Flechazo de amor - Soraya Lane - E-Book

Flechazo de amor E-Book

Soraya Lane

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Cómo podía ganarse su corazón? Tom Cartwright, Navy SEAL retirado, trataba de adaptarse de nuevo a la vida civil. Su pequeña sobrina era el único rayo de luz que brillaba en su vida, y por eso accedió a visitar su clase. La profesora Caitlin Rose ya se había llevado unas cuantas decepciones. En otro tiempo era ella quien bailaba sobre el escenario, pero ahora enseñaba a otros a hacerlo. Había aprendido de la manera más dura que solo podía confiar en sí misma. Sin embargo, en cuanto Tom la miró con esos enormes ojos marrones, supo que estaba perdida. ¿Cómo atravesar ese grueso muro que protegía al soldado?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 181

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Soraya Lane. Todos los derechos reservados.

FLECHAZO DE AMOR, N.º 2510 - mayo 2013

Título original: The Navy Seal’s Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3072-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

TOM Cartwright estaba sentado con la cabeza entre las manos. El pasillo le resultaba extrañamente familiar, le llevaba a otra época, cuando no era más que un niño. Cuántas veces había tenido que esperar junto a la puerta del despacho del director… Cuánto tiempo había pasado allí, buscando una buena excusa para evitar el castigo.

Contuvo un suspiro.

El despacho del director podía ser mejor que una habitación llena de niños de seis años. ¿Cómo le habían convencido para hacer algo así?

–¿Tío Tommy? –la voz de Gabby, dulce e inocente le sacó de sus pensamientos.

Estaba parada junto a la puerta, a unos pocos metros de distancia. Fue hacia él dando saltitos y le tiró del brazo. Su manita pequeña parecía diminuta sobre aquellos bíceps.

–Vamos.

Así le habían convencido.

Tom le dio un beso en la frente a la niña y se puso en pie. La pequeña ni siquiera le llegaba a la cintura, pero hizo todo lo posible por rodearle con el brazo de todas maneras.

–Pareces triste –le dijo, mirándolo con unos ojos tiernos.

Él quiso convencerla de lo contrario esbozando una sonrisa.

–¿Estás segura de que quieres que haga esto?

Gabby puso los ojos en blanco.

–Eres mucho más emocionante que papá y mamá. Les he hablado mucho de ti.

Tom buscó su manita y la siguió hasta la clase. Trató de no reírse. Si hubiera sabido lo que estaba diciendo…

–Gabby, tu madre era soldado. Ahora está retirada. Y tu padre era piloto de helicópteros de la Marina.

Gabby le restó importancia a sus palabras. Se encogió de hombros.

Después de tantos años de silencio sobre su profesión, después de tanto proteger su identidad, para no poner a nadie en peligro, estaba a punto de dirigirse a una clase llena de niños. Iba a contarles lo que había hecho, lo que solía hacer. Y todo porque una niña que ni siquiera le llegaba a la cadera le había pedido que lo hiciera.

Pero ya no tenía por qué guardar tanto silencio. Era libre para hablar de las cosas que había hecho en otra época, pero no podía hablar de todas.

Se inclinó hacia delante y abrió la puerta. Dejó entrar a la niña primero.

Al mirar a su alrededor, contuvo el aliento. Miró a todos esos pequeños, sentados en la alfombra, esperando, jugueteando…

–¿Qué se dice?

Tom se volvió para ver de dónde provenía la voz.

«Oh…», pensó para sí.

La joven que estaba tras el escritorio le había pillado por sorpresa. Sin duda debía de estarle sonriendo a otro…

–Buenos días, señor Cartwright –dijeron los niños.

Gabby todavía le sujetaba la mano. Se la apretaba como si tratara de exprimirla.

Todos los niños lo miraban fijamente, con las piernas cruzadas sobre la alfombra, llenos de curiosidad.

–Ah… Buenos días –dijo él.

Se volvió hacia la clase un momento, pero enseguida volvió a mirar a la chica. Llevaba el pelo recogido en una coleta un tanto despeinada. Los mechones, casi negros y ondulados, se rizaban más al final. Sus ojos, de color azul verdoso, parecían sonreír por sí solos.

Tom apartó la vista. No estaba acostumbrado a distraerse tan fácilmente.

–Gracias por venir, señor Cartwright –dijo la joven. Su voz era cálida, acogedora–. Gabriella nos ha hablado mucho de usted y de su trabajo.

