Desastres agrícolas en México. Catálogo histórico, I - Virginia García Acosta - E-Book

Desastres agrícolas en México. Catálogo histórico, I E-Book

Virginia García Acosta

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Beschreibung

El primer tomo de la presente serie reúne la información de más de tres mil fichas que forman el catálogo, y ofrece un estudio introductorio que resume los logros de la historiografía mexicana o mexicanista en esta materia, así como las perspectivas y los enfoques teóricos que han orientado los estudios sociales sobre desastres.

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SECCIÓN DE OBRAS DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Desastres agrícolas en México

Comité de selección

Dr. Antonio Alonso Dr. Francisco Bolívar Zapata Dr. Javier Bracho Dr. Juan Luis Cifuentes Dra. Rosalinda Contreras Dr. Jorge Flores Valdés Dr. Juan Ramón de la Fuente Dr. Leopoldo García-Colín Scherer Dr. Adolfo Guzmán Arenas Dr. Gonzalo Halffter Dr. Jaime Martuscelli Dra. Isaura Meza Dr. José Luis Morán Dr. Héctor Nava Jaimes Dr. Manuel Peimbert Dr. Ruy Pérez Tamayo Dr. Julio Rubio Oca Dr. José Sarukhán Dr. Guillermo Soberón Dr. Elías Trabulse

Coordinadora

María del Carmen Farías R.

VIRGINIA GARCÍA ACOSTA JUAN MANUEL PÉREZ ZEVALLOS • AMÉRICA MOLINA DEL VILLAR

Desastres agrícolas en México

Catálogo histórico

TOMO IÉpocas prehispánica y colonial (958–1822)

CENTRO DE INVESTIGACIONES Y ESTUDIOS SUPERIORES EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2003 Primera edición electrónica, 2014

Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

Exvoto anónimo, 1895. Marianne Bélard y Philippe Vernier, Religión y cultura. Los exvotos del Occidente de México

D. R. © 2003, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Hidalgo y Matamoros, 14000 México, D.F.www.ciesas.edu.mx

D. R. © 2003, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2424-6 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Índice general

Índice de ilustraciones

Presentación general

Semblanza de los autores

Estudio introductorio: épocas prehispánica y colonial (958-1822)

La historiografía mexicana y el estudio social de los desastres

El estudio histórico de los desastres: sequías y crisis agrícolas

Estudio de fuentes del catálogo

1. Los archivos

Archivos de la ciudad de México

Archivos estatales

Archivos municipales

Archivos del extranjero

Archivos eclesiásticos

2. Las fuentes bibliográficas

Códices y mapas

Crónicas coloniales

Anales y Relaciones Geográficas de los siglos XVI, XVII y XVIII

Historiadores de los siglos XVIII y XIX

Diarios y efemérides

Libros de viajeros

Compilaciones documentales

Historiadores del siglo XX

3. La hemerografía

Bibliografía del estudio introductorio

Épocas prehispánica y colonial (958-1822)

Época prehispánica: 958-1518

Siglo XVI: 1519-1600

Siglo XVII: 1601-1700

Siglo XVIII: 1701-1780

Siglo XVIII: 1781-1786

Siglo XVIII: 1787-1800

Periodo colonial tardío: 1801-1822

Fuentes

Fuentes bibliográficas y hemerográficas

Fuentes de archivo y ramos

Índices

Índice temático

Índice toponímico

Índice de ilustraciones

“… hubo tantas nieves que morían los hombres”, 1447 (7 caña)

“… hubo tanta hambre que morían los hombres”, 1454 (1 conejo)

“… corrió una cometa muy grande”, 1489 (10 casa)

“… hubo grandes nieves”, 1503 (11 caña)

“… hubo grande hambre”, 1505 (13 casa)

“… hubo tanto ratón […] que se comían todos los sembrados”, 1506 (1 conejo)

“… hubo grandes nieves”, 1511 (6 caña)

“… murió mucha gente de viruelas”, 1538 (7 conejo)

“Aires grandes […] gran mortandad de indios”, 1544 (13 caña) y 1545 (1 casa)

Exvoto con la Virgen de Ocotlán

Exvoto con la Virgen de los Remedios

Retablo de la Virgen de los Remedios

Virgen de Guadalupe. Grabado de José Ibarra y Baltasar Troncoso, 1743

San Isidro Labrador

Exvoto sobre cólera morbus, 1742

Exvoto sobre viruela, 1761

San Nicolás Tolentino. Tabla del siglo XV

“… cayó una centella por la esquina de la casa”. Exvoto anónimo, siglo XIX

Exvoto sobre calenturas, 1779

Padre Carranco Barrientos. Bautizado en Cholula en el siglo XVIII

Fray Junípero Serra en 1785

La muerte. Óleo anónimo del siglo XVIII

Inundación en Culhuacán en 1786

Virgen de Guadalupe. Óleo anónimo del siglo XVIII

Vacuna contra la viruela. Siglo XIX

Presentación general

EL ESTUDIO de los desastres desde una perspectiva histórica constituye un tema relativamente nuevo en México. En algunas instituciones, como el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), este interés se desarrolló a partir de los sismos de 1985. Sin duda existen circunstancias que tienen una trascendencia particular en el desarrollo profesional e institucional, y en este caso así sucedió. Iniciamos los trabajos rastreando la historia sísmica mexicana y elaboramos catálogos que cubrieran periodos largos, tratando de documentar dicha historia lo más ampliamente posible.1 La enorme riqueza tanto en calidad como en cantidad de la información obtenida abrió nuevos caminos que invitaron a estudiar los temblores como fenómenos sociales.2

De lo anterior se derivó el interés por incursionar en un campo más general, al que ahora denominamos “estudios históricos sobre desastres”. En él hemos incluido los relacionados tanto con temblores como con otros fenómenos naturales o amenazas cuya presencia, vinculada a sociedades vulnerables, da lugar y ha dado lugar históricamente a procesos que hemos caracterizado como desastres.

Comenzó entonces un recorrido por nuevas veredas alrededor de un tema que, si bien se ubica dentro del campo que en términos genéricos corresponde al estudio histórico de los desastres, incursiona por la senda de aquellos cuyos efectos fueron resentidos de manera particular en el sector agrícola, de ahí que los denominemos “desastres agrícolas”. La historiografía mexicana había abierto ya pistas importantes alrededor del estudio de las crisis agrícolas y las sequías, así como, aunque con menor énfasis, en torno a la historia de la alimentación y de los precios de productos básicos en momentos de escasez y carestía.3 Estos antecedentes resultaron determinantes para adentrarnos en ciertos tipos de desastres que, aun cuando se encuentran asociados con amenazas de origen natural, parecían ofrecer elementos complementarios aunque diferentes para llevar a cabo el análisis de los desastres ocurridos en la historia de México.

Al igual que en la experiencia previa relacionada con el estudio de los sismos, era necesario comenzar con una recopilación amplia de información que permitiera conformar un catálogo sobre desastres agrícolas en la historia de México. Uno de nuestros intereses centrales estaba dirigido al estudio particular de las sequías y sus efectos en sociedades de base agrícola; no obstante, consideramos que para dar cuenta realmente de un campo más vasto, como el de los desastres agrícolas, debíamos incluir material sobre procesos derivados no sólo de la escasez de agua sino también sobre aquellos en los que la abundancia o el exceso de dicho recurso, así como la presencia de amenazas como ciclones, huracanes, heladas, nevadas, granizadas e incluso plagas, afectaron de diversas maneras la producción agrícola y con frecuencia también la ganadera. Es así como observamos la ocurrencia de desastres agrícolas cuyos orígenes, si bien se relacionaban de manera directa con alguna amenaza de índole natural, estaban estrechamente vinculados a las condiciones sociales, económicas y, en ocasiones, políticas y culturales de la región estudiada, es decir, con la vulnerabilidad del contexto en que se presentaban. Estas mismas condiciones, aunadas a la magnitud, la frecuencia, la duración, el alcance y las características de la amenaza natural en cuestión, provocaban determinados efectos y respuestas, siempre diferenciales, de parte de los diversos sectores sociales afectados en cada periodo y área geográfica estudiados. Más tarde incorporamos la información relativa a epidemias que, si bien no caben de manera estricta dentro de los denominados desastres agrícolas, se presentaban con bastante frecuencia antes, pero sobre todo después de ocurridos estos últimos. De esta manera las epidemias registradas corresponden exclusivamente a aquellas que se encontraron de una u otra forma relacionadas con desastres agrícolas; sus denominaciones aparecen tanto en náhuatl como en español, según apareció en el documento consultado.

