Ecología como nueva Ilustración - Corine Pelluchon - E-Book

Ecología como nueva Ilustración E-Book

Corine Pelluchon

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El legado de las Luces está en crisis. Su confianza ciega en la razón y la tecnología resulta ingenua frente a la emergencia ecológica que vivimos. Ante esta situación, no son pocos los intelectuales que han optado por buscar alternativas a la Ilustración, transitando a menudo los peligrosos senderos del antirracionalismo o el autoritarismo. Sin embargo, ¿debemos desechar la Ilustración en su totalidad? ¿Es acaso un proyecto estanco, inamovible, caduco? ¿Se puede actualizar, más de doscientos años después, un pensamiento cuyo objetivo era la autonomía del ser humano? Corine Pelluchon aborda lúcidamente estos interrogantes para relanzar, en un contexto de colapso eco-social, los presupuestos críticos y emancipadores del movimiento ilustrado original, pero purgando el antropocentrismo y ajustándolo a los límites biofísicos que impone nuestro planeta. Una razón absoluta, que ha devenido racionalidad instrumental, da paso así a la humildad de un pensamiento que se sabe eco-dependiente. Este es, según la apuesta de la autora, el único camino para una democracia respetuosa con la naturaleza.

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Corine Pelluchon

Ecología como nueva Ilustración

Traducción deAntoni Martínez Riu

Herder

Título Original: Les lumières a l’âge du vivant

Traducción: Antoni Martínez Riu

Diseño de la cubierta: Herder

Edición digital: José Toribio Barba

© 2021, Éditions du Seuil, París

© 2022, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN PDF: 978-84-254-4836-2

1.ª edición digital, 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

INTRODUCCIÓN

La ilustración como pregunta crítica y como proceso

El proyecto de la ilustración y la anti-ilustración

Tras el eclipse de la ilustración

La ilustración en la edad de lo viviente

I. RAZÓN Y DOMINACIÓN

La razón reflexiva y la travesía por lo negativo

• Partiendo de la Teoría crítica

• Genealogía del nihilismo

Antiguas y nuevas aporías

• El odio al cuerpo y a la alteridad

• Transformar al sujeto para transformar la realidad

Cultura de muerte versus edad de lo viviente

II. LA ILUSTRACIÓN Y LO VIVIENTE

Fenomenología de lo viviente e ilustración lateral

• El mundo de la vida

• El despertar del mundo percibido

• La existencia y la vida

Evolución e historia

• Individuo, variabilidad y mortalidad

• Contingencia y responsabilidad

• Esquema, epokhé civilizacional y complejidad

Tras los derechos humanos

• El juicio a los derechos humanos

• Un nuevo humanismo

III. LA AUTONOMÍA RECUPERADA

La emancipación individual como desgarradura

• Autonomía y emancipación. El ejemplo del feminismo

• ¿Emanciparse de qué, de quién, cómo?

• De la crisis a la atestación

Autonomía y mundo común

• Transdescendencia, creatividad individual e imaginario colectivo

• Los hombres del campo, pioneros de la Ilustración en la edad de lo viviente

• Pensando el trabajo y la educación desde la consideración

IV. EL PROYECTO DE UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA Y ECOLÓGICA

La ecología como proyecto de emancipación

• La democracia como sociedad abierta y sus enemigos

• El proyecto de una sociedad autónoma y el imaginario instituyente

• La fuerza emancipadora de la ecología

Las transformaciones de la democracia en la edad de lo viviente

• Descentralizar la democracia

• La Ilustración contra el neoliberalismo y el papel de las minorías

• Revolución, violencia y resolución

V. TÉCNICA Y MUNDO COMÚN

Fenomenología de la técnica

• Examinar la oposición técnica/cultura

• La técnica como existencial

Esquemas y técnica

• El carácter ilimitado de los medios y el vínculo entre la técnica y la guerra

• Inhumanidad y totalitarismo

• El transhumanismo como anti-Ilustración

Una cultura para la técnica: obstáculos y educación

• El desfase prometeico y el mundo de Eichmann

• Espacio, tiempo y ciudadanía en la era digital

• Conspiracionismo versus consideración

VI. EUROPA COMO HERENCIA Y COMO PROMESA

Europa entre universalismo e historicidad

• El sentido filosófico de Europa

• De Sócrates a Patočka. El cuidado del alma y el compromiso

• Razón y consideración

La Unión Europea: su télos, su nómos y su éthos

• Los desafíos de la construcción europea

• Los grandes proyectos de hoy y el nuevo télos de Europa

• Pensamiento de mediodía y cosmopolítica de la consideración

CONCLUSIÓN

La doble amputación de la razón

Esquemas y civilización

Ecología y universalismo en contexto

Bibliografía

A François Cambien

No se trata de conservar el pasado, sino de cumplir sus esperanzas. [...] La crítica que en él se hace a la Ilustración tiene por objeto preparar un concepto positivo de esta, que la libere de su cautividad en el ciego dominio. THEODOR W. ADORNO y MAX HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración

Introducción

Se le puede atribuir un sentido a esa interrogación crítica sobre el presente y sobre nosotros que Kant ha formulado al reflexionar sobre la Aufklärung. [...] La ontología crítica de nosotros mismos no hay que considerarla, ciertamente, como una teoría, una doctrina, ni siquiera un cuerpo permanente de saber que se acumula; hay que concebirla como una actitud, un éthos. MICHEL FOUCAULT, ¿Qué es la Ilustración?

LA ILUSTRACIÓN COMO PREGUNTA CRÍTICA Y COMO PROCESO

La Ilustración se caracteriza por la afirmación de la autonomía de la razón y por la decisión de los individuos de tomar el destino en sus propias manos. «Ilustración» expresa esencialmente una actitud, un «éthos filosófico» que consiste en interrogarse de manera crítica sobre el presente y que constituye la propia época en objeto de su pregunta para identificar los desafíos que ella debe abordar.1 Al reconocerse como parte de la historia de la modernidad, la Ilustración se opone a las actitudes de contramodernidad que ya se manifestaron en el momento de su aparición.

Concebir así la Ilustración implica que nuestra identidad depende de cómo ratificamos o rechazamos su herencia y el hecho de que esta todavía esté inacabada. Las nociones que la Ilustración ha colocado en el corazón de la filosofía, de las ciencias, de la moral, de la educación, de la política y de la estética constituyen sin duda un núcleo identificable, pero su contenido evoluciona. La Ilustración no es estática; cambia con el paso del tiempo y en función del lugar donde se difunde, absorbiendo y reorganizando elementos nuevos en función de los acontecimientos o los descubrimientos y por la influencia de sus detractores. Aunque casi nadie se atreve hoy a hablar de un progreso de la civilización y que, desde el siglo XX, la modernidad parece ser la expresión de una razón que se ha vuelto loca, la Ilustración tiene que hacer su propia autocrítica.2 La idea central de esta obra es que, en el contexto ecológico, tecnológico y geopolítico actual, una revisión de sus fundamentos que lleve a la superación de su antropocentrismo y de sus dualismos, en particular el que opone naturaleza y cultura, es la única manera de prolongar su obra de emancipación individual y social. Es también el único medio de evitar el colapso y la guerra que aparecen como consecuencias inevitables de un modelo de desarrollo aberrante y deshumanizador.