En ese momento fue Tom quien se puso nervioso. Nunca le había gustado hablar de su trabajo.

–Usted debe de ser la profesora de Gabby, ¿no? –le preguntó, aunque la respuesta fuera evidente. Necesitaba decir algo.

La chica volvió a esbozar esa sonrisa de oro.

–Soy la señorita Rose.

Fue hacia él y lo tocó en el brazo.

–Caitlin, pero no para la clase –susurró, como si le estuviera contando un secreto.

Tom quería dar un paso atrás, pero se mantuvo en su sitio. Todas esas caritas preciosas lo miraban con insistencia. No estaba acostumbrado a tener tanta gente cerca. Le habían entrenado para mantener las distancias. Llevaba tanto tiempo sin sentir el contacto humano que ya casi había olvidado qué se sentía.

–Llámame, Tom, por favor –le dijo, forzando una sonrisa y deseando que le saliera natural–. Lo de señor Cartwright me recuerda a mi padre.

Y eso era algo que no quería recordar.

–Bueno, Gabriella, creo que es hora de que nos presentes a tu tío.

Tom le acarició la cabecita. La niña le regaló su mejor sonrisa y dio un paso adelante.

–Hice el proyecto sobre mi tío Tom porque es muy interesante –comenzó a decir y entonces lo miró, como si necesitara su apoyo.

Tom asintió.

–Trabaja para la Marina de los Estados Unidos, pero ya no tiene que viajar porque ahora enseña a los nuevos… –roja como un tomate, Gabriella se detuvo.

De repente, Tom sintió un soplo de aire cálido junto a la mejilla. Se sobresaltó al notar la presión de unos dedos en el brazo.

–Creo que necesita un poquito de ayuda –le dijo la joven profesora en un susurro.

Tom se metió las manos en los bolsillos y cruzó la estancia con cuatro zancadas. Tenía que sacar del apuro a su sobrina y también alejarse un poco de la preciosa profesora. Llevaba demasiados años rodeado de hombres y lo último que necesitaba era una sobrecarga sensorial.

Era demasiado guapa, olía demasiado bien…

–Reclutas –dijo, sonriéndoles a los niños–. Enseño a los nuevos reclutas.

Gabby se inclinó y él la rodeó con el brazo.

Lo que había pasado no importaba en ese momento. Ella hacía que todo cobrara sentido. Le enseñaba lo que era importante. Le hacía ver que tenía que tragarse su dolor y dejar a un lado aquello que le atenazaba, aquello que le había arrebatado su carrera. Ella le daba fuerzas para seguir adelante.

–Bueno… –dijo Gabby, llena de confianza de nuevo–. El tío Tom era un Navy SEAL, ¡cómo las focas que hay en el mar! –se rio y los demás hicieron lo mismo–. Pero en realidad significa…

Tom volvió a mirarla al verla titubear.

–Un Navy SEAL es alguien que trabaja en el ejército de aire y tierra de la Marina, en operaciones especiales.

Todos guardaron silencio de repente. Gabby se sentó, dispuesta a seguir escuchando.

De pronto Tom se sintió como un mentiroso, sin saber qué decir o hacer.

Miró a Caitlin, la profesora. Aún tenía esa sonrisa tan amable en los labios. Ella se inclinó hacia delante un poco, como si tratara de darle aliento.

De pronto había vuelto a su clase de primero de primaria. Había vuelto a ser aquel crío revoltoso y ávido de atención que siempre armaba un lío porque no sabía qué más hacer.

–¿Tenéis alguna pregunta, chicos?

Lo último que quería era ponerse a hablar de lo que significaba ser un Navy SEAL. Solo las personas más allegadas a él conocían bien su profesión, e incluso en esos casos siempre cuidaba mucho lo que les decía.

–¿Es verdad que la mayoría no pasa el entrenamiento? –le preguntó un chico.

Tom soltó el aliento. ¿Por qué no le sorprendía nada que la primera pregunta viniera de un niño y no de una niña?

Se balanceó adelante y atrás con disimulo y se volvió hacia el niño ligeramente por si le hacía alguna otra pregunta.

–Todos los Navy SEAL pasan un examen al final del entrenamiento. Si no lo pasas, no entras. Es así de simple. Un ochenta por ciento de los chicos que lo intentan no lo consiguen.

–¿Y qué pasa con las chicas?

Tom no sabía muy bien de qué parte de la clase provenía esa pregunta.

–Desafortunadamente no hay mujeres en este cuerpo todavía, pero eso podría cambiar algún día.

