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Octubre puede tener días fríos y grises, que no parecen de primavera. En el atardecer de un día así, me senté a tomar un café caliente en un bar y empecé a escribir. Acababa de recibir el diagnóstico. Tenía cáncer de mama y me operarían en 10 días.A partir de ese momento, se desató una tormenta en mi cuerpo y en mi alma. Sentí angustia, dolor, impotencia, bronca, desamparo. Me enfrenté cara a cara con el miedo más atroz, ése que nos invade cuando nuestra vida está en riesgo. Me desalenté, dudé muchas veces de mis propias fuerzas para resistir, me caí, volví a levantarme. Hubo también momentos entrañables, en los que la vida me sorprendió, llevándome en andas y regalándome sus abrazos más cálidos. Pude atravesar la tormenta… y salir. Este libro es la crónica de esa travesía, con sus luces y sus sombras. Es mi testimonio personal. Lo quiero compartir con las mujeres que pasaron o están pasando por una situación similar y con aquellas que como yo hacía (y sigo haciendo) se sientan cada año en una sala de espera para el control mamario, esperando escuchar dos palabras: "todo bien". A todas nos une nuestra identidad femenina, todas tenemos un saquito (fucsia o de otro color) para abrigar el alma cuando algo no está bien. Todas, cada una a su manera, damos el mundo por una palabra: "vivir" ¡Y vale!
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Seitenzahl: 297
Veröffentlichungsjahr: 2019
Apellido autor, Nombre
Título obra.-XXa ed. - Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.
XXX p. ; 20x14 cm.
ISBN XXX-XXX-XXXX-XX-X
1. Temática xxx . 2. Xxx. I. Título.
XXX XXXX
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Ilustraciones de tapa y contratapa: Dolores Avendaño
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
En dos palabras…
Un día cualquiera vas a hacerte un control mamario, uno más.
Las caras de la sala de espera son siempre distintas. Sin embargo, cada mirada te resulta familiar, porque en un juego de espejos refleja la tuya.
De pronto te llaman, y avanzás por un pasillo pensando solo en dos palabras: “todo bien”.
Cuando te dicen que algo no está bien, se desata una tormenta en tu cuerpo y en tu alma.
En los días largos que vienen después, confiás en la posibilidad de que el resultado sea “biopsia negativa”.
Si el diagnóstico te lleva a la operación, soñás con despertarte y que tu médico pronuncie dos palabras: “ganglio negativo”.
Mientras corre el tiempo—casi eterno— previo a los resultados de la biopsia definitiva, empezás a aceptar que la incertidumbre llegó para quedarsey esperás que el tratamiento se resuelva en dos palabras: “solo rayos”.
Si fuera necesaria la quimioterapia, sabés que serámás duro remontar la cuesta y aceptarás que a tu vida cotidiana se incorporen dos palabras:“pañuelo, peluca”.
Mientras todo esto pasa y TE pasa, recuperás el valor de cosas que antes te parecían obvias, esperando que tanto dolor no sea en vano.
Entonces, con la fuerza que no perdiste, con la que ignorabas que tenías ycon la que ganaste en el camino, das el mundo por una sola e inmensa palabra:VIVIR.
¡Y vale!
Mirando fotos de antes
Benditos sean los controles
Mamá murió días antes de cumplir 80 años sin saber qué era un Papanicolau y, por supuesto, tampoco una mamografía. Sé que suena extraño, pero así fueron las cosas.
Muchos años antes, después de una caída seria, un traumatólogo que la atendió en la guardia del sanatorio me dijo: “Bueno, afortunadamente no hay fractura de cadera. Lo que tengo que informarle no será una novedad para usted, ya lo habrán visto en la última densitometría: hay una osteoporosis importante”. “Ah, no lo sabía”, le contesté. “Lo que pasa, doctor, es que la última vez que mamá vio a un ginecólogo fue cuando dio a luz a ese señor canoso, que pisa los 50”, le dije señalando a mi hermano que estaba afuera del consultorio.
El médico se quedó tan sorprendido que cuando me retiraba me llamó aparte y me preguntó: “Usted se controla, ¿no?”. “Sí, claro, gracias”, le contesté sin entrar en detalles.
Más duro fue el médico de cabecera de mi madre. Después de una internación por neumonía a sus 70 años, antes de firmar el alta me llamó afuera de la habitación y me dijo: “Usted es la hija, tiene que insistirle, hay que hacer un control, al menos una mamografía”.
“Desde hace tiempo estamos insistiendo, doctor, el tema es que ella no acepta”, le contesté impotente. “Bueno, sepa entonces que, si su mamá mañana aparece con un cáncer de mama, yo le avisé… usted veráqué hace con su conciencia”.
