Ecología y teología de la naturaleza - Linda Hogan - E-Book

Ecología y teología de la naturaleza E-Book

Linda Hogan

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Beschreibung

Cómo habitar nuestra casa común es una cuestión teológica y ética de gran relevancia y especialmente urgente. Este número de Concilium explora la tradición cristiana, profunda y diversa, de reverencia por la naturaleza y el cuidado de la tierra, y reflexiona sobre la teología de la naturaleza abordando los nuevos y complejos desafíos ambientales a los que se enfrenta la humanidad.

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CONTENIDO

1. Tema monográfico: ECOLOGÍA Y TEOLOGÍA DE LA NATURALEZA

Linda Hogan, João Vila-Chã y Agbonkhianmeghe Orobator: Editorial

Marco del desafío

1.1. Patriarca ecuménico Bartolomé I: Eclesiología como ecología: Perspectivas ortodoxas

1.2. Ottmar Edenhofer: La lucha por los bienes comunes globales

Fundamentos teológicos

1.3. Dianne Bergant: Imago Dei: Imagen o divinidad. Interpretación de la Biblia hebrea

1.4. Leonardo Boff y Mark Hathaway: La ecología y la teología de la naturaleza

1.5. Celia Deane-Drummond: Naturaleza, Sofía y Espíritu: Interpretación de la creación y de la nueva creación bajo el signo de la sabiduría de la cruz y la resurrección

1.6. Luiz Carlos Susin: San Francisco de Asís: Sine proprium y hermano de las criaturas

Desafíos medioambientales y respuestas teo-éticas

1.7. Roberto Tomichá Charupá: El convivir ecológico-nomádico de los pueblos amerindios: Una narrativa profética, simbólica y mística

1.8. Pampackal Thomas Mathew: Conocimiento indígena y preocupaciones ecológicas: Estudio desde la India

1.9. Wilfred Sumani: Cambio climático e implicaciones para los medios de vida: Perspectiva desde el Sur global

Praxis ecológica y testimonio cristiano

1.10. Card. Cláudio Hummes: Protección de la Amazonia y de sus pueblos autóctonos

1.11. Edward Osang Obi: Minería y extracción de recursos en Nigeria: Justicia social y responsabilidad empresarial

1.12. Isis Ibrahim: Cuidar la casa común: Ciclo de conferencias sobre teología de la creación desde una perspectiva intercultural e interreligiosa

1.13. Juan Pablo Espinosa Arce: Para una pedagogía religiosa biófila: La inspiración de Laudato si’

1.14. Felix Prinz zu Löwenstein: La alimentación global y Laudato si’

2. Foro teológico:

Linda Hogan: Construir puentes para el futuro: Sarajevo 2018

Índice de los artículos aparecidos en Concilium 2018. Año LIV. Nos 374-378

Créditos

Consejo

Suscripción

Contra

Tema monográfico

ECOLOGÍA Y TEOLOGÍA DE LA NATURALEZA

EDITORIAL

Nosotros, los seres humanos, y la llamada a proteger nuestra casa común

Cómo habitamos nuestra casa común es una cuestión teológica y ética de profunda relevancia y de gran urgencia. Impacta a individuos y comunidades de todo el mundo, poniendo de relieve las desigualdades y las vulnerabilidades que aumentan en cada década. Laudato si’ ha inyectado un nuevo sentido de finalidad en el compromiso de la Iglesia con la ecología y la teología de la naturaleza, y ha situado nuestra forma de habitar la tierra como un hecho de justicia social, de ecología humana integral y de solidaridad intergeneracional. Este número de Concilium se inspira en la profunda y diversa tradición cristiana de respeto a la naturaleza y de cuidado de la tierra, reflexionando sobre la teología de la naturaleza y tratando los nuevos y complejos desafío ambientales que afronta la humanidad.

La tradición cristiana ha tenido una historia ambivalente con respecto a la consciencia ecológica. Por una parte, el respeto a la naturaleza es evidente en los textos fundacionales y las expresiones más antiguas del testimonio cristiano, y está entretejido en sus creencias y valores tradicionales, sus símbolos, su espiritualidad, sus normas éticas y sus compromisos políticos. Por otra parte, sin embargo, este respeto a la naturaleza ha sido a menudo soslayado o incluso violado con textos y tradiciones cristianas utilizados para saquear y destruir el mundo natural. Se trata, por tanto, de una tradición diversa y en ocasiones criticada, con énfasis variables y debates continuos sobre, por ejemplo, el antropocentrismo, el servicio y la encarnación. Además, es una tradición que tiene mucho que aprender del testimonio de otras tradiciones religiosas y cosmovisiones, muchas de las cuales promueven un enfoque más armónico e integrado sobre la ecología y el mundo natural. Este número aborda la urgencia de los desafíos ecológicos que afronta la humanidad volviendo a centrar la atención en la teología de la naturaleza y resaltando, así, la contribución que puede hacer la teología y la praxis cristiana para tratar la crisis medioambiental global.

El número se abre con un artículo de Su Santidad, el Patriarca ecuménico. El profundo análisis teológico que hace Bartolomé y su llamada a la acción enmarcan todo el volumen, poniendo de relieve cómo la crisis ecológica exige una respuesta holística. Le sigue un análisis político de alto nivel sobre la naturaleza de los desafíos medioambientales que afronta actualmente la humanidad. Partiendo de este análisis, el número avanza hacia la exploración de temas bíblicos y teológicos fundamentales por teólogos de diferentes contextos culturales y socio-económicos, recurriendo a una gama de enfoques teológicos. En este marco se analiza el testimonio en la historia de una serie de conceptualizaciones religiosas y teológicas de la relación entre la humanidad y la naturaleza (en todas sus dimensiones) centrándose en las sinergias y los aprendizajes que pueden emerger. La tercera sección lleva a cabo un análisis político y ético global, centrándose en temas y perspectivas macroscópicos. La última sección reúne una serie de breves reflexiones sobre la praxis ecológica en la Iglesia y en el mundo, escritas por defensores y activistas que trabajan a favor de una responsabilidad ecológica y de una justicia climática en todo el mundo.

A lo largo de la encíclica Laudato si’ se hace presente la convicción de que la humanidad no está afrontando una serie de múltiples crisis particulares, sino una sola que está interconectada. El análisis de Ottmar Edenhofer de los desafíos globales del cambio climático confirma y avanza esta convicción central de la encíclica papal. El autor comienza con una referencia incisiva a la insistencia del papa Francisco en que la atmósfera es un bien común de toda la familia humana, una idea que tiene un enorme potencial para lograr un efecto político extraordinario. En efecto, el hecho de reconocer legalmente que la atmósfera y el clima son un bien global que pertenece a todos no puede sino tener consecuencias importantes en la legislación internacional. De ahí la reticencia que tienen ciertos Estados en el seno de la ONU a este tipo de alianza, ciertamente por temor a las consecuencias legales en caso de incumplimiento de los acuerdos. El artículo explica así la valentía del documento papal al sugerir que la atmósfera debe entenderse con toda seriedad: es una parte esencial del bien común global de toda la familia humana. El artículo reafirma en particular la importancia de la cooperación internacional para resolver los numerosos problemas del presente. En este sentido, el autor sugiere ideas importantes para asegurar que la cooperación internacional llegue a ser una realidad concreta que responda a los desafíos del cambio climático, un desafío que es inseparable, según el autor, de la opción preferencial por los pