Relaciones entre Egipto y Palestina en el IV milenio A.C. - Marcelo Campagno - E-Book

Relaciones entre Egipto y Palestina en el IV milenio A.C. E-Book

Marcelo Campagno

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Las relaciones entre Egipto y Palestina a lo largo de la Antigüedad han sido estudiadas a través de testimonios arqueológicos, iconográficos y escritos por innumerables investigadores de ambas regiones del Cercano Oriente. La investigación tanto del Egipto protodinástico y dinástico temprano como de la llamada Edad del Bronce Antiguo en lo que se conoce como Canaán (Palestina) en el IV milenio A.C. ha avanzado mucho en el último medio siglo a partir de estudios que consideran los hallazgos por lugar de origen y distribución, permitiendo la elaboración de estudios pormenorizados acerca de esas relaciones. Con frecuencia, testimonios originarios de Canaán han sido encontrados en Egipto, y viceversa, hallazgos de tipo egipcio han sido encontrados en Canaán.  Sin embargo, los estudiosos no coinciden unánimemente acerca de la naturaleza de las relaciones entre ambas regiones y entre las entidades sociales que tomaron parte de dichas relaciones. Este libro representa el trabajo de un grupo de investigadores de la Argentina, Israel, Polonia y Alemania, que trabajan en el campo de la historia y la arqueología de esas sociedades. Es una iniciativa de un grupo de trabajo argentino nucleado en un Proyecto PICT de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, enriquecida a partir de su articulación con colegas de diversos ámbitos académicos, lo que ha conferido un carácter internacional a los resultados reunidos en este volumen.    Escriben: Ianir Milevski, Bernardo Gandulla, Marcelo Campagno, M. Belén Daizo, Marcin Czarnowicz, Florian Klimscha, Dmitry Yegorov, Martín David Pasternak, Eliot Braun, Yuval Yekutieli y Pablo Jaruf.

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Diseño: Gerardo Miño

Composición: Eduardo Rosende

Edición: Primera. Diciembre de 2022

ISBN: 978-84-18929-89-2

Códigos IBIC: HBLA1 (Historia clásica/civilización clásica); 1QDAE (Antiguo Egipto); 1QDA (Mundo Antiguo)

Lugar de edición: Buenos Aires, Argentina

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© 2022, Miño y Dávila srl / © 20222, Miño y Dávila sl

dirección postal: Tacuarí 540 (C1071AAL)

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

tel-fax: (54 11) 4331-1565

e-mail producción: [email protected]

e-mail administración: [email protected]

web: www.minoydavila.com

redes sociales: @MyDeditores, www.facebook.com/MinoyDavila, instagram.com/minoydavila

Índice
Prefacio
Reconstruyendo las relaciones entre Egipto y Palestina en el IV milenio A.C.
Relaciones entre el valle del Nilo y el Levante meridional durante el IV milenio a.C.: la perspectiva egipciapor Ianir Milevski, Bernardo Gandulla y Marcelo Campagno
Circulación de tecnologías entre el delta del Nilo y el Levante meridional entre el VI y el IV milenio a.C.por M. Belén Daizo
El rol del delta del Nilo en las relaciones exteriores del temprano estado egipcio con el Cercano Orientepor Marcin Czarnowicz
Contactos de largo alcance en el período Calcolítico tardío del Levante meridional según las excavaciones en Tall Hujayrat Al-Ghuzlan y Tall Al-Magass en Áqaba (Jordania)por Florian Klimscha
El origen de las primeras ciudades en el Levante meridional. Una visión desde Tel Eranipor Ianir Milevski y Dmitry Yegorov
Tel Erani y Egipto en la Edad del Bronce Antiguo IB2: ¿Sistema de colonialismo o intento de invasión?por Martín David Pasternak
Relaciones entre Egipto y el Levante meridional: ¿Qué podemos aprender de dos sitios del Bronce Antiguo 1 Tardío?por Eliot Braun
Símbolos en acción: una reevaluación de los grafitis del “Pavimento de las Figuras” en Meguidopor Yuval Yekutieli
Urbanismo y movimientos de población en Palestina durante la Edad del Bronce Antiguopor Pablo Jaruf y Bernardo Gandulla

