Doña Modesta Pizarro - Alberto Ghiraldo - E-Book

Doña Modesta Pizarro E-Book

Alberto Ghiraldo

0,0

Beschreibung

«Doña Modesta Pizarro» (1916) es una obra de teatro de Alberto Ghiraldo en tres actos. Se trata de una comedia escrita en verso. Doña Modesta Pizarro, una ingenua mujer, está a punto de prestarle cinco mil pesos al comandante Albornoz, quien sirvió a las órdenes del coronel Pizarro. Sin embargo, Pablo Romero, el sobrino de Modesta, no está dispuesto a permitirlo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 74

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Alberto Ghiraldo

Doña Modesta Pizarro

COMEDIA EN TRES ACTOS

Estrenada en el Teatro Victoria de esta Capital, en el año 1916, por la Compañía Alberto Ghiraldo

Saga

Doña Modesta Pizarro

 

Copyright © 1916, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726681185

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

Doña Modesta Pizarro Julia Jovita Cristián El comandante Albornoz Pablo Romero El asistente Felipe Doña Clara Enriqueta Lucas Ortiz Rafael Arciniegas Arturo Gutiérrez Raquel (vieja sirviente) Tula (indiecita) Un chico Francisco Recaredo

ACTO PRIMERO

Comedor antiguo y señorial en casa de doña Modesta Pizarro. Primeras horas de la mañana. Al levantarse el telón aparecen doña Modesta, haciendo arreglos en los muebles y Pablo Romero, sentado en un antiguo sillón.

 

Doña Modesta y Pablo Romero

 

ROMERO.—Insisto tía en que a usted le conviene colocar su dinero en casas. Haga usted lo que yo y no le pesará. Ya sabe usted que yo he logrado reunir así una renta de seis mil pesos mensuales. La propiedad raíz tiene valor siempre. Usted sanea su capital y asegura un interés respetable. Si usted quiere podría yo correr con el trámite.

Da. MODESTA.—No hay inconveniente. Pero es el caso que por el momento necesito disponer del dinero para asuntos urgentes. Debo también facilitar algunos préstamos.

ROMERO.—¿Con qué interés?

Da. MODESTA.—¿Interés? ¡Yo! Préstamos de amistad. Sin otro interés que el de servir a personas apuradas.

ROMERO.—¿Y con qué garantías?

Da. MODESTA.—Sin garantías. Te repito que no son asuntos de negocio, sino compromisos de amistad.

ROMERO.—¡Qué error tía, qué error! Créame que ese procedimiento es inaceptable. Siguiéndolo se quedará usted sin su capital. Lo perderá usted. Lo perderá. Se quedará usted en la calle.

Da. MODESTA.—¡Pero hombre! Ni que viviera uno entre salvajes. Se trata de gente honrada que pasa actualmente por momentos difíciles. Iguales a los que todos hemos pasado. Yo también he pedido dinero cuando lo he necesitado y lo he devuelto.

ROMERO.—Es distinto.

Da. MODESTA.—¿Por qué?

ROMERO.—Porque usted ha tenido siempre con qué responder a sus compromisos, guardadas sus espaldas, como se dice vulgarmente.

Da. MODESTA.—Lo que ha constituído una felicidad para mí y para los míos.

ROMERO.—No digo que no, pero así ha sido. (Pausa). ¿Y ellos? ¿Quiénes son los agraciados? ¿Es indiscreción preguntarlo?

Da. MODESTA.—Es, Pablo.

ROMERO.—De todas maneras insisto en que esa generosidad es perjudicial. Ya lo verá usted. (Paseándose). Nada, nada. Comprar casas. Hacer lo que yo. Ya sabe usted el resultado: seis mil pesos de renta mensuales. Mi padre me dejó dos mil hace apenas tres años. ¡He triplicado la renta, tía! Y hoy, ya me vé usted, vivo tranquilo, satisfecho. Sin otra tarea que la de administrar mis propiedades. Es verdad que esto dá su trabajito también porque, eso sí, hay que cuidarlo todo.

Da. MODESTA.—Así es que ahora trabajas. . .

ROMERO.—Me lo pregunta usted de un modo. . .

Da. MODESTA.—No es por ofenderte, pero se me ocurre que tu tarea es bastante cómoda.

ROMERO.—No crea usted, no crea usted. Todos los días, a las siete, en pie. Después el desayuno y a la calle. A vigilar, a vigilar. Hay gente muy mala, tía. Uno no puede descuidar sus cosas sin riesgo de que se las echen a perder.

Da. MODESTA.—¿Pero tú vigilas tus casas diariamente?

ROMERO.—Todos, todos los días. Por la mañana, a la tarde, de noche.

Da. MODESTA.—¡Pobres inquilinos!

ROMERO.—Diga usted: ¡pobres propietarios los que así no lo hagan!

Da. MODESTA.—¡Pero es posible eso! Y ellos, las familias que ocupan tus casas, ¿qué dirán? ¿qué pensarán?

ROMERO.—Yo soy el dueño y al que no le guste, ya sabe: A mudarse con viento fresco. ¡No faltaba más!

Da. MODESTA.—¿Sabes una cosa? No me gustaría a mí, ser inquilino de un propietario tan celoso.

ROMERO.—Creamé, creamé, tía. Se es así o no se es propietario.

Da. MODESTA.—¡Vamos hombre! Es de creer que exajeras un poco.

ROMERO.—No. no. Le digo tía que no. (Aparece Raquel).

 

Los mismos, Raquel

 

RAQUEL.—(A Pablo Romero). Buenos días, señor.

ROMERO.—Buenos, mujer.

RAQUEL.—(A Doña Modesta). ¿Cuántos kilos de carne se compran hoy, señora?