Podemos seguir presentando la Ilustración si insistimos en su unidad, que descansa sobre un cuerpo doctrinal que subraya su coherencia,3o, al contrario, si destacamos su heterogeneidad e incluso sus antagonismos.4 Estas dos interpretaciones son pertinentes por igual. En general, cuando un pensador siente la necesidad de expresarse sobre la Ilustración es porque experimenta la urgencia de advertir a sus contemporáneos de los peligros que los amenazan o de recordarles las promesas que han de cumplir. Hay también muchas historias de la filosofía de la Ilustración y, en los diversos relatos que reconstruyen el recorrido de la modernidad, no son siempre los mismos los autores que se celebran como héroes o que son vilipendiados como traidores.

La Ilustración es, pues, a la vez, una época, un proceso y un proyecto. Representa sobre todo el acto por el que una generación, mediante un giro reflexivo sobre sí misma, busca generar un nuevo imaginario. Pensada como una época que se da nombre a sí misma —las Luces—, tiene su divisa y define su tarea,5 no solo pertenece a un siglo y a un lugar, Europa, y no debe reducirse a la síntesis de ideas difundidas desde finales del siglo XVIIy que culminan con la Revolución francesa.6 La Ilustración representa también un acontecimiento: considerar el propio tiempo como una época y decir que esta pertenece al ámbito de las Luces equivale a pensar que ciertos cambios inau­guran una nueva era que marcará la historia y hasta abre una dimensión de esperanza.

Por eso, los filósofos de finales del siglo XVII y del siglo XVIII eran conscientes de estar asistiendo al advenimiento de la modernidad, que es indisociable de la exigencia de «encontrar en la conciencia sus propias garantías»,7 y de fundar el orden social, la moral y la política sobre la razón. Sabían que, pese a los combates que tendrían que librar por defender ese ideal, ya no sería posible fiarse de los pilares del viejo orden y remitirse a la autoridad de la tradición, fuera esta la de la religión, la de las costumbres o la de las jerarquías sociales. Al tomar su siglo como objeto de estudio, las Luces inician también una nueva forma de filosofar: cada generación de pensadores tenía ahora la oportunidad de orientar el curso de la historia a través de la crítica.

Así, quienes creen que es posible y hasta necesario enlazar con los ideales de la Ilustración se inscriben en un proceso de emancipación que concierne a la vez a la autonomía del pensamiento, al gobierno de sí mismo y a las condiciones de la libertad política, y buscan completarlos. Por todas esas razones, la Ilustración no puede compararse a un cuerpo de doctrinas que simplemente debiera adaptarse a contextos, épocas y continentes diferentes. Nacida del deseo de verdad y de libertad intrínseco del corazón de nuestra humanidad, es una cita que nos damos a nosotros mismos, lo cual significa también que no se trata de un fenómeno exclusivamente europeo.

No solo los principios de igualdad y de libertad que han desembocado progresivamente en la construcción de la democracia en Europa y en Estados Unidos han inspirado a otras regiones del mundo, sino que, además, los orígenes culturales de la modernidad no provienen únicamente de nuestro continente.8 Así como hay unidad y diversidad en la Ilustración, hay también muchos focos donde han aparecido los ideales de emancipación individual y social, dentro y fuera de Europa, antes y después del siglo XVIII. Esos ideales se han expresado de diversas maneras, según los contextos culturales, como atestiguan la Ilustración inglesa, alemana, francesa o escocesa, pero también según las distintas formas en que la Ilustración europea se extendió a otras poblaciones, contribuyendo a su emancipación o sometiéndolas.9

Además, la idea de emancipación ha adoptado diversas formas con el paso del tiempo hasta poner en entredicho determinadas opiniones defendidas por los autores considerados cabezas de fila de la Ilustración, ya sea Voltaire, Locke o Kant. Eso es particularmente visible en las reivindicaciones feministas o en los movimientos en favor de los derechos civiles y del reconocimiento de las minorías culturales y étnicas. A la vez que recurrían a la filosofía de los derechos humanos para denunciar las contradicciones entre la afirmación de la igual dignidad de todos y el mantenimiento de la esclavitud, la subordinación de la mujer y la discriminación de los pueblos autóctonos, esos movimientos han combatido el racionalismo supuestamente neutro de las Luces y su universalismo hegemónico y han puesto de manifiesto, igualmente, los prejuicios sexistas y racistas de algunos de sus representantes más célebres.10

Estas paradojas y la tensión entre la unidad y la diversidad de la Ilustración dejan de ser aporías cuando recordamos que esta no consiste en una transferencia de elementos doctrinales a contextos diferentes, sino en una reorganización perpetua de ideas que, al enfrentarse con la realidad, no son ya exactamente las mismas que se expresaron en el pasado. Cada época y cada sociedad pueden redefinir la Ilustración y liberar un potencial que no siempre ha sido visible antes, aunque solo sea porque las polémicas con las que siempre se ha asociado a la Ilustración —porque siempre representa una reflexión crítica sobre el presente, como diferencia o como ruptura— conduzcan a las mujeres y a los hombres que se inspiran en ella a insistir en un aspecto más que en otro. Así, por ejemplo, en los países del mundo árabe la Ilustración puede invocarse para denunciar las pretensiones de los representantes religiosos por controlar el orden social con el fin de imponer una teocracia. En Francia, donde la religión y la política están separadas, la referencia a la Ilustración sirve a menudo para denunciar nuevas formas de oscurantismo que alimentan la intolerancia, la cual se basa en prejuicios y odios racistas, y ponen en peligro la salud de la democracia.

EL PROYECTO DE LA ILUSTRACIÓN Y LA ANTI-ILUSTRACIÓN

Pensar la Ilustración hoy requiere reflexionar sobre el sentido que pueden tener, en el contexto actual, el universalismo, la idea de la unidad del género humano, la emancipación individual y la organización de la sociedad de acuerdo con los principios de libertad e igualdad. Siendo la relación entre el auge de las técnicas y el progreso de la libertad menos simple de lo que pudo creerse en el siglo XVIII, «el análisis de nosotros mismos en tanto que seres históricamente determinados, en cierta medida, por la Aufklärung […] implica una serie de investigaciones históricas [...] sobre aquello que no es o no es indispensable para la constitución de nosotros mismos como sujetos autónomos».11

No obstante, si la cuestión de saber quiénes somos es inseparable de cómo podemos situarnos en relación con la Ilustración, es también porque esta designa un proyecto social y político y este último, actualmente, es atacado por todas partes, tanto por los reaccionarios como por ciertos progresistas que sospechan que todo universalismo es imperialista. De modo que un proyecto que aspire a prolongarla sufre los ataques de los que la juzgan inadaptada a los desafíos de nuestro tiempo o desean que se abandone su proyecto de emancipación.

Este cuestionamiento no debería limitarse a investigaciones genealógicas que aspiren, como decía Michel Foucault, a rastrear la inversión del conocimiento en poder y a denunciar el poder hegemónico de una razón ciega a las diferencias. Eso no significa que el juicio a la Ilustración, es decir, las críticas que se le han hecho desde comienzos del siglo XVIII hasta nuestros días, tanto desde la derecha como desde la izquierda, no sea en absoluto pertinente. El examen de nuestra época es inseparable del hecho de tener conciencia de los fracasos de la Ilustración y de sus cegueras. Esos fracasos y el potencial de destrucción adherido al racionalismo deben ser examinados con la máxima atención si queremos llevar a cabo las promesas de la Ilustración, como son la emancipación individual y colectiva y la paz. No obstante, la cita que tenemos con nosotros mismos y los desafíos que ahora son los nuestros exigen, a un tiempo, más audacia y seriedad de lo que llegaron a imaginarse los filósofos posmodernos.

