Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
«Gesta» (1899) es una recopilación de relatos y otros textos de Alberto Ghiraldo, entre los que se encuentran «De los sueños», «De la voluntad», «De la traición», «Del champagne», «De la vida», «Del delito», «Del suburbio», «Del recuerdo», «Del carnaval», «De la angustia», «De la histeria» o «Del castigo».
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 105
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Alberto Ghiraldo
(Con ilustraciones de José Leon Pagano)
Saga
Gesta
Copyright © 1899, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681260
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Todos los días, à la hora en que el sol pone cara amable, enviándonos sus rayos como efluvios ténues de luz reconfortante, Julio,mi más reciente amigo, se entretiene en contarme, con palabra elocuente y fuertemente expresiva, los sueños que han perturbado su cerebro durante la noche anterior.
Como Julio tiene una cabeza que califica de a'ocada la casi totalidad de los que le conocen, sucede que, casi siempre, estos sueños toman forma de verdaderas pesadillas, absolutamente monstruosas, al par que sin significación, para esa mayoria, aunque estén llenos de interés para todos los que como yo tienen por dichas cabezas un profundísimo respeto.
Al encontrarnos ayer, y después del franco saludo habitual, cordial y sincero, Julio, sin darme tiempo para interrogarlo sobre ningún asunto de actualidad, como por distraerlo suelo hacer, comenzó su relato,—que me propuse escuchar con gran atención,—de la siguiente manera:
Soñé anoche que era yo el muerto detrás del cual iba la pequeña hilera de carruajes ocupados por los que no podían faltar en la ceremonia del entierro.
Y mientras la carroza negra de los difuntos marchaba á saltos por la ámplia y desigual avenida que conduce al más triste é inmenso de los cementerios, yo evocaba, con claridad y precisión, todos los detalles de la agonía.
La penumbra misteriosa del cuarto, donde estaban haciendo círculo, la madre reprimiendo el sollozo que ahoga; el hermano, columna altiva y fuerte del hogar, simulando una serenidad de circunstancias; y la compañera asídua del pobre enfermo, — esa flor pura, única, vaso esquisito, alma gemela, que marchaba en la vida á su lado, siguiendo sus inspiraciones, como una luz á otra luz,— trémula, pero sin demostrar, exteriormente, los acongojamientos íntimos de su ser, descentralizado por la primera conmoción. A un lado, deliberando casi en secreto, los tres médicos llamados en la hora suprema, como recurso extremo, para que, juntos, entablaran la batalla decisiva con el terrible é inevitable enemigo; y allà, en frente, en el rincón de la izquierda, sentada en la silla más cómoda de la casa, la grande y noble y vieja abuela, llorando á lágrima viva, apesar de suś ímpetus y de sus energías que, á veces, la transfiguraban.
Por la puerta entreabierta aparecía una figura grotesca: era la buena mujer que hacía de mandadero y que, á cada rato, salía y entraba cargada de cajas y frascos de remedios, horribles brebajes que amargaban. más aún, los últimos instantes del moribundo.
Al hablar en tercera persona Julio daba mayor fuerza de expresión á su relato y su rostro, de líneas pronunciadas, adquiría un relieve tal que llegaba á dar la nota exclusiva de la verdad.
Despues de una pausa y sin que yo lo interrumpiera, posesionado por completo, continuó asi:
El ambiente de la habitación donde expiraba era glacial. Quise incorporarme en el lecho y mi madre se acercó rápidamente.
¡Ay! qué frío.... exclamé, sintiendo una emoción que me corrió por toda la espalda, hasta la nuca, golpeándome en la cabeza. Ella me abrigó y me dió un beso en la frente. Sus lábios debieron helarse…..
En seguida salió apresurada. Yo la miré irse como si ya no fuera á volver nunca. Mi hermano la siguió hasta el comedor vecino y allí hablaron en voz baja,—muy baja,—como para que yo no pudiera oirles.
Entre tanto la vieja abuela lloraba en el rincon. Sus lágrimas no tenían fin.
