Diez rostros ocultos del comunismo - François Kersaudy - E-Book

Diez rostros ocultos del comunismo E-Book

François Kersaudy

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Beschreibung

El lado oscuro del comunismo desde la década de 1930 hasta nuestros días.   Un vibrante y riguroso examen de los diez episodios más delirantes del comunismo: el botín del mayor atraco de Stalin, las 510 toneladas de oro robadas al Banco de España; los libros falsificados sobre la Unión Soviética que engañaron a los lectores e historiadores occidentales; los surrealistas viajes del cadáver de Hitler por los meandros del sistema soviético entre 1945 y 1970; la lucha a muerte de los dos «Mariscales Rojos», Tito y Stalin; la crisisde los misiles de octubre de 1962; el explosivo testamento de Nikita Khrushchev; la «deconstrucción» del mito del Che Guevara... hasta llegar a Vladimir Putin, el último avatar de un siglo de comunismo que nunca llegó a rendir cuentas por sus fechorías.

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Título original: Dix faces cachées du comunisme

© Perrin, Paris, 2023

© De la traducción del francés: Christoper Morales Bonilla

© De la presente edición: Editorial Melusina, slu

www.melusina.com

Reservados todos los derechos de esta edición

Primera edición: marzo 2024

Diseño de cubierta: Silvio García Aguirre

ISBN:978-84-18403-95-8

En memoria de Yósif Vissariónovich Dzhugashvili, alias Stalin,

sin cuyas fechorías nunca se habría escrito este libro,

algo que, a fin de cuentas, habría sido infinitamente preferible.

Contenido

Contenido

Prefacio

I. El oro español: el mayor atraco de Stalin

2. Algunos libros falsos notables sobre la Unión Soviética

3. Vlassov, ¿traidor o héroe?

4. La urss y el cadáver errante de Adolf Hitler

5. Tito y Stalin:

6. Kennedy y Khrushchev: los esgrimistas del átomo

7. El testamento explosivo del Señor K

8. Cuando los rojos lo ven todo negro

9. ¿Quién eres, Che Guevara?

10. Putin, el último avatar del comunismo

Prefacio

Desde hace un siglo, el fantasma del comunismo recorre el mundo sembrando el caos, la miseria y la muerte por todas partes. Este libro presenta diez de sus aspectos menos conocidos que, sin embargo, merecen tener una mayor difusión: el mayor atraco de Stalin, que consistió en 510 toneladas de oro robadas al Banco de España; los libros falsificados sobre la urss que han engañado hasta hoy a lectores e historiadores occidentales; la historia épica del general Vlassov, héroe y traidor que fue aplastado entre dos dictaduras; los surrealistas viajes del cadáver de Hitler a la guarida del sistema soviético entre 1945 y 1970; la lucha a muerte entre los dos mariscales rojos, Tito y Stalin; el mes en que el mundo estuvo al borde de la destrucción instantánea; el testamento explosivo de Nikita Khrushchev; el negacionismo rojo que despertó Ellibro negro del comunismo; la «deconstrucción» del mito del Che Guevara; y, por último, la llegada a escena de Vladimir Putin, último avatar de un siglo de comunismo que nunca ha tenido su Núremberg.

Este viaje a través de la historia se desarrolla cronológicamente: entre la guerra civil española de 1936 y la Guerra de Ucrania de 2023 vemos desfilar sucesivamente la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el deshielo posterior y los conflictos en el Tercer Mundo. Cada episodio nos muestra un sistema diseñado para expandirse por el mundo entero utilizando las formidables armas de la propaganda, el secretismo y el terror. Cuando fracasa, suele ser a causa de su rígido dogmatismo, de su inhumanidad y de un fanatismo ciego que, a menudo, desemboca en enfrentamientos internos de una ferocidad inusitada, como atestigua el duelo a muerte entre los dos dictadores comunistas Stalin y Tito. También puede frustrarse cuando se topa con una oposición decidida, como la de Kennedy en 1962 o la de Zelenski en 2022. Por último, puede llegar a derrumbarse gradual o brutalmente, víctima de su propia negligencia: hombres como Nikita Khrushchev y Mijaíl Gorbachov fueron muy conscientes de los vicios inherentes al sistema soviético, pero ambos estaban demasiado apegados al ideal comunista como para ser capaces de ponerles remedio.

Es precisamente este ideal, que se ha promovido incansablemente durante un siglo a través de la propaganda, el secretismo, la intimidación y la mentira, lo que ha garantizado la supervivencia del comunismo hasta nuestros días: la humanidad sueña con una sociedad perfectamente justa e igualitaria, que sabe muy bien que nunca ha existido, pero que sigue siempre a quienes se la proponen. Y cuando llega la decepción, normalmente ya es demasiado tarde: «El comunismo —escribe Jean-François Revel— oculta su naturaleza tras su utopía. Permite satisfacer el apetito de dominación o de servidumbre bajo el disfraz de la generosidad y del amor a la libertad; la desigualdad bajo el disfraz del igualitarismo y la mentira bajo el disfraz de la sinceridad. La forma más eficaz de totalitarismo, por lo tanto, la única forma presentable, la más duradera, es la que no realiza el Mal en nombre del Mal, sino el Mal en nombre del Bien. Este aspecto es también lo que le hace aún menos excusable que su alternativa, porque su duplicidad le ha permitido engañar a millones de buenas personas que creyeron en sus promesas.»1

Nada podría ser más cierto, pero la propaganda y la intimidación, las posturas morales y la violencia desinhibida parecen producir en las personas un efecto paralizante que detiene toda lógica. Que una ideología tan mortífera pueda ejercer tal atracción y suscitar esta devoción fanática es, sin duda, uno de los mayores enigmas de los últimos cien años.

Este viaje por los oscuros laberintos del comunismo mundial ha requerido el examen de una gran cantidad de documentación en inglés, alemán, español, ruso, italiano y danés, además del francés, que también ha sido útil.

Este libro no tiene ninguna conclusión: el lector la añadirá por sí mismo, y el destino se encargará de completarla...

1. Jean-François Revel, La Grande Parade, París, Plon, 2000, pp. 102-103.

I. El oro español: el mayor atraco de Stalin

El 18 de julio de 1936, la insurrección contra la república española coge por sorpresa a Stalin. Sin embargo, su nueva política antifascista de apoyo a los Frentes Populares en Europa le obliga a ayudar a los republicanos en su lucha contra los nacionalistas de Franco, que estaban apoyados por Hitler y Mussolini. Además, había una ola de simpatía popular en todo el mundo por los trabajadores españoles que se habían levantado en armas: la Unión Soviética, patria de la revolución proletaria, debía ponerse a la cabeza. La postura contraria hubiera implicado proporcionar excelentes argumentos a los elementos antiestalinistas de la izquierda —los trotskistas, en particular— en un momento en que los grandes procesos que Stalin quería escenificar hacían más necesario que nunca contar con el apoyo activo de todos los comunistas e «idealistas» extranjeros. Por eso, a partir del 21 de julio, la Komintern y la Profintern1 declararon públicamente su apoyo a la ayuda a Madrid. En todo el mundo, estas dos correas de transmisión de la política soviética empezaron a fundar comités de apoyo, a lanzar colectas y a organizar manifestaciones en favor de la España republicana.

Pero como todos los grandes depredadores, Stalin fue extremadamente cauto. Una ayuda militar directa a los españoles podía conducir a un enfrentamiento con la Alemania de Hitler, algo que no quería a ningún precio. Además, franceses y británicos acababan de acordar una política de no intervención en la guerra, y no se trataba de enfrentarse a ellos frontalmente. Durante las primeras semanas de la guerra civil, Stalin se limitó a la ayuda humanitaria y a la solidaridad verbal. De este modo, cuando una delegación española llegó a la Unión Soviética para negociar la compra de armamento, fue incomunicada en un hotel de Odessa, donde el 28 de agosto se enteró de que la urss se había sumado a la política franco-británica de no intervención, ¡prohibiendo la exportación a España de todo tipo de armas, municiones y material bélico! Pero Maquiavelo era un simple colegial comparado con Stalin, porque cuando el amo del Kremlin proclamó su neutralidad en la guerra española ya había decidido implicarse.