En efecto, desde 1970 y hasta el inicio de 1990, nadie pensaba que personas nacidas en Francia pudieran quedar seducidas por los discursos fanáticos de los terroristas islamistas ni que el nacionalismo reapareciera en varios países de Europa. Y, aunque las cuestiones relativas a los límites del planeta, a los desafíos ecológicos y demográficos, a los sufrimientos que nuestros modos de consumir imponen a los animales eran ya objeto de informes12 y fueron el origen de nuevas disciplinas, como la ética medioambiental y la ética animal, esos temas, que raramente se relacionaban entre sí, quedaban bastante al margen.

Es decir, tras la Segunda Guerra Mundial y hasta finales del siglo XX se entendía que el objetivo principal era luchar contra la discriminación de los otros seres humanos y denunciar los abusos de poder, la pérdida de libertad, la amenaza totalitaria y las desigualdades económicas. La crítica de la Ilustración todavía estaba al servicio de sus propios ideales, a saber, la libertad individual y la igualdad. Los conflictos que oponían a los partidarios de la democracia liberal y a los comunistas eran ásperos, pero se centraban en cómo articular la libertad con la igualdad o lo individual con lo colectivo. El comunismo, que aspiraba a imponer la igualdad a través de la revolución y la dictadura del proletariado, generó el totalitarismo, pero no se fundaba en el racismo. Su creencia en un progreso de la historia y su ideal de igualdad lo inscribían en la estela de las Luces, pues pretendía superar la revolución burguesa, centrada en las libertades formales, mediante una revolución proletaria de la que se esperaba que diera a todos el acceso a condiciones materiales decentes que garantizasen las libertades reales. En cambio, el nazismo y los partidos de extrema derecha que ganan hoy las elecciones en algunos países de Europa exhiben sus odios racistas y su xenofobia, así como su desprecio por el cosmopolitismo y los derechos humanos, oponiéndose de arriba abajo a los ideales de la Ilustración.

En cuanto a los fundadores de la ética animal y de la ecología profunda, hay que decir que denunciaron el humanismo de la Ilustración, es decir, su concepción de la libertad como un desamarrarse de la naturaleza, así como su antropocentrismo, que conduce a conceder un valor instrumental a los ecosistemas y a los otros seres vivos, y a justificar por tanto su explotación sin límites. Sin embargo, esta crítica no implicaba poner en entredicho las instituciones democráticas ni pretendía sustituirlas por lo que algunos han llamado «ecofascismo». Arne Næss y quien lo inspiró, Aldo Leopold, pensaban incluso que la descentralización de la ética, que había culminado en los derechos del hombre y el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos, debía proseguir con la afirmación del valor intrínseco de los ecosistemas y de las otras formas de vida. Y en cuanto a la deconstrucción de los prejuicios especistas, sigue con la superación del antropocentrismo.13

Ahora bien, la confianza actual en el individuo pensado como un ser dotado de razón se ha erosionado, y esto quita toda credibilidad al ideal de emancipación que implica la capacidad de cada uno para liberarse de la tiranía de las costumbres. La democracia, que descansa sobre la igualdad, así como sobre la capacidad de deliberar de los ciudadanos, es también atacada o vista como una ilusión. Asimismo, el particularismo que, en el multiculturalismo, servía para hacer reconocer el derecho de las minorías y el valor de las diferentes culturas, se muda en nacionalismo: las culturas no son vistas como diferentes, sino como inconmensurables y desiguales, por lo que no se juzga posible ni deseable ningún diálogo o ninguna mezcla entre ellas. En fin, la idea de que hay que tener en cuenta a los otros seres vivos y que hay que proteger la naturaleza mediante políticas responsables que permitan acompañar la evolución de los modos de producción y de consumo respetando el pluralismo y los procedimientos democráticos es rechazada tanto por los que apelan a la coerción para poner en práctica la transición energética y alimentaria como por los defensores del modelo productivista.

Así pues, debemos ir más allá de la crítica o de la deconstrucción de los impensados de la Ilustración, aquello que no supo tener en cuenta. Hoy no basta responder a los detractores de la Ilustración, sino que es necesario promover una nueva Ilustración. Esta debe tener un contenido positivo y presentar un proyecto de emancipación fundado en una antropología y en una ontología que considere debidamente los retos del siglo XXI, que son a la vez políticos y ecológicos, y ligados a nuestra forma de cohabitar con los otros, humanos y no humanos.

El proyecto de la nueva Ilustración debe encontrar un sustituto al relato imaginario capitalista que no ofrece más perspectiva a los individuos que la producción y el consumo y que fundamenta la sociabilidad en la competencia y en la manipulación. Para precisar el contenido de ese proyecto es necesario, una vez más, no olvidar que la Ilustración también se define por aquello contra lo que lucha, y que nuestra época se caracteriza por un combate virulento dirigido contra ella, como atestiguan los partidos nacionalistas, pero también el odio a la razón, el rechazo del universalismo y la tentación de organizar la sociedad insistiendo sobre lo que nos separa y no sobre lo que nos es común. La pérdida de sentido y la dimisión de los Estados ante el orden economista del mundo, que entraña la mercantilización de lo viviente y destruye el planeta, alimentan igualmente algunos de los motivos que podemos encontrar entre los anti-ilustrados, como el relativismo y el desprecio de las instituciones democráticas. Esto no quiere decir que el escepticismo respecto de la Ilustración sea de naturaleza fascista, pero es innegable que dicho relativismo facilita el ascenso del fascismo al debilitar las posibilidades de resistir a este último.14

En otras palabras, cuando dirigimos una mirada crítica a nuestro presente y consideramos que la Ilustración designa un proyecto que aspira a orientar el curso de la historia, la bipolarización Ilustración y anti-Ilustración no puede ser ignorada. Conviene, por supuesto, apreciar la diversidad que hay entre los anti-ilustrados para evitar confundir a los partidarios (para obtener la nacionalidad o la ciudadanía) de un retorno al derecho de sangre con aquellos que temen la transformación de la razón hegemónica en totalitarismo, como Isaiah Berlin.15 Sin embargo, estos importantes matices no deben hacernos olvidar que los despreciadores de la razón no se expresan únicamente ante círculos académicos; defienden en la plaza pública un proyecto político y social que implica el sometimiento de los individuos, ya sea preconizando un orden teológico-político, que se opone a la emancipación individual y social, o imitando a los antiguos regímenes fascistas, que asociaban varios temas del gusto de los anti-ilustrados, como el rechazo del universalismo, el relativismo cultural y el nacionalismo, con una cierta fascinación por la técnica.

No solo la nueva Ilustración debe ser capaz de responder a las críticas vertidas sobre la Ilustración del pasado, sino que también es preciso cambiar los fundamentos en que descansa el racionalismo y el universalismo de esta última para no ser sospechosa de hacer posible la barbarie, destruir el planeta y ser ciega a las diferencias. Su primera tarea es oponerse al proyecto defendido por aquellos y aquellas que hoy la combaten, y que podemos identificar como anti-Ilustración, entendida esta no como un período de la historia sino como un conjunto de «estructuras intelectuales».16

Es capital distinguir entre las críticas a la Ilustración y la anti-Ilustración. La crítica feminista y poscolonial a la Ilustración, al mismo tiempo que ataca el racionalismo, el universalismo y el contractualismo, está al servicio de un proyecto de emancipación e igualdad que guarda consonancia con el espíritu de la Ilustración. Para llevar a cabo las promesas de igualdad y justicia, tan queridas por la Ilustración, era necesario denunciar algunos de sus presupuestos, como la creencia en un Estado y un sujeto supuestamente neutros en lo referente al género, y luchar contra los prejuicios racistas que explicaron, por ejemplo, que en la Declaración de Independencia de 1776 Jefferson no lograra imponer la abolición de la esclavitud. De modo que la crítica a la Ilustración manejada por el multiculturalismo y el feminismo es radical en cuanto opone el particularismo al universalismo, pero lo hace en nombre de los principios de libertad e igualdad en la dignidad de todos y, en este sentido, en nombre de la Ilustración.

