2,99 €
El proceso de encontrarse con uno mismo o de descubrirse nunca es fácil. Muchas veces debemos reconciliarnos con nuestro pasado para poder sentirnos en paz con nuestro presente y esperanzados respecto al futuro. Lo mismo le sucede a la protagonista de esta serie de cuentos que funcionan como capítulos geográficos en la vida de Mar: una mujer apasionada (aunque un poco insegura) que busca desesperadamente escapar de su soledad y construir nuevos vínculos familiares, de pareja y con ella misma. A través de un viaje circular por distintas ciudades del mundo, la voz narradora se embarca en la gran aventura del autoconocimiento, proceso que la ayudará a perdonar(se) y, en última instancia, la conducirán hacia la sanación que tanto ansía. En esta historia, la figura del lector cobra un rol más activo que de costumbre. Por un lado, puede decidir el orden narrativo; por el otro, tiene la oportunidad de vivir una transformación parecida a la que experimenta la protagonista y hasta es invitado a reflexionar sobre su propia vida.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 137
Veröffentlichungsjahr: 2023
Maxi Larguía
Maxi Larguía Descubriendo a Mar / Maxi Larguía. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3527-6
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
SOBRE EL AUTOR
Prólogo
MADRID
PARÍS
STOCKHOLM
LONDON
BARCELONA
MÉXICO
NEW YORK
MADRID (Según él)
PARÍS (Bis)
Descubriéndote
Maxi Larguía, nació un 28 de enero de 1965, Buenos Aires Argentina.
Fruto del amor de Doña Inés, un ser de luz, sensible, creativa, dueña de la sonrisa más bella del universo.
Y de Don Miguel, un prócer de la medicina, una vida dedicada a los demás, ejemplo y vocación.
Maxi está casado actualmente con Elena, una persona inquietante, indescifrable, amorosamente irresistible con quien tiene tres hijos: Agustín, Delfina y Valentín.
Maxi es broker ganadero desde hace más de 30 años,
cargo que desempeña con responsabilidad, eficiencia y cordialidad.
Además es golfista, tenista y pescador.
Fanático y socio de San Lorenzo de Almagro.
Recientemente se incorporó al mundo de las artes con: @deepbluebymaxi
@maxilarguia_
Pinturas abstractas: Digital art
Dibujos a lápiz
Escribió en 2019 su primer libro con éxito titulado El mar y la sirena con E, una historia diferente, un libro para mirar, tocar, adorar y pensar.
Ahora, en 2020, se aventura con un libro de cuentos cortos:
Descubriendo a Mar.
Relatos electrizantes, apasionados, y toda la belleza que nos tiene acostumbrados ...
Luego del rotundo éxito de El mar y la sirena con E, no es nada fácil sentarse a escribir algo nuevo que esté a la altura.
Por varias razones:
La primera es que la mayoría de la gente se vio gratamente sorprendida, ya con el hecho que supiera escribir más de dos oraciones seguidas, sus expectativas eran muy bajas cosa que ahora seguramente no va hacer así.
La segunda es que hasta yo mismo me sorprendí de lo que fue y como quedó ese libro.
La tercera es volver a tener el coraje, la osadía, de incursionar nuevamente en la escritura, luego de algo que te salió realmente bien.
Y acá estamos ... Descubriendo a Mar.
Me siento enormemente agradecido por toda la gente que compró y leyó mi primer libro. Fue inmenso e infinito el amor que recibí de cada uno de ellos, sus devoluciones, sus comentarios, todas esas caricias para el alma, son un motor para seguir adelante.
La verdad es que los cuentos los escribí mientras editamos El mar y la sirena con E.
Las chicas de edición me decían: “Pará un poco, estás loco. No terminamos de editar este libro y estás escribiendo el otro”. Y si, soy así ... mientras la inspiración esté, todo fluye.
Y fue muy linda la etapa de escritura y construcción de Mar ... Disfrute mucho sus alocadas aventuras.
Ojalá todos ustedes las disfruten tanto como yo al escribirlas. Solo se tienen que animar a leerlas sin resistirse, sin juzgar.
Descubriendo a Mar es una serie de cuentos cortos con un personaje que se repite en todos: Mar. Pero vos podés elegir el orden en el que quieras leerlos, salvo Madrid bis y París bis.
La idea es que te diviertas. Son cuentos ágiles, veloces, reales o no. Ficción, puede ser.
Inverosímil, ya verás. Ridículos, luego me dirás. Atrapantes, eso creo.
