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Este libro rompe el tabú acerca de escribir y hablar sobre la propia muerte. En párrafos breves e implacables, la pintora, escritora y poeta libanesa Etel Adnan, que cuenta noventa y cinco años cuando lo escribe, aborda la magnitud de su vida y reflexiona sobre el envejecimiento y la certeza de su extinción. Lo personal se proyecta sin cesar hacia afuera a través de reflexiones atravesadas por el territorio y el paisaje: la catástrofe climática, la guerra en Siria, las misiones a Marte o la contemplación del cielo y el mar. Reflexiones que, puestas en conjunto, componen una conmovedora interacción —a menudo dolorosa— entre lo íntimo y lo cósmico, en la que afloran una y otra vez los mismos símbolos terrenales que pueblan la pintura de Adnan. Desplazar el silencio es una meditación sobre la experiencia universal de enfrentarse a la muerte escrita con la gracia, la madurez y la sabiduría de una mujer que dedicó su vida al pensamiento y al arte.
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Seitenzahl: 65
Veröffentlichungsjahr: 2025
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ETEL ADNANnació en Beirut, Líbano, en 1925. Estudió Filosofía en la Sorbona, U. C. Berkeley y Harvard, y la impartió en el Dominican College de San Rafael, California. Comenzó a pintar a principios de los años sesenta y desarrolló su trabajo entre la escritura, el pensamiento y el arte visual. Debido a su participación en el movimiento contra la Guerra de Vietnam, comenzó a escribir poesía y se convirtió, en sus palabras, en «una poeta estadounidense». Adnan es autora de poesía, ensayo y teatro. De entre su obra poética destacan Journey to Mount Tamalpais, The Arab Apocalypse o Sea and Fog. Su novela Sitt Marie-Rose, publicada en París en 1977, fue aclamada y ha sido traducida a más de diez idiomas. En 2014 recibió una de las mayores condecoraciones culturales de Francia, la Orden de las Artes y las Letras, y a lo largo de los años su obra pictórica se ha expuesto internacionalmente. Falleció en París el 14 de noviembre de 2021.
DESPLAZAR ELSILENCIO
© Etel Adnan, 2020
Shifting the Silence was first published in 2020 by Nightboat Books.
© de esta edición, Editorial Tránsito, 2025
© de la traducción, Laura Salas Rodríguez, 2025
diseñodecolección: © Donna Salama
diseñodecubierta: © Donna Salama
impresión: Kadmos
Impreso en España – Printed in Spain
ibic: dnf
isbn: 978-84-129018-8-7
depósitolegal: m-14680-2025
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Editorial Tránsito es respetuosa con el medio ambiente: este libro ha sido impreso en un papel ahuesado procedente de bosques gestionados de forma responsable.
Etel Adnan
Traducción de Laura Salas Rodríguez
TRÁNSITO MINIATURAs
Nota biográfica
Sí. El desplazamiento de la marea, a su regreso, y el mío propio. Una pregunta surge de la quietud, y luego va avanzando pulgada a pulgada: ¿ha existido este día ya antes, o se ha alzado desde la orilla, desde un verso, un sonido?
Cuando damos nombres simples a las cosas, y las palabras preceden a su significado, se produce una narración cósmica. ¿Acaso descubrir los orígenes quita el polvo? El fulgor del horizonte retrasa todas las demás percepciones. Me recuerda a una infancia vacía que parece haberme llevado cerca del principio del espacio y el tiempo.
Ahora, unos animales oscuros vagan por el bosque, casi puedes tocarlos. Una somnolencia particular te invade cuando las sombras empiezan a crecer. Entonces, el corazón crea diferentes compases. Quieres tocar las hojas, mirar intensamente todos los árboles. Cae la noche, ya cansada, ya desnuda.
El tamaño del futuro no es más largo que este callejón. Y las preguntas caen y decaen. Pero pasar junto a una cañada, ver que ha bajado la marea y observar cómo los patitos siguen a su madre en busca de la cena es un camino seguro hacia algún tipo de iluminación.
Voy vestida del color rosa de las montañas sirias y me pregunto por qué tal cosa me provoca inquietud. Mi cuerpo a menudo se siente cercano a las criaturas marinas: pegajosas, resbaladizas, impredecibles, más efímeras de lo necesario. Tengo que avanzar desde ahí, como una avalancha de nieve cuando cae. Eso es lo que acaba de decir la radio: que ahora hay pueblos enteros invisibles. Pero están lejos: las noticias nunca hablan de mi entorno inmediato.
