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Conozco al autor del libro que tiene en sus manos desde hace muchos años. Su formación académica fue de biólogo y sus estudios posteriores de filosofía completan un perfil multidisciplinar que explican su trayectoria profesional. Profesor en diversas escuelas de negocios, entre ellas el IAE argentino, escritor, lector empedernido, coach, tiene una gran cantidad de conversaciones acumuladas en su mochila vital. No resulta extraño que se acerque en estas páginas al manido y a menudo superficial proceso de coaching desde una profunda y variada perspectiva. Si busca, estimado lector, recetas fáciles, pócimas milagrosas, este no es su libro. Si, en cambio, quiere ahondar en el arte de una conversación sincera, abierta, honesta, que transforme a ambos, coach y coachee, donde llueven preguntas referidas al arte de vivir, no solo al oficio de dirigir, entonces, sí, siga leyendo con curiosidad y apertura de miras. Su crecimiento y aprendizaje están en buenas manos.
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Seitenzahl: 470
Veröffentlichungsjahr: 2024
MARCELO VÁZQUEZ ÁVILA
Vázquez Ávila, MarceloDel Caos al Crecimiento : conversaciones transformadoras con un hombre agobiado / Marcelo Vázquez Ávila. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5211-2
1. Ensayo. I. Título.CDD A864
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
PRIMERA PARTE - ¿Cómo comencé a escribir este libro sobre coaching?
Advertencia
1 - Una introducción necesaria
2 - El hombre agobiado
3 - Primera conversación con el hombre agobiado
4 - Segunda conversación
SEGUNDA PARTE - Algunos apuntes sobre mi enfoque como coach
1 - Conocer y reconocer al otro
2 - Una primera aproximación al coaching
3 - No hay personas sin recursos, solo hay estados de ánimo en los que nos encontramos sin recursos5
4 - El arte del coaching
5 - Otra aproximación (histórica) sobre el coaching
6 - Encuentro en El Club de la Milanesa
TERCERA PARTE - Coaching: un proceso dialógico con fuertes raíces filosóficas y biológicas
1 - El coaching y el diálogo
2 - Buber, Levinas y el diálogo
3 - Griegos, tomistas, Wojtyla y la ansiada felicidad
4 - Algunos apuntes complementarios sobre la fenomenología y su relación con el coaching
5 - Verdades y creencias, en relación con la felicidad
6 - Nuestra voz interior como guía
7 - La biología de la felicidad. Un proceso de diálogo biológico con implicancias en nuestras acciones
8 - La biología del presente
9 - La biología de la amabilidad, más otras biologías no menos importantes
10 - Conversación telefónica Madrid – Buenos Aires
11 - La terapia Gestalt y el coaching
CUARTA PARTE - Caja de herramientas
1 - «La silla vacía»
2 - De la serie «Tratando de conocerte un poquito más a ti mismo»: Tipos de inteligencia y otros asuntos de importancia
3 - De la serie «Tratando de conocerte un poquito más a ti mismo»: El cerebro, sus partes y funciones; Benziger y neurotransmisores
4 - Más preguntas que respuestas, asertividad
5 - De la serie «Tratando de conocerte un poquito más a ti mismo»: El triángulo dramático de Karpman
6 - Cierre y duelo
7 - Última conversación con el hombre agobiado
Agradecimientos
Notas al final
Querida Ana,
Quiero expresarte mi más profundo ¡Gracias! Por tu apoyo incondicional en la escritura de mi libro. Tu presencia y apoyo constante han sido fundamentales para que pueda llevar a cabo este proyecto tan importante para mí.
Desde el inicio, has estado a mi lado, brindándome palabras de aliento, paciencia y comprensión cuando las dudas se hacían presentes. Tu fe en mi talento y tu confianza en mis capacidades han sido un motor que me ha impulsado a seguir adelante.
Siempre dispuesta a escuchar mis ideas, a revisar mis borradores, a ofrecerme tus sugerencias y críticas constructivas. Tu perspectiva fresca y tu visión única han enriquecido cada página de este libro.
Gracias por ser mi confidente, mi inspiración y mi mayor fan. Tu amor y aliento me han dado la fuerza y la determinación necesarias para superar cualquier obstáculo y seguir adelante en este viaje literario.
Este libro no solo es un logro personal, sino también un testimonio del amor y el apoyo que hemos construido juntos. Espero que pueda ser una fuente de inspiración y motivación para otros, al igual que tú lo has sido para mí.
Gracias, Ana, por creer en mí y por ser mi compañera de vida. Con todo mi amor y gratitud para ti.
No diré, por lo menos por ahora, quién soy. Naturalmente mi nombre no es Marcelo Vázquez Ávila, el autor de este libro. Me pueden llamar «el hombre agobiado», una pieza secundaria de las páginas que siguen, aunque tampoco me bajaré el precio: también una pieza surgida de la necesidad para que este libro llegara a las manos de quienes, del otro lado y ahora mismo, se encuentren, en el relativo presente o en el futuro donde ya de mí no quedará ni el recuerdo.
No diré, repito, por lo menos por ahora, quién soy, pero ya les dije: pueden llamarme «el hombre agobiado». Les prometo que, si leen hasta el final este libro, tal vez sepan algo más de mí. Incluso mi nombre, qué hago, dónde vivo, cómo suelo vestirme, cuáles son mis obsesiones y agobios. Ok, todo aquello tal vez les cause una decepción. Pero acaso resulte todo lo contrario. Como sea, la intriga ya está planteada. (O no). Depende de ustedes. De cada uno de ustedes.
¿Qué decir en pocas palabras de Del caos al crecimiento: conversaciones transformadoras con un hombre agobiado? ¿Qué decir que sea honesto, claro y que no se llene de adjetivaciones con gusto a fatuo?
Primero, que este no es un libro que promete la felicidad de nadie, como durante buena parte de mis primeros diálogos con Marcelo supuse.
Segundo, que Marcelo no es un gurú ni viste túnicas naranjas.
Y tercero, que el autor es un coach, que se me acercó a mí por un amigo en común, en tiempos agitados de mi vida, tan agitados como este mismo segundo donde ahora escribo, pero cargado por entonces yo con más prejuicios.
¿Qué prejuicios?
Con el coaching ontológico, por ejemplo.
Con el ejército de bajadores seriales de línea.
Con los pelmazos de la autoayuda y el desarrollo personal, que te prometen solucionarte todos los problemas en unas cuantas sesiones, una buena cantidad de duros y una serie de terapias alternativas derivadas que te dejan sin dinero ni para la renta o el seguro.
Pero me equivoqué. En todo me equivoqué. Y en más.