El marco temporal cubre cuatro siglos y medio de nuestra historia. Originalmente sólo se había considerado incluir el periodo colonial y el siglo XIX; sin embargo, la localización de material interesante, novedoso y, en algunos casos, diferente, para los años previos a la invasión española, nos obligó a ampliarlo, aunque hemos de reconocer que la información correspondiente a la época prehispánica es la menos abundante.

Los volúmenes que ahora ofrecemos bajo el título de Desastres agrícolas en México cubren así desde el año 958 hasta 1900 y constituyen el primer resultado conjunto de esta iniciativa que, habiéndose iniciado en 1992, tenía como finalidad primera obtener, ordenar y sistematizar en un catálogo cronológico la información sobre desastres agrícolas proveniente básicamente de fuentes primarias. Dada la amplitud del periodo seleccionado y la abundancia de la información obtenida, el catálogo está dividido en dos tomos. El primero abarca desde la época prehispánica hasta fines de la colonial (958-1822),4 y dada la riqueza de los resultados se ha dividido en siete partes. El segundo tomo, incluido en un solo apartado, cubre el resto del siglo XIX, dando inicio el mismo año en que concluye el primero (1822-1900).5

El material disponible para cada tomo provino de fuentes con distintas características y ofrece particularidades y variantes que era necesario identificar.6 Por lo anterior, cada tomo de Desastres agrícolas en México cuenta tanto con su propio estudio introductorio al inicio de cada uno de ellos como con índices y bibliografía independientes al final de cada tomo.

Una investigación de esta envergadura ha requerido la colaboración y el apoyo de diversas instituciones y de muchas personas. Originalmente empezamos el proyecto Antonio Escobar Ohmstede y quien esto escribe, dividiéndonos el trabajo con base en nuestra experiencia en términos temporales: siglo XIX y época colonial, respectivamente. Considerando que se requerían especialistas en el periodo colonial temprano, se incorporó Juan Manuel Pérez Zevallos para coordinar esa parte del estudio. Más tarde, y dado el conocimiento que había logrado en el campo, aceptó colaborar América Molina del Villar para reforzar el trabajo en su conjunto. Sin duda, esta coordinación colectiva no siempre fue fácil, pero sólo así se logró que el resultado final haya rebasado con mucho los modestos intereses originales.

La labor desarrollada por el equipo de becarios fue medular. Trabajaron con nosotros en los diversos archivos, hemerotecas y bibliotecas seleccionados, y juntos aprendimos a identificar y a diferenciar el tipo de datos que convenía obtener, ordenar y sistematizar para conformar un catálogo sobre desastres agrícolas. Algunos de ellos elaboraron ponencias o ensayos e incluso sus propias tesis profesionales. A los que participaron sólo algunos meses y a los que lo hicieron a lo largo de varios años, a los que obtuvieron datos e hicieron fichas, a los que elaboraron y corrigieron índices y bibliografías, a todos estos colaboradores les debemos un especial agradecimiento: Claudia Ballesteros, Isabel Campos, Beatriz Dávalos, Elvia Diego, Susana Espinosa, Patricia Fájer, Norma García Arévila, Alma García Hernández, Rocío González, Rocío Hernández, Paula Graf, Ana María Gutiérrez, Viviana Kuri, Patricia Lagos, María del Carmen León, Davison Mazabel, Miguel Pastrana, María de la Luz Pérez Meléndez, Sebastián Pla y Celia Salazar.

Contamos también con importantes respaldos institucionales. Por un lado, del CIESAS, particularmente de dos de sus directores generales: Teresa Rojas Rabiela, que lo fuera durante la mayor parte del desarrollo del estudio y cuyo apoyo fue siempre decidido, y Rafael Loyola Díaz, a lo largo de su actual gestión y de su insistencia en que el estudio de los desastres debe tener una atención particular dentro de la agenda nacional. Por otro, del CONACYT, que, seguramente al reconocer que el estudio histórico de los desastres agrícolas constituía un tema de particular interés en un país conformado por una enorme diversidad de regiones susceptibles de ser afectadas de manera diferencial por amenazas muy diversas, ofreció el financiamiento necesario para contar con un nutrido grupo de becarios y llevar a cabo el trabajo de archivo, hemerográfico y bibliográfico en diversos estados de la república.

Los presentes tomos conforman así un largo recorrido que ha dado como resultado un catálogo cronológico amplio de los desastres agrícolas ocurridos a lo largo de cuatro siglos y medio de nuestra historia. Constituye un cuerpo documental que puede ser de utilidad no sólo para los científicos sociales interesados en la dimensión histórica de los desastres, para lo cual el catálogo constituirá una base fundamental, sino también para especialistas en otros campos, tales como climatólogos, meteorólogos y ecólogos, ingenieros hidráulicos o agrónomos, e incluso para las autoridades centrales o locales involucradas en la toma de decisiones en temas relacionados con los asuntos aquí considerados. La preparación final para la publicación estuvo sujeta a innumerables correcciones y revisiones, razón por la cual se da a conocer al público interesado varios años después de haber culminado la investigación. Es así como esta obra conjunta es el resultado de un prolongado trabajo en equipo, que esperamos sea el germen para recorrer nuevas veredas en busca de futuras y ricas investigaciones que permitan ampliar el estudio histórico de los desastres.

VIRGINIA GARCÍA ACOSTA

1 El catálogo más acabado fue publicado en 1996: cfr. Virginia García Acosta y Gerardo Suárez Reynoso, Los sismos en la historia de México, vol. 1, FCE-CIESAS-UNAM, México, y se basó en dos publicaciones previas: Teresa Rojas Rabiela, Juan Manuel Pérez Zevallos y Virginia García Acosta, coords., Y volvió a temblar… Cronología de los sismos en México (de 1 pedernal a 1821), CIESAS, México, 1987, y Virginia García Acosta, Rocío Hernández, Irene Márquez et al., “Cronología de los sismos en la cuenca del Valle de México”, en: Estudios sobre sismicidad en el Valle de México, DDF-PNUD, México, 1988, pp. 409-498.

2 Este proyecto generó muchos resultados, derivados de los catálogos sobre sismos. Un listado de ello se encuentra en el anexo que aparece en Virginia García Acosta, Los sismos en la historia de México, vol. II, “El análisis social”, FCE-CIESAS-UNAM, México (en prensa).

3 Para mayor información al respecto, consúltense los estudios introductorios de cada uno de los dos tomos de la presente obra.

