E-Pack Bianca julio 2020 - Varias Autoras - E-Book

E-Pack Bianca julio 2020 E-Book

Varias Autoras

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Beschreibung

El peligro del deseo Jane Porter El secreto que jamás le contó... La indiscreción del jeque Caitlin Crews Reclamaba a su reina… para legitimar a su heredero El heredero griego Natalie Anderson El millonario llegó con sus reglas… ¡que ella rompió quedándose embarazada! De cenicienta a princesa Dani Collins Sería suya hasta la medianoche. ¿Llevaría su corona?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack Bianca, n.º 202 - julio 2020

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-771-7

Índice

 

Portada

 

Créditos

 

El peligro del deseo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

La indiscreción del jeque

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

 

El heredero griego

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

 

De cenicienta a princesa

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LOGAN, ahí fuera hay un montón de gente. Logan… ¿me estás escuchando?

Frustrada por aquella nueva interrupción, Logan Copeland apartó la mirada del guion del espectáculo, se quitó los auriculares de un tirón y miró furibunda a su por lo general muy competente ayudante Joe López. Había empezado a considerarlo un genio y una bendición, pero en ese momento no estaba siendo ni lo uno ni lo otro.

–Tenemos un problema –le dijo Joe.

–¿Otro más? –inquirió ella con incredulidad.

Faltaban menos de veinticuatro horas para la gala benéfica que se celebraría al día siguiente por la noche. Iba a ser el mayor evento en su carrera hasta la fecha, y el ensayo técnico del desfile de moda estaba siendo un desastre.

–No tengo tiempo para nimiedades –le dijo a Joe–. A menos que quieras dirigir tú la gala de mañana y…

–Me temo que no es una nimiedad –la interrumpió él muy serio–. No puedo ocuparme de esto yo solo.

–¿Por qué no? ¿Y por qué de repente no hay más que problemas? –le espetó ella.

–Es una locura; hay un montón de cámaras y prensa ahí fuera.

El rostro de Logan se iluminó.

–¡Pero eso es estupendo! Eso significa que el equipo de publicidad está haciendo bien su trabajo.

–No han venido por la gala de mañana; la gala no les interesa. Han venido por ti.

De pronto a Logan le costaba respirar. Apretó la carpeta contra el pecho, con los auriculares colgándole de los dedos.

–¿Por la rueda de prensa sobre la gala? –inquirió con voz temblorosa.

–No –Joe hundió las manos en los bolsillos de los vaqueros.

Joe era un chico listo, de unos veintitantos, recién salido de la universidad. Hacía un par de años que había empezado a trabajar para Logan, poco después de que su mundo estallara en mil pedazos por el escándalo en torno a su padre, Daniel Copeland, y se había convertido en una ayuda inestimable para ella.

Muchos le habían dado la espalda al enterarse de que su padre era un estafador de la peor calaña y un ladrón que no solo robaba a los ricos, sino también a la clase trabajadora. Había dejado a todos sus clientes prácticamente en la bancarrota, o en una situación aún peor.

A Joe, que había crecido en un barrio marginal de Los Ángeles marcado por la violencia de las bandas callejeras, aquel escándalo no le había importado; él solo buscaba un empleo y ella necesitaba un ayudante.

Sabía, como lo sabía todo el mundo, lo que había hecho su padre, pero al contrario que la mayoría de la gente también sabía el terrible precio que ella había tenido que pagar. En la mayoría de los negocios y círculos sociales seguía siendo «persona non grata». Solo había podido encontrar trabajo como organizadora de eventos como aquel, de fundaciones sin ánimo de lucro.

–Han venido por ti –repitió Joe–. Por lo de tu padre –había preocupación y compasión en su mirada. Bajó la voz y añadió–: Ha pasado algo.

Logan sintió de nuevo esa tirantez en el pecho que le impedía respirar.

–¿No has mirado el móvil? –inquirió su ayudante–. Tienes que haber recibido alguna llamada o algún mensaje… Míralo.

Pero Logan, por lo general centrada y decidida, no podía moverse. Se había quedado helada, paralizada.

–¿Lo han liberado? –preguntó en un susurro–. ¿Sus secuestradores lo han…?

–Mira el móvil –repitió con impaciencia una voz profunda y áspera.

Ella se giró y puso unos ojos como platos al ver a Rowan Argyros. Sus ojos verdes la miraban con desprecio.

Logan alzó la barbilla y apretó los labios para disimular su ira y el pánico que se había apoderado de ella. Solo se le ocurría una posible explicación a la presencia de Rowan Argyros, porque era imposible que hubiera ido allí por voluntad propia. Hacía tres años le había dejado muy claro lo que pensaba de ella.

Pero no quería recordar esa noche, ni el día después, ni las semanas y los meses que siguieron… No quería darle más munición en su contra a Rowan, y menos tratándose de un excomandante militar.

No tenía un aire muy marcial allí, frente a ella, ni tampoco lo había tenido la noche que lo había conocido en una subasta de solteros en beneficio de los niños mutilados en países devastados por la guerra que necesitaban prótesis. Él había sido uno de esos solteros y ella había ayudado a organizar el evento. Las mujeres habían estado pujando como locas por él y la puja subía y subía. Ella no podía permitírselo, pero cuando él la había mirado se había encendido como una amapola y se había encontrado pujando también por él. O más exactamente por una noche con él.

«Solo» le había costado unos cuantos miles de dólares. Los remordimientos la habían asaltado cuando la subastadora había proclamado: «¡Adjudicado a Logan Lane!». No podía creerse lo que había hecho; se había gastado de una sentada todo el crédito de su tarjeta en una noche con un extraño.

Por aquel entonces ni siquiera había oído hablar de su compañía, Dunamas Maritime. No sabía si era una aseguradora de yates, una constructora naval o un exportador marítimo de mercancías. Y era evidente, a juzgar por la sonrisa burlona que le había dirigido al acabar la puja, que él era consciente de que ignoraba quién era. Sabía por qué había pujado por él: porque era alto, de anchos hombros y sus facciones rivalizaban con las de los modelos más atractivos del mundo. Había pujado por él porque le resultaba irresistible. La puja había sido muy competitiva, y no era de extrañar, porque era guapísimo: bronceado, de cabello oscuro con algunos mechones aclarados por el sol, y arrebatadores ojos pardos.

Aquella noche él le había sostenido la mirada con una media sonrisa desde el estrado, y solo ahora, en retrospectiva, era consciente de lo que se había ocultado tras esa sonrisa burlona: había estado retándola a continuar pujando, y ella lo había hecho, demostrándole así lo débil que era y lo fácil que era de manipular.

Esa misma noche, la había hecho suya una y otra vez, haciéndola gritar su nombre cada vez que había alcanzado el orgasmo. El sexo con él había sido tan ardiente, tan intenso… Con cualquier otro hombre se habría sentido incómoda, pero no con él. El horror había venido después, cuando Rowan había descubierto que no era Logan Lane, sino Logan Lane Copeland.

Si ya era desagradable que gente a la que ni conocía la odiase por ser una Copeland, peor aún había sido que el hombre con quien había perdido la virginidad la hubiera llamado «puta». Un hombre que, para colmo de males, había resultado ser uno de los mejores amigos del marido de su hermana gemela. De todos los hombres que había en el mundo… ¿por qué había escogido para su primera vez a alguien como Rowan Argyros?