Gabby se encogió de hombros. La niña que estaba a su lado estaba haciendo pucheros, como si se hubiera enfadado mucho.

–¿Y es muy duro? –preguntó el mismo niño de nuevo.

Tom le sonrió de oreja a oreja. No podía evitarlo. Él hubiera preguntado lo mismo a esa edad. Desde un primer momento, la idea de dar la charla en la clase no le había hecho mucha gracia, pero de repente se daba cuenta de que le estaba haciendo mucho bien. Ya no se sentía como un completo fracaso. Sentía que tenía algo de valor que ofrecer, que podía ser un miembro útil de la sociedad, siempre y cuando pudiera dejar de mirar a la morena que estaba al otro lado de la habitación.

Se aclaró la garganta y se agachó para estar a la misma altura que los niños. El niño preguntón parecía ser todo un valiente.

–El mayor desafío es cuando te entrenas durante cinco días y no duermes más de cuatro horas seguidas. Tu cuerpo está tan exhausto que no sabes cómo vas a seguir poniendo un pie delante del otro. Pero lo haces al final. Eso es lo que nos convierte en un Navy SEAL.

El chico que estaba haciendo las preguntas se acercó un poco. Los otros niños le imitaron. Estaban pendientes de todas y cada una de sus palabras.

–Entonces es como ser un superhéroe.

Tom se rio y sacudió la cabeza. Tuvo ganas de alborotarle el pelo al pequeño.

–Sí. Supongo que sí. Pero te sientes como si estuvieras a punto de morirte y te sientes como si… –se detuvo antes de decir algo que no debía.

«Te sientes como si fueras basura…».

Un silencio rotundo invadió la estancia. Tom levantó la vista. La señorita Rose también guardaba silencio. De repente fue hacia él, sin perder la sonrisa en ningún momento.

–Creo que deberíamos darle las gracias al señor Cartwright por haber venido hoy –dijo, mirando a los niños.

Se oyó un gruñido de protesta por todo el aula.

–¿Niños?

–Gracias, señor Cartwright –dijeron por fin al unísono.

El niño que había hecho las preguntas fue el único que guardó silencio.

–¿Y qué pasa con el tridente?

Tom levantó la cabeza.

–¿El tridente?

–Sí. ¿Es verdad que te dan uno? ¿Lo tienes ahora? ¿Cómo es?

Era evidente que el crío estaba muy bien informado. Tom no comprendía cómo sabía tantas cosas.

–No. Quiero decir que no. No lo tengo ahora, pero sí que me dieron uno.

Sin saber por qué lo hacía, buscó la mirada de Caitlin.

–La mayoría de los hombres que conozco han regalado su tridente junto con el corazón. Cuando se casan, se lo dan a sus esposas con una cadena de oro.

Tragó en seco. Ojalá no hubiera mirado a la chica mientras lo decía.

–Qué bonito –dijo ella, entrelazando las manos.

Tom se dio cuenta de que se había sonrojado.

Nunca debería haber dicho algo así, y mucho menos de esa manera. ¿Qué le había pasado de repente?

No tenía nada que ofrecerle a esa chica, ni a ninguna otra. Nunca llegaría a conformarse después de haber renunciado a tantas cosas. Estaba perdido.

En el pasado, hubiera dado cualquier cosa por conocer a alguien tan dulce y amable como Caitlin, pero todo había cambiado. La vida le había dejado heridas abiertas y no quería arrastrar a nadie hacia su mundo de dolor.

Caitlin Rose le hizo frente a la clase y puso su cara más seria.

–Gabby se queda a cargo durante un momento. Voy a acompañar a nuestro invitado a la salida, chicos.

Sabía que el caos reinaría en cuanto saliera por la puerta.

–Gracias por haber venido a hablar con ellos –le dijo a Tom Cartwright, mirando a los chicos por encima del hombro–. Ha sido todo un detalle.

Tom le sujetó la puerta y ella pasó por debajo de su brazo para salir al pasillo. No estaba acostumbrada a tanta cortesía. Llevaba mucho tiempo sin tratar con hombres, sobre todo con hombres tan educados, amables.

Le sintió detrás. Parecía que quería decir algo más.

–Me resulta extraño hablar de la Marina de esa manera. Pero Gabby no quiso aceptar un «no» por respuesta.

Caitlin sonrió. No pudo evitarlo. No se sentía muy atraída por esa clase de tipo duro, pero sí le gustaba que un hombre sintiera cariño por un niño y que lo demostrara.

