Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación - Pau Mateo - E-Book

Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación E-Book

Pau Mateo

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Beschreibung

¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para cumplir tus sueños? ¿A qué renunciarías? ¿Lo darías todo para conseguirlo? Pau Mateo, creador del canal de youtube Diario de un MIR y uno de los primeros médicos que tuvo que enfrentarse a la pandemia del COVID, narra en estas páginas las historias, anécdotas y aventuras vividas desde el día en que se le metió entre ceja y ceja que iba a dedicarse a la profesión más vocacional que existe, la medicina. Los interminables años hasta graduarse, sus desvelos para aprobar el examen que le convertiría en Médico Interno Residente, sus primeros pacientes, cuyos recuerdos le acompañarán siempre, o cómo sobrevivir a los turnos y a las urgencias se desgranan en este entrañable y emotivo relato que descubre lo que nadie te ha contado sobre la carrera sanitaria. Si estás convencido de que lo tuyo es la medicina, ves tu futuro en la sanidad o si sientes que tu vocación es curar y ayudar a los demás, este es tu libro. DIARIO DE UN MIR ¿QUIERES SER MÉDICO, HIJO MÍO? ASPIRACIÓN ES ESTA DE UN ALMA GENEROSA, DE UN ESPÍRITU ÁVIDO DE CIENCIA. DESEAS QUE LOS HOMBRES TE TENGAN POR UN DIOS QUE ALIVIA SUS MALES Y AHUYENTA DE ELLOS EL EMOR . PERO ¿HAS PENSADO EN LO QUE VA A SER TU VIDA? TENDRÁS QUE RENUNCIAR A LA VIDA PRIVADA: MIENTRAS LA MAYORÍA DE LOS CIUDADANOS PUEDEN, TERMINADA SU TAREA, AISLARSE LEJOS DE LOS INOPORTUNOS, TU PUERTA ESTARÁ SIEMPRE ABIERTA A TODOS. A TODA HORA DEL DÍA Y DE LA NOCHE VENDRÁN A TURBAR TU DESCANSO, TUS AFICIONES, TU MEDITACIÓN; YA NO TENDRÁS HORAS QUE DEDICAR A TU FAMILIA, A LA AMISTAD, AL ESTUDIO. YA NO TE PERTENECERÁS. «CONSEJOS DE ESCULAPIO A SU HIJO»

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación

© 2022, Pau Mateo Ramos

© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

 

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

Diseño de cubierta: Rudesindo de la Fuente – Diseñográfico

Ilustración de cubierta: Luis Doyague

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

ISBN: 978-84-9139-742-7

 

 

Índice

 

 

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

1. Yo quería ser basurero

2. Tú no vales para médico

3. El maletín

4. La frustración

5. La primera clase

6. Sobrevivir a tu primer año de medicina

7. Casi repito un año, tampoco hubiese sido el fin del mundo

8. ¿Cómo estás? Ciego

9. Se está rifando un premio y tienes todas las papeletas

10. Al final, el esfuerzo merece la pena (aunque no sea de inmediato)

11. Should I Stay or Should I Go?

12. Ocho kilos de ansiedad

13. Mens sana in corpore sano

14. El primer paciente

15. Toc Toc, Sono la chirurgia

16. Lo que la COVID-19 se llevó y lo que no pudo llevarse

17. Fui a comprar verduras y volví con la cirujía bajo el brazo

 

 

 

 

 

A mi padre, Ferrán, y a mi madre, Isabel, por ser los pilares en los que me apoyo siempre. Gracias a ellos he conseguido ser lo que soy.

 

A mi hermana, Cristina, por ser mi confidente y amiga; palabra honesta y fuente de inspiración que me ha ayudado en el camino.

 

A Ginevra, por ser mi faro en la tormenta, mi brújula cuando estoy perdido, mi red de seguridad cuando me caigo y la mano que me empuja a salir de mi zona de confort.

 

Y a las leonas y los leones, que hacéis que todo el contenido que comparto en internet merezca la pena. Sin vosotros este libro no hubiese sido posible.

Prólogo

 

 

 

 

 

Cuando Pau le robó al Mediterráneo un tenue beso de ceniza, empezó su nuevo camino por la vida. Él aún no lo sabía, pero el futuro le iba a deparar muchas sorpresas.

