última vez, después de que los dos terminaran sus misiones. Y sabía que, si no hubiera cometido un grave error, habría podido tener esa vez el mismo tipo de rencuentro con Penny.

–¿Dónde está el coche?

La voz de su esposa lo devolvió a la realidad. Ya estaban en el aparcamiento.

–Un poco más allá –repuso mientras señalaba con el dedo.

Intentó que ella lo mirara para sonreírle, pero Penny parecía estar evitándolo.

–Mamá, ¿has venido para quedarte para siempre?

Daniel sintió que el corazón le daba un vuelco.

–Cariño, ya hemos hablado de esto otras veces –le dijo él a su hija.

Penny lo miró entonces, como si no quisiera tener que responder a su hija ella sola. O quizás no quisiera tener que decirle nada en absoluto.

–¿Recuerdas lo que te conté? –le preguntó a Gabby mientras se agachaba frente a ella–. Está aquí para celebrar tu cumpleaños. Pasará una semana en casa, pero después tiene que irse.

–¿Por qué? –preguntó Gabby con voz temblorosa.

–Es mi trabajo. Tengo que ir. Pero te prometo que solo será una vez más –le aseguró Penny a la niña acariciándole el pelo–. Después volveré y me quedaré en casa contigo para siempre. Daniel la miró y sus ojos se cruzaron un segundo, antes de que Penny apartara la mirada.

No era la primera vez que le decían algo así a la niña. Pero el Ejército había alargado el contrato de Penny y tenía que servir unos meses más en el extranjero.

–Mamá tiene un trabajo importante –le explicó él a Gabby–. Trabaja para este país, ¿recuerdas lo que te conté? Ella, como muchos otros valientes, hace que estemos a salvo.

Gabby asintió con la cabeza, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Penny lo miró de reojo, como si no quisiera seguir hablando de ello, pero él no se detuvo.

La niña no sabía exactamente qué era lo que hacía su madre, pero él no había podido ignorar sus preguntas, había tenido que decirle algo sin llegar a contarle que su madre era militar.

–Así que cuando mamá no está, hay que ser valiente. Aunque yo también la echo de menos, es una mujer muy importante. Hay muchas otras personas que también la necesitan.

Gabby lo abrazó entonces y se echó a llorar.

Penny los miraba con gesto de dolor, como si tuviera el corazón roto en mil pedazos.

Le entraron ganas de disculparse. Se sentía culpable de estar abrazando a Gabby cuando sabía que Penny estaba deseando tocar y sostener a su hija.

Pero no quería volver a decirle que lo sentía, cuando lo dijera de nuevo, quería que fuera de verdad y no pensaba detenerse hasta que Penny viera que hablaba en serio.

El trayecto en coche se le hizo más corto de lo que esperaba. Afortunadamente, Penny había decidido sentarse en el asiento trasero junto a Gabby para charlar con la pequeña. Él se limitó a concentrarse en la carretera. Aun así, miró de vez en cuando la imagen que reflejaba el espejo retrovisor. Una imagen normal y cotidiana que nada tenía que ver con la realidad que estaban viviendo.

Penny ayudó a Gabby a bajar del coche y dejó que Daniel se encargara de su bolsa de viaje. No soltó la mano de la niña, le encantaba oír lo que le contaba. Parecía muy feliz y le gustó ver que no era consciente de la tensión que había en el ambiente. En cuanto entraron, Gabby soltó su mano y echó a correr por el pasillo.

Era una sensación muy extraña estar de nuevo en casa, como si no fuera totalmente su hogar.

–Me alegra tenerte de nuevo en casa, Penny.

Se volvió al oír las palabras de Daniel.

–A mí también me gusta estar aquí.

–A Gabby le emocionó tanto saber que ibas a estar en su fiesta de cumpleaños…

Penny se acercó a la mesa de la cocina. Vio la tarta y sonrió.

–Dora Exploradora, ¿eh? –murmuró.

Daniel se le acercó y ella tuvo que contenerse para no apartarse.

–Sí, es su personaje favorito ahora mismo –repuso Daniel.

Le dolía no saber ese tipo de cosas, no solían hablar de ello cuando la llamaba y sabía que se estaba perdiendo el día a día de su hija.