–Estoy segura de que les ha encantado tenerle aquí. Lo suyo no se puede comparar con los otros padres que hemos tenido aquí –le dijo, apoyándose contra una taquilla y mirándolo a los ojos–. Solemos tener algún médico, o un abogado, pero un héroe de la Marina… No muy a menudo.

Caitlin dejó de sonreír al ver la expresión de sus ojos.

–No soy un héroe.

Ella sintió un escalofrío.

–Se ve que Gabby está muy orgullosa –dijo, cambiando de tema–. Gracias de nuevo por venir. Espero verle por aquí de nuevo.

Dio media vuelta antes de darle oportunidad de contestar.

Tom Cartwright era apuesto y cariñoso con su sobrina, pero había notado algo en él que no quería ver de nuevo.

Hija de militar y antigua novia de un marine, Caitlin sabía que esa clase de hombres solo tenía una forma de imponer su voluntad para conseguir un objetivo. Todos los hombres grandes y fuertes tenían algo en común, pero ella ya no volvería a caer en esa trampa. Otra vez no…

Respiró hondo. Abrió la puerta y se enfrentó a los chicos otra vez. Le llevaría un buen rato calmarlos de nuevo.

Miró por encima del hombro un momento y le vio allí parado, ligeramente cargado de hombros. Seguía mirándola fijamente, con esos ojos marrones abrasadores.

Caitlin apartó la vista rápidamente y entró en la habitación. Era muy atractivo, pero no estaba interesada. Estaba mejor sola. Tenía suficiente con su trabajo y se sentía satisfecha con su vida tal y como era en ese momento.

Además, el último hombre del mundo al que hubiera querido en su vida era un Navy SEAL, aunque ya estuviera retirado. Le bastaba con ver esa altura, esas espaldas anchas, la sequedad de esos ojos… Con eso tenía suficiente.

Los hombres como Tom Cartwright no eran su tipo.

Tom tardó un momento en ponerse en marcha de nuevo. Fue un momento de vacilación que le tomó por sorpresa.

Él jamás titubeaba de esa manera. Pero la cara de Caitlin le había cortado por dentro como el filo de un cuchillo. Él no era esa clase de hombre.

Jamás le gritaba a una mujer. Nunca dejaba que las emociones se apoderaran de él por completo. Sin embargo, desde su regreso apenas se reconocía a sí mismo. De no haber sido por Gabby hubiera caído en un oscuro abismo que todavía se abría, amenazante, en los rincones más remotos de su mente.

Cada vez que alguien le llamaba «héroe», o cada vez que le hacían recordar sus últimos días como Navy SEAL, sentía que había fracasado. Se había convertido en un hombre que jamás había querido ser.

«Nunca dejes atrás a un compañero».

Eso decía el lema; palabras verdaderas para él.

Pero no solo había tenido que dejar a alguien atrás, sino que también había dejado su carrera en el camino. Se había puesto en la línea de fuego; un riesgo que jamás debió correr. Se pasaría el resto de su vida pagando por ese error.

«Un olor ácido le hizo recuperar el sentido. Trató de levantar la cabeza, trató de moverla. Quería saber por qué retumbaba en su cabeza una y otra vez ese grito desgarrador. La mano le temblaba, pero no podía mover la cabeza. Cuando por fin lo consiguió, cuando recuperó el control de su propio cuerpo, deseó perder la consciencia otra vez. Ojalá hubiera podido dejar de respirar en ese momento, para no ver la carnicería que le rodeaba».

Tom se estremeció.

La palabra que más odiaba era «héroe», aunque saliera de los labios de una mujer hermosa, que lo decía de verdad.

Dio media vuelta y echó a andar por el pasillo. Tenía que volver al trabajo. Tenía que hacer algo. Cuanto más ocupado estuviera, más fácil le sería olvidar.

Capítulo 2

CAITLIN se estiró y se miró en el espejo mientras llevaba a cabo su rutina matutina. Los movimientos le resultaban tan naturales como caminar. No se cansaba de ellos. En menos de diez minutos la clase se convertiría en un hervidero de niños, risas, gritos… Pero aún le quedaban unos momentos de silencio.

En otra época creía que el ballet sería su vida, pero con los años aquel sueño se había quedado olvidado en el pasado, como un viejo amor. Sus músculos jamás olvidarían esos movimientos y ejercicios, no obstante. El arte del ballet le había dado una disciplina que siempre le sería útil en la vida.