4 Los coordinadores de esta parte fueron Virginia García Acosta, Juan Manuel Pérez Zevallos y América Molina del Villar.

5 Coordinado por Antonio Escobar Ohmstede.

6 Todo el material original que aparece en ambos tomos se encuentra vertido en fichas y obra en poder del CIESAS.

Semblanza de los autores

Virginia García Acosta

Virginia García Acosta obtuvo la licenciatura y la maestría en antropología social en la Universidad Iberoamericana y, en 1995, el doctorado en historia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias. También es profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, donde su labor principal ha girado en torno a la historia de la alimentación y el estudio del riesgo y los desastres desde una perspectiva histórica y antropológica. Entre los libros que ha publicado destacan el primer tomo de Los sismos en la historia de México (1996), en coautoría con Gerardo Suárez Reynoso, y el segundo tomo (2001), de su autoría exclusiva

Juan Manuel Pérez Zevallos

Juan Manuel Pérez Zevallos es profesor-investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Licenciado en etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), realizó estudios de posgrado en antropología social en la ENAH y de historia en El Colegio de México. Autor de La visita de Gómez Nieto a la Huasteca 1532-1533 (2002), Xochimilco ayer I (2002) y Xochimilco ayer II (2003), ha publicado también, en coautoría con Valentina Garza Martínez, el Libro del cabildo de la villa de Santiago del Saltillo (1578-1655) (2002) y, con Luis Reyes García, La fundación de San Luis Tlaxialtemalco según los Títulos Primordiales de San Gregorio Atlapulco (1519-1606) (2003).

América Molina del Villar

América Molina del Villar es profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social desde 1990. En esta institución ha trabajado en la línea de historia de los sismos y desastres en México. Como resultado de este proyecto, en 1996 publicó un trabajo titulado Por voluntad divina: escasez, epidemias y otras calamidades en la ciudad de México, 1700-1762. En 1998 obtuvo el grado de doctora en historia por El Colegio de México con la tesis “La propagación del matlazahuatl. Espacio y sociedad en la Nueva España, 1736-1746”. Este estudio fue ampliado y en 2001 salió publicado con el título La Nueva España y el matlazahuatl, 1736-1739, el cual obtuvo una mención honorífica en el Premio Antonio García Cubas al mejor libro de antropología e historia, otorgado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. América Molina ha publicado artículos e impartido ponencias en México y en el extranjero relativos al tema de la historia de las epidemias y las crisis agrícolas del siglo XVIII. Actualmente desarrolla un proyecto de investigación con apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología sobre “Demografía y movimientos de población en el campo mexicano. Los pueblos y haciendas del área central, siglos XVIII y XIX”. Desde 1996 es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

Estudio introductorio:épocas prehispánica y colonial (958-1822)

ESTE PRIMER TOMO del catálogo de desastres agrícolas cubre un largo periodo de nuestra historia, cuyo inicio estuvo determinado por las fuentes disponibles que ofrecieran información sobre el tema para la época prehispánica y cuyo término corresponde al año de consolidación de nuestra independencia. Abarca así desde el año 958 hasta 1822, periodo a lo largo del cual se presentaron, como podrá comprobar el lector, innumerables y variados desastres agrícolas.

Se trata de un tema, como se señala en la presentación general, prácticamente virgen tanto en México como en América Latina, de ahí que incursionar en él a partir de un catálogo nos pareció la manera idónea de hacerlo.

El presente estudio introductorio busca, en primer lugar, ubicar al lector en la temática de los desastres agrícolas. Para ello, presentamos sendos resúmenes de lo que al respecto han desarrollado, por un lado, la historiografía mexicana o mexicanista y, por otro, los diversos enfoques o perspectivas teóricas que han guiado los estudios sociales sobre desastres en general. Trataremos de aclarar, con base en lo anterior, qué entendemos por “estudio histórico de los desastres”, tomando como ejemplo particular el caso de las sequías y las denominadas “crisis agrícolas” coloniales.

En segundo lugar, ofrecemos un estudio de las fuentes que alimentaron este catálogo, procurando dar una visión detallada del tipo de material trabajado, así como hacer un balance de las fuentes mismas.

La historiografía mexicana y el estudio social de los desastres

Señora, Señora,aquí está tu iglesia que peregrinarogando que llueva.Escucha este canto,Señora, Señora, la presa está seca.El Nazas no corre trayendo la vida,que el agua no viene.El campo está seco, el ganado muere,ven en nuestro auxilio, que el agua no viene.(Plegaria por la lluvia y el buen temporalde Coahuila, 13 de junio de 1996.)

Las condiciones actuales del campo en México reflejan la crudeza con que la sociedad vive el drama de la falta de lluvias. En marzo de 1996, los agricultores de Tamaulipas temían que de no llover en las dos primeras semanas de abril, dejarían de sembrar alrededor de 600 000 hectáreas y podrían perderse 350 000 cabezas de ganado. Esta situación era compartida por campesinos y ganaderos de los estados norteños de Chihuahua, Coahuila, Durango, Nuevo León, Sonora y Zacatecas, donde las lluvias estuvieron por abajo de los promedios históricos. En abril de ese mismo año, la escasez de agua en Coahuila obligó a los dueños de ganado a enviar al rastro 160 000 reses de un total de 550 000 con que contaban para no dejarlas morir de hambre y sed. Los ganaderos de Durango, donde hacía más de un año que no llovía, en los primeros meses del año sacrificaron más de 112 000 reses. El 13 de junio, día de san Antonio, la desesperación y la esperanza de que ocurriera un milagro congregaron en Torreón a más de 70 000 feligreses de la zona; se reunieron por la noche y bajo un intenso calor de 38 grados en el lecho seco del río Nazas, que separa los estados de Coahuila y Durango. Cinco prelados de la zona oficiaron la “Misa por el buen temporal”, donde pidieron agua y buen tratamiento a sus tierras. Entre rezos y cantos de los asistentes, los danzantes matlachines no dejaron de bailar la Danza del caballito, la de La pluma, la del Carrizo al ritmo de tambores y sonajas. Los asistentes, todos a una voz, elevaron sus plegarias con el deseo de ser escuchados por Dios para que llegara agua a sus tierras.

La imagen que ofrecen este ejemplo y registros similares y los efectos y las respuestas de la sociedad ante la persistente sequía muestran la grave situación que se experimenta cíclicamente en el campo mexicano. Pero ésta no es nueva. A lo largo de la historia se han presentado innumerables amenazas, como inundaciones, tormentas, heladas, escasez de lluvias, plagas o epidemias, que afectaron de manera dramática y terrible a las sociedades mesoamericana, novohispana y decimonónica. En los últimos años, investigadores mexicanos de diversas especialidades han dedicado particular atención al fenómeno identificado desde fines del siglo XIX por el geógrafo peruano Federico Pezet como una “contracorriente” y bautizado originalmente por los pescadores peruanos como “El Niño”,1 y han dado cuenta de sus efectos variados y contradictorios en nuestro país.2 De hecho, el epígrafe que encabeza este apartado y los primeros párrafos del mismo hacen referencia a eventos ocurridos un año antes de que se presentara uno de los “Niños” más severos de los últimos años, el de 1997-1998, el cual ha sido causante, junto con otros anteriores –como el de 1982-1983– de desastres de gran envergadura; pero, como vemos, tampoco la presencia de El Niño es nueva. Las amenazas naturales y su conversión en desastres ha sido una constante en nuestra historia. Por ello, la búsqueda de los registros donde quedó plasmado el impacto que causó cada una de estas amenazas así como las condiciones de vulnerabilidad de la sociedad fue la tarea que nos propusimos llevar a cabo.