¿Cuáles fueron las razones de este cambio? Por un lado, Stalin envió agentes de la Komintern a Barcelona, Valencia y Madrid para informarse de la situación: el búlgaro Stepanov, el argentino Codovilla,2 el checo Otto Katz, el «canadiense» Lazare Stern y el húngaro Ernö Gerö, conocido como «Pedro». Después de mantener conversaciones con miembros del gobierno de Madrid y con camaradas del minúsculo Partido Comunista de España, estos hombres destacaron en sus informes las ventajas que Moscú podría obtener de una participación más activa junto a los republicanos. Estos últimos, que formaban una coalición bastante variopinta de socialistas, centristas, republicanos de izquierdas, anarcosindicalistas, autonomistas y marxistas de diversas tendencias, les parecían bastante vulnerables políticamente, y sin duda incapaces de resistir una toma discreta del poder por parte del Kremlin. Además, las tropas de Franco se acercaban a Madrid y, a fin de cuentas, a Stalin no le interesaba que el conflicto terminara tan rápidamente: si continuaba, podría desembocar en un enfrentamiento directo entre las democracias y Alemania, del que la Unión Soviética no dejaría de sacar provecho. Por último, ciertos informes hablaban de una colosal reserva de oro almacenada en Madrid, que sería una lástima que se echara a perder...

A principios de septiembre, en una sesión extraordinaria del Politburó, Stalin expuso su plan de intervención: en primer lugar, suministrar, con moderación y de forma muy discreta, material de guerra a los republicanos españoles. Se crearían empresas «independientes» de importación-exportación, financiadas por Moscú, en las principales capitales europeas para comprar viejos stocks de armas y enviarlos a España. Al mismo tiempo, se crearía una «empresa privada» en la Unión Soviética para negociar la entrega directa de ese material bélico ruso a los compradores españoles que seguían esperando en su hotel de Odessa. Como dijo Walter Krivitski, jefe de la inteligencia militar soviética en Europa occidental: «Dado que nadie en la urss puede comprar ni siquiera un revólver al Estado, y que el gobierno es el único fabricante de armas, la idea de que una empresa privada pudiera vender armas en territorio soviético le parecería absurda al ciudadano soviético. Pero la comedia era para consumo externo».3

Con el mismo propósito se decidió la creación de las «Brigadas Internacionales», formada por voluntarios idealistas de todo el mundo, que lucharían en España sin sospechar nunca que estaban estrechamente supervisados por cientos de agentes de la Komintern. De forma aún más discreta, unos 2.000 soldados, pilotos, artilleros y tanquistas soviéticos fueron enviados, bajo la dirección del general Ian Berzine, para acompañar el material de guerra suministrado a Madrid. Sus oficiales recibieron una instrucción imperativa de Stalin: «Podal’che ot artilereiskovo ognia!» (¡Manténganse fuera del alcance del fuego de artillería!). Finalmente, una delegación del nkvd,4 bajo el mando del coronel Alexander Orlov,5 lo controlaba todo: las empresas exportadoras de armas, las Brigadas Internacionales, las unidades del Ejército Rojo, los diplomáticos y los agentes de la Komintern en España, sin olvidar los partidos y el gobierno de la República.

Durante las semanas siguientes, el gobierno, presidido desde el 5 de septiembre por el socialista Francisco Largo Caballero, vio llegar desde Moscú a un gran número de «expertos», «asesores», «instructores», «técnicos», «periodistas» y otros «diplomáticos». Sin embargo, el material de guerra tardaba mucho en llegar. Al principio, los republicanos consiguieron tomar la iniciativa contra las tropas franquistas, sobre todo en Somosierra y Alcalá, pero pronto se quedaron sin municiones: «España pedía armas a gritos», escribió Jesús Hernández, uno de los dos ministros comunistas del nuevo gobierno. «Nuestros hombres se aferraban a la tierra destrozada por los Junkers, los Capronis, los tanques y los cañones alemanes, italianos, moros y portugueses. ¡Y las armas soviéticas no llegaban!».6 Intentaron comprarlas en otros lugares, a Vickers en Gran Bretaña, a Schneider en Francia o a Skoda en Checoslovaquia, pero la política francesa de no intervención, por imperfecta que fuera, era un obstáculo casi insalvable. Además, los escasos suministros militares que se conseguían comprar eran muy caros, y daba la casualidad de que el oro que servía como garantía de la moneda española se guardaba en los sótanos del Banco de España en Madrid,7 amenazado en aquel momento por las tropas franquistas. Este hecho explica el proyecto de «decreto reservado» presentado al gobierno por el ministro de Hacienda, Juan Negrín, el 13 de septiembre, que rezaba así: «Se autoriza al ministro de Hacienda para que, en el momento que estime oportuno, asegure el transporte [...] al lugar que considere más seguro de todo el oro, plata y billetes que se encuentren en el establecimiento central del Banco de España.»8 El decreto fue aprobado sin oposición, y al día siguiente el director general del Tesoro, Francisco Méndez Aspe, acompañado de imponentes destacamentos de carabineros y milicianos, llegó a la sede del Banco de España para hacerse cargo del preciado cargamento. Se trataba principalmente de luises de oro franceses, soberanos británicos, dólares, pesetas de oro, monedas de a ocho, joyas, bienes eclesiásticos y divisas acumuladas por los comerciantes durante la Gran Guerra: en total, 10.000 cajas de 75 kg cada una... Bien escoltado, el tesoro fue trasladado a la estación de Madrid-Atocha y discretamente cargado en trenes con destino al puerto de Cartagena, donde fue depositado entre el 14 y el 16 de septiembre en el polvorín de La Algameca, una red de túneles excavados en los acantilados que dominan el puerto. Pocos días después se empezaron a enviar las cajas.

El 26 de septiembre y el 2 de octubre se registraron los primeros envíos de oro: un total de 500 cajas con destino a Marsella. Este envío era perfectamente normal: se trataba de pagar las pocas compras de armas que aún podían hacerse en secreto a través de Francia. No obstante, menos de dos semanas después, Largo Caballero envió la siguiente carta al embajador soviético en Madrid: «En mi calidad de presidente del Consejo, he decidido pedirle que solicite a su gobierno que acepte que una cantidad de oro de unas 500 toneladas sea depositada en el Comisariado Popular de Finanzas de la Unión Soviética.» Posteriormente, ninguno de los ministros españoles, a excepción del presidente del Gobierno y su ministro de Hacienda, aceptó la responsabilidad de una iniciativa tan desastrosa.9 Todos ellos, incluso el presidente de la República, Azaña, declararon que la decisión se había tomado sin su conocimiento, aunque esto parece muy poco probable. Lo cierto, sin embargo, es que la propuesta original fue del doctor Juan Negrín. Sin duda hombre peculiar, este profesor de fisiología de la Facultad de Medicina de Madrid carecía por completo de conocimientos financieros, pero el partido socialista le había obligado a ocupar el ministerio de Hacienda un mes antes. Por lo demás, tenía una esposa rusa, simpatías comunistas muy fuertes y se le había visto mucho en las semanas anteriores en compañía de varios agentes soviéticos: Antonov-Ovseenko,10 el nuevo cónsul general de la Unión Soviética en Barcelona, y sobre todo el polaco Arthur Stachevski, el «agregado comercial» y de hecho el principal agente del nkvd encargado de «controlar» las finanzas del gobierno republicano. ¿Presionaron estos dos hombres y algunos otros11 a Negrín para que convenciera a sus colegas de la necesidad de mantener el oro «a salvo» en la Unión Soviética? Es muy probable. En cualquier caso, esta maniobra puso en marcha un mecanismo infernal, cuyas consecuencias los protagonistas estaban lejos de prever.