Después de ese mensaje brutal y culpógeno, se fue caminando apurado por el pasillo antes de que yo pudiera reaccionar.
Cuando volví a la habitación mamá me preguntó: “¿Qué te dijo?”. “Que es conveniente que te hagas una mamografía, acá dejó la orden”. “A ver, alcanzámela por favor”. Y con una sonrisa especial la rompió al instante: “Ni loca me hago eso, menos a esta edad, ni loca. Cuanto más lejos tenga a los médicos mejor. Vos, que les hacés caso y te hacés estudios ya vas a ver… algún día te van a encontrar algo”.
A pesar de ser una mujer inteligente, sensible e informada, los controles médicos, especialmente los ginecológicos, siempre estuvieron fuera del foco de interés de mi madre. El miedo a enfermar era una de sus peores pesadillas; siempre lo supe, pero nunca pude hablar con ella del tema. Una de las cosas que descubrimos con dolor cuando perdemos a un ser querido son las palabras no dichas, las preguntas que inexorablemente no podrán ser respondidas.
La necesidad de crecer para diferenciarme y construir mi identidad, me llevóa rebelarme y confrontar con su modelo. Al ser “ambas” dos personas distintas, no había certeza de que la biología y la suerte me acompañaran como a ella.
Por eso comencé mi carrera de paciente ginecológica a los 19 años.
Desde ese momento fui muy ordenada y sistemática con los controles. Casi obsesiva, según han aseverado la mayoría de mis médicos y la mayoría de mis amigas.
Pasé los 50 exhibiendo un currículum más que aceptable: problemas menores de fácil y rápida resolución, ninguna dificultad para quedar embarazada, embarazo y parto excelentes, un año de placentera y sostenida lactancia, patología benigna en las mamas y premenopausia sin ningún tipo de molestias. ¿Se puede pedir más?
Cuando tenía 35 años, mi ginecólogo de entonces me indicó una mamografía. Le preguntépor qué en ese momento y no después de los 40. Me explicó que como no sabíamos si yo tenía o no factores hereditarios dado que mi madre no se controlaba, prefería tratarme como paciente de “riesgo presuntivo”. Tuve entonces mi bautismo de fuego y mi primera mamografía. Lamento haberla perdido, porque fue la única NORMAL. Una pieza de museo en mi “book” de placas.
Comenzó entonces una larga etapa de controles periódicos, más seguidos o espaciados, dependiendo de las circunstancias.
Quiero ser sincera: más de una vez en esos años, mi vida estuvo entre paréntesis, suspendida en el espacio oscuro de la duda y el miedo. Pero sin lugar a ninguna duda, si tuviera la posibilidad de volver atrás, recorrería exactamente el mismo camino.
La detección precoz del cáncer de mama marca una diferencia abismal en el tratamiento y la evolución posterior, doy fe.
La dupla MAMO-ECO es nuestra mejor aliada para hacer lo mejor que podemos hacer por nosotras mismas: cuidarnos.
Gracias a los benditos controles, yo estoy hoy aquí... recordando y compartiendo mi experiencia, viviendo para contarla.
Comparto algunas fotos de aquellos momentos que hoy me parecen lejanos.
Agosto de 1995
Me senté a tomar un café en el bar de la esquina delsanatorio y abrí el sobre de la segunda mamografía de mi vida.
“Mamas densas. Se detectan algunas microcalcificaciones aisladas, dispersas a través de amplio volumen mamario en ambas mamas, especialmente en mama izquierda; las mismas son de tipo homogéneo. Axilas sin particularidades”.
Dejé el café por la mitad y salí urgente a buscar un teléfono público para llamar a L., mi médico. Increíble pensarse ahora sin celular, ¿no? Más increíble parece el tema de los cospeles, pero así funcionaban (cuando lo hacían) los viejos teléfonos. Recién estaban llegando los primeros celulares, pero tuve el mío unos meses después de aquel día que cuento.
Logré pasar con éxito la barrera de la secretaria/guardiana de L. y me atendió. Le leí el informe y me tranquilicé cuando me dijo: “¡Ah, no es nada, solo muestra que ya te estás poniendo vieja…! ¡Vení a verme la semana que viene y no molestes!”.
Eso hice. Ya en su consultorio unos días después, me dijo que solo íbamos a controlar en dos años. Porque las “micro” eran pocas, estaban dispersas no tenían formas atípicas, etc. Yo, después de “solo controlar” no escuché nada más, no me parecía necesario. Por suerte no manejaba Internet en ese momento, asíque no pude “googlear” y me hospedé en el hotel del alivio por un tiempo.
Octubre de 1997
Día 1
Ritual del café y apertura de sobre. Esta vez la cosa parecía más complicada.