A lo largo de este pequeño recorrido por rincones de su vida, seguro que te podrás ver identificado. Pau nos traslada al viaje que es su día a día. La vida, como él mismo dice, no está llena solo de alegrías, pero ya que estamos en este mundo ¿por qué no vivirla apasionadamente?

En todo lo que hace, Pau pone mucha pasión. Esta fue la primera palabra que me vino a la mente después de leer el libro que tienes entre las manos. Él siente con pasión, debate con pasión, trabaja con pasión y vive con pasión.

Cada capítulo es una parada del trayecto que nos invita a recorrer. Pensarás que te lleva de la mano y sentirás haber estado a su lado cuando vivió cada momento. ¡Es un seductor!

Vas a descubrir un paseo zigzagueante, lleno de anécdotas y de situaciones que, vistas con la perspectiva que nos da el tiempo, te pueden hacer sonreír. Pero este libro está lleno, sobre todo, de guiños a la vida.

Es un viaje hacia el interior de nosotros mismos. Donde podremos descubrir aspectos y matices que nos habían pasado desapercibidos. No importa el destino. ¿Quién lo conoce? Importan los viajes que hacemos en la vida y Pau, a pesar de su corta edad, nos ayuda a recorrerlos. Os animo a subir a bordo.

No os defraudará.

Como padre, reconozco en este diario al Pau valiente y luchador que ha perseguido sus sueños y que seguro lo seguirá haciendo.

Deseo que disfrutéis de este libro tanto como yo. Merece la pena el viaje.

 

Ferrán Mateo

 

 

 

 

 

 

Julio de 2009.

«Estimado señor Pau Mateo, sentimos informarle de que no ha sido aceptado en la [inserta aquí el nombre de cualquier facultad de Medicina de cualquier universidad pública española] y por lo tanto pasa usted a la lista de espera».

Ese fue mi primer encuentro directo con la medicina. Pero ¡eh! ¿Dónde he dejado mis modales? Haré contigo como hago con mis pacientes. Buenos días, soy el doctor Mateo y seré su médico hoy. Aunque, honestamente, me parece bastante impersonal. Ya que has decidido comprar mi libro y leer las cosas que tengo que contarte creo que lo más correcto es que nos tuteemos, o por lo menos yo voy a hacerlo, así que espero que pienses en mí como Pau. Lo que tienes ahora mismo en las manos es un amalgama de historias, anécdotas, algo de biografía personal y mucha logorrea (algo que, sinceramente, me define) para que podamos pasar unas cuantas mañanas, tardes, noches o trayectos en transporte público entretenidos. Así que, abróchate el cinturón porque vienen curvas.

Este manuscrito —vamos a darle una palabra más mística, porque te aseguro que para mí las líneas que vamos a compartir, yo tecleando y tú leyendo, lo merecen— es una máquina del tiempo. También es una bitácora y una libreta de apuntes de anatomía. Además, es un cuaderno donde apuntar las mnemotécnicas para preparar el examen MIR o un atrapa polvo de estantería. Es todo lo anterior. (El MIR es el examen que los médicos en España tienen que hacer para entrar en la residencia médica para especializarse, por lo tanto cuando uno pasa a ser llamado Médico Interno Residente, MIR).

Como solía decir Jack el Destripador: vamos por partes. Vamos a la parte en la que se empieza a gestar en mí el deseo de ser médico. Imagino que habrás oído a más de uno decir que sabía que quería ser médico desde pequeño, porque sus padres son médicos, porque le gustó de pequeño la serie de televisión Érase una vez el cuerpo humano o porque Anatomía de Grey o House M.D. fueron de sus series de televisión preferidas. Bueno, pues yo ni lo uno ni lo otro. Yo, de pequeño, quería ser basurero. Pero no uno cualquiera, quería ser el basurero que va montado en la parte de atrás del camión y que tiene que cargar los contenedores en un tiempo récord para no entorpecer el tráfico de los coches. Me acuerdo que cuando tenía cuatro años y estaba en casa de mi abuela en Barcelona no me podía ir a dormir hasta que el camión de la basura paraba casi delante de la ventana de mi habitación, descargaba el contenedor y los basureros en un salto acrobático aterrizaban en una pequeña plataforma de metal y se aferraban a una barra que salía del camión de la basura. Ese momento para mí era especial. Entre eso, el calor del verano en Barcelona y el hecho de que la casa de mi abuela estuviera en el primer piso de una calle bastante estrecha hacían de esa escena una orgía de olores que te puedes imaginar. Pero para mí era especial.