–Es una tarta preciosa –dijo ella–. Creo que yo habría elegido la misma, Daniel.

Se quedaron en silencio. Ella seguía con la mirada perdida en la tarta.

–Penny, ¿quieres que me vaya de casa mientras estés aquí? –le preguntó Daniel.

Le sorprendió su ofrecimiento. Lo cierto era que no había pensado en lo que iban a hacer.

–Tal vez… –murmuró ella con algo de inseguridad.

–Ya le he dicho a Tom que a lo mejor me quedaba a dormir en su casa, si quieres.

–Puede que sea lo mejor –le dijo tratando de mantener la calma.

–Claro –repuso él con algo de frialdad.

Todo era muy complicado y difícil. Daniel asintió con la cabeza, pero vio que parecía desinflado y decepcionado.

Quería mirarlo a los ojos y abofetearlo. Tenía tanta rabia acumulada que tenía que soltarla, pero no sabía por dónde empezar y no era el momento más adecuado con Gabby en la casa.

–Me quedaré un rato más antes de irme –le dijo él.

Le dirigió media sonrisa. Mientras estuvieran en casa con su hija, tenían que ser civilizados.

–¿Quieres un café?

–Sí, gracias –repuso ella–. ¿Ya lo has preparado todo para el sábado?

–Tan preparada como puede estar una fiesta para niños de cinco años –repuso Daniel riendo.

–¿Puedo hacer algo para ayudar?

Lo miró a los ojos entonces y se quedó unos segundos ensimismada. No apartó la mirada. Algo dentro de ella se movió, aunque solo duró un segundo.

Tragó saliva y bajó la mirada. No quería tener que pensar en lo que había sentido. Aunque sabía muy bien lo que era.

Era amor.

Por mucho daño que le hubiera hecho, por mucho que le doliera, aún amaba a Daniel. Y creía que nunca iba a dejar de hacerlo.

–Penny, yo...

Ella negó con la cabeza.

–No, Daniel. No lo hagas, ¿de acuerdo? –lo interrumpió ella.

–Penny, por favor...

–¡Mamá!

La voz de Gabby rompió el momento. No estaba preparada para tener esa conversación. Era demasiado pronto.

–Ya voy, cariño –le contestó a su hija mientras salía de la cocina sin mirar atrás.

Había hecho ese viaje para estar con su hija. No tenía tiempo para reflexionar sobre lo que había pasado. Era el cumpleaños de Gabby y solo quería pensar en la niña. En nada más.

Por mucho que estuviera sufriendo por dentro.

Daniel se quedó observando a Penny mientras salía de la cocina. Apretó con fuerza la taza de café humeante que sostenía entre las manos.

«Lo siento, lo siento mucho y no sé cómo voy a demostrártelo», se dijo entonces.

Eso era lo que había querido decirle antes de que la llamara Gabby.

Ya se lo había dicho por teléfono, pero quería mirarla a los ojos y decírselo a la cara. Aunque no consiguiera nada, tenía que hacerlo para que ella viera que hablaba en serio.

Pero se quedó donde estaba, viendo cómo se alejaba por el pasillo hacia la habitación de su hija. Era su esposa, pero sentía que se le escapaba de las manos. Se veía impotente para arreglar la situación.

–¡Papá! –lo llamó Gabby entonces–. ¡Ven!

Fue al dormitorio de la niña. Se las encontró sentadas en la cama y rodeadas de juguetes. Penny y él se miraron unos segundos a los ojos. Habría hecho cualquier cosa por poder pasar así todo el día, mirándola y prometiéndole que todo iba a cambiar. La quería con todo su corazón, pero no podía decir nada. Además, sabía que Penny no quería oírlo.

–¿Le estás enseñando tus juguetes a mamá? –le preguntó a la pequeña.

–Sí, no había visto los nuevos –repuso Gabby.

Daniel entró despacio y se sentó en la cama.

–Por eso tienes que contarle más cosas a mamá cuando no está y te llama.

–¡Pero ahora ya está en casa!

Vio que Gabby se aferraba a la idea de que su madre estaba de vuelta para quedarse.

–Recuerda que ya hemos hablado de esto, cariño –le dijo–. Solo estará una semana.

Gabby bajó la cabeza y acarició la muñeca que tenía en su regazo.