–Lo siento. Hemos llegado un poco pronto.

Caitlin se volvió de golpe. Había una madre en la puerta con su pequeña hija al lado.

–No importa. Solo estaba estirando un poco.

Acompañó a la estudiante a su sitio y respiró hondo. Miró por la ventana. Ya estaban llegando los otros coches. De repente reparó en uno de los padres. Agarró la cortina con fuerza y siguió mirando.

No era un padre precisamente… El señor Navy SEAL estaba apoyado contra el capó de un enorme todoterreno, en vaqueros y camiseta blanca. Gabby daba saltitos a su lado y le sujetaba la mano a una amiguita.

Caitlin soltó la cortina y retrocedió.

–¿Señorita Rose?

Una voz tímida la hizo volverse de nuevo.

–¿Señorita Rose?

–Dos minutos, chicos, y empezamos –dijo, dirigiéndose a las niñas con una sonrisa radiante–. Podéis empezar los estiramientos.

Miró a su alrededor y dio un paseo por la clase. Trató de mantenerse ocupada. No entendía por qué le resultaba tan difícil sacarse de la cabeza a ese militar. Había algo en él que la atraía como un imán.

A lo mejor había sido esa ternura con la que había mirado a Gabby el día anterior, o quizá la determinación con la que se había dirigido a los niños.

Fuera como fuera, no obstante, tenía una razón muy poderosa para no salir con tipos duros.

Tom se mesó el cabello. Todavía se sorprendía al notar lo largo que estaba. Siempre lo había llevado rapado casi al cero, pero como ya no estaba de servicio, podía dejarlo crecer un poco más.

–¿Te vas a quedar? –le preguntó Gabby, levantando la vista hacia él.

Él le alborotó el pelo y le acarició la frente con el pulgar.

–Claro, cielo.

La niña echó a correr hacia el edificio. Tom la siguió, con paso tranquilo. No había muchos otros padres por allí. Solo había unas pocas madres que formaban pequeños grupos en torno al aula. Se dirigió hacia la clase directamente. Al llegar a la puerta se paró en seco.

Las niñas, todas vestidas para la clase de baile, rodeaban a la maestra como un río de color rosa. Ella llevaba unos leggings negros y un top rosa claro cruzado en el pecho y atado en la espalda. En ese momento se estaba señalando los dedos de los pies y les pedía a las niñas que hicieran lo mismo.

No sabía que también era la profesora de baile. De haberlo sabido, se hubiera quedado en el pasillo.

–Me parece que nunca le he visto por aquí.

Tom se volvió.

–¿Disculpe?

–Le decía que nunca le he visto por aquí –repitió una de las madres mientras bebía café de un vaso de papel–. Nunca vienen muchos padres, así que me acordaría.

–Ah, soy Tom. He venido a acompañar a mi sobrina.

La mujer le estrechó la mano con efusividad.

–Entonces es por eso que no le reconocí.

Tom se balanceó sobre los talones. Quedarse a esperar no había sido una buena idea. Nunca había sido buen conversador.

–No está casado, ¿o es que no se pone el anillo?

–No estoy casado –dijo. La sonrisa se le borró de los labios.

No le gustaban mucho los interrogatorios.

–Bueno, entonces supongo que sí puede echarle un buen vistazo a la profesora.

Tom sintió un repentino vapor en las mejillas. ¿Se le había notado tanto?

–Me parece que se ha equivocado. Estaba mirando a mi sobrina. Me pidió que me quedara donde pudiera verme.

La madre parecía confusa, pero Tom permaneció impasible. Le habían entrenado para ser hermético, para no mostrar signo alguno de debilidad.

–Encantado de conocerlo –dijo, volviéndose y zanjando así la conversación.

Cruzó la estancia y fue a sentarse en una silla. Todavía seguía sin ser capaz de apartar la vista de la puerta de la clase. Las niñas reían y gritaban de alegría mientras hacían sus ejercicios. Gabby daba vueltas sin parar, riendo y canturreando. La señorita Rose paseaba entre las alumnas. Era evidente que disfrutaba mucho con lo que estaba haciendo.

Tom hizo un gran esfuerzo por entenderlo todo. Jamás le había costado tanto concentrarse en algo en toda su vida. Nunca le había prestado tanta atención a nadie, pero… Gabby hablaba a una velocidad vertiginosa y era difícil seguirle el hilo.

–¿Entonces me viste? ¿Viste lo rápido que puedo dar vueltas?

Tom ya no oyó ni una palabra más.