Divertidos, eso quise. Reflexivos, en algunas partes.
Son para que tu cabeza, por un rato en esta alocada vida, deje de pensar. Y se deje llevar.
Sigo apostando a una prosa simple y directa, como la que usamos cada día cualquiera de nosotros, para que sientas que la historia te la podría estar contando un amigo o amiga, tu papá, el vecino...
También hay diseño; también hay arte, dibujos.
Porque me gusta, y creo que estamos muy acostumbrados a que aquello que nos gusta nos entre primero por los ojos.
Y no está mal que sea así.
¿O acaso cuando uno se imagina leyendo un libro no dice:
“Qué bueno, lo voy a leer cuando vaya a la playa, mirando al mar, o en invierno, frente a la chimenea”?
La lectura tiene que estar acompañada por algo visual.
Acá, entonces, uno podría decir que el libro viene con vista al mar. Vas a sentir el placer de ver lindas figuras, lindos colores.
Quizás de a ratos te quedes mirando un dibujo y te distraigas, y eso está bueno. Quizás algún cuento te guste más que otro, y eso está bueno.
Quizás esté prólogo termine de una vez, así podés comenzar a leer los cuentos. Y eso estaría bueno.
A mi sirena de la vida, Elena. Fuente de inspiración por todo lo que me hace sentir.
A todos los lectores de El mar y la sirena con E, con ellos todo es posible.
A Vero Larguía, mi más fiel lectora. A quien, cuando le mando un cuento en progreso, no tarda más de una hora en leerlo y en decirme qué le parece; siempre en positivo, altamente estimuladora y absolutamente delicada para la crítica.
A Carla y Caro: un torbellino de brillantes ideas.
A mi hija, Delfina, que siempre apoya todos mis alocados proyectos y me ayuda incondicionalmente.
A Maia Braga, Mili Klappenbach y Guadalupe Massuh por su dedicación, paciencia e ingenio para ordenar y corregir todo lo que les mando; lo hacen soberanamente bien.
A mi prima, María Eugenia Picasso. Ella sabe sacarle lustre, brillo, para que las cosas luzcan más lindas.
Para Roma, mi nieta, simplemente amor.
Durante mucho tiempo, dormir con la televisión prendida se había convertido en un hábito. En ciertas ocasiones podía ser un musical con el volumen bajo, pero siempre tenía que haber luz -la que le estaba faltando a mi vida-. Conciliar el sueño era toda una hazaña; los fantasmas del pasado me acosaban.
Fue en una de esas noches de insomnio en la que tuve la mala idea de reconciliarme con mi pasado, de reflotar viejas relaciones, de indagar, de pedir perdón, de perdonarme, de hacerle frente a la oscuridad.
Muchos años más tarde me daría cuenta de que la oscuridad estaba dentro de mí y de que, si quería ver la luz, debía enfrentarme conmigo misma.
Pero en ese momento creía que las respuestas me las darían los demás, y que ellos también eran culpables de mis malas decisiones, de esa continua manía de hacerme mal, de mirar para otro lado, de huir, de vivir fingiendo lo que no era, hasta llegar a convencerme de la autenticidad de un personaje que no existía.
Faltaba una hora para que me pasara a buscar el remis rumbo al aeropuerto: Madrid sería mi destino; quizás el primero de muchos o el único.
Siempre dudé de la palabra destino, siempre me dio desconfianza, siempre la quise lejos; siempre temí que se apoderara de mí, de mis cosas. Junto a ella, nada bueno podía suceder.
Lo que muchos han marcado como un defecto —ser tan volátil, cambiante en mis pensamientos, en mi forma de ser, de reaccionar— es una de las pocas cosas que valoro de mi persona: no estar anclada a mí misma ni a ningún destino predeterminado por alguna fuerza misteriosa.
Quizás ya es hora de que sepan mi nombre: Mar. Sí, Mar, capricho de un padre pescador, enamorado de las playas, los peces y la vida al aire libre. Para él todo era una fantasía, un cuento, a tal punto que me contaba que yo había nacido de su amorío con una sirena.
A pesar de que siempre supe, obviamente, que era una fábula, él nunca lo terminó de admitir. En el pueblo en el que nací, había muchas versiones sobre mi madre: todas hablaban de una mujer hermosa, y mientras algunos decían que había sido una prostituta, otros afirmaban que se trataba de una exótica y talentosa pintora que había huido a París.
