Desigualdades antiguas - Marcelo Campagno - E-Book

Desigualdades antiguas E-Book

Marcelo Campagno

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Beschreibung

Diversos estudios han enfatizado la dinámica económica de la creciente desigualdad y las consecuencias políticas de la concentración de riqueza, así como las estrategias de las élites económicas para desarrollar discursos que dan cuenta de su posición sin recurrir a condicionamientos estructurales, o la creación de una identidad de clase a través del consumo "invisible". La preocupación por estas temáticas ha espoleado también el interés de disciplinas tales como la historia y la arqueología, en busca de pensar tanto los modos en que se han configurado sociedades fuertemente desiguales en el pasado como las eventuales proyecciones de estas hacia el mundo contemporáneo. Los capítulos presentados en este libro tienen por objetivo reconsiderar esta serie de problemas en el mundo antiguo, a través de la exploración de las relaciones entre el poder económico, por un lado, y la identidad política y cultural de las élites, por el otro. Estas áreas han sido estudiadas extensamente en el pasado; pero sigue existiendo una brecha analítica entre las dimensiones económicas y no económicas de la identidad de las élites antiguas. Esta brecha puede ser considerada como resultante, en buena medida, de los modelos heredados proporcionados por las tradiciones académicas marxistas y weberianas, ya que el primero otorga prioridad al análisis económico, mientras que el segundo a la representación social. Hemos querido estudiar, entonces, las conexiones entre los cimientos económicos del dominio de las élites y las identidades culturales que marcaron las fronteras sociales en diferentes sociedades antiguas.  Escriben: Marcelo Campagno, Carlos García Mac Gaw, Julián Gallego, Richard Payne, Diego Paiaro, Mariano Requena, Claudia Beltrão, John Weisweiler, Andrea Seri, Nicole Julia Giannella, Damián Fernández, Juan Manuel Tebes, Carolina Lopez-Ruiz, Alain Bresson, Walter Scheidel, Rhyne King, Mariano Splendido, Julio Magalhães de Oliveira y Marcelo da Silva.

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Edición: Primera. Abril 2023

Lugar de edición: Barcelona / Buenos Aires

ISBN: 978-84-18929-96-0

Depósito legal: M-1103-2023

Código Thema: NHC (Ancient history); NHD (European history); NHTB (Social and cultural history)

Código Bisac: ART015060 (History / Ancient & Classical); HIS002010 (Ancient / Greece)

Código WGS: 113 (Belles-lettres / Historical novels and stories); 522 (Humanities, art, music / Antiquity)

Diseño gráfico general: Gerardo Miño

Armado y composición: Eduardo Rosende

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© 2023, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl

E-mail:[email protected]

web:www.minoydavila.com

Instagram:@minoydavila

Facebook:www.facebook.com/MinoyDavila

Índice
PrólogoMarcelo Campagno y Carlos García Mac Gaw
Una introducción a las desigualdades antiguasJulián Gallego y Richard Payne
PARTE ILa desigualdad y la conformación de las élites: De las prácticas a las representaciones
Construyendo la desigualdad.Lógicas sociales y constitución de una élite dominante en el valle del Nilo (IV-III milenios a.C.)Marcelo Campagno
(Des)igualdades atenienses.La democracia y los límites a la dominación de la éliteDiego Paiaro y Mariano Requena
Dando forma al noble sabio.Modos ciceronianos de crear desigualdades religiosas y filosóficasClaudia Beltrão
Acumulación de capital, redes de suministro y la composición del senado romano, 14-235 d.C.John Weisweiler
PARTE IILa desigualdad y los estatus (dependientes): de las aproximaciones legales a las económicas
Desigualdad y justicia. Colecciones de leyes y litigios del período paleobabilónicoAndrea Seri
Demografía, arqueología y economía en la historiografía de la esclavitud romanaCarlos Garcia Mac Gaw
¿Honor entre esclavos?La desigualdad frente a la ley en el Imperio RomanoNicole Julia Giannella
Estatus y desigualdad en el reino visigodo.Algunas observaciones sobre esclavitud, economía y reputación socialDamián Fernández
PARTE IIILa desigualdad, del Oriente al Mediterráneo: en busca de modelos
“Todos los reyes de la Arabia”.La emergencia de sociedades complejas en el norte de Arabia y el Levante árido en el primer milenio a.C.Juan Manuel Tebes
Selectivamente orientalizante. Colonización fenicia y oportunidad económica en el Mediterráneo arcaicoCarolina López-Ruiz
Igualaciones democráticas, disparidades imperiales.Atenas y sus colonias egeas durante el siglo V a.C.Julián Gallego
Desigualdad y explotación económica en el Oriente romano.Los casos de P. Vedio Polio y de un protegido de la reina CleopatraAlain Bresson
Construcción de estatus, acumulación de oportunidades y desigualdad material en la Roma antigua.La mirada desde la sociologíaWalter Scheidel
PARTE IVLa desigualdad y el suministro de bienes: autoridad política y conflictos
La desigualdad en la alimentación y la clasificación de personas en PersépolisRhyne King
Comunidad de bienes en Jerusalén.¿Idilio o artificio apologético? (Hechos, 1-5)Mariano Splendido
Desigualdad y protesta popular en la Antigüedad tardía.El caso de los motines del hambre en la Antioquía del siglo IVJulio Cesar Magalhães de Oliveira
Economía moral y hambre en el Imperio Carolingio (765-806)Marcelo Cândido da Silva

PRÓLOGO

Marcelo Campagno - Carlos García Mac Gaw

El problema de la desigualdad social en este mundo globalizado es –qué duda cabe– uno de los más injustos efectos del régimen socioeconómico dominante. No es casual, por ello, que las ciencias humanas y sociales hayan profundizado en los últimos tiempos, y con mayor intensidad a posteriori de la crisis económico-financiera de 2008, sus análisis sobre las cuestiones que se articulan respecto de ese dramático problema. En los años recientes, uno de los focos principales de interés ha sido el de la relación entre el poder político y el económico. Una serie de estudios ha enfatizado la dinámica económica de la creciente desigualdad (por ejemplo, T. Piketty, Le capital au XXIe siècle, 2013) y las consecuencias políticas de la concentración de riqueza (G.A. Winters, Oligarchy, 2011; M. Gilens & B. Page, “Testing Theories of American Politics: Elites, Interest Groups, and Average Citizens”, Perspectives on Politics, 2014). Por otra parte, la sociología y los estudios culturales han señalado las estrategias de las élites económicas para desarrollar discursos que dan cuenta de su posición sin recurrir a condicionamientos estructurales (R. Sherman, Uneasy Street: The Anxieties of Affluence, 2017), o la creación de una identidad de clase a través del consumo “invisible” (E. Currid-Halkett, The Sum of Small Things: A Theory of the Aspirational Class, 2017).

La preocupación por estas temáticas ha espoleado también el interés de disciplinas tales como la historia y la arqueología, con el fin de pensar tanto los modos en que se han configurado sociedades fuertemente desiguales en el pasado como las eventuales proyecciones de estas hacia el mundo contemporáneo. Ejemplos de este tipo de aproximaciones, con independencia de sus resultados, son las obras de K. Flannery y J. Marcus (The Creation of Inequality: How our Prehistoric Ancestors Set the Stage for Monarchy, Slavery, and Empire, 2012), o la más reciente obra de W. Scheidel (The Great Leveller: Violence and the History of Inequality from the Stone Age to the Twenty-First Century, 2017). El Programa de Estudios sobre las Formas de Sociedad y las Configuraciones Estatales de la Antigüedad (PEFSCEA) de la Universidad de Buenos Aires ciertamente comparte este tipo de preocupaciones. De hecho, el V Coloquio del PEFSCEA, celebrado en 2015, llevaba por título ¿Capital antes del capitalismo? Riqueza, desigualdad y Estado en el mundo antiguo, en aras de entablar una discusión acerca de la desigual distribución de la riqueza en el mundo antiguo1.