Uno porque, aunque me costó quitarme de encima mi primer preconcepto, debí rendirme frente a la evidencia: Marcelo no buscaba con este libro brindarle a nadie la fórmula mágica (y loca) de la felicidad, sino su método o enfoque del coaching ontológico, y no para buscar clientes, sino para expandir hacia afuera y el futuro su conocimiento de más de dos décadas como coach. Así me lo dijo la primera vez que conversamos, aunque, lo confieso, no le presté demasiada atención: «Quiero escribir este libro –recuerdo sus palabras– para todo quien se muestre interesado por el coaching, esto es, por vivir un poco mejor; desde el CEO de una empresa, pasando por el carnicero de la esquina y hasta ti», donde «ti», naturalmente, era yo.
Dos, me equivoqué también porque Marcelo no es un gurú ni viste túnicas naranjas, aunque en verano creo que le sentarían bien. (Es más, si vuelvo a España, me gustaría regalarle un par, nada más que como broma. Estoy seguro de que él, que es bastante desenfadado, no tendría problemas en pasear con su túnica naranja por la calle Serrano en dirección a la Puerta de Alcalá, riéndose de sí mismo).
No es un gurú, no, ni un bajador serial de línea. Detrás se encuentra su experiencia vital, también sus conocimientos de Biología y Filosofía, que todavía se extienden hacia otros campos.
No es un gurú, reitero, y hasta en uno de nuestros diálogos llegamos a pelearnos. (Tras leer el libro, tuvo la delicadeza de borrar esa parte de este libro. Yo andaba medio estrellado, tal vez también él. ¿Por qué señalo ese episodio que no encontrarán en este libro? Porque Marcelo, por tercera o cuarta o quinta vez lo escribo, no es un gurú. Es un ser humano fuera de su labor como coach, que se cabrea, como cualquier hijo de vecino, y que también sabe pedir las disculpas del caso, incluso cuando de nada tiene que disculparse).
Tres, de igual modo me equivoqué en mi idea de qué es ser un coach (y de qué es el coaching ontológico), por puro desconocimiento del «Método Marcelo» aplicado a esta disciplina. Me explico un poquito en otro párrafo.
Hasta comenzar mis diálogos con el autor de este libro, o dicho mejor, hasta que esos diálogos se aceitaron, no dejaba de pensar en coaches que había conocido, personajes más bien soberbios y manipuladores, de fingidas paces interiores, y con verdades de esas que se leen en los sobrecitos de azúcar, con una respuesta para cada planteo o enigma del universo. ¿Y qué les digo? Marcelo nada tenía que ver con esas personas.
En la medida en que avanzamos en nuestros diálogos creció mi sospecha de que tampoco su libro (este libro) sería igual a la producción literaria en la materia de muchos de aquellos superventas que te obligan a ser feliz a como dé lugar y que, ¡lo peor!, muchas personas angustiadas siguen e idolatran como si se tratasen tales best–sellers de dioses bajados de su nube de marca alemana.
Estas particularidades y descubrimientos que me brindó el mero hecho de conocer a Marcelo Vázquez Ávila, en efecto, están reflejados en las páginas que siguen. Y me hicieron, como decimos en mi país, la Argentina, recular en chancletas frente a todos mis prejuicios acerca del coaching y los coaches.
Ahora, que acabo de leer su libro y que escribo este prólogo, continúo reculando. (Y recalculando mi vida).
Ya termino.
Si bien hay una parte específica de esta obra que se llama «Caja de Herramientas», estimo que todo el libro lo es. Y hablar de «Caja de Herramientas» no es una expresión casual, sino artera, pues ¿para qué sirve una caja de herramientas o este libro en particular? En principio, a la caja uno se la puede quedar mirando por horas, mientras que al libro se lo puede leer como se lee un afiche callejero, pero con eso nada transformaremos ni en nosotros ni en nuestro derredor.
Marcelo Vázquez Ávila armó este libro para que tomen cada concepto, cada idea, cada explicación, cada diálogo conmigo y cada herramienta propiamente dicha, para que descubran por ustedes mismos cómo emplearlas. ¿Suena raro? Les aseguro que no lo es; ya lo entenderán al finalizar este libro y luego, cuando lo retomen, como imagino que harán una y otra vez, en distintos momentos de sus vidas.
Cierro con esto que no quería dejar en el tintero y que se complementa con lo anterior: el autor, ni más ni menos, con este libro, y desde la primera página, si algo busca, si un mensaje dirige, y me hago cargo de esta interpretación personal, es que existen buenas noticias, dado que somos dueños de nuestras vidas y de nuestra libertad, por limitadas que estas sean.
¿Una prueba personal? Mis días no son fáciles por distintos motivos, iniciando por el sencillo hecho de ser argentino. Sin embargo, cada vez que he vuelto a este libro –ya regresé varias veces a los borradores a punto de entrar a imprenta–, me encuentro, me redescubro, me acepto y hasta procuro cambiar todavía más. Para ser un mejor tipo. Y para brindar lo mejor de mí al resto.
Espero que todo el bien que me produjeron Del caos al crecimiento: conversaciones transformadoras con un hombre agobiado y Marcelo con nuestros diálogos opere efectos parecidos en ustedes, lectores anónimos del presente más o menos relativo y del futuro que jamás conoceré.
Les mando un saludo desde el sur profundo del planeta. Y no aflojen. Lean hasta el final que, de paso, se enterarán un poco más de este Robin. (Y en una de esas –quién les dice–, en la última página termino bailando).
El hombre agobiado.
Otoño austral de 2024.
A unos 20 kilómetros al norte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Este no es un libro de autoayuda ni un recetario de fórmulas mágicas. Tiene el humilde propósito de que mis verdades dialoguen con las tuyas, lector, para que, acaso, puedas reflexionar en profundidad sobre ciertas cuestiones tan vitales como importantes.
El autor.
Le venía dando vueltas al asunto «escribir este libro». Pero ¿por dónde empezar? Deseaba hablar del coaching, un tema todavía desconocido por el común de la gente, o trillado para otros que sólo lo asocian con asuntos corporativos o que han tenido experiencias no muy positivas cuando se ha utilizado a esta disciplina como un dispositivo solo útil para ordenar y maximizar las ganancias de una empresa o de un equipo de trabajo.
Las ideas se me sucedían, sobre la base de mi experiencia como coach, biólogo, doctor en Filosofía. Pero, otra vez, ¿por dónde empezar? ¿Con mi palmarés académico? ¿Cómo hacer para que ese libro de mis deseos obrara, una vez terminado, como una caja de herramientas y no como una simple enumeración de recetas mágicas? Y, acaso, lo más importante, ¿cómo entablaría un diálogo con mis lectores?, ¿cómo tendría cierta cercanía con ellos, con esos seres inciertos a quienes, ahora mismo, no conozco?
Las ideas, mientras tanto, se me sucedían. Ejemplos:
1)Influir positivamente en los demás: «Siempre existe la posibilidad de influir positivamente en los demás, a través de nuestras interacciones, brindando apoyo, inspiración y oportunidades para el crecimiento individual. Al crear un entorno de confianza y empatía, podemos fomentar que las personas descubran su propio potencial y se motiven a crecer y desarrollarse».