Con más recuerdos que deseos, buscando en espacios innombrables, los prados de Sicilia o las aguas escasas del Líbano, alcanzo una tierra sin fronteras que nadie reclama y me planto allí, como si estuviese sola, pero falta ritmo.
Lo que no falta es miedo. Es una cuestión de arterias taponadas, de largas horas de insomnio, de la falta de resolución ante cualquier problema importante. Me resbalan los pies sobre el suelo mojado, pero tengo que darle las gracias a mi buena suerte: dejo que el horizonte se ocupe de mi terror.
Pero por qué, ¡por qué!
Echo de menos la energía cósmica de la Grecia antigua. Amaban a sus dioses, a quienes se les concedía todo menos el poder supremo. Ninguno de ellos era libre en el sentido absoluto, solo Zeus, a pesar de que su arbitrariedad a menudo suscitase miradas críticas. Prometeo fue encadenado por rebelarse, e Io fue condenada a sufrir un castigo contrario, aunque igual de radical: vagar y vagar sin descansar nunca. El suyo era un mundo cruel y descarnado, pero los echo de menos de todas formas.
Poner un pie en las rocas de Delfos merece la condena. Y aún están por llegar a Sición las ofrendas para el oráculo. Para mí, el dolor de morir será la imposibilidad de visitar una vez más ese lugar.
Cuando no tienes forma de ir a ninguna parte, ¿qué haces? Nada, por supuesto. Pero eso no es una respuesta. Dejamos gran número de respuestas sin formular, como una especie de liberación, cantidad de mareas avanzan en vano, y muchos deseos quedan enterrados (la mente también se cansa). En mitad de la noche mido el frío de fuera, el silencio.
Hablar griego es usar la mayoría de las palabras de Aristóteles. Pero yo confío en Esquilo. Me recuerda a los místicos de Bujará. Colocó a Prometeo en el monte Etna, vinculándolo de ese modo a Empédocles. ¿Cómo puede vivir uno lejos de su círculo?
Pero, volviendo a mi estado, si tuviese que elegir un lugar para pasar la noche, ¿cuál sería? En este momento, me daré media vuelta y me iré a mi cuarto. Ignoraré la mayor parte de la belleza del mundo, si no toda.
Soñaba con visitar tantas islas, ¿qué ha sido de ellas? Lo más probable es que yazcan donde siempre han estado. ¿Poseen conciencia propia? Yo diría que sí. Lo más seguro es que sean como el pavo real que me reconoció tras tantos años de ausencia; emitió un fuerte ruido como no había oído otro igual, y me llenó de alegría. Despertó un parentesco entre nosotros.
Fue al final de un partido del campeonato del mundo, un partido de fútbol. Inglaterra contra Colombia; el equipo británico en plena guerra y los sudamericanos jugando por placer; siempre la misma historia. El pavo real siguió la agitación, era tarde y no podía dormir.
Mis pensamientos gotean, un poco como un grifo. No me dejan saber de qué tratan. Les suceden otros, igualmente desconocidos.
La luz del día se hace más tenue. No estamos en invierno, no, estamos a principios de julio. El crepúsculo llegará pronto. Luego también él desaparecerá.
Los sueños no tienen poder de decisión, pero aparecen a puñados, inundan el espíritu, sacuden los huesos. Tienden al amor físico, mientras que nosotros negamos nuestros deseos. Contemplar el crepúsculo tras el crepúsculo no calienta la casa.
Ver cómo pasan las horas tampoco ayuda. Por tanto, estamos arrinconados. Dejo la puerta abierta, con el pretexto de que es porque me cuesta respirar, pero es todo mentira. Mejor admitir que con el transcurso de los días sabemos menos de todo. Que las cosas sigan su curso, cuando lo tengan.
No acostumbro a pedir ayuda, pero ¿en qué terreno me hallo? A una hora intempestiva, un sortilegio me induce, por fin, al descanso. Con los ojos hinchados intentamos ver el aquí y el allá, nunca seguros, siempre insatisfechos. Esperemos, aun cuando no sepamos qué; siempre recibimos mejor una línea en el horizonte, por leve que sea, que este vacío.
Hemos perdido las liturgias bajo las guerras, los bombardeos, los fuegos que atravesamos. Algunos de nosotros no sobrevivieron, y fueron muchos. Los griegos tenían sus dioses exuberantes, el amanecer sobre el monte Olimpo. Los cananeos tenían el monte Sanin. Nosotros tenemos nuestras propias montañas, pero quizá se hayan cansado ya de esperarnos. No tengo ni carreteras que me lleven a ella ni cables. Dejémoslas en su esplendor.