En cambio, al combatir el universalismo de la Ilustración, la anti-Ilustración no solo ataca sus fundamentos filosóficos, sino su espíritu y sus principios, así como las instituciones democráticas vinculadas a ella. La crítica a la Ilustración está, en este caso, al servicio de un proyecto hostil a la idea de emancipación y a la construcción del orden político sobre la libertad y la igualdad. Para los anti-ilustrados de ayer y de hoy, el rechazo a la idea de la unidad del género humano, el desprecio por la filosofía de los derechos humanos, el odio al cosmopolitismo y a la razón, el anti-intelectualismo, el relativismo y el determinismo étnico o incluso biológico, son armas de guerra. Las utilizan para defender sociedades cerradas y sentar el orden social y político sobre el nacionalismo y su fantasma de una unidad del pueblo a priori, pensado como un cuerpo orgánico, cultural y étnicamente homogéneo y percibiendo la apertura al otro y la acogida del extranjero como atentados contra su integridad.

TRAS EL ECLIPSE DE LA ILUSTRACIÓN

Aunque la Ilustración persiste más allá del siglo XVIII, existe, no obstante, una ruptura entre nuestra situación y la de nuestros ilustres predecesores. Debemos tenerlo en cuenta a la hora de pensar lo que podría ser un nuevo proyecto de emancipación. En efecto, mientras que el Siglo de las Luces está asociado a un cierto entusiasmo y a un espíritu de conquista debidos a la certeza de que nada detendría el progreso,17 en el siglo XX ha habido un eclipse de la Ilustración.

Tras la Primera Guerra Mundial, pero sobre todo después de la Shoah, la esperanza de un progreso de la humanidad a través de las ciencias y las técnicas y la idea de fundar una moral universal sobre la razón se desplomaron hasta tal punto que la crítica del universalismo y del racionalismo de la Ilustración devino un pasaje obligado en los círculos académicos. Todo proyecto fundacionista fue puesto en entredicho por el posmo­dernismo18 y se impuso a la filosofía una especie de mutismo metafísico. Este eclipse no significaba que se hubieran abandonado todos los ideales de la Ilustración, como ya hemos comentado y como lo recuerdan las reivindicaciones que marcaron las décadas de 1960 y 1970: la demanda de más autonomía, el rechazo de la autoridad, la denuncia de la guerra de Vietnam, etc. Sin embargo, fueron pocos los filósofos que, a finales del siglo XX, invocaron de forma expresa y sin ambigüedades la Ilustración,19 mientras que, por la misma época, las corrientes de pensamiento asociadas al feminismo, a los estudios poscoloniales y al estructuralismo hicieron del juicio a la Ilustración uno de sus temas.20En la escena política actual, en Europa o en otras partes, más bien oímos hablar de anti-Ilustración.

La Ilustración del siglo XXI debe entender las críticas que le dirige el posmodernismo, en particular la que denuncia la conversión del racionalismo en su contrario y del ideal de emancipación en tiranía. Tiene que aceptar que se ataque su humanismo hegemónico, ciego a las diferencias, colonial y patriarcal.21 La condena del individualismo y del materialismo que generan la pérdida de sentido y la anomia es igualmente pertinente, aunque hay que guardarse de no atribuir con demasiada rapidez a los derechos humanos ser responsables de esta situación. En cuanto a la inquietud producida por los extravíos cientificistas, que no permiten el uso prudente de las tecnologías, la Ilustración plantea la cuestión del sentido que puede revestir hoy el progreso científico y tecnológico.

Sin embargo, lo que nos separa definitivamente de los hombres y de las mujeres del siglo XVIII son los campos de exterminio y la conciencia de una destructividad irreductible del ser humano. Con Auschwitz ha habido una «inversión del proceso de civilización».22 Se ha cruzado un umbral porque esta inversión va mucho más allá de la guerra de todos contra todos y arruina las garantías ofrecidas por la Aufklärung. Tenemos que sustituir la antropología de la Ilustración por otro paradigma epistemológico formulado por Freud en 1920 al hablar, siguiendo a Sabina Spielrein, de la pulsión de muerte como de un poder arcaico de destrucción que atañe al psiquismo.23 Debemos imaginar, por lo tanto, una nueva Ilustración sabiendo que los emblemas del progreso (las ciencias, las técnicas, la medicina) pueden ser puestos al servicio del exterminio y que el ser humano no conoce ningún límite del mal cuando se encara a seres que no entran en la esfera de su consideración moral y que el derecho no protege.

Además, la posibilidad de una destrucción del mundo por la bomba atómica modifica completamente la relación entre técnica y libertad. Por lo general, las innovaciones tecnológicas, que avances científicos como la secuenciación del genoma humano y la ingeniería genética han hecho posibles, subrayan la necesidad de establecer una distinción clara entre los conocimientos científicos, que desvelan las leyes o los hechos de la naturaleza, sus aplicaciones que entran en el campo del saber hacer y la elección de fines que rigen el uso de las técnicas, es decir, la sensatez.

Sin embargo, pese a este eclipse de las Luces, puede emerger una época que corresponda a una nueva Ilustración. La condición es que esta última estructure su visión de conjunto en torno a las nociones de autonomía, democracia, racionalismo y progreso, que las reconfigure pensando con renovado vigor la herencia de Europa. También es importante precisar el método que permita proponer un proyecto político que se funde en una antropología y una ontología que no se apoyen en una metafísica ni en una concepción religiosa del mundo, sino en estructuras de la existencia que puedan ser universalizadas y que confieran sentido a la idea de la unidad del género humano y a la condición humana.24

La concienciación ante los desafíos ecológicos, tecnológicos y políticos a los que debemos hacer frente engendra inquietud, pero también es fuente de esperanza y genera en la sociedad civil una energía que recuerda la del siglo XVIII. La Ilustración del siglo XX debe traducir esa esperanza que se apoya en un proyecto ecológico que implica el abandono de un modelo de desarrollo destructor y violento y la descolonización de nuestro imaginario marcado por la dominación de la naturaleza y de los otros y por la represión de nuestra sensibilidad.25 Uno de los signos precursores de esta nueva era que puede renovar el vínculo entre progreso y civilización es el hecho de que cada vez más individuos no se consideran como un imperio dentro de un imperio, sino que admiten su dependencia respecto de la naturaleza y de lo viviente y de la comunidad de destino que los une a los otros, humanos y no humanos.

Una de las tesis de este libro es que la nueva Ilustración es ecológica y que requiere tener conciencia de nuestra vulnerabilidad y abrirse a la alteridad para hacer posible un habitar más sabio de la Tierra y una más justa cohabitación con los otros vivientes. En este sentido, la Declaración Universal de los Derechos de la Humanidad,26 que completa la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, al fundamentar los derechos no en el agente moral individual, sino en un sujeto relacional que reconoce lo que lo une a las generaciones pasadas, presentes y futuras, es ya un paso adelante. Especifica que mi libertad no está solo limitada, como dispone el Artículo 4 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por la de mis conciudadanos, sino por el derecho a existir de las generaciones futuras, las otras culturas y las otras especies, así como por el respeto al patrimonio natural y cultural que yo recibo en herencia y que pertenece a la humanidad.