2)Construir una relación sólida: «Ser auténtico en una relación implica ser sincero y respetar la individualidad de la otra persona, ello permite construir una relación sólida y provechosa, donde ambos pueden crecer y desarrollarse de manera mutuamente beneficiosa».
3) Igualdad: «Reconocer al otro como igual significa tratar a la otra persona con respeto, dignidad y consideración, asumiendo que tiene los mismos derechos y el valor inherente que uno mismo posee. Implica no discriminar ni menospreciar a alguien por su género, raza, religión, orientación sexual, capacidad física o cualquier otra característica. Al reconocer al otro como igual, nos comprometemos a tratarlo con equidad y justicia, brindándole las mismas oportunidades y derechos que uno tiene. Significa no imponer mi voluntad o perspectivas, sino escuchar, valorar y respetar sus opiniones y experiencias. Implica también abandonar cualquier actitud de superioridad o inferioridad, buscando establecer una relación basada en la reciprocidad y el respeto mutuo; fomentar la igualdad de oportunidades, la inclusión y la no discriminación».
Y había más, más ideas que me disparaba la cabeza en busca de un norte o de un eje para mi libro sobre coaching:
4)Alteridad, diversidad e identidad: «El reconocimiento de la alteridad, es decir, reconocer y aceptar la existencia y la diversidad de los demás, es fundamental para la construcción de nuestra propia identidad y para una interacción social saludable. Pues nuestra identidad se forma en relación con los demás, quienes son iguales en esencia (en tanto humanos) y distintos (en tanto seres únicos e irrepetibles). Frente a los otros podemos así saber, por contraste, quiénes somos, adquirir la capacidad de la empatía –ponerse en el lugar de aquel o aquellos otros– y fomentar la comprensión mutua. Es más, a través de la interacción, ampliamos nuestros horizontes, cuestionamos nuestros propios prejuicios y crecemos como individuos».
5)Alteridad, líderes y coaching: «La noción de alteridad es crucial para un líder desarrollador o un coach, ya que permite a estos practicar la empatía, reconocer y valorar la diversidad, promover el respeto y la justicia, y construir relaciones sólidas. La alteridad es un principio fundamental en el liderazgo y el coaching, ya que fomenta un enfoque centrado en las personas y contribuye al crecimiento y desarrollo de los individuos».
6)El rol del coach: «En cuanto al coach, específicamente, su función no es la de conducir al otro a su imagen y semejanza; el coach no busca imponer su propia perspectiva o valores a la persona que está siendo coacheada –el coachee o cliente–, sino que se centra en comprender y respetar la realidad y las necesidades del individuo que está siendo acompañado. De eso versa practicar la alteridad desde el coaching: ponerse en el lugar del otro y comprender la perspectiva, las emociones y las necesidades del coachee. Para ello, se utilizan técnicas y herramientas para ayudar al individuo a explorar sus propias fortalezas, habilidades y recursos, y a encontrar soluciones y estrategias que le sean auténticas y significativas. El enfoque central es facilitar el autoconocimiento, la reflexión y el crecimiento personal».
Caramba. Mi cabeza estaba tan dispersa como los apuntes que había escrito a lo largo de casi un cuarto de siglo siendo coach, tras haber pasado por la Biología, la Filosofía y hasta la academia, como profesor.
En efecto, había papeles manchados de tinta donde me refería, por ejemplo, al buen uso de la libertad y a su relación con la felicidad personal, que pueden ser conceptos subjetivos y variar según perspectivas filosóficas, éticas y culturales, pero que, sin embargo, hallan su punto común, humano y objetivo, cuando se tiene en cuenta que libertad y felicidad van de la mano, junto a la toma de decisiones informadas y éticas, el respeto a los derechos de los demás y a su dignidad, como, así también, cuando se tiene en cuenta que la libertad es un componente clave para alcanzar la felicidad, pero no a cualquier precio, sino aplicándola de forma consciente y responsable, y teniendo en cuenta las consecuencias de nuestras acciones.
Al respecto, en consonancia con lo anteriormente escrito, tras revolver cajones y archivos de mi computador, encontraba útiles unos apuntes realizados para cierta conferencia ya olvidada; con exactitud, aquella parte que rezaba:
7)Libertad, autorreflexión y autoconocimiento: «Los principios pueden variar según contextos éticos, filosóficos y culturales, pero suelen encontrar acuerdos en valores como la justicia, la honestidad, la equidad, el respeto a la autonomía y la dignidad de la condición humana, la no causación de daño y un largo etcétera. Por supuesto, determinar los principios y valores morales que deseas seguir en la vida es un proceso personal que requiere autorreflexión y autoconocimiento. En detalle:
a) Pensar en momentos en los que te hayas sentido más auténtico, satisfecho y en armonía contigo mismo, y buscar qué valores y principios estaban presentes en aquellas situaciones.
b) Reflexionar y poner en cuestión tus creencias y convicciones adquiridas a lo largo de la vida.
c) Examinar las influencias culturales, sociales y familiares que has tenido en tu experiencia vital, para determinar cuáles resonaron contigo y cuáles no.
d) Meditar sobre lo que es realmente importante para ti y lo que deseas lograr en la vida, y qué valores y principios son, en consecuencia, fundamentales para alcanzar esas metas.
e) Prestar atención a cómo reaccionas emocionalmente ante diferentes situaciones y dilemas morales, puesto que las emociones pueden ser una guía útil para identificar tus valores más profundos y auténticos, como asimismo tus debilidades.
f) Sacar en limpio aquellos elementos que te resulten auténticos y te ayuden a vivir de acuerdo a tus propias convicciones, en la búsqueda de la propia felicidad, pero sin olvidar que, según diversas corrientes filosóficas y éticas, se argumenta que el ser humano posee una conciencia moral natural, que se refiere a la capacidad innata que tenemos para discernir entre lo que está bien y lo que está mal desde un punto de vista ético, aunque es importante tener en cuenta que la conciencia moral puede ser influenciada y moldeada por factores externos, como la cultura, la educación, las normas sociales y las experiencias individuales, y que puede variar de una persona a otra, ya que cada individuo puede tener diferentes perspectivas y valores personales, por lo que, en última instancia, la discusión sobre la existencia de una conciencia moral natural es compleja y está sujeta a debate dentro de la Filosofía y la Ética: mientras algunos argumentan que la conciencia moral es una construcción social y cultural, otros sostienen que es una cualidad innata del ser humano».
En mi afán por avanzar con ideas para armar los primeros borradores de mi libro sobre coaching, me di cuenta, un tanto abrumado, de que precisaba dialogar con alguien, no en mi rol de coach, necesariamente, pero sin abandonar mi propósito escriturario.