Su fulgurante carrera en el ejército no podría sorprender a nadie: no temía correr riesgos y tenía unos nervios de acero. Además, sabía aprovechar la más mínima oportunidad y destrozaba cualquier obstáculo que encontrase en su camino. Demasiado bien lo sabía Logan: había hecho lo que había querido con ella y luego la había destruido.

Detestaba pensar en el pasado. De hecho, hasta hacía solo un año no había sido capaz de afrontar la realidad y empezar a abrigar la esperanza de un futuro mejor, aunque para eso tenía que perdonar a su padre y perdonarse a sí misma. Al menos estaba intentándolo.

–¿Queréis decir que mi padre está…? –murmuró mirando a Rowan.

Él vaciló un instante antes de asentir, pero sus facciones no se suavizaron ni un ápice.

Logan intentó que su voz no temblara cuando preguntó cómo lo habían matado.

Al ver que Rowan se quedó vacilante de nuevo, supo que conocía todos los detalles. ¿Cómo no iba a conocerlos? Era un especialista en la lucha contra la piratería en el mar. Su centro de operaciones estaba en Nápoles, aunque también tenía oficinas en Atenas y Londres, y una inmensa propiedad rural en Irlanda. Aunque no lo sabía por él, sino porque se lo habían contado su hermana Morgan y su cuñado, Drakon Xanthis, después de la boda.

–¿Acaso importa? –le preguntó Rowan en un tono frío.

A Logan el corazón le martilleaba contra las costillas. Habría preferido que hubieran sido sus hermanas Morgan o Jenna quienes le hubieran dado la noticia. O incluso su hermano mayor, Bronson. Se lo habrían dicho de un modo muy distinto.

–¿Qué le han hecho? –inquirió.

Se le revolvía el estómago de solo pensar que su padre, a quien los secuestradores habían mantenido retenido en algún lugar frente a la costa de África, hubiese sido ejecutado. Las piernas le flaqueaban, la cabeza le daba vueltas…

–No creo que quieras saberlo –oyó que respondía Rowan, pero su voz sonaba como si estuviera muy lejos.

No podía verlo bien; lo veía todo borroso. Parpadeó, confundida, y de pronto fue como si la oscuridad la envolviera…

 

 

Rowan se abalanzó hacia delante al ver que Logan iba a desmayarse, pero estaba demasiado lejos, igual que Joe, y ninguno pudo impedir que se desplomase, golpeándose en la cabeza con el borde del escenario por la caída. Maldijo entre dientes mientras se agachaba, y lanzó una mirada irritada al inútil de Joe, que tampoco había sido capaz de evitar su caída.

Aún estaba inconsciente cuando la alzó en volandas. Sus ojos se posaron en la sien de Logan. Se había hecho un corte con el golpe que se había dado, y la sangre había manchado un poco su cabello rubio. Iba a salirle un buen cardenal, y probablemente también tendría un buen dolor de cabeza cuando volviera en sí.

No había perdido ni un ápice de su belleza, pensó, permitiéndose un instante para admirar sus marcados pómulos, sus carnosos labios y su aristocrática nariz. Si fuese solo una cara bonita, podría haberse perdonado el error que había cometido acostándose con ella tres años atrás, pero no era solo una joven hermosa, era miembro de la familia Copeland, una gente profundamente inmoral. Y si lo había desagradado descubrir que era una Copeland, peor aún era pensar que el dinero que había pagado en la puja benéfica para pasar una noche con él era dinero proveniente de desfalcos.

–Recoge sus cosas –le dijo a Joe.

Le irritaba estar ocupándose personalmente de aquel asunto. Debería haber enviado a uno de sus hombres. Todos los miembros de su equipo de operaciones especiales, Dunamas Intelligence, había pertenecido a algún cuerpo militar de élite: los Navy Seals de los Estados Unidos, las Fuerzas Especiales británicas, el Grupo Alfa de Rusia, el Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional de Francia, las Fuerzas Especiales de la Marina española… Todos ellos estaban capacitados para misiones de rescate; podría haber enviado a cualquiera. Sin embargo, la verdad era que no quería a ninguno de sus hombres cerca de ella. Se había dicho a sí mismo que era para protegerlos de ella, pero en ese momento, con ella en brazos, sabía que se trataba de algo mucho más personal y primario. No quería a ningún otro hombre cerca de ella porque, aun tres años después de aquella noche juntos, sentía que le pertenecía.

 

 

Logan estaba intentando abrir los ojos, pero no podía. Le dolía la cabeza y sus pensamientos eran muy confusos. Sentía que alguien la llevaba en brazos y que estaban subiendo unas escaleras, pero… ¿adónde? Oía una fuerte respiración. Los brazos que la sostenían eran cálidos. Se esforzó por abrir los ojos, tratando de recordar qué había pasado. Miró hacia arriba y vio una mandíbula recia, angular, con una ligera sombra de barba. Y entonces aquella cara se inclinó para mirarla también, y cuando sus ojos se encontraron todo su cuerpo se tensó. ¡Rowan!

De pronto empezó a recordar: Joe diciéndole que había un problema –algo sobre su padre–, y Rowan apareciendo de repente…

–Suéltame ahora mismo –le dijo.

Él la ignoró y siguió subiendo un escalón tras otro. Una sensación de pánico se apoderó de Logan.

–¿Qué está pasando? ¿Por qué me llevas en brazos? –exigió saber, revolviéndose y pataleando.

Rowan no la soltó.

–Porque te has desmayado y estás sangrando.

–No es verdad.

–Ya lo creo que sí. Te golpeaste con el borde del escenario al caer, y puede que tengas una contusión.

–Estoy bien –replicó ella, revolviéndose de nuevo–. Bájame de una vez; puedo andar.

–Mira, tenemos que salir de aquí cuanto antes; no tenemos tiempo para discusiones.

Habían llegado a lo alto de la escalera. Rowan abrió de una patada la puerta que había frente a ellos, y Logan vio que estaban en la azotea del edificio.

–¿Dónde está Joe? ¡Necesito hablar con él!

–No te preocupes; viene detrás, con tus cosas –le contestó él, mientras salían al brillante sol de California.

–¿Con mis cosas…? ¿Pero por qué…?

–Te lo explicaré cuando hayamos despegado. Basta de cháchara por ahora.

Había un helicóptero esperándolos. El piloto se bajó de un salto y les abrió la puerta. Rowan acababa de depositarla en uno de los asientos cuando apareció Joe.

–Logan… –la llamó, intentando llegar hasta ella.

Sin embargo, Rowan levantó un brazo para impedir que se acercara.

–Dame a mí sus cosas y apártate –le dijo.

Logan se inclinó para agarrar a Joe de la manga.

–¿Irás a mi casa? –le suplicó–. Necesito que te hagas cargo de…

–Pues claro –la interrumpió él–. ¿Adónde vas? ¿Cuándo volverás?

–Ya te llamará –dijo Rowan con aspereza–. Y ahora despedíos.

–No te preocupes por nada –le dijo Joe a Logan–. Puedes contar conmigo.

Rowan lo apartó para subirse al helicóptero y cerró la puerta mientras Joe se alejaba, huyendo del vendaval que levantaban las aspas del aparato. Se sentó frente a Logan, y se inclinó hacia ella para comprobar que tuviera bien puesto el arnés de seguridad, tirando de una de las correas de los hombros que se ajustaban sobre el pecho. Al deslizar los dedos bajo la correa, sus nudillos rozaron el seno de Logan, que sintió como se le endurecía el pezón.

–¿Está demasiado tirante? –le preguntó.

–Con tus dedos ahí sí –le espetó ella, azorada.