En este marco, los capítulos presentados en este libro son el resultado de las exposiciones, así como de las intensas jornadas de discusión, desarrolladas durante el VII Coloquio Internacional del PEFSCEA, bajo el nombre de Desigualdades antiguas: economía, cultura y sociedad en el Oriente Medio y el Mediterráneo, celebrado en Buenos Aires los días 27, 28 y 29 de marzo de 2019. El objetivo de la reunión académica fue el de reconsiderar la cuestión de la desigualdad en el mundo antiguo a través de la exploración de las relaciones entre el poder económico, por un lado, y la identidad política y cultural de las élites, por el otro. Estas áreas han sido estudiadas extensamente en el pasado; pero sigue existiendo una brecha analítica entre las dimensiones económicas y no económicas de la identidad de las élites antiguas. Esta brecha puede ser considerada como resultante, en buena medida, de los modelos heredados proporcionados por las tradiciones académicas marxistas y weberianas: mientras que la primera otorga prioridad al análisis económico, la segunda a la indagación social. Hemos querido estudiar, entonces, las conexiones entre los cimientos económicos del dominio de las élites y las identidades culturales que marcaron las fronteras sociales en diferentes sociedades antiguas.

La organización de este VII Coloquio fue el resultado de un trabajo colaborativo entre el PEFSCEA y la Chicago Initiative for Global Late Antiquity (University of Chicago). La reunión se llevó a cabo en el Museo Histórico Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo y en el Centro Cultural Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Queremos agradecer a los por entonces directores de ambas instituciones, Gustavo Álvarez y Ricardo Manetti, así como al personal de las dos sedes, por habernos facilitado el uso de sus instalaciones durante el desarrollo del coloquio.

Por otra parte, The University of Chicago’s Latin American Initiative proveyó una subvención económica que permitió hacer frente a parte sustancial de los costos de organización. Asimismo, hemos contado con el apoyo financiero del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i) de la República Argentina, así como de la Northern Illinois University. El Global Challenges Research Fund del gobierno del Reino Unido y la Universidad de Cambridge ha financiado el costo de la traducción al castellano de algunos de los capítulos de este libro. Los organizadores del coloquio Desigualdades antiguas agradecemos sinceramente a todas estas instituciones, sin cuyo apoyo no podría haber sido realizado.

Finalmente, es justo agradecer al gran equipo de colaboradores del PEFSCEA –en esta oportunidad, Sergio Amor, Sergio Barrionuevo, Marcos Cabobianco, Ezequiel Cismondi, María Belén Daizo, Augusto Gayubas, Pablo Jaruf, Sebastián Maydana, Alejandro Mizzoni, Marcelo Perelman, Fernando Piantanida, Agustín Saade, Pablo Sarachu, Marianela Spicoli–, que, como siempre, son una pieza central para que este tipo de eventos se pueda concretar.

1 Todas las ediciones de los Coloquios del PEFSCEA se han visto reflejadas en respectivas publicaciones. Los volúmenes anteriores son: M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (eds.), Política y religión en el Mediterráneo Antiguo. Egipto, Grecia, Roma, Buenos Aires, Miño y Dávila editores, 2009 (I Coloquio PEFSCEA); M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (eds.), El Estado en el Mediterráneo Antiguo. Egipto, Grecia, Roma, Buenos Aires, Miño y Dávila editores, 2011 (II Coloquio PEFSCEA); M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (eds.), Rapports de subordination personnelle et pouvoir politique dans la Méditerranée Antique et au-delà, Besançon, Presses Universitaires de Franche-Comté, 2013 (III Coloquio PEFSCEA-XXXIV Colloque GIREA); M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (eds.), Regímenes políticos en el Mediterráneo Antiguo, Buenos Aires, Miño y Dávila editores, 2016 (IV Coloquio PEFSCEA); M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (eds.), Capital, deuda y desigualdad. Distribuciones de la riqueza en el Mediterráneo Antiguo, Buenos Aires, Miño y Dávila editores, 2017 (V Coloquio PEFSCEA); H. Beck, J. Gallego, C.G. García Mac Gaw y F. Pina Polo (eds.), Encuentro con las élites del Mediterráneo Antiguo. Liderazgo, estilos de vida, legitimidad, Buenos Aires, Miño y Dávila editores, 2021 (VI Coloquio PEFSCEA).

UNA INTRODUCCIÓN A LAS DESIGUALDADES ANTIGUAS

Julián Gallego1 - Richard Payne2

Desigualdades antiguas explora las intersecciones entre las formas culturales, sociales y económicas de la desigualdad en las sociedades preindustriales, en el Mediterráneo y el Medio Oriente, desde la Edad del Bronce hasta la Antigüedad tardía. Lo hace en diálogo no solo con sociedades preindustriales cronológica y geográficamente distantes, sino también con las disciplinas de la sociología, la economía y la ciencia política. Los colaboradores toman como punto de partida el impulso de la literatura sofisticada sobre las desigualdades antiguas y modernas de las últimas décadas, indagando qué preguntas útiles de esta literatura comparativa pueden plantearse a la evidencia antigua disponible. Se centra especialmente en el problema de la relación entre cultura y economía, es decir, cómo las ideas, los imaginarios y las identidades configuran los regímenes de desigualdad así como sus respectivas bases económicas. Si el término “desigualdad” evoca principalmente diferencias en la acumulación y asignación de recursos, tales disparidades nunca fueron puramente económicas. Las sociedades y sus diversos agrupamientos articularon sus desigualdades a través del discurso y las representaciones, así como a través de las instituciones políticas. Diferentes comunidades emplearon diferentes términos para justificar, preservar y reproducir sus desigualdades. También las impugnaron, criticaron y contuvieron. Todas las contribuciones de este volumen abordan, de diversas maneras, esta interacción dinámica entre la cultura y la economía en el mundo antiguo; sobre la base de diversas formas de evidencia de diferentes regiones y períodos, todas ilustran el cambio constante en el corazón de regímenes de desigualdad aparentemente estables, a medida que las comunidades respondían a sus disparidades con sus respectivos recursos simbólicos. Las antiguas desigualdades nunca fueron estáticas; siempre estuvieron en proceso de cambio.

Sin embargo, con frecuencia muchos relatos de las desigualdades antiguas comienzan con la perogrullada de que las economías premodernas fueron estables, si no estáticas. En el que indiscutiblemente es el relato transhistórico sobre la desigualdad más influyente de los últimos años, Le capital au XXIe siècle, Thomas Piketty (2013) presenta los regímenes agrarios premodernos con unos contornos notablemente consistentes desde el punto de vista financiero y social a lo largo de los siglos: clases rentistas terratenientes que extraen el mínimo excedente disponible a partir casi exclusivamente de la producción agrícola, con una tasa de rendimiento de alrededor del 5% sobre su capital o, mejor dicho, el capital de sus a menudo muy lejanos antepasados. La cuenta no carece de perspicacia. Los bajos niveles de crecimiento demográfico y económico entrelazados generaron jerarquías sociales marcadamente estables en comparación con las de las economías políticas capitalistas modernas. Tradicionalmente, los historiadores de la economía premoderna han privilegiado las perturbaciones extraeconómicas en la fractura de las clases rentistas agrarias: guerras y plagas (Scheidel, 2018). Esto puede minimizar indebidamente el papel de los paroxismos del comercio en la generación de nuevas fuentes de riqueza y nuevos grupos sociales, como, por ejemplo, el surgimiento de los comerciantes como clase económicamente dominante en el mundo islámico temprano y el correspondiente aumento real de los salarios de los trabajadores (Bessard, 2020). Pero los antiguos regímenes de desigualdad enfrentaron poca presión procedente de nuevas fuentes de productividad o creación de riqueza, por lo que sus principales desafíos provenían de agrupamientos que podían ser dominadosfácilmente en la mayoría de las circunstancias: desde abajo, desde la población trabajadora subordinada. Los trabajadores premodernos, ya fueran libres, esclavos o dependientes, resistieron continuamente su explotación, no pocas veces con violencia, pero solo excepcionalmente con éxito3. En este contexto, se puede perdonar a los historiadores del mundo antiguo por no hacer de las desigualdades uno de los ejes principales de sus historias culturales, sociales, políticas y económicas. Si el cambio es la preocupación del historiador, la aparente estabilidad de las antiguas desigualdades las hace bastante menos atractivas como categorías de análisis.

