Despierta - Paula Holote - E-Book

Despierta E-Book

Paula Holote

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Beschreibung

Estaban destinados a amarse desde hacía varias vidas y lograrían unirse al fin en el año 1931. Pero por esos vuelcos del destino una muerte repentina los alejó de aquel sueño, sin embargo, en el año 2015 más de ochenta años después, tendrían una nueva oportunidad. Ella lo sabe, él no. ¿Podrá acaso despertarlo antes que el tiempo se acabe y el destino vuelva a tener el mismo desenlace? Morí el viernes quince de mayo del año 1931. Pensé que ella estaría aquí. Estaba convencido que era mi ángel, estoy perdido. Me han dicho que pronto llegará a nuevo destino y necesito con desesperación encontrarla, sentirla en mi piel. "Pide y se te dará" les oí decir, luego me preguntaron: ¿Qué deseas? pues... regresar a la tierra, respondí. Encontrarla y recordarla, deseo sea ella quién me despierte para tener nuestra oportunidad allí abajo como debió haber sido entonces. Ellos asintieron y me dieron una sola respuesta: "El tiempo revela casi todo, aunque… quizás notes las cosas recién, cuando llegue el momento de verlas."

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Seitenzahl: 539

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Paula Holote

Despierta

Holote, Paula

   Despierta / Paula Holote. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-761-426-8

   1. Novela. I. Título.

   CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Estaban destinados a amarse desde hacía varias vidas y lograrían unirse al fin en el año 1931. Pero por esos vuelcos del destino una muerte repentina los alejó de aquel sueño, sin embargo, en el año 2015 más de ochenta años después, tendrían una nueva oportunidad. Ella lo sabe, él no. ¿Podrá acaso despertarlo antes que el tiempo se acabe y el destino vuelva a tener el mismo desenlace?

Morí el viernes quince de mayo del año 1931. Pensé que ella estaría aquí. Estaba convencido que era mi ángel, estoy perdido. Me han dicho que pronto llegará a nuevo destino y necesito con desesperación encontrarla, sentirla en mi piel. “Pide y se te dará” les oí decir, luego me preguntaron: ¿Qué deseas? pues... regresar a la tierra, respondí. Encontrarla y recordarla, deseo sea ella quién me despierte para tener nuestra oportunidad allí abajo como debió haber sido entonces.

Ellos asintieron y me dieron una sola respuesta: “El tiempo revela casi todo, aunque… quizás notes las cosas recién, cuando llegue el momento de verlas”.

Gracias…

A mi madre Lita, con quien comparto la fascinación

por las antigüedades y los tiempos que una vez fueron.

Gracias por las primeras lecturas y el apoyo incondicional.

A mi esposo Manuel y mi adorado Valentino,

gracias por creer en mí siempre, los amo.

A Marina por ser parte fundamental de esta historia.

A Cinthia, por las charlas mágicas donde

todo es posible y dan fe de esta teoría maravillosa,

para nosotras irrefutable.

A mi adorada Catalina, sobrina y ferviente lectora.

Susi, gracias por el despertar.

Y a vos muchacho… desde el lugar de luz

en donde te encuentres, gracias por las señales…

y por inspirar tan hermosa historia de amor.

“Solo se volverá clara tu visión cuando

puedas mirar en tu propio corazón.

Porque quien mira hacia afuera, sueña

y quien mira hacia adentro, Despierta”

Carl Jung

Todos los personajes de este libro son ficticios, si encuentras un parecido

con personas vivas o muertas sería maravilloso, porque al menos

una vez habríamos estado en el mismo lugar.

Hablaré de mí. No está en mi naturaleza hacer cosas por el estilo, pero considero, las circunstancias así lo requieren.

Crecí en una familia adinerada con grandes valores, ¡tan grandes como la necesidad de aparentar afecto el cual no sabían demostrar! las normas sociales y el qué dirán siempre fueron lo primero en la vida de la familia Finckle. En especial para mi madre quién se esforzaba de sobremanera con la finalidad de convencerme: mis metas debían ser sus ideales, entonces yo debía fingir y entregar mi corazón sin amor a cuesta de la tristeza que se cernía dentro mío.

Es gracioso lo que uno puede recordar desde aquí, pensar que jamás nadie me preguntó cuáles eran mis deseos o con qué soñaba para ser feliz, claro, excepto Nana quien sabía lo que sentía con solo verme a los ojos.

En aquellos tiempos tenía la mágica idea que la mujer de mi vida estaría esperándome en algún sitio, nunca pude imaginar dónde y Nana reforzaba ese delirio mientras el tiempo pasaba, “el tiempo” … ella solía decir que él era una percepción, una ilusión, una gran paradoja y en esa paradoja me perdía buscando explicaciones, intentando encontrar respuestas. ¿Qué es lo que hace que las personas nos relacionemos o nos rechacemos?, ¿por qué algunas veces cuando miramos a alguien por primera vez nos recorre un escalofrío por todo el cuerpo? ¿será algo así, como el recuerdo de una amistad o de un amor que alguna vez fue…? y entre esas y un sinfín de preguntas pasé años esperando al gran amor, aquel que me hiciera vibrar de modo mágico o químico, no lo sé. Sabría que sería ella pues mi piel me daría la inequívoca respuesta.

Juan tenía la absurda teoría de que yo era muy exigente en los asuntos del corazón y por esa razón “la muchacha perfecta” no llegaba a mi vida, nunca estuve de acuerdo con eso porque estaba seguro, en algún lugar se encontraba,más allá de mispretensiones ella estaría destinada para mí y yo lo estaría para ella. A veces deseaba creerlo para no sucumbir en el desaliento y soñar que, así como las estrellas allí arriba nosotros aquí abajo estamos conectados con un verdadero propósito, entonces como por un misterio del destino la conocería y mi vida cobraría sentido.

Bueno… ahora que lo pienso tal vez ya la conocía, tal vez ya existía ese lazo invisible uniéndome a ella, pero pude entender cerca del final, que todas esas suposiciones eran ciertas cuando la vi en mis sueños. No había duda, siempre habitó en mí una claridad envidiable la cual no supe aprovechar por no creerme capaz y por obrar en función del deseo de los demás. ¡Qué ciego anduve por la vida! esas estúpidas complacencias y falsas creencias ajenas a mí, solo me hacían prisionero alejándome de aquel soñado deseo de libertad.

¿Saben?, yo solía ser feliz. Recuerdo cuando niño y aún mi madre reía, aunque no lo crean, ¡en verdad lo hacía! Recuerdo mi primer beso, aquel que le robé a la pequeña Clareé a la edad de 10, recuerdo la melodía de mi piano, la mermelada casera de limón, y las exageraciones de mi madre también… ¡Qué recuerdos!, pero… no duran mucho en mi memoria. Se esfuman rápidamente entonces los busco en el afán de conservar una imagen, un sabor o un sonido, una pista que me permita seguirlos para no olvidar quien soy, pero tristemente pasan a gran velocidad por mi mente y se marchan, de a poco se marchan.

Mi nombre es Dimitri Finckle, viví veintidós años y morí el 15 de mayo del año 1931. “Morir” aquí comprendes que no existe tal cosa como la muerte, yo aún existo, sigo viviendo en el propio mundo que creé. Aunque no sé dónde estoy, desde aquí veo todo de modo diferente, ¡lástima!, ellos allí parecen no siempre percatarse de mi presencia.

¿Qué me sucedió? no lo sé, tampoco sé por qué corrí de ese modo, de dónde venía o hacia dónde me dirigía, ni tampoco por qué no vi el coche, avanzaba lento, pero en mi distracción el golpe fue fatal. Veo a Portia y a Juan, están parados junto a mi hermano menor Albert, él corre hacia mí y se arrodilla en la calle para abrazarme. Grita mi nombre con desesperación e intenta levantarme del suelo. Juan también cae desplomado produciendo un grito ahogado y dice algo que no logro entender, ¿pero de qué se culpa?