Mi padre, a pesar de sus locuras, siempre había sido muy cariñoso conmigo, aunque a la vez, muy reservado. Seguramente habría preferido un hijo varón. De hecho, durante toda mi infancia prácticamente lo fui, a juzgar por las actividades que hacíamos juntos (y que llegué a adorar), hasta que mi cuerpo empezó a dar señales de cambio.
Mi padre y yo nos dimos cuenta de que muchísimas cosas estaban empezando a ser diferentes.
El armado de las valijas no es un tema menor a la hora de viajar, sobre todo cuando te espera alguien a quien no ves hace años y al que querés sorprender y cautivar.
La marca del paso del tiempo era inevitable, aunque para mis treinta y cinco años se podía decir que mantenía una figura atlética, una cola grande que no pasaba desapercibida, unos pechos medianos naturales que aún atraían miradas, pelo castaño y, sin duda, lo más exótico que mi madre me legó: unos ojos verdes e intensos.
En mi cuarto, todo el placard estaba desparramado sobre la cama, intentando entrar en una valija prestada, lo que se convirtió en una misión imposible. La primera opción siempre fue tratar de llevar todo lo imaginable. Luego —como me suele pasar, que pocas veces termino ejecutando el plan original—, decidí llevar lo mínimo posible e ir comprando a medida que fuera necesario. Sorprendida de mí misma por esta actitud que jamás pensé que podría lograr, me encontré lista para partir a Madrid con lo indispensable. Algo estaba cambiando.
En el viaje rumbo al aeropuerto no pude dejar de pensar en Alfonso. Nos habíamos conocido en la facultad. Por aquel entonces yo estaba estudiando Psicología y me había hecho amiga de Lucas, con quien nos juntábamos a estudiar, lo que solo era una excusa para tener sexo (Lucas en la cama era poderosamente atractivo e insaciable). Alfonso era un amigo suyo de la infancia, español, que estaba parando en la casa de Lucas y se convirtió, así, en un espectador silencioso de nuestras tardes y noches de pasión.
Durante varios meses casi ni me percaté de su existencia, hasta que un día llegué al departamento y resultó que Lucas no estaba.
Alfonso me abrió la puerta, me hizo pasar, me convidó un té y me cautivó con su charla, sus cuentos de la vida, su cultura y su ingenuidad.
Esa tarde se pasó volando; la noche también. Recuerdo que desperté a la mañana siguiente sobre su hombro. Creo que él no durmió en toda la noche, inmóvil para no despertarme.
Así fue como se me hizo costumbre pasar casi todos los días en ese departamento. Para charlar con Alfonso y tener sexo con Lucas.
Muchas veces pensaba que era Alfonso el que me besaba y tocaba. Con él me divertía, con él me sentía cómoda. Sus cuentos me sumergían en un mundo imaginario. Cuando hablaba, sus ojos brillaban y su sonrisa invadía el ambiente. Me encantaba escucharlo y dormirme en el sillón con la cabeza sobre sus piernas.
Lucas siempre bromeaba con hacer un trío. Alfonso se avergonzaba. A mí no me parecía mala idea, pero no me animaba a asentir.
Fue una época maravillosa, los fines de semana salíamos los tres a recorrer la cuidad. Alfonso, a pesar de ser español, nos hacía de guía turístico y así descubrimos y nos maravillamos con cada rincón de Buenos Aires: La Boca, San Telmo, Capilla del Señor; siempre había algo nuevo por descubrir. Comida, sexo y compañía: mejor no la podía pasar.
Gracias a Alfonso también nos iba mejor en la facultad.
Él nos ayudaba a estudiar a pesar de que seguía la carrera de Ciencias Políticas. Era de los mejores.
Todo iba fantástico hasta una tarde en la que Lucas fue a visitar a sus abuelos. Nos encontrábamos los dos en el sillón, charlando. Alfonso contando uno de sus relatos maravillosos y yo sumergida en el cuento.
De repente, comenzó a acercarse hacia mí hasta dejar sus labios a centímetros de los míos. Su respiración invadía mi cuerpo. Nos miramos. Pude ver la lujuria en sus ojos. Me agarró de la cabeza y me besó desesperadamente. Durante unos largos instantes, correspondí a ese beso. Mi cuerpo se llenó de sexo. De golpe, mi mente reaccionó aterrorizada y lo alejé, totalmente excitada y con ganas de que estuviera dentro mío.
—¿Cómo podés hacer algo así, Alfonso?
Él me miró con la cara deformada de sorpresa por lo que acababa de hacer.