Pasados unos años decidí que quería ser químico. Aunque nací en Barcelona, crecí en Logroño, una ciudad increíble en el norte de España, donde he vivido toda la vida. Como capital de La Rioja que es, el vino forma parte de la cultura. De hecho, recuerdo que cuando estábamos en el colegio teníamos un tema en una asignatura que se llamaba Conocimiento del Medio que nos explicaban cómo se hacía el vino. Yo pensé: seré químico y después enólogo. Pero claro, después vino ella.

Y con ella no me refiero a un amor juvenil que desa ta pasiones y que hizo que me olvidara de todo lo demás. Bueno, quizá un poco sí. Ella fue la Biología. Pero no una Biología cualquiera, la Biología Humana. Empezamos a aprender en qué consistía la célula, los diferentes órganos humanos. Recuerdo que mirar por el microscopio unos portaobjetos (ya sabes, esos trocitos de cristal que se ponen en el microscopio), que pertenecían a la colección personal de la madre Celina (una monja que yo pensaba que tenía cien años) me hacía abstraerme de cualquier evento externo. El poder descubrir el mundo microscópico me fascinaba. Cuanto más aprendía sobre el cuerpo humano más crecía mi curiosidad. Estaba naciendo en mí una pasión (espóiler: sigue vigente) que me llevaría a recorrer miles de kilómetros para alcanzar mi sueño. Los otros temas de Biología me interesaban poco, lo que más me gustaba era la Biología Humana. Recuerdo que por aquel entonces apodé al cuerpo humano como la máquina perfecta.

Vale, me dije a mí mismo. Tengo que dedicarme a algo que entre mucho en contacto con el cuerpo humano. Creo que la verdadera iluminación de que quería ser médico vino cuando mi profesor de Educación Física decidió enseñarnos primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar cuando teníamos catorce o quince años. Algo muy vanguardista en esa época y por lo que le estaré eternamente agradecido. Nos enseñaba a reconocer y estabilizar fracturas de huesos grandes, como el fémur, el húmero o la tibia, con palos de plástico. Nos explicaba que si nos encontrásemos en la naturaleza y tuviésemos que realizar una inmovilización deberíamos encontrar palos grandes y resistentes. La idea vanguardista de este profesor, de enseñar primeros auxilios a chavales adolescentes, hizo que unos meses más tarde una alumna un año más pequeña que yo —que ha acabado siendo médico también— le realizase una reanimación cardiopulmonar a una persona que lo necesitaba ¡y le salvó la vida! Si mi memoria no me juega una mala pasada creo que incluso hicimos un examen escrito en el que debíamos explicar cómo pondríamos en práctica lo aprendido en un accidente de coche. Primero velar por la propia seguridad. Segundo proteger la zona del accidente. Tercero designar a alguien para pedir ayuda. Unas pautas que se me han quedado grabadas desde entonces. El examen era escrito —sí, también dábamos teoría en Educación Física— y tuve que pedir un par de folios más para poder escribir todo lo que tenía en la cabeza. Saqué un diez. Nunca antes había sacado un diez en mis años de la ESO (Educación Secundaria Obligatoria). Lo tenía claro, yo tenía que ser médico y, como descubrirás en las líneas por las que navegaremos a continuación, estaba dispuesto a hacer lo que fuera para conseguir mi sueño.

