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Todos somos malos con el dinero. Algunos simplemente son mejores para disimularlo. Pero como a nadie le gusta hablar de esto, el mito de que los demás saben usarlo y tú no sigue vigente. Este libro te ayudará a desmontarlo. Aquí encontrarás consejos y tips sobre finanzas personales para tomar mejores decisiones y evitar que los bancos u otras compañías se aprovechen de ti, lo cual te ahorrará mucho más que dejar de visitar tu restaurante favorito. Descubre cómo funcionan las hipotecas, cuál es la mejor tarjeta de crédito, cuánto dinero poner en inversiones, qué errores estás cometiendo y cómo dejar de hacerlos para no sentirte tan mal. ¡AVERIGUA TODO LO QUE SIEMPRE QUISISTE SABER SOBRE EL DINERO, PERO NO SABÍAS DÓNDE ENCONTRARLO!
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Para mamá y papá
Esta es una pequeña guía que me habría venido muy bien hace diez años, cuando tenía veintitrés y acababa de tomar un tren con destino a Londres, una de las ciudades más costosas del mundo, lista para empezar mi primer trabajo de tiempo completo mientras la economía mundial colapsaba. Aquí hablaré de todo lo que me hubiera gustado saber antes sobre el dinero (cuanto más joven empiezas a ahorrar, más tiempo tiene tu dinero para crecer), pero me daba demasiada vergüenza preguntar. Asumí que todos los demás eran expertos menos yo. Pero resulta que la mayoría no tiene idea, y sigue sin tenerla, sin importar qué tan competentes sean en la vida adulta.
Mi objetivo es que este sea un libro sencillo de entender para todos los que sienten que son malos con el dinero, como yo misma fui (y en ocasiones lo sigo siendo), cuando observan el pozo sin fondo de su tarjeta sobregirada. No tiene por qué ser siempre así. Y, de todos modos, ¿qué significa ser malo con el dinero? ¿No revisar regularmente tu estado de cuenta? ¿No depositar lo suficiente en una pensión? ¿O guardar tanto para el retiro que no has tomado vacaciones en una década? ¿Quién tiene la última palabra?
Te cuento un secreto: todos somos “malos” con el dinero en un momento u otro, algunos simplemente son mejores para disimularlo con gracia, mientras otros son tan ricos que pueden mantenerlo bien escondido. Estamos programados psicológicamente para tomar malas decisiones financieras. La economía conductual es toda una rama de la academia, así como una categoría de los premios Nobel, que explica cómo lo hacemos. Y debido a que a nadie le gusta hablar sobre dinero ni existen dos personas que puedan ponerse de acuerdo sobre cómo usarlo, ya sea para gastarlo o para ahorrarlo (una pista: no existe una respuesta correcta), el mito de que los demás saben usar el dinero y tú no permanece vigente.
Así que sigue leyendo si alguna vez te hiciste preguntas como: ¿qué es una cuenta de ahorro personal? ¿Qué impuestos debo pagar y por qué? ¿Cuándo debería comenzar a ahorrar para mi retiro? ¿Debería poner mi dinero en inversiones y, si es así, cuánto? ¿Debería liquidar mi préstamo universitario? ¿Cómo funcionan las hipotecas? ¿Cuáles son las mejores aplicaciones para hacer presupuestos? ¿Cómo repartir el dinero de manera justa con mi pareja? ¿Podré alguna vez costear una casa, traer un hijo al mundo o ser el tipo de persona que no se preocupa por la lista de precios en los restaurantes? ¿Cuáles son los errores estúpidos que estoy cometiendo con mi dinero y cómo puedo dejar de cometerlos para no sentirme tan mal?
Dedícales una tarde a estas preguntas y sabrás un poco más de economía de lo que sabías esta mañana. Puedo asegurarte que, si sigues al menos uno o dos de los consejos de este libro, habrás recuperado lo que pagaste por él. Pero antes, hablemos un poco sobre mí, sobre los irresponsables millennials y en dónde nos encontramos.
Nótese que utilizo el término millennial con ciertas reservas. Es una palabra que ha llegado a darme escozor, una burda reducción que engloba a unas 14 millones de personas muy diferentes entre sí, nacidas entre la primera parte de la década de los 80 y el año 2000. Algunas de las cuales hoy son padres de adolescentes, tus jefes, abogados, cirujanos o tu novelista favorito.