Además, la idea de que los animales tienen derecho a nuestra consideración moral y pueden ser titulares de derechos diferenciados, que sus intereses deben ser tenidos en cuenta en nuestras políticas públicas, se va imponiendo poco a poco por todo el mundo. Aunque, en el terreno de la práctica, la condición animal está lejos de mejorar, el reconocimiento de la subjetividad de los animales, considerados como seres vulnerables e individuados, cuya existencia nos crea obligaciones, es un hecho histórico que toca el corazón de nuestra humanidad. Este hecho de conciencia, así como la preocupación que, cada vez más personas, especialmente entre los jóvenes, manifiestan por la ecología se inscriben en un movimiento más amplio, una evolución en el ámbito civilizacional que nosotros llamamos «la edad de lo viviente».27 Esta edad presupone un sujeto que acepta su vulnerabilidad y su finitud, respeta los límites del planeta y pone limitaciones a sus derechos otorgando su consideración a los otros, humanos y no humanos.

LA ILUSTRACIÓN EN LA EDAD DE LO VIVIENTE

La edad de lo viviente vincula la transición ecológica, la justicia social y la causa animal a un movimiento de emancipación individual y social que se apoya en una reflexión que toma en serio nuestra corporeidad y nuestra finitud. Determina, además, nuestra capacidad de hacer un uso razonable de las tecnologías, de vivir juntos en una democracia y de volver a dar contenido político a Europa. Incumbe a la nueva Ilustración mostrar que la salud de la democracia, la transición ecológica, el respeto a los animales, la lucha contra las discriminaciones y contra todo lo que pone en riesgo la apertura hacia el otro, la cooperación y la solidaridad entre los países, no son mandatos ni eslóganes, sino manifestaciones del racionalismo en la edad de lo viviente. Ese racionalismo, que descansa en una filosofía de la corporeidad, atestigua la reconciliación de la civilización con la naturaleza y de la racionalidad con la sensibilidad, lo cual lo opone al racionalismo instrumental o instrumentalizado que, según Adorno y Horkheimer, explicaba la inversión de las Luces en barbarie.

Y así, comenzamos en el capítulo I con la crítica de ese racionalismo extraviado, que es el instrumento de dominación de los otros y de la naturaleza, fuera y dentro del sí mismo. Enraizado en una concepción del sujeto que ha erigido progresivamente la autoconservación del sí mismo y la utilidad en criterios de verdad, este racionalismo se invierte en su contrario. Pero esta dialéctica destructiva no está sometida a la fatalidad. Cuando la razón deja de ser una instancia que permite distinguir lo verdadero de lo falso, el bien del mal, para convertirse en un simple instrumento que maximiza la eficiencia, los principios en los que se basan la Ilustración y la democracia son vaciados de su sustancia y la regla de la mayoría y la ciencia pueden ser puestas al servicio de no importa qué fines.28

En cambio, una concepción del sujeto que subraye su peso y describa lo que lo conecta con el mundo común, que se compone del conjunto de todas las generaciones y de los patrimonios naturales y culturales, puede generar un uso sano de la razón. Esta vuelve a ser entonces la facultad que nos permite captar lo que es universal o por lo menos universalizable. Así, la consideración, que supone tanto un movimiento de subjetivación como una expansión del sujeto que se hace consciente de su pertenencia al mundo común, supera el relativismo y regenera el racionalismo prolongando la labor de emancipación individual y social propia de la Ilustración.29 La consideración nos ofrece también los medios para articular su proyecto civilizacional con el respeto a la naturaleza y con los otros vivientes, por lo que se opone al racionalismo extraviado que se basa en una triple dominación: de la naturaleza, de la sociedad y de la vida psíquica.

El examen, en el capítulo II, del vínculo entre el rechazo de la alteridad y del cuerpo y la cultura de muerte, que alcanzó su apogeo con el nazismo y se expresa hoy tanto en la destrucción del planeta como en el auge del nacionalismo y del racismo, permite identificar el vicio de nuestra civilización, común a la Ilustración del pasado y a la anti-Ilustración. Este examen muestra también la fecundidad del enfoque fenomenológico, que renueva la manera en que aprehendemos la realidad y a los otros vivientes y constituye, con el evolucionismo, el contenido o «el hermoso saber»constitutivo de la nueva Ilustración. Es este capítulo aparece la noción central del libro, es decir, la noción de «Esquema», que designa el principio de organización de una sociedad, y el conjunto de representaciones y decisiones sociales, económicas y políticas, que configuran la matriz. Denunciar los impensados de la modernidad debe permitir a la Ilustración en la edad de lo viviente identificar el Esquema que rige en la sociedad actual y sustituirlo por otro.

El capítulo III, titulado «La autonomía recuperada», trata de las condiciones de la emancipación individual. Explica el vínculo entre individuación y socialización en una civilización que convierte la cultura del sí mismo y de la Tierra, y de los cuidados prestados a los otros, humanos y no humanos, en la alternativa a las políticas que llevan a la destrucción y a la autodestrucción. Este capítulo examina además las intervenciones que pueden animar a los individuos a convertirse en actores de la transición ecológica y solidaria y a organizarse para que las políticas públicas se apoyen en sus iniciativas.

En el capítulo IV, la cuestión del conflicto entre la Ilustración y la anti-Ilustración se convierte en un envite propiamente político. La Ilustración es inseparable del ideal de un Estado basado en la libertad y la igualdad de los ciudadanos. Este ideal ha formado con el tiempo una sociedad democrática que implica el respeto al pluralismo, oponiéndose con ello a las antiguas tiranías, a los totalitarismos y a las democracias que hoy se califican como iliberales.30 Pero el futuro de la democracia exige algo más que la atención a los procedimientos. Los individuos, en efecto, deben ser conscientes de que son quienes instituyen el sentido, de que pueden cambiar, por lo tanto, los significados imaginarios que explican la adhesión a los modos de vida, a las representaciones y a los afectos asociados al sistema capitalista y al Esquema dominante de nuestra sociedad. Conviene, además, reflexionar sobre las condiciones de la innovación social y examinar el papel que desempeñan las minorías en la aparición de un nuevo imaginario. Mostramos también en qué sentido la nueva Ilustración, que es inseparable del proyecto de una sociedad ecológica y democrática, va de la mano con una descentralización de la democracia, que exige dar cabida a las experiencias efectuadas por los ciudadanos y que se opone a una gubernamentalidad vertical.

El capítulo V comienza con un ensayo de fenomenología de la técnica que describe esta última como una condición de nuestra existencia y muestra que pertenece al mundo común. Considerar la técnica como un existencial no excluye, sin embargo, un análisis de las razones que hoy hacen de ella la principal fuente de nuestra alienación y aquello que amenaza de extinción a nuestro mundo. Por eso es importante poner en claro las características de la técnica en nuestra sociedad, que ha erigido el principio de la calculabilidad como regla. En ese contexto, la técnica deviene autónoma y se vuelve contra el ser humano, mientras que en los siglos XVIII y XIX se subordinaba a un proyecto de emancipación individual y colectiva. No obstante, aunque nuestro poder tecnológico y la globalización modifican la estructura de nuestra responsabilidad, puesto que nuestros actos tienen consecuencias que van mucho más allá del presente y afectan a seres cuyos rostros no vemos, no es imposible desarrollar una cultura que permita un uso razonado de la técnica, orientándola a fines civilizacionales.