En Moscú, Stalin debió de leer la carta del presidente del Consejo con intensa satisfacción: ¡no todos los días un país capitalista pide al país insignia del comunismo mundial que tenga a bien aceptar un depósito de 500 toneladas de oro! Además, podía presumir de una cierta experiencia en la materia: desde el robo del Banco de Tiflis en 1907 hasta el caso de los 10 millones de dólares en billetes falsos que intentó vender en Estados Unidos entre 1928 y 1934, el «Padrecito de los Pueblos» nunca dejó de interesarse de cerca por las cuestiones monetarias. Es cierto que un historial tan brillante debería haber sido una advertencia para los dirigentes socialistas españoles, pero cuando se trata de juzgar a los comunistas, socialismo rara vez ha rimado con realismo... En cualquier caso Rosenberg, el embajador soviético en Madrid, comunicó a Largo Caballero que su gobierno aceptaba el depósito12 y las autoridades españolas, deseosas de hacerlo todo bien, redactaron un memorándum de acuerdo en el que se establecían las condiciones de la transferencia y la posterior utilización de las sumas depositadas, en particular para la compra de armamento. Por parte española, la Comisaría de Armamento y Municiones tendría autoridad para formular las solicitudes de armamento y comprobar que se recibían correctamente. Además, se crearía una comisión mixta soviético-española para velar por la aplicación del acuerdo. En resumen, los españoles habían planeado todo hasta el más mínimo detalle, pero habían olvidado lo esencial: el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones…

El 15 de octubre, el coronel de la ogpu Alexander Orlov, que había llegado a Madrid el mes anterior, recibió un telegrama cifrado de Moscú firmado por «Ivan Vasilievitch» (uno de los nombres en clave de Stalin): «Acompañado por el embajador Rosenberg, se pondrá en contacto con el jefe del gobierno español, Caballero, para organizar el envío de las reservas de oro españolas a la Unión Soviética. Para ello utilizará un barco soviético. Esta operación debe llevarse a cabo con el mayor secreto. Si los españoles le piden un recibo por el envío, niéguese; repito, niéguese a firmar nada y declare que un recibo en debida forma será expedido en Moscú por el Banco del Estado. Le hago personalmente responsable de esta operación. Rosenberg ha recibido las instrucciones correspondientes».13

El ministro de Hacienda Negrín se mostró muy cooperativo y unos días más tarde, acompañado por el secretario del Tesoro Méndez Aspe, Orlov se presentó en el polvorín de Cartagena. Había planeado que las cajas fueran cargadas por las tripulaciones de los tanques soviéticos que finalmente habían desembarcado en el puerto, pero después de echar un vistazo a la montaña de cajas almacenadas en las galerías se convenció de que esa idea era poco práctica, especialmente porque las cajas tendrían que ser descargadas primero de los cuatro barcos soviéticos. Por ello, Orlov solicitó al Almirantazgo español la ayuda de 60 marineros, que fueron puestos inmediatamente a su disposición. Las operaciones se llevaron a cabo por la noche, bajo toque de queda; los camiones cubiertos con lonas se alinearon en los muelles, justo debajo de las grúas de los cargueros soviéticos, y los equipos rusos y españoles, estrechamente supervisados, dormían durante el día sobre las cajas restantes en las galerías. El segundo día, los bombarderos enemigos atacaron la ciudad. También había cientos de toneladas de dinamita en el polvorín... Este hecho fue demasiado para el señor Méndez Aspe, que dio parte de enfermo y desapareció, dejando a un ayudante menos sensible para contar las cajas. Al cabo de tres noches, todo había terminado: se habían cargado 7.800 cajas, 510 toneladas de oro equivalentes a 500 millones de dólares. El 28 de octubre, los cuatro barcos levaron anclas y se dirigieron al este, hacia Odesa, llevando a bordo a cuatro empleados del Tesoro y del Banco de España para hacer el recuento a su llegada.14

La travesía por el estrecho de Sicilia y el Bósforo, a través del bloqueo de los barcos franquistas e italianos, era extremadamente arriesgada, y tanto Madrid como Moscú contenían la respiración. Pero el 6 de noviembre, los cargueros llegaron sanos y salvos a Odesa. Lo que ocurrió después fue descrito cuatro años más tarde por Walter Krivitski: «Temiendo que algo pudiera filtrarse, Stalin solo quiso confiar la tarea de descargar el tesoro a los miembros más veteranos de su policía secreta. Pidió a Iejov que eligiera personalmente a los hombres necesarios para la tarea. La operación se llevó a cabo en un secretismo tan absoluto que era la primera vez que yo mismo oía hablar de ella. Uno de mis colaboradores, que había participado en esta extraordinaria expedición, me describió la escena en Odesa. El muelle estaba despejado y rodeado por un cuerpo de tropas especiales. A través del espacio abierto, entre los muelles y la vía férrea, las figuras más importantes de la ogpu cargaban cajas de oro a sus espaldas. Durante días y días lo transportaron en camiones hasta Moscú bajo una fuerte escolta.»15 Una vez en Moscú, el preciado cargamento se almacenó en los sótanos del Gokhran, la administración central del Tesoro. Poco después, el diario Pravda anunciaba que el coronel de la Seguridad del Estado16 Nikolski [Alexander Orlov] había sido condecorado con la Orden de Lenin por haber llevado a cabo «una importante misión en nombre del gobierno y del partido.»17 Más adelante veremos que, bajo el régimen de Stalin, esta distinción no era necesariamente una garantía para gozar de una larga vida.

Al mismo tiempo, en un banquete en el Kremlin que se había organizado para celebrar la llegada del oro, el propio Stalin lanzó una profecía: «Los españoles no tienen más posibilidades de volver a ver su oro que las que tienen de mirarse sus propias orejas.»18 Fin del primer acto.

A finales de octubre de 1936, tras más de tres meses de combates, dos meses de promesas y el compromiso de 510 toneladas de oro, los republicanos españoles vieron, por fin, la llegada del primer convoy de armas soviéticas. El buró político del Partido Comunista de España, presidido por su secretario general José Díaz, pero que en realidad estaba controlado de facto por los «instructores» de la Komintern Stepanov, Codovilla y Togliatti, empezaron a cantar victoria: «Con la llegada de las primeras armas soviéticas», declaró Togliatti, «tenemos en nuestras manos un instrumento de propaganda esencial.» Y Stepanov añadió: «Con toda probabilidad, el Partido Comunista de España se convertirá en el dueño de la situación política.» Pero los líderes comunistas españoles se mostraron mucho más reservados. Así, Pedro Checa dijo: «Quizá podríamos hacer un poco menos de ruido por un convoy tan exiguo.» Su camarada Jesús Hernández también se mostró escéptico. Togliatti le desafió bruscamente: «¿Usted también cree que la urss puede olvidar sus deberes de solidaridad internacional?» «No creo nada en absoluto», respondió Hernández tímidamente.

Sin embargo, Stepanov tuvo la última palabra: «Nadie debe dudar del camarada Stalin.» Y Hernández concluyó: «El buró político aprendió la lección. En su propaganda ilusionista, seis aviones “Chatos” soviéticos debían convertirse en seiscientos... una docena de tanques ligeros debían convertirse en una división de tanques pesados; cincuenta ametralladoras debían convertirse en armas bastantes pequeñas para que pudiera hablarse de cinco mil. De este modo, las armas que habían salido de los cielos de Moscú para caer sobre la bendita tierra de España se multiplicaban en sueños, como panes milagrosos.»19

De hecho, los más difíciles de convencer eran los propios militantes comunistas, como atestiguaría Antonio Muriel, secretario de la minoría parlamentaria comunista, que había llevado a una delegación de trabajadores españoles a las conmemoraciones de la Revolución de Octubre en Moscú: «Había recibido instrucciones precisas de los camaradas Stepanov y Togliatti: [...] Si se hacía alguna referencia a la cuestión de las armas, debíamos dar la impresión de estar muy contentos con la ayuda desinteresada de la urss. [...] Pero, como en realidad ninguno de los miembros de la delegación había visto armas soviéticas, me hubiera sido muy difícil imponer el silencio a aquellos cuyas voces no eran más que el eco de quejas unánimes. [...] Cuando los trabajadores soviéticos nos preguntaban si estábamos satisfechos con la solidaridad de la urss, era como si se hubiera apretado el gatillo y saliera como un disparo: “¡La estamos esperando!” Nuestros interlocutores nos miraban con ojos desconcertados. “¿Qué queréis decir? ¡Para ayudaros hemos duplicado la producción, hacemos horas extraordinarias gratis y damos una parte de nuestros salarios!” [...] Para atajar cualquier malentendido, los intérpretes recibieron instrucciones de no traducir al público ninguna frase de los discursos que hiciera referencia al problema de las armas y a la “esperanza” en la solidaridad soviética.»20