No obstante, la estabilidad de estos regímenes fue solo aparente y, en numerosos casos, fue incluso un instrumento para preservar las desigualdades que beneficiaban a una clase económicamente dominante. Tan pronto como empezamos a analizar a las élites económicas dirigentes en cualquier sociedad premoderna, hallamos innumerables variaciones en su organización social y política y una amplia gama de desigualdades. Algunas sociedades permitieron que grandes segmentos de la población disfrutaran de una parte significativa del excedente; otras no. Quizás lo más sorprendente es el fracaso de las élites para reproducirse a través de las generaciones, que contrasta con los estereotipos de que las aristocracias terratenientes premodernas practicaron alguna forma transhistórica de primogenitura. Es bien sabido que Keith Hopkins (1965) destacó las circunstancias demográficas que hicieron que el éxito de los senadores romanos para transferir sus cargos a la próxima generación fuera un desafío, a veces incluso una excepción, más que algo inevitable. Tal era el caso en todo el mundo premoderno, ya que las condiciones poblacionales eran notablemente similares no solo entre las diferentes sociedades, sino también entre las distintas jerarquías sociales4. En otras palabras, incluso si las economías agrarias premodernas fueron tan estables como parecen, las circunstancias demográficas exigieron desarrollos institucionales para facilitar la transmisión intergeneracional de riqueza y poder. Pero los rasgos casi universales de las economías agrarias y los regímenes poblacionales premodernos no fueron las únicas variables. Conforme a lo que se argumenta en este volumen, lo que describimos como “cultura”, incluida la cultura política, fue mucho más importante para dar forma a las configuraciones de la desigualdad en las sociedades premodernas. Las ideas, las representaciones, las leyes, las normas políticas, los discursos y sus respectivas formas de comunicación animaron los enfoques muy diferentes en la asignación desigual de los recursos que se puede discernir a lo largo de miríadas de sociedades. Desde esta perspectiva, las aproximaciones a las desigualdades antiguas que se han centrado principal y a menudo exclusivamente en el plano económico han pasado por alto precisamente lo que condujo a que las comunidades alcanzaran a tener jerarquías y organizaciones sociales y políticas tan radicalmente diferentes.

En su libro reciente, The Dawn of Everything, David Graeber y David Wengrow (2021) deconstruyen la narrativa tradicional y altamente teleológica de la historia premoderna de la transición de sociedades cazadoras-recolectoras a sociedades agrarias y la concomitante fijación de las sociedades en un camino único hacia una desigualdad siempre creciente. En su lugar, mediante una serie de estudios de caso los autores ilustran cómo las sociedades se involucraron en animados debates sobre sus recursos y su distribución y frecuentemente experimentaron con formas alternativas de asignación y organización, algunas más jerárquicas que otras. Los historiadores de la antigüedad están acostumbrados a suponer que la desigualdad extrema es una característica de las sociedades que estudian, por una buena razón: las jerarquías vertiginosas del amo sobre el esclavo, el hombre sobre la mujer, el terrateniente sobre el trabajador dependiente y las élites políticas sobre sus súbditos son tan omnipresentes que parecen ineludibles.

Por ende, es importante recordar que no lo eran. La “ideología mediana” griega arcaica sentó las bases para el desarrollo de comunidades de varones libres e iguales políticamente, un marco de ciudadanía que ejerció una enorme influencia en todo el Mediterráneo y que incluso siguió siendo atractiva en sus formas más atenuadas (Morris, 2000: 109-154). El discurso cristiano de los “pobres” impuso a los “ricos” la obligación de reasignar los recursos, aunque fuera modestamente, aun cuando al mismo tiempo afianzara las jerarquías sociales tradicionales (Brown, 2014). Los primeros musulmanes también innovaron con sistemas complejos de tributación caritativa diseñados para mitigar al menos algunos de los efectos más brutales de los antiguos regímenes de desigualdad (Sijpesteijn, 2014). Los zoroastrianos iraníes llegaron a concebir un mundo igualitario sin las disparidades que surgen del control de propiedades y la posesión de mujeres, en un régimen idealizado de reparto comunal de mujeres y propiedades, lo que Patricia Crone (1994) llamó “comunismo zoroastriano”, ideología que ejerció un poderoso atractivo en Oriente Medio aun siglos después de la desaparición del orden político zoroastriano iraní (Crone, 2012). Aquí debemos recordar otro argumento del último David Graeber (2011): las llamadas religiones de la Edad Axial fueron respuestas a la intensificación de la desigualdad y la explotación características de la Edad del Hierro5. Es ciertamentemás fácil enumerar discursos e ideologías que reforzaron las desigualdades y, de diversos modos y dentro de contextos específicos, estas visiones de la igualdad incluyen dentro de sus términos elementos que podían aumentar la desigualdad, y en ocasiones así lo hicieron. Pero sirven como recordatorios de que los desiguales paisajes del mundo antiguo eran mucho más dinámicos y cambiantes que lo que suelen parecer. Es esa interacción entre los discursos e ideologías y los hechos obstinados, a menudo brutales, de la antigua economía agraria y sus modos de explotación lo que, proponemos aquí, los historiadores de la desigualdad podrían intentar recuperar productivamente.

Esta fue la agenda que los organizadores establecieron para los participantes del coloquio en el que se basa el presente volumen: Desigualdades antiguas: economía, cultura y sociedad en el Oriente Medio y el Mediterráneo. Al adoptar el marco analítico de la desigualdad, buscamos expresamente tomar parte en los diálogos comparativosmás amplios dentro de las ciencias sociales, especialmente después de la crisis financiera de 2008, encarnada en el trabajo de Thomas Piketty6. Existe una oportunidad en el estudio de las antiguas desigualdades para construir al menos dos puentes a través de dominios académicos típicamente aislados entre sí. La primera se halla dentro de la historia económica. La erudición marxista ha puesto en primer plano y de manera consistente las cuestiones de la desigualdad, por razones obvias, aunque como una voz menor, a veces incluso marginal, dentro de la historiografía anglófona. Ha sido mucho más prominente en la historiografía española, y la tradición especialmente sólida en Argentina en particular inspiró la decisión de organizar la conversación en Buenos Aires. Los historiadores económicos neoclásicos no se han concentrado tradicionalmente en cuestiones de estratificación o explotación, pero el trabajo de Piketty, enmarcado dentro de los términos de la economía neoclásica, ha estimulado un resurgimiento del interés por la desigualdad. Además, el surgimiento de la Nueva Economía Institucional dentro de la historia antigua anglófona ha llevado a los historiadores de la economía antigua a prestarmás atención a las dimensiones sociales, políticas y culturales que se articulan con la economía, dentro del marco neoclásico7. Al convocar a los historiadores económicos que trabajan dentro de estas tradiciones separadas, el coloquio alentó a los profesionales a aprender de los métodos y las contribuciones de los demás, no con el objetivo del consenso, sino con el objetivo del progreso historiográfico.

