Dios es gay - Nicolás Esteban - E-Book

Dios es gay E-Book

Nicolás Esteban

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Beschreibung

El amor no es un sentimiento, es una forma de vivir. Existen infinitas interpretaciones de Dios pero ¿cómo es Él para ti? Si Dios nos hizo a su imagen y semejanza, ¿por qué los seres humanos somos tan diversos? ¿Es posible que Dios sea como cualquiera de nosotros y todos a la vez? Sin importar el lugar, la religión o la cultura, todos vivimos en busca de ese algo que nos guíe en el camino, ese algo que les dé sentido a nuestras vidas. Sin importar las diferencias, esta es una búsqueda que nos une.

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DIOS ES GAY

© 2022 Nicolás Esteban

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Abril 2022

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 3176468357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7540-32-3

Editor General: María Fernanda Medrano Prado

Corrección de Estilo: Laura Tatiana Jiménez Rodríguez

Corrección de planchas: Ana María Rodríguez

Maqueta e ilustración de cubierta: Juanita Mogollón @cizy.gd

Diagramación: Juanita Mogollón @cizymogollon

Primero edición: Colombia 2022

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

A todas las personas que ya no están aquí para leer estas letras por nuestra incapacidad como sociedad para reconocer la luz particular que brilla en cada ser humano. Por ustedes, trabajamos para hacer de este mundo un lugar más tolerante, sin tantos prejuicios. A Lucila, gracias por ese amor incondicional. A toda mi familia y amigos, sin ustedes no habría una historia que contar. Y por supuesto a Él.

Gay: proviene del vocablo provenzal «gai» (en castellano gayo, como en La gaya ciencia) y significa gozo o alegría.

Introducción

Las religiones nos hablan todo el tiempo de Dios, de sus múltiples representaciones antropocentristas, pero aun siendo estas tan diversas entre sí, hay grandes limitantes en estas interpretaciones: desde machismo, estereotipos de belleza aplicados a la imagen de Dios, exclusiones raciales y culturales… es como si Dios estuviera haciendo casting para una película en Hollywood. La verdad, la innegable verdad, que tenemos ante nuestros ojos es una humanidad tan rica en diversidad que es difícil de categorizar; y aunque a menudo intentamos meter a todos y todo lo que nos rodea en etiquetas para poder llegar a comprenderlo, ¡a diario vemos cosas que nos vuelan la cabeza! Cosas que no entendemos del comportamiento humano, de sus preferencias, de sus emociones.Creemos que lo hemos visto todo, pero mi todo no será nunca el tuyo ni el todo de alguien más, cada uno de nosotros habitamos espacios compartidos en realidades tan distantes, tan ajenas una de la otra y, a la vez, tan interconectadas para que funcionen entre sí.

Podemos profesar lo que queramos, creer en lo que escojamos o en lo que escogieron por nosotros, nos puede dar miedo cuestionarnos; créanme cuando les digo que conozco muy bien ese miedo. Es ese miedo a la incertidumbre, a la falta de respuestas, es el que nos mantiene atados a la hora de buscar nuestra propia verdad.

Creemos que lo hemos visto todo, pero mi todo no será nunca el tuyo ni el todo de alguien más, cada uno de nosotros habitamos espacios compartidos en realidades tan distantes, tan ajenas una de la otra y, a la vez, tan interconectadas para que funcionen entre sí.

Cada cultura tiene sus propias adaptaciones de Dios, de la fe, de la espiritualidad, de lo que está bien y está mal, porque ellos, basados en sus necesidades, le supieron dar una interpretación ‘conveniente’ a su realidad; pero, aun así, en toda cultura, en toda sociedad, hay tantas necesidades dentro de cada individuo que ¿no creen que sería justo poder también buscar nuestra propia interpretación?

Este libro es una recopilación de aprendizajes labrados por las historias, pero no se asusten, sé que la palabra «historia» puede sonar a algo tedioso y difícil de digerir, y más si son como yo, que se aburren cuando las historias se extienden en detalles irrelevantes para comprenderla, prometo que este no va a ser el caso. También prometo que voy a desglosar todo lo vivido para que así, con algo de ayuda celestial, nos demos cuenta de que no existe «mi historia», es «nuestra historia», porque lo que viví –y vivo– también lo han vivido miles de millones de seres humanos, y lo que me ha generado alegría, tal vez también le ha causado alegría hasta al ser más remoto o desconocido a mi realidad.