Puesto que la Ilustración establece un vínculo directo entre la libertad, la democracia y la construcción de la paz, es indispensable plantear, en el último capítulo, la cuestión de Europa y de su futuro. Para apreciar el sentido y la importancia de la construcción europea no basta señalar las dificultades con que tropieza desde 1990, debido sobre todo a la globalización y al rechazo por parte de algunos europeos de su proyecto, ni invocar el problema de los refugiados, que muestra su incapacidad de mantener la promesa de hospitalidad vinculada a sus principios y a su historia. Si contemplamos Europa desde un punto de vista filosófico, es decir, como una figura espiritual ligada a una herencia, cuyo contenido puede inspirar a otros pueblos, es posible imaginar un universal que no sea hegemónico y mostrar en qué sentido Europa puede constituir la primera etapa de una política y de una cosmopolítica de la consideración.

El problema de la religión no es objeto de un capítulo específico.31 Se aborda, no obstante, de manera transversal en los tres primeros capítulos. En efecto, las manifestaciones contemporáneas del fanatismo religioso muestran a las claras la actualidad de la crítica de la Ilustración a la intolerancia y la relevancia de su proyecto, que consiste en fomentar la capacidad de las personas a usar su razón para ser más libres internamente y vivir en paz en una sociedad pluralista. Además, al ponernos del lado de la Ilustración, estimamos que el orden político no puede fundarse en la religión. Esto no significa que debamos renunciar a reflexionar sobre lo que puede dar profundidad a nuestra existencia individual. Mostrando que el horizonte del racionalismo es el mundo común, que constituye una trascendencia en la inmanencia —ya que nos acoge al nacer, sobrevivirá a nuestra muerte individual y superará por tanto nuestra vida—, articulamos la ética y la política en un plano espiritual, es decir, en una experiencia de lo inconmensurable, sin pasar por la religión, pero apoyándonos en nuestra condición, engendrada y corporal, que atestigua nuestra pertenencia a este mundo más viejo que nosotros y del que somos responsables. A eso hemos llamado «transdescendencia».32

A diferencia de lo que afirman hoy quienes no alcanzan a encontrar en la filosofía los elementos necesarios para el renacimiento del racionalismo, no es necesario volvernos hacia la religión para preguntarnos por el bien común, superar el individualismo, el materialismo y el relativismo y combatir el nihilismo.33 Apostamos por que, al pensar un racionalismo no escindido de la vida podemos abandonar la razón de la dialéctica destructiva, que está llevando a nuestra civilización a la ruina, y promover una nueva Ilustración. Superaremos así el estado de estupefacción en el que, desde finales del siglo XX, se han encerrado los sujetos más progresistas, mientras que los más reaccionarios creían en la certeza de su victoria.

1 Es el sentido que Foucault da a la definición de «Ilustración» planteada por Kant como proceso de salida de un estado de minoría de edad de la que se es responsable, y que consiste en aceptar la propia responsabilidad como guía en los diversos ámbitos de la vida donde hay que usar la razón. I. Kant, Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, Madrid, Taurus, 2015; M. Foucault, «Qu’est-ce que les Lumières?», en Dits et Écrits, París, Gallimard, 1984, t. IV, pp. 562-578 (trad. cast., «¿Qué es la Ilustración?», en Sobre la Ilustración, Madrid, Tecnos, 2006,p. 79).

2 T. W. Adorno y M. Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Madrid, Trotta, 1998. Véase también J. Habermas, Le discours philosophique de la modernité, París, Gallimard, 1988(trad. cast., El discurso filosófico de la modernidad, Buenos Aires, Katz, 2008).

3 E. Cassirer, Filosofía de la Ilustración, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1972.

4 J. Israel, Una revolución de la mente. La Ilustración radical y los orígenes intelectuales de la democracia moderna, Pamplona, Laetoli, 2015. Según este autor, la Ilustración radical, que encarna los ideales democráticos y que es la verdadera Ilustración, se opone a la Ilustración moderada. Inscribiéndose en el legado de Spinoza, se impone sobre todo entre los años 1770 y 1780. Leo Strauss habla también de Ilustración moderada y de Ilustración radical. La primera estaría representada por quienes creen, como Lessing, en una síntesis entre razón y revelación, y la segunda por Hobbes (a quien Jonathan Israel sitúa en la Ilustración moderada) y Spinoza, que afirman la capacidad del ser humano de gobernarse por la razón. Sostiene asimismo que la Ilustración moderada fue rápidamente absorbida por la radical porque el verdadero conflicto se sitúa entre la autonomía de la razón (Ilustración) y la heteronomía o la necesidad de la revelación (ortodoxia). Véase C. Pelluchon, Leo Strauss. Une autre raison, d’autres Lumières. Essai sur la crise de la rationalité contemporaine, (Problèmes et controverses), París, Vrin, 2005.

5 M. Foucault, Le gouvernement de soi et des autres. Cours au collège de France 1982-1983, París, EHESS-Gallimard-Seuil, 2008, pp. 16-17; ¿Qué es la Ilustración?,op. cit., p. 75.

6 Hay dos escuelas; una insiste en la crisis que ha puesto en cuestión los fundamentos y los impensados del pensamiento clásico, mientras que la otra, sin borrar las diferencias entre el Gran Siglo (de Luis XIV) y las Luces, hace de estas últimas la cima del racionalismo clásico. De la primera habla Paul Hazard en La crisis de la conciencia europea (1680-1715), Madrid, Alianza, 1988, y de la segunda Ernst Cassirer en Filosofía de la Ilustración, op. cit.

7 J. Habermas, Le discours philosophique de la modernité, op. cit., p. 1, 8. (La trad. cast. titula así ese título del capítulo 1: «La modernidad: su conciencia del tiempo y su necesidad de autocercioramiento»).

8 S. Conrad, «Enlightenment in Global History. A Historiographical Critique», en American Historical Review, Oxford, 117 (2012), p. 1007. Cita a varios autores que han intentado «deseuropeizar» la Ilustración, sobre todo en América Latina y en Asia. Véase también R. Bellah, que sitúa los orígenes del Japón moderno en el confucianismo en Tokugawa Religion. The Cultural Roots of Modern Japan, Nueva York, Free Press, 1985.

9 S. Conrad, «Enlightenment in Global History. A Historiographical Critique», op. cit., p. 1001. El autor sostiene que la difusión de la Ilustración no tuvo lugar de una manera natural, como pensaba Kant, sino a menudo a través de la fuerza, y cita como ejemplo una obra del artista japonés Shôsai Ikkei, cuya pintura Mirror of the Rise and Fall of Enlightenment and Tradition (1872) representa un combate violento entre la Ilustración (kaika) y el Japón premoderno. Asimismo, los estudios poscoloniales destacan el vínculo entre la Ilustración y el imperialismo. Véase E. Said, Culture and Imperialism, Nueva York, Vintage, 1993 (trad. cast., Cultura e imperialismo, Barcelona, Debate, 2016); G.C. Spivak, A Critique of Postcolonial Reason. Toward a History of the Vanishing Present, Cambridge, Harvard University Press, 1999 (trad. cast., Crítica de la razón poscolonial, Madrid, Akal, 2010); D. Carey y L. Festa, The Postcolonial Enlightenment. Eighteenth-Century Colonialism and Postcolonial Theory, Oxford, Oxford University Press, 2009. No obstante, otros autores matizan este juicio subrayando el papel desempeñado por la Ilustración en la lucha contra el imperialismo, como S. Muthu, Enlightenment against Empire, Nueva Jersey, Princeton University Press, 2003 y J. Osterhammel, Die Entzauberung Asiens. Europa und die asiatischen Reiche im 18. Jahrhundert, Múnich, C.H. Beck,1998.