La historiografía mexicana o mexicanista ha generado una serie de productos que podríamos considerar como el antecedente inmediato de esta nueva línea de investigación que, en términos generales, denominamos estudio histórico de los desastres. Existen varios productos que caben dentro de esta clasificación. Entre los relacionados específicamente con la temática abordada en el presente catálogo, es decir, con los desastres agrícolas,3 los primeros que mencionaremos constituyen cronologías de la ocurrencia de cambios climáticos que provocaron sequías, inundaciones o “hambrunas”; suelen ser recuentos de la asociación entre algunas de las anteriores con otros factores, como producción y precios de productos básicos, o entre epidemias y las denominadas “crisis agrícolas”. Es decir, se trata de trabajos de corte informativo que brindan al lector interesado listas secuenciales que sirven como material de orden primario; todos ellos, de hecho, fueron utilizados como punto de partida en nuestro catálogo.4

En segundo lugar, se han producido lo que podemos calificar como estudios propiamente dichos. Algunos son de carácter descriptivo, como el que atiende las inundaciones en el valle de México durante las épocas prehispánica y colonial (escrito en el siglo XIX) y el referido a las denominadas “hambres” en la historia de Yucatán, que en realidad constituye un recuento no muy sistemático de las escaseces de alimentos sufridas y provocadas en esa zona por la falta o el exceso de lluvias.5 Al otro tipo de estudios, de corte más analítico, dedicaremos las siguientes reflexiones.

Dentro del campo de los desastres agrícolas, los análisis más antiguos se remontan a la década de los treinta. Luis Chávez Orozco llevó a cabo estudios históricos de ciertos aspectos económicos –como los salarios, los precios y la producción agrícola– asociados con momentos críticos generalmente derivados de la presencia de fenómenos naturales que provocaban sequías.6 En las décadas de los cincuenta y sesenta, el mismo Chávez Orozco investigó las denominadas “crisis agrícolas” de la época colonial,7 manteniendo el interés central por los problemas económicos de ese periodo, tales como las fluctuaciones de la producción y de los precios, y por las condiciones agrícolas en general. Tal es el caso de los trabajos de François Chevalier y Charles Gibson que, sin consagrarse específicamente a esos asuntos, dedicaron parte de su análisis a dichos temas.8

El énfasis en el estudio de las crisis agrícolas se inició a fines de los sesenta, como producto de la influencia de la historiografía francesa que para entonces ya había logrado avances importantes en ese campo. El trabajo de Enrique Florescano marcó un cambio definitivo al estudiar dichas crisis a partir del movimiento de los precios del maíz y analizar sus efectos sociales, económicos y políticos.9 Una de sus conclusiones más importantes fue considerar que en una sociedad de base agrícola las crisis agrícolas se convertían en crisis económicas generalizadas con efectos en todos los órdenes de la vida; de esta manera, “en la Nueva España, como en la Europa de los siglos XVI a XVII, decir crisis agrícola fue, de hecho, sinónimo de crisis económica general”.10 Durante las dos siguientes décadas se siguieron mencionando, y en ocasiones estudiando, las denominadas simplemente crisis, o apellidándolas como crisis agrícolas, crisis de subsistencia o crisis alimentarias, generalmente como parte de reflexiones centradas en temas más amplios sobre historia económica y social de México.11

Debemos mencionar tres excepciones a esta tendencia. Un trabajo sobre “crisis alimentarias” en la historia de México, que constituye una revisión general de corte más descriptivo que analítico, razón por la cual se traduce en un intento por conjuntar la información que al respecto reunió su autor12 y dos estudios que han resultado particularmente importantes como antecedentes para el análisis de los desastres agrícolas, dado que ofrecen una visión de conjunto de las dos que se han calificado como las principales crisis agrícolas de la época colonial: la de 1785-1786 y la de 1809-1811.13 Estos dos ensayos y la compilación de documentos para el estudio de dichas crisis que constituyeron su base fáctica14 han sido fundamentales no sólo en la elaboración del catálogo que ahora presentamos sino también en el avance de nuestras reflexiones.

De manera semejante mencionamos un estudio que, publicado a mediados de los setenta, hemos caracterizado como “estudio tipo” sobre desastres históricos. No se relaciona específicamente con desastres agrícolas, ya que está dedicado a la inundación de la ciudad de México ocurrida durante el segundo cuarto del siglo XVII,15 pero lo referimos ahora dado que tiene la virtud de no limitarse a estudiar el fenómeno natural mismo, es decir, las lluvias excesivas y las inundaciones provocadas que mantuvieron anegada a la ciudad por cinco largos años, sino que presenta y analiza minuciosamente el contexto social, económico, cultural y político en el que se presentaron, tanto antes como después de ocurrir la inundación, y muestra de qué manera las condiciones de vulnerabilidad fueron las que, de hecho, provocaron el desastre.

Durante los ochenta empezaron a aparecer estudios históricos dedicados específicamente a las sequías.16 En muchos de ellos éstas se consideran como sinónimo de crisis o de crisis agrícola, lo cual lleva a confundir el origen con el resultado de un proceso. También en esa década se publicó la serie que trata del “hambre” en México que, si bien lleva tal título, constituye no sólo un interesante esfuerzo de compilación sino también un examen de información relacionada con crisis agrícolas, epidemias y plagas que, a juicio de sus autores, dan cuenta de las “hambrunas” ocurridas a lo largo de nuestra historia.17

A mediados de esa década se publicó un interesante artículo dedicado a un tema, como bien señala su autor, olvidado por los estudiosos: el de los huracanes. Estudia su papel como mecanismos detonadores en la historia maya, asociándolos con patrones de asentamiento y de subsistencia, con la demografía, la guerra y el comercio; insiste, en sus conclusiones, en la importancia de atender estas amenazas relacionadas con cambios y continuidades en los procesos sociales tanto de la región estudiada como de otras enfrentadas a ellas.18

De manera muy sintética, el anterior era el panorama que hacia la segunda mitad de la década de los ochenta ofrecía la historiografía mexicana o mexicanista relacionada con el estudio de los desastres agrícolas para las épocas prehispánica y colonial.19 Fue entonces cuando iniciamos de manera decidida el avance sistemático en México en el estudio histórico de los desastres comenzando, como mencionamos en la presentación general del presente catálogo, con el estudio de los sismos. A partir de este último y ante la necesidad de contar con marcos teóricos útiles para su análisis que permitieran hacer preguntas nuevas y, en suma, sacar un mayor provecho de los datos acumulados, nos aventuramos en el campo desarrollado por las ciencias sociales para el estudio de los desastres.

En este sentido, los diversos modelos, enfoques o perspectivas teóricas elaborados para analizar los desastres llevaron a los científicos sociales dedicados a estos asuntos a identificarlos y clasificarlos dentro de un concepto general: el de los “desastres naturales”.20 Este último se derivó particularmente del enfoque que ha mantenido la primacía y que identifica los desastres con la presencia de determinados fenómenos naturales peligrosos o destructivos. Por ello, los estudiosos de los “desastres naturales” se limitaron durante muchos años a estudiar casi de manera exclusiva las respuestas de la sociedad ante la presencia de determinadas amenazas.21

A manera de reacción, en la década de los ochenta surgieron nuevos modelos para el estudio social de los desastres, que proponen que es la sociedad y no los fenómenos naturales o las amenazas como tales el agente activo del desastre. Es por ello que consideran y proponen que el hincapié debe hacerse en el estudio de las condiciones sociales, económicas y políticas del contexto en que se presenta una determinada amenaza, es decir, en la vulnerabilidad social preexistente, ya que es ésta la que influye de manera determinante en el desastre resultante.22 Así considerados, los desastres contemporáneos, o bien aquéllos ocurridos en el pasado, no pueden visualizarse como sinónimos de fenómenos naturales o amenazas sino como la relación extrema entre éstas y una determinada estructura social, económica y política.