Dios me quiso gay

Bueno, sin más preámbulos, comencemos. Esta historia empieza con un niño de tres años al que le encantaba jugar con un pequeño pesebre de plástico, de esos que le gustan a las abuelas porque no se desportillan; las figuritas incluían una vaca y un buey –por supuesto, fieles compañeros del ser humano, inclusive en una santa representación como lo es el pesebre católico–; un José, en una versión no tan vieja ni acabada, era como un hípster de nuestra generación, ahora que lo pienso, con su cabello medio largo, ondulado, de tono castaño y una barba que se veía bien cuidada –seguro en aquella época también habrían barberías en cada esquina como hoy–; unos reyes magos, que en sus manos cargaban los tan emblemáticos regalos que le fueron concedidos al recién nacido; una Virgen María, a la que se podía interpretar como una mujer sumisa por su posición, algo encorvada con la cabeza inclinada en símbolo de reverencia –claro que teniendo en cuenta que acababa de parir a un bebé, y no a cualquiera, al propio mesías que determinaría gran parte de la historia los siguientes dos mil años de la humanidad, era de esperarse que estuviera algo acongojada–; y, por supuesto, el tan anhelado niño Jesús, con su cabello castaño claro y con aspecto rozagante, este pesebre era el juguete favorito de aquel niño; pero esperen, había otro integrante, nada más ni nada menos que otra Virgen María, esta era de porcelana, en un tamaño que doblaba la estatura del mismo José hípster, en fin. Este niño creció en un hogar católico tradicional, nada fuera de lo ‘usual’: misa todos los domingos, oración a Jesús, a la Virgen María y por supuesto al ángel de la guarda antes de dormir, oraciones en el colegio en las mañanas y, cómo no nombrar, las tan anheladas películas en Semana Santa.

Ahora se preguntarán ¿qué tiene de particular esta historia? Es probable que les transporte a su propia infancia si crecieron en un hogar católico, y si no lo han deducido, ¡sí!, soy aquel niño de tres años. En cuanto a mi pesebre, ya no juego con él, pero estoy seguro de que debe estar en alguna parte de la casa de mi abuela, tal vez en esa habitación a la que con mis primos llamábamos «el cuarto de los juguetes», un palacio que solo un niño como yo, hijo único –en aquel momento–, podría tener en casa de su abuela materna como resultado de una herencia de juguetes generacional y, por supuesto, de un exceso de atención por parte de una abuela y una mamá comprometidas.

Ahora viene la parte ‘curiosa’ de la historia, y es que, aunque no lo crean, varias personas creían que mi destino iba a ser convertirme en un cura o sacerdote. ¿Por qué? Mi mamá cuenta que cuando yo tenía más o menos un año e íbamos a la iglesia, siempre, a la hora de irnos, lloraba de una manera tan profunda y estruendosa que podría despertar a la misma Margarita del Santísimo Sacramento, porque al parecer quería quedarme más tiempo en la casa de Dios; también las amigas de mi abuela, unas señoras muy devotas, se sorprendían al ver mi fascinación por la oración a mis cortos tres años.

Recuerdo a la señora Tránsito, vivía a unas pocas cuadras de la casa de mi abuela y, en la parte de atrás de su vivienda, tenía una pequeña habitación convertida en una especie de capilla o santuario, donde tengo recuerdos de estar arrodillado rezándole a Dios. No me pregunten en qué estaba pensando un niño de esa edad en aquel momento, arrodillado en una base de madera y mirando fijo a una imagen dolida y crucificada del mesías, un profeta al que con todo mi ser consideraba el hijo legítimo de Dios.

En mi bautizo, a mis tres meses, cuenta mi mamá que cuando el padre abrió la pila bautismal y en nombre de Dios derramó el agua bendita sobre mi cabeza, me quedé observando fijamente al cura, luego le extendí mi pequeña mano y le sujeté un dedo, y el cura quedó fascinado con un niño tan obediente en la ceremonia. Sin embargo, al pasar los años, esto cambiaría, y es que me vería inmerso en una sociedad en la cual las elecciones que tomaría para mi vida no serían del todo bien vistas, y cuando hablo de sociedad, me refiero de puertas para afuera, porque tuve la fortuna, o mejor, fui bendecido con una serie de personas a mi alrededor –que, modestia a un lado, no son poquitas–, entre familia, amigos, primos y hermanos, que han estado para ser mi apoyo paso a paso y, a su vez, por las personas que están leyendo este libro y se sienten identificadas con estas palabras. Porque cuando como individuos cambiamos nuestra forma de ver el mundo, de manera inevitable, todo nuestro entorno se comienza a transformar.