10 Voltaire y Locke defendían la esclavitud, aunque el primero, en Cándido, expresa su indignación ante el esclavismo; así dice el famoso pasaje en el que Cándido se encuentra con Surinam, un esclavo negro a quien le falta una pierna y una mano: «Cuando trabajamos en los ingenios, si una muela nos coge un dedo, nos cortan la mano; si intentamos fugarnos, nos cortan una pierna; yo me he encontrado en ambos casos. Ved a qué precio coméis azúcar en Europa» (Voltaire, Cándido y otros cuentos, Madrid, Alianza, 1979, p. 105). Véase también Antoine Lilti, L’héritage des Lumières. Les ambivalences de la modernité, París, EHESS-Gallimard-Seuil, 2019, pp. 27-28. El autor recuerda que las ideas sobre la educación y el papel de las mujeres que Rousseau defiende en Emilio son conservadoras. Por último, en L’Amérique de John Locke. L’expansion coloniale de la philosophie européenne, (París, Amsterdam, 2014), Matthieu Renault muestra que el esclavismo transatlántico «sigue siendo el punto ciego de una filosofía que se definía como filosofía de la libertad» (p. 135) y desvela una teoría del poder colonial en Locke.

11 M. Foucault, «¿Qué es la Ilustración?», en Sobre la Ilustración, op. cit., pp. 87-88.

12 El primer informe del Club de Roma, «The Limits to Growth» o el «rapport Meadows» se publicó en 1972 y el «rapport Brundtland» (Our Common Future) fue redactado en 1987 por la Comisión mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de la ONU.

13 A. Leopold, Almanach d’un comté des sables, París, Flammarion, 2000, pp. 256-257 (ed. orig., A Sand county almanac [Almanaque del Condado Arenoso], Nueva York, Oxford University Press, 2020; trad. cast. «casi íntegra» en Una ética de la tierra, Madrid, Los libros de la Catarata, 2017, 180-182: «El orden de una ética»). Este pasaje, citado por todos los ecocentristas, y la lectura de la obra de Arne Næss impiden dar crédito a las acusaciones que tildan a los ecologistas de ecofascistas. Del mismo modo, el hecho de tratar como una injusticia la ausencia de consideración de los intereses de los animales no significa que se borren las diferencias entre ellos y nosotros, ni tampoco entre los animales mismos.

14 Sobre este tema, conviene recordar que el fascismo siempre está vinculado al terror y al empleo de la violencia, lo cual lo distingue de los populismos de extrema derecha que aparecen en la actualidad. Estos últimos, aunque expresen un nacionalismo agresivo, a menudo racista, y a veces se acuerden de antiguos dictadores, como Mussolini, no son comparables con los regímenes fascistas de la década de 1930. Esto no excluye, sin embargo, que algunos regímenes populistas, en determinadas circunstancias, puedan caer en el fascismo.

15 I. Berlin, «The Counter-Enlightenment»,en Dictionary of the History of Ideas, Nueva York, Charles Scribner’s Son, 1968, 1973, vol. 2, pp. 100-112 (trad. cast., «La contra-Ilustración» en Contra la corriente. Ensayos sobre la historia de las ideas, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1983, pp. 59-84). Aunque Isaiah Berlin se opone al proyecto fundacionista de la Ilustración y acusa a su racionalismo y a su universalismo de ser tiránicos, suscribe su lucha contra los prejuicios y la intolerancia. Su crítica a la Ilustración no tiene nada que ver con la de los partidarios de la vuelta al orden jerárquico ni con los anti-ilustrados que, a partir del siglo XVIII, pero sobre todo durante los siglos XIX y XX, rechazan la idea de la unidad del género humano y prepararán la llegada del nazismo. Véase también D. McMahon, Enemies of the Enlightenment. The French Counter-Enlightenment and the Making of Modernity, Oxford, Oxford University Press, 2001. Observemos que, si bien el término «anti-Ilustración» se asocia a menudo al nombre de Isaiah Berlin, este no es su autor. Nietzsche, y antes autores de la Berlinische Monatsschrift, ya hablan a finales de 1780 de Gegenerklärung(«contra-Declaración [de los derechos humanos]») o de Gegen-Aufklärung(«anti-Ilustración»). El término inglés «Counter-Enlightenment», aparecía en 1958 en Irrational Man, de William Barrett. Véase R. Wokler, «Isaiah Berlin’s Enlightenment and Counter-Enlightenment», en J. Mali y R. Wokler (eds.), Isaiah Berlin’s Counter-Enlightenment, Transactions of the American Philosophical Society, 2003, pp. 13-31.

16 Z. Sternhell, Les anti-Lumières. Du XVIIIe siècle à la guerre froide, París, Le Livre de Poche, 2010, p. 729.

17 Ese entusiasmo no excluye las dudas ni la conciencia de contradicciones entre el ideal de la igualdad de todos los seres humanos y el colonialismo, como muestra Antoine Lilti en L’héritage des Lumières. Sin embargo, estas dudas no ponen en entredicho el proyecto de la Ilustración ni la creencia en la razón.

18 D. Gordon (ed.), Postmodernism and the Enlightenment, Londres, Routledge, 2001.

19 John Rawls, al asumir el contractualismo y pensar las condiciones políticas de la autonomía kantiana, sigue la estela de la Ilustración, pero propone una concepción procesal de la justicia. Jürgen Habermas, que se toma en serio las críticas radicales que la Escuela de Frankfurt dirige a la Aufklärung y presenta, con la teoría de la acción comunicativa, una concepción procesal de la razón, abandona también la metafísica subyacente en el racionalismo de la Ilustración. Sin embargo, se mantiene fiel a ella, como podemos ver en su esfuerzo por pensar el espacio público y generar normas universalizables, así como en sus trabajos sobre Europa. Philip Pettit, por su parte, desarrolla en Le républicanisme, París, Gallimard, 2004, una teoría de la libertad (como no-dominación) y un republicanismo que enlaza con la Ilustración, aunque sin proponer una nueva filosofía de las Luces.

20 Sobre la crítica feminista véase sobre todo J. Flax, «Postmodernism and Gender Relations in Feminist Theory», en Signs 12, 4 (1987), pp. 621-643, y C. Pateman, Le contrat sexuel, París, La Découverte, 2010 (El contrato sexual, Universidad Autónoma de Barcelona/Metropolitana-Iztapalapa de México, Anthropos, 1995).

21 Para una presentación de conjunto de las críticas dirigidas a la Ilustración, véase Dennis Rasmussen, «Contemporary Political Theory as an Anti-Enlightenment Project», en Geoff Boucher y Henry Martyn Lloyd (eds.), Rethinking the Enlightenment. Between History, Philosophy, and Politics, Lanham, Lexington Books, 2017, pp. 39-59.

22 G. Rabinovitch, Sur une crise civilisationnelle, París, Le Bord de l’eau, 2016, p. 26. El autor cita a J. Habermas, Eine Art Schadensabwicklung, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1987, p. 163.