—Perdón, perdón, Mar, no sé lo que me pasó.
En ese momento mi mente luchaba contra mis emociones; mi mente decía “andate” pero mis emociones, “tírate arriba de él”.
Lamentablemente, mi mente fue más poderosa: lancé un par de improperios, agarré mi campera y me fui pegando un portazo. Durante el trayecto a casa, lloré desconsoladamente. Me había dado cuenta de que amaba a Alfonso.
—Señorita, ¿en qué línea viaja? —me preguntó el conductor del remise mientras dos lágrimas caían de mis mejillas.
—Iberia —respondí.
—Puerta 35, señorita.
Vaya casualidad, pensé, la de mis años.
—Es a la primera mujer que veo viajar con tan poco equipaje.
—Lo indispensable —respondí.
—Ojalá mi mujer fuese tan simple como usted.
Le sonreí con ganas de responder “si supieras”.
Despaché valija. Hice check in y migraciones en modo off, incapaz de recordar nada de lo que había hecho. Recorrí el duty free tratando de recrear el olor de Alfonso, para llevarle un perfume. Luego cambié de opinión y me decidí por unos chocolates para no ser tan personal.
Subí al avión con la firme decisión de dormir todo el viaje; había llevado un arsenal de medicación para que eso sucediera lo más rápido posible.
Luego de comer -bastante respetable para lo que se espera de una comida de avión-, volví a recordar mis últimas horas con ellos. Durante una semana no había contestado sus llamadas y, para no ser encontrada, me había mudado a la casa de una amiga. Cuando finalmente junté valor, fui al departamento de Lucas.
Toqué la puerta. Me abrió él, no se sorprendió.
Sabía que un día volvería. Enseguida le pregunté por Alfonso.
Me respondió que, luego del suceso, se había sentido un traidor y, por no soportar la idea, había regresado a Madrid.
A ambos se nos llenaron los ojos de lágrimas por la impotencia. Primero nos abrazamos, luego lloramos y finalmente fuimos al sillón e hicimos el amor. Fuerte, salvajemente, como nunca. Tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida pensando en lo que debería haber pasado con Alfonso y no había sucedido. Lo había dejado escapar por mis miedos a estar enamorada y todo lo que aquello implicaba. No fue necesario que dijéramos nada; ambos sabíamos que esa sería la última vez para nosotros. Y así fue.
Me encontraba en viaje hacia Madrid, más de diez años después, buscando recuperar el tiempo perdido -o al menos a Alfonso-. Esa vez sí pensaba entregarme, tomar riesgos y creer en el amor. Ya hacía un año que nos hablábamos y parecía que el tiempo no había pasado, aunque nunca mencionamos la tarde del sillón. Lo demás seguía intacto. Él me seguía seduciendo desde lo intelectual, pero también desde lo físico, a pesar de que aún no había pasado nada entre nosotros.
No me había animado al primer paso, aunque se lo había insinuado hablando por FaceTime con escotes sugerentes. Y si bien él siempre me decía cosas lindas, admirado por mi belleza, las cosas nunca pasaban al lado sexual, por lo que, hasta el momento, me había conformado con tocarme pensando en él o buscando algún compañero que ocupara su lugar. Finalmente, me venció el sueño. Dormí.
El viaje se me pasó en un suspiro, maravilla de los fármacos... aunque también es más fácil dormir cuando querés que el tiempo se detenga. Todas esas seguridades que parecían tan arraigadas en mí se desvanecían a medida que me acercaba a Alfonso, y los miedos avanzaban a pasos agigantados. ¿Había hecho lo correcto? ¿Y si me lastimaba? ¿Y si ya no nos gustábamos? Mi situación más cómoda, entonces, era no llegar.
Habíamos quedado con Alfonso en que era mejor que no me viniera a buscar al aeropuerto. En realidad, él se había ofrecido y yo le había mentido diciendo que me recogería una prima que hacía tiempo no veía. Lo de mi prima era verdad: iba a ir a su casa. La mentira era que me buscaría por el aeropuerto, ya que ella trabajaba en ese horario. Lo cierto es que no quería que, después de más de diez años, me viera bajando de un avión, demacrada. No podía otorgarle esa ventaja. El primer encuentro era crucial y debía lucir como una femme fatal. Además, tenía que salir urgente a comprar algo adecuado para la noche.
En realidad, también había postergado la primera noche, era indispensable una noche de buen dormir para evitar las benditas ojeras y así tener tiempo de salir de compras.