El segundo puente gira en torno a los enfoques económicos y culturales de la desigualdad. En términos generales, los historiadores de la economía antigua, tanto marxistas como neoclásicos, han tendido a descuidar en su trabajo las cuestiones culturales e incluso las sociales y políticas, al menos hasta hace poco. Hay excepciones, entre ellas el historiador marxista inglés del mundo antiguomás influyenteen el siglo XX, G. E. M. de Ste. Croix8. Idénticamente, los historiadores culturales y sociales –la Nueva Historia Cultural en sus diversas expresiones– han tendido a descuidar las cuestiones económicas, al menos hasta hace poco tiempo. El diálogomás amplio dentro de las ciencias sociales sugiere que tender puentes entre estos dominios puede contribuir sustancialmente al estudio de las desigualdades. Si el libro inicial de 2013 de Piketty adoptó un enfoque puramente económico casi en su totalidad, su sucesor de 2019, Capital et Idéologie, se centró, como sugiere el título, en el papel de la cultura en el mantenimiento de regímenes desiguales. El trabajo de Piketty (2019) no es ni normativo ni un conjunto de herramientas especialmente útil para los historiadores de la antigüedad, sino más bien una referencia para los paisajes cambiantes en el estudio de la desigualdad en las ciencias sociales.

Un puñado de útilespuntos de partida merece destacarse. El abordaje comparativo de la oligarquía de Jeffrey Winters (2011) enfatiza la necesidad de que los económicamente dominantes, los “oligarcas”, participen en lo que denomina “defensa de la riqueza”, legitimando sus pretensiones de dominación y preservando sus posiciones a través de instituciones políticas. El autor coloca a los oligarcas en un papel activo, en constante necesidad de hacer proclamas y reforzar posiciones, en lugar de los fainéants terratenientes de los relatos tradicionales. De manera similar, Rachel Sherman (2017) revela en Uneasy Street las ansiedades ideológicas de los económicamente dominantes, su conciencia de las disparidades iniciales que los benefician y su necesidad de justificar discursivamente sus posiciones. Elizabeth Currid-Halkett (2017) demuestra cómo los patrones de consumo en la cultura material desempeñan un papel en las estrategias elitistas de legitimación de la riqueza, ya que el acceso a objetos y prácticas exclusivos sirve para constituir identidades éticas, no simplemente un consumo conspicuo. Estas visiones de arriba hacia abajo son útiles para los historiadores del mundo antiguo, que dependen casi exclusivamente de textos y una cultura material procedentes de las élites. Pero también hay trabajos recientes que inspiran a los historiadores a descubrir las respuestas de abajo hacia arriba a los regímenes desiguales. Durante mucho tiempo, Weapons of the Weak de James Scott (1985) ha servido como punto de partida para los historiadores que estudian las poblaciones explotadas de cualquier época; en su libro más reciente, The Art of Not Being Governed, Scott (2009) invita a los investigadores a prestar mayor atención a las formas culturales de resistencia y los espacios geográficos en los que las comunidades de trabajadores podían escapar del alcance de los dominadores. Estos estudios y muchos otros ilustran sobre la fecundidad de los intercambios con otros campos de los recientes estudios sociales de las desigualdades y entre los historiadores de la antigüedad, sin exigirles que adopten o adhieran a una teoría o método en particular.

No obstante, es importante que las historias culturales de la desigualdad no se desvinculen de los fundamentos materiales y económicos de los regímenes de jerarquía. Tales tendencias son a menudo evidentes en obras que adoptan lo que podría decirse que es el marco interpretativo más popular en las actuales historias culturales y sociales premodernas de la desigualdad: el concepto de capital cultural de Pierre Bourdieu (1979). La frase capta perfectamente el contenido de su teoría sociológica: las prácticas, los objetos y los fenómenos inmateriales constituyen una forma de “capital” del que los actores sociales pueden disponer para mantener o mejorar sus posiciones con la misma facilidad e importancia que las formas materiales de capital. El marco ha producido enormes dividendos en la investigación histórica, al llamar la atención sobre la importancia del discurso y la práctica cultural en la configuración de las relaciones sociales. Y, sin embargo, centrarse en el capital cultural a expensas del capital material puede tener efectos distorsionadores. Como ha argumentado recientemente el sociólogo Dylan Riley (2017), no es accidental que este marco ganara popularidad sobre todo entre los académicos estadounidenses en la década neoliberal de 1990, armándolos con la ilusión de que el poder puramente simbólico podía sustituir al poder económico que se les escapaba. La crítica más detallada de su concepto de capital es más un asunto de sociólogos que de historiadores de la antigüedad. Pero la idea explícita, e incluso evidente por sí misma, que hay que recordar es que el capital inmaterial solo es relevante históricamente en términos de su relación con el capital material. Esto forma parte de un sentido común que es conocido incluso por los esclavos y los campesinos antiguos. Sin embargo, se olvida con demasiada facilidad en los relatos histórico-culturales anglófonos. En este punto resulta relevante para los historiadores del mundo antiguo la reciente crítica de Vivek Chibber (2022) a los enfoques “culturalistas” en la historia y las ciencias sociales. El autor argumenta que la insistencia del giro cultural en la primacía de los factores inmateriales sobre los materiales para determinar los límites de la acción humana, tanto individual como colectiva, distorsiona en esencia las historias y las realidades sociales. Para los historiadores antiguos, el asunto es obvio: los esclavos y los campesinos antiguos encontraban que los límites eran ante todo materiales. Como argumentan las contribuciones de este volumen, recuperar el Spielraum cultural al alcance de los explotados es una tarea urgente para el análisis de la Antigüedad. Las nuevas historias que escribimos para hacerlo solo pueden tener sentido si, a la vez, continuamos destacando los límites materiales (cadenas, contratos y garrotes, entre innumerables otros) con los que los individuos y las comunidades tuvieron que lidiar.

En su diversidad, todas las contribuciones del volumen responden a la invitación a considerar la relación entre economías, culturas y sociedades en el mundo antiguo, en el marco de los diálogos recientes en las ciencias sociales. Adrede, los organizadores y editores han cultivado una polifonía académica, evitando un modelo teórico único. El punto en común es el esfuerzo por dar dinamismo a la historia de las desigualdades antiguas. Las líneas siguientes proveen un resumen de las secciones y los capítulos, una orientación al volumen como un todo.

La primera parte agrupa los capítulos que abordan distintos aspectos de la conformación de las élites, con particular atención a las prácticas sociales y/o las representaciones simbólicas inherentes a las diversas situaciones estudiadas. Marcelo Campagno analiza la construcción de un grupo dominante en el Antiguo Egipto en los milenios IV y III a.C. El fortalecimiento de la solidez interna gracias a la capacidad cohesiva del parentesco y el desarrollo del clientelismo están relacionados con la consolidación de esta élite en el ejercicio del monopolio de la coerción a la escala de la unidad estatal que se estaba construyendo, cuya lógica expansiva generó la articulación de espacios sociopolíticos más amplios. Lo más importante para pensar la construcción de esta élite, señala el autor, radica no solo en la particularidad de cada una de estas lógicas sino también en sus acoplamientos e intersecciones: es en el modo de articulación entre estas racionalidades coexistentes donde radica la especificidad de la élite que dominó el valle del río Nilo durante el período indicado, y que incluso se puede apreciar mucho tiempo después.

Diego Paiaro y Mariano Requena destacan un proceso que hasta cierto punto contrasta con el anterior: la imposibilidad de la élite ateniense de convertirse en un grupo dominante con respecto al resto de los ciudadanos. Si bien las diferencias de riqueza y la existencia de un sector privilegiado son innegables, al menos desde el punto de vista económico, este grupo no logró desarrollar mecanismos estables que equipararan su superioridad económica con una superioridad política que lo convirtiera en una clase dominante respecto de los dominados. Aun cuando la mayoría de los líderes políticos procediera de la élite, su situación estaba sujeta a la necesidad de atender las demandas del dêmos, con los riesgos que ello implicaba. En este sentido, el liderazgo político en Atenas muestra en varios aspectos patrones que se asimilan a los descritos por los antropólogos para las llamadas sociedades “primitivas”. Así, la comunidad de ciudadanos se puede pensar como una “comunidad indivisa” en la que prevalecía un principio igualitario cuya lógica consistía en preservar dicha indivisibilidad e inhibir el desarrollo de poderes coercitivos, lo cual no significa que no hubiera diferencias jerárquicas entre los ciudadanos.