En septiembre de 2008 fui a una entrevista para el puesto de asistente editorial de la sección financiera en The Times. Una jugada optimista para una recién graduada que aún no desarrollaba completamente su síndrome del impostor. La noche anterior había estado buscando en Wikipedia: “¿Qué es una hipoteca?”.
La fecha de esta entrevista, el principio mismo de mi carrera, no pudo ser más significativa, aunque no me di cuenta en su momento. Dos semanas antes, el cuarto banco de inversiones más grande del mundo, Lehman Brothers, se había declarado en bancarrota. El titular de la primera plana de The Times para el día de mi entrevista era alarmante: “El ojo de la tormenta”, y una fotografía de nubes negras que se arremolinaban sobre la Casa Blanca. La introducción decía:
El sistema financiero se aproximó a un colapso catastrófico anoche luego de que el Congreso de los Estados Unidos rechazara de manera dramática un plan de rescate, diseñado para restaurar la confianza, que paralizó a los bancos. Wall Street sufrió una de las peores jornadas de su historia.
En el lapso de 24 horas, cinco bancos, incluyendo a Bradford & Bingley de Gran Bretaña, tuvieron que ser rescatados para evitar la insolvencia... Las acciones del índice industrial Dow Jones cayeron en picada casi 800 puntos, perdiendo el 7 % de su valor. Se trató de la peor caída de puntos y de la peor caída de porcentajes bursátiles en un solo día desde el Lunes negro de 1987.
La verdad es que yo tampoco entendía mucho (“Qué mal lo de Dow Jones, ¿eh?”). Y los titulares de las semanas siguientes no ayudaban a comprender mucho más: “El mundo observa con terror”, “La carrera por vender: 2.7 trillones de libras esterlinas (unos 3.6 trillones de dólares) se desvanecen del valor global de las acciones”, “Los bancos se nacionalizan”, “La crisis orilla a dos millones al desempleo”.
Aprendía rápido, como les expliqué a mis nuevos editores, con más esperanza que convicción. Y, de manera inexplicable, me contrataron. Una periodista financiera es una de esas cosas, como los tupperwares y los condones, que al parecer hacen mucha falta durante una recesión.
Exactamente una década después, escribiendo en The Times sobre temas de consumo, ayudando a los lectores con sus encrucijadas y pavores financieros, pude darme cuenta de cómo esas pocas semanas cambiaron el mundo. Incluso para aquellos que recibimos nuestro primer cheque durante el periodo en el que la crisis financiera tomó el control de todo.
Muchas cosas han mejorado, como explicaré a lo largo de este libro. Los bancos están desesperados por ganar nuestra confianza nuevamente, y la tecnología ha creado incontables oportunidades nuevas para ayudarnos a administrar de manera más fácil nuestro dinero. Pero ha prevalecido un difícil legado, especialmente para aquellos que, como mi hermana, apenas unos años más joven que yo, enfrentaron en 2020 la segunda recesión financiera de sus cortas vidas laborales.
La mayoría de los menores de 30, sin importar cuán aplicados sean, jamás serán capaces de comprar una casa de tamaño decente en una gran ciudad solo con su salario. Especialmente cuando sus ingresos se reducen cada vez más para pagar décadas de créditos estudiantiles e intentan, de manera simultánea, ahorrar lo suficiente para una pensión que les permita pagar la calefacción cuando lleguen a los noventa años.
Los empleos brindan poca seguridad, los salarios no aumentan. Mucha gente, sin importar su edad, trabaja más horas en equipos más pequeños, produciendo más por relativamente menos dinero de lo que las generaciones anteriores ganaban a su edad.
En la primera edición de 2018 de este libro, escribí que el fantasma de una nueva recesión nos acechaba. Tristemente, esto se volvió realidad en 2020 a través de la pandemia del coronavirus y la consecuente cuarentena, que llevó a muchos países a las peores recesiones de las que se tengan registro.
Lo anterior va de la mano con la forma en que lidiamos con los dilemas asociados al dinero como parte del proceso de madurez personal, sin importar la generación en que hayas nacido: cómo independizarse financieramente de los padres, cómo hacer cuentas con tus amigos sin que te consuma la ansiedad por el estatus, cómo proveer tanto para ti como para tu familia, cómo ganar más y gastar menos sin perderte de las cosas que te dan felicidad y que hacen que la vida valga la pena vivirse.