Logan apartó la mano, pero al hacerlo sus nudillos volvieron a rozarla de nuevo, y la asaltó el recuerdo de aquella noche, años atrás, en que había tomado su pezón en la boca, succionándolo y lamiéndola hasta llevarla al orgasmo. Y, no contento con eso, Rowan se había aplicado a fondo, explorando su cuerpo y enseñándole todas las maneras en que un hombre podía hacer que una mujer alcanzara el clímax.

Logan se mordió el labio, esforzándose por apartar esos recuerdos, y el helicóptero se elevó, abandonando la azotea del hotel Park Plaza. Ascendieron tan deprisa que a Logan el estómago le dio un vuelco. Se llevó una mano a la sien y se notó algo pegajoso en el pelo. Al apartar la mano vio que sus dedos estaban manchados de sangre. Rowan había dicho la verdad.

–Sé que te estás especializado en rescates y espionaje –le dijo a Rowan–, pero… ¿esto de huir en helicóptero no es un poco… exagerado?

Rowan le tendió un pañuelo para que se limpiara la mano.

–En fin, quiero decir que me parece un poco peliculero hasta para ti –añadió ella mientras se frotaba los dedos con el pañuelo. Le proporcionaba un placer perverso provocarlo de esa manera, porque estaba segura de que detestaría que comparara su trabajo con una de esas películas de acción de Hollywood.

Según había sabido por Morgan y Drakon, Rowan era militar hasta la médula. Había servido tanto en la Marina de los Estados Unidos como en la Real Armada del Reino Unido antes de abandonar su carrera militar para montar una agencia de protección marítima, una iniciativa en la que su cuñado había hecho una importante inversión porque quería la mejor protección para su compañía mercante, Xanthis Shipping.

Le dolía que Morgan y Drakon se llevaran tan bien con Rowan. No le parecía justo que Rowan hubiese perdonado a su hermana que fuera una Copeland, pero a ella no.

–Mira abajo –le dijo Rowan, señalando las calles a sus pies–. Todo eso es por ti.

Logan se inclinó hacia el cristal para mirar. Un enorme gentío rodeaba la entrada del hotel. Estaban esperando a que ella saliera.

–¿Y cómo es que no han entrado? –inquirió.

–Le he puesto una cadena con candado por dentro a la puerta principal. Espero que Joe encuentre la llave o se quedará un buen rato ahí encerrado.

–¡¿Qué?! ¿Y dónde has dejado la llave? –exclamó Logan alterada, alcanzando el bolso para sacar de él su teléfono móvil–. Joe no puede quedarse ahí… Tiene que…

–Ah, sí, te oí darle instrucciones de que fuera a tu casa para que se encargara de algo y como él te respondía que por supuesto –murmuró Rowan, mirándola con los ojos entornados–. ¡Qué buen chico!

Logan lo ignoró y se puso a teclear un mensaje de texto, pero antes de que pudiera enviarlo Rowan le arrancó el móvil de las manos.

–¿Por qué eres tan odioso? –lo increpó. Tenía ganas de darle un puntapié.

–No tienes que preocuparte por Joe; se las apañará solo.

Irritada, Logan giró la cabeza hacia el cristal.

–¿Y adónde se supone que me llevas? –le preguntó.

–A un lugar seguro, lejos de los medios.

Logan volvió de nuevo la cabeza hacia él, tragó saliva y musitó:

–Respecto a lo de mi padre… ¿de verdad está muerto?

Rowan asintió.

–Murió de causas naturales… si eso te hace sentir mejor –añadió con una mueca cruel.

–Por supuesto que me hace sentir mejor –contestó ella indignada.

–Claro, claro… porque lo querías tanto…

–¡Como si tú lamentaras lo más mínimo la muerte de mi padre! –le espetó ella.

–No, no la lamento en absoluto. Creo que se merecía lo que le pasó; y más.

¡Cómo odiaba a Rowan…! Lo odiaba casi tanto como quería odiar a su padre, que los había traicionado a todos –y no solo a la familia, sino también a los cientos de clientes que había tenido. Habían confiado en él y él los había desvalijado. Y en vez de enfrentarse a la justicia, en vez de hacerse responsable de sus delitos, había huido del país en su yate privado. A unos kilómetros de la costa de África unos piratas habían asaltado su yate y lo habían hecho prisionero. A medida que pasaban los meses las exigencias de sus secuestradores y el rescate que pedían por él habían ido aumentando. Morgan había sido la única que había estado dispuesta a reunir ese dinero… pero eso era otra historia.

Y, sin embargo, a pesar de lo mucho que la avergonzaba la conducta de su padre, nunca había querido que sufriera. Quizá no lo odiara tanto como creía.

–Entonces, no lo asesinaron, ni lo torturaron –murmuró con la boca seca.

–Al final no.

–¿Quieres decir que sí lo torturaron?

Rowan la miró a los ojos.

–Dejémoslo en que sus secuestradores no lo trataron con guante de seda.

Logan cerró los ojos, espantada. Su padre estaba muerto y ningún tribunal podría perseguirlo ya por los delitos que había cometido, pero los medios seguían sedientos de sangre. Ahora que su padre ya no estaba iban a por sus hermanos y a por ella. Y aunque ella era capaz de capear el escrutinio de la prensa y el odio de la gente, como había estado haciendo esos últimos años, su hija era poco más que un bebé. Solo tenía dos años y no podía defenderse de la crueldad de la gente.

–Tengo que volver a casa –musitó con un nudo en la garganta–. Tengo que volver ahora mismo.

 

 

Rowan había estado observando las emociones que habían ido cruzando el bello rostro de Logan mientras hablaban. Nunca había conocido a una mujer tan hermosa como ella, aunque su belleza no se limitaba solo a sus facciones, su largo cabello rubio, sus ojos azules y sus labios carnosos.

También tenía un cuerpo de infarto. Sus gloriosas curvas lo habían vuelto loco aquella noche que habían pasado juntos tres años atrás, y había creído que tal vez fuera la mujer de su vida. Por eso se había enfadado tanto al descubrir quién era, porque con ella había sentido cosas que no había sentido antes. Había sentido una conexión especial con ella, y había infundido en él una ternura que no había experimentado antes con ninguna otra mujer. Lo que en un principio había considerado solo sexo se había tornado en algo personal. Al rayar el alba ya no estaba practicando sexo con ella; estaba haciéndole el amor.

Pero todo había cambiado cuando se había encontrado un montón de cartas en la encimera de la cocina: recibos, suscripciones a revistas… En la dirección a la que iban dirigidas figuraba el nombre «Logan Copeland», no «Logan Lane». El estupor había dado paso a la ira.

Muchas veces había lamentado el modo en que había reaccionado al descubrir su verdadera identidad. De hecho, lamentaba prácticamente todo lo que había ocurrido entre esa noche y la mañana siguiente: desde el apasionado sexo entre ellos hasta las duras palabras que había pronunciado. Sin embargo, con el paso de los años lo que más había acabado lamentando había sido los sentimientos que había despertado en él.

Para él no había sido solo una noche de pasión. Había querido volver a verla. Se había hecho la ilusión de que podría haber algo más entre ellos, y había imaginado un futuro que jamás se había planteado, pero que de pronto sabía que quería: un hogar, una esposa, hijos… Quería la familia que él nunca había tenido.

Pero al llegar la mañana se había encontrado con que Logan le había mentido y se había puesto fuera de sí. Le había dicho cosas hirientes y horribles, como que no era mucho mejor que su avaricioso, deshonesto y mentiroso padre, y que le repugnaba que hubiese ganado la puja con dinero que su padre había robado a otra gente.