El análisis de Claudia Beltrão invita a trasladarse de los funcionamientos sociales a las representaciones simbólicas, a partir del examen de la propuesta de Cicerón acerca de un noble sabio capaz de combinar la búsqueda de la sabiduría y la verdad con un sólido compromiso político conservador. Cicerón desprecia a dos grandes colectivos: la multitud romana, punto en el que sigue el elitismo filosófico de sus antecesores griegos, y el conjunto de autores cuyos libros resultan repetitivos, dogmáticos, moralmente inferiores e inútiles. Propone, en cambio, reclutar a un selecto grupo de personajes muy dotados, no dogmáticos y con una vasta educación, capaz de expresarse en refinados discursos, generando así intelectualmente una serie de desigualdades. El deseo manifiesto es recrear la libera res publica a partir de una pequeña élite ilustrada de nobles filosóficamente educados. Se trata, pues, de un pensamiento cívico que pretende alejarse de lo que considera inferior y que procura un remedio para los círculos “hedonistas” y egoístas de los seguidores de Epicuro, que no solo no satisfacen el ideal de nobleza ni los criterios ciceronianos de rigor teórico sino que, además, resultan maestros seductores para la gente sin educación y, sobre todo, pensadores peligrosos para la juventud de la élite romana.

Abocado a la historia romana inmediatamente posterior (siglos I-II d.C.), John Weisweiler también estudia la creación de desigualdades, o mejor sería decir la consolidación, pero en el terreno de la dinámica sociopolítica, analizando la transformación del senado romano de una asamblea de terratenientes italianos en un grupo multirregional. A menudo, la admisión de miles de provinciales en la élite gobernante se toma como evidencia de la integración exitosa de poblaciones subordinadas. Pero el senado no fue una institución inclusiva; la gran mayoría de los senadores no italianos provenía solo de cuatro provincias sobre más de treinta (Bética, Narbonense, África y Asia), cuyas élites, con estrechos vínculos con Italia desde el siglo II a.C., adquirieron en el período estudiado una enorme riqueza mediante la depredación, las inversiones en agricultura intensiva en capital y la capacidad para explotar las redes de suministro estatal para su propio beneficio. El fuerte aumento del número de senadores provinciales no fue el resultado de la participación a gran escala de los grupos conquistados en la administración imperial, sino de las nuevas oportunidades de acumulación y explotación de riqueza generadas por el imperialismo romano. Y la misma situación se colige en cuanto al papel de los cargos imperiales para la integración de las poblaciones sometidas: puesto que la mayor parte del imperio apenas proporcionó senadores, es improbable que el nombramiento de terratenientes provinciales en altos cargos fuera un factor clave para fomentar la lealtad al sistema imperial.

La preocupación por las élites en los textos que acabamos de comentar procede de una mirada de arriba hacia abajo; esto no significa, por supuesto, desconocer los lugares y las funciones de las clases subordinadas. Se trata de una cuestión de énfasis en el papel dirigente de ciertos sectores con el fin de comprender la dinámica de la dominación, o sus pretensiones al respecto, y los modos en que inciden reforzando la desigualdad. Poniendo el acento en el punto de partida inverso, de abajo hacia arriba, los capítulos que componen la segunda sección tienen como eje en común el estudio de formas de dependencia, atendiendo en particular a la esclavitud en relación con la delimitación de los diferentes estatus. Las fuentes legales son un reservorio importante para poder acceder a esta serie de cuestiones, pero también es vital el examen de las mismas a partir de renovados enfoques económicos, jurídicos, culturales y sociales.

Andrea Seri analiza las colecciones legales paleobabilónicas indagando la clasificación de las personas en independientes, dependientes y esclavas, según parámetros legales o jurídicos. Las fuentes legales muestran atisbos de desigualdad social, económica, de edad y de género, pero nada en relación con lo que denominaríamos grupos étnicos. La información que se obtiene no permite contrastar con claridad la correlación entre estatus legal y socioeconómico, aunque se perciben disparidades económicas dentro de cada grupo: había independientes ricos, pobres y empobrecidos; los dependientes y los esclavos podían en ocasiones poseer propiedades. También se mencionan profesiones pero sin especificar grupos de pertenencia. Por otra parte, existían formas de movilidad de un estatus a otro a través de la unión de esclavas con sus amos, cuyos hijos nacían libres y podían heredar, o de mujeres independientes con esclavos de palacio o dependientes, con posibilidades de acumular posesiones. Las personas con títulos profesionales aparecen cuando interactúan, se benefician o dañan a otras personas dentro de un grupo determinado, resultando evidente que las penas dependían de la inclusión en una u otra de las categorías. Las decisiones judiciales se basaban, pues, en el estatus de quienes incurrían en un delito, así como en los tipos de faltas cometidas, revelándose la desigualdad a través de las sanciones diferenciales aplicadas para la misma infracción. Aun cuando no se pueda resolver varios enigmas, las colecciones de leyes dejan en claro que justicia significa desigualdad.

El texto de Carlos G. García Mac Gaw nos lleva de los enfoques legales de las formas de dependencia a los socioeconómicos, buscando determinar, a la vez, el lugar de la esclavitud en los dos últimos siglos de la República romana y la persistencia de la unidad campesina, una parte de cuyos excedentes parece haberse dirigido a los mercados urbanos. Desde el final de la Segunda Guerra Púnica se verifica en regiones de Italia un aumento de granjas campesinas ricas y haciendas terratenientes, ambas orientadas a producir vino y fabricar ánforas, utilizando para ello mano de obra servil. La demanda de esclavos también se vio impulsada por el uso doméstico por parte de las élites romanas, así como por el desarrollo urbanístico que implicó un incremento del comercio y los servicios, con esclavos y libertos trabajando en este sector de la economía y muchos de ellos empleados en el nivel gerencial, ampliando la estratificación social. En este contexto, prosperaron las grandes propiedades y las villae basadas en una fuerza de trabajo compuesta por esclavos y libres (arrendatarios y jornaleros); algunas se encaminaron a producir para abastecer la demanda urbana y el consumo de lujo, mientras que otras fueron la expresión del crecimiento de la riqueza de las élites. La difusión del modelo sociopolítico romano se ligó a la expansión de las ciudades, donde las élites residían y desde donde el territorio se administraba. Esto tuvo consecuencias comerciales, pero el proceso dinámico no estuvo centrado en un sistema de acumulación de capital sino en uno de circulación de rentas y tributos.

Al igual que el primer capítulo de esta sección, Nicole J. Giannella también aborda las diferentes formas de clasificación de los esclavos pero más allá del estatus legal, para lo cual considera diversos indicios sociales, económicos y morales ligados a la reputación. Por ejemplo, el trato diferente de Ulpiano a los esclavos en las acciones por ultraje y por corrupción se puede leer de varios modos: en primer lugar, las acciones tienen distintos propósitos pero por lo general se relacionan con perjuicios intangibles, como la personalidad o el carácter, más que con daños físicos; en segundo lugar, la acción por corrupción de un esclavo es particular de los esclavos, mientras que la acción por ultraje es predominantemente una acción por ofensas contra ciudadanos libres extendida a algunos esclavos. Los esclavos normalmente implicados en la acción por corrupción eran sobre todo esclavos de élite, valorados así por su intelecto y carácter, que podían ser tratados de manera unificada porque en la práctica los casos se presentaban generalmente cuando las víctimas eran esclavos reputados. Pero, como tales, las jerarquizaciones sociales entre esclavos no son para nosotros fácilmente legibles. Las acciones contra esclavos proveen un punto de partida para percibir estas desigualdades legales, en las que el lenguaje del honor y la reputación ayudan a comprender la línea divisoria entre diferentes esclavos.