Pienso también que nuestra capacidad para sentirnos bien en temas de dinero disminuye con el hecho de que los servicios financieros mundiales adoran confundirnos. Muchas compañías generan ganancias explotando nuestra ignorancia sobre cómo funcionan realmente sus productos, ya sea por cinismo o porque sobreestiman la competencia financiera de sus propios clientes.
Existen indicios de una mayor transparencia, pero aún falta mucho por hacer. Mientras tanto, elegir productos financieros se vuelve un vertiginoso y frustrante remolino de números, porcentajes y términos especializados. Como te contaré más adelante en mi capítulo sobre los gastos domésticos, existen cerca de medio millón de planes de telefonía móvil y banda ancha, sutilmente distintos, entre los cuales “escoger”. Por ello, al menos en Inglaterra, muchos prefieren ir al pub que aburrirse hasta las lágrimas en páginas de servicios financieros como moneysupermarket.com .
Los capítulos siguientes se componen de consejos y tips que he recopilado sobre finanzas personales desde el colapso crediticio de mis días de estudiante, obtuvenidos de los muchos errores que he cometido con el dinero, así como al observar y escribir sobre las trampas en las que han caído los lectores de The Times.
Aviso importante
Una de las muchas cosas que no soy es asesora financiera. Los únicos exámenes que aprobé después de terminar la escuela tenían que ver con palabras (sin contar el curso de estadística y matemáticas que tuve que repetir en primer año de universidad, y que sigue apareciendo en mis pesadillas). Soy una simple periodista. Ninguna parte de este libro debe considerarse asesoría financiera oficial irrefutable. Lo que ofrece son observaciones y sugerencias a partir de conversaciones con expertos reales calificados, con investigadores y con verdaderos asesores financieros sobre cómo evitar los errores más comunes en el uso del dinero.
Aun así, espero que esta información pueda brindarte un poco más de confianza sobre los aspectos más básicos del dinero y tu relación con él (y que incluso puedas mejorarla). Espero que te ayude a tomar mejores decisiones, más éticas e informadas, para evitar que los bancos y compañías de telefonía móvil se aprovechen de ti.
¡Buena suerte! Si yo pude hacerlo, cualquiera puede.
¿Para quién es este libro y cómo leerlo?
Para empezar por lo más evidente, el mejor consejo para administrar tu dinero cambiará según la cantidad que tengas y el momento de vida en que te encuentres.
Lo anterior presenta un serio dilema cuando tu libro tiene que ser pequeño. Tuve que decidir a quiénes quería dirigirme, qué quería decirles y qué debía dejar fuera. Elegí enfocarme en los consejos que me parecen más prácticos para las personas menores de 40 años, que probablemente deben dinero de sus estudios, que están ganando lo suficiente como para pagar impuestos, la renta del lugar donde viven, y que incluso tratan de entender si están listos para comprar o no su primera casa.
Muchos de los consejos provienen del contexto financiero de Gran Bretaña, por lo que las leyes y procesos (como el de comprar una casa) pueden variar según tus condiciones locales.
También hay cosas que cambian todo el tiempo, como los productos financieros de ciertas compañías, las bonificaciones fiscales o las políticas públicas de los gobiernos, por lo que algunas partes de lo que digo pueden haber quedado desactualizadas. He utilizado cifras, leyes y recomendaciones de productos vigentes hasta el otoño de 2020.
No quiero dejar de mencionar con respeto a las millones de personas que se las arreglan día a día con salarios mínimos y bancos de alimentos. Existen millones de personas que no se pueden imaginar tener el suficiente dinero en efectivo como para invertir en el mercado de valores o para pensar en la compra de su propia casa en el área de su elección.
Parte de la investigación que llevé a cabo para este libro se nutrió de charlas con baby boomers (término que comprende a los nacidos entre 1942 y 1960) y con algunos pensionados, quienes, al igual que los menores de 40 años, también me contaron que les vendrían bien algunos consejos para ahorrar más y gastar menos.
Así que, a pesar de que este libro pueda atraer a una población demográfica más joven y acomodada que el promedio, espero que cualquier persona, sin importar su edad y posibilidades económicas, encuentre aquí algo que les ayude, ya sea para entender mejor sus gastos, para lidiar mejor con una deuda imposible de administrar, para decidir si quieren (o no) hacer un testamento o para elegir el tipo de cuenta bancaria que mejor se ajuste a sus necesidades.