Le incomodaba tener que estar cargando con ella, pero le había prometido a su amigo Drakon, que también era cuñado de Logan, que la mantendría a salvo mientras durara el frenesí mediático en torno a sus hermanos y a ella.

–No puedes volver a casa –le dijo con aspereza–. Tu casa ahora mismo debe estar rodeada de paparazzi y reporteros. Te quedarás conmigo hasta el funeral.

Los ojos azules de Logan relampaguearon.

–No pienso quedarme contigo.

–Mira, las cosas deberían calmarse después del funeral. Saldrá otra noticia y la gente se olvidará de vosotros –dijo él.

–Tengo clientes a los que atender, compromisos de trabajo de los que…

–Joe puede ocuparse de eso, ¿no?

–Esos clientes me contrataron a mí, no a un veinteañero.

–Ya decía yo que me parecía muy joven –la picó él.

Logan levantó la barbilla.

–Es mi ayudante, Rowan, no mi amante.

–Entonces, ¿no vivís juntos?

–No.

–Pero parece que se preocupa de verdad por ti, ¿no? –la picó de nuevo.

Logan lo miró como si sintiera lástima de él y giró la cabeza hacia el cristal.

–La mayoría de la gente tiene corazón y se preocupa por los demás, Rowan.

O sea, que él no tenía corazón… Bueno, no se equivocaba demasiado, pensó él divertido, y sus labios se curvaron en una media sonrisa. Si fuera profesor, o sacerdote, su falta de emociones podría ser un problema, pero en su profesión las emociones no eran más que un estorbo.

–El Hombre de Hojalata de El mago de Oz siempre fue mi favorito –respondió.

–No tenía corazón –dijo ella sin mirarlo–, pero al menos quería tener uno.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

BUENO, ¿y adónde vamos? –preguntó Logan al ver que continuaban hacia la zona este de la ciudad.

Aunque Los Ángeles era inmensa, reconoció ciertos lugares emblemáticos por los que pasaron y supo que estaban acercándose al aeropuerto de Ontario.

Rowan, que estaba repantingado en su asiento, con las piernas extendidas, la miraba en silencio.

–A una de mis propiedades.

Por más que intentaba no pensar en aquella noche, tres años atrás, no podía evitar que los recuerdos acudiesen a su mente. Odiaba pensar en eso y quizá habría podido olvidarlo si no hubiera sido por cierta «complicación»… Y no había sido una complicación menor, desde luego. Se arrepentía de haberse entregado a él, pero no de la personita que había resultado de aquella noche de pasión. Jax no era un error; era todo su mundo y lo único que le daba fuerzas para ignorar el escrutinio constante al que era sometida por ser una Copeland y a la humillación que sufría por ello. Superaría todo aquello. Le daba igual lo que opinara toda esa gente que la odiaba; su hija era lo único que le importaba.

–¿A cuál? –inquirió, intentando parecer tan indiferente como él para ocultarle su preocupación y el pánico que estaba apoderándose de ella. La niñera de Jax se iba todas las tardes entre las cinco y las seis, y aunque Joe fuese a su casa y se quedase con su pequeña, no podía cargarlo con esa responsabilidad. Además, Joe era un buen chico, pero no sabía cómo cuidar de una niña de dos años.

–¿Acaso importa? –le espetó él. Se sacó unas gafas de sol del bolsillo de la chaqueta y se las puso.

Como si fuera James Bond…, pensó ella, con una sonrisilla burlona.

–¿Qué pasa? –inquirió él.

–Nada. Morgan me ha contado lo mucho que te divierten esta clase de jueguecitos –dijo ella–. Debes sentirte todopoderoso con todo este secretismo y este rescate tan efectista con el helicóptero…

–Me cae bien tu hermana –contestó él, ignorando el resto de lo que había dicho–. Le ha hecho mucho bien a Drakon. Aunque me cuesta creer que seáis gemelas –añadió–: no os parecéis en nada.

–Ni siquiera sé por qué estamos teniendo esta conversación –dijo ella–. Sé que no te cae bien mi familia.

–Está bien, pues no hablaremos de tu familia –murmuró él con voz aterciopelada–. Hablemos de nosotros.

Logan tragó saliva. Con las gafas de sol no podía verle los ojos, pero por las comisuras de sus labios, que estaban ligeramente arqueadas, supo que Rowan estaba burlándose de ella, jugando con ella como un gato con su presa antes de darle muerte. Podía mostrarse nerviosa, mostrar miedo, intentar resistirse a él –eso era lo que él quería–, o seguirle el juego y no darle esa satisfacción.

Le sonrió con sorna. No tenía ni idea de con quién estaba tratando. Ya no era la misma Logan con la que se había acostado tres años atrás. Su crueldad la había cambiado.

–Será divertido. Me encanta hablar de los viejos tiempos –contestó, mirándolo de frente–. Lo pasamos bien, ¿eh?

Él se quedó callado un momento, pero entonces una sonrisa se dibujó en sus labios; una sonrisa de verdad.

–Sí, había mucha química entre nosotros –dijo.

–No, es que tú eres muy bueno en la cama –replicó ella, sintiéndose generosa. Además, era verdad.

–Bueno, intenté estar a la altura de los veinte mil dólares que habías pagado por mí en la subasta.

A Logan no le gustó esa pulla, pero la ignoró.

–Pues puedes quedarte tranquilo, porque estuviste a la altura. Si entonces hubiera sabido lo que sé ahora, podría haberte dado algunas directrices, pero estaba tan verde… ¡Menudo corte!, virgen a los veinticuatro años… –se estremeció y apartó de su rostro un mechón–. Pero por suerte, como eres un campeón, no te costó nada solventar ese… pequeño detalle.

Rowan ya no sonreía.

–¿He dicho algo malo? –inquirió ella, con una mirada inocente.

Rowan se quitó las gafas de sol y se inclinó hacia ella.

–Repite eso.

Sus ojos, fijos en ella, la miraban con desdén.

–Venga, ¿no me digas que no sabías que era virgen? –le dijo ella–. Y aunque no te lo hubieras imaginado, la sangre en las sábanas…

–Solo había unas manchas.

Logan se encogió de hombros.

–Ya, probablemente diste por hecho que eran a causa de tus… vigorosas embestidas.

Los ojos de Rowan relampagueaban, y su mandíbula estaba tan rígida que parecía de granito.

–No eras virgen.

–Sí que lo era. ¿No te sientes halagado de que te escogiera a ti para mi primera vez? –murmuró ella, mirándose las uñas–. Dejaste el listón muy alto, ¿sabes? Y no solo en cuanto a lo que pasó en el dormitorio, sino también a la mañana siguiente –murmuró. Como Rowan no decía nada, levantó la vista y lo miró a los ojos–. No puedo evitar preguntarme… Si no hubiera llegado al orgasmo cada vez… ¿también me habrías llamado «puta»? –dejó la pregunta en el aire un momento antes de añadir–: ¿Fue el hecho de que lo disfruté lo que me convirtió en una puta a tus ojos? Porque es una transición muy rápida, pasar de virgen a puta…

–Ninguna virgen se gastaría veinte mil dólares para que le echen un polvo –le dijo él con aspereza.

–¿Ah, no? ¿Ni siquiera aunque quisiera que el que se lo echase fuese el mejor?