Inmerso en tantos dilemas, e inserto en mi diario trajín de vivir en España y atravesar el Atlántico una vez al mes, para también trabajar en mi país, la Argentina, me encontré con un viejo amigo, Esteban, a quien le planteé mis intenciones de escribir este libro. También le presenté las dificultades con las que me encontraba y que precisaba –de ello ya me había convencido– que tal libro fuese algo dialógico, un contenido que pudiera ser confrontado –en la alteridad– con otra persona. Fue entonces que Esteban me mencionó por primera vez a Javier, a su vez, un viejo amigo suyo de la universidad.
—Escribe libros, algunos propios, otros para terceras personas –me dijo–. Conociéndolo, no sería el candidato ideal para ser tu coachee, ni creo que nada sepa sobre coaching ontológico, pero sí creo que es alguien inquieto, pensante y, a la vez, locuaz y provocador, que podría, frente a cada reflexión de tu parte, contraargumentar o formular nuevas preguntas. De alguna manera, encontrarías en él a tu primer lector, a aquel con el que querrías dialogar.
—¿Qué más sabes de este tal Javier? –le pregunté.
—Si lo pudiera sintetizar, diría que es un hombre propio de nuestros días, un hombre agobiado. Pero ya sé, Marcelo, me vas a decir que definir en dos palabras a una persona no es justo ni está bien.
—Pues no, pero lo entiendo. Por mi experiencia como coach, sé que muchos de nosotros, los seres humanos, andamos un poco agobiados, por no decir que lo estamos desde que el mundo es mundo. E imagino también que mis lectores, aunque nada sepa de ellos, en mayor o menor medida, se sentirán agobiados.
—En ese caso, tengo el número de teléfono de Javier.
—¿Tú crees que se interesará por dialogar conmigo?
—Supongo que se harán mutuamente bien, aunque vuelvo a advertirte: Javier no es el típico coachee, él mismo te lo va a hacer entender nomás dialogues por primera vez con él.
—¿Por qué lo dices?
—Es mejor que lo conozcas, que converses con él.
—Vale.
No demoré en escribir un mensaje por WhatsApp. La respuesta de Javier ya me brindaba una pintura acerca de lo que Esteban me había esbozado: «Hola, Marcelo, un gusto. En este momento estoy con tres libros por encargo a la vez, más la situación delicada de mis padres, más visitas postergadas a médicos, más otras relacionadas con mis hijos, unas caries de cuello, la inflación en la Argentina, en fin, en medio del océano, pero, si acaso la semana que viene todavía estás en la Argentina, nos podemos encontrar. Viniendo de Esteban, no tengo ningún problema, salvo los imponderables, que en mi vida son minuto a minuto».
Acordamos un primer encuentro en El Correo, un bar en el barrio de la Recoleta, Buenos Aires. Javier llegó desaliñado, pero no mal vestido, con cara de haber dormido poco. Bebió café negro y sin azúcar, una taza tras otra. Armó un cigarro, pidió permiso, fumó fuera de donde nos encontrábamos, regresó. Antes me había atendido mi propósito de escribir sobre el coaching. Le había dicho:
—Mira, quiero escribir un libro distinto. Un libro que se divida en tres partes bien marcadas. Pero no busco ser un gurú. Deseo divulgar la utilidad del coaching ontológico para cualquier ser humano que se interese en él.
—Está lleno de gurúes, y que no lo quieras ser ya es un buen punto. Ahora, número uno: los libros, en su proceso de escritura, suelen ser flexibles, así que no me ceñiría demasiado a un plan, a menos que solo te sirva de primera guía. Y número dos: ustedes, los coaches, por lo poco que sé, quieren que la gente sea feliz y exitosa, ¿es así? Perdón si soy atrevido, realmente poco o nada sé de coaching, pero tengo esa idea en la cabeza. Así que imagino que tu libro se podría llamar «La felicidad», como esa canción de Ramón «Palito» Ortega. Si así fuera, te advierto: para mí la felicidad no es nada más que una abstracción.
—Mira, mi libro es sobre coaching. «La felicidad», los cojones. Tengo cientos de páginas escritas y otras más dispersas, algunas ya mismo te las puedo entregar en este pendrive, pero no sé si te ha comentado Esteban: lo que preciso es de alguien que me pregunte, que me exija, que opere como mi primer lector. No sé si estás dispuesto.
—Me interesa refutar a alguien que defienda la abstracción de la felicidad.
—¡Que el libro hablará de coaching!
—Como quieras. Si nada se interpone en mis días, si los imprevistos no se suceden, si no cae el gran asteroide que algunos chiflados aseguran por internet que está ya cerca, no tengo problemas. Pero no sería tu alumno perfecto, el disciplinado alumno que busca con desesperación ser feliz y exitoso a base de meditación y todo ese... ¿cómo es que le dicen en España?
—Rollo.
—Eso es, rollo. Además, me pongo nervioso y comienza a dolerme el estómago de solo pensar en comportarme como un buen alumno, nunca me gustó ir a la escuela.
—No serás mi alumno ni mi coachee o cliente, quédate tranquilo. Pero debo decirte que tienes unas ideas muy extrañas acerca del coaching.
—Bueno, puedo oficiar de buen inquisidor. Un inquisidor un poco fatalista.
—Eso me vendrá muy bien.
—Pero estoy un poco asfixiado, lo que no es grave, o sí, no lo sé; en todo caso, hablar de la felicidad, de cómo ser feliz y exitoso, cuando no creo en tal cosa, me vendrá por lo menos como un buen experimento.
—Javier, mi libro es sobre coaching, no sobre cómo alcanzar la felicidad.
—La felicidad, el Satori, la Verdad, el Nirvana...
—Coaching.
En aquel encuentro Javier me comentó que debía viajar a Madrid por la presentación de un libro, en el Retiro, para la feria internacional que todos los años se celebra en el parque. Quedamos entonces en volver a vernos en Europa.
Lo cité en un lugar que es de mi agrado, sobre la calle Serrano. Le indiqué cómo llegar, qué combinaciones de metro hacer. Pero Javier desobedeció cada una de mis indicaciones, llegó caminando desde donde residía por esos días, en una casa de la calle Avendaño que le habían alquilado a través de una de esas aplicaciones de, valga la reiteración, alquileres temporarios.
—Perdón la demora –fue lo primero que me dijo; antes me había saludado y terminado de fumar su cigarro–. Llegué perfecto hasta esta calle, pero había olvidado que estos españoles numeran mal calles y avenidas. Y fui y vine de un lado al otro, sin dar con esta dirección. Debí preguntar a una vendedora de ya no recuerdo qué, imagino que eran flores. Deberían hacerlo como en Buenos Aires, digo, numerar las calles y avenidas como en Buenos Aires. ¿O no fueron estos españoles los que fundaron a mi ciudad?
Ordené un brunch. Mi hombre agobiado no tardó en comentar:
—¡Pero cómo comen los madrileños! ¡Con esto, duro tres días en esta ciudad! –y enseguida agregó–: Cuando quieras, comenzamos. Mi agenda está ajetreada y subirme a un avión es algo que me enloquece, aunque ya estoy un poco más aliviado.