Aquí hay muchas personas, tantas como abajo o más. A mi lado está quien me tomó de la mano la tarde de ese viernes y me acompaña con especial atención, no mueven los labios al hablar, pero podemos entenderlo todo.

La primera vez que me permitieron acercarme a la ventana de cristal frente mío, pude ver a mi padre encerrado en el estudio, tenía los codos apoyados en el escritorio de madera, se sostenía la cabeza con preocupación. Allí estaba también Albert tendido en mi cama llorando, pero nunca logré ver a mi madre, me han contado que murió, ¡¿tal vez de pena!? no está aquí conmigo, no la veo en mi cielo ni allí abajo. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que me fuí? ¡Nana! te observo desde aquí también y tienes mi piano, que dicha, ojalá pudieras estar feliz así te sería más fácil verme. No se dan cuenta, la tristeza nubla los caminos y nos aleja.

Tampoco encuentro a Iris. Pensé que ella estaría conmigo, “Arcoíris” la llamé. Estaba convencido que era mi ángel, pero no y me siento perdido sin ella. Me han dicho que pronto llegará a nuevo destino y necesito con desesperación encontrarla, sentirla en la piel. “Pide y se te dará” les oí decir, luego preguntaron: ¿qué deseas? pues... pido regresar a la tierra nuevamente, respondí. Encontrarla y recordarla, deseo sea ella quién me despierte así podremos tener nuestra oportunidad allí abajo como debió haber sido entonces.

Ellos asintieron y me dieron una sola respuesta: “El tiempo revela casi todo, aunque… quizás notes las cosas recién, cuando llegue el momento de verlas”.

Primera Parte

1931

Domingo 29 de marzo de 1931Toda Cosa Encubierta

Él, rozó la tibieza de sus labios color carmín y luego de acariciarle la avispada cintura con sus ásperas manos de trabajador le susurró:

-Detesto este momento y envidio que tú no sientas remordimiento cada vez que te alejas de mí.

—¿Por qué debería de tener sentimiento alguno que convocara a la tristeza? acaso… ¿es un suplicio mi compañía para ti? —le oyó preguntar mientras caminaba con esa altanería que la caracterizaba y su sensual andar, dejando a la luz su blanca desnudez.

La muchacha se dirigió a la cama, tomó el estrecho vestido verde, hacía juego con los zapatos que su padre le había traído de un viaje al exterior, además con un simpático sombrerito.

—Nada más lejos… —dudó él y calló súbitamente los pensamientos. Emergían de la ciénaga más profunda de su ser, dejando entrever en crudo sus emociones y temores más oscuros.

—Ven —le animó ella —deja de farfullar tus temores, eres tan reiterativo con ellos, llegas al hastío. Ayúdame con la enagua y ciérrame el vestido—le ordenó, a lo cual él obedeció como animal entrenado sin pensar siquiera en contrariarla.

La muchacha quedó impecable. Alisó su melena bruna, no dejaría ni un solo vestigio de haber estado revolcándose con su amante. Ese sería suficiente escándalo para arruinar su dulce e impoluta reputación y causar sin dudas la muerte de su adorado padre.

—¿Irás hoy a la cita? —preguntó él tímidamente.

—¡Claro! las reuniones sociales son mi especialidad, además me permitirá caer en gracia y facilitar mi estadía durante la temporada de verano. No deseo quedarme sola en casa esta vez.

—Eso sería increíble, podríamos vernos a diario —suspiró él.

—Por supuesto —mintió ella.

—No sé hasta cuando pueda ocultar esto… que nos une.

—Nunca debes hablar con nadie de lo nuestro, no lo harás ¡júralo!

Él solo hizo por morderse los labios. No encontraba palabras para responder ante tal autoritario planteo. ¿Qué veía en ella que le quitaba la razón al punto de hacerle perder su hombría?

Cuando la vio por primera vez se sintió un héroe pensando que rescataría a aquella delicada mujercita de la jaula de oro en la cual estaba encerrada, pero con el pasar de los meses pudo notar que los roles se habían invertido al punto de sentirse asfixiado en una oscura prisión donde ahogaba sus lamentos. Ella no deseaba que él viera la luz y cual prisionero, sin piedad, lo alimentaba con migajas de su atención todo en cuanto durara vivo ese “secreto”. Por más que él intentara demostrar falsa seguridad y aceptación de su lugar como amante, siendo consciente de que aquel diminuto cuerpo disfrutaba del éxtasis que le proveía su experiencia en los placeres carnales, no lograba quitar una idea de su mente, todos eran cuantiosos caprichos. Lo malo era que esa muchacha había encendido una hoguera dentro suyo y lejos de extinguirse lamía sus entrañas dejándolo hecho un estropajo.

La vio tomar su minúscula carterita y acomodar con gracia el sombrero, entonces la besó con tierna pasión en los labios. Le abrió con galantería la puerta del lujoso coche, muy astutamente lo había escondido debajo de los árboles, en la parte lateral de la casa, situación nada sencilla de no haber sido porque su padre era un ocupadísimo hombre de negocios. Él le había enseñado a conducir ya a temprana edad.

—No sé hasta cuando podré callar mis sentimientos—se oyó reiterar en un lamento tras ver la polvareda en la que desaparecía su dulce amor.

***

Fiora Finckle bajó apresurada las enormes escaleras de madera lustrosa. Sus costosas y pequeñas botas resonaron en toda la casa. Al escuchar la voz de Dimitri lo supo, ¡por fin se había dignado a llegar!, le urgía sentarse a hablar con él.

—¡¿Has visto a tu hermano?! —preguntó un tanto agitada a su hijo menor, estaba desesperada, pronto llegarían las visitas que había citado para celebrarle el cumpleaños y él no lo sabía. Desde la mañana no tenía noticias suyas.—Estoy segura que lo oí llegar.

—¡Shhhh! —la hizo callar Albert —escucha madre. ¿Oyes la melodía el día de hoy?

—Si. —Respondió ella dirigiendo el oído hacia la fuente de sonido, provenía del estudio.—¿Cómo estará de ánimo?

—¡Chopin! “Nocturno N° 2 en Mi bemol mayor”, maravillosa interpretación, te diría que… melancólico, algo esperanzado. ¿Estará de acuerdo con la reunión que organizaste para encajar socialmente? ¡¿y utilizando su natalicio como excusa?!—le dijo Albert y rió al ver la seriedad con la cual su madre lo contemplaba.

—¡Déjate de pavadas! ojalá tú también hubieras terminado tus estudios de piano.

—Lo mío son los negocios madre, no la música—le respondió, pero ella ya se había marchado entre un sinfín de protestas.

Dimitri interpretaba de modo inspirador, pasional. Se encontraba sentado frente al piano de cola cuando fue interrumpido. Escuchó el golpe en la puerta y de súbito detuvo los dedos sobre el teclado.

—Permiso hijo querido —le oyó decir a su madre, ella asomaba la cabeza por la puerta.

Fiora fue prudente en su proceder, no porque Dimitri fuera de reaccionar mal, más bien se sentía un poco culposa por no haberle avisado los planes de esa noche con anticipación. Él no gustaba de celebrar casi nada, mucho menos su cumpleaños. Lo consideraba una pérdida de tiempo y detestaba el círculo social en el cual su madre ostentaba o pretendía moverse, no había una sola de aquellas mujeres que no preguntara por qué aún seguía soltero, con sus estrenados 22 años y con lo guapo que era. Pero no importaban las razones que expusiera Dimitri o las expresiones que intentara disimular mal, siempre aparecía el nombre de alguna sobrina, hija o nieta que quisiera conocerlo, aunque en la boca de su madre solo estaría el nombre de Portia.

—¡Buenas tardes madre!—le dijo con todo respeto y se levantó de la banqueta del piano para estrecharla en un cálido abrazo.

—¡Feliz cumpleaños hijo!—Fiora lo besó dulcemente en la frente.