La Virgen María de cerámica que desentonaba con el pesebre de plástico, pero que en mi lógica infantil tenía, de cierta manera, más valor porque era la única pieza diferente en mi colección celestial, se perdió en mi primer día camino al jardín de niños, y de igual modo me iba a ver yo mismo perdido muchos años por ser la pieza diferente del pesebre.

Esta introducción no tiene más razones que compartirles cómo, desde muy niño, me fueron abiertas las puertas a la espiritualidad, y ustedes dirán: «ser religioso no significa ser espiritual», y estoy de acuerdo; sin embargo, fue el primer camino que mis anteojeras me permitieron ver e interpretar para acercarme a Dios, eso cuando aún desconocía que el condenado vivía en mí.

EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO

Como muchos de mi generación, e inclusive algunos antecitos de nosotros, crecí en uno de esos tan nombrados hogares disfuncionales; éramos, más o menos, mamá, abuela y yo. Mamá, como tantas mujeres en el mundo, una mujer –como decimos en Colombia– verraca, soñadora, una de esas mamás por las que se recibe el cumplido «yo quisiera una mamá como la tuya».

Al igual que toda mamá que vela por su hijo sin el apoyo de un marido, la mía no podía estar todo el tiempo conmigo porque tenía que responder con el hogar, así que la abuela cuidaba de mí, me recogía del colegio y me cumplía más o menos cualquier capricho, antojo o deseo; y como a los niños de mi generación era fácil mantenerlos felices con un Kínder Sorpresa, con el muñeco que venía adentro, yo ya tenía toda una tarde de entretención –no era necesaria la última Xbox ni mucho menos.

Por otro lado, papá es a quien le debo mucha de mi habilidad para crear; el hombre es un creativo innato. Nunca viví con él. Aún tengo curiosidad de saber cómo hubiera sido mi niñez si él hubiera estado más presente, ¡supongo que nunca lo sabremos! Así como en la historia de Jesús, el arcángel Gabriel fue a visitar a María para contarle las buenas nuevas del milagro de la vida en su vientre, y milagrosamente se engendraron todos esos dones en el niño que estaba por nacer, supongo que mi papá estaba destinado a engendrar sus dones para que yo fuera lo que soy hoy.

Así como es inexplicable la manera en que se manifestaron el arcángel Gabriel y el Espíritu Santo, les cuento que mi mamá es una mujer que le tiene miedo a la inseguridad, a las lagartijas y a los roedores, y, en general, a una listilla de cosas. Siempre vive algo prevenida con el mundo, sin embargo, cuenta que cuando me tuvo en su vientre le sucedió algo muy particular: dejó de sentir miedo por absolutamente todo y se convirtió en una temeraria; podía salir a la madrugada a caminar por las desoladas calles, sin temer a nada, incluso me confesó que hasta el miedo a la muerte lo perdió. Era como si la vida que llevaba dentro la hiciera traspasar esas barreras irreales que tenemos sobre lo que es la vida y la muerte.

Y entonces aquí vamos a entrar en un tema que siempre genera debate y controversia: ¿Qué significa papá y mamá? Ellos lo significan todo porque son la fuente creadora de donde provenimos, nadie que haya pisado esta Tierra está exento de venir como el resultado de una gran fuerza creadora que necesita de una mujer y de un hombre, claro que ahora existen excepciones como los bebés in vitro, pero, aun así, ellos necesitan de los mismos componentes para ser creados. Como prometí que este libro no solo iba a ser historia sino también enseñanza, quisiera saltar del catolicismo directo al taoísmo, uno de esos fabulosos caminos de interpretación para llegar a ese tan anhelado Dios, que es la finalidad de muchos y muchas, y la finalidad de este libro.

El taoísmo es una corriente religiosa nacida en China, y que estoy seguro muchos reconocerán por el famoso yin y yang, pero ¿qué significa en realidad este símbolo?; representa el equilibrio del universo, de la creación, ese equilibrio del que les hablaba al referirme a la órbita planetaria y, aún más interesante que eso, simboliza esta idea en la que dentro de ese algo vive continuamente una parte siempre opuesta. Por esto el símbolo nos muestra una energía negra y una blanca, girando como al son de un vals, y dentro de ellas vemos una parte de su opuesto existiendo entre sí; esta energía representa todo lo que nos rodea; lo quise exponer en este párrafo porque resume a la perfección lo que es el hombre y la mujer, el equilibrio que representan para sí mismos y el cómo coexistimos uno gracias al otro. Y me imagino que se deben estar preguntando por qué hablo de forma tan directa de la conexión del hombre y la mujer cuando parte de la temática a tratar es la interpretación de la homosexualidad en el camino a Dios; bueno, pues es importante aclarar que la orientación sexual no nos exime de esta dinámica universal, es por esto que, independientemente de que decidamos compartir nuestra vida en pareja con alguien de nuestro mismo sexo o no, tenemos la necesidad de convivir y compartir con el sexo opuesto, en forma de una mejor amiga, de una madre –como la mía que hace el rol de amiga y madre al mismo tiempo–, de una hermana, una prima, o viceversa para el caso de la mujer. Ese balance universal no solo se da en las relaciones de pareja, y la energía y equilibrio que nos aporta esta correlación es indispensable para nuestro desarrollo espiritual, es tan poderosa esta energía que a través de ella tenemos la posibilidad de crear vida.