—¿Recuerdas de qué quiero escribir?
—De la felicidad, claro.
—No, hombre, ¡del coaching!
—Bueno. Del coaching. Llamémosle así.
—Pues bien, mira, mi intención es que tú dialogues con mis textos, con mis ideas, conmigo, para que yo pueda contar contigo como primer lector.
—Ya leí algo, no está mal. Digo, de lo que me pasaste dentro de tu pendrive, que, dicho sea de paso, aquí te lo devuelvo –dijo y buscó y rebuscó en su mochila–. Estuve en Las Ventas, me invitaron. Una corrida de ocho toros, porque dos de ellos fueron malos. Un horror. También fue una experiencia que jamás olvidaré. Mientras se me caían las lágrimas por esos pobres toros de lidia, me preguntaba: ¿cuántas veces en la vida somos toreros y cuántas otras toros de lidia? ¿Y dónde está el bien y el mal? ¿Quién es el bueno en una corrida? ¿Quién gana y quién pierde? ¿Gana el torero si mata? ¿Gana el toro si se carga al torero? ¿Qué es ganar y qué perder? Es más, me pregunto ahora mismo si actúo en estos días como toro de lidia, enloquecido por un trapo y con la sentencia de muerte puesta, mientras desde las gradas los gritos se multiplican o ya vuelan los cojines en desaprobación.
En la calle Serrano confirmé que ya tenía a mi primer lector. También supe que dialogar con Javier sería el contrapunto ideal para que este libro no fuera el típico libro sobre coaching, que ofrece recetas, a veces mágicas, y donde el autor habla desde un pedestal que puede ser ese Cielo o Nirvana del que Javier se había referido en Buenos Aires.
De ese modo nacía lo que llamaría poco después Del caos al crecimiento: Conversaciones transformadoras con un hombre agobiado, título que aceptaría Javier tras realizarme alguna que otra de sus bromas un poco ácidas, donde más bien se habría de reír de sí mismo. Recuerdo una de ellas: «Marcelo, ¿no sería mejor Conversaciones con un estrellao o Conversaciones con un flipao?».
Salimos del local, caminamos por Serrano, giramos y, en el Paseo de la Castellana, nos estrechamos la mano antes de subirme a un taxi. Él debía llegar a tiempo al Retiro para organizar el stand donde sería presentado el libro. «Se anuncian chubascos por la tarde, ya me veo todo empapado nomás se presente la maldita tarde», fue lo último que me dijo.
Yo sabía con certeza que había encontrado a mi primer lector. (A menos que cayera un asteroide). Por fin, este barco había zarpado con rumbo un poco menos desconocido.
Cuanto más me abro hacia las realidades mías y de la otra persona, menos deseo «arreglar las cosas». Los primeros años de mi carrera profesional solía preguntarme: «¿Cómo puedo tratar, cambiar o transformar a esta persona?». En tanto que, ahora, la pregunta es: «¿Cómo puedo crear una relación que esta persona pueda utilizar para su propio desarrollo?».
Digo más: cuando trato de percibirme y observar la experiencia que en mí se verifica, y cuanto más me esfuerzo por extender esa misma actitud perceptiva hacia otra persona, siento más respeto por los complejos procesos de la vida.
De manera que intento que desaparezca de mí cualquier tendencia a corregir las cosas o a fijar objetivos en el otro, que no es lo mismo que ayudar a que ese otro se los ponga. Ya está fuera de mí el propósito de moldear a la gente, o de manejarla o encauzarla en la dirección que yo pretenda. Experimento mayor satisfacción al verme a mí mismo y permitir que el otro también sea él mismo. Sé muy bien que esto puede parecer un punto de vista bastante extraño, casi «oriental». Como sea, hoy ya no me pregunto: «¿Cuál es el sentido de la vida si no puedo transformar a la gente?». O: «¿Para qué vivir si no “enseño” a los demás las cosas que considero deben aprender?». O también: «¿Qué objeto tiene la vida si no me esfuerzo por lograr que los demás piensen y sientan como yo?».
Está bien, ¿cómo podría alguien defender un punto de vista tan, llamémosle, «pasivo», como es el que hoy sostengo?
Estoy seguro de que las reacciones de muchos de ustedes incluyen a esta última formulación, como así también a las anteriores. Sin embargo, el aspecto paradójico de mi experiencia consiste en que, cuanto más me limito a ser yo mismo y me intereso por comprender y aceptar las realidades que hay en mí y en la otra persona, tantos más cambios pueden suscitarse.
Sí, resulta paradójico el hecho de que, cuanto más deseoso está uno en ser sí mismo, tantos más cambios se operan, no solo en uno, sino también en las personas con las que cada quien se relaciona. Esta es, al menos, una parte muy vívida de mi experiencia y también una de las cosas más profundas que he aprendido en mi vida privada y profesional.
A medida que aprendo a confiar más en mis reacciones como persona en conciencia de sus actos, descubro que puedo usarlas como guía de mis pensamientos. He llegado a sentir cada vez más respeto por estos pensamientos vagos –las intuiciones–, que surgen en mí de tiempo en tiempo y que «tienen el aire» de ser importantes. Considero que esta actitud es un modo de confiar en mi experiencia, de la que sospecho que es más sabia que mi intelecto. Por supuesto, no me cabe duda acerca de su falibilidad, pero la creo menos falible que a mi mente, cuando esta opera de manera aislada.1
Max Weber, un hombre de temperamento artístico, expresó muy bien esta actitud, cuando dijo: «Al ejercer mi propio y humilde esfuerzo creativo, pongo mi confianza en lo que aún ignoro y en lo que aún no he hecho».2
Dando una vuelta de tuerca a tal afirmación, agrego que, aunque los juicios ajenos merezcan ser escuchados y, desde luego, considerados por lo que son, nunca pueden servir de única guía. Y les aseguro que me ha sido muy difícil para mí aprender esto.
Recuerdo el impacto que sufrí en los primeros tiempos de mi carrera profesional, residiendo en los Países Bajos, cuando un estudioso, a quien juzgaba un biólogo mucho más competente y conocedor que yo –y que, además, lo era–, intentó hacerme comprender el error que cometía al interesarme por un descubrimiento que yo consideraba interesante y un verdadero aporte: una nueva especie de avispas. Según él, los datos recogidos no eran preponderantes y no serían aceptados en el ámbito de esa comunidad científica poco tiempo después. No seguí mi intuición. Y siempre me arrepentí de no seguir adelante.
¿Cuáles son las características de las relaciones que, efectivamente, ayudan y facilitan el desarrollo? Y, desde otro punto de vista, ¿es posible discernir las características que hacen que una relación sea nociva, aun cuando se pretenda con toda sinceridad fomentar el crecimiento de otro?