Damián Fernández aborda cuestiones ligadas a las del capítulo previo, pero en la Hispania visigoda: la existencia de una categoría especial de esclavos que recibió en la ley un trato diferenciado en función de su reputación personal, sin ninguna indicación de su ocupación o el estatus de sus dueños, lo cual equiparaba a estos esclavos con la población libre de alto nivel social habilitando su reconocimiento en la vida pública del reino. Más que una jerarquía social continua desde los pobres no libres a los ricos libres, las leyes conciben una sociedad atravesada por múltiples criterios que se activaban según situaciones concretas, siempre dentro de las jerarquías sociales y políticas existentes, para lo cual el enfoque socioeconómico solo proporciona una visión a medias. Las diferencias se institucionalizaban en el ámbito judicial cuando ciertos esclavos eran reconocidos y distinguidos de los demás y tratados a veces como si fueran libres. El juez tenía el poder de negar o de convertir los reclamos de respetabilidad en estatus social con sanción legal. Así, la práctica jurídica no es un mero reflejo de una “realidad material” preexistente sino un mecanismo generador y reproductor de jerarquías; pero el salto de las jerarquías económicas a las jurídicas o forenses es más complicado que lo que parece a primera vista. Las leyes sobre esclavos idóneos constituyen una minoría y muestran más una tendencia que un hecho social establecido, pero introducen un llamado a la cautela en el uso de la prueba jurídica para estudiar la evolución de la desigualdad económica en la época posromana.

El recorrido de las dos secciones previas nos ha llevado de un extremo al otro del ámbito espacial y el límite temporal concebidos para esta empresa colectiva. De Egipto y Mesopotamia entre el IV y el II milenios a.C. nos transportamos a la Hispania visigoda entre los siglos VI y VIII d.C., incluyendo en el itinerario a la Atenas democrática y la Roma tardo-republicana y alto-imperial. A la par, transitamos del examen de las élites, sus prácticas sociales y simbolizaciones de la realidad, al de los estatus dependientes y, sobre todo, la esclavitud. Cada contribución ha propuesto o esbozado un modelo u otro de aproximación al objeto de estudio. En esta senda, la tercera parte reúne capítulos que plantean, deducen o exploran, de distintas formas y a diferentes niveles, modelos de análisis para el mundo antiguo, a partir ya sea de la observación de las formas de organización, las dinámicas y/o los patrones inherentes a las situaciones indagadas, ya sea de la aplicación de enfoques producidos en el campo de otras disciplinas sociales.

Juan Manuel Tebes propone que en el primer milenio a.C. las vastas áreas que comprenden el Negev, el sur de Transjordania y el desierto sirio-arábigo compartían realidades sociales similares, estaban económicamente muy integradas y, en muchos aspectos, constituían una sola provincia cultural, a pesar de estar formada por regiones de geografía diversa y habitada por pueblos de origen étnico variado. El surgimiento de la complejidad social se puede atribuir al ímpetu proporcionado por las intervenciones militares de las potencias imperiales mesopotámicas y la creciente demanda de bienes exóticos por parte de las metrópolis del Creciente Fértil. Si bien la influencia externa jugó un papel significativo en la configuración política de las sociedades locales, el crecimiento urbano en las ciudades-oasis del norte de Arabia durante el II milenio a.C. muestra un lento proceso de aumento de la complejidad social ‒o que al menos es reconocible arqueológicamente‒, que alcanzaría su apogeo cuando Asiria, Babilonia y Persia pusieron el foco en los reyes, reinas y jeques locales. Pero el nivel de desarrollo sociopolítico local no debe exagerarse, en la medida en que las fuentes escritas de las potencias imperiales mesopotámicas ‒en especial las neoasirias‒ estaban completamente interesadas en transformar los actos de sumisión de los pequeños jefes tribales árabes (básicamente, tributación y entrega de regalos) en el reconocimiento de su soberanía imperial sobre “todos los reyes de Arabia”, cuyos modelos de organización social estaban articulados por el parentesco como lenguaje de asociación, ciertos patrones de asentamiento y el principio fundamental de la segmentación.

Por su parte, Carolina López-Ruiz destaca la oportunidad que ofrece el estudio del modelo “orientalizante” para entender las interacciones anteriores a las expansiones imperiales de Cartago y Roma que redibujaron el mapa del Mediterráneo, y antes de que la idea de “choque de civilizaciones” fragmentara la visión de un mar interconectado. El arraigo del fenómeno en un lugar y no en otro debe buscarse en las trayectorias locales, así como en las complejas respuestas al encuentro con las redes comerciales y coloniales fenicias. Esto abre la posibilidad de explorar, especialmente en el caso de áreas donde el cambio no ocurrió, si fueron requisitos previos la existencia de un sustrato de cierto nivel tecnológico o el desarrollo de ciertas artesanías e industrias que podían modificarse fácilmente. Pero también se comprueba que en las regiones donde surgió una fuerte cultura orientalizante ya existían sociedades bien organizadas, con control de territorios y recursos, donde poderosas élites tomaron las riendas del proceso para promover su propia imagen y prestigio, cambios que a su vez contribuyeron al desarrollo más amplio de la economía local. Por ende, para que el modelo orientalizante se afincara debieron concurrir en el plano económico las prioridades de los colonos o comerciantes levantinos y la complejidad y potencialidad de las sociedades locales. Esta dinámica debió determinar el mapa de los movimientos colonizadores de la época, ya que fenicios y griegos se habrían guiado por un conocimiento previo de los recursos y posibilidades de cooperación con los lugareños.

En el ámbito más acotado del Mediterráneo oriental, más específicamente en el Egeo, el avance del imperio de Atenas generó interacciones que afectaron de manera asimétrica a sus propios ciudadanos y a las ciudades sometidas. Julián Gallego examina esta situación partiendo del crecimiento de la población ciudadana ateniense a lo largo del siglo V a.C. y el sostenido incremento que a la vez se produjo en la proporción de hoplitas disponibles. En general, esto se logró mediante el reparto de tierras en las regiones controladas por el imperio, aumentando el número de propietarios atenienses mediante el traslado de una importante cantidad de ciudadanos. La mayoría de los beneficiados por esta política procedía de la clase de los thêtes, empujados por su escasa riqueza y sus restringidas posibilidades económicas, convirtiéndose así en zeugîtai. Esta distribución estuvo afincada en las formas de igualación habilitadas por la democracia, generando a la vez el desarrollo de disparidades políticas, económicas, militares y culturales que afectaron a las comunidades dominadas por la política imperialista, reducidas así al rol de subsidiarias de la igualación democrática entre los atenienses. En este proceso, el modelo del labrador hoplita y la riqueza correspondiente actuaron como estímulos para la migración de los atenienses pobres, con la perspectiva de mejorar su situación y elevar su estatus.

También centrado en el Mediterráneo oriental, pero en la época de la dominación romana, el capítulo de Alain Bresson aborda los modos de explotación privada de las comunidades sometidas desarrollados por miembros de la élite romana a finales de la República e inicios del Principado. A partir de dos estudios de caso centrados en dos personajes notables, se deriva la operatoria de un modelo concreto de aprovechamiento de la posición política detentada por la élite dentro del aparato estatal romano, del que se servía directamente para enriquecerse. Así, junto a la explotación colectiva que beneficiaba a Roma en tanto que comunidad mediante tributos, impuestos y contribuciones de guerra, se percibe también el despliegue de estrategias de individuos romanos destinadas a asegurar la obtención de beneficios privados a través no solo del frecuente cobro excesivo de impuestos a la población local, sino también de la adquisición de propiedades y exenciones fiscales específicas con el fin de aumentar las ganancias obtenidas a partir de la venta de los productos de sus haciendas. Muchos romanos lograron volverse ricos, muy ricos o incluso superricos gracias a los privilegios obtenidos por su posición en las redes políticas, distorsionando las reglas del mercado en beneficio propio. Se trataba, indica el autor, de una economía mafiosa ligada a la producción y el mercado, lo cual destaca las dimensiones a la vez económicas y no económicas en el proceso de explotación y creación de desigualdades.