En realidad, el «problema de las armas» no se limitaba a los retrasos en la entrega; también existía una cuestión de calidad... Estas armas procedían de dos fuentes: las que habían sido compradas de segunda mano por empresas «independientes» de Europa occidental solían dejar mucho que desear, como reconoció Walter Krivitski, el presidente de la ogpu responsable de su envío: «No todos los equipos que compramos eran de primera calidad. Hoy en día, las armas se quedan rápidamente obsoletas. Pero nos aseguramos de suministrar al gobierno de Caballero fusiles que disparaban, y se los suministramos sin demora.»21Así que no importa si estos fusiles databan de antes de la Gran Guerra, como solía ser el caso... Pero el problema de la calidad no debería haber surgido en el caso de las armas suministradas por la segunda fuente, el «consorcio privado» que enviaba armas soviéticas desde Odesa. Por desgracia, no fue así ni mucho menos, como demuestran estas confidencias del ministro Jesús Hernández a sus camaradas del partido: «Vi descargar en el copao de Valencia uno de nuestros barcos que regresaba de Rusia. Traía camiones Natacha, esas tortugas que se ven arrastrándose por las carreteras, media docena de Chatos, esos aviones que no protegen para nada la espalda de los pilotos, 2.000 fusiles desproporcionadamente largos que te queman las manos después de media docena de disparos y, eso sí, 50 ametralladoras Smichs, que eran bastante buenas. ¡Y eso es todo! No, casi se me olvida: había unos cuantos de esos cañones de 150 mm fabricados en 1898, que se estropearon al primer disparo y que se pagaron con buen oro español. ¿Saben cuánto equipo podría haber transportado ese barco? ¡Unas cincuenta veces más! ¿Por qué no lo hicieron? Que alguien me explique este misterio...»2223

Pero antes de tener una explicación, los españoles tenían muchas otras cosas de las que preocuparse. Por un lado, los «asesores» y «técnicos» soviéticos habían conseguido reorganizar las fuerzas republicanas, que hasta entonces habían consistido en milicias autónomas, en un ejército regular disciplinado. Pero, como señala Julián Gorkin,24 las brigadas de este nuevo ejército cayeron una tras otra bajo la influencia soviética, como consecuencia de su «control cada vez mayor sobre las órdenes, la distribución del material e incluso la intendencia, hasta el punto de que la gente ascendía en la jerarquía o caía en desgracia [...] según el grado de sumisión con que aceptaban sus dictados.»25 En cuanto a las Brigadas Internacionales, huelga decir que desde el principio estuvieron supervisadas por oficiales comunistas y dirigidas por el «canadiense» Émile Kléber, cuyo verdadero nombre era Lazare Stern, miembro de la sección militar de la Komintern. Además, los «consejeros amistosos» rusos organizaban la distribución de las armas recién llegadas —pagadas a precio de oro por el gobierno español— solo a unidades dirigidas por comunistas... Mejor aún, en octubre consiguieron que Madrid creara un cuerpo de comisarios para ejercer el control político de las fuerzas combatientes, y gracias a la complicidad de su comisario general, Álvarez del Vayo, pronto se hicieron con el control de este órgano clave. En el ministerio de la Guerra, más del 90 % de los puestos importantes fueron pronto ocupados por comunistas y, como consecuencia de ello, la autoridad del ministro se vio reducida, tal lo explicó claramente el coronel Casado, jefe de la Oficina de Operaciones: «El ministro y sus departamentos ni siquiera conocían la existencia de un gran número de aeródromos controlados secretamente por los “asesores amigos” rusos y por ciertos oficiales de la fuerza aérea que estaban totalmente comprometidos con ellos. [...] Los consejeros venían a examinar los planes del Estado Mayor [...], a rechazar un gran número de propuestas técnicas y a imponer otras.»26 El secretario general del partido comunista, José Díaz, fue aún más franco: «No se emprendió ninguna operación militar sin el asentimiento de los tovaritchs.» Todo esto lo confirma Luis Araquistain, estrecho colaborador del presidente del Consejo Largo Caballero: «La aviación, dirigida por los rusos, operaba donde y cuando le parecía oportuno, sin coordinación alguna con las fuerzas navales y terrestres. El ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, [...] declaró que su capacidad era muy limitada: el verdadero ministro del Aire era el general ruso “Douglas”.»2728Por supuesto... y el verdadero comandante en jefe del ejército republicano no era otro que el general ruso Berzine, jefe de los «asesores» y «técnicos» del Ejército Rojo en España. Pero en aplicación de las instrucciones secretas dictadas por Stalin, hizo nombrar comandante del sector central al general José Miaja, que aplicaría al pie de la letra las instrucciones del Estado Mayor soviético, transmitidas por su «asesor», el general Goriev. Esta tarea le valió la gloria durante la heroica defensa de Madrid en noviembre de 1936, aunque también muchos reproches durante los sangrientos reveses que siguieron.

Sin embargo, más allá de las apariencias, más allá incluso de las realidades camufladas tras las apariencias, había otras realidades aún más siniestras. Porque en la España republicana, quienes movían los hilos entre bastidores no eran las principales figuras del Partido Comunista de España, como José Díaz, Vicente Uribe, Pedro Checa, Jesús Hernández o Dolores Ibárruri,29 ni diplomáticos como el embajador soviético Rosenberg, que transmitía los «consejos amistosos» de Stalin al presidente del Consejo, Largo Caballero, ni los «instructores» de la Komintern, que supervisaron la expansión desmesurada del pequeño Partido Comunista de España y su metástasis en todo el aparato del Estado. Y ni siquiera fueron los generales Berzine, Kléber, «Douglas» y sus «asesores amistosos» quienes inspiraron e impulsaron a sus homólogos españoles Miaja, Rojo y aquellos militantes comunistas disfrazados de coroneles Enrique Lister o Valentín González, conocido como «El campesino»; ni siquiera fue el general Vladimir Efimovich Goriev, conocido como «Sancho», agregado militar soviético y Rezident del gru30 en Madrid. No, en este infernal juego de muñecas rusas que era la política estalinista en España, el poder supremo, el que era temido por todos los demás, era el del nkvd, cuyos agentes estaban por todas partes: en los barcos soviéticos que realizaban misiones ultrasecretas de entrega de armas —conocidas solo por los entendidos por las siglas zpp31— vigilaban a toda la tripulación, desde el grumete hasta el capitán. Disfrazados de técnicos, tanquistas o aviadores en medio de destacamentos del Ejército Rojo, su misión era impedir cualquier contacto entre los soldados soviéticos y la población española. Disfrazados de oficiales o de simples voluntarios en las Brigadas Internacionales, perseguían sin piedad a los elementos anticomunistas, o a los que podían llegar a serlo. Bajo la apariencia de simples secretarios, espiaban constantemente a los miembros del Partido Comunista de España, ¡e incluso a los «instructores» de la Komintern que los supervisaban! Bajo la apariencia de cónsules o agentes comerciales en Barcelona, Valencia o Madrid vigilaban y se infiltraban en los innumerables partidos, facciones y sindicatos de izquierda, ya fueran marxistas, anarquistas, trotskistas, socialistas o republicanos, que eran desfavorables a la política del Kremlin. Bajo inocentes seudónimos españoles como «Pablo» o «Marcos», sus líderes Alexander Orlov, jefe de la ogpu en España, o incluso Abraham Slutski, jefe de la división exterior del nkvd32 en Moscú, visitaban a los ministros españoles para influenciarlos, intimidarlos o amenazarlos.