Como obedeciendo á un mismo impulso, sin dirigirse una palabra, ni expresar un deseo con un signo siquiera, dos de los médicos, entreabriendo la puerta que daba al patio, dirigiéronse al jardín, de donde llegaba penetrante olor de violetas y alucemas. El tercero se acercó à mi lecho para darme una inyección. Cuando dió término á su tarea le agradecí con una mirada larga pero débil.
Entonces la compañera asídua del pobre enfermo se acercó á la cama y con su palabra de jóven, sonora y fresca, algo temblorosa pero sobreponiéndose á su dolor, como si supiera que así agradaría más, habló:
Hermano, dijo: tú has sido mi luz, mi guía. Tú has sido un bueno. Tú has tenido el impulso bravío de los fuertes espíritus. Has sido un rebelde por que eres un hombre superior. No has transigido con el medio; has apostrofado á los farsantes con los acentos soberbios de tu frase y, al arrancarles la máscara, has dejado sobre sus rostros de comediantes la marca de fuego, que quema siempre; tú has sido un noble; tú no tienes en la frente la arruga de los malvados sino la de los pensadores; tú eres, para mí, la encarnación de la verdad en la tierra, yo te bendigo, porque tu inteligencia es el faro que marca el rumbo de la mía; tú vivirás en mí, yo llevo en mi cerebro los reflejos del tuyo y en mi corazón las bondades de tu corazón; tus virtudes son excelsas.
Y me besó en la frente, como mi madre.
Quise hablar y no me fué posible; estaba, en realidad, conmovido. Balbuceando pude, apenas, preguntarle ¿y ella? ¿adónde á ido?
Escucha, me dijo: ella tiene sus ideas fijas, falsas pero arraigadas; ¡qué hemos de hacerle! tú ya lo sabes. Bueno, ella quiere…..
— Ah, sí! ya lo sé; tonto de mi! Pero....
— No te irrites, ten calma; te lo pido. De todas maneras ¡qué importa! mirándolo bien. ¿Te dará él lo que tú no tengas? Te quitará él, lo que sea tuyo?
— El!
— El!
Y entonces un hombre, todo vestido de negro, con un libro y un hilo de cuentas en la diestra, penetró en la habitación.
Hijo. Te hablo de la vida eterna, del más allá perdurable donde las almas pueden encontrar la bienaventuranza muriendo en gracia de perdon.
Verbo Divino. Hijo Unigénito de Dios que, no contento con haberte hecho hombre para salvar á los hombres, quisiste hacerte su espiritual alimento instituyendo el sacramento augusto de la eucaristia, yo en él te adoro y creo presente con la misma magestad y grandeza que estás á la diestra de tu Eterno Padre, y, considerando que para mayor realce de esta fineza te vas á comunicar como divino viático al enfermo, te doy las más sentidas gracias por este beneficio que vas á hacerle: concédele el don de la perseverancia en tu servicio y amor y tambien la vida temporal, mediante la santa unción que va recibir, si con ella ha de hacer obras dignas de la vida eterna. Así sea.
Era el sacerdote quien hablaba. Su voz, algo débil y casi sin modulaciones, no podía escucharse con mucha claridad.
Yo, el enfermo, tenía los ojos cerrados. Oía perfectamente. Rodeando el lecho estaban todos los míos.
De pronto alzé los párpados y volví la cabeza hacia el lado donde estaba el sacerdote. Hice un ademán y un gesto. El moribundo iba á hablar.
— Padre...
La atención se condensó en un silencio de sepulcro. Todos los oídos estaban alertas; las miradas eran ansiosas.
— Hijo...
— Padre.... volvi á repetir con voz desfalleciente.
— Te escucho, contestó aquèl, ¿es una confesión? habla; y acercó su rostro al mío.
Reasumiendo todas las fuerzas que quedaban en aquel mísero cuerpo clau dicante, con el últi:no hilo de voz yó, el moribundo, dije por fin: padre, no creo en Dios... y doblé la cabeza.... y quedé rígido.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .
Entonces... te despertaste, exclamó casi angustiado por las palabras de mi amigo.
Nó, agregó Julio. Hay otros detalles que no tengo ahora presentes. Estos son los preparativos del entierro.
Recuerdo, sí, el viaje evocador hasta la Necrópolis, en el cajón estrecho, la llegada y el descenso ante la gran puerta de hierro.
Hizo una pequeña pausa y luego continuó:
Despues la concurrencia acudió presurosa á apoderarse del cadáver y cuando el cortejo avanzaba por el estrecho callejón, circundado de bóvedas, yo sentí las fruiciones nerviosas con que el más amigo de mis amigos apretaba las agarraderas de mi féretro.
Yo había quedado suspenso de las frases de Julio. Cuando me hube serenado le dije: Supongo que tú no pensarás morir así, ¿verdad?
¡Pero hombre! — exclamó al ver la impresión que había conseguido obtener su relato, —si este es un sueño no más; y un sueño mío... y despues de todo, tú ya sabes: yo soy....unalocado...
Aquella noche, despues que su novio,—el rico y fastuoso negociante en coches, — se hubo despedido con la habitual reverencia glacial y exacta de siempre, Lidia había quedado pensativa, junto á la mesa del comedor, frente á la estufa, donde ardía, chisporrote ando y estallante, el generoso coke.
¿Qué pensamiento de melancolía podía preocupar á esa cabecita rubia, alegre y risueña á toda hora, y que, á guisa de bibelot, parecía solo hecha para servir de adorno en lujosa sala ó en la mesa de trabajo de caprichoso artista?
Y bien se conocía que lo que trabajaba en aquel cerebro era una idea triste. Como abismada en un recuerdo.—recuerdo de dichas muertas, — la mirada permanecía fija. El gesto de la boca, deformado por la presión de la cara al apoyarse en la mano sostenida por el respaldar de la silla, era doloroso, y se diría que una pena honda había asaltado aquel espíritu, haciéndolo reflexionar por la primera vez.
¡Oh poder del recuerdo!!Oh tirano! ¡Cómo invades, posesionándote y dominando, todo el ser! Así has llegado en esta ocasión también, avasallador, único, absoluto, autócrata, á sacudir un corazón que dormía...
* * *
Sin embargo, se décía monologando en silencio, el culpable ha sido él. Es un impetuoso y un loco. Nunca me hizo caso. Decía que pensaba por mí; y no supo darse cuenta de que yo no era una voluntad. ¡Y que antes que la suya estaba la de mi madre! Por allí debió empezar. Y no lo hizo. Y un día ella, mi madre, me impuso el olvido. Y ese día yo tuve para él una frase de debilidad en mi cariño. Y él, que era el impulso en la acción, echó el ídolo á tierra, lo arrojó del ara de un golpe y se paró, altanero, á contemplar la obra. En seguida huyó.
Y ha sido mi pasión y es mi cariño.
Y así caeré en brazos de otro cayendo en los suyos. Porque estoy saturada de él, vivo de él, soy de èl. Pero yo no soy una voluntad. Y antes que la de él está la de mi madre ¡y ella es la que me impone marido!...
Y la hermosa cabecita rubia se doblegó sobre el cuello, quedando largo tiempo recostada, como en actitud suplicante...
__________
Never more....
No dejes de venir hoy. Ya sabes que te espero á comer. Tienes un tren de regreso á las cinco. Puedes, muy bien, estar á las siete en tu casa.
— No faltaré, Luisa. Ya sabes que nunca lo hago. Ahora déjame, tengo, apenas, veinte minutos para llegar á la estación, y el asunto que me obliga á realizar este viaje es importante, como te consta. Adios.
— Hasta luego.
Y un beso sonoro y rápido corta el diálogo.
Segundos después se oye un portazo, un chasquido de látigo; y el coche que lleva á Antonio Aubert hasta la estación del Norte rueda, serena y velozmente, sobre el pavimento de madera.
* * *