Los desastres constituyen así el resultado de procesos en los que intervienen fenómenos tanto naturales como sociales, de ahí que su estudio desde una perspectiva histórica resulte inevitable. Todo proceso es resultado de la conjunción de una multiplicidad de elementos que se van acumulando, combinando y mezclando con el paso del tiempo. Sin embargo, el interés por los desastres en su dimensión histórica se enfrenta a serios problemas, entre ellos el que prácticamente la totalidad de estudios empíricos que han llevado a formular propuestas teóricas para el estudio social de los desastres se basa en casos contemporáneos. Algunos de ellos señalan la necesidad expresa de tomar en cuenta los condicionantes históricos que han provocado una mayor vulnerabilidad de las sociedades afectadas, pero sin haber profundizado en la verdadera dimensión histórica de los desastres a partir del desarrollo de enfoques que permitan llevarlo a cabo. Por otro lado, y quizá derivado de lo anterior, los estudios históricos sobre desastres como tales, a partir del análisis de lo ocurrido en épocas pasadas ante el encuentro entre amenazas y sociedades vulnerables, son sumamente escasos. No se trata de una tarea fácil, dado que los parámetros para medir un desastre no eran los mismos que los utilizados actualmente.

Hasta hace muy poco, los estudiosos de estos temas desde una perspectiva histórica han intentado enriquecerse del avance logrado por las ciencias sociales que han incursionado en el campo de los desastres para construir sus análisis, para localizar nuevos problemas y lograr interrogar, desde diferentes ópticas, a este tipo de datos históricos.23 El desarrollo de determinados conceptos medulares, tales como el de vulnerabilidad social aquí mencionado, y su aplicación al análisis histórico constituyen aún un reto para los estudiosos de los desastres del pasado. La definición clara y la utilización de conceptos derivados de los enfoques teóricos elaborados por los así llamados “desastrólogos sociales”, así como las perspectivas de análisis que ofrecen, sin duda abren nuevas “ventanas” para el estudioso de los desastres en perspectiva histórica.24

El estudio histórico de los desastres: sequías y crisis agrícolas

En los últimos años se han producido trabajos de diversa índole que pretenden conjugar los avances logrados tanto por la historiografía mexicana como por las teorías de las ciencias sociales dedicadas a los desastres. Si bien la producción es ya vasta,25 aún estamos en proceso de avanzar en este campo, tratando de aclarar enfoques, conceptos y métodos adecuados para llevar a cabo verdaderos estudios históricos sobre desastres. Entonces, ¿qué entendemos por ello?

La presencia de tres factores, que en realidad constituyen tres momentos, ha sido definitiva para iniciar y continuar esta línea de investigación. En primer lugar, el análisis que se derivó del enorme cúmulo de información obtenido sobre la sismicidad histórica mexicana, que permitió penetrar al campo de los desastres en perspectiva histórica. En segundo lugar, el aprendizaje obtenido de los aportes de las ciencias sociales estudiosas de los desastres, hasta entonces desconocidos en México, que ha constituido un campo inagotable de formas de aproximarse a su estudio. En tercer lugar, la existencia de una historiografía rica, aunque no específica, sobre desastres agrícolas, en particular para la época colonial mexicana, que ha constituido un auxiliar muy importante para lograr avanzar en este campo de estudio.

El estudio histórico de los desastres constituye, de alguna manera, el hilo conductor a lo largo del cual se pueden construir historias locales, regionales y nacionales. El registro sistemático de qué, cuándo y cómo ocurrió determinado desastre permite reconstruir sus secuencias, reconocer periodos de recurrencia, identificar lapsos críticos y, muchas veces, detectar sucesos desconocidos, así como los procesos que desataron, cuyo estudio puede mostrar nuevos derroteros para la ciencia. En suma, el conocimiento histórico de los desastres asociados con amenazas ocurridas en México permite tener un mejor conocimiento de nuestra realidad, así como crear conciencia de que se trata de fenómenos que han estado presentes desde tiempos inmemoriales y que han tenido que ser enfrentados por diversos tipos de sociedad a lo largo de su evolución.

El estudio de los desastres que se fueron gestando en lapsos que pueden cubrir varios siglos permite documentar y enriquecer el conocimiento de las etapas previas a las conocidas como “instrumentales”. Los datos que encuentra el historiador, como puede comprobarse en el catálogo, son fundamentalmente de tipo cualitativo: prolijas descripciones de lo ocurrido, datos en ocasiones muy abundantes que permiten conocer varios aspectos de la sociedad enfrentada al desastre en términos sociales, económicos, políticos y o religiosos. La información cuantitativa es limitada y se relaciona más bien con pérdidas e inversiones necesarias para enfrentar el desastre. Dada la inexistencia en la época de herramientas e instrumentos específicos creados por el hombre para cuantificar y medir los fenómenos naturales como tales, esto sólo es posible a partir de aproximaciones y estimaciones derivadas de la información de tipo cualitativo.

Tomemos como ejemplo el caso de los temblores. La denominada etapa instrumental de la sismología mexicana data de principios del siglo XX, a partir de la instalación de los primeros sismógrafos en nuestro país. Conocer cómo y cuándo, antes de entonces, se presentaron estos fenómenos no aleatorios ni producto del azar que son los temblores depende exclusivamente del rescate histórico. Las reseñas sobre los sismos ofrecen información abundante que permite no sólo identificar, localizar y datar los temblores del pasado sino incluso cuantificar sus daños y estimar sus alcances, es decir, medir la intensidad e incluso en ocasiones estimar la magnitud de sismos antiguos a partir de las descripciones históricas y del uso de métodos estadísticos modernos.

Este tipo de estudios es de utilidad, entonces, para especialistas de otros ramos dedicados ya sea a la investigación o bien a la aplicación práctica de sus conocimientos. En el caso de los desastres agrícolas, para algunos de los cuales la etapa instrumental formal se inició hacia fines del siglo XIX,26 su estudio desde una perspectiva histórica a partir de información básicamente cualitativa permite a los especialistas analizar la recurrencia de ciclones, huracanes y avenidas de ríos o conocer los efectos provocados en determinados cultivos por periodos más o menos prolongados de sequía, entre otros.

El caso de las epidemias, si bien originalmente no fue uno de nuestros intereses centrales por no constituir un desastre agrícola como tal, poco a poco fue mostrando su importancia. El catálogo ofrece abundante información sobre su ocurrencia:27 en el siglo XVI afectaron la producción agrícola al provocar escasez de mano de obra; en otras ocasiones se asociaban con sequías que habían ocasionado falta de abasto, desnutrición y enfermedades que encontraban campo propicio para convertirse en epidemias. Particularmente interesante resulta la información del catálogo para 1736-1739, año de la terrible epidemia de matlazahuatl, que provocó un desabasto de alimentos no sólo en el valle de México, sino también en otros lugares, como Puebla.28

El estudio histórico de los desastres permite llevar a cabo análisis observando los eventos tanto desde una perspectiva social como desde la propia de aquellas ciencias que se dedican a su estudio como fenómeno físico. Los científicos sociales que se interesan por analizar sismos, sequías, inundaciones u otros los visualizan no sólo como fenómenos naturales sino particularmente como fenómenos sociales al concebirlos en su carácter de componentes de procesos naturales y sociales combinados. Los motivos y formas de registrar dichos sucesos a lo largo del tiempo, los efectos y las respuestas que originaban en la sociedad en la que ocurrían, las reacciones, actitudes y acciones que manifestaban los diversos sectores sociales ante la presencia de estas amenazas que podían provocar verdaderos desastres, así como sus cambios a lo largo del tiempo, son algunos de los problemas a analizar.

Las respuestas de la sociedad civil, de las autoridades o de la Iglesia, instancia esta última con enorme dosis de poder, particularmente en la época colonial, permiten conocer por qué las diversas sociedades del pasado se preocuparon por registrar este tipo de fenómenos, cuáles fueron las características de estos registros y cómo se modificaron a lo largo del tiempo. Las acciones puestas en práctica en el momento de la emergencia permiten identificar si en algunas épocas existieron medidas de prevención, o bien las formas que adoptó la respuesta: organizada o estructurada, dirigida o espontánea, etcétera.