23 S. Freud, Más allá del principio de placer (cap. 6), en Obras completas, vol. I, Madrid, Biblioteca Nueva, 1968, pp. 1097-1125. La pulsión de muerte es la tendencia de todo organismo y de la vida psíquica a querer restablecer un estado anterior a la estimulación interna, que se caracteriza por la ausencia de vida. Esta destructividad puede dirigirse hacia el exterior o hacia el sí mismo.

24 Esta obra se apoya en la filosofía de la corporalidad y la ecofenomenología elaboradas en libros míos anteriores y en la teoría política y ética que deriva de ellos. Véanse Les nourritures. philosophie du corps politique, Seuil, París, 2015, y Éthique de la consideration, París, Seuil, 2018.

25 En este libro, no utilizamos el término «dominación» en el sentido en que lo entienden, por ejemplo, Judith Butler o Philip Pettit, que lo definen como el sometimiento de los individuos a roles de subordinación. Para nosotros, la dominación incluye relaciones de poder, pero no se reduce a ellas. Por lo tanto, esta noción no es solo una cuestión de ontología social, sino que designa una relación con el mundo, con los otros y con uno mismo, y arraiga en la ocultación de nuestra vulnerabilidad común. Esta actitud global se refleja en la propensión a pensar en términos de amigos y enemigos y en la necesidad de aplastar al otro para poder existir, y explica también la tendencia, evidente en las ciencias y en las técnicas, a manipular al viviente, a cosificarlo para controlarlo y utilizarlo, en lugar de interactuar con él respetando sus propias normas y su entorno. Por último, genera violencia social, la destrucción de la naturaleza y una represión de su vida emocional que favorece la agresividad. Lo contrario de la dominación es la consideración, que es también una actitud global, pero que manifiesta una cierta cualidad de presencia en sí mismo y en los otros, que dispone al sujeto a dejarles espacio y a cuidar de ellos.

26Declaración Universal de los Derechos de la Humanidad, redactada en 2015 a iniciativa de Corinne Lepage. De este punto se habla en detalle en el segundo capítulo de este libro: http://droitshumanite.fr/

27 Trato de «la edad de lo viviente» (l’âge du vivant) en mi Éthique de la considération,op. cit., pp. 17-22, 181-182, 261-266, y en Manifeste animaliste. Politiser la cause animale, París, Alma, 2017, pp. 35-41 (trad. cast., Manifiesto animalista: politizar la causa animal, Barcelona, Reservoir Books, 2018, pp. 47-54).

28 M. Horkheimer, Eclipse of Reason, Londres, Bloomsbury, 2013, p. 19 (trad. cast., Crítica de la razón instrumental, Madrid, Trotta, 2010, p. 58s).

29 C. Pelluchon, Éthique de la considération, op. cit.

30 Se nos objetará que varios filósofos de la Ilustración, como Rousseau y Kant, mantenían sus reservas con relación a la democracia; preferían, en efecto, la república, y Voltaire incluso llegó a defender el despotismo ilustrado. Sin embargo, cuando Rousseau dice, por ejemplo en El contrato social, que la democracia solo se adecuaría a un pueblo de dioses, habla de gobierno democrático, y no de la soberanía del pueblo, de su función legislativa, que defiende con firmeza.

31 Esta obra, que pertenece al ámbito de la filosofía política y prosigue la obra de la Ilustración a la vez que revisa sus fundamentos, no puede abarcar todos los temas. Y así tampoco hablaremos de arte en este libro, pese a que este tema merecería ser tratado en un estudio importante.

32 C. Pelluchon, Éthique de la considération, op. cit., pp. 95-103.

33 En general, la nueva Ilustración no se opone a las religiones, pero las neutraliza políticamente. Además, si las religiones no son bienes culturales como los otros, tampoco son el único modo de expresar la espiritualidad. Los individuos pueden extraer de las tradiciones religiosas elementos que les permiten identificar los valores de los que se consideran garantes, pero las religiones no son la fuente de la racionalidad que necesitamos para construir un orden social y político justo y contrarrestar el racionalismo instrumental que ha precipitado a la modernidad hacia el nihilismo.

I. Razón y dominación

La aporía a la que nos hemos enfrentado durante nuestro trabajo resulta ser el primer objeto que teníamos que examinar: la autodestrucción de la Aufklärung. [...] No tenemos ninguna duda [...] de que, en la sociedad, la libertad es inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber reconocido igualmente que la noción de este pensamiento, no menos que las formas históricas concretas, las instituciones de la sociedad en la que está inserto, contienen ya el germen de ese retroceso que se deja ver en todas partes en nuestros días. Si la Aufklärungno emprende una labor de reflexión sobre ese momento de regresión, sellará su destino.THEODOR W. ADORNO y MAX HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración

LA RAZÓN REFLEXIVA Y LA TRAVESÍA POR LO NEGATIVO

Partiendo de la Teoría crítica

Cuando tomamos la medida de las patologías de la sociedad que atestiguan la inversión de la razón en barbarie y del progreso en regresión, nos esperan dos trampas. La primera es creer que no es posible romper el círculo de la razón y de la dominación. Ese fatalismo lleva a la desesperación, ya que el retorno de lo peor parece inevitable. Nos resignamos así al aumento de las desigualdades, al empobrecimiento de la experiencia individual, a la degradación del planeta y al ascenso de los populismos que, tras la acelerada modernización de la sociedad en el siglo XX, fragilizan nuestras democracias. El segundo escollo se refiere al hecho de adoptar la postura prominente del que está por encima de los demás para denunciar el mal y pretende tener la solución que permite escapar a la lógica destructiva de nuestra civilización.

Situar el origen del mal en la razón misma, como si la historia de la humanidad no fuera más que un calco de la historia de las ideas y la esencia de la racionalidad fuera lo irracional, es un error que atestigua un cierto orgullo de la razón y engendra odio contra ella o, al contrario, su hipertrofia. Para poder establecer un diagnóstico sobre los males de la sociedad y restablecer el vínculo entre un trabajo teórico y una práctica transformadora es necesario ser más prudentes. Esto es lo que los fundadores de la Escuela de Frankfurt nos enseñan, incluso cuando dudan entre una crítica de la razón instrumental pensada como una forma histórica de la racionalidad, engendrada por el capitalismo, y un diagnóstico más sombrío que denuncia una limitación ineludible inscrita en la esencia de una razón dominadora, cuyo origen se remontaría a los comienzos de la civilización.1

La autodestrucción de la Ilustración, que, en este capítulo y en la Dialéctica de la Ilustración, representa el pensamiento del progreso, alcanzó su punto álgido con el nazismo. Se manifestó igualmente a través del estalinismo y de la burocratización de los regímenes comunistas. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el capitalismo liberal, que había puesto fin a las sociedades feudales y protegía los intereses y valores de la burguesía, sobre todo la libertad y la propiedad, se invirtió en su contrario. Esta inversión se produjo bajo el efecto de la administración del conjunto de la sociedad, de la técnica, de la fetichización de la mercancía, de la cosificación, de los fenómenos contemporáneos de la cultura de masas, por tanto, que fomenta la nivelación de los seres humanos y, en este sentido, la anulación del yo.2 El sufrimiento de las personas explotadas, la pérdida de categoría social, la inflación y la crisis económica propiciaron la aparición de tendencias regresivas. El sentimiento de impotencia y las frustraciones de los individuos pertenecientes a estratos sociales desfavorecidos se transformaron en deseo de sumisión y en desprecio de los más débiles, como se vio, en la década de 1930, con el ascenso del autoritarismo; multitud de individuos no ofrecían ninguna resistencia al nazismo y se adherían a dinámicas compensatorias, sádicas y masoquistas.3