“Mamas densas. Se detectan microcalcificaciones esparcidas en amplio volumen de la mama izquierda; algunas tienden a acercarse. Se recomienda amplificación de mama izquierda. Solicito hablar sobre estas imágenes con el colega que indicó el estudio”. Firmado: Dr. R.
Busqué a L. en el sanatorio, por suerte era su día de atención.
“Tenemos que ampliar para ver mejor, solo eso. Si pensáramos que es algo malo, YA te estaríamos operando. No sé si soy claro”.
“¿Y el radiólogo R. que quiere hablar con vos?”.
“Después, cuando te den el nuevo resultado”.
L. había sido mi obstetra primero y mi ginecólogo después, durante 14 años. Confiaba en él y sabía que era (y es) un buen profesional. Un inteligente, simpático e ingenioso médico, ideal para acompañar cuando todo marcha sobre ruedas. Ahora bien, ser buen médico no garantiza tener empatía, reconocer al paciente como “otro”, ponerse en sus zapatos sin juzgar. Los comentarios del tipo: “no jodas”, “no te des manija”, “no molestes”, pueden tener la intención de despreocupar o aliviar la angustia. Sin embargo, al menos en mi caso, producen un efecto nefasto. Me suenan poco respetuosos y desconsiderados. Bastante tengo con la angustia que me provoca un síntoma o un estudio como para cargar también con una mirada crítica que me hace sentir “pesada”, “exagerada”, “dramática”, “panicosa”, etc. Mucho más si esa mirada viene del médico en quien confío.
Día 2
19 horas. La sala de espera de rayos vacía, yo era la última paciente.
Bajó la lupa del mamógrafo sobre mi mama izquierda con una presión insoportable “no se mueva”, hasta que escuché el liberador “respire, ya está”.
Cuando me estaba vistiendo sentí algo en mi pezón izquierdo; era un líquido sanguinolento y espeso.
No vi más nada, hasta despertar en una camilla, rodeada por la doctora y la técnica radióloga.
“Te desmayaste, bajó tu presión a 8/4, pero ya pasó. No te preocupes, se aprieta mucho la mama, por eso tuviste una secreción del pezón, es normal, nos olvidamos de avisarte antes. Te asustaste, eso es muy bueno. Se ve que querés estar bien y te vas a cuidar”.
Mientras me vestía dudé… ¿Cuán bueno sería que me angustiara así?
Día 7
Viernes lluvioso. Me habían entregado las placas con la amplificación. L. estaba de viaje y yo deambulaba con la bolsita de radiografías cargada de dudas y angustia. Una compañera de trabajo me sugirió el nombre de su ginecóloga y logré una consulta el mismo día.
Me recibió una mujer alta, delgada y elegante. Ya en la consulta, miró las placas a contraluz de un velador y me dijo:
“Bueno, ya empezó el problema. Esto, te anticipo, va a ser un dolor de cabeza permanente. Te sugiero algo: cortá por lo sano. Sacate todo y ponete dos buenas prótesis, como hice yo. Vas a tener menos complicaciones y más hombres, porque no nos engañemos… a los hombres les gustan las mujeres con tetas grandes”.
Hui espantada. Me aturdieron las bocinas mientras cruzaba la calle. No era para menos: avenida Las Heras en hora pico y yo cruzando con semáforo en rojo. Peligro y pánico.
Día 10
Consultorio del Dr. C., reconocido mastólogo.
Intento explicarle, contarle, decirle, pero C. corta amablemente esa posibilidad y me pide las placas. Comienza a observarlas detenidamente, una y otra, durante minutos que parecen siglos. Me pide los estudios anteriores y también los observa. Fue el rito de iniciación en esta prueba, que luego reviviría tantas veces: el médico concentrado y en silencio absoluto observa las imágenes. Yo siento un sudor helado en la frente, mi corazón golpetea frenético y mi cabeza gira como un trompo sin control en un espacio hueco y oscuro.
Finalmente C. habló y llegó el alivio:
“Estas microcalcificaciones ya estaban en el 95, por ahora esto es CONTROL. En 6 meses al principio y si todo se mantiene igual volveremos al control anual. No puedo biopsiarlas, porque son muchas y están expandidas. Nos vemos con los nuevos estudios en 6 meses”.
Salí a la calle buscando una iglesia cercana. Al entrar, me senté en un banco aspirando un perfume suave de incienso y observando los vitrales policromados que filtraban la luz del atardecer.
La voz cálida de una señora me despertó. “Señorita, perdone… ¿no va a rezar el rosario?
Miré el reloj confundida. Había dormido más de media hora sentada en el banco. El cuerpo me dolía como si me hubieran apaleado. “¡Esto ya estaba en el 95,entonces… gracias Dios!”, repetí varias veces para darme ánimo y confianza antes de volver a las calles de una caótica Buenos Aires, conmocionada por la visita del entonces presidente norteamericano Bill Clinton.