–¿Quieres jugar conmigo? –le preguntó a su madre mientras la miraba con timidez.

–Me encantaría –repuso Penny.

Salió de la habitación y las dejó solas. Había visto lágrimas en los ojos de su mujer. Le habría encantado quedarse allí con ellas, pero sabía que era mejor darle un poco más de espacio a Penny. Además, tenía que llamar a Tom y decirle que iba a dormir en su casa.

Una vez más, lamentó su error. Si pudiera volver atrás en el tiempo, cambiaría de un plumazo la decisión que lo había trastocado todo. Pero, aunque sabía que iba a ser difícil, seguía creyendo en ellos dos, en el poder de su amor y en la fuerza de su matrimonio.

Tenía un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos.

Él nunca lloraba, no recordaba cuándo lo había hecho por última vez. Pero solo tenía seis días para conseguir que Penny volviera a enamorarse de él y pensaba aprovecharlos.

Porque amaba a su esposa y no iba a rendirse sin luchar.

Capítulo 2

PENNY salió del dormitorio de la niña con una mezcla de emociones. No sabía si reír o llorar.

Le encantaba estar de vuelta en casa, pero era doloroso. Nunca se había arrepentido de sus cuatro años de servicio, el Ejército le había dado mucho. Pero, después de pasar la tarde con Gabby, se dio cuenta de lo mucho que se estaba perdiendo.

Entró en el salón. Daniel estaba en el sofá viendo un partido de fútbol.

–¿Dónde está Gabby? –le preguntó mientras apagaba el televisor.

Entró y se sentó en un sillón frente al sofá.

–Se quedó dormida mientras le leía un cuento y la he dejado descansar. ¿He hecho bien?

–Sí, necesita dormir. Anoche estaba tan emocionada que no se quería ir a la cama y esta mañana se levantó en cuanto amaneció.

–Yo también estoy agotada –le dijo ella bostezando–. Han sido veinticuatro horas muy largas.

Daniel sonrió y se apoyó en el respaldo del sofá. Parecía un poco más relajado.

–Aún recuerdo mi último viaje de vuelta. Se hace eterno, pero merece la pena, ¿verdad?

Se miraron a los ojos sin decirse nada, aunque tenían mucho de lo que hablar.

–¿Lo echas de menos? –le preguntó ella.

–Sí –repuso Daniel con sinceridad–. Pero creo que ha valido la pena renunciar a ello.

–Me encanta lo que hago, Daniel, pero me parece injusto –murmuró ella–. Sé que el Ejército pagó mis últimos tres años en la universidad, pero creo que ya he cumplido con ellos.

–Lo sé.

Suspiró y trató de relajarse. Sabía que no tenía sentido darle más vueltas. El Ejército tenía derecho a extender su contrato, pero ya solo tenía que terminar esa misión y podría por fin volver a casa. Debía concentrarse en el tiempo que le quedaba y no pensar más en ello.

–Bueno, no hablemos de eso –le dijo ella para cambiar de tema–. ¿Cómo va tu trabajo?

–Bien, pero no es lo mismo. Sigo haciendo algunos trabajos para el Ejército, pero es duro a veces ver a los compañeros. Cuando los veo preparados para sus misiones…

–Te duele verlos volar mientras tú te quedas en tierra arreglando los helicópteros, ¿no?

–Así es. Mientras yo hago de mecánico, ellos vuelan en los Seahawks –repuso con amargura.

Se quedaron en silencio, sin mirarse a los ojos.

–No es que me queje –se apresuró a añadir Daniel–. Pero, no sé… Es muy distinto.

–Pero es lo que siempre habíamos planeado, ¿no? –comentó ella.

Habían decidido que él iba a pasar ocho años en la Marina mientras ella acababa sus estudios a través del programa de becas que tenía el Ejército. A cambio, iba a tener que servir durante cuatro años. Lo que no había esperado era tener que irse al extranjero ni que extendieran su contrato más aún.

–Sí. Yo iba a ser mecánico de helicópteros y tú fisioterapeuta con tu propia clínica. Queríamos una casa con un gran jardín y quizás otro hijo en camino.

Se quedó sin aliento al escuchar sus palabras. Le estaba recordando lo que habían sido sus sueños, algo de lo que siempre habían hablado.