 

 

 

 

 

 

 

 

Verás, voy a contarte un secreto muy bien guardado entre los médicos que no se suele hacer público a la población general. La profesión de médico se ha visto envuelta en un aura de respeto, se considera que son personas de gran conocimiento y brillantes. Digamos que es una de las profesiones más antiguas, si no la más antigua. Seguramente habrás oído, o incluso pensado tú mismo, «ah, es médico, seguro que es muy inteligente y sacaba notas muy buenas en el colegio». Pues sorpresa, sorpresa, hay un porcentaje muy alto (un 63 por ciento, pero es un porcentaje que me acabo de inventar) de médicos que no son brillantes en el colegio, ni en Bachillerato. Lo sé, te acaba de entrar un sudor frío por la espalda, se te ha secado la boca y te cuesta pensar con claridad. Espera, si esto te está pasando de verdad pide ayuda, puede ser que estés a punto de sufrir lo que llamamos un síncope vasovagal; vamos, el clásico «se le ha bajado la presión asín, de golpe». Lo mejor será que te tumbes en el suelo, mirando hacia arriba y que alguien te levante las piernas para que queden más altas respecto al corazón, para favorecer así el retorno venoso. De esta forma ayudarás a redistribuir los líquidos por el cuerpo y dejarás de tener esa sensación de mareo.

Mira, ya que me lo preguntas: sí, alguna vez me ha pasado con algún paciente, realmente es algo bastante común. Y sí, ya que insistes voy a contarte una anécdota reciente. No voy a decirte el sexo ni la edad ni el nombre de la persona, porque no son cosas importantes para explicar el caso y porque la privacidad del paciente es una de las cosas más importantes que existen. Tú piensa que cuando las personas acuden a nosotros normalmente es porque tienen algún problema, ya sea orgánico, psicológico o social, y esperan que les atendamos con todos nuestros sentidos y que no emitamos ningún juicio de valor. Es muy fácil juzgar a alguien sin saber la historia que tiene detrás. «Ah, es un borracho y se dedica a jugarse el dinero en el casino del barrio» podría ser una primera lectura. Pero cuando indagas más, cuando te sientas media hora o incluso una hora (siempre que el tiempo y las circunstancias te lo permitan) y te atreves a preguntarle por su vida, descubres que su madre tiene un problema de drogodependencia y que cuando nuestro paciente era pequeño su madre lo prostituía (y ella también) para conseguir dinero para la siguiente dosis que acabaría lentamente con su vida. ¿Ves cómo no hay que juzgar a la primera?

Bueno, volvamos al paciente X del que te iba a hablar. Persona joven que venía por un dolor lumbar desde hacía unos meses que no conseguía controlar con medicación habitual; pesaba poco (unos cincuenta kilos) y se le había olvidado decirme que no había desayunado ni comido aquel día. Como vi que con Paracetamol no conseguía calmar el dolor decidí subir un peldaño en la escala analgésica y probé con el siguiente peldaño en cuanto a efectividad, lo que denominamos opioides menores. Cada cuerpo es un templo, por lo que cada uno tolera de manera diferente las medicinas. El paciente al principio se mostraba algo reacio a la idea de iniciar la terapia en vena pero al final tras explicarle las diferentes posibilidades terapéuticas aceptó. Al cabo de cinco minutos nos llamó la persona que le acompañaba diciendo que no se encontraba demasiado bien.

Cuando le miré a la cara —mirando a la cara de las personas puedes entender y diagnosticar muchas más cosas de las que piensas— vi que tenía un color amarillo verdoso que no me gustaba nada. Lo tumbamos en una camilla, medimos presión sanguínea, pulso y temperatura y miramos si estaba sudado o no y si respiraba bien, y procedimos a bajar la cabeza y poner las piernas más altas que el corazón, como decía al principio. Si te toca esta pregunta en el Trivial o quieres fardar delante de tus amigos o quieres dejar boquiabierto al médico de urgencias, esta postura se llama posición Trendelemburg. Aunque, cuidado porque hay nuevas guías que dicen que con tumbar al paciente boca arriba sería más que suficiente.

Perdóname. Me enrollo más que una persiana. Muchas veces los médicos tenemos este problema. Cuando empezamos a hablar de medicina nos podemos tirar horas. Muchas veces cuando salimos a tomar algo con amigos no médicos nos miran con cara de «¿otra vez?», y tienen toda la razón. Así que, si te encuentras con algún amigo médico y sabes que en el grupo hay otro, sepárales o déjales aislados. Lo digo por tu bien. Te ahorrarás horas de palabras raras que no tienen mucho sentido. Aunque también podrías preguntarles alguna anécdota divertida, interesante, pero, sobre todo, y te lo digo como médico y amigo, no le plantees dudas médicas sobre ti.