Relaciones entre el valle del Nilo y el Levante meridional durante el IV milenio a.C.: la perspectiva egipcia

Marcelo Campagno

Universidad de Buenos Aires – CONICET

Las relaciones entre el valle del Nilo y el Levante meridional atravesaron, a lo largo del IV milenio a.C., variaciones muy significativas, incluyendo momentos de posible presencia de cananeos en el delta del Nilo y otros en los que se hace palpable una mayor influencia egipcia en la región asiática. El IV milenio a.C., por otra parte, es el período en el que acontece en el valle del Nilo el proceso de cambio que conduce a la conformación de una sociedad estatal, lo que implica el advenimiento de una élite con capacidad para tomar decisiones que van mucho más allá de la escala local. Este trabajo se propone considerar el status cambiante de las percepciones egipcias acerca de las poblaciones asiáticas a lo largo de ese milenio recurriendo, para ello, al par conceptual topos/mímesis propuesto inicialmente por Antonio Loprieno (1988). La hipótesis a plantear es que las representaciones egipcias acerca del mundo asiático que se plasman a partir de la Dinastía I y los definen invariablemente como enemigos a ser abatidos por el rey egipcio se comprenden en función de la dinámica histórica que acontece en el valle del Nilo durante el IV milenio a.C., particularmente asociada al despliegue de la lógica estatal en Egipto.

Introducción: topos y mímesis

Es ampliamente sabido que, a lo largo de su historia antigua, los egipcios percibieron a sus poblaciones circundantes de un modo que combinaba una actitud global fuertemente hostil con una disposición mucho menos negativa, que les permitía una variada gama de interacciones con ellas. Lejos de las miradas simplistas que han supuesto una suerte de contradicción entre “ideología” y “realidad” o, si se quiere, entre un discurso propagandístico xenófobo y los dictados de una realpolitik más proclive al entendimiento, el par conceptual topos/mímesis (Loprieno 1988; 1996, 404) permite una comprensión más profunda de esa duplicidad, en la medida en que la define como la combinación de dos planos de la existencia. Por un lado, el del topos, que es el de las concepciones cósmicas que representan el mundo como organizado por y desde el monarca divino. Y por otro, el de la mímesis, que es el plano en el que transcurre la experiencia de las situaciones específicas, y en el que existe cierto margen de oscilación que permite alejarse o acercarse relativamente respecto de lo que se prescribe desde el plano del topos (cf. Poo 2005, 59-60; Smith 2007, 230; Schneider 2010, 147-148).

Respecto de las percepciones sobre las poblaciones del Levante, tal vez no haya mejor ejemplo a considerar que la escena del cuento de Sinuhé (Lichtheim 1973, 222-235; Parkinson 1997, 21-53; López 2005, 40-76) en la que el protagonista acaba de ser rescatado de una muerte segura por un grupo de nómades asiáticos que lo encuentran desfalleciente en el desierto. Y aunque la escena descripta es la de un diálogo amable entre Sinuhé y el jefe del grupo, en cuanto este último pregunta acerca de la reciente muerte del rey egipcio, Sinuhé responde con una especie de oda al nuevo monarca, que entre otras cosas afirma que es alguien que “masacra a los asiáticos”. Esto es, en cuanto la conversación bordea la peligrosa cuestión de la muerte del rey, que es motivo de caos, la respuesta es abandonar el intercambio mimético con el asiático y plegarse decididamente al topos que implica que el rey es un dios, garante del cosmos y por tanto oponente invariable de las fuerzas del caos que los no-egipcios representan (al respecto, cf. Campagno 2015).