Desde principios de 1937, el propio presidente del Consejo, Largo Caballero, se beneficiaría de sus atenciones. Sin embargo, el «Lenin español» fue más bien dócil con Moscú, e hizo poco por obstaculizar la infiltración comunista en todos los niveles de su administración, como él mismo explicaría años más tarde: «El gobierno español [...] se vio obligado a tolerar injerencias extranjeras irresponsables para no comprometer la ayuda que recibíamos de Rusia en forma de material.»33 Todo eso está muy claro, pero en la primavera de 1937, Largo Caballero se encontró en la desagradable situación de ser el piloto de un avión cuyos mandos ya no respondían o respondían a los de otra persona. No tenía noticias de las 510 toneladas de oro depositadas en Moscú; ¡ni siquiera un recibo! En cuanto a los cajeros del Banco de España que acompañaban el cargamento, llevaban cinco meses detenidos a la fuerza en la urss... Mientras tanto, las tan esperadas armas no llegaban en las mejores condiciones, ya que los soviéticos enviaban lo que querían a donde querían, y no había ningún control sobre la calidad, el precio, el destino o incluso el uso de estos materiales. La «Comisión de Armamento y Municiones» encargada de esa tarea estaba efectivamente paralizada, como explicó su responsable, Indalecio Prieto: «En muchas ocasiones, los subsecretarios de estado de Armamento y Aviación — por lo general comunistas— firmaban recibos de material que ni siquiera había llegado.»34 ¿Y quién firmaba las órdenes de pago elaboradas sobre la base de estos recibos de conveniencia? El propio presidente del Consejo, Largo Caballero, dio la respuesta: «Tuvimos que firmarlas Negrín y yo. Yo firmé dos o tres. Después, Negrín las firmó por su cuenta, sin darme ninguna explicación.»35

Es cierto que el comportamiento del ministro de Hacienda Negrín era sorprendente: estaba en contacto permanente con los soviéticos, a menudo abandonaba el país inesperadamente sin informar al gobierno, viajaba al extranjero con un nombre falso y amenazaba con dimitir cuando se le pedían cuentas. También entregó la fabulosa suma de 2.500 millones de francos de la época al Partido Comunista Francés, que gestionó el dinero, escribe Julián Gorkin, «sin el menor control, para la compra de material de guerra, para hacer propaganda (su propaganda), la creación del diario Ce soir, la compra de la “Casa del Partido”, y la adquisición de doce barcos para una agencia llamada France Navigation.»36 Pero también estaba el ministro de Asuntos Exteriores, Álvarez del Vayo, que era un viejo compañero de armas del partido comunista y un admirador rendido de Stalin, al igual que el embajador español en Moscú Marcelino Pascua. Por último, el ministerio del Interior había sido tan cuidadosamente infiltrado como el ministerio de la Guerra, de modo que el jefe y el subjefe de su sección de inteligencia eran ahora comunistas, al igual que el jefe de la policía de Madrid, el comisario general de la Dirección General deSeguridad o el jefe del centro de formación de la policía secreta. Todos ellos formaban una especie de policía paralela destinada a encubrir las siniestras actividades del nkvd. Como escribió su agente Walter Krivitski: «En diciembre de 1936, el terror se extendió por Madrid, Barcelona y Valencia. La ogpu tenía sus propias prisiones. Sus unidades llevaban a cabo asesinatos y secuestros. [...] El ministerio de Justicia no tenía ninguna autoridad sobre la ogpu, que era un Estado dentro del Estado, un poder ante el que temblaban incluso algunos de los más altos funcionarios del gobierno de Caballero. La urss parecía tener a la España leal completamente bajo su dominio, como si ya fuera una posesión soviética.» Su jefe, Abraham Slutski, que también era jefe de la división exterior del nkvd y que estaba en posición de estar perfectamente informado, lo confirmó: «Nuestros hombres se comportan en España como en una colonia, incluso tratan a los dirigentes españoles como los colonos tratan a los nativos.»37

De hecho, los soviéticos y sus agentes españoles no tardaron en plantear sus exigencias al gobierno de Largo Caballero: cambio de estrategia y de política exterior; fusión del partido socialista y del partido comunista en un «partido único del proletariado»; disolución del poum en Cataluña; detención de todos los trotskistas (o considerados trotskistas) y cese inmediato del subsecretario de estado del ministerio de la Guerra, el general Asensio Torrado, que era considerado desfavorable a los comunistas. Para el antiguo presidente del Consejo estas peticiones no eran asumibles. El 13 de febrero de 1937, en un discurso público, declaró: «Las serpientes de la traición, la deslealtad y el espionaje que están enroscadas en mis piernas me impiden moverme.»38Poco después, atacó violentamente (en francés) al embajador soviético Rosenberg, que había venido por enésima vez a presentarle las exigencias de los comunistas: «Sepa de una vez por todas que soy el jefe del gobierno y el ministro de la Guerra de la república española, y que como tal [...], no estoy dispuesto a tolerar por más tiempo su impertinencia y sus exigencias. […] Salga de aquí inmediatamente, antes de que me den ganas de tirarle por la ventana.»39 Para agravar aún más su caso, Largo Caballero inició negociaciones para poner fin a la guerra civil y empezó a eliminar elementos comunistas del ejército y del ministerio de la Guerra. Estas maniobras fueron más que suficiente para firmar su sentencia de muerte política.

Además, ¿no tuvo la desfachatez de pedir cuentas por varios centenares de toneladas de oro depositadas en el Kremlin, y por las armas que se le iban a suministrar a cambio? El 4 de marzo se celebró en Valencia una reunión del buró político del Partido Comunista de España; uno de los participantes hizo un vívido relato de la misma: «Los delegados de Moscú estaban todos presentes: Stepanov, Codovilla, Guéré,40 Togliatti, Marty, [...] Orlov, de la gpu, y Gaikins, consejero de la embajada soviética. ¡Había más extranjeros que españoles! El buró político iba a tomar algunas decisiones. En realidad, iba a recibir órdenes de Moscú. […] Stepanov dijo: “No es Moscú, es la historia la que se ha pronunciado en contra de Caballero.” [...] Durante más de una hora continuó el desfile de acusaciones contra Caballero. Se repasó todo: la política militar y civil, las fortificaciones, las reservas, el general Asensio, la industria de guerra...” Siguió una violenta acusación contra André Marty, al que se le describió como “un viejo gruñón de temperamento beligerante”, además de un intercambio de insultos entre Marty y el secretario general del Partido, José Díaz. Luego “el alboroto se fue calmando poco a poco y Gaikins dijo, como si no hubiera pasado nada: “Caballero ya no quiere escuchar nuestros consejos. Hace unos días, despidió a Rosenberg casi brutalmente [...].” Los demás miembros del Buró [...] se levantaron uno tras otro para decir banalidades, cargar contra Caballero y afirmar que sus puntos de vista coincidían con los de la delegación soviética.»41 Togliatti tuvo la última palabra: «En cuanto a la sustitución de Caballero, [...] procedamos por eliminación: ¿Prieto? ¿Vayo? ¿Negrín? De los tres, Negrín parece el más adecuado. No es anticomunista como Prieto, ni estúpido como del Vayo.»42 Después de decir esto, se levantó la sesión.

Todo estaba dicho y el destino de Largo Caballero estaba sellado. Solo quedaba arreglar los detalles: «El agitprop del partido empezó a trabajar entonces de forma febril», recuerda Jesús Hernández. «Se emplearon unas semanas en reducir a este coloso de la autoridad política a un despojo humano, que iba a ser arrancado del poder como quien se deshace de una cosa inútil.»43 Su destitución era un hecho, y Moscú no escatimó en medios. El 3 de mayo, tropas de asalto dirigidas por el jefe de policía (y militante comunista) Rodríguez Salas atacaron la central telefónica de Barcelona, dirigida por los trabajadores anarquistas de la cnt, la Confederación Nacional del Trabajo. La provocación, cuidadosamente preparada por Alexander Orlov, Antonov-Ovscenko y «Guéré», tuvo un gran éxito. Tras caer en la trampa, los anarquistas y los miembros del poum reaccionaron con vehemencia y los combates posteriores en Barcelona dejaron unos 500 muertos en los días siguientes. Cuando se reestableció el orden, los numerosos órganos de propaganda del partido comunista pudieron denunciar a los miembros de la cnt y del poum como culpables de haber dirigido una insurrección a favor de Franco... Así pues, a los ministros comunistas del gobierno solo les quedaba exigir la disolución del poum y de todos los demás partidos y sindicatos antiestalinistas de Cataluña, el control por la ogpu de todos los periódicos y emisoras de radio catalanas, la dimisión del ministro de Justicia y la del presidente del Consejo como ministro de la Guerra. Ante la negativa de Largo Caballero, dimitieron los ministros comunistas. Durante la crisis ministerial que siguió, Caballero consideró la posibilidad de formar un gobierno sin los comunistas, pero sus principales ministros argumentaron que era imposible prescindir de ellos porque «la ayuda soviética es indispensable.» Por ello, presentó su dimisión al presidente Azaña, quien nombró a Negrín para que formara el nuevo gobierno. El 15 de mayo de 1937, los comunistas habían ganado cierta fuerza y se disponían a presentar el proyecto de ley; para una España ya desgarrada por la guerra civil, este acontecimiento sería especialmente importante.