Febrero de 2001
Calor infernal y agobiante en la ciudad. Pero tenía que hacer los estudios, no había excusas. Había corrido dos meses la mamografía anual. Para mí, siempre puntual con los controles, era todo un exceso. Solo otra mujer y yo estábamos sentadas en la sala de espera refrigerada.
“Ya se puede retirar, señora”, le dijo la técnica radióloga a mi ocasional compañera.
“Ay, ay, ay… no sabe el regalito con el que se va a encontrar cuando venga a buscar el resultado”, le comentó inmediatamente la misma técnica a la recepcionista cuando la mujer se alejaba por el pasillo. Se acercaron una a la otra murmurando algo que no escuché, pero imaginé.
Me indigné. Pensé que tenía que decir algo.
Ya en el consultorio, me saqué el corpiño con rabia.
La técnica me pidió los estudios anteriores y comenzó a darme las indicaciones que conocía de memoria.
Antes de comenzar el estudio, la miré a los ojos y le dije:
“Yo entiendo que para ustedes es un caso más, y algo de todos los días. Pero tienen que tener más cuidado antes de hacer comentarios en voz alta. Yo escuché lo que dijiste de esa mujer que se fue. Fijate que puedo estar en la misma situación dentro de 10 minutos; ese es el miedo de todas cuando venimos a los controles. Tal vez seas muy joven para entenderlo. A lo mejor no te diste cuenta, pero quiero que sepas que podés hacer daño a quien está del otro lado, sentada en la sala de espera”.
No me contestó nada y se limitó a colocar mis mamas en las diferentes posiciones.
Aquí, allá, las axilas, el disparo del mamógrafo. “No respire, respire. Puede vestirse, pero por favor espere unos minutos aquí para ver si tengo que repetir alguna placa”, dijo antes de retirarse.
Al volver, me dijo:
“Le pido disculpas por lo que pasó en la sala de espera. Lo que ocurre es que no todas las mujeres se controlan como usted. Esa señora no se hacía una mamo desde hacía 5 años y ahora está muy comprometida. A nosotras nos afecta mucho cuando vemos un caso así. Lamentablemente lo vemos muy seguido. Esto es una excepción, pero como la vi muy preocupada a usted, le pregunté a la doctora sobre sus imágenes. Vaya tranquila, está todo bien. Disculpe de nuevo. El informe estará pasado mañana”.
Le agradecí y me fui tratando de respirar hondo. La sensación térmica en la ciudad alcanzaba en este momento los 38º, según informó el conductor del programa de la tarde cuando encendí la radio del auto.
¿Sería así? Yo temblaba como una hoja y el frío me duró un largo rato.
Abril de 2003
Día 1
Estoy con la Dra. P en el consultorio de ecografía mamaria. Solo la luz fría del equipo y el silencio de la doctora que pasa el transductor en una y otra dirección por ambas mamas, va, vuelve, se detiene. Es mi primera ecografía mamaria.
—Por favor, séquese el gel y vístase, quiero hablar con usted —me dijo la doctora.
Cuando estuvimos sentadas en una sala contigua, me explicó:
“—Como sé que va a leer el informe, quiero anticiparle algo. Hay una imagen, no parece ser maligna, pero es sospechosa, por lo tanto hay que hacer una punción, es decir una biopsia. Se trata de un BI-RADS 3, pero no podemos quedarnos con suposiciones, hay que investigar.
—¿Es un tumor? —le pregunté.
—Digamos que es una masa, un nódulo sólido. Y todo nódulo que tiene entre 1 y 99.9% de posibilidades de malignidad hoy se estudia con biopsia. No puedo decirle nada más por ahora.
—Pero… ¿esto no se vio en ninguna de las mamografías anteriores? —dije.
—No, suele verse en ecografía. Lo raro es que con mamas tan densas no le hayan indicado antes una ecografía; las microcalcificaciones están igual, sin cambios por suerte.
—¿Se siente como para irse? —me pregunta la doctora.
—No, pero tampoco me siento como para quedarme y entre las dos cosas prefiero irme. Gracias por su tiempo, doctora.
Una imagen. Un balde de agua helada. Un golpe seco en la cara.
Día 2
Consultorio de la Dra. D, la nueva ginecóloga que había consultado después de terminar abruptamente mi vínculo con el Dr. L.