 

 

A Rowan aquello había dejado de hacerle gracia. Aquella conversación lo tenía completamente descolocado. ¿Que había sido virgen aquella vez que se habían acostado? Él no era de esos que iban por ahí desflorando a mujeres sin experiencia. Maldijo para sus adentros.

–Estás sacando mis palabras de contexto –masculló, intentando reprimir su frustración–. Yo no te llamé «puta»…

–Ya lo creo que lo hiciste… Tus palabras exactas fueron: «¡Me has engañado!, ¡eres una de esas putas de la familia Copeland!».

Rowan contrajo el rostro. Le parecía oír el eco de sus gritos en la cocina del apartamento de Logan en Santa Mónica. Recordaba lo pálida que se había puesto, y que se había quedado mirándolo con unos ojos como platos, espantada y angustiada. Se había dado la vuelta y había salido de la cocina, pero él, presa de la ira, la había seguido, arrojándole más insultos.

No había podido contenerse al descubrir quién era. Los Copeland eran una de las familias más arrogantes de Estados Unidos. Las hijas eran habituales en todo tipo de eventos de sociedad, y eran famosas solo porque eran hermosas y tenían dinero.

Él había crecido en una familia pobre y todo lo que tenía lo había conseguido gracias a su esfuerzo y su trabajo. No tenía tiempo para chicas ricas y consentidas. Apretó la mandíbula y apretó los puños.

–Siento lo que te dije –masculló–. Si pudiera borrarlas, lo haría.

–¿Eso es una disculpa?

–Es lo que es –respondió él.

Habían llegado al aeropuerto. El helicóptero empezó a descender hasta posarse. Allí los esperaba su jet privado.

Logan giró la cabeza hacia él.

–¿Por qué hemos venido aquí? ¿Tienes una casa aquí, en Ontario? –le preguntó contrariada.

–No –se limitó a responder él.

Abrió la puerta y se bajó del aparato. Le tendió la mano a Logan para ayudarla a bajar, pero ella la rehusó y se bajó sola. Echó a andar hacia la terminal, pero él la asió por el codo y la llevó hacia su jet. Logan se paró en seco al darse cuenta de lo que pretendía.

–No.

Rowan resopló.

–Mira, Logan, no tengo tiempo para…

–No me iré de Los Ángeles; no puedo.

–¿Vas a hacer que te cargue al hombro y te suba al avión?

Ella se soltó y retrocedió.

–Si lo intentas gritaré.

–¿Y de qué te serviría? ¿Quién te oiría? –le espetó él, señalando a su alrededor con un ademán–. Esta es una pista privada.

Logan se llevó una mano al cabello, para evitar que el viento lo empujara contra su rostro.

–Tú no lo entiendes… No puedo irme… No puedo dejarla…

–¿De qué estás hablando?

–De Jax… –a Logan se le quebró la voz–. Nunca he estado lejos de ella; ni una noche. No puedo…

–¿Jax? –repitió él con impaciencia–. ¿Quién es Jax? ¿Tu gata?

–No. Mi niña. Mi hija.

–¿Tu… hija? –repitió él, aturdido.

 

 

Logan asintió. El corazón le martilleaba contra las costillas y tenía el estómago revuelto. La aterraba alejarse de su pequeña. Hacía tres años, al descubrir que estaba embarazada, había telefoneado a Rowan para decírselo, pero él se había comportado de un modo detestable.

–¿Cómo has conseguido mi número? –había querido saber.

–Me lo dio Drakon.

–Pues no debería haberlo hecho.

–Le dije que era importante.

Rowan había soltado una risotada fría y desdeñosa que se le había clavado en el alma.

–Mira, nena, por si no captaste el mensaje, se acabó. No tengo nada más para ti. Y ahora haz el favor de tener un poco de dignidad y olvídate de mí.

Y eso había hecho; no le había contado lo del bebé, y con el tiempo su odioso comportamiento había acabado disipando los remordimientos que sentía por no habérselo dicho.

–¿Tienes una hija? –inquirió Rowan, visiblemente desconcertado, devolviéndola al presente.

–Sí.

–¿Y dónde está ahora? –inquirió él con el ceño fruncido.

–En casa –Logan miró su reloj–. La niñera se irá a las cinco; tengo que estar de vuelta para esa hora.

–Eso va a ser imposible; no puedes volver.

–¿Y qué pretendes?, ¿que deje a mi hija sola hasta que decidas que puedo volver?

Rowan apretó la mandíbula.

–Drakon nunca mencionó que hubieras tenido una hija.

A Logan el estómago le dio un vuelco.

–Es porque ni Morgan ni él lo saben. Nadie lo sabe.

–¿Cómo es posible que…?

–Puede que te sorprenda, pero hace tiempo que ya no tenemos grandes reuniones familiares.

Rowan se cruzó de brazos.

–¿Quién es el padre?

Logan se rio, fingiendo indignación.

–Me parece que eso no es asunto tuyo.

Rowan suspiró.

–Lo que quiero decir es si no podría ocuparse su padre de ella mientras estés fuera.

–No.

–Podrías preguntarle…

–No.

–¿No os lleváis bien?

Logan sonrió con sorna. Si la situación no fuera la que era, aquello tendría su gracia.

–Decir eso sería quedarse corto.

–¿Y no puede quedarse la niñera con ella?

–No. No me he separado de ella ni una sola noche –insistió ella, clavándose las uñas en las palmas–; es demasiado pequeña… –se le hizo un nudo en la garganta y no pudo continuar.

–Mira, Logan, no puedes ir a tu casa, lo siento –dijo Rowan. Cuando ella iba a protestar, levantó una mano para interrumpirla–. La traeré, pero tienes que prometerme que no te moverás de aquí. Te subirás al avión y me esperarás. No intentarás huir y no llamarás a nadie para que venga a por ti.

Logan giró la cabeza hacia el jet y vio a los miembros de la tripulación aguardando al pie de la escalerilla. Rowan siguió su mirada.

–Mis empleados cuidarán de ti. Mientras estés con ellos no correrás ningún peligro.

Logan se tensó y se volvió hacia él.

–¿Por qué iba a correr peligro? Los paparazzi pueden ser muy pesados, pero no…

–A tu hermano Bronson le dispararon anoche en Londres –la cortó Rowan–. Está el hospital, en el pabellón de cuidados intensivos, aunque los médicos confían en que se recuperará.

Bronson era el mayor de los cinco y el único hijo varón.

–¿Qué? ¿Por qué no me lo habías dicho antes? ¿Qué ha pasado?

–La policía lo está investigando, pero creen que quien ha intentado matarlo lo ha hecho para vengarse de tu padre. Han recomendado que se os proporcionara protección a tus hermanas, a tu madre y a ti. Mi equipo ya ha localizado a Victoria y la están llevando a un lugar seguro y tu madre ya está con Jemma. Y ahora tenemos que ponerte a salvo a ti.

Logan se sintió palidecer. Le temblaban las piernas.

–Por favor, ve a por mi hija; date prisa.

–Dame tu móvil.

–Te prometo que te haré caso; no llamaré a nadie…

–No es por eso. Me lo llevaré para llamar a Joe y decirle lo que necesito que haga.

–¿Vas a involucrar a Joe en esto? –inquirió ella, entregándole el teléfono.

–Tú confías en él, ¿no?

Logan asintió.

–El PIN es tres, uno, cero, tres.

Rowan frunció el ceño.

–¿No nos conocimos el treinta y uno de marzo?

Una ola de calor invadió a Logan.

–Ese no es el motivo por el que le puse ese PIN –contestó.