Al hacer estudios históricos sobre desastres es posible establecer importantes correlaciones, por ejemplo entre desastres y política, es decir, si es posible asociar el proceso del desastre con transformaciones en el sistema político vigente o simplemente con la estabilidad o inestabilidad de un determinado régimen; igualmente identificar, en su caso, correlaciones con cambios sociales de envergadura, o bien con formas de concebir a la naturaleza misma. Los registros sobre desastres históricos pueden constituir así un reflejo de cambios o continuidades en diferentes órdenes, ocurridos a lo largo de varios siglos.

Dentro de los desastres agrícolas en particular, aquéllos asociados con sequías han despertado entre nosotros un interés especial. En comparación con nuestras experiencias anteriores relacionadas con el estudio de los sismos como fenómenos de impacto súbito, el de las sequías como fenómenos de impacto lento provoca serios problemas, sobre todo en la búsqueda y localización de información histórica. Fechar el inicio, el término o la duración misma de una sequía constituye un verdadero reto para el historiador; las sequías pueden durar días, semanas, meses o inclusive años, pero los documentos históricos en la mayoría de los casos sólo permiten hablar, y en todo caso periodizar y evaluar, de los efectos de una sequía utilizando como base la magnitud de los daños provocados.

En sociedades de base agrícola, es decir, aquellas cuya economía y organización social y cultural se basaba en la agricultura, una sequía prolongada podía provocar graves perjuicios en todos los órdenes de la vida. Es a estos momentos a los que se ha llegado a denominar y a calificar de “crisis agrícola”. En la historiografía, el término crisis agrícola se aplica, como mencionamos, a sociedades basadas en la agricultura, afectadas por la desigualdad de las cosechas y sus efectos. Si entendemos por crisis agrícola el momento en que “una serie de hechos de diversa naturaleza se combinan para abatir en forma drástica la producción agrícola”, es decir, cuando en una sociedad agraria tradicional las cosechas sufrían los efectos de sequías, heladas, inundaciones o plagas, los resultados se traducían no “solamente [en] un problema económico, era un suceso que afectaba a la base misma de la sociedad, un hecho que desarticulaba el modo de ser de un mundo”.29

A pesar de que existen definiciones precisas como la anterior, se ha llegado a un abuso del concepto de crisis agrícola al identificar particularmente las sequías, independientemente de su intensidad, o bien cualquier escasez y o carestía de alimentos con dicho concepto. Como puede verificarse a partir de la información que aparece en el catálogo, nuestra historia está plagada de denuncias de pérdida de cosechas, de mortandad de ganado, de plagas en la agricultura, de heladas, de momentos de escasez y carestía; pero no todos ellos pueden o deben considerarse como sinónimos de crisis agrícola. Se debe analizar y evaluar cuidadosamente a partir del material existente la posibilidad de identificar, valiéndose de definiciones claras y precisas y estudiando tanto el contexto como los efectos provocados, si es posible caracterizar ciertos momentos históricos como particularmente críticos para la agricultura, críticos en términos de haberse presentado una asociación de elementos y de provocar cambios de envergadura de menor o mayor duración en varios órdenes. Consideramos que las crisis agrícolas, en estos términos, constituían uno más de los desastres agrícolas a los que está expuesta una sociedad de base agrícola.

Algo similar podríamos decir sobre las sequías y las hambrunas. Cabe mencionar e insistir que en la enorme abundancia de datos de origen primario que conforman el catálogo dichos términos como tales prácticamente no aparecen. En el caso de las sequías, en efecto, se trata de un vocablo acuñado posteriormente, a lo largo del siglo XIX, mientras que el de hambruna es todavía más reciente; ambos provienen básicamente de fuentes secundarias o de los trabajos de corte analítico consultados. Los habitantes del México prehispánico o de la Nueva España categorizaban las sequías refiriéndose a “falta de lluvias”, “escasez de lluvias”, “retraso de lluvias”, “excesivo calor” y, en muy pocos casos, a “seca”; o bien se referían específicamente a sus efectos: “pérdida de cosechas”, “carestía”, “esterilidad”, “calamidad”, “miseria”, “hambre”.

Como mencionamos antes, medir la duración de una sequía sólo con base en datos de tipo cualitativo, aun si la tratamos de entender como un extenso lapso durante el cual las precipitaciones que generalmente ocurren en una determinada región son nulas o muy escasas,30 constituye un serio problema. Es relativamente sencillo establecer su término a partir de los registros que indican el inicio de lluvias regulares, pero no siempre su duración. Por ello, y dados nuestros intereses en las sequías como fenómenos sociales, su estudio histórico, así como el de cualquier otra amenaza de impacto lento, debe hacerse a partir del análisis de sus efectos, de las respuestas y acciones emprendidas dentro de un determinado contexto local o regional, cuya vulnerabilidad en términos sociales, económicos, políticos y culturales debe establecerse con claridad. De esta manera, no debemos caer en la provocación de identificar toda la información que habla de falta o escasez de lluvias en el pasado con sequías.31 El estudio de una sequía en particular, o de las sequías en un espacio y tiempo determinados, debe incluir datos tanto previos como posteriores a la presencia de dicha falta o escasez de lluvias, para poder ubicar y entender, en su caso, el desastre agrícola en su verdadera magnitud. Algunas sequías habrán de producir crisis agrícolas, otras no.

Basándonos en lo anterior, podemos afirmar que la documentación que ofrecemos en este catálogo y el momento en que se encuentra nuestro análisis de la misma no permiten hacer un recuento estricto de las sequías ocurridas, mucho menos de las crisis agrícolas que se pudieron haber presentado. La mayor parte de los registros de este catálogo son,32 sin duda, producto de observaciones en periodos particularmente anormales, en los cuales la producción agrícola y ganadera, y por ende los habitantes de México en esas épocas, resintieron los embates de la escasez y la carestía de alimentos básicos. Este último elemento, el alza de precios, ha constituido de hecho un indicador fundamental para identificar la ocurrencia de lo que denominamos desastres agrícolas; sin embargo, es necesario contar con series largas y confiables de precios de productos de consumo básico, sobre lo cual aún es necesario incursionar.33

Estudio de fuentes del catálogo

La reconstrucción del impacto de algunos fenómenos naturales durante la época prehispánica y colonial ha sido posible gracias a la búsqueda sistemática de la información, generalmente cualitativa, sobre los fenómenos que amenazaron a dichas sociedades.

A escasos 30 años de la invasión española, durante el mes de enero de 1552, el cabildo de la ciudad de Puebla informaba al Consejo de Indias sobre la epidemia que asolaba a toda su jurisdicción y que había causado la muerte de 70 000 indígenas, razón por la que había disminuido la recolección tributaria. En febrero del mismo año, en la ciudad de México se anunciaba que la escasez de granos continuaría igual al año anterior. Se informaba de lluvias excesivas en la ciudad de México e inundación en Yucatán, Veracruz y Chalco-Amecameca; de escasez de alimentos y hambre en la provincia del Pánuco y Yucatán, y de fuertes vientos en las provincias de Puebla y Tlaxcala. Al parecer, la causa de estos eventos fue el huracán que pasó por Yucatán el 1 de septiembre, derribando infinidad de árboles, asolando y echando por tierra “todos los maíces”. A su paso por las costas de Tabasco y Veracruz, donde arribó el 2 de septiembre “deshecho de agua y viento”, destrozó naos, carabelas, bateles y barcas de descargo y dejó destruidas las atarazanas. Muerte y desolación cundieron por las costas del Golfo de México.