La propuesta de Walter Scheidel hace hincapié en la relevancia de los modelos sociológicos para el estudio del estatus y la desigualdad en la sociedad romana. La sociología económica permitiría apreciar la inserción de las políticas en las relaciones sociales y la influencia de las consideraciones de estatus. La teoría de redes se vincula con estas relaciones, por ejemplo, cuando los lazos formados en el dominio militar adquieren una prominencia especial. La teoría de roles es consistente con la noción de que los ciudadanos asumían un rol específico fuera del hogar como soldados, que simultáneamente los subordinaba y los elevaba. La teoría de la construcción del estatus atiende al otorgamiento desigual del honor y el respeto a diferentes grupos de subordinados, lo cual incidiría de varias maneras en la desigualdad material. Las propuestas del autor se presentan como reflexiones para guiar investigaciones futuras sobre la clasificación de los grupos en función de distinciones de estatus, como la diferenciación entre soldados/veteranos y civiles, o el trato que recibían los esclavos y ex esclavos de los ricos y poderosos y el modo en que se autopercibían. Pero para la Antigüedad no es posible el tipo de medición que constituye el alma de la sociología moderna; solo se puede conjeturar, no probar y verificar. En tal sentido, aunque importante en la práctica, el nexo entre desigualdades culturales y materiales es difícil de corroborar y, por ahora, la conclusión es más bien pesimista: si bien la erudición sociológica es estimulante, aún resta por descifrar cuánto se puede tomar prestado y aplicar.

La búsqueda de modelos para pensar la desigualdad a través del Mediterráneo, desde la Medialuna Fértil a las Columnas de Hércules, se plantea a múltiples niveles, apuntando a problemas de diversa índole, conforme a las preguntas específicas de cada indagación en el marco de sus respectivas áreas de estudio. Las prácticas materiales y culturales de expansión y/o de dominación de unos sobre otros y las formas voluntarias o forzadas de hacer lugar a realidades sociales y simbólicas que escapan al control de quienes se convierten en receptores de las primeras configuran articulaciones dialécticas que no dejan indemnes ni a unos ni a otros, por lo general robusteciendo la desigualdad, aunque en ocasiones también poniendo límites. Una dimensión significativa de estas interacciones radica en el acceso a los bienes y, en particular, a los alimentos, su control y su asignación, sobre los que la autoridad constituida ejerce las formas de poder a su alcance, pero en torno de los cuales también se desatan protestas y conflictos. Los capítulos de la cuarta sección se centran en el estudio de cuestiones ligadas a estos problemas.

Rhyne King investiga una ampliación de la gama de estatus sociales a lo largo del reino aqueménida ligada a la expansión imperial. Los investigadores han demostrado efectivamente cómo esto incidió en la creación y cooperación de una nueva élite imperial ‒la “etnoclase dominante” persa de Pierre Briant‒; pero han prestado menos atención a los medios por los que los aqueménidas crearon nuevas categorías de subalternos en el desarrollo de su proyecto imperial. Las demandas laborales imperiales, para construir caminos o palacios así como para producir alimentos, requerían trabajadores de variados estatus por debajo de la élite imperial. Las poblaciones sometidas del Imperio, organizadas en clases de trabajadores, proveyeron el armazón y el andamiaje para la infraestructura del Imperio aqueménida. La administración aqueménida diferenciaba a los trabajadores dependientes mediante diversas operaciones, como se percibe con claridad en los sistemas duales de etiquetado y aprovisionamiento del Archivo de la Fortificación de Persépolis, los cuales se reforzaban mutuamente: individuos que por alguna razón la administración consideraba socialmente subordinados fueron etiquetados como inferiores. Al recibir estos rótulos de inferioridad estos sometidos obtenían menores cantidades de raciones que las personas libres; a la vez, debido a la menor ingesta calórica, estos dependientes tenían cuerpos más débiles y pequeños, justificando así su posición social inferior.

Los cuatro resúmenes de Hechos de los Apóstoles sobre la comunidad originaria de creyentes en Jesús radicada en Jerusalén, le permiten a Mariano Splendido analizar el modo en que se exalta la unidad del primer grupo y la práctica de un comunismo de bienes como principio económico rector. La construcción apunta así a formas de igualdad y no a las distinciones. Pero en los resúmenes también se intercalan episodios que progresivamente llevan a la ruptura entre los fieles, desembocando en un conflicto abierto en el caso de las viudas helenísticas. La perspectiva económica que ofrecen estos resúmenes sobre la primera iglesia permite comprender el interés del autor de Hechos por reconstruir un pasado de armonía y equidad comunitaria y los factores que causaron su desaparición. El énfasis en un comunismo de bienes dirigido por los apóstoles supone una cierta resistencia a las nuevas formas de dirección y gestión de los fondos. Pero Hechos solo relata los acontecimientos de la primera comunidad que el autor consideró útiles y significativos para los oyentes de finales del siglo I, breves descripciones de los primeros hermanos con el objetivo de exaltar el liderazgo apostólico y contrastar la unanimidad de los antiguos fieles frente a las divisiones y diferenciaciones contemporáneas. Por ello, el autor se habría atrevido a atribuir a los apóstoles la gestión de las donaciones comunitarias presentando a Pedro como el supremo benefactor de los tullidos y protector de la integridad espiritual y económica del grupo. Pero, incluso así, la singularidad del grupo, que generaba pureza, acaba por quebrarse debido a las disputas entre los miembros acerca del manejo de los fondos.

En la base de todas las formas de protesta popular de la Antioquía del siglo IV, plantea Julio Cesar Magalhães de Oliveira, es posible observar una misma comprensión compartida, según la cual era objetable que los ricos terratenientes se beneficiaran de una situación de mercado agobiante o, peor aún, causando escasez. Incluso sería posible ver en esto, como propuso Edward P. Thompson para la Inglaterra del siglo XVIII, nociones arraigadas de derechos y deberes que regulaban el acceso a los alimentos básicos que podrían describirse como una “economía moral de la multitud”. Pero también se debe observar que el desafío más peligroso al poder de la élite en Antioquía, que orientó todos los enfrentamientos posteriores entre el dêmos y el gobernador o los poderosos locales, se basó en última instancia en un cambio significativo de las oportunidades políticas para la acción popular. Por lo tanto, lo que se puede ver en la Antioquía del siglo IV es una de esas situaciones señaladas por Charles Tilly, en las cuales la desigualdad se convirtió repentinamente en objeto de la lucha política, como consecuencia de los cambios en las oportunidades políticas que aumentaron la capacidad colectiva de los miembros de las categorías subordinadas para retener recursos valiosos, resistir el control, explotar las divisiones de la élite y reclutar aliados externos. En este sentido, lejos de ser una respuesta natural a la escasez, los disturbios por alimentos en la Antioquía del siglo IV pueden verse como el resultado de una combinación específica de entendimientos heredados y nuevas posibilidades políticas que alentaron a los sectores populares urbanos a hacer valer sus derechos.