Julio de 1937; desde hace un año ya, la guerra civil causa estragos en España y su desenlace sigue siendo incierto. Las tropas nacionalistas del general Franco siguen contenidas frente a Madrid, y sus aliados italianos han sufrido incluso una aplastante derrota en la batalla de Guadalajara. Pero los ejércitos republicanos, que duplicaban en número a sus adversarios y contaban con la ayuda de tanques, aviones e instructores soviéticos, también sufrieron serios reveses, sobre todo en Bilbao y Santander... Además, desde el noroeste y el suroeste, un asedio de hierro y fuego se estrechaba implacablemente en torno a la República española. Desde mayo de 1937, esta república tuvo un nuevo gobierno, presidido por Juan Negrín. Por desgracia, y a diferencia de su predecesor Largo Caballero, Negrín estaba totalmente controlado por los comunistas: eran ellos los que le habían persuadido para que las 510 toneladas de oro del Banco de España se transfirieran a la urss en octubre de 1936, cuando era ministro de Hacienda. Eran también ellos los que le habían hecho firmar recibos de entregas reales o imaginarias de armas soviéticas; eran ellos los que habían asegurado su acceso a la Presidencia del Consejo; y eran ellos, en fin, los que imponían ahora su voluntad al nuevo jefe del Gobierno, cuyo secretario personal era —por pura coincidencia— miembro del partido comunista.

Es cierto que el socialista Indalecio Prieto, ministro de Defensa, no simpatizaba con los comunistas, pero qué importaba cuando el comandante en jefe del Ejército del Aire era comunista, al igual que el jefe del Estado Mayor del ejército, el comisario general, la mayoría de los comandantes de división, las tres cuartas partes de los oficiales con alto rango, casi todos los comisarios políticos y, por supuesto, el jefe de las Brigadas Internacionales, Émile Kléber. Solo el jefe del Estado Mayor, Vicente Rojo, y a pesar de su nombre, no era comunista. Sin embargo, se sentía bastante aislado, al igual que el ministro de Defensa Prieto, que pronto se vería obligado a dimitir. Su colega Zugazagoitia, ministro del Interior, no estaba mucho más contento. El jefe y el subjefe del servicio de inteligencia de su ministerio eran comunistas, al igual que el director general de Seguridad, el jefe de la policía de Madrid, el comandante de la guardia de asalto, el director de aduanas, los jefes de censura e información, etcétera. Las órdenes que obedecían todos estos hombres no procedían del ministerio del Interior, sino del Partido Comunista de España que, además, se limitaba a transmitir las instrucciones de los camaradas de la Komintern Togliatti, Stepanov o Codovilla, ellos mismos meros testaferros de los agentes de la ogpu Alexander Orlov, alias «Nikolski», y Ernö Gerö, alias «Guéré» o «Pedro», que eran los verdaderos ejecutantes —y ejecutores— de Stalin en España.

Todos estos acontecimientos son suficientes para comprender mejor los aterradores acontecimientos que se sucedieron. A finales de 1936, los agentes del nkvd ya secuestraban, torturaban y asesinaban a opositores al régimen estalinista, pero el gobierno de Largo Caballero, ansioso por mantener la apariencia de soberanía interna, había intentado limitar la magnitud de estas atrocidades. Cuando Negrín llegó al poder, cayeron los últimos obstáculos: anarcosindicalistas, trotskistas, militantes del poum, comunistas disidentes, socialdemócratas o partidarios de Largo Caballero, todos los enemigos reales o supuestos de Stalin en España estaban ahora a merced de los esbirros de la ogpu. Solo tres días después de la formación del nuevo gobierno, el coronel Orlov se presentó ante la Dirección General de Seguridad, dirigida por el comunista Antonio Ortega. Invocando un complot franquista fabricado por la ogpu, solicitó órdenes de detención contra los principales dirigentes del poum Nin, Gorkin, Andrade, Gironella y Arquer. El ministro del Interior no fue informado, ¡ni tampoco el líder del partido comunista, José Díaz! Andreu Nin y sus compañeros fueron detenidos y secuestrados.

Sin embargo, estos hombres eran bien conocidos tanto en España como en el extranjero, y la indignación se generalizó en los círculos dirigentes españoles. Aquel día el Consejo de Gobierno fue especialmente turbulento, como relata Jesús Hernández: «Los dos ministros comunistas fueron convocados para dar explicaciones. Nuestra tarea era difícil; nadie quería creer que no sabíamos dónde estaba Andreu Nin. Todo lo que podíamos hacer era repetir los manidos argumentos sobre la ayuda “desinteresada y fraternal”, la necesidad de suministros de armas y el apoyo internacional.»44 Por supuesto, el debate seguiría indefinidamente. Después de que lo llevaran a la prisión privada de Orlov en Alcalá de Henares, Nin fue horriblemente torturado. No obstante, era un hombre de carácter inusual: se negó a confesar o incriminar a sus compañeros y resistió todas las torturas; finalmente Orlov tuvo que hacerlo desaparecer. Su cuerpo nunca fue encontrado.

¿Podría el gobierno republicano haber encontrado a Nin? El inspector general de prisiones de Madrid dijo: «Si ahora mismo cogiera mi coche, me pararía en la puerta del edificio donde está detenido Nin. Pero para rescatarlo de sus garras harían falta fuerzas militares que el gobierno se niega a poner a mi disposición.»45 Y Hernández confirma: «El gobierno podía, pero no quería, ni se atrevía a recuperar a Nin. [...] La “ayuda” soviética pesaba mucho en la voluntad de los ministros. Y el descaro y la desfachatez de los policías de Stalin eran grandes.»46

En efecto, el descaro y la desfachatez eran tan grandes que las detenciones y desapariciones se multiplicaron hasta el infinito durante los meses siguientes. Mientras tanto, en el frente los batallones del poum se disolvieron y sus comandantes fueron detenidos y discretamente ejecutados. La misma suerte corrieron el comunista opositor Kurt Landau, el antiguo secretario de Trotski Erwin Wolf, el periodista socialista Marc Rein, el filósofo anarquista italiano Camillo Berneri, el periodista inglés Bob Smillie, el secretario de las Juventudes Libertarias de Cataluña Alfredo Martínez, el trotskista alemán Hans Freund, el disidente Manuel Maurín, el profesor de literatura José Robles, y así ad nauseam. Al menos otras 15.000 personas fueron secuestradas y torturadas en prisiones secretas del nkvd en La Pedrera o en el cuartel Carlos Marx de Barcelona, Atocha o Alcalá, cerca de Madrid, o en el antiguo convento de Santa Úrsula cerca de Valencia, más conocido como «el Dachau de la España republicana.» «En Santa Úrsula», escribió Katia Landau47, «los ataúdes de las monjas están en los sótanos. Desde que los abrieron, un sofocante olor a descomposición inunda los sótanos; cadáveres fosforescentes yacen por todas partes. Y en estos sótanos fríos y húmedos, han encerrado a prisioneros vestidos solo con una camisa y un pantalón, sin mantas ni comida.» ¿Y quiénes son estos miserables prisioneros? «Obreros, antiguos miembros del partido socialista, sindicalistas, anarquistas, miembros del poum [...] pero también aviadores, periodistas, voluntarios [...], proveedores de aviones y de material de guerra [...] y representantes de grandes fábricas extranjeras. Después de haber entregado uno, dos o más aviones, la gpu los detenía como espías o saboteadores.»48 Eso sí que es edificante... En cuanto a los interrogatorios, explica Katia Landau, «eran llevados a cabo por rusos, alemanes, húngaros, etc., todos miembros de sus respectivos partidos comunistas.» ¿Su jefe? Alexander Orlov: «Habla alemán, pero con un fuerte acento ruso. Solo interroga a los prisioneros de más interés; les golpea ocasionalmente, pero en general prefiere delegar. […] Si el acusado no confiesa (normalmente no tiene nada que confesar), lo golpea.» El resultado: «Dientes rotos, agujeros en la cabeza y costillas rotas.»49 A los más desafortunados también los quemaban por todo el cuerpo, los colgaban de los pies, los sometían a torturas en la bañera y los encerraban durante días y días en pequeñas cajas. Y para los menos afortunados, aún quedaba la incineración en las potentes calderas del hotel Colón de Barcelona.50