¿Entonces qué pasa cuando venimos de estos tan nombrados hogares disfuncionales? Usar la palabra «disfuncional» en realidad me molesta, pero la mejor manera de abarcar estos temas es refiriéndose a ellos como se refieren en la sociedad, que al fin y al cabo es la pecera en la que nos movemos a diario. Como dije antes, esta energía de equilibro no solo se encuentra en las relaciones de pareja, y aunque podamos echar carreta de cómo debería ser un mundo utópico, tenemos que ser realistas, vivimos en un mundo de constantes cambios, donde a diario están pasando cosas magníficas, pero también se vive desigualdad, dolor, hambre y muchas cosas más.

El amor es algo que desglosaremos durante todo este libro, pero quiero dejar muy claro que es la llave que abre la puerta a Dios –porque donde hay amor está Él– y en cualquier hogar, sin importar quiénes lo conformen, si hay amor, estará siempre bendecido y será próspero. Aunque el núcleo del hogar esté liderado por una corriente femenina o masculina, siempre tendremos personas magníficas a nuestro alrededor que le enseñen a los niños cómo transmutar y aprovechar la energía que les ofrecen ambas corrientes. En mi caso, aunque mi núcleo familiar fueran mi mamá y mi abuela, tuve de igual forma a mi papá, a mis tíos, que me estaban aportando esta energía de la que hablo a través de su compañía y sabiduría.

Después de esta introspección en mi pasado, algunos deben estar pensando lo que muchos suelen decir: que tiene lógica que me gusten los hombres si fui criado por mujeres y tuve una ausencia del rol paterno en mi vida. Sin embargo, aunque llegué a considerarlo, después de esa breve introducción en las creencias del tao, a estas alturas de mi vida no doy nada por sentado; así que dediqué un buen momento a hacer una regresión sobre cómo fueron mis primeros años de vida, esos recuerdos vinieron plagados de sensaciones que podría describir como un lienzo en blanco porque, cuando pienso en mis primeros años con respecto a mi orientación sexual, nunca sentí que tuviera estereotipos que seguir. Recuerdo haber experimentado desde temprana edad, como creo que muchos lo han hecho, así lo callen o intenten no recordarlo por pudor o por vergüenza, haberse dado uno que otro pico con un niño, sin embargo, no existía malicia, era probable que existiera un deseo, el deseo de descubrir quiénes éramos en realidad, pero no con la intención de lastimar a nadie o de ir en contra de algo, al contrario, con la intención de probar y experimentar.

El primer recuerdo que tengo de haberme sentido atraído por otro hombre viene más o menos del kínder, cuando un día, al lado de la sala de coordinación donde los papás tenían que entrar para recoger a los niños, sentado junto a una ventana, me quedé observando a uno de mis compañeros de salón, él era rubio de cabello lacio y de ojos claros. Estaba lloviendo como de costumbre y sus papás llegaron a recogerlo; para protegerlo del frío le llevaron un gabán de cuero café y, mientras se lo ponían, yo lo miraba y me decía: qué bonitos ojos tiene ese niño y qué bonito cabello, además, le sienta muy bien esa chaqueta. Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que me sentí atraído en ese momento hacia él, pero lejos de pensar en catalogar esa sensación como buena o mala, solo la dejé pasar, al fin y al cabo, ¿qué niño de cinco años pretende entrometerse en líos de amor? No me respondan.

Los siguientes años se vieron truncados por amores platónicos por niñas a las que ni siquiera era capaz de acercármeles, me conformaba con mandarles una carta diciéndoles lo mucho que me gustaban y una chocolatina, para salir corriendo despavorido en el recreo si alguna se me acercaba a hablarme. Por otro lado, mi relación con Dios iba trastabillando. Valga aclarar, solo la relación de mí hacia Él, porque curiosamente Él conmigo fue más que firme en esos años, como un buen maestro, desde muy cerca me observaba mientras caía una y otra vez orbitando a las personas equivocadas. Él sonreía sabiendo que aquella situación era necesaria, ya que me iba a dejar muchas enseñanzas y un carácter definido. Al fin y al cabo, en eso consiste la experiencia de estar aquí, ¿no?; claro que esto era algo que entendería mucho después, porque no se puede pretender pasar de un punto a otro sin trascurrir el camino que hay en medio.