Cuando le preguntas a un amigo médico «oye, me duele el dedo, ¿qué podría ser?» le estás pidiendo que diagnostique. Además, podría ser cualquier cosa. Desde un tirón muscular a un tumor de los huesos, por lo que muchas veces no es tan sencillo llegar a una respuesta correcta. De la misma manera que no se te ocurriría pedirle a tu amigo el panadero —un día, tomando una cerveza— que subiera a casa a preparar un pan, ya que sería pedirle que trabajara a deshoras, no nos lo pidas a nosotros. No nos importará resolver una duda puntual o dos. Muchos amigos médicos no te lo dicen a la cara por miedo a ofenderte: estar recibiendo preguntas todos los días sobre la salud es un poco coñazo.

Volvamos al tema del capítulo. Como iba diciendo, el 63 por ciento de los médicos no fuimos brillantes en el colegio. De hecho mi nota de acceso a la universidad fue un 6,9 sobre 10. No era una mala nota, pero por aquel entonces no era suficiente para entrar en Medicina. Tampoco fue una sorpresa, yo ya lo veía venir.

En primero de Bachillerato, cuando tenía dieciséis años, sufrí de depresión y bastante ansiedad. No es algo que utilizo como excusa, pero me costó mucho concentrarme en los estudios. Tengo que reconocer que plasmar en un libro mi episodio de depresión y ansiedad me da algo de vértigo.

Vértigo porque hay muchas personas (la gran mayoría) que no conocen ese episodio de mi vida. Vértigo por el qué dirán. Vértigo porque no es algo de lo que solemos hablar. Pero, ¿sabes qué? Me voy a atrever. Creo que se debería hablar más de la salud mental. No nos da vergüenza hablar de unas anginas o unas hemorroides, pero parece que hablar de ansiedad, bipolaridad, trastorno de personalidad, esquizofrenia es como hablar de Voldemort (referencia a Harry Potter por si no lo has leído). Se tendría que hablar más de esto.

Bueno, pues, mi depresión y ansiedad mezcladas con mi grupo de música, la big band a la que pertenecía y que mi pasión era el skate hicieron un combo poco favorable para que académicamente fuera brillante. En el primer curso de Bachillerato teníamos cuatro evaluaciones. Yo, hasta entonces, creo recordar que nunca había suspendido ninguna evaluación en la ESO. O si había suspendido algo lo había recuperado en la sesión extraordinaria. Nunca me había quedado nada para septiembre. No fui un estudiante sobresaliente, pero tampoco suspendía. Creo que mi don, o mi maldición, es que me costaba poco aprender los temas, lo que hacía que me relajara y empezara a estudiar más tarde, y claro, me pillaba el toro la mayoría de las veces.

Total, que tras recuperar las asignaturas y acabar primero de Bachillerato con una media de 6,3, sabía que mi sueño de estudiar Medicina empezaba a alejarse. Necesitaba hacer un segundo de Bachillerato de 10 para tener algún tipo de posibilidad.

En septiembre de 2008 empecé a estudiar más fuerte, estaba más centrado, seguía con mi grupo de música y seguía en terapia con mi psiquiatra, lo que me ayudó a estar mejor psicológicamente y concentrarme más en el estudio. Mi media tras la primera evaluación fue de 7, no iba a poder conseguirlo.

Recuerdo la charla que tuve con mi tutor sobre mis posibles salidas profesionales. Me dijo: «No vales para médico, deberías hacerte crítico de música o algo parecido». Fue una bofetada psicológica brutal. Había empezado el curso esforzándome mucho más de lo que había hecho hasta entonces, estaba renunciando a muchas cosas por quedarme estudiando y la persona que tenía que ayudarme a decidir mi futuro me decía que la medicina no era para mí. Lo peor es que estoy seguro de que conoces a alguien al que le ha pasado lo mismo. Quizá te ha pasado a ti, te han dicho alguna vez que no vales para hacer algo. Déjame que te diga algo: es una gilipollez en toda regla.