En estas condiciones, ¿qué podía hacer el gobierno republicano, con sus servicios de seguridad infiltrados, su administración gangrenada y su autoridad constantemente despreciada? En verdad, muy poco. Al ministro del Interior Zugazagoitia se le pidió seis veces que liberara a dos activistas encarcelados contra los que no se había presentado ningún cargo; seis veces dio la orden de liberarlos. En la sexta ocasión, exclamó: «¡A ver si esta vez me hace caso el conserje!»51 Por desgracia, el propio conserje debía de ser miembro del partido comunista y estaba vigilado por el temido sim.52 Además, ¿qué apoyo podía esperar el ministro del Interior de un presidente del Consejo como Juan Negrín? Cuando el militante del partido socialista francés Nicolas Soundelevitch fue detenido en junio de 1937 y acusado de «preparar un atentado contra Stalin» (¡en Barcelona!), Negrín le dijo a un diplomático: «No dudo de la inocencia de Soundelevitch, pero no puedo hacer nada por él. [...] ¿Qué podemos hacer? ¡Tenemos que pagar las armas! Y son los soviéticos quienes fijan el precio.»53 Cruel duplicidad: mejor que ningún otro español, Juan Negrín sabía que, antes de que se pagaran en vidas humanas, las armas soviéticas ya se habían comprado por cien veces su precio, y con buen oro español...

Pero cuando se trataba de estas costosas armas, sucedía algo aún más extraordinario. En mayo de 1938, las tropas de Franco tomaron la ofensiva en Aragón y capturaron fácilmente la ciudad de Belchite, que había sido fuertemente fortificada por el coronel ruso Bielov, conocido como «Popov». Para eludir su responsabilidad, el coronel comunista Enrique Lister pidió la pena de muerte para 53 comandantes de diferentes unidades que fueron los culpables de la evacuación de la ciudad. El caso fue llevado ante el comité ejecutivo del partido; un testigo, Eudocio Ravines, alias «camarada Jorge Montero», informó de los debates del comité en estos términos: «Un alto dirigente comunista italiano, Marcucci,54 tomó la palabra:

«—Lister nos ha acusado injustamente. [...] No es culpa nuestra que el cemento soviético no resistiera los disparos de los cañones alemanes...

»[Interrupciones.]

»—Belchite era indefendible. El suelo literalmente quemaba los pies de nuestros hombres. [...] Pero lo principal se había conseguido: los camaradas soviéticos pudieron comprobar por sí mismos que sus fortificaciones eran inútiles contra los cañones alemanes. ¿No era ese el objetivo de la maniobra?

»[Enorme protesta].

»—¿Insinúa usted —grita Pedro Checa—, que en España se ensaya el material bélico soviético?

»—No, no lo estoy insinuando —respondió Marcucci con rotundidad—, lo estoy afirmando categóricamente, porque es la verdad. [...] El gobierno que preside nuestro querido camarada Stalin ha enviado a España diversos tipos de aviones. [...] Como usted sabe, todos han sido probados; y los mejores, los más rápidos, [...] se desmantelaron, desaparecieron de los aeródromos, y solo quedaron los Chatos, esos aviones mediocres y defectuosos. Usted lo sabe; lo hemos discutido aquí muchas veces...

»[Muchos gritos.] Marcucci continuó:

»—Hemos probado proyectiles, explosivos, acero y blindaje. Y usted sabe perfectamente que los que [...] se revelan eficaces se retiran...»55

El camarada Marcucci no pudo continuar; los soldados del coronel Bielov le expulsaron de la sala manu militari. Tres días después, lo encontraron «suicidado» en Madrid;56 el comité central lo hizo enterrar con todos los honores. Así que todo está claro y triste; igual que hiciera Hitler, Stalin estuvo probando su material bélico en España. Pero el astuto y paranoico dictador rojo añadió un toque personal: todo el material que se probaba eficaz debía permanecer desconocido para el enemigo, por lo que se enviaba secretamente de vuelta a la urss. Lo que quedó apenas iba a permitir a los republicanos dar un buen espectáculo antes de morir. Y, por supuesto, los camaradas idealistas que descubrieron la estafa tuvieron que desaparecer a toda prisa, engrosando así la lista de las víctimas de Stalin en España, una lista que dista mucho de estar cerrada.

Sin embargo, al examinar más de cerca esta lista, empezamos a encontrar algunos nombres sorprendentes, como el de Lazare Stern, alias Emilio Kléber, falso canadiense pero verdadero experto militar de la Komintern. Literalmente de la noche a la mañana, por un truco de magia estalinista, este glorioso dirigente de las Brigadas Internacionales desapareció de la faz de la tierra. ¿Y qué decir del cónsul general de la urss en Barcelona, Vladimir Antonov-Ovseyenko, el antiguo héroe de la toma del Palacio de Invierno, el hombre que había organizado las exitosas jornadas de mayo en Barcelona en 1937? En febrero de 1938, fue nombrado viceministro de Justicia. Sin hacerse ilusiones, Antonov-Ovseyenko regresó a Moscú para recibir un tiro en la cabeza.57 ¿Y Arthur Stachevski, el experto financiero que había aconsejado a Negrín asegurar el oro en Moscú? Después de ser llamado a consultas a la urss, desapareció sin dejar rastro. Hombre de principios, Stalin mandará ejecutar también a su familia... ¿Y el general Ian Berzine? Llamado a Moscú, el jefe de todos los asesores y técnicos soviéticos en España fue ejecutado poco después de su regreso, al igual que el coronel Bielov, conocido como «Popov», agente del nkvd y «experto» en fortificaciones. Al igual que el embajador Marcel Rosenberg, el viejo y celoso diplomático que una vez atormentó al presidente del Consejo Largo Caballero; como el as de la aviación Yakov Smushkevich, conocido como «el general Douglas»; como Mijaíl Koltsov, el siniestro corresponsal de Pravda y agente del nkvd «Miguel Martínez»;58 como Abram Sloutski, alias «Marcos», jefe del Departamento Internacional del nkvd, que había ido a España el año anterior para intimidar a los ministros españoles, y que tuvo un «ataque al corazón» repentino en su despacho de la Lubianka... ¿Estaban todos estos hombres demasiado relacionados con los antiguos dirigentes bolcheviques eliminados por Stalin? ¿Estaban relacionados con el mariscal Tujachevski, que acababa de ser ejecutado, o con el antiguo jefe del nkvd, Iagoda, que acababa de ser liquidado por su sucesor Yezhov? ¿Sabían demasiado sobre las oscuras maquinaciones de Stalin en España? Probablemente todo lo anterior. Estos hombres curtidos, asesores o diplomáticos, expertos o espías, técnicos o verdugos regresaron mansamente a la madre patria para desaparecer para siempre.

¿Todos? Bueno, no: todavía quedaba el coronel Orlov... Desde el envío de las 510 toneladas de oro a Moscú hasta la liquidación de los enemigos de Stalin en España, Lev Lazarevitch Feldbine, alias «Alexander Orlov», alias «Nikolski», sirvió admirablemente a su amo. Pero solo un ingenuo incorregible podía contar con la gratitud de Stalin. Orlov era un protegido del difunto Abram Slutski, y también primo de Zinovi Katsnelson, que fue fusilado en marzo de 1937 como conspirador; y Stalin, como ya se ha visto, tenía sentido de la familia... Y, por supuesto, Orlov sabía demasiado sobre lo que había ocurrido en España en los últimos dos años. Pero el coronel, al que habían enseñado bien, también era muy desconfiado. En agosto de 1937, Moscú se ofreció a proporcionarle doce guardaespaldas, una petición insólita, que Orlov rechazó de inmediato. Más tarde, en otoño, llegaron a Madrid dos agentes del nkvd especializados en los mokrye diela, los «asuntos húmedos».59 Finalmente, en febrero de 1938, la prematura muerte de su jefe Abraham Slutski confirmó sus sospechas. De este modo, cuando el 9 de julio de 1938 recibió un telegrama de Yezhov ordenándole que fuera a Amberes para una reunión a bordo de un barco soviético, se dio cuenta de que había llegado su turno.60Si hubiera aparecido en Amberes, Alexandre Orlov hubiera sido capturado, arrojado a la bodega y transportado a la urss... a menos que, como tantos otros, su pesado cuerpo hubiera sido arrojado al mar por el camino. Pero si hubiera eludido la captura, hubiera sido liquidado en España. Así que aquí estaba el verdugo convertido en presa. Sin embargo, este hombre conocía al detalle todas las maquinaciones de Stalin, que el mundo debía seguir ignorando: la transferencia de 510 toneladas de oro a la urss; el suministro de armas soviéticas a la España republicana y la devolución a Rusia de las que estaban en buen estado y que funcionaban; la liquidación de miles de antifascistas en España y la magnitud de las purgas en la propia urss. Conocer tales secretos implicaba que su sentencia de muerte estaba firmada o también tener una mano ganadora: ¡todo dependía de cómo jugase sus cartas! Pero para tener alguna esperanza de continuar el juego, primero había que estar en el lado seguro. El 12 de julio de 1938, Alexander Orlov, tras retirar 60.000 dólares de la embajada, abandonó discretamente Barcelona y cruzó la frontera francesa.