Pero esperen ahí, hablando de la energía paterna, en mi vida llegó un maestro, uno que venía a equilibrarme las energías como lo expliqué párrafos atrás; uno que venía para quedarse durante toda mi pubertad y adolescencia, uno que me iba a sacar de quicio y en el que a su vez iba a encontrar apoyo y oportunidad de reflexión; y como ya se habrán dado cuenta, esta historia va por el mismo hilo que la de Jesús, pues también les tengo un José, que además se llama José, y no es mi papá (que se llama José Esteban), sino otro José, el que años más tarde sería cómplice del regalo más grande del universo: mi hermano Juan Andrés.

Al fin y al cabo, en eso consiste la experiencia de estar aquí, ¿no?; claro que esto era algo que entendería mucho después, porque no se puede pretender pasar de un punto a otro sin trascurrir el camino que hay en medio.

Como la energía es inquieta y ningún planeta se hubiera creado sin la colisión de las estrellas, José llegó a la vida de mi mamá y a la mía como una de esas estrellas fugaces que van de pasada, pero luego se sienten atraídas por la misma gravedad y resultan estrellándose de narices con el suelo. Mi mamá decidiría formar un nuevo núcleo familiar y por primera vez parecía, entonces, que me volvían a poner en el ruedo de las familias biparentales. Tenía ahora bajo el mismo techo una mamá y un padrastro –nunca me ha gustado usar esa palabra, pero si algo me han dejado claro mis años estudiando la energía, es que papá siempre será papá y mamá siempre será mamá; claro que es entendible que si alguien te cría y te da amor, debería ser considerado papá, sin embargo, la información que se lleva en la sangre es incorruptible y si quieres recibir más bendiciones en tu vida, tienes que empezar por aceptar y honrar de dónde vienes para tener claro hacia dónde vas. José llegaría a mi vida para ponerme esa tan afamada ‘mano firme’ que representa al patriarcado en un hogar; sin embargo, viniendo los dos de la casa de piscis –un signo que muchas veces se deja llevar por las emociones, un tanto volátiles, pero siempre sinceros y fieles a nuestras convicciones–, era de esperarse que nuestro parecido energético resultara una bomba de tiempo.

Siempre me he considerado una persona un tanto melancólica y, por lo tanto, a veces tiendo a ser dramático, aunque la verdad creo que soy más uno de esos románticos tallados a la antigua. Me gusta hacer de todo un ritual, un proceso, me gusta enmarcar muy bien los comienzos y los finales, no puedo dejar pasar desapercibidas las situaciones en mi vida, tengo que ponerles la cereza que remate el pastel; por ello, cuando mi mamá y José decidieron que nos iríamos un tiempo para Costa Rica, no desaproveché la oportunidad para mandarle a mi papá una carta muy sencilla, hecha en computador, nada muy elaborado; decía algo más o menos así:

Esta carta la dejé en la casa de mi abuela materna –donde sabía que él iría a buscarme– y me fui; me fui con la esperanza de despertar en él algo más de interés por nuestra relación y bueno, así fue, de cierta manera. ¿Por qué les cuento esto?, porque en mi experiencia en este mundo, me he encontrado con que el noventa por ciento de las personas que he conocido en el transcurso de mi vida: amigos, compañeros de curso o colegas, tienen problemas para construir una estrecha conexión con sus papás, y esto me empezó a generar cierta intriga y curiosidad. Más allá de mi propia experiencia, en la que ya se me había hecho normal que este tipo de relación no fuera precisamente la más estrecha, me puse a pensar ¿cuál es el factor en común?, y como a Dios siempre lo han representado con la figura de padre prodigio, de HOMBRE, esto empezó a generarme un impedimento para acercarme a Él.

Como lo que se me hacía común era que de alguna manera mi padre faltara a su palabra y me dejara plantado, además de ver cómo los papás de mis amigos solían hacerlos pensar –con la frialdad que en nuestra sociedad occidental caracteriza a un ‘macho’– que, aunque respondían por ellos, no les entregaban el cariño que mamá entregaba; entonces allí comencé a cuestionarme qué tanta devoción podría entregarle a Dios sin que me defraudara y me dejara con un vacío como el que mi papá me dejaba. Sin embargo, le di varias oportunidades para tomarme de la mano y guiarme por el camino correcto