—Te noto algo nerviosa la tarde de hoy, ¿qué sucede? nunca antes habías ingresado aquí mientras toco el piano. Para ti es… algo ruidoso.

—No me malinterpretes, me gusta oírte… ¡cuando no me duele la cabeza! pero es que hoy no te vi en todo el día Dimitri. ¿Dónde estabas?

—Llegué hace un rato. ¿En verdad quieres saber dónde estuve? ¿desde cuándo te interesan mis pasatiempos o mi trabajo madre? porque enseñar música es uno de ellos creo sabes dónde lo hago. Me encantaría tener mis alumnos aquí pero como te dije… para ti es muy ruidoso —le contestó irónico y volvió a enfatizar cada palabra para que le quedara en claro su postura.

—¡Claro que no!, nunca criticaría tu oficio. Seguro fuiste a ese albergue o peor aún… donde depositan las mascotas.

—En el primer lugar se hace un gran trabajo para ayudar a los jóvenes sin hogar conteniéndolos y brindándoles las posibilidades de insertarse en el mundo laboral. ¡Imagínate con lo difícil que está todo! y en el segundo se cuida a los animales, ¿no veo por qué te preocupa tanto? relájate madre, no es bueno para tu salud.

—¡No me subestimes Dimitri Finckle!

—No discutiré contigo hoy, dime… ¿qué te trae por aquí? además del beso de cumpleaños —dijo tomándola por los hombros para apaciguarla. Cuando la rolliza Fiora elevaba la temperatura, costaba terriblemente que se sedara y las consecuencias de ese mal temperamento las pagaba casi siempre su padre. El paciente Morris Finckle.

Ella hizo una pausa antes de hablar. Intentaba serenarse, no le convenía hacerlo enfurecer, aunque eso fuera muy poco probable conociendo el temple sereno de su hijo, sin embargo, no sabía cómo tomaría su intromisión. Sin más preámbulos lo lanzó:

—¡He organizado una reunión la noche de hoy! —en su rostro se dibujó una apelmazada sonrisa.

Dimitri cerró los ojos con fuerza, como si hubiera oído la caída de los platos de porcelana más finos que su madre poseía y acto seguido respiró ruidoso.

—¿No respondes nada? —Inquirió ella algo tensa ante su silencio.

Qué clase de expresión veía en el rostro de su hijo, ¿lamento? o ¿frustración? No lo sabía puesto que él se tapó el rostro, tal vez para ocultar el disgusto que ese comentario le había causado. Juan siempre le decía: “debes decir las cosas de frente y expresar tus diferencias o enfermarás de pena”, pero por más que lo intentara; al final cedía ante las insistencias del otro, muchas veces prefería tener paz a tener razón.

—¿Qué podría decirte? ¡ya lo organizaste! y sabiendo lo que me provocan las reuniones sociales. ¡¡Las detesto a rabiar!!, todos esos hombres de mirada falsa, sus sombreros… el humo de las pipas o peor aún, los habanos. Sostienen las copas de brandy elegantemente como si eso los hiciera superiores al resto. Y las mujeres…. no hubo hasta el día de hoy una que no quisiera conocerme —protestó entre ademanes.

—Es que… les gustas. ¡Te consideran tan guapo! Podría nombrarte al menos seis de ellas quienes aceptarían gustosas hacerte compañía, al menos durante una tarde de té. Aquí, en la casa Finckle.

—No conocí a nadie tan interesante como para hacerlo, tal vez ni siquiera exista la mujer indicada para mí. ¡Créeme! lo sentiría en la piel.

—Y… ¿Portia? ella es muy bonita y noté que te mira de modo especial.

—¿Portia? ¿la hija del socio de papá?, ¡qué oportuno!

—Por favor hijo—le suplicó y lo tomó de las manos —solo esta vez, deseo estés allí, hazlo por mí. Las personas estarán felices de verte. Prometo que no se repetirá, al menos… sin tu consentimiento.

—¡Por ti… por las personas…! ¿¡cuándo será por mí!? que alguien piense primero en mí. Juan tiene razón después de todo: “Primero debes de pensar tú en ti mismo, de lo contrario, nadie lo hará” —se dijo en voz alta recordando las palabras de su amigo, ante la mirada expectante de Fiora quién, a pesar de saber cómo Dimitri se sentía, no mostraba gran remordimiento, ella solo esperaba un gran “sí” como aprobación. —De acuerdo madre, iré a prepararme —concluyó y la besó en la frente.

—Gracias hijo. ¡¡A las nueve estarán todos aquí!! —le gritó Fiora por la espalda, pero él siquiera la miró.

Dimitri caminó desde el estudio donde tenía su hermoso piano de cola hasta el salón central de la casa. Allí se elevaba una majestuosa escalera de roble de base muy amplia, estrechándose en la parte superior, característica forma de caracol. Subió en silencio, no deseaba ser escuchado por nadie más de la casa, luego se dirigió al baño. Necesitaba asearse y estar en condiciones antes que la detestable comitiva arribara al hogar.

Se paró frente al espejo y bajó los tiradores de sus pantalones, éstos quedaron colgando a los lados de los bolsillos. Se quitó la camisa a rayas, solía usarla arremangada hasta la altura del codo. Dimitri quedó solo en musculosa, era de algodón blanca, le resaltaba la palidez de su piel. Metió la brocha de pelo en la espuma que tenía en un tazón junto al grifo de agua fría y procedió a rasurarse.

—Pues bien—dijo contemplando su reflejo. Se pasó la mano por el rostro para cerciorarse que estuviera suave y sin rastro de espuma.

Luego se tomó del lavatorio con ambas manos y bajó la cabeza para estirar el cuello. A veces solía padecer una molestia allí entonces lo relajaba moviéndolo en alguna dirección o haciendo pequeños círculos para aliviar la carga que, según él tenía. Una carga invisible que esa tarde en particular parecía haber aumentado de tamaño considerablemente. Decidió bajar, solo cuando terminó de engominar su enmarañado cabello castaño oscuro, el cual solía usar de modo desprolijo y alborotado, muy peculiar para los jóvenes de esos tiempos. Se abrochó el último botón del saco azul, le hacía juego con la corbata, además resaltaba sus rasgados ojos color miel.

Dimitri caminó lentamente y se detuvo en el hall antes de bajar las escaleras. Desde allí se podía oír un eco lejano, sí, era música. La voz de la gran Ruth Etting cantando “All Of Me” en el gramófono de su hermano Albert, la melodía teñía la casa de un clima festivo con el cuál a pesar de haber aceptado, no estaba de acuerdo.

—¡¡Feliz cumpleaños!! —oyó vitorear a los presentes en coro, tan solo cuando lo vieron aparecer en el primer escalón.

Dimitri se agarró la cabeza y entrecerró los ojos, agradeciendo a la vez que desde abajo no notaran su despreciable actitud. Descendió los escalones sin otras opciones a la vista. Estrechó a su padre en un fuerte abrazo y besó en la frente a su madre tal como solía hacerlo cada día, luego continuó haciendo saludos a los hombres y besando la mano de algunas de las mujeres quienes se acercaban a él, solo para oírle la voz.

—¡Cuantas personas! —proclamó al ver a todos allí expectantes —Verán, soy hombre de pocas palabras en estos acontecimientos así que… sin ánimo de decepcionarlos les agradezco la concurrencia a la reunión que tan gozosamente organizó mi madre; ahora los invito a la mesa. Espero puedan disfrutar de la cena.

—¡Dimitri!, antes debes abrir los regalos. —Dijo Portia elevando la voz.

Ella estaba muy bonita de pie junto a su padre, con un vestido rosa pálido el cual le enmarcaba la delicada figura. Llevaba el pelo negro de corte carré prolijamente peinado. Él la miró y comenzó a sudar. Sentía que el tiempo transcurría muy lentamente. ¿Ahora eso también?, ¡¿abrir lo regalos?! pensó y dibujó una falsa sonrisa pero que, de igual modo, le iluminó el rostro.