El alcalde mayor de Veracruz, García de Escalante Alvarado, informó que el río se salió de su cauce inundando las calles de la ciudad, las bodegas y las casas. Los vecinos y mercaderes perdieron sus haciendas en “mucha cantidad en suma de pesos de oro” y la ciudad “quedó enterrada de lama y el río muy perdido y los vecinos destrozados”. La tormenta duró dos días. La escasez de alimentos fue muy grande, hubo necesidad de que el virrey y la Audiencia tomaran cartas en el asunto. El 14 de septiembre nombraron una comisión, encabezada por Alonso de Buiza, para que se encargara de visitar las ventas y los pueblos indios localizados entre la ciudad de Veracruz y Puebla y organizara el abasto de alimentos a las ciudades. Los pueblos indios serían los encargados de proveer el maíz necesario, y los arrieros fueron obligados a transportarlos en sus mulas. Sin embargo, la reconstrucción de la ciudad tuvo contratiempos: el 12 de mayo de 1553 el alcalde mayor insistía, en una carta enviada a las autoridades virreinales, en que requería ayuda para la reparación de algunos edificios y el traslado de la ciudad.

Pero el impacto del huracán no se circunscribió a Yucatán, Tabasco, Veracruz y la provincia del Pánuco sino que afectó un espacio mucho mayor, como en realidad ocurre en este tipo de eventos. Los cañaverales de Tehuacán quedaron inundados, los puentes caídos y los edificios de los ingenios desbaratados por las lluvias e inundaciones. En un mandamiento enviado al alcalde mayor el 19 de septiembre, se ordenó que algunos pueblos indios proveyeran de fuerza de trabajo indígena para la reconstrucción del ingenio. En Tlaxcala, los ríos Zahuatl y Atzonpan se desbordaron y causaron destrozos en la ciudad al grado de que las piedras que llevaba el río se habían amontonado en el puente y “al otro lado del río todo se desbarató”. En Chalco, la espantada población se vio obligada a trasladarse “arriba de la cumbre del cerro” Amecameca, por la gran cantidad de agua que destruyó Chalco-Amecameca. Casi un mes después, el 17 de octubre, el alcalde mayor de las minas de Ixmiquilpan, Diego Flores, recibía a la comisión enviada para reparar las instalaciones y los edificios destruidos “por las muchas aguas”.

La localización de informes, mandamientos, cartas, pareceres, diarios y registros en general que permiten reconstruir desastres como el brevemente descrito constituyó nuestra tarea. Como historiadores y antropólogos preocupados por los contenidos sociales y por los aspectos cotidianos de la sociedad preshipánica y novohispana, nos lanzamos a ese mar de documentos.

1. Los archivos

Los materiales contenidos en los archivos proporcionan gran cantidad de información de calidad sobre el comportamiento de la sociedad ante la ocurrencia de desastres en los distintos ámbitos: político, económico y social. La diversidad de asuntos que encontramos en los documentos es impresionante; por ello, la búsqueda y selección de las noticias sobre inundaciones, heladas, falta de lluvias, plagas de langostas, etcétera, nos llevó a revisar un gran número de archivos, sobre todo estatales y municipales. Se trataba de localizar los testimonios de quienes vivieron la rudeza de un huracán, la furia de una inundación o los estragos de una falta excesiva de lluvias, así como el impacto de un evento sobre espacios mucho más grandes que el de un asentamiento, un poblado, un pueblo o una ciudad. Así, los datos e informes que dan cuenta de los desastres agrícolas proceden de variados acervos documentales (véase el cuadro 1). Quede claro para el lector que nuestro propósito no fue agotar la pesquisa en los ricos acervos de México; queda, pues, trabajo para otros investigadores interesados en el tema.

En esta obra utilizamos distintos fondos documentales que se encuentran en archivos de la ciudad de México, estatales, municipales y del extranjero. La fuente primaria por excelencia es la que procede, sin duda, de los acervos que existen en México. En la ciudad de México consultamos el Archivo General de la Nación (AGNM), el Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM), el Archivo General de Notarías (AGNOT) y algunos fondos documentales, como la Sección de Microfilmes de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia, el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México y la Biblioteca de CONDUMEX. Los acervos del extranjero, como el Archivo General de Indias en Sevilla, la Biblioteca del Congreso de Washington y la Biblioteca Newberry de Chicago, nos ofrecieron valiosa información sobre algunos fenómenos naturales que amenazaron a la sociedad colonial. Las notas a pie de página, los catálogos parciales y los rollos microfilmados hace bastante tiempo sirvieron para consultar los valiosos fondos que guardan estos ricos repositorios.

CUADRO IArchivos consultados

Archivos de la ciudad de México

Archivo General de la Nación. El principal acervo que existe en México para los estudiosos de la administración virreinal en Nueva España es el AGNM, pues sus fondos documentales constituyen la colección colonial más extensa en América Latina.

El valor histórico del archivo reside en los excelentes fondos que contienen información desde la llegada de los españoles; sin embargo, el grueso de la documentación se encuentra a partir de 1700 y, en consecuencia, el estudioso no debe abrigar muchas esperanzas de localizar el “gran documento” para los siglos anteriores. Por ejemplo, el ramo de Reales cédulas originales apenas comienza en 1609, y en el ramo de Correspondencia de virreyes se registra la información a partir de mediados del siglo XVIII; para los siglos anteriores uno debe revisar la “Correspondencia de virreyes” que se encuentra en la sección Audiencia de México del Archivo General de Indias, Sevilla.

Puede afirmarse que para la mayoría de los temas los fondos de un mismo asunto se encuentran diseminados en varios ramos. Una investigación como la de los desastres históricos requiere un trabajo minucioso que es toda una aventura llena de ingratitudes, frustraciones y también de la emoción del descubrimiento.

En los diversos fondos del AGNM encontramos, algunas veces directa y otras indirectamente, una importante riqueza documental para la reconstrucción de los desastres agrícolas en la historia de México. Estos acervos son muy variados pues abarcan todas las actividades de la vida colonial y decimonónica; algunos de los ramos más importantes para este tema fueron los siguientes:

a) Civil: se trata de una colección miscelánea que contiene muchos documentos sobre procesos judiciales presentados ante la Audiencia de México por distintos individuos. En los largos litigios llevados a cabo por españoles e indígenas, se registró muchas veces el impacto en la agricultura de una helada, de una inundación, de la escasez de lluvias.

b) Correspondencia de virreyes: incluye la información periódica que enviaban los virreyes sobre distintos aspectos de la vida administrativa, política, económica y social de la Nueva España. Por lo general, en cada carta incluían datos sobre la bondad del clima, adelantaban pronósticos sobre las cosechas cercanas y referían las medidas preventivas que tomaban ante una escasez de lluvia, una inundación, una carestía.

c) Indios: contiene informes emitidos por las autoridades virreinales y solicitudes diversas de los caciques indígenas y pueblos indios. Este ramo nos permite estudiar la supervivencia y el desarrollo de la población indígena de la Nueva España; además, incluye datos sobre la escasez de mano de obra en las empresas de los españoles a raíz de una epidemia, de la huida de importantes contingentes indígenas a raíz del hambre.

d) Reales cédulas originales y duplicados: es uno de los ramos importantes para el estudio del gobierno virreinal y contiene pormenores sobre todos los aspectos administrativos, grandes y pequeños, del gobierno virreinal. Muchas cédulas son las respuestas del rey a solicitudes expresas de exención de tributos de los pueblos indios y a medidas que los administradores virreinales aplicaban ante epidemias o escasez de alimentos.

e) Tierras: es una de las secciones principales del AGNM. Contiene fundamentalmente documentos sobre pleitos de tierras y límites entre los pueblos indios y las haciendas. En estos expedientes la búsqueda es ingrata, las referencias a un desastre agrícola generalmente son manifestadas por los testigos de los pleitos.

f) Tributos: contiene información importante para el siglo XVIII, principalmente las solicitudes de rebaja de los tributos que presentaban los pueblos debido a los efectos de algún evento natural: escasez de lluvia, heladas, granizadas y epidemias.