De hecho, no deberías permitir que nada ni nadie te ponga límites para intentar conseguir lo que quieras ser en tu vida. ¿Quieres conseguirlo? Tienes que luchar por ello, tienes que desearlo, tienes que sudar y es posible que fracases inicialmente, pero al final merecerá la pena.

Acabé suplicando a todos los profesores que me dejaran repetir los exámenes de final de curso para subir nota. Llegué a subir un punto en todas las asignaturas, con lo que conseguí acabar segundo de Bachillerato con un 7,75 sobre 10 y una nota final de 7, que después haría media con la PAU (EBAU creo que se llama ahora) para acceder a las carreras universitarias.

No quiero hacerte un espóiler, aunque ya sabes que soy médico, así que quiero contarte el segundo encuentro que tuve con mi tutor de segundo de Bachillerato hace aproximadamente un año y medio cuando estuve un tiempo viviendo en casa de mis padres y trabajando como médico de una mutua.

Me lo encontré un día por la calle y la conversación fue algo así:

 

—¡Hola, [nombre del tutor], cuánto tiempo!

—¡Hola, Pau! ¿Qué tal, cómo estás?

—Yo bien, ¿y tú?

—Bien, bien, por el colegio todo bien. Tú ¿qué tal? ¿A qué te dedicas? ¿Qué fue de tu vida al final?

—Pues mira [dejo unos segundos de suspense, para disfrutar del momento aún más] al final hice Medicina y soy médico, de hecho trabajo aquí cerca, a dos calles.

—Ah… cuánto me alegro.

—…

 

Verás, no le guardo ningún rencor, de verdad. Mi idea con este capítulo era mostrar que no hay que tomar como dogma lo que diga una persona a la que admiras o que está por encima de ti. Ni siquiera si lo digo yo. El dueño de tu futuro eres tú, eres tú quien decide hasta dónde vas a ser capaz de llegar.

Aunque, desafortunadamente, el esfuerzo no siempre conlleva una recompensa, por lo menos no una inmediata. Ya que si consiguiésemos todo a la primera quizá dejaría de tener tanto valor para nosotros, ¿no?

 

 

 

 

 

 

 

 

El trabajo de médico, o mejor dicho, la profesión de médico trae muchas cosas buenas y otras no tanto. Digamos que es una especie de maleta que poco a poco vas deshaciendo. Muchos pensarán que el maletín o cabás te lo entregan el primer día de universidad, pero la realidad es que el maletín te lo entregan el primer día que decides ser médico.

El día en el que se te mete en la cabeza, o entre ceja y ceja como me gusta decir a mí, que vas a ser médico y que nada te lo va a impedir, llama al timbre una persona de la agrupación médica mundial y te da un maletín. Aquí no hay gente predestinada a ser médico ni gente que no puede serlo, no. Aquí lo que se pone en marcha es tu vocación. La vocación de ser médico, el deseo de ayudar a los demás, la necesidad de renunciar a vida social para aprender cómo ser la mejor opción que tengan tus pacientes, son algunos de los requisitos para poder ser médico.

Las instrucciones del maletín son claras: es como un botiquín de los que utilizamos cuando vamos en las ambulancias y tiene muchos compartimentos. Cada bolsillo tiene una etiqueta muy clara y viene definida por una etapa en tu nueva vida como médico. Tienes un bolsillo marcado con «abrir cuando estés seguro de que quieres ser médico» y otro marcado con «abrir cuando entres en Medicina». Hay bolsillos de todos los tamaños y colores. De hecho, por lo que he podido hablar con mis compañeros son todos más o menos iguales. Es verdad que algunos de los maletines de mis colegas son más pequeños, otros son más grandes. El mío digamos que es un tamaño medio tirando a grande. Pesa, pero se puede llevar.

El día que renuncié a estudiar Química para después hacer una segunda carrera de Enología y me decanté por Medicina, llamaron a la puerta. Esa tarde estaba solo en casa. Mis padres trabajaban y mi hermana estaba entrenando a tenis. Abrí la puerta y no vi a nadie. Miré hacia todos los lados y solo cuando decidí mirar hacia abajo encontré el maletín. Tenía aspecto de ser técnico, con reflectantes por todos los lados pero también tenía pinta de ser algo vintage