Un paréntesis: ¿por qué decidí concluir una relación médico-paciente de casi 20 años? Resumiendo, el doctor en quien tanto confiaba quería hacerme una intervención en el cuello del útero. Como no me quedaban claras las razones, hice una Interconsulta. Cuando le conté a la médica que me había hablado de un “peeling”, una renovación para mi cuello uterino envejecido (yo tenía en ese momento cuarenta y pico), me miró extrañada y casi irritada. “Es la primera vez que escucho ese disparate. No hay ninguna razón para intervenir un cuello sano…lo bien que hacés en desconfiar y cuidarte de nosotros”, me dijo antes de despedirme. Yo había cancelado el turno para la supuesta intervención días antes. No tuve ganas de volver a hablar con L. Sentí que mi confianza en él se había quebrado y era el fin de una etapa. Nunca más llamé, tampoco me llamaron desde el consultorio al que concurrí durante 18 años.
Volvamos a la doctora D. Ella me indicó la primera ecografía mamaria “retándome” por no tener ecografías anteriores (nunca me las habían indicado, aclaro por las dudas).
Le conté lo que me había dicho la médica ecografista: BI-RADS 3 - biopsia- nódulo que puede ser benigno, pero igual hay que punzar. En ese momento se me quebró la voz y me largué a llorar.
“¿Qué pasa? ¡No te vas a poner así por esto! Vas a hacerle daño a tu familia, vas a preocupar a tu marido”,me interrumpió D.
Yo le pregunté entre desconcertada y molesta: “¿Qué tiene que ver mi marido?”.
“Lo vas a cansar con estos miedos. Después las mujeres nos quejamos porque los hombres nos dejan, pero también… ¡hay que aguantarnos! Ahora no pienses más, pintate, andá a la peluquería, comprate ropa y hacete la punción cuando haya turno. Acá está la orden”.
No le contesté nada y me fui. Fue debut y despedida con la doctora D. Ser mujer no garantiza tener la capacidad para comprender empáticamente a otra mujer. Profesionales, instruidas y aparentemente “superadas”, las mujeres llevamos la marca ancestral de los supuestos machistas de nuestra cultura, que priorizan el cuidado y el bienestar de otros (sobre todo de “los” hombres o de “nuestro” hombre) por sobre nuestro propio cuidado. Así nos socializamos y construimos muchas de nuestras actitudes y creencias.
Día 4
Consulta con el Dr. R, reconocido y muy recomendado mastólogo.
Me escucha atentamente y aclara:
“Yo no la voy a revisar.
La ecografía es un estudio operador-dependiente, por eso dista mucho de ser infalible. Le recomiendo repetirla en EPMA, es un centro excelente y con una orden mía la verá el jefe. Yo creo que usted no tiene nada, pero hay que estudiarla. Tenemos que determinar cómo es ese nódulo. Si sabemos que es benigno nos quedaremos tranquilos, porque nunca se malignizará. En caso de hacer una biopsia tiene que ser con aguja gruesa, es lo único confiable, no se olvide de esto último”.
Día 5
Plantas, flores y confort en la entrada de EPMA, un centro privado de excelencia en estudios mamarios.
Espero al jefe y dueño del centro en la camilla de la sala de Eco. Penumbra y luz fría de nuevo.
“¿Así que le encontraron algo en la mama?… ¡¿qué le va a hacer”?! (¡Ah,bueno! Empezamos bárbaro, pensé.)
Así se presentó el doctor… Honestamente no recuerdo el nombre. Después de esa intervención desalentadora entró en un silencio sepulcral y una inexpresividad parecida a la de las estatuas vivientes. “Ya está, se puede retirar, el informe estará pasado mañana”.
Pasado mañana: una eternidad. La espera de los resultados es siempre un tiempo denso, pesado y exasperante.
Día 7
“Sí, yo le digo que te espere, pero vení volando porque tiene una clase”, me dijo la solidaria secretaria del Dr. C. (el especialista que había conocido en el 97 por el tema de mis microcalcificaciones).
C. miró en silencio cada uno de los estudios y mientras los guardaba prolijamente en el sobre me dijo:
—Esta vez sí, hay que biopsiar. Y puede hacerlo con la Dra. P, que es excelente.
—¿Con aguja gruesa, Dr.?
—¡No! ¿Quién le dijo eso? Ni pensarlo, el nódulo es demasiado pequeño.
—¿Es urgente?
—Hágalo lo antes que pueda y venga a verme con el resultado de la biopsia.
Al salir le agradecí con un abrazo a la secretaria. Por su gesto amable, yo había ganado tiempo y en esos momentos, más que nunca, el tiempo es oro. O mucho más…
Día 8
Consultorio de la licenciada T. Me desplomé en el sillón, muy angustiada.
—A ver, ¿por qué anticiparnos?—dijo mi terapeuta.
—No sé, pero tengo mucho miedo de que sea cáncer.