El libro tiene dos partes. Puedes leerlo en orden o comenzar por cualquier capítulo y buscar sus consejos sobre temas particulares, así como aquellos que sean especialmente relevantes o preocupantes para ti. Cada capítulo puede leerse por separado.
En la parte uno reviso las áreas de las finanzas personales que me parecen más relevantes para los menores de 40 años, comenzando por la vivienda y los préstamos, cómo hacer presupuestos, dónde poner tus ahorros para el corto y largo plazo, cómo invertir en la bolsa de valores y todo lo que necesitas saber sobre pensiones.
En la parte dos me refiero a la forma en que nos hace sentir el dinero con respecto a nosotros mismos y a los demás. Tomo en cuenta consejos provenientes de profesionales sobre cómo lidiar con nuestras emociones en torno al dinero, así como algunos consejos prácticos sobre cómo dividir los gastos al cohabitar o vivir en pareja. Abordo con detalle la forma de gestionar el dinero si sientes que te está volviendo infeliz o empeorando un diagnóstico existente de salud mental.
Además existe otra sección que se concentra en la creciente e importante tendencia de administrar tus finanzas personales de manera ética, desde saber de dónde proviene la energía que utilizas hasta dónde invertir tu pensión, para tomar en cuenta el impacto que tiene en el medio ambiente y en otras personas usar tu dinero. Ser bueno con el dinero no se trata solamente de acumular.
Si lees los capítulos en orden, al final comprenderás suficiente tus finanzas como para decidir si quieres hacer algo mejor con ellas, no solamente para hacerte más rico, sino considerando a la sociedad en extenso.
Qué mejor lugar para comenzar que con el dilema financiero generacional por excelencia para los menores de 40 años: ¿dónde demonios encontrar un sitio para vivir que podamos pagar? Mientras que la generación de nuestros padres estuvo definida por la Guerra Fría y las tensiones de una posible guerra nuclear, los nacidos en los noventas tuvimos a las Spice Girls, MSN Messenger y una crisis inmobiliaria.
En noviembre de 2017, un agente de bienes raíces publicó en Twitter un artículo que aconsejaba formas de ahorrar durante un año para los jóvenes adultos que soñaban con dar el enganche de su primera casa. Luego de genialidades como sugerir hacer sándwiches en casa en vez de comprarlos (como si el pan fuera gratis) o dejar de adquirir billetes de lotería (¿alguien de nuestra edad compra tantos billetes de lotería?), el artículo reconoce que probablemente aún te faltaría bastante dinero para dar un enganche inmobiliario en cualquier ciudad grande. Y luego viene esta frase:
Aquellos suficientemente afortunados para recibir ayuda por parte de sus familias, contarán con 29 400 adicionales para llegar a su meta.
Aunque parezca que los menores de 35 gastamos demasiado en comida a domicilio, es difícil rebatir la estadística. El precio promedio de las propiedades ha superado en gran medida el ingreso promedio que percibimos, por lo que es mucho más costoso comprar una casa hoy en día que hace algunos años. Según cifras del Instituto de Estudios Fiscales de 2018, en Londres los precios de las casas eran 15.7 veces superiores al ingreso promedio de la población de entre 25 y 34 años. En el resto del país, 40 % de este grupo etario enfrentaba ofertas inmobiliarias que superaban al menos 10 veces sus ingresos promedio.
En un estudio de 2017, la Oficina Nacional de Estadísticas reveló que el precio de una casa en Londres superaba 13 veces el salario de los trabajadores de tiempo completo de entre 22 y 29 años, mientras que en 1999 la proporción entre estos indicadores era de 3.9.
Como veremos en el siguiente capítulo, acerca de cómo saber si estás listo o no para comprar una casa (spoiler: debes tener un buen historial crediticio), es muy poco probable que alguien te preste más de cuatro o cinco veces tu salario al buscar una hipoteca.
Con estos números en mente tiene más sentido el estudio de la Resolution Foundation, según el cual un tercio de los nacidos entre 1981 y 2000 seguirán viviendo en lugares rentados por el resto de sus vidas.
La mayor parte de estos arrendatarios vitalicios será incapaz de conseguir los medios para dar el enganche de una casa propia cerca de su lugar de trabajo o tendrán que invertir en lugares retirados que les restará tiempo libre en su día a día.
Con todo, me parece importante señalar que, para mucha gente rentar es una decisión acorde a su estilo de vida, incluso una manera de hacer rendir mejor su salario. No toda la gente que renta es incapaz de comprar una casa.