Parecía que estuviese a la defensiva, y eso la irritó.

–No he dicho que fuera por eso –replicó él–. Pero me hará más fácil acordarme del número.

Le hizo una señal al piloto del helicóptero para que volviera a ponerlo en marcha y las aspas empezaron a girar. Se despidió de ella, se subió al aparato, y se elevaron antes siquiera de que Rowan hubiera cerrado la puerta.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

SENTADA a bordo del jet privado de Rowan, Logan miró su reloj de pulsera. Hacía casi dos horas y media que se había ido. Estaba intentando a toda costa no pensar en su hija, que estaría asustada, en Bronson, que estaba en el hospital, o en su madre y sus hermanas, que también corrían peligro. No podía dejar que su mente divagara, porque en cuanto empezaba a pensar se encontraba imaginándose lo peor y la preocupación la desgarraba por dentro.

Alzó la vista y miró a los tres hombres –el piloto, el copiloto y el auxiliar de vuelo– que charlaban en un tono velado al final del pasillo, junto a la cabina. Era una tripulación inusual, muy distinta a la de los vuelos comerciales. Aquellos hombres de aspecto rudo y corpulento parecían militares. Uno de ellos giró la cabeza hacia ella y le dijo algo al auxiliar de vuelo, que fue hacia ella.

–¿Necesita algo, señorita Copeland? –le preguntó.

No parecía americano, pero tampoco tenía acento extranjero. Era un enigma, como los otros dos.

–¿Podría darme un poco de agua?

–Claro. Le traeré un botellín. ¿Quiere comer algo?, ¿tiene hambre?

Ella negó con la cabeza.

–Me siento incapaz de probar bocado ahora mismo; con el agua es suficiente, gracias.

Sin embargo, cuando el auxiliar le llevó el botellín Logan apenas bebió un trago. Estaba demasiado nerviosa y los minutos pasaban muy despacio.

Cuando pensaba que ya no podría aguantar más, se oyó el ruido de un helicóptero. Rogó por que fuera Rowan, y se giró hacia la ventanilla para mirar. El aparato se posó en el suelo y se abrió la puerta. De él bajó Rowan, que llevaba a Jax en brazos, y detrás de él iba Joe, con una maleta en cada mano.

Cuando subieron al avión, Jax dio un gritito de alegría al verla.

–¡Mami!

Logan, que se había levantado, alargó los brazos y Rowan se la tendió.

–Hola, preciosa –le susurró Logan, besándola en la mejilla una y otra vez–. ¿Cómo está mi niña?

–Bien –dijo la niña, echándole los bracitos al cuello.

–¿Qué te ha parecido el helicóptero?

–Hace mucho ruido –dijo la pequeña, haciendo un mohín y tapándose los oídos con las manos.

–Ha ido sentada en el regazo de Joe y ha estado muy tranquila durante el vuelo –le dijo Rowan–. Parece que a tu ayudante se le dan bien los críos.

Logan miró detrás de él. A unos metros estaba Joe, entregándole las maletas al auxiliar de vuelo.

–Ha sido muy amable viniendo hasta aquí. ¿O le has obligado a venir?

–Yo no le he obligado a nada; parece que siente una gran devoción por ti.

–No empieces otra vez…

–No lo decía por nada. Si está aquí es porque insistió en venir.

–Pues se lo agradezco. Desde que empezó a trabajar para mí se ha portado de maravilla con Jax –replicó ella. Al posar la vista en las dos maletas que el auxiliar estaba colocando en el compartimento del equipaje, le preguntó a Rowan–: ¿Hacían falta dos maletas? ¿Cuánto tiempo vamos a estar fuera?

–Tu amiguito Joe es quien las ha preparado. Pero bueno, las mujeres siempre lleváis mucho equipaje cuando viajáis, ¿no?

Logan sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco.

–¿Estás un poco celoso de él o solo lo parece?

–¿Yo?, ¿celoso? Sí, ya…

Rowan resopló y se alejó al ver que Joe se acercaba.

–¿Estás bien? –le preguntó este a Logan.

Ella asintió, lanzando una mirada de desaprobación a la espalda de Rowan.

–Espero que no haya sido grosero contigo –le dijo a Joe–. Si lo ha sido, no te lo tomes como algo personal; es así con todo el mundo.

Joe sonrió y se encogió de hombros.

–He conocido a tipos peores.

Logan lo miró con una ceja enarcada y Joe sonrió.

–En serio, no me molesta –insistió–. Y se ha portado muy bien con Jax…

–No digas más; no quiero oírlo –lo cortó ella–. ¿Te va a llevar de vuelta en el helicóptero, o vas a tener que tomar un taxi? Si tienes que volver en taxi, apúntalo en mi cuenta. No puedo dejar que lo pagues de tu bolsillo; te saldrá por un ojo de la cara.

–Alquilaré un coche –replicó él. Vaciló un momento y le preguntó–: ¿Estarás bien?

Logan besó la cabecita de su hija y asintió.

–Joe, en el evento de mañana no tiene que haber ni un fallo; es muy importante.

–Lo sé, tranquila. Irá muy bien; recaudaremos un montón de dinero y saldrá todo a la perfección. Lo que me preocupa eres tú.

–Pues no tienes que preocuparte; estoy bien. Pero mi empresa… lo es todo para mí: mi reputación, mi modo de vida…

–Lo sé; me ocuparé de todo –le prometió Joe en un tono firme.

–Gracias.

Joe le dio un beso a Jax y se marchó. Al poco rato Rowan estaba de vuelta y traía una sillita de niño.

–Tenemos que irnos –le dijo a Logan–. Colocaré esto en el asiento para que Jax vaya más segura. ¿Ha viajado antes en avión?

Logan sacudió la cabeza.

–No salimos mucho –murmuró. Y al ver la expresión de él, añadió–: no quiero atraer más atención de los medios.

–¿Tan mal está la cosa?

–No tienes ni idea de la lata que nos dan –le dijo con una risa forzada.

No iba a dejar que ganaran aquellos que odiaban a su familia y querían verlos humillados.

 

 

Rowan miró su reloj. Llevaban cuatro horas de vuelo, pero aún les quedaban otras cuatro o cinco. Era un alivio que la pequeña se hubiese dormido por fin. Se había pasado llorando casi una hora porque no tenía su mantita. Joe la había llevado con él cuando se habían reunido en el aeropuerto de Santa Mónica, pero debía haberse caído dentro del helicóptero, o en el suelo de la pista cuando se habían bajado del aparato para subir a su jet. Logan había estado paseándose por el corto pasillo con Jax en brazos, dándole palmadas en la espalda hasta que al fin se había quedado dormida sobre su hombro.

Y ahora ella también se había dormido, sentada en su asiento en posición reclinada, con la pequeña aún encima de ella. El ver a Logan con su hija lo hacía sentirse incómodo. Nunca se la habría imaginado en el papel de madre. Acostumbraba a catalogar a la gente en categorías cerradas y bien definidas y era lo que había hecho con ella. Le había puesto una etiqueta y la había apartado en un oscuro rincón de su mente junto con otros recuerdos malos o difíciles.

Tras aquella noche juntos, se había sentido mal durante semanas, meses. Lo enfadaba no poder olvidarla, no haber tenido más control sobre sus emociones: no debería preocuparse por ella, no debería importarle… y, sin embargo, no podía evitarlo.