Me atrevo a decir que he descubierto que hoy, en la práctica, mi experiencia es casi mi máxima autoridad. Mi propia experiencia es la piedra de toque de la validez. A nadie doy tanta autoridad como a ella, ni siquiera a las ideas ajenas ni a mis propias ideas. Sé que puede sonar soberbio y quizás un poco lo sea. Pero mi experiencia es la fuente a la que retorno una y otra vez, para descubrir la verdad tal como surge en mí. Ella me ha enseñado que las personas se orientan en una dirección básicamente positiva. He podido comprobar esto en los contactos más profundos que he establecido con clientes en la relación de coaching más ontológico y aun con aquellos que padecían –o padecen– problemas inquietantes o manifiestan una conducta antisocial y parecen experimentar sentimientos muy poco sanos.
Cuando puedo comprender empáticamente las emociones que expresan y soy capaz de aceptarlos como personas que ejercen su derecho a ser diferentes, descubro que tienden a moverse en ciertas direcciones. ¿Cuáles? Las palabras que, a mi juicio, describen de manera más adecuada esas direcciones son: a) positivo, b) constructivo, c) movimiento de autorrealización, d) maduración, e) desarrollo de su socialización. He llegado a sentir que, cuanto más comprometido y aceptado se siente un individuo, más fácil le resulta abandonar los mecanismos de defensa con que ha encarado la vida hasta ese momento y comenzar a avanzar hacia su propia maduración. Quiero decir que, aunque no lo notemos, la gente, el otro, vive un continuo devenir y, cuando nos acercamos y nos relacionamos y permitimos que verbalicen de novo un pensamiento sobre ellos, les estamos ayudando a conocerse y nosotros a ellos.
La vida, en su óptima expresión, es un proceso dinámico y cambiante, en el que nada, en efecto, está congelado, como en la cita reciente que he puesto al pie de Unamuno. En mis clientes y en mí mismo descubro que los momentos más enriquecedores y gratificantes de la vida no son sino aspectos de un proceso cambiante. Experimentar esto es fascinante y, al mismo tiempo, inspira temor. Porque, cuando me dejo llevar por el impulso de mi experiencia, en una dirección que parece ser progresiva hacia objetivos que ni siquiera advierto con claridad, logro mis mejores realizaciones. Al abandonarme a la corriente de mi experiencia y tratar de comprender su complejidad, siempre cambiante, comprendo que en la vida nada existe –repito– inmóvil o congelado. Y, cuando me veo como parte de un proceso, advierto que no puede haber un sistema cerrado. La vida es orientada por una comprensión e interpretación de mi experiencia constantemente cambiante. Siempre se encuentra en un proceso de llegar a ser.
Está bien, quizá debería comenzar con un aprendizaje negativo. Ejemplo: he aprendido lenta y gradualmente que la ayuda que puedo prestar a una persona con una necesidad planteada no revista la forma de un proceso intelectual ni de un entrenamiento. Ningún enfoque basado en el conocimiento, una metodología o la aceptación incondicional de algo que se enseña tiene utilidad alguna. Sin duda alguna, es posible explicar a una persona su manera de ser, indicarle los pasos que lo ayudarían a progresar, hacerle conocer un modo de vida más satisfactorio; sin embargo, de acuerdo a mi propia experiencia, son pasajeras e inconsecuentes todas esas definiciones y máximas salidas desde mí. Toda su eficacia, en todo caso, reside en la posibilidad de introducir una modificación efímera que, pronto, desaparece y no hace sino fortalecer en el individuo la conciencia de su propia inadaptación.
El fracaso de cualquier enfoque intelectual me ha obligado a reconocer que el cambio solo puede surgir de la experiencia adquirida en una relación. Por consiguiente, intentaré enunciar de manera breve la idea esencial de lo que es una relación de ayuda, como es propiamente el proceso de coaching: «Si puedo crear un cierto tipo de relación, la otra persona descubrirá en sí misma su capacidad de utilizarla para su propia maduración y, de esa manera, se producirán el cambio y el desarrollo individual».
«La relación»: ¿qué significa en estos términos? ¿En qué consiste este tipo de relación que creo necesario establecer? Me explico:
Estoy seguro de que cuanto más auténtico puedo ser en la relación, tanto más útil resultará esta. Ello significa que debo tener presentes mis propios sentimientos y no ofrecer una fachada externa, adoptando una actitud distinta de la que surge de un nivel más profundo o inconsciente. Ser auténtico implica también la voluntad de ser y expresar, a través de mis palabras y mi conducta, los diversos sentimientos y actitudes que existen en mí. Solo mostrándome tal cual soy puedo lograr que la otra persona busque exitosamente su propia autenticidad. Lo más importante es ser auténtico.3
La segunda condición reside en el hecho de que, cuanto mayor sea la aceptación y el agrado que experimento hacia un individuo, más útil le resultará la relación que estoy creando. Entiendo por «aceptación» un cálido respeto hacia él como persona de mérito propio e incondicional, es decir, como individuo valioso, independientemente de su condición y conducta.
La aceptación también significa el respeto y agrado que siento hacia él como persona distinta, el deseo de que posea sus propios sentimientos, la aceptación y el respeto por todas sus actitudes, al margen del carácter positivo o negativo de estas últimas, y aun cuando ellas puedan contradecir en diversa medida otras actitudes que ha sostenido en el pasado.
Esta aceptación de cada uno de los aspectos de la otra persona le brinda calidez y seguridad en nuestra relación; esto es fundamental, puesto que la seguridad de agradar al otro y ser valorado como persona parece constituir un elemento de gran importancia en una relación de ayuda. Si puedo crear una relación que se caracterice por: a) una autenticidad y una transparencia, en las cuales pueda yo vivir mis verdaderos sentimientos; b) una cálida aceptación y una valoración de la otra persona como individuo diferente y c) una sensible capacidad de ver a mi cliente y a su mundo tal como él lo ve, entonces, el otro individuo: d) experimentará y comprenderá aspectos de sí mismo anteriormente reprimidos; e) logrará cada vez mayor integración personal y será más capaz de funcionar con eficacia; f) se parecerá cada vez más a la persona que querría ser y se volverá más personal, original y expresivo; g) será más emprendedor y se tendrá más confianza; h) se tornará más comprensivo e i) podrá aceptar mejor a los demás y enfrentar los problemas de la vida de una manera más fácil y adecuada.
Pienso que cuanto acabo de decir es válido tanto en lo que respecta a mi relación, dentro de un proceso de coaching, con un cliente, con un grupo de colaboradores o miembros de una organización, como también con mi familia y los hijos, puesto que esta mirada desde el coaching no se agota en mí en tanto coach. De hecho, creo que sería de mucha utilidad el coaching para una madre, para un docente o para cualquiera.
Reconocer al otro como a un igual implica poner en acción la facultad de comprensión y desciframiento de aquello que se ha oído, o sea, buscarle un sentido, darle significado.