–Penny...

–No, Daniel, no lo hagas –le pidió ella.

–Te lo debo –insistió Daniel–. Por favor.

–Lo que me debes es fidelidad –replicó ella sin poder contener la ira ni el dolor.

No podía quitarse de la cabeza lo que le había hecho. Deseaba más que nada que todo volviera a la normalidad y olvidarlo, pero no lo creía posible.

–No quiero hablar de ello ahora mismo –le dijo ella.

Daniel cerró los ojos unos segundos. Cuando los abrió de nuevo, la miró con una tristeza enorme. Había mucho dolor en su mirada.

–Penny, te quiero tanto… –susurró él sin dejar de mirarla–. Sé que no me crees, pero siento muchísimo lo que hice. Si hubiera alguna manera de hacerte entender que no significó nada para mí, que fue la peor decisión de mi vida…

Penny se puso de pie entonces y pasó junto a él. Se apartó para que Daniel no pudiera tocarla con la mano que extendía hacia ella. Eso no habría podido soportarlo.

–La confianza era todo lo que teníamos y lo echaste todo a perder, Daniel.

No podía mirarlo a la cara, no quería que viera sus lágrimas. No dejaba de pensar que ella pudiera tener parte de la culpa, que su trabajo fuera parte del problema.

–No era todo lo que teníamos, Penny –repuso Daniel en voz baja–. Tenemos a Gabby.

–Sí, ella es lo más importante, Daniel. Y sé que eres un gran padre, eso no ha cambiado.

Decidió no decirle lo que pensaba de él como marido. Le había hecho mucho daño.

–Lo siento, Penny. No sé cómo decírtelo ni qué hacer. Pero lo siento y te quiero.

–Yo también lo siento, Daniel –contestó ella mirándolo fijamente a los ojos–. Puedo perdonar, pero no puedo olvidar y no sé si alguna vez seré capaz de hacerlo.

No podía olvidar que había estado con otra mujer, que sus manos habían tocado la piel de otra, que sus labios habían besado otra boca.

–No sé qué más decir para que sepas lo importante que eres para mí y cuánto te quiero.

–¿Podemos dejarlo, por favor? Solo quiero que finjamos ser una familia feliz durante el cumpleaños, que nos tratemos con respeto y sigamos siendo los padres que ella merece tener.

–¡Papá!

Daniel hizo ademán de levantarse, pero ella se adelantó.

–Deja que vaya yo –le pidió–. No quiero volver a hablar del tema con Gabby cerca.

Daniel no parecía estar muy convencido. Le dio la impresión de que tenía mucho que decir.

–Es tu decisión, Penny.

Fue al dormitorio de la niña con lágrimas en los ojos y tratando de tranquilizarse.

Después de lo que había vivido en el Ejército, de todo lo que había visto y experimentado, le parecía increíble que le resultara aún más difícil enfrentarse a esa situación en su casa. Pero nada se podía comparar con lo que estaba sintiendo.

Su corazón se estaba rompiendo en mil pedazos y creía que no había nada que pudiera hacer al respecto. No sabía cómo arreglarlo.

–¡Quie-quiero a papá!

Daniel entró en la habitación y vio que Penny parecía muy afectada.

–Cariño, ¿por qué no dejas que te ayude mamá? –le sugirió a Gabby.

–¡No! ¡Te quiero a ti! –insistió la pequeña.

Lo último que necesitaba en ese momento era una rabieta de Gabby. Llevaba portándose muy bien varios meses, hacía mucho que no la veía así de enfadada.

–Bueno, voy a preparar la cena –murmuró Penny con voz triste.

–No, quédate –le pidió él–. ¿Puede mamá quedarse y ayudarnos? –le sugirió a la niña.

Gabby se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza.

–Estupendo –repuso él.

Se acercó al armario y echó un vistazo a la ropa de Gabby.

–¿Una camiseta rosa? –le preguntó a la niña mientras la miraba de reojo.

–La que tiene cositas brillantes –repuso Gabby sin dejar de hacer pucheros.

Daniel se echó a reír y vio que Penny lo miraba con el ceño fruncido.

–Ven aquí –le dijo.

Penny se acercó a él con algo de inseguridad.