Por cierto, la representación de los asiáticos en clave de enemigos caóticos se hallaba bien asentada en el Reino Medio (c. 2050-1650 a.C.), el tiempo de la redacción del relato de Sinuhé. De hecho, un milenio atrás, los testimonios iconográficos del Período Dinástico Temprano también presentan a los asiáticos, del mismo modo que a los otros vecinos libios y nubios, enfatizando sus rasgos fenotípicos y vestimentas que los contrastaban con los egipcios y en escenas en las que aparecen como prisioneros, sirvientes o víctimas del ritual de la masacre del enemigo. Puede decirse que, en tal sentido, en tiempos de la Dinastía I, el concepto tópico del asiático-enemigo ya se hallaba claramente disponible en el marco de las representaciones egipcias del mundo (Campagno 2008, 692-695; cf. Köhler 2002, 510).

Pero además, el inicio de la Dinastía I (c. 3000 a.C.) coincide con el punto más álgido de una temprana presencia egipcia en el Levante meridional. Y si el establecimiento de un asentamiento amurallado con amplia presencia egipcia como Tell es-Sakan (Miroschedji 2015), en la actual Gaza, podría ser consistente con la percepción de los asiáticos como enemigos, la mayor parte de los testimonios de esa presencia egipcia se registran en contextos con cultura material predominantemente levantina (por ejemplo, Tel Erani, Tel Halif, Tel Lod; cf. Braun 2002; Kansa y Levy 2002; van den Brink y Braun 2003; Campagno 2019; para la ubicación de los sitios, ver mapas 1 y 2, pp. 10 y 11). Tal situación permite suponer que cierta población egipcia podría haberse instalado, al menos temporalmente, en algunos de esos sitios levantinos, y que, en tal caso, podría haber tenido lugar cierta coexistencia pacífica entre locales y extranjeros. Si tal hubiera sido el caso, desde el punto de vista egipcio, esa convivencia podría enmarcarse en el mismo plano mimético que evoca la larga vida que, en el relato, Sinuhé despliega en el mundo asiático.

Ahora bien, si, para la época de la redacción del cuento de Sinuhé, puede asumirse con cierta confianza que hay un trasfondo de al menos un milenio en relación con las representaciones que allí se expresan sobre las poblaciones levantinas, ¿es posible asumir algo equivalente respecto de las percepciones que nos llegan de los documentos de la Dinastía I? La respuesta se inclina hacia la negativa. En primer lugar, va de suyo, no hay evidencia material que permitiera remontar en el tiempo ese argumento, de un modo seguro, hacia el IV milenio a.C. Es cierto que, como bien se sabe, ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, por lo que se podría pensar que esas representaciones se hallaban de todos modos vigentes y que son los avatares de la preservación de testimonios de tiempos tan remotos los que han borrado sus huellas por completo. Sin embargo, en segundo lugar, hay razones de otro tipo para sostener esa respuesta negativa. Son las dinámicas históricas del IV milenio a.C. en el valle del Nilo las que nos permiten pensar en la relativa novedad de esa representación de los vecinos asiáticos como poblaciones enemigas asociadas al caos con las que, a pesar de ello, se podrían entablar diversos vínculos no necesariamente conflictivos. En efecto, el IV milenio a.C. es el escenario temporal para el radical proceso de transformación sociopolítica que implica el advenimiento del Estado. Y hay razones para pensar que la especificidad del modo de simbolizar a esos vecinos que se advierte en los umbrales del III milenio a.C. es uno más de los múltiples efectos que ese enorme proceso de cambio introduciría en el valle del Nilo. Veamos ahora, más de cerca, la evidencia disponible y las ideas que podemos inferir a partir de ella.

A comienzos del IV milenio a.C.

(Nagada I-IIB / Calcolítico tardío-Bronce Antiguo IA2, c. 3900-3500 a.C.)