Había sido tan duro con ella… Había estado tentado tantas veces de llamarla para disculparse, para decirle que sabía que no se había comportado bien… Pero no lo había hecho. Había tenido miedo de abrir una puerta y luego no poder cerrarla. No tenía sentido tender puentes con una mujer que no era de fiar. Para él la confianza lo era todo, y ella le había mentido una vez, ocultándole quién era, así que… ¿por qué no habría de volver a hacerlo?

Quería odiarla, despreciarla, pero el verla allí dormida, con su hija encima de ella, la viva imagen de la devoción materna, despertaba su instinto protector. Además, había estado dándole vueltas a algo y haciendo cálculos mentales desde que había ido a recoger a la pequeña: si al treinta y uno de marzo se le sumaban cuarenta semanas, se llegaba a diciembre… y Jax había nacido en diciembre. El veintidós de diciembre para ser exactos. Lo sabía porque le había pedido a Joe que buscara el certificado de nacimiento de Jax en casa de Logan. Uno no podía sacar a una niña del país sin documentación alguna.

Si fueran en un vuelo comercial habría tenido que pasar por los controles gubernamentales y habrían necesitado un pasaporte, pero como viajaban en su avión privado, su piloto había entregado un manifiesto que incluía a Logan. No a su hija, obviamente, porque hasta hacía unas horas ni siquiera había sabido que Logan tenía una hija. Podía ser un problema. Como él tenía inmunidad diplomática, por sí mismo no tenía que preocuparse, pero Logan sí podría meterse en un lío si se descubriera que había llevado de un país a otro a una niña «de contrabando». Por suerte, como aterrizarían en la pista privada de su propiedad, allí no habría controles policiales ni nadie la interrogaría por la niña… la niña que había nacido en diciembre, justo cuarenta semanas después del treinta y uno de marzo…

 

 

Cuando Logan abrió los ojos Rowan estaba sentado en el asiento frente al suyo, con los ojos fijos en ella, y no estaba precisamente sonriendo. El corazón le dio un vuelco. No quería dejarse llevar por el pánico, pero su inquietante expresión le hizo imaginar que sabía algo, algo que era imposible que supiera… No podía saber que Jax era hija suya…

Enarcó una ceja, lo miró con indiferencia, y le preguntó, tratando de eludir aquel incómodo momento:

–¿Estaba roncando?

–No.

–¿Me había quedado dormida con la boca abierta?

–Quiero una prueba de paternidad.

Rowan había pronunciado esas palabras en un tono tan quedo que le llevó un momento digerirlas. Quería una prueba de paternidad; sí que sospechaba… Tenía que encontrar una salida…

–Eso es un poco presuntuoso por tu parte, ¿no crees?

–Has dicho que eras virgen. Y me has echado en cara que no fui muy delicado…

–No te he echado en…

–Debías estar dolorida. Por eso dudo que buscaras tan deprisa a otro que te echara un polvo… Por lo menos esperarías una semana. Y tu hija nació en diciembre; las cuentas cuadran.

–Se te dan bien las matemáticas –le dijo ella con sorna–. El problema es que Jax fue prematura. Yo no salía de cuentas hasta un mes después –mintió.

–Esa dulce niñita pesó casi cuatro kilos, cariño. No nació prematura.

A Logan el estómago le dio un vuelco. Sabía cuánto había pesado Jax al nacer… Sabía cuándo había nacido… ¿Qué más sabía?

–No es hija tuya –le repitió con obstinación.

–Hasta ahora no, pero debería serlo, ¿no?

Logan contuvo el aliento.

–Haremos la prueba mañana.

El corazón de Logan palpitaba tan deprisa que temió que sus latidos despertaran a Jax.

–Pero… si ni siquiera te gustan los niños… No me creo que tú quieras hijos…

–¿Es eso lo que has estado diciéndote estos tres años? ¿Esa es tu excusa para habérmelo ocultado todo este tiempo?

«Me llamaste “puta”… Me dijiste las cosas más horribles, más despreciables…». Sí, sus insultos habían dolido, pero no era ese el motivo por el que no se lo había dicho.

–Intenté decírtelo… –murmuró. Al menos no le temblaba la voz.

–¿Cuándo?

–Cuando te llamé. ¿Te acuerdas? Te telefoneé, y en vez de un «¿cómo estás?, ¿todo bien?», me preguntaste furioso que cómo había conseguido tu número –le recordó, mirándolo a los ojos–. Y cuando te respondí que me lo había dado Drakon porque le había dicho que era importante, te burlaste de mí, diciéndome que ya no tenías nada más que darme –su voz ya no sonaba calmada; sino quebrada por la emoción–. Después de que me colgaras me harté de llorar, pero cuando por fin me tranquilicé sentí alivio. Me aliviaba que no quisieras volver a saber nada más de mí, me alivió pensar que mi hija no tendría que sufrir, como yo, a un padre egoísta e insensible.

Rowan se quedó callado un buen rato, escrutándola en silencio, con expresión pensativa, hasta que finalmente dejó escapar un suspiro y murmuró:

–Podría decir tantas cosas…

–¿Y por qué no las dices?

–Porque aún faltan varias horas para que lleguemos a Irlanda y…

–¿A Irlanda? –lo interrumpió ella.

–…y no me apetece estar discutiendo contigo hasta que aterricemos en Galway.

Logan parpadeó, aturdida.

–Pero no podemos salir de Estados Unidos. Yo no llevo mi pasaporte y Jax ni siquiera tiene.

Rowan se encogió de hombros, despreocupado.

–Aterrizaremos en una pista privada en mi propiedad; así que no habrá nadie de inmigración ni de aduanas.

–¿Y qué pasará cuando volvamos? ¿No crees que entonces sí pueda ser un problema?

–Podría ser. Pero Joe metió en tu maleta tu pasaporte y el certificado de nacimiento de Jax, así que al menos tenemos eso.

De modo que así era como se había enterado de la fecha de nacimiento de Jax… Logan espiró despacio; se sentía mareada.

–Yo tampoco quiero pasarme el resto del vuelo discutiendo –le dijo entre dientes–, pero no es justo hacer pasar a Jax por…

–Mira, Logan, yo no quiero causarle ningún trastorno, y no necesito de una maldita prueba para saber que es mi hija, pero la haremos para corregir su certificado de nacimiento.

–Nuestra hija –lo corrigió ella, por más que detestara admitirlo–; es nuestra hija.

Rowan esbozó una media sonrisa.

–No es que me alegre de la muerte de tu padre, pero puede que con el tiempo acabemos viéndolo como una bendición por habernos unido a ti, a Jax y a mí.

Parecía estar diciéndolo con sorna, pero a Logan no le hacía ninguna gracia.

–En fin, ahora solo tenemos que pensar en el siguiente paso –añadió Rowan, con un brillo perverso en los ojos–. ¿Una boda en mi castillo? ¿Y nos casamos antes, o después del funeral de tu padre?

Era una suerte que estuviera sentada, porque si no se habría caído de espaldas. Y fue una suerte que Jax se despertara en ese momento, ahorrándole el tener que responder. Aquello era una locura…

–Creo que sería mejor antes del funeral –prosiguió Rowan en un tono reflexivo–. Le dará a todo el mundo algo que celebrar. Sí, habrá tristeza por la muerte de tu padre, porque era un hombre tan bueno, tan dedicado a su familia y a su comunidad… –dijo con sorna–, pero todos se alegrarán por nosotros.

–Rowan, sé que odiabas a mi padre, y me odias a mí…

–Eso ya es cosa del pasado –la cortó él–. Tenemos que mirar hacia el futuro. Te convertirás en mi esposa y tendremos más hijos.