Sin embargo, el mercado de las rentas está saturado de inmobiliarias y propietarios tramposos que ofrecen propiedades apenas aptas para que un ser humano las habite. Mudarse constantemente de una propiedad en renta a otra puede ser horrible, al igual que la incertidumbre de no saber cuánto tiempo te dejarán vivir ahí tus caseros o cuándo van a subirte la renta.
Esta incertidumbre tiene efectos nocivos tanto para la salud mental como física, y su impacto alcanza la educación de los niños y la moral en general, sin mencionar a tu pobre gato que odia las mudanzas y a tus plantas marchitas por cambiar a un nuevo lugar.
Por otro lado, muchos propietarios de casas eligen vivir en sitios con rentas compartidas como una forma de ser más sociables en su vida diaria, para estar más cerca de sus seres queridos o incluso para no tener que someterse a una costosa hipoteca ni encadenarse a un trabajo de ocho de la mañana a cinco de la tarde por el resto de sus días. Si lo piensas bien, tal vez no deseas la responsabilidad que conlleva el mantenimiento de una propiedad a tu nombre.
En resumen: rentas por necesidad o por elección. ¿Cómo sacar el mejor partido a cada una de estas?
¿Cómo rentar un sitio y disminuir la probabilidad de que te estafen?
¿Conviene más rentar con una inmobiliaria o hacer trato directo con el propietario?
Cuando rentas un domicilio, puedes hacerlo con un propietario particular, o bien, a través de una empresa o agente inmobiliario. Cada uno tiene sus pros y contras. Tratar directamente con el propietario te ahorrará muchas comisiones, y es posible que no tengas que dejar un depósito en garantía. El precio de la renta también podría ser menor si el propietario no necesita encontrar inquilinos a través de un intermediario. También estoy convencida de que los agentes inmobiliarios son culpables en buena medida de convencer a los propietarios de aumentar las rentas. Si dejas fuera al intermediario y el propietario tiene una buena impresión de ti, es posible que también encuentre beneficios en hacer un trato directo contigo. Los inquilinos confiables son muy valorados.
En Londres, sitios como OpenRent o Roomie sirven para poner en contacto directo a inquilinos y propietarios, aunque es posible que tengas que pagar pequeñas comisiones. Por otro lado, recurrir a una empresa inmobiliaria puede ser de utilidad en caso de que necesites hacer reparaciones, pues el agente negociará a tu favor con el propietario. También estarás mejor protegido legalmente al firmar un contrato de arrendamiento con una empresa de bienes raíces debidamente acreditada. Asegúrate de tener suficientes referencias del agente o la empresa antes de realizar cualquier trámite.
Si lo piensas bien, tal vez no deseas la responsabilidad que conlleva el mantenimiento de una propiedad.
El gran punto en contra de los asesores inmobiliarios siempre ha sido la enorme tajada de sus honorarios. No son infrecuentes las comisiones por conceptos tan ambiguos como “administración”, “renovación” o “referenciación”.
Los agentes inmobiliarios pueden cobrar el importe de la renta, un depósito en retención, un depósito reembolsable cuando desocupas la propiedad, así como penalizaciones por rentas extemporáneas. Las leyes han cambiado poco a poco para evitar cobros absurdos. Históricamente, los agentes podían cobrar por cosas como dejar que el piso se maltrate o por la compra de productos de limpieza. Este tipo de cobros están en una frontera legal muy delicada, por lo que, si estás en una situación así, no lo permitas.
¿Qué comisiones debes pagar de entrada? ¿Qué preguntas hacer antes de tomar una decisión?
Cuando encuentras una propiedad que quieres rentar, por lo general tienes que pasar por una investigación de buró de crédito (si te preocupa tu historial crediticio, revisa el siguiente capítulo sobre cómo mejorarlo), según la cual obtienes una evaluación para ver si serás capaz de pagar la renta a tiempo. Es posible que te pidan estados de cuenta bancarios y referencias, como la de tu casero anterior o tu empleador. También pueden pedirte que designes un aval, como uno de tus padres, que esté de acuerdo en cubrir tu renta en caso de que tú no puedas. Finalmente llega el momento de sacarte un ojo de la cara y dar un flamante depósito a la inmobiliaria.
Si el propietario tiene una buena impresión de ti, quizá también se beneficie de hacer un trato directo contigo.