¿Qué representaciones acerca de las poblaciones sudlevantinas podrían haber existido a orillas del Nilo a comienzos del IV milenio a.C.? Tal vez no haya modo de ofrecer una respuesta en regla a esta pregunta. Pero, en todo caso, para intentarlo, han de tomarse en cuenta principalmente ciertos testimonios procedentes del Bajo Egipto. Se trata, por una parte, de un conjunto de cerámicas halladas en el sitio de Buto (Faltings 2002; Maczyńska 2013, 181-184), elaboradas con materias primas locales pero a partir de modelos y técnicas que registran paralelos en el ámbito de la cultura Ghassuliense del Levante meridional. Y por otra parte, de un grupo de construcciones semisubterráneas excavadas en el sitio de Maadi, muy atípicas para el valle del Nilo y con algunas semejanzas con estructuras residenciales o de almacenamiento de ciertos sitios del Levante contemporáneo (Rizkana y Seeher 1989, 51-55; Hartung et al. 2003, 151-167; Hartung 2013; Maczyńska 2013, 188-189), a lo que también se agregan algunos cuencos elaborados localmente con posibles influencias sudlevantinas (Braun 2016, 71-74; Maczyńska 2013, 185-187). Existe cierto consenso en admitir la posibilidad de que estas evidencias indiquen la presencia, no necesariamente permanente, de grupos asiáticos en el delta, que habrían trasladado al Nilo sus técnicas para la elaboración de cuencos y la construcción de estructuras domésticas (Faltings 1998; Midant-Reynes 2003, 107-108; Maczyńska 2014, 192; Braun 2016, 71). La hipótesis es plausible, pues no requiere de una presencia masiva de cananeos en el delta del Nilo –los migrantes podrían haber sido muy pocos; los egipcios podrían haber aprendido esas técnicas y replicarlas sin la presencia continuada de los asiáticos– pero sugiere algún tipo de contactos tempranos, más o menos directos, entre poblaciones del delta del Nilo y del Levante meridional.

En efecto, si algunos migrantes cananeos se hubieran instalado –siquiera transitoriamente, siquiera en exiguo número– en algunos núcleos del delta del Nilo, los locales habrían tenido la posibilidad de figurarse algo acerca de su apariencia, su lengua, sus costumbres. La posibilidad de que los extranjeros hubieran podido elaborar sus bienes o construir sus residencias allí, sumado al hecho de la inexistencia total de signos de violencia, sugiere un tipo de contactos pacíficos, probablemente centrados en la práctica del intercambio de bienes. Esta interpretación se refuerza no sólo por la existencia de un número considerable de cerámicas sudlevantinas en diversos sitios del delta sino también por el hecho de que, ya durante el Bronce Antiguo IA, se verifica en algunos sitios del sur del Levante (sitio H de Besor, Taur Ikhbeineh) la presencia de cerámica del delta del Nilo o elaborada localmente siguiendo patrones nilóticos (Gophna 1992; Oren y Yekutieli 1992; Campagno 2010, 195-196), lo que sugiere un mayor equilibrio en la circulación de bienes y las influencias entre ambas regiones, que a su vez podría haber profundizado las percepciones egipcias acerca de los vecinos cananeos en el marco de unas relaciones basadas en el intercambio interregional.

Un aspecto de las construcciones “asiáticas” de Maadi, sin embargo, ha de tenerse particularmente en cuenta: su aparente distanciamiento respecto de otras construcciones del asentamiento. De hecho, Béatrix Midant-Reynes (2003, 107) señala que esas estructuras se presentan como “un grupo aparte no sólo por su morfología sino por su localización. Ellas aparecen agrupadas, de tal suerte que efectivamente se podría preguntar si no constituían un ‘barrio de extranjeros’”. Tal situación podría haber implicado el mantenimiento de cierta distancia entre los grupos locales y los llegados de afuera. Esa posible segregación sería significativa pues resultaría compatible con las percepciones basadas en la desconfianza hacia el no-pariente, que son recurrentes en las comunidades no estatales (al respecto, cf. Sahlins 1978, 245; Campagno 2014, 207). Mantenerse a distancia de unos extranjeros con los que de todos modos se interactúa quizás podría haber sido la actitud básica para la elaboración de una imagen de esas poblaciones lejanas. Podría relacionarse esa doble actitud (distancia / interacción) a los planos asociados a topos y mímesis, dado que, si una significación central de la lógica del parentesco es la de asignar carácter negativo a los no-parientes, tal caracterización no impide necesariamente las acciones que oscilan y se apartan en mayor o menor medida respecto de lo que el plano del topos establece.