España, julio de 1938, es el último verano de la guerra. Tras su ofensiva de primavera en Aragón, las tropas nacionalistas del general Franco habían alcanzado la costa mediterránea. A partir de ese momento, el territorio de la República española quedó dividido en dos. Por supuesto, los republicanos aún habían conseguido contener al enemigo al norte de Valencia, y el 24 de julio incluso lanzaron una gran ofensiva en el Ebro. Pero cualquier acontecimiento parecía la batalla final, porque los atacantes estaban mal adiestrados, inadecuadamente equipados y muy mal armados, hasta el punto de que sus relevos tenían que ceder sus fusiles a los que se incorporaban a la línea del frente. Además, había una escasez endémica de artillería, de municiones e incluso de alimentos, y el enemigo empezaba a disfrutar de una indiscutible superioridad aérea. Esta situación no podía dejar de afectar a la moral de los soldados republicanos, sobre todo porque los que se retiraban eran ejecutados, las deserciones estaban aumentando y los pocos comandantes de las unidades no comunistas temían (con razón) que les disparasen por la espalda.

Ese mismo mes, Stalin, que olía instintivamente la derrota, ordenó discretamente la repatriación de los consejeros soviéticos y se preparó para cortar la ayuda militar. Tres meses antes, había ordenado a los ministros comunistas que abandonaran el gobierno de Negrín, orden que la mayoría del buró político español, en un raro movimiento de independencia, decidió rechazar. Jesús Hernández, ministro comunista y miembro del Buró Político, lo explicó sin rodeos: «Nos pidieron que resistiéramos hasta las últimas consecuencias en una guerra que se había perdido militarmente. Y ahora nos piden que nos suicidemos después de haberle hecho esta farsa sangrienta a nuestro pueblo.»61 De hecho, las aterradoras atrocidades cometidas por los agentes de la ogpu, encubiertas por el Partido Comunista de España, acabaron por crear un movimiento de repulsa entre las poblaciones de la zona republicana, tanto más cuanto que la aproximación de las tropas franquistas provocó una disminución de la actividad de los verdugos estalinistas, que empezaron a mirar hacia la frontera... Como señaló Julián Gorkin: «Cuando empezamos a sentir que íbamos a perder la guerra, de repente tomamos conciencia de nuestras responsabilidades y del odio popular suscitado por el terrorismo comunista.»62

Sin embargo, en este ambiente de disolución general, no fue el odio popular, ni siquiera el acercamiento de las tropas nacionalistas, lo que impulsó al coronel Alexander Orlov, alias «Goldine», «Schwed», «Lyova», «Nikolski», «Pablo», y cuyo verdadero nombre era Lev Lazarevitch Feldbine, hacia la frontera francesa. El miedo a sus propios colegas del nkvd es lo que espantó a este inquietante personaje. Y, sin embargo, durante casi dos años, Alexander Orlov, principal ejecutor de las todas las acciones de Stalin en España había servido perfectamente a su amo. Sin embargo, la gratitud era una palabra desconocida para el «Padrecito de los Pueblos», cuya paranoia, por otra parte, estaba eternamente alerta: después de todo, ¿no formaba parte Orlov de una facción potencialmente peligrosa dentro de los servicios secretos soviéticos? Con estos sometidos a una purga radical dirigida por el nuevo jefe del nkvd, Nikolái Yezhov, esta era una excelente oportunidad para deshacerse de un coronel que sabía demasiado.

¿Qué aspecto tenía Alexander Orlov?: «Un hombre de unos cuarenta años», dice Jesús Hernández, «de casi dos metros de altura,63 elegante, bastante distinguido, que hablaba bastante bien español. […] Bajo un exterior casi agradable ocultaba una personalidad feroz e intransigente.»64 A esta descripción hay que añadir una desconfianza instintiva, que permitió a Orlov olfatear la trampa que le tendían desde mucho tiempo antes, y tomar algunas precauciones para evitarla; en Barcelona, contaba con una doble escolta de guardaespaldas: diez comunistas alemanes reclutados en las Brigadas Internacionales. También había puesto a salvo a su mujer y a su hija cerca de Perpiñán y, por último, para disipar las sospechas, había comunicado por cable a Moscú que estaría en el punto de encuentro de Amberes el 14 de julio. Él mismo contó la historia: «En pocas horas, estaba en la frontera francesa [...]. Desde allí, mi chófer español me llevó al Grand Hôtel de Perpiñán, donde me esperaban mi mujer y mi hija. Tomamos el tren nocturno a París, donde llegamos el 13 de julio por la mañana. [...] Tenía que salir de Francia lo antes posible, porque allí podían asesinarme fácilmente.»65

También en cualquier otro país europeo, como aprendieron a su costa otros agentes del nkvd que habían desertado66*... A partir de entonces, Orlov solo veía una solución: «América me parecía el único refugio seguro.» Pero era la víspera del 14 de julio, y el embajador estadounidense estaba de viaje. Así que Maria Orlova sugirió que probaran en la delegación canadiense, una idea que probablemente les salvaría la vida. El jefe de la delegación no puso ninguna dificultad para que les concedieran un visado, y como sin duda existe una providencia —incluso para los asesinos—, un sacerdote canadiense que se encontraba allí les informó de que el transatlántico SS Mountclair debía zarpar de Cherburgo ese mismo día.67 Los caminos del Señor son inescrutables: Orlov y su familia subieron en el último momento al barco, que levó anclas esa noche con destino a Canadá.

«¡Ayúdate y el Cielo te ayudará!» Una vez en Canadá, Orlov sabía que estaba lejos de estar seguro. Entonces, tomó la delantera y decidió crear un seguro de vida: «Escribí una carta larga a Stalin, y le mandé una copia a Yezhov. [...] No pude apelar a su sentido de la humanidad, así que utilicé el único lenguaje que él puede comprender: le advertí que, si yo era asesinado por sus esbirros, la lista de sus crímenes sería inmediatamente publicada por mi abogado. [...] Para demostrarle que no bromeaba, escribí una relación de sus crímenes y la añadí a mi carta.»68 De hecho, esta carta de once páginas, con dos páginas de apéndices, se encontró en los archivos del kgb. Está dirigida a Yezhov, no a Stalin, y, como cabía esperar, no menciona los crímenes pasados del dictador, sino una lista de las operaciones secretas soviéticas que estaban en curso y de todos los agentes implicados. Por supuesto, Orlov también menciona todo lo que sabe sobre el oro, las armas y los ajustes de cuentas en España.69 Los términos del trato eran, pues, claros: su silencio a cambio de su supervivencia.70 Después, Orlov hizo que uno de sus primos de Nueva York, Nathan Koornick, viniera a Montreal y le entregó la carta. El primo debía ir a París y entregarla (discretamente) en la embajada de la urss, en la rue de Grenelle. Unos días más tarde, el 13 de agosto de 1938, Alexander Orlov, ahora Léon Berg, cruzó la frontera canadiense con su familia y entró en Estados Unidos.

Es fácil imaginar la reacción de Stalin cuando leyó el documento que le presentó Yezhov. Un testigo informó que las anotaciones escritas por el dictador en el margen de la carta eran demasiado obscenas para ser reproducidas. El general Pavel Sudoplatov, que trabajaba entonces en la división exterior del nkvd