Con la misma línea metodológica que el capítulo previo, Marcelo Cândido da Silva explora una serie de textos de los primeros siglos de la Edad Media que presentan la misma observación: el aumento de los precios sería causado por la “codicia” y la “tacañería” de los comerciantes, indicando la percepción común de que los precios altos son una de las variables más importantes para explicar las crisis alimentarias. Los legisladores carolingios estaban convencidos de que los comerciantes eran los principales responsables de la hambruna por los precios desorbitantes. Aunque no se pueda definir con precisión la parte de los alimentos sujeta a los precios de mercado, sí se puede decir que esa parte no fue marginal. La ausencia de datos estadísticos no significa necesariamente una sociedad “pre-estadística” o una economía que no calcula. Existen conexiones significativas entre economía moral y racionalidad en los primeros siglos de la Edad Media, lo cual implica la inseparabilidad entre moral y maximización de las ganancias, por parte de los diversos actores económicos. Pero la justicia no se restringe a una definición teórica de lo que es justo y lo que no, sino que atañe también a la necesidad de expresar cuantitativamente qué se entiende por equidad; por ejemplo, el precio máximo de los cereales y del pan, el peso mínimo del pan o la cantidad de metales preciosos en las monedas. En este marco, la expresión actual “economía moral” usada en la historiografía para explicar el control de precios durante el reinado de Carlomagno es una herramienta útil para describir un conjunto de prescripciones morales concebidas por los gobernantes carolingios para fiscalizar la producción y circulación de alimentos. Pero el tema es más complicado porque “economía moral” designa también un conjunto de diagnósticos y normas proyectadas por los gobernantes carolingios sobre la producción, circulación y consumo de alimentos, principalmente en situaciones de escasez, con el fin de explicarlos, de disminuir sus impactos e incluso revertirlos.

El recorrido por los textos nos revela cómo los órdenes políticos generaron grupos dominantes salvaguardando sus intereses mediante la ideología y las instituciones, desde los primeros estados en Egipto y el Cercano Oriente hasta los reinos posteriores a la caída del Imperio romano. Revelan cómo los productores campesinos se vieron a veces beneficiados por estas economías políticas aprovechando la oportunidad para subyugar a sus inferiores, especialmente a los esclavos. Revelan la indeterminación de los antiguos regímenes de desigualdad que dependían tanto de las particularidades culturales como de la explotación económica, con Atenas como ejemplo de un régimen en el que las normas político-culturales impedían que los económicamente dominantes convirtieran su riqueza en dominación política. Revelan cómo las ideas filosóficas y religiosas podían ponerse al servicio de la dominación de una élite éticamente superior, o al servicio de comunidades sin clases o a la crítica de la desigualdad extrema. Revelan la inestabilidad de las categorías de desigualdad social y política aparentemente rígidas y dramáticamente fijas, en particular en el caso de esclavos cuyas posiciones variaban según su contexto cultural, social y económico. Revelan cómo las clases bajas del mundo antiguo desarrollaron sus propias ideas y normas sobre las jerarquías socioeconómicas y se movilizaron en torno a su propia “economía moral”, sobre todo en tiempos de inseguridad alimentaria cuando las posiciones aisladas resultaban en una muerte literal, no solo social. Los capítulos se combinan así para colocar la inestabilidad y la indeterminación en el centro de los estudios de las desigualdades antiguas, así como para abrir nuevos enfoques para la evidencia antigua.

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1 PEFSCEA/Universidad de Buenos Aires-CONICET.

2 University of Chicago.

3 Friedman (1993) explora la dinámica de una rara excepción.

4 Incluso las élites económicas modernas tienen mucho menos éxito en la transmisión intergeneracional de riqueza y poder que lo que normalmente se supone; cf. Marcus (1992).

5 Ver ahora el compromiso crítico con los argumentos de Graeber en Weisweiler (en prensa).

6E.g. Campagno, Gallego & García Mac Gaw (2017) y Koedijk & Morley (2022), volúmenes originados en coloquios que han puesto en discusión los aportes de Thomas Piketty en función de los problemas del mundo antiguo, eventos celebrados, respectivamente, en el Museo Roca: Instituto de Investigaciones Históricas con el auspicio de la Universidad de Buenos Aires (6-7 de agosto de 2015) y en la Freie Universität Berlin (9-10 de abril de 2018).

7 Para un ejemplo particularmente exitoso e influyente, ver Bresson (2016).

8 Ver, por ejemplo, los enfoques presentes en sus libros: Ste. Croix (1972; 1981; 2004).

PARTE ILa desigualdad y la conformación de las élites:De las prácticas a las representaciones

CONSTRUYENDO LA DESIGUALDAD.

LÓGICAS SOCIALES Y CONSTITUCIÓN DE UNA ÉLITE DOMINANTE EN EL VALLE DEL NILO (IV-III MILENIOS A.C.)

Marcelo Campagno1

El problema sobre el que orbitan estas reflexiones se centra en la pregunta acerca de cómo pensar la configuración de una élite dominante en los comienzos de la instauración de la lógica estatal en el Antiguo Egipto. No es una pregunta sencilla, pues, más allá de que no cabe duda de la existencia de dicha élite a lo largo de la historia egipcia antigua, los momentos iniciales son considerablemente elusivos tanto por la índole mucho más fragmentaria de la documentación disponible como por la cuestión más propiamente teórica, que empalma la constitución de esa élite con el proceso de estructuración estatal.

Quizás un punto de partida –no necesariamente el único– para comenzar a considerar la cuestión sea la propia reflexión que los antiguos egipcios tenían sobre ella. Los egipcios no dejaron ideas sistemáticas sobre este asunto pero elaboraron un interesante concepto en torno del término pat (pat). Se trata de un término que, desde el III milenio a.C. en adelante, parece haber sido empleado para referir a un grupo muy restringido de personas en el entorno de la figura del rey, probablemente vinculadas entre sí a través de relaciones de parentesco (Baines, 1995: 133; 2019: 252; Baines & Yoffee, 1998: 218; Wilkinson, 1999: 186). En los textos egipcios este término pat aparece frecuentemente asociado a otro, que es el término rxyt (rekhyt), que apunta a la población subordinada y con el cual parece establecerse una suerte de contrapunto. En ocasiones, esta contraposición también se emplea para simbolizar otras cuestiones, pero siempre quedando rxyt subordinado a pat. Así, por ejemplo, la contraposición puede hacer alusión a los dioses en relación con los seres humanos, a los vencedores respecto de los vencidos, a los egipcios en relación con los extranjeros (Gardiner, 1947: 100-110; Pavlova, 1999: 93-94; Diego Espinel, 2006: 180-199). Y si bien en ocasiones se ha destacado esta multiplicidad de contextos de referencia para afirmar que este contrapunto es más simbólico-religioso que sociopolítico, habría que notar que, en una sociedad regida por un rey-dios, cualquier clasificación de tipo social es al mismo tiempo una clasificación religiosa.

En este sentido, vale la pena observar un poco más de cerca las características que definen a este grupo pat para pensar en esa élite dominante en el Antiguo Egipto. Las primeras menciones conocidas de pat como término específico corresponden a los Textos de las Pirámides (c. 2375-2160 a.C.; cf. Sethe, 1908-1910; Allen, 2005; Carrier, 2009-2010), y allí aparecen dos tipos de referencias. Por un lado, hay un tipo de alusiones más bien oscuras, asociadas al ritual de coronación del rey muerto una vez que asciende al ámbito celestial, que señala que el rey “lleva al pat como un miembro de su propio cuerpo” (nHm Wnjs pn pat m at jm.f: TP 268 §371). Se trata de una referencia interesante, especialmente por el hecho de que el determinativo que se utiliza para el término “miembro” (at), el del hueso con carne (F44), es un signo que aparece empleado en contextos relacionados con herencia, con pertenencia a un grupo de parentesco, que parece trabajar sobre la idea de aquellos que comparten la misma carne y los mismos huesos (Campagno, en prensa). De modo que esta recitación de los Textos de las Pirámides, más allá de que no es del todo clara, parece sugerir una relación entre el rey y el grupo pat a través de un contexto asociado a la parentalidad. Y por otro lado, el segundo tipo de referencia a pat en Pirámides señala a Horus como “señor del grupo pat” (!rw nb pat: TP 532 §1258), en donde Horus, que es el rey, aparece así prevaleciendo sobre ese grupo del que en algún sentido forma parte.

De hecho, mucho antes de las primeras referencias conocidas al término específico pat