—Pero no es realista pensar así HOY. Solo están tocando el timbre de tu puerta. Puede ser un pobre mendigo, un vecinopoco amigable e impertinente,pero inofensivo, y sí, también puede ser un ladrón o un asesino. Pero primero hay que pedirle documentos, no prejuzgar sin saber de qué se trata. Eso es la punción.
—Me gusta mucho como metáfora, pero para mísolo existe la última opción: asesino serial y de los peores.
—Te recuerdo que si lo dejás avanzar, el miedo va a ganar cada vez más terreno. No estás pensando bien… las tres posibilidades son válidas. Además, los médicos te están sugiriendo que el porcentaje es 70 a 30% a favor de benignidad, ¿no?
—Puede ser, pero a mí se me arma un círculo vicioso y termino enrollada en el miedo del miedo. Me tortura pensar que este miedo me puede hacer mal hasta el punto de provocarme el cáncer si aún no lo tengo.
—¡No le adjudiques tanta omnipotencia al pensamiento, por favor! —me dijo T.—. Si sugiero que no te abrumes con ideas negativas es para pasar esta situación lo mejor posible, no por otra cosa.
—Que sea un pobre mendigo, Dios te oiga. De todas formas, no me gusta que suban sin avisarme y toquen el timbre de mi puerta.
—Pero a veces no podemos evitarlo. No todo está bajo nuestro control, hay que aceptar eso.
Salí de la sesión mejor de lo que entré y hasta recuperé algo de calma, pero duró poco. Cuando el miedo sopla como un huracán arrasador, yo daría el mundo por no pensar ni tener conciencia al menos durante una hora.
Día10
Mañana de mayo, fría y gris.
Camino agitada por el largo pasillo central del sanatorio buscando el Área de Intervencionismo Mamario.
En la sala de Ecografía me esperaban la Dra. P, su asistente y la patóloga.
El pinchazo dolió un poco, después un poco más y cuando rozaba el umbral de lo intolerable, terminó la aspiración.
Las tres doctoras salieron y yo me quedé sola en la penumbra de la sala.
Estaba en blanco, desconectada de todo y de todos.
“Hay que esperar el resultado definitivo, pero en la primera tinción todo parece estar bien”, dijo la doctora P. al volver.
“Esperar… ¡quékarma!”, pensé en el bar mientras me calentaba las manos heladas con la taza de café humeante. Busqué un cigarrillo en la cartera, pero recordé que llevaba tres meses sin fumar. No estaba dispuesta a claudicar.
12 días después
Llovía a baldes en la ciudad. Estaba tan inquieta y dispersa en el trabajo, que pedí retirarme antes para buscar el resultado de la biopsia. Le había prometido a mi marido que solo abriría el sobre cuando me encontrara con él en el café del sanatorio.
Caminé como un autómata hasta Anatomía Patológica y cuando recibí el sobre lo guardé en la cartera.
Sentí un nudo en la garganta. El destino en un sobre, en una frase escueta, tal vez, en una palabra. La vida entera entre paréntesis.
Llegué al bar y cuando abrimos el sobre llegó el alivio: “negativo para células atípicas”.
Yo respiré profundo y los dos nos abrazamos, riendo y llorando de alegría.
Mi corazón esperaba ese guiño para volver a latir airoso. Me abracé a mi marido y salimos cantando del bar. Ambos felices, yo resucitando.
Octubre de 2008
Día 1
Desde aquella primera biopsia de 2003 seguí rigurosamente los controles con la Dra. P. y fuimos estableciendo un vínculo de confianza y afecto recíproco.
Ese día hablábamos de todo un poco en la sala de Eco Mamaria: trabajo, deporte, música y libros.
—¿Cómo te estás llevando con J? —me preguntó P. refiriéndose al mastólogo que me había recomendado.
—Normal. La verdad es que hasta ahora no tuve oportunidad de hablar mucho con él en las consultas.
—Pero vos necesitás tener un mastólogo, además de un ginecólogo. Y él es muy buen médico, es la mano derecha del jefe de Patología Mamaria.
Yo tenía dudas sobre el trato de J., pero no me parecía el momento de hablar de ese tema. Mucho menos cuando los ojos de P. se clavaron en un punto fijo al que volvía una y otra vez con el transductor.
—Bueno, aquítenemos una nueva imagen. Algo que se agregó, otro nódulo; creo que tendremos que pincharte nuevamente. Salvo que lo quieras ver a J. primero y que él decida.
—No, yo confío en tu criterio, P. ¿Cuándo podés hacerme la punción?
—Mañana al mediodía.
—Perfecto, al mediodía estaré acá.
—Gracias, gracias de veras, P.
—Te conozco… sé que esto te puede aliviar.
—Sí, no te equivocás; la espera es matadora para mí. Decime, ¿es en la misma “hora” de la mama que el anterior?