Da. MODESTA.—¿Cuántos comprastes ayer?

RAQUEL.—Cuatro y no alcanzaron.

Da. MODESTA.—Bueno, compra hoy cinco. . . seis. . . va, compra ocho y así sobrará. (Pablo la mira asombrado).

RAQUEL.—¿Y pan? Ayer fueron siete kilos.

Da. MODESTA.—Y tampoco alcanzaron. Compra hoy diez. (Crece el asombro de Pablo). Y lo demás en proporción. Ya sabes que hoy hay, hasta este momento, cuatro invitados más. Sin contar con los que llegarán sin aviso.

RAQUEL.—Voy al mercado entonces.

Da. MODESTA.—Vaya usted. (Sale Raquel).

ROMERO.—Pero dígame tía: ¿Va usted a dar de comer a algún regimiento?

Da. MODESTA.—¿Por qué me lo dices?

ROMERO.—Por la magnitud de las provisiones encargadas.

Da. MODESTA.—No. Tengo hoy algunos invitados más para el almuerzo. ¿No quieres tú contarte entre ellos?

ROMERO.—Gracias tía: Ya sabe usted que yo tengo mi régimen alimenticio y que nunca como fuera de casa.

Da. MODESTA.—¡Pero hombre! Dime cuál es tu régimen y te haré preparar lo que desees.

ROMERO.—Sopa abundante, churrasco abundante y frutas. . .

Da. MODESTA.—En la misma proporción. Entendido. Se te complacerá, sobrino. No tendrás de qué quejarte. De todo eso que tú necesitas hay aquí siempre. Bueno, ya está resuelto. Te quedas. Te quedas sí, y mientras yo me entiendo con Raquel en la cocina tú me haces el servicio de atender por si viene algún invitado madrugador. Daré órdenes para que los hagan pasar aquí. Ahí tienes diarios de hoy para entretenerte. (Le alcanza diarios).

ROMERO.—(Tomando los diarios). Precisamente quiero ver a cómo se han rematado ayer unas fincas cercanas a las mías.

Da. MODESTA.—Pues, aprovecha el tiempo. (Vase Doña Modesta. Pablo se pone a leer. Pausa).

 

Pablo Romero, El Comandante Albornoz, Tula

 

ALBORNOZ.—(Por el foro). Hola, muchacho! Por fin encuentro alguien en esta casa. Parece esto un cementerio. ¿Estás aquí en penitencia? ¿Decí?

ROMERO.—Pero comandante, ¿qué le pasa?

ALBORNOZ.—¿Qué querés que me pase? Que he entrado a esta casa haciendo más ruido que un malón de indios y como si nada.

ROMERO.—Campo conquistado, (Recalca). Comandante.

ALBORNOZ.—Che, ché, che, si lo decís con intención, mejor es que te vengás derecho, no más. No la voy con indirectas. Así es que hacé fuego de veras o apuntá pa otro lao.

ROMERO.—Ya sé que sería inutil siempre; usted está acorazado y las balas no le entrarían.

ALBORNOZ.—¿Sabés que me está pareciendo que vos te querés meter en lo que no se te debería importar?

ROMERO.—Cada uno sabe lo suyo, Comandante.

ALBORNOZ.—Ta bién. Pero, ¡qué diantre! es que aquí no hay nada tuyo, que yo sepa. Y ahora vas a hablar claro. ¡Ya me calenté también! ¿Qué tenés que decirme? ¿De qué querés acusarme? ¿Te debo algo yo?

ROMERO.—A mí no.

ALBORNOZ.—¿Y a quién entonces? (Pausa). ¡Ah, sí, ya caigo! ¡Vaya con Doña Modesta! Te dijo, no, lo del préstamo? Bueno y qué. Tengo derecho, ¿Sabés?

ROMERO.—Ella no me ha dicho nada.

ALBORNOZ.—Sí, hacéte el inocente aura. Tengo derecho, repito. Yo he sido diez años el compañero de armas del Coronel Pizarro. El ganó plata y yo no. Es decir, ganó o se la dieron; porque la plata aquí parece que siempre fué de ella. (Aparece Tula con el mate y una lata de galletitas Le ofrece a Pablo Romero y éste no acepta. El Comandante toma el mate y come galletitas glotonamente hasta vaciar la lata, guardando algunas en los bolsillos, a hurtadillas, mientras juega con la indiecita. A Pablo Romero). Como te decía, pues. Yo he sido diez años el compañero de armas del Coronel Pizarro y cuando éste estuvo emigrao en Montevideo, mi familia que entonces vivía allí, lo atendió, ¿sabés? Bueno, ahora me toca a mí. La suerte me ha aporreao y yo acudo a doña Modesta. Le he pedido sí, no tengo porqué ocultarlo. En suma, una bagatela. Cinco mil pesos. Que yo le pagaré cualquier día. En cuanto me regulen mi situación en la junta e guerra. Vos sabés, que yo pelié en Corrientes, en Cerro Corá, en las Tres Cruces, y, por fin, en Curupaití, donde me hirieron y me dejaron una pata más corta que la otra. Soy guerrero del Paraguay, ¡qué te has creído! Yo he servido al país siempre, soy un soldao de la patria y la patria tendrá al fin que pagarme mi pata rota. (A Tula). Dame otro con más azúcar, che. (Mutis de Tula).

ROMERO.—Y, entre tanto, que doña Modesta afloje el préstamo. . .

ALBORNOZ.—¡Claro, natural! Para eso he sido yo diez años compañero del Coronel. (Pausa). Pero y vos ¿qué tenés de meterte en estos asuntos? ¿Qué te va ni qué te viene en ellos?