Parece que, en ciertos ámbitos, el coaching comienza a hacer furor en el panorama peninsular. Después de haberse abierto mercado en los Estados Unidos y en algunos países europeos, a nuestro alrededor son cada vez más las ocasiones en las que escuchamos dicha palabra. Pero ¿qué hay detrás de esta etiqueta? ¿Qué se entiende por «coaching»? ¿Qué problemas soluciona? Pongámonos de acuerdo en algunos significados y exploremos luego sus posibilidades.
Coaching es un proceso, no es una cosa. Cuando pensamos en ello como si de una cosa se tratara, tendemos a equivocarnos y a no comprender muy bien de qué se trata.
El coaching es un cierto tipo de relación que se establece entre dos personas, donde una de ellas, el coach, facilita el éxito de la otra, el coachee.
En este escenario, ¿qué se entiende por «éxito» y qué por «facilitar el éxito»?
El éxito lo define el coachee.
En efecto, en la relación de coaching es, pues, el coachee quien determina qué es y qué no es el éxito; así, el coach ayuda al coachee a alcanzar esa meta que el mismo coachee ha definido (con o sin la ayuda del coach).
«Facilitar», por su parte, significa que el coach ayudará a su coachee a tener más posibilidades de conseguir el éxito, tal como lo haya definido el propio coachee. Pero el responsable de este éxito será el coachee, que tomará las decisiones, y no el coach, quien actúa de facilitador.
Entonces, tenemos una relación en la que dos o más personas interactúan, de una forma tal que una de ellas ayuda a la otra (u otras) a que consiga (o consigan) sus objetivos.
Hemos dicho que esta relación a la que llamamos «coaching» persigue unos objetivos (el éxito) que están definidos por una de las partes de esta relación (el coachee). Es muy importante establecer este punto de partida.
El coach facilita que su coachee alcance los objetivos que el coachee mismo ha definido. (A fines didácticos, en mi ejercicio como coach, planteo objetivos de proceso de coaching, como un todo, y también objetivos para cada sesión. Los primeros se refieren a un propósito, a una imagen de futuro que el coachee con el coach desea crear, es como una visión de hacia dónde queremos ir, cómo queremos ser, o qué deseamos obtener. Este proceso se construye con metas en cada sesión. En cada una de ellas también nos focalizamos, mediante la pregunta de mi parte: «¿Qué te gustaría que pasara en esta sesión?»).
En este tipo de marco relacional hay varias posibilidades de actuación, cada una distinta: el coach tiene muchas maneras de facilitar el éxito de su coachee, en función del tipo de objetivos que este último haya definido. En consecuencia, dependiendo de ello, la estrategia más adecuada será una u otra. Este es el principio de la flexibilidad: el coach cortará el traje a la medida de su coachee.
Bajo este marco, no importa qué utilice el coach para facilitar el éxito del coachee. Los medios están, pues, supeditados a los fines. Esto permite que el servicio de coaching tome muchas formas distintas: coaching ejecutivo, coaching por internet, coaching grupal, coaching en marketing estratégico de servicios personales... No importa si el coach es una persona contratada por una organización o es interna de la empresa, si es formal e institucionalmente un coach o hace de coach sin llevar esta etiqueta; no importa la forma en cómo se da esta relación de coaching; no importa el número de personas que estén implicadas ni el área de aplicación del servicio. Lo que importa es que, en el marco de esta relación, el coachee alcance el éxito tal y como él lo haya predeterminado. Con estos conceptos como marco de referencia, podemos establecer ahora algunas aplicaciones.
Para identificar las mejores áreas de aplicación comencemos por identificar posibles «éxitos». Para mí, una forma muy sencilla de hacerlo consiste en identificar situaciones deseadas; por ejemplo, áreas de nuestras vidas que pensamos que podrían ser mejores de lo que son en este momento. Las posibilidades son muchas: a) una persona de negocios sin tiempo para la familia puede desear encontrar un mejor equilibrio entre el trabajo y la vida privada; b) una persona insatisfecha con la forma en cómo se gana la vida profesionalmente puede querer realizar un cambio; c) un empresario emprendedor puede querer lanzar un nuevo negocio. Y los ejemplos podrían ocupar cientos de páginas de este libro.
Sí, las posibilidades son variadísimas. Claro que, a estas alturas, algunas preguntas que puede plantearse el lector perspicaz tal vez sean: a) ¿cómo funciona el coaching?, b) ¿cuál es su marco de actuación?, c) ¿cómo hace el coach para facilitar el éxito de su coachee?
Ciñéndome solo a un campo de aplicación de este proceso, en el coaching empresarial se trata precisamente de ayudar a una persona en su desarrollo desde su estado actual a su estado idóneo. Pero, desde un punto de vista «mentoring» es otra cosa.
«Mentoring» proviene de la historia del regreso a Ítaca de Ulises, después de la Guerra de Troya.4 Al marchar, Ulises pidió a su gran amigo, Mentor, que cuidara y enseñara a su único hijo, Telémaco, todo lo que él sabía sobre el gobierno de los hombres y las naciones. Al volver a casa, Ulises se encontró con buenas y malas noticias. La buena noticia era que Telémaco sabía todo lo que sabía Mentor. La mala noticia era que no sabía ni una cosa más.
Para nosotros, los coaches, un Mentor te lleva a su nivel, mientras que un coach te aúpa al máximo de tu potencial, sin disminuir en nada tu capacidad de mejora y con el deseo, incluso, de que puedas superarte.
A pesar de que han existido infinidad de personas a las que se ha podido aplicar la imagen del perfecto coach, probablemente uno de los mejores fue Sócrates (Alopece, Atenas, 470 a. C. – 399 a. C.). Su forma de enseñar representaba perfectamente lo que distingue a un excelente coach.
Sócrates transmitía sus enseñanzas de forma oral y, en su dialéctica, aseguraba siempre a sus estudiantes que «yo no te puedo enseñar nada, lo único que puedo hacer es ayudarte a aprender».
Esta es la primera y más importante lección: un coach no es profesor ni consultor ni psiquiatra, ni un confesor. Un coach es una persona que ayuda, a través de preguntas, y, de vez en cuando, de sugerencias, a que otra persona alcance su máximo potencial.
1. ¿Qué área o áreas de tu vida piensas ahora mismo que deseas mejorar y por qué?
2. ¿Cuáles son las fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas para que alcances los objetivos que te has propuesto? Reflexiona sobre cada uno de estos elementos y, si te resulta útil, apúntalo en un papel.
3. Medita en momentos de tu vida donde te hayas encontrado en busca de lograr un objetivo de mejora de tu vida en cualquier ámbito e identifica qué acciones te permitieron alcanzar tal objetivo y con qué obstáculos te enfrentaste.
Pocas personas saben cómo beneficiarse y revalorizar su individualidad a través de un proceso de coaching. Lo cierto es que sacar lo mejor de cada persona, apoyarla y estimularla para que sea capaz de encontrar soluciones eficaces son tareas cada vez más necesarias en el ámbito empresarial y personal.