—Al lado, en hora 11, pero no te tortures y dormí esta noche.
La saludéy me fui con la angustia a cuestas, nublándome los ojos y el alma.
Día 2
De vuelta en la Sala de Ecografía, con la doctora P., la patóloga y otro médico radiólogo.
Todos muy amables y cálidos, pero yo muy lejos, disociada. Rehén de mis dudas y mi terror.
El protocolo era conocido para mí. Anestesia local, ecógrafo encendido, controles activados, la aguja dirigida certeramente al nódulo, la aspiración y luego la salida de los médicos a confirmar que la muestra es suficiente como para poder arrojar un resultado concluyente y válido.
Todo en el marco de la sala en penumbras, siempre gélida.
Salieron las doctoras y yo me quedé conversando con el médico radiólogo.
—¿Nos conocemos? —me preguntó.
—Pienso que no, ¿Dr.? No llego a leer su nombre, estoysin anteojos.
—R, soy el Dr. R, mucho gusto.
—¡Ah, qué casualidad! Usted es el culpable de todo esto.
—¿Yo? ¿Por qué? ¿Quéhice?
—Hace muchos años informó una de mis primeras mamografías y a partir de allí empezó el rally de los controles.
—¡Entonces estuve muy bien! Te podrás arrepentir de muchas cosas, pero te aseguro que de controlarte jamás.
—Sí, lo sé. Pero le quiero decir algo 11 años después. Por favor, doctor, no ponga más en un informe: “necesito hablar con el colega sobre estas imágenes”. ¡Yo cuando leí eso casi me infarto!; ¿qué tengo por Dios?!, pensé. Y además mi médico de ese momento nunca habló con usted, así que me quedé con la duda.
—¿Quién era tu médico?
—El Dr. L.
—Ah, sí claro, lo conozco. Excelente ginecólogo y obstetra. Mirá, yo sé lo que estás pasando en este momento, pero en serio, no tenés que asustarte. Hablemos claro. El cáncer hoy ya no mata a casi nadie. Cuando empecé como residente en este sanatorio, todos los días nos encontrábamos con pacientes que tenían tumores in-o-pe-ra-bles. Pero en estos últimos 20 años, la medicina avanzó muchísimo, sobre todo en cáncer de mama y próstata. Tengo pacientes con una metástasis, con dos… y se curan, o al menos la llevan como una enfermedad crónica, pero no se mueren. Perdoname que te hable así, pero yo creo que para el miedo nada mejor que decir las cosas directamente. Somos más o menos de la misma generación vos y yo; tenemos la suerte de poder aprovechar los adelantos médicos.
—Perdón, ¿se puede saber de qué están hablando mi colega y mi paciente? —dijo P. al volver a la sala.
—De cáncer—contestó el Dr. R.
—¿Me estás jodiendo, R? ¡Te pido que la acompañes y vos le hablás de cáncer justo en este momento! ¡No se puede creer!
—Vos no le hagas caso, por favor. La muestra que sacamos es suficiente para el diagnóstico, así que terminamos por hoy —me dijo P. mientras me indicaba que podía pararme.
Me pareció ver optimismo en su mirada.
Saludé a todos y antes de irme le pedí a R.:
“Dr., por favoracuérdese de lo que le dije sobre los informes de las mamografías. Lo digo en nombre de todas las mujeres que, como yo, abren los sobres de sus estudios ni bien se los entregan”.
“Una vez más me ahorraste varios días infernales…¡Gracias!”, le dije a P. antes de irme.
Caminé por un largo pasillo buscando la salida del sanatorio. Una mujer, apoyada sobre la pared, sonreía leyendo un papel que luego guardó en el inconfundible sobre grande con estudios. Me uní a su alegría con esos hilos invisibles que tejen la solidaridad y la identificación entre congéneres. Y soñé con un momento similar para mí en los días o semanas subsiguientes.
8 días después
“La verdadera comunicación empieza por la comunicación con uno mismo”, dijo el profesor del seminario esa mañana en la universidad.
Yo estaba muy comunicada conmigo misma, pero dominada por la ansiedad y la expectativa —casi enloquecedora— de conocer los resultados de la biopsia. Todo lo que no entrara en esa dimensión me parecía absurdo y no me generaba el más mínimo interés. En frecuencia “miedo”, mi mundo se contrae y se restringe hasta límites impensados.
Aguanté como pude hasta el final de la clase y al salir me propuse buscar un locutorio para chequear mi correo.
Aunque sabía que era muy pronto, esperaba un mail de P. comunicándome los resultados de la biopsia.
Cuando estuve frente a la pantalla, encontré el alivio reparador.
“Tu estudio salió perfecto. Todavía no está el informe escrito de Anatomía Patológica, pero yo lo vi en la Intranet del sanatorio. ¡Excelente! ¡Ahora a descansar! Un beso, P.”.