Archivo General de Notarías. La mayor parte de los fondos corresponde al periodo posterior a 1700, aunque los más antiguos datan de 1525. Los archivos notariales

recogen los más variados actos y contratos. Son, por lo tanto, una guía firme y segura para conocer, tal como era en la realidad, la vida de los siglos a que se refieren. Tiene para el historiador la ventaja que siempre ofrecen, a cambio de un más detenido estudio, las fuentes indirectas de conocimiento histórico, más jugosas que aquellas que fueron producidas por el Estado o por los historiadores y cronistas, realizadas siempre con conciencia de su posible repercusión en el futuro.34

La utilización de los archivos notariales se ve facilitada por la existencia de listas bastante exactas de los notarios, que es la manera en que están clasificados, toda vez que uno pueda tener las cartas o registros de los hacendados señalando al notario con quien realizaron sus transacciones comerciales, cartas poder, etcétera. El archivo notarial contiene dos tipos de documentos de gran utilidad para el estudio de los desastres: las obligaciones de deudas y las certificaciones de las haciendas. Por lo general, cualquier pequeño agricultor o hacendado mantenía uno o más contratos legales sobre la producción de su estancia, rancho o hacienda. Desde una perspectiva social, las deudas que contraían los pequeños agricultores o los hacendados nos hablan de lo complejo del sistema económico novohispano, pero también nos refieren los problemas que debían afrontar para el pago de sus compromisos, una helada, una inundación y la escasez de lluvias, que provocaban el incumplimiento reiterado de sus obligaciones y por tanto la presencia de un notario que atestiguara la situación de la hacienda. Un ejemplo interesante ocurrió hacia mediados del mes de noviembre de 1787 cuando don Francisco Ximénez, dueño de la hacienda San Bartolomé Zapotecas, ubicada en la provincia de Cholula, presentaba ante sus acreedores el motivo del incumplimiento del pago de una deuda debido a la pérdida en las cosechas que había ocurrido desde 1782 hasta 1786, y para ello presentó las certificaciones del escribano Juan Vicente de Vega, notario de la ciudad de Puebla de los Ángeles, quien atestiguó:

veo en los campos y tierras de la finca parte de la siembra de maíz helada y sus mazorcas en diente de perro, según llaman los labradores agusanadas que se está comiendo el ganado […] veo asimismo que de 12 fanegas de maíz de sembradura que él mismo expresó haber sembrado en mediados de marzo de este corriente año, se perdió la mayor parte por la fuerte seca del principio y después la mucha abundancia de agua, y lo que es más, según dice el citado don Francisco, la desidia y morosidad y ninguna asistencia de los indios a las labores en su legítimo tiempo, por lo que sólo se han cogido que están tendidas en la era como 100 fanegas poco más o menos de maíz de todas calidades. Asimismo veo que el frijol se perdió en la mayor parte por la helada fuerte que cayó el día 23 del próximo pasado mes de octubre, escarchas y vientos anteriores […] También veo que de 720 varas de almácigo que asienta sembró se perdió, igualmente el chilar por la referida helada y sólo se está entresacando un poco de chile, que será 40 arrobas poco más o menos de todas calidades, pues el resto de la cosecha que se esperaba cuantiosa es de solotte blanco, inservible.35

Archivos estatales

Son muchos los repositorios localizados fuera de la ciudad de México. El esfuerzo por consultar la mayoría de ellos se debió a la posibilidad de encontrar información de primera mano que permitiera conocer de qué manera la sociedad colonial respondió a los distintos eventos naturales que causaron “desastres”, “calamidades”, “escasez de granos” y “hambre”. No pretendimos cubrir todos los archivos de los estados de la República Mexicana; la falta de buenas guías y buenos catálogos dificultó muchas veces la búsqueda, aunque nuestra paciente revisión nos llevó a localizar las noticias de nuestro interés.36 Por ejemplo, el Archivo General del Estado de Coahuila guarda mucha información sobre los fondos públicos, privados y eclesiásticos existentes en Coahuila y despachos de los virreyes de México relacionados con la creación de nuevas misiones y la fundación de pueblos. Otros archivos que se localizan en los estados son los del poder judicial, como el Archivo Judicial del Estado de Puebla, que se encuentra en las instalaciones del Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia de Puebla, la mayoría de cuyos documentos provienen de la alcaldía mayor de Puebla y se relacionan con listas de bienes de testamentos, juicios civiles y criminales, procesos de diverso tipo que revelan aspectos económicos y sociales de la vida poblana. Algo similar ocurre con los de los congresos de los estados de México y Nuevo León, así como con la documentación colonial que conserva la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco. En esta biblioteca universitaria se localiza el Archivo Judicial de la Audiencia de la Nueva Galicia, el Archivo Fiscal de la Audiencia de Nueva Galicia, el Archivo del Juzgado General de Bienes de Difuntos y las colecciones especiales de manuscritos diversos de la época colonial sobre pueblos y ciudades principales. Otro ejemplo sería el Archivo General del Estado de San Luis Potosí, que se encontraba en proceso de reorganización, y los acervos como el Archivo Paucic del Estado de Guerrero, que guarda noticias diversas sobre acontecimientos que ocurrieron en el actual estado de Guerrero y que fueron recopilados por el ingeniero Paucic en carpetas manuscritas o mecanografiadas.

Estos archivos no guardan una documentación abundante como el AGNM, pero evidentemente se trata de acervos que conservan aún una buena colección de fuentes documentales que han servido para la elaboración de muchísimas investigaciones. Muchos de ellos no están bien organizados, por lo que el trabajo de búsqueda y selección sobre el tema de los desastres agrícolas fue lento, ingrato y hasta tedioso. La documentación de los archivos mencionados presenta algunas limitaciones que bien podríamos resumir: la información sobre los desastres fue registrada de manera tangencial en los expedientes virreinales, además de que es de origen más bien oficial y por lo tanto muestra sólo ese punto de vista.

Archivos municipales

Las ciudades de América han guardado celosamente los documentos a través de los cuales uno puede acercarse a su historia, pues conservan un corpus documental que nos ofrece información detallada sobre la vida política y cotidiana de la ciudad, de los barrios y parcialidades de indios: se trata de las Actas de cabildo.37 La documentación ofrece los registros de las reuniones del cabildo y se encuentran localizados en el Archivo Histórico de la Ciudad de México y en varios archivos municipales, como los de Guadalajara, Morelia, Pátzcuaro, Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Xalapa, Zacatecas y Pátzcuaro entre otros.

Dos aspectos destacan en la información registrada en las actas, que fueron de interés del cabildo de ciudades y pueblos: el primero es el político y el segundo el administrativo. Uno percibe en la revisión detallada de cada acta los entretelones de la cultura política que animó la vida de las ciudades coloniales, de los intereses y pugnas entre los grupos español y criollo por el poder y las disputas con el virrey o los integrantes de la Real Audiencia.

La lectura de estas actas nos muestra también la manera como se administraron las ciudades, las villas y los pueblos, la participación del ayuntamiento en las alcabalas, etcétera. Un problema serio que hubo de enfrentar el cabildo fue el del abasto de “bastimentos”, no sólo por la presencia de regatones, que se notaba en la escasez y el encarecimiento de los alimentos, sino sobre todo para garantizar el suministro de granos en tiempos de escasez de alimentos debido a la falta o demora de lluvias. El cabildo se encargaba, bajo la vigilancia del fiel ejecutor, de la compraventa de los granos que eran almacenados en los pósitos o alhóndigas.38