En un mundo cada vez más competitivo, donde la presión por obtener resultados y tomar decisiones es cada vez mayor, los seres humanos no siempre reaccionan de la manera más adecuada. Por ello, la búsqueda de soluciones en entornos colaborativos y la implementación de nuevas metodologías que permitan mejorar las habilidades personales, así como el análisis del entorno, están cobrando cada vez más importancia para la comunidad.
Proyectos, sueños, deseos, ganas de cambiar, sed de triunfo... Muchas personas hacen miles de cosas en el día a día con el propósito de querer cambiar, mejorar, pero no saben cómo, ni piensan en qué cosas desean modificar para lograr esa mejora que verdaderamente les dé sentido a sus vidas; verbigracia, el cómo salir de una situación en la que se encuentran atascadas por más empeño que les pongan. Así, prueban mil y una estrategias, pero, muchas veces, el resultado no es el buscado. Entonces, cogen el camino de la justificación, responsabilizando a otro de lo que les ha ocurrido: «¡Cómo voy a cambiar si tal o cual no cambia, no pone de su parte, si nadie se esfuerza como yo...!». De ese modo, construyen, paso a paso, una cadena de responsables de haberse quedado «a mitad de camino» o «atascados», sin poder moverse. Como se dice en el fútbol, antes que hacerse cargo de sus vidas, patean el balón fuera de la cancha.
¿Y qué sucede? ¿Por qué se cae en la tentación de buscar chivos expiatorios? Tengo una pequeña explicación:
Para conocer el mundo que nos rodea, formamos modelos mentales, que son semejantes a un mapa que nos guía en el territorio, por lo que, si se tiene un mapa erróneo, nos llevará a un lugar equivocado. Pero creemos que ese mapa no es parte de nuestro modelo mental, sino algo ajeno a nosotros, con el que nada tenemos que ver. Y, en esta dinámica, en lugar de comenzar a tomar el toro por las astas y cambiar nuestro mapa mental, nuestra conducta y nuestra actitud, preferimos echar las culpas afuera. Claro, es una comodidad: más difícil –y, a veces, desafiante y doloroso– es replantear nuestros modelos mentales, nuestras creencias, que son la fuente de nuestros comportamientos y actitudes. Y eso no es todo. Además, si realmente terminamos por creer que el mundo se opone a lo que deseamos hacer y ser, y este modo de reflexionar lo traducimos en conversaciones tales como: «Eso no es para mí» o «las cosas no están bien, pero yo no puedo hacer nada para cambiarlas», o «lo que yo pueda hacer no va a producir una diferencia», etc., entonces lo que haremos será agravar el estancamiento y conseguir que este de verdad se cumpla. En menos palabras, seguiremos encerrados en rutinas sin solución posible.
El coaching, justamente, ayuda a salir de esta conversación (interna o con terceros) de posibilidad cero. El coaching está para abrir nuevas puertas. Pero, como he escrito al principio de este libro, no hay fórmulas mágicas ni recetas.
Un buen coach no es un gurú, y yo no lo soy –ni ando con túnicas doradas por la vida–, como Javier supo comprender ya no sé si en Madrid o Buenos Aires. Simplemente, lo que hay en un buen proceso de coaching es el compromiso de generar un mundo en el que el coachee se sienta protagonista y responsable de su propia existencia.
Si nos fijamos en la siguiente afirmación: «Me mojé porque llovió», me pone en la posición de víctima, donde las circunstancias condicionan mi vida y no puedo hacer nada para cambiarlo.
Pero, si vemos esta otra afirmación: «Me mojé porque no llevé paraguas», esto me hace ver la responsabilidad (no hablo de buscar al culpable) de mis actos y que yo no estoy en una posición victimista ni de pasividad.
Hasta aquí podemos deducir que, en el proceso de coaching, el protagonista es el coachee (la persona que viene en busca del coach), donde la responsabilidad y las acciones están en sus manos, en su voluntad.
El coaching es una disciplina que apunta a generar en el ser humano un cambio en el modo de verse a sí mismo y de ver el mundo que a uno lo rodea.
Muchas veces estamos sumergidos en que nuestra manera de ver o de hacer las cosas es la única, «la mejor»; creemos que el otro «está equivocado», que «no sabe nada» y, desde esa creencia, invalidamos su opinión.
El coaching, en cambio, trabaja desde otro modelo: la validación del otro como un ser auténtico y legítimo, cuya opinión es tan auténtica y legítima como la de uno mismo.
Un coach observa en el cliente aspectos que este por sí mismo no puede observar; trata de ver desde más perspectivas una misma situación y asiste al coachee para que transite por un proceso de transformación personal, el cual, indefectiblemente, redundará en beneficio suyo y de su entorno.
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1. Medita en tus creencias y mapas mentales, y trata de advertir situaciones donde te hayas encontrado justificándote porque, siguiendo el ejemplo recién escrito –aplica cualquier analogía–, te mojaste bajo la lluvia porque llovió y no porque olvidaste el paraguas.
2. Compara tu mapa mental con el territorio que te rodea y pregúntate: ¿cuán acorde al territorio, lo que te rodea, está tu mapa; cuán realista es para llegar a la meta que te has propuesto?
3. Si lo deseas, reflexiona y anota en un papel todo aquello que consideres que debes modificar y no reiterar para salir de la situación de estancamiento que procuras cambiar para tu bien.
Durante mi tiempo de formación como coach, pasé por un momento interesante en donde entendí que necesitaba tomar primero la medicina que luego daría a los demás. Por ejemplo, debía accionar prácticas como la reflexión y la transparencia, pero la que más esfuerzo me tomó fue la de filtrar ideas acerca de mis planes a futuro en función de mis propios valores. Es decir, a través del proceso de coaching, necesitaba ser confrontado sabiamente acerca de mis patrones de pensamiento, mi razonamiento «lógico» de las cosas y de las motivaciones en mi vida.
Aquel proceso inicialmente fue incómodo, pero entendí que lo necesitaba si en verdad quería crecer, desarrollar habilidades y lograr maximizar mi potencial.
Para esto requerí aplicar ciertas prácticas para salir exitoso del proceso. Y la primera fue reconocer que la búsqueda de la humildad es necesaria para aceptar que puedo estar dirigiendo mal alguna área de mi vida sin saberlo. No que toda mi vida estaba en mal camino, pero que, ciertamente, existía la posibilidad de que algún área estuviera en cierto proceso que potencialmente traería consecuencias y repercusiones a las otras áreas de mi vida y, por consiguiente, a mi vida en general. Lo más interesante es que quizás ni yo lo había notado, ni mis amigos o familiares. ¿Y por qué no? Quizás fueran (y aún sean) tan buenos amigos o familiares que no habían sido en su momento capaces de confrontarme y decirme la verdad con sabiduría, por miedo a «herirme». Lo cierto es que, en vez de herirme, me hubieran hecho un bien. Sin embargo, esto lo entendí más tarde, en mi proceso de descubrimiento del coaching.