Para el contemporáneo Alto Egipto, la situación es aún más difícil de pensar pues, como señalan Stan Hendrickx y Laurent Bavay (2002, 72), es muy poco probable que haya habido contactos directos de esa región con la del Levante meridional y los escasos bienes importados del Levante en el Alto Egipto hasta mediados de la fase Nagada II “apuntan sólo a contactos muy esporádicos” (cf. también Maczyńska 2014, 197). Tal situación sólo deja abierta la posibilidad de algún tipo de información indirecta, intermediada por las poblaciones del Bajo Egipto, con las que las del Alto Egipto mantenían algún nivel de contactos (Watrin 2003, 566-568; Maczyńska 2014, 194-196), pero no hay forma de acceder a ese tipo de información, en el hipotético caso de que hubiera existido. Las propias comunidades del Bajo Egipto debían ser lejanos otros para las asentadas en el Alto Egipto: no hay modo de saber si habrían tenido elementos para distinguir esa lejanía de una aún mayor.

Ahora bien, la iconografía del Alto Egipto de esa época, en particular la que procede de Abidos, nos proporciona otro tipo de referencias, no acerca de los asiáticos, sino de las percepciones acerca de la dimensión extracomunitaria. Se trata de las representaciones de motivos en los que parecen describirse rituales violentos sobre prisioneros, que, al menos en un caso (vaso de la tumba U-239; cf. Dreyer et al. 1998, 114; ver Fig. 1.1), prefiguran el conocido motivo de la masacre del enemigo que constituye, a lo largo de los milenios posteriores, un ritual de salvaguarda cósmica en la que el oficiante da muerte a uno o más prisioneros que representan las fuerzas del caos (Hall 1986; Gundlach 1988; Cervelló Autuori 1996; Köhler 2002; Campagno 2021). En ese tipo de escenas de la iconografía de principios del IV milenio a.C., los ejecutores de las acciones aparecen bien caracterizados a partir de su mayor tamaño, sus vestimentas (incluyendo tocados, cola postiza y posibles estuches fálicos) y el uso de cetros y mazas. Las víctimas, en cambio, sólo se reconocen por su menor tamaño y su posición pasiva, pero no ofrecen ninguna caracterización particular. Todo indica que no ha habido intenciones de destacar marcas contrastivas y es muy probable que, tomando en cuenta el conjunto de la información disponible acerca de la situación sociopolítica de la época, se trate de prisioneros hechos en comunidades cercanas a aquellas en las que se celebraría el ritual, respecto de los cuales probablemente no hubiera marcas fuertes de contraste (Köhler 2002, 503-504; Campagno 2021, 154). Lo que importa destacar aquí es que los antecedentes más tempranos acerca de la realización de un ritual asociado al topos del orden cósmico y de la oposición nosotros/ellos sugieren que las coordenadas simbólicas iniciales de ese ritual eran las del ámbito local y que, en concordancia con el carácter dominante de la lógica de parentesco dentro de cada comunidad, la noción de enemigo habría sido equiparable a la de no-pariente, a la de no-miembro de la propia comunidad.

A mediados del IV milenio a.C.

(Nagada IIC-D / Bronce Antiguo IA2-IB1, c. 3500-3300 a.C.)

Las representaciones elaboradas en el valle del Nilo acerca de las poblaciones del sur del Levante seguramente debieron comenzar a virar a medida que iban desplegándose los efectos del proceso de cambio asociado al surgimiento del Estado. Ciertamente, una vez que adviene la lógica estatal, se constituiría una élite con capacidad de extraer tributación en función del control de los medios coercitivos, que, por un lado, generaría una demanda ampliada de bienes de prestigio respecto de lo que acontecía en las élites comunitarias preexistentes, y, por otro lado, dispondría de nuevas capacidades logísticas para afrontar la obtención de ese tipo de bienes (cf. Campagno 2010, 198).