—Bueno… veamos… —expresó entre dientes. Dio unos pasos y se detuvo en la mesa donde estaban los obsequios.

La música seguía sonando mientras él los desenvolvía, estaban hermosamente decorados. Corbatas, tiradores, un disco y dos sombreros fueron algunos de los que podía contar. Pensó que los tiradores podrían haber sido los únicos que iban con él, eso fue antes de abrir uno de los más pequeños, el cual le había llamado en particular la atención. Quitó el papel que lo envolvía, levantó la tapa de la caja y dentro encontró un increíble reloj de bolsillo Waltham de oro y delicadas agujas marcando los números romanos.

—¡Increíble!—expresó azorado.

—¡Y está justo en hora! —respondió Portia entusiasmada. Era evidente, su reglo le había gustado.

—¡Dios mío!, ¿fuiste tú? no deberías haberte puesto en esa molestia —le dijo sin quitar los ojos al maravilloso objeto entre sus manos.

Los dos se quedaron mirando el reloj mientras las demás personas obedecieron los gestos poco sutiles de Fiora quien los empujaba a la sala contigua, con la clara intención de dejarlos solos, ellos aún hablaban animadamente sobre el fortuito regalo. Ella se arcó a él, extendió la mano para acariciarle el rostro, sin embargo, se detuvo a mitad de camino.

—Me alegra que te haya gustado Dimitri, lo compré pensando en ti, aunque… a decir verdad recibí asesoramiento de Albert —dijo y rió algo incómoda ante la confesión que acababa de hacerle.

—Me importa más tu intención y el hermoso obsequio, el resto es anecdótico. Ahora será mejor que vayamos a la mesa. ¡Ven! —le respondió tajante y la guió hasta la silla vacía, junto a la de su padre, Alejandro Hutton.

La cena fue amena al menos para él. Había logrado responder lo justo y necesario sin hacer quedar mal a su madre, quien se desesperaba por complacer a los invitados. En tanto Morris y Albert se habían levantado para tomar las copas de brandy en el salón. Los hombres se sentaron en mullidos sillones al pie de la gran escalera de caracol.

—Morris, ¿Dimitri se nos unirá? —preguntó Alejandro Hutton sentado plácidamente en su sofá.

—¡Hutton, no insistas con el tema! mi hermano no gusta de estas charlas y menos de la empresa, él es… como decirlo… —expresó Albert sujetándose el mentón con los dedos pulgar e índice y entrecerró los ojos en la búsqueda de las palabras para dispensar la ausencia de su hermano —él es… ¡un bohemio! eso es.

—Tiene razón Albert, mira, Dimitri es mi hijo mayor pero ya me he cansado de discutir sobre la importancia de su presencia aquí. ¡Créeme! es demasiado altruista y … digamos que vamos en contra de sus principios.

—Es una pena Morris, yo siempre pensé que tu hijo mayor era un muchacho muy inteligente, aún no pierdo las esperanzas de que algún día se interese y se nos una —concluyó el señor Hutton y todos rieron, por compromiso.

Dimitri se encontraba detrás de las escaleras, a punto de salir aprovechando el alboroto reinante. Lo creyó oportuno, nadie notaría su ausencia, además él necesitaba desesperadamente un poco de aire fresco, no quería escuchar ni una sola palabra más de esa insípida conversación. ¿Quién se creía el padre de Portia para hablar así? como si esos negocios dependieran de que él se acercara o no a tomar una maldita copa junto a ellos. Definitivamente se cansó. Salió por la puerta principal y ni bien colocó un pie en la vereda sintió la brisa cálida acariciándole el rostro. Pudo sentir también el aroma de la tierra mojada, ese olor tan particular previo a una tormenta de verano. Respiró profundo el delicioso aroma provocando que todos los bellos de su cuerpo se le erizaran. Dibujó una media sonrisa. Despeinó sus cabellos con vehemencia, se quitó el saco, aflojó su corbata y se arremangó la camisa hasta el codo. Luego caminó muy lentamente hasta detenerse en un banco de madera, estaba en la vereda a tan solo metros de su casa. Sentado desde allí podía ver la luna en cuarto creciente, cubierta por algunos nubarrones.

De pronto su inspiración fue interrumpida por un lengüetazo.

—¡Hola amigo! —le expresó afectuosamente al perro que se le acercó, éste se puso en dos patas para recibir el cariño de las manos de Dimitri.

Él amaba los animales, pero sus padres los detestaban y aunque nunca lo dejaron tener una mascota, se las arregló desde niño para cuidar a cuanto animal se le cruzara por el camino. Ellos lo sabían. Acarició al perro color café, junto a su regazo. Dimitri suspiró y tomó del bolsillo del pantalón el reloj nuevo.

—¡Qué hermoso obsequio!, ahora tendré el tiempo en mis manos —pensó en voz alta y sonrió, justo cuando la lluvia comenzaba a caer sobre él.

Sintió por un momento la agradable sensación del agua fresca golpeando todo su cuerpo y volvió a suspirar. —Lo siento amigo, ¡acostúmbrate! siempre llueve en Senziatova, pero si mañana estás aquí te llevaré al refugio, te encantará conocer algunos nuevos amigos. Si no es así al menos tendrás un techo y algo de comida. ¿Qué dices?

El animal lo miró con ternura como si hubiera entendido cada una de las palabras que el sujeto frente a él decía. Dio dos vueltas en el lugar, cuando se sintió cómodo se sentó y lamió los pies de Dimitri. Él lo sabía, era su cumpleaños y todas esas personas estaban reunidas, no por él, sino porque su madre las había invitado. Esos pensamientos le hacían desistir de ingresar nuevamente.

—Mi peludo amigo —le dijo al perro mientras le acariciaba la cabeza. —Tú tienes más sinceridad en una de tus pulgas que la anotomía completa de cualquiera de los que están allí dentro, ¡lástima que no puedas hablar! —se lamentó al fin y se puso de pie.

Dimitri acomodó gentilmente al animal en una casilla, la cual tenía a un lado de la casa cerca del árbol donde estaba sentado. Lo acomodó, luego le acercó algo de beber y comer.

—La lluvia está siendo intensa. Tú quédate aquí, mañana te buscaremos un nuevo destino. Yo debo ingresar mal que me pese, estoy empapado.

Apesadumbrado, logró ingresar y pasar hábilmente por la muchedumbre reunida sin ser visto. Subió al cuarto a descansar, mientras abajo la fiesta continuaba y la música sonaba como si él, aún estuviera allí.

Lunes 30 de marzo de 1931Solo un Sueño

Al amanecer su peludo amigo seguía firme como un soldado frente a la casa Finckle. Dimitri lo tomó con una correa. Lo llevó al refugio, no quería que su madre o su padre lo vieran y lo echaran a patadas de allí.

Caminó con el perro en dirección a la zona pobre de Senziatova, su pueblo. Éste era casi tan grande como la ciudad que estaba a poco más de ocho horas en el coche de su padre, porque si bien ellos tenían posibilidades de tener un lujoso coche negro, eran muy pocos los que se veían por allí en esos días, tal vez un poco más que en el vecino poblado montañoso de Gossman.

Dejó al canino en su sitio el cual fue recibido de agrado y una vez que lo supo en buenas manos, se dirigió a ver a Juan quien vivía a tan solo cinco cuadras de allí.

Golpeó la puerta de la casa y esperó por largo rato hasta que su amigo se dignó a recibirlo. Juan recordaba que los lunes era el día libre de Dimitri, lo sabía de pocos amigos así que muy probablemente sería él.

—Sí, es él —confirmó al mirar por la ventana. —¡Dimitri! pasa por favor y cuéntame, ¿qué te trae por aquí el lunes de hoy? —le dijo con picardía, luego le palmeó la espalda con tacto firme.

—¡Lo siento! —manifestó apenado —prometo ser más espontáneo en mis visitas, pero en verdad la mañana de hoy necesito hablar contigo.