–Estás disfrutando con esto, ¿no?

Rowan se encogió de hombros.

–Solo estoy intentando ser positivo.

–Lo que eres es un sádico –masculló ella–. No vamos a casarnos, y no habrá más niños. No hay nada entre nosotros, ni lo ha habido nunca, así que no intentes mangonearme porque no lo toleraré.

Rowan tuvo el descaro de reírse.

–¿Ah, no? ¿Y qué harás?, ¿llamar a Joe?

A Logan se le encendieron las mejillas.

–Tienes un verdadero problema con él. Si no te conociera como te conozco, diría que estás celoso.

Rowan le dirigió una sonrisa tan seductora que a Logan le entraron ganas de levantarse y salir corriendo.

–Joe… trabaja para mí –murmuró. Cuando ella abrió la boca para decir algo, levantó una mano para que le dejara continuar–. No fue a la Universidad del Sur de California, ni estudió Arte, Comunicaciones y Diseño. Y tampoco tiene veinticuatro años, sino treinta y uno, y antes de empezar a trabajar para Dunamas fue un miembro del destacamento de Fuerzas Especiales Delta.

Logan no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Joe no podía ser un militar… Era tan joven, tan dulce, tan trabajador…

–Es imposible… Lo escogí de entre varios candidatos…

–Todos trabajan para mí.

–No puede ser…

–Entrevistaste a tres candidatos: Trish Stevens, Jimmy Gagnier y Joe López. Trish te pedía demasiado dinero y Jimmy te hacía sentir incómoda porque sabía demasiado sobre tu familia. En cambio Joe… Joe te conmovió porque te dijo que necesitaba ese empleo.

A Logan se le llenaron los ojos de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta. Ella había confiado en Joe… Llevaba casi tres años trabajando para ella…

–Creía que era una buena persona –susurró, sintiéndose horriblemente traicionada.

–Y lo es. Habría dado su vida por ti. Lo mandé para protegerte.

–¿Y para espiarme también?

–Si le hubiera ordenado que te espiara, me habría contado lo del bebé –le contestó Rowan con aspereza–. Su misión era protegerte, y lo hizo. Parece que te era tan leal que me ocultó todo este tiempo que tenías una hija.

Logan sacudió la cabeza, y casi se rio por lo surrealista que se le antojaba todo aquello.

–Es tan absurdo… ¡Dios! ¡Si lo mandaba a hacerle recados después del trabajo!, ¡a recogerme ropa de la tintorería! Incluso me ayudaba a darle la cena a Jax cuando yo estaba ocupada, repasando cosas de trabajo en el ordenador… –tragó saliva–. Creía que se había encariñado con ella. Tal vez no fuera cariño, pero pensaba que le importábamos…

Rowan se quedó callado un momento antes de decir:

–Y le importabais. Durante dos años Joe te protegió, y protegió tu secreto –se levantó de su asiento–. Pero no debería haberlo hecho. Fue un grave error por su parte, y por eso voy a despedirlo.

Rowan se alejó por el pasillo, y Logan lo siguió con la mirada, con los ojos llenos de lágrimas. ¿Cómo podía ser tan cruel?

Capítulo 4

 

 

 

 

 

ROWAN se estaba sirviendo un whisky en la pequeña cocina del avión cuando apareció Logan. Se quedó de pie en el umbral de la puerta, cruzada de brazos. Estaba mucho más delgada que tres años atrás. Sabía que trabajaba mucho, pero nunca había imaginado que el estrés hubiese hecho tanta mella en ella. Si hubiera sabido que estaba embarazada…

–He sentado a Jax en su sillita y ha vuelto a quedarse dormida –le dijo–. Quería preguntarte si sabes algo de Bronson. ¿Está estabilizado, o sigue en estado crítico?

–Parece que han conseguido estabilizarlo, pero se ha decidido mantenerlo en la unidad de cuidados intensivos porque a la policía le es más fácil asegurar allí su protección al ser un pabellón de acceso restringido.

–¿Y Victoria?, ¿dónde está ahora?

–Debería estar ya con Drakon y Morgan.

–Pues eso puede acabar como el rosario de la aurora…

–¿Por qué?

–Porque Morgan y ella no se aguantan –le explicó Logan–. Victoria debería irse a casa de Jemma. Se llevan bien.

–Pues me temo que ya es un poco tarde para eso; confío en que tus hermanas se den cuenta de que no es momento para riñas tontas.

Logan enarcó las cejas.

–No es que se enzarcen en riñas tontas –replicó–. Es que tuvieron una discusión muy fuerte, sobre nuestro padre. Es muy incómodo para todos.

–Pues habrá que desearle suerte a Drakon, que tendrá que aguantarlas –dijo él, apoyando la espalda en uno de los muebles de acero de la estrecha cocina.

Logan se quedó callada un momento.

–No despidas a Joe –murmuró.

La nota suplicante en su voz irritó a Rowan.

–A Joe no le hace falta que intercedas por él –le dijo con aspereza–. Sabía lo que estaba haciendo; es responsable de sus decisiones. Sabía que se preocupaba por ti, que estaba empezando a sentir algo por ti, y llegó a un punto en el que esos sentimientos se convirtieron en algo más que un marcado sentido del deber.

–Pero aun así dejaste que continuara en su puesto.

–No –masculló él, apretando los puños–, le ordené que te dijera que tenía que dejar el trabajo, que iba a buscar a alguien para relevarlo. Fue antes de las vacaciones de Navidad. Sé negó a acatar mis órdenes; se negó a abandonarte.

Los labios de Logan se curvaron en una trémula sonrisa.

–Todo lo contrario que tú, que me insultaste y me diste la espalda cuando te llamé para decirte que estaba embarazada.

Si se lo hubiese dicho en un tono frío y burlón, Rowan podría haber ignorado aquella pulla. Sin embargo, su voz entrecortada y el ligero temblor de sus labios hizo que se le encogiese el corazón.

–Deja que vea cómo va esa herida que te hiciste en la cabeza –dijo asiéndola por la muñeca para atraerla hacia sí.

Logan se puso tensa, pero le dejó hacer cuando le apartó un mechón para inspeccionarle la herida en la sien. No tenía mal aspecto. Logan debía haberse limpiado la herida en el aseo cuando él había ido a buscar a Jax. Aunque estaba empezando a aparecer un cardenal, el corte estaba cicatrizando.

–Siento que no pudiera evitar tu caída –le dijo. Aunque no se llevaran bien, no podía evitar sentirse culpable de que lo único que parecía traer a su vida era problemas y dolor–. Te diste un buen porrazo.

–He sobrevivido a cosas peores –contestó ella con una sonrisa fanfarrona.

Sin embargo, en sus ojos azules se adivinaban sombras, demasiadas sombras. Escudriñó en ellos, preguntándose a cuántas dificultades se habría enfrentado sola en esos tres años y sintió una nueva punzada de culpabilidad. Tenía razón; le había dado la espalda. Él, que se ganaba la vida protegiendo a completos extraños, no la había protegido a ella.

Inclinó la cabeza y posó sus labios sobre los de Logan. Pretendía ser un beso de consuelo, de disculpa por haber sido tan bruto, pero en el momento en que sus labios tocaron los de ella ya no pudo pensar más que en lo agradable que era el calor que irradiaba su cuerpo. Su mano descendió por la espalda de Logan para calmarla y atraerla un poco más hacia sí. La mano de ella subió a su pecho y le estrujó la camisa con los dedos, tirando de él hacia ella.