Era uno de esos días en los que la primavera se explaya y llena todo de luz y color. Levanté los ojos y vi recortada en el cielo claro la cruz de una iglesia cercana. Agradecí una, diez, cien, mil veces. Pero, sobre todo, pedí que esa experiencia fuera la señal suficiente para encarar algunos cambios. En ese momento tenía una sensación muy extraña y difusa. Empezaba a percibir que no estaba haciendo pie en mi propia vida.
Noviembre de 2008
En el consultorio del doctor J. Llegó apurado, se sentó frente a la computadora y sin mirarme comenzó a buscar mi historia clínica en la red del sanatorio.
—¿Te acordás de mí? Llegué a vos por indicación de la Dra. P y ya nos vimos dos veces en los controles.
—¿Sabés lo que pasa? ¡P. me manda unas 100 pacientes por semana! Buenoes una manera de decir. Ah, sí, ahora me acuerdo. Vos sos la fanática de Murakami. A mísolo me gustóTokio Blues, el resto de sus libros me deprime. A ver, acá está lo que quería leer: “negativo para células neoplásicas”. Con eso alcanza, che; ¡siempre es mejor no tenerlo!
Desconté que se refería al cáncer de mama, pero yo no quería ni siquiera nombrarlo.
—¿Qué hacemos ahora?—le pregunté.
—Nada, seguimos controlando. Tenés licencia por unos meses y después, si todo está bien, te molestaremos una vez por año.
Miré el reloj al salir. La consulta había durado exactamente 5 minutos.
La orden del estudio era para fines de marzo del año siguiente. Mi sensación extraña iba tomando forma y yo empezaba a reconocer en ella los bordes espinosos de la angustia profunda.
Marzo de 2009
El ritual de la ecografía, una vez más.
El comentario de P.: “Esto está todo bien, quedate tranquila. Muchos quistes líquidos que ya estaban y no tienen importancia. Tenés de todo en las mamas, pero todo benigno por suerte”.
Me comentó que había ganado una beca y se iría a Europa por dos meses, para perfeccionarse en resonancia magnética de mamas.
La felicité deseándole lo mejor.
Me angustió mucho pensar que en caso de tener algún problema en ese intervalo, no podría contar con ella. Fue un pensamiento egoísta, producto del desamparo y la necesidad de protección que provoca el miedo.
Abracé a P. deseándole mucha suerte. Mi miedo tomaba formas diferentes. Ese día era una tenaza y me apretaba el cuello.
Agosto de 2009
Yo suelo llevar puntualmente los informes de estudios a mis médicos, pero esa vez, confiada en el informe de P., me había demorado un poco.
J. me recibió acompañado por una médica residente. Una vez en la camilla, mientras palpaba mis mamas, le iba indicando a su colega la localización en la imagen que se veía en pantalla.
—¿Vos me perdonás si no te digo que vuelvas en un año? —me dijo.
Iba a preguntarle por qué, pero desistí porque ya estaba en el escritorio escribiendo la orden.
—Sí, obvio, no hay problema. ¿Cuándo me hago el próximo control?”
—En 6 meses, o sea en febrero.
—¿No puede ser antes?
—No me parece necesario, pero si querés irte tranquila de vacaciones te hago la orden para el 20 de noviembre y me venís a ver después, antes de las Fiestas, ¿sí?—Contale a P., porque el otro día me preguntó por vos.
—¿Ya volvió?
—Sí, de hecho, está hoy en Intervencionismo.
Ese día no pasé a ver a P. Quería salir del sanatorio cuanto antes. Caminé hasta el bar de la esquina, el mismo de siempre y pedí un cortado.
No pude contener las lágrimas.
¿Por qué? J. solo me había pedido no pasar todavía al control anual, punto. Los últimos estudios estaban bien. No encontré motivos, pero seguía llorando.
Mientras tomaba el café miré hacia la calle. Caía una llovizna fina y constante sobre la ciudad y muy lentamente empezaba a anochecer.
De repente, recordéuna tarde similar. Iba a tomar el subte para llegar temprano a la facultad. Al llegar a la estación cerré el paraguas antes de bajar las escaleras, pero patiné, perdí pie en el primer escalón y empecé a rodar escaleras abajo. Quienes después se acercaron a ayudarme me contaron que instintivamente protegí mi cabeza con los brazos y la campera inflable protegiómi espalda. Tuve heridas en las manos y las piernas. Fue un milagro salir ilesa.
Eso había sucedido casi 40 años atrás y yo lo evocaba esa tarde… ¿por qué?
Tal vez porque sentía el mismo vértigo, el vacío de rodar en caídalibre.