—¡Siéntate! —Juan sacudió los pelos del perro, había a montones sobre el pequeño sofá junto a la ventana. Dejó todo en orden y lo invitó a sentarse.—¿Qué sucede? no te ves bien, ¡anoche festejaste mucho! ¿verdad?

—¡¡Una fiesta sorpresa!!, ¡¿te imaginas?!, claro, de haberlo sabido te habría invitado al agasajo —le comentó un tanto apenado. Juan lo miraba desconcertado con la mano sosteniéndose la quijada y el entrecejo fruncido.

—Gracias amigo, espero no ofenderte, pero… ni por un millón de monedas iría a una celebración así. No podría, demasiada gente apelmazada, además, no hubiera sido bienvenido —le respondió. Echó un sonoro resoplido y relajó los brazos a un lado del sillón.

—Estoy completamente de acuerdo contigo, yo estuve hasta que pude escapar.

—¡Imagino!, pero dime… ¿qué es aquello que tanto te aqueja?

—¡Necesito contarte un sueño!—le dijo sin más preámbulos.

Juan le echó una mirada cejijunta.—¿¡Un sueño!? ¿acaso es otra de tus pesadillas?, ¿cómo vas con ellas?

Dimitri torció la sonrisa.—¿Mis pesadillas?… aun me acompañan cada noche. Sigo viéndome corriendo agitado, siento la lluvia en el rostro, el golpe y… luego despierto con el corazón saliéndoseme del pecho, ¡literalmente! No imaginas cuánto me cuesta recuperar su normal ritmo. —Se lamentó.

—Lamento no poder ayudarte amigo.

—Creo en la honestidad de tus palabras, gracias. Pero en verdad de lo que quiero hablarte esta vez es de un sueño, solo un sueño.

—¡¿Solo un sueño?! ¿de qué clase y hace cuánto lo tienes?

—Un sueño de amor. No sé desde cuánto hace que la veo, pero… éste último tiempo las experiencias fueron muy reales… parece que interactúo con ella, como si de alguna manera existiera la posibilidad de que nuestras almas viajaran y se encontraran. Nunca antes te lo había contado. Desde hace un tiempo solo puedo pensar en sus labios y cuando cierro los ojos en la noche, lo hago con la esperanza de encontrarla.

—Qué intriga, ¡cuéntamelo! Recuerda hacerlo en tiempo presente así lograrás relatar tu experiencia desde adentro y me ayudarás a mí a adentrarme en él —lo animó y se reclinó con mayor comodidad apoyando toda su anatomía en el respaldo del mullido sillón a la espera del relato. A pocas personas le interesaban tanto esas cosas como a él, no por casualidad Juan era su mejor amigo.

—Pues… mmm… primero veo oscuridad. Sí, estoy en un lugar tenebroso… apoyado en algo que no logro ver. De pronto todo comienza a aclararse y me encuentro de pie junto a un árbol grande… frondoso. El cielo tiene nubes rosas. Cuando creo estar solo… la veo a ella; viene caminando hacia donde yo estoy. La muchacha me mira y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Le pregunto quién es, ella dice algo que ahora no logro recordar… tengo la certeza que quiere estar conmigo, luego se sienta a mi lado en el césped. ¡La quiero tocar! extiendo mi brazo… recuerdo vagamente sus ojos y el cabello largo, ¡sus labios Juan! tendrías que haberlos visto. Yo le digo mi nombre, pero… no recuerdo cuál es el suyo. Lo olvido al despertar.

—¡Interesante!, ¿qué pasa luego?

—Extiendo mi mano para tocarla… y despierto. —Concluyó con la mirada perdida. Dimitri pestañeó repetidas veces y enfocó sus ojos en Juan —aún agitado me siento en la cama y comienzo a llorar. ¡Lloré Juan! pensé por un momento que ella era real, que al fin había llegado aquella mujer… quien me hiciera sentir en la piel todo eso… pero fue un sueño. Solo un sueño.

—¡Wow! —se limitó a responder, luego de una pausa continuó —pues… sí, a simple vista parece ser solo un sueño; con pocos detalles, pero las sensaciones dicen lo contrario.

—Nunca me pasó de recordar un sueño, no lo sé, tal vez sea eso lo que me confunde… sin embargo me perturba lo real de las sensaciones tal cuál como tú dices —Dimitri sacudió la cabeza como deseando detener el curso de sus pensamientos.

—Agradezco que me cuentes esto y confíes en mí, pero… ¿por qué lo haces?

—¡Tú eres mi amigo! nadie más podría entenderme sin juzgarme por loco, Juan —dijo Dimitri afligido; luego de una pausa continuó.—¿Podré contarte si la vuelvo a ver?

—¡Claro! tu estate atento, yo te escucharé. —Terminó de decir y vio con asombro como Dimitri sacó de su bolsillo el hermoso reloj que Portia le había regalado la noche anterior. Se abstuvo de preguntar quién se lo había obsequiado. En ese momento no le interesaba.

Faltaban 15 minutos para las 12, hora en la que debía estar de regreso para el almuerzo familiar. A diferencia de su amigo, él debía cumplir ciertos horarios; Juan solo tenía la compañía de su perro, no necesitaba de nadie más. Eso a Dimitri le despertaba cierta envidia. Él amaba la libertad y en su casa ese deseo tenía un alto precio.

Saludó entonces a su amigo y se dirigió a la intersección de las calles Estomba y Holmberg donde tomaría el tranvía, éste lo dejaría a tan solo metros de la ostentosa casa Finckle.

Al llegar, abrió la puerta. Percibió solo silencio. Pensó por un momento que eso era extraño. ¿¡Cómo su madre no estaba por allí gritando para pedirle u ordenarle alguna cosa!? Dimitri tomó aire y exhaló de modo ruidoso, hasta que unos minutos después escuchó la puerta abrirse. Lo que para él era una muchedumbre hablando a sus espaldas, comprobó al darse vuelta que solo era su madre encabezando el grupo, detrás Albert y, por último; Portia.

—¡Disculpa hijo!, nos demoramos. No te informamos nuestros planes en la noche, salimos temprano en la mañana a Gossman. Fuimos a buscar algunas prendas de Portia en la mansión Hutton. Nos llevó el chofer de tu padre.

Dimitri la miró desconcertado. Tan grande abrió sus encantadores ojos que parecía se le saldrían de las órbitas.

—¡No mires así hermano! Asustas. —Le expresó Albert cuando pasó por su lado cargando dos grandes bolsas y una valija—Portia pasará la temporada veraniega aquí, en la casa Finckle. Como sabes Hutton viajará con nuestro padre a buscar inversores. ¿Qué dices? —concluyó y le guiñó un ojo.

—Y… ¡¿dónde dormirá ella?! —quiso saber alarmado. Dimitri sabía de lo indiscreta que podía llegar a ser esa muchacha.

—¡¡En el cuarto de huéspedes!! ¡junto al tuyo! —completó la información Fiora casi al llegar a las escaleras y escoltando a Portia, quien por no hacer esfuerzos solo cargaba una chalina rosa sobre sus inmaculados hombros.

—¿Te gustaría ayudarme Dimitri? —le susurró seductora al oído. Ella esperó una respuesta de pie junto a él mientras pestañeaba repetidas veces. Portia no podía quitarle los ojos de encima.

—¡En verdad no!, —respondió él en tono severo —me disculpo contigo, pero prefiero ir a asearme para el almuerzo. Bien supongo que te veré allí, hasta entonces deseo puedas acomodarte con tranquilidad.

Ella no daba crédito de lo que oía de los labios de Dimitri. ¡¿Cómo se atrevió a contestarle de ese modo?! si bien él no había sido irrespetuoso, el tono en el que le habló y la respuesta que le dio distaba de ser la esperada. Ruborizada; sin más que decir se limitó a seguir a Albert, quien cargó en la espalda casi todo lo que había ido a buscar a la gran mansión en la cual habita junto a su padre.

El almuerzo había estado delicioso. Agnes conocía los gustos de cada uno de los integrantes de la familia Finckle. Si bien debía cocinar para todos con exigente variedad, ella, favorecía en primera instancia los gustos de Dimitri a quien había cuidado y amaba como si fuera su propio hijo.

Él cariñosamente le decía Nana y ella le decía Dim a pesar de los celos que Fiora Finckle profesaba porque se sentía desplazada en el amor por su hijo, especialmente cuando los oía cuchichear en la cocina. Alguna confesión de él tal vez o algún consejo de ella, pero lo olvidaba pronto cuando pensaba todo lo que le llevaba organizar las fastuosas veladas en su gran casa o en cuánto necesitaba de la exquisita comida de Agnes. Así es que ese mediodía la querida Nana cocinó tres platos diferentes para agasajar a Portia y al padre de familia quien partiría por negocios un largo tiempo fuera del hogar.

***

Morris Finckle y Alejandro Hutton, partieron a tiempo rumbo a la gran ciudad en busca de inversores. Necesitaban ayuda para ampliar los horizontes del tabaco, la crisis económica les estaba dejando pocas opciones a la vista, no querían perder los logros alcanzados y se sentían afortunados por tener empleo. Aún conservaban las esperanzas de mejorar, aunque la realidad se mostrara muy diferente.

Ya en ausencia de su padre y cuando el resto de los comensales habían subido a los cuartos a descansar, Dimitri se dirigió al estudio. Necesitaba comunicar ciertas emociones encontradas, no lograba quitar de su mente los ojos de aquella muchacha, ni de su piel las sensaciones que le había causado, aunque fuera solo en un sueño. Sentado en la banqueta, se quitó los zapatos, luego bajó los tiradores del pantalón y se arremangó la camisa para tocar con mayor comodidad desplegando sus largos dedos; los que mágicamente resonaron en el hermoso piano. Tantas veces había tenido que estudiar esa melodía... prácticamente se la sabía de memoria “Cannon in D” de Pachelbel, ¡cómo le gustaba oírse a sí mismo tocarla! Aunque era una melodía lenta, él la interpretaba con tal pasión que sus ojos se cerraban mientras los dedos se desplazaban y danzaban sobre cada una de las teclas. Su cintura iba y venía conforme subían o bajaban las notas de las escalas.

Portia, en su cuarto del piso de arriba, oía con gran deleite. Cerró los ojos y se acarició cuello al compás de aquel melodioso sonido.

—¡Dimitri Finckle!—suspiró.

¡Cómo le atraían sus ojos!, rasgados… del color de la miel, tan cristalinos que a veces podrías reflejarte en ellos. Aunque sus emociones fueran encontradas, no podía declararle su simpatía a Dimitri quién la esquivaba como si ella fuera una fiera a punto de devorárselo. Las constantes negativas y desplantes que cada verano él le hacía, aumentaban su deseo de poseerlo, era un muchacho difícil de enamorar; lo sabía y eso la volvía loca. Portia Hutton rara vez toleraba una negativa, estaba acostumbrada a satisfacer todos sus caprichos sin importar si éstos estuvieran relacionados con objetos o personas. Dimitri con su conducta esquiva, con la simpleza, dulzura y pasión con la cual interpretaba la vida, la desconcertaban. Eran sensaciones tan opuestas a su forma de ver y sentir el mundo, además de no poder pasar por alto su pequeño secreto.

¡Debía quitarse esas ideas locas de la cabeza! no sería conveniente, se dijo a sí misma y suspiró una vez más.

Dio vueltas en la hermosa y mullida cama que Fiora le había acondicionado personalmente, conociendo sus gustos y caprichos. Nadie podía negar que Portia Hutton no fuera una “niña malcriada” por su padre, él le concedía todo lo posible, hasta lo imposible con tal de verla feliz. A decir verdad, pocas cosas lo lograban, en ese momento lo había decidido: deseaba ver a Dimitri tocar el piano. Se levantó de la cama, se colocó un vestido de seda liviano, no llegaba a cubrirle las rodillas dejando entrever sus delgadas piernas. Apenas se acomodó el cabello con las manos y salió rumbo al estudio, escaleras abajo.

Golpeó la puerta. Esperó un momento y la abrió recién cuando le oyó gritar un: ¡¡Adelante!! Él, hacia largo rato había dejado de tocar el piano. Portia abrió, vio a Dimitri de pie junto al gran ventanal que daba a la calle principal. El guapo muchacho se encontraba al lado del retrato al óleo, el de la muchachita de vestido verde y la gran flor roja en el cabello. Eran poco más de las siete de la tarde, ya el ocaso teñía todo de un tinte particular. Mientras la cálida brisa de ese verano especialmente sofocante hacía danzar las etéreas cortinas de gasa blanca acariciándolo, él parecía estar absorto en sus pensamientos. Llevaba los tiradores caídos, el cabello alborotado y se había quitado la camisa, solo usaba una musculosa blanca y estaba descalzo. ¡Sí! Dimitri Finckle se quitaba los zapatos para pensar con mayor claridad, decía que de otro modo sus pensamientos no podían fluir con la libertad deseada. Portia había quedado impactada con esa imagen, casi angelical.

—¿Qué piensas? —le preguntó mientras caminaba lentamente hasta colocarse cerca de él.

Dimitri no hizo por mirarla, solo le respondió con sequedad.

—Pienso tantas cosas Portia… y… a la vez ninguna. Lo siento, no creo poder darte la información que esperas.

—¿Cómo haces?

—¡¿Cómo hago para qué?!

—¿Para expresarte de ese modo? mmm… no lo sé, como si estuvieras reflexionando a cada instante.

Él esta vez giró para encontrarse con los pequeños ojos azules de ella, lo contemplaban desde corta distancia con exagerada fascinación.

—Es la única forma por la cual puedo entender el mundo. ¿No debo ser como los jóvenes a quienes frecuentas en tu círculo social verdad?

—¡¡¡Dimitri!!! —expresó absorta, —hablas como si fueras una persona carenciada o… no pertenecieras a esta familia.

Él suspiró con ternura, luego le guiñó un ojo, pero Portia Hutton no podía disimular lo ofuscada que estaba.

—Creo que descansé suficiente. ¡Volveré a mi piano!

—¡¡Está bien Dimitri Finckle!!, veo que para ti soy un estorbo, te dejaré solo con tu música —le dijo en un tono de voz elevado. Ella se retiró sin esperar una contestación.

Y es que en verdad no la hubo, puesto que él cerró la puerta del estudio para reanudar la armoniosa melodía del piano. Portia, bastante molesta, se dirigió al salón principal donde Albert oía uno de sus discos favoritos.

—¡Bueno, al menos tú eres bastante más animado en cuanto a gustos se refiere! —dijo sin saludar y se desplomó en el sofá contiguo tras un resoplido, algo que Albert no esperaba de alguien como ella.

—Buenas tardes Portia, veo que el descanso no te ha caído del todo bien. ¿Me equivoco?—inquirió sin mover ni un solo músculo, más allá que el de sus labios. Estaba muy cómodo desparramado en el sillón.

—¡No Albert! no te equivocas, dormí poco. Además, Dimitri acaba de deshacerse de mí, con poca elegancia.

Albert rió, ella pareció molestarse de sobremanera. Portia era alguien de muy poca paciencia.

—¡¿Por qué te ríes así?!—expresó iracunda.

—No debes enojarte con él, es que… no deberías interrumpirlo cuando toca el piano, ni yo lo hago. ¡Expresa sus emociones de ese modo!

—¡¿Cómo es eso?!

—Mmm… al hacerlo quebrantas su mundo interior, no lo sé, eso me respondió una vez. Desde entonces no he vuelto a interrumpirlo, al menos no sin antes decodificar la melodía que interpreta.

Portia seguía con la cara desencajada y una mueca de disgusto torció su rostro de porcelana.

—Tú luces más animado, ¿qué estamos escuchando Albert? creo haber oído esa canción en el cumpleaños de Dimitri. ¿Puede ser?

—¡¡Ruth Etting!! —respondió afirmando lentamente con su cabeza—¡la oímos ese día!

Portia suspiró hastiada. Desparramó su diminuto cuerpo tal como lo había hecho él momentos antes.

No tenía idea de lo que Albert hablaba y le interesaba muy poco, ella solo tenía en mente el rostro de Dimitri y lo único que oían sus oídos era esa hermosa melodía de piano sonando a la lejanía. Allí se quedaron sin hablar, solo escuchando el disco; cada tanto un suspiro quebrantaba el silencio marcando el fin y el comienzo de otra canción, silencio llenado por Dimitri, quien sin descanso continuaba interpretando con absoluta inspiración.

Jueves 2 de abril de 1931 Iris

Dimitri daba vueltas en la cama como un animalito atrapado en una bolsa, sin ser capaz de encontrar sosiego, se movía al compás de alguna pesadilla:

—¡No te vayas! regresa… no me abandones…

—Te desvaneces… ¿por qué te alejas?

—No lo sé… sostén mi mano por favor… Iris no me dejes.

—Dimitriiiiiii…

La escuchó gritar como si ella estuviera en un larguísimo cilindro y él cayera dentro con la misma sensación vertiginosa de la de un niño deslizándose por un tobogán.

Despertó hablando en voz alta, visiblemente agitado con la frente sudorosa. Encendió la lámpara, tomó su reloj dorado de la mesa de luz e intentó volver a conciliar el sueño tras ver que eran las tres de la madrugada de ese jueves y aún el sol no iluminaba el cuarto, entonces se sentó en la cama para poder estirar el cuello. Tenía ese mal hábito, como decía su madre: “La maldita costumbre de rotar la cabeza hasta que hiciera crack” Así fue, luego de aquel sonido, cerró los ojos y colocó dos de sus dedos sobre las sienes para hacerse movimientos circulares.

—Nuevamente tú… esta vez casi toco tu piel, ¡pero… desperté! ¿quién eres? … ¿por qué te veo cada noche?—Él suspiró y continuó proyectando pensamientos en voz alta como si esa muchacha pudiera oírlo—¡¡Iris!! —la recordó, luego volvió a suspirar con evidente congoja. —Iris… que nombre más bonito.

Algo dentro de él se encendió, aunque seguía confundido. Era tan real o al menos así la recordaba cada amanecer, con mayor precisión. ¿De dónde provenía esta muchacha y dónde era ese lugar en el cuál se encontraban?

Después de dar vueltas en la cama sin posibilidad de conciliar el sueño, decidió levantarse. Caminó hasta el piano, quién más podría entender su pesar, quién más podría ayudarle a calmar la angustiosa sensación de sentir atracción por una mujer la cual muy a su pesar entendía solo se encontraba en sueños, tal vez producto del inconsciente. ¡Hasta existía la posibilidad de que ella estuviera muerta! y de algún modo se metiera en su mente, él había escuchado decir a Juan esas cosas, podría suceder. Aunque dudaba; en esta oportunidad necesitaba aferrarse a esa idea. ¿Podría ser?, insistió.

Se sentó en la banqueta, aún con la tapa del piano cerrada apoyó los codos sobre la lustrosa madera para sujetarse con mayor comodidad la cabeza, la cual se desplomó sobre sus manos con peso muerto y tras un resoplido se dijo a sí mismo bastante afligido:

—¿Qué me sucede? santo cielo, dame una señal. Dime… ¡por qué vienes a mí cada noche! ¿O es que yo voy a tu encuentro?

Tras el obvio silencio y la falta de respuestas a las preguntas que lanzaba al aire, se resignó. Sus palabras parecían rebotar contra un muro invisible, solo para volver a él con mayor vigor aumentando la angustia en el interior de su ser. Entrelazó los dedos de las manos y los hizo crujir ruidosamente antes de desplegar la agilidad de sus movimientos sobre el teclado, sin percatarse de la presencia de ella junto al umbral de la puerta.

Dimitri al ver el reflejo por el rabillo del ojo, dejó de tocar súbitamente. Sin atreverse a mirarla le habló con timbre amodorrado:

—Portia… ¿Insomnio?

—No lo sé, pero a decir verdad empiezo a creer que tus melodías surten un efecto en mí de la misma suerte que el Flautista de Hamelín con sus presas.

Él sonrió.

—Sin llegar a compararme con ratones, ¡claro está! —salvó las diferencias algo preocupada con la imagen mental que llegó a su cabeza inmediatamente después de decir la última palabra de tal comparación.

—Jamás podría siquiera imaginarlo.

—¿Que te provoca tocar con tal pasión? —susurró en particular la última palabra y se acercó a él caminando con la parsimonia de un felino. Tenía la intención de sentarse a su lado, pero se detuvo al llegar al piano, solo atinó a apoyar los codos sobre él.

En verdad a ella le inquietaba conocer la fuente de tan bella inspiración, quién podría hacer que Dimitri interpretara de esa manera cada una de las piezas elegidas, ¿alguna mujer acaso? Portia se preocupó extrañamente con ese último pensamiento, más aún ante el silencio de él, quien cerró la tapa del piano y levantó la vista hacia ella.

—Alguna muchacha tal vez… ¿habrá? —preguntó curiosa ante el silencio de su interlocutor.

Él suspiró profundo. Colocó el codo en la tapa del piano y sostuvo su barbilla con la mano, clara expresión de pensamiento o lo que ella temía, ensoñación.

—La hay —se limitó a responder.

Sus rasgados ojos destellaban de un modo particular, pero Portia no se sentía la dueña de ese brillo y un cosquilleo comenzó a molestarle en la boca del estómago.

—Y… ¿puedo saber cómo se llama? —continuó inquiriendo ante las respuestas monosilábicas que él emitía con poca melodía. A esa altura comenzaba a creerlo, era ella la causante de tal antipatía.

—Mmm…, no lo creo…—dudó él y contempló la torcida expresión de ella.

En verdad comenzaba a disfrutar el desafiar sus caprichos, pero ante todo era un caballero, uno de los tantos atributos por los cuales las mujeres caían rendidas a sus pies, más aún que por sobre su atractivo físico y su particular cabellera enmarañada, esa mezcla de rebeldía y caballerosidad imposibles de reunir en un solo hombre, pero Dimitri las poseía casi como un don. A pesar de eso no la haría sentir mal.

—Me disculpo contigo si mis conversaciones te parecen un hastío, mi intención no es ofenderte es que… en verdad no sé el nombre de aquella muchacha —mintió. Nunca fue bueno para eso, sin embargo, esta vez sonó convincente.

Ella entrecerró los ojos y frunció muy apretado sus labios, estaba en verdad molesta, no quería oír nada de alguna otra muchacha que lo hiciera suspirar, pero… ¿por qué? después de todo; ¿qué diantres le importaba a ella lo que Dimitri hiciera de su vida?

Intentó disipar de alguna manera esos pensamientos, pero fue inútil. Sin poder desfruncir su expresión lo continuó escuchando con falso interés.

—Pero la hay, cada noche roba mi calma y quita mi respiración, por eso no logro dormir luego de verla. ¿Entiendes?

Concluyó y al contemplar la expresión de la muchacha, decidió cambiar el curso de la conversación con picardía:

—Recuerdo cuando era niño, a veces no lograba dormir bien entonces Nana me cantaba una hermosa canción.

—¡¿Nana?!

—Bueno, tú la conoces como Agnes, ella es una madre para mí, un vínculo especial nos une desde el primer día que llegó a esta casa, yo tenía cerca de tres años y al instante de verla mi corazón palpitó con rapidez —rió con ternura al recordar ese día y cómo la rolliza mujer de ojos azules lo estrechó entre sus brazos como si lo conociera de toda la vida, provocando que en su anguloso rostro se dibujara una media sonrisa. Un hoyuelo se le marcó a un lado de la mejilla. Portia suspiró, lo miraba con aire de ensoñación.

—¿Podrías enseñarme esa canción Dimitri?

—Déjame recordarla… —le respondió pensativo.

Él entrecerró los ojos con la intención de poder ver la letra escrita con mayor claridad en su mente, luego comenzó lentamente a tararear con poca melodía y aunque su intención era recordar la letra, solo pudo pronunciar una secuencia melodiosa de letras “emes” una suerte de “mmmmm” consecutivos salieron de sus labios provocando una resonante carcajada de ella quien no ocultó para nada su sorpresa.

De pronto alguien chistó desde lo alto, sobre las escaleras. Ambos se sobresaltaron.

—¡Dimitri, ya vete a dormir! —le oyeron gritar a Albert. Él estaba en verdad molesto por el alboroto que hacían.

Los dos rieron con complicidad tapando sus bocas para no hacer más ruido. A veces le costaba recordar que, aunque él no pudiera conciliar el sueño, había otros que deseaban conservarlo durante la noche, en tanto ella disfrutaba de verlo reír en una conversación sin que estuviera echándole miradas de indiferencia o respondiéndole monosilábicamente de mala manera encrespando sus nervios. Ahora, sabiéndose correspondida en la conversación no se iría a dormir, entonces sacó el primer tema que le salió de la galera:

—Dimitri… —se pronunció ella en voz baja,—¿conoces el Bosquecillo de Gossman?

Él la miró sorprendido, rascó su despeinado cabello y ladeó la cabeza haciendo que el cuello le sonara estrepitosamente, nuevamente esa maldita costumbre.

—No, nunca estuve en él. Cuando pequeño fui una vez a Gossman, pero solo a llevar una mercadería, al amanecer del otro día tuvimos que partir pues mi madre estaba organizando otro de sus famosos “festejos” creo era una tarde de té, a mí me importaba muy poco, bueno… aun hoy me importa muy poco.

—Eso es evidente hasta para el más despistado. En fin, no te ofuscaré con preguntas sin sentido, no quiero desviarme del tema.

—Entonces… ¡descríbemelo! —le pidió de modo imperativo. Se colocó de pie muy junto a ella apoyando la parte baja de su espalda en el piano de madera y suspiró a la espera del relato.

Portia abrió los ojos grandes como dos luceros y aprovechó la oportunidad de ser el centro de su atención diciendo:

—Es enorme y frondoso—comenzó y movió los brazos de modo histriónico,—aunque le digan “Bosquecillo” es de verdad grande. Yo suelo ir allí cuando el calor me vence. Hay gran variedad de árboles, muy altos todos ellos por lo que dentro es verdaderamente fresco. ¡Y la capilla! … es tan antigua como hermosa. Está perdida en la espesura verde del lugar, su madera es viejísima; está hecha añicos, pero aún se sostiene en pie, parece sacada de un cuento de hadas Dimitri y si vas a la laguna, de la zona aledaña, puedes ver la cruz de sus cúpulas, de madera también y la parte más mágica sin duda son las antiguas vías del tren; quedan a un lado del camino terroso. Todas cubiertas de enredaderas. Esa zona en particular huele a hierbas y pinos... aunque debo reconocerlo, por las noches debe ser bastante tenebrosa.

Portia tomaba bocanadas de aire para que la mayor cantidad de palabras pudieran salir de un solo tirón. Notó cómo Dimitri enderezaba el torso, entonces continuó relatando lo mágico de aquel lugar con placer obvio y describiéndolo con cantidad de palabras bellas para que el muchacho, a quien tenía en frente, pudiera sentir, oler y ver el bosque a través de las imágenes que intentaba dibujar con sus palabras. Ella observó con un dejo de ternura como a él le brillaron lo ojos cuál gotita de rocío sobre una flor, así de sutil le pareció ese brillo. Era de público conocimiento, él amaba la naturaleza y pensar de estar allí fue lo único que ocupó, al menos por un instante, su mente. Eso la puso feliz.

—La belleza que describes ha capturado toda mi atención y… ¿sabes si hay algún lugar de alojamiento?, ¡me encantaría ir!

—¿En verdad lo deseas? a mí me gustaría ir contigo llegado el día —le espetó sin rodeos.

—¡Vaya Portia!... me halaga que gustes de mi compañía, pero… de ir tendríamos que dormir allí dadas las distancias, eso no sería prudente. Tú eres una muchacha de respeto, ¡una invitada de la familia Finckle!, no podría ser el causante de un escándalo, no me lo permitiría.

—¡Dimitri Finckle! eres tan correcto, siquiera… ¿podrás aventurarte alguna vez? —le recriminó como si no hubiera podido poner freno a sus palabras. Eso fue suficiente para romper la magia que tanto trabajo le había costado crear.

Dimitri torció su sonrisa algo incómodo, le tomó la mano y se la besó gentilmente en el dorso; invitándola a salir junto con él del estudio. Ya eran pasadas las cuatro de la mañana, en el horizonte, por la ventana comenzaba a vislumbrarse el sol. Portia se lamentó por haber roto el hechizo y estuvo de acuerdo con la respuesta que él dio, se lo merecía por desvergonzada. ¿Cómo se le ocurrió pensar que Dimitri aceptaría dormir una noche con ella fuera de la casa? ¡solos! es más, ya a esa altura estaba segura, lo había espantado. Aunque notó en el rostro de él que no hubo mejillas sonrojadas, solo pudor por la honestidad con las que ella dirigió sus palabas y algo de incomodidad. ¡Vaya a saber uno qué clase de imágenes se trazaron durante ese instante en su masculina imaginación!

—Hasta mañana Portia, gracias por tu compañía y… por haberme contado del “Bosquecillo” con tamaña descripción, es seguro que algún día iré.

Ella quedó en el estudio de pie viendo como aquel muchacho se alejaba relajado. Lo vio subir las escaleras. Él por su parte solo tenía pensamientos para “Iris” añoraba encontrar un sueño reconfortante que pudiera guiarlo hasta ella, deseaba reencontrarse con aquella muchacha nuevamente, más que nada en el mundo.

—Iris… —pronunció en un suspiro y cerró la puerta de su cuarto con delicadeza.

La mañana del jueves estaba húmeda. A lo lejos podían vislumbrarse unos nubarrones tan oscuros como la camisa que había elegido para usar ese día, la cual, resaltaba el brillo miel de su mirada, casi cualquier color oscuro lograba surtir ese efecto.

A pesar de no haber dormido bien se sintió extrañamente relajado y gracias a la información que Portia le había proporcionado, su día se iluminó de modo especial. Caminó con paso suelto. Llevaba una gran sonrisa en el rostro dejando entrever su blanca dentadura. Entró en la cocina. Allí a quién primero vio fue a Agnes desayunando en soledad, entonces se sentó a la par no sin antes besarla en la frente como cada mañana.

—Lloverá otra vez mi querida Nana —musitó mirando por la ventana, luego se acomodó a su lado.

—Así parece mi querido Dim, y… ¿a que se debe esa expresión tan refulgente el día de hoy? —observó feliz la anciana.

—Sé que un fin de semana al mes regresas a Gossman para estar con tu hija y tu nieta, pero este sábado y domingo en particular serán días diferentes porque yo iré contigo —le informó con tono desinteresado, como si hubieran continuado hablando del clima.

Ella abrió enorme sus pequeños ojos azulados. Giró la cabeza para contemplarlo, lo vio dándole un mordisco a la tostada recién hecha a la cuál un momento antes le había colocado mermelada casera de limón.

—Debo aclarar que… me pone muy feliz escucharte decir eso; no obstante; me gustaría conocer un poco el motivo que te lleva a ese camino Dim —inquirió con dulzura en su voz y acarició con calma la mano del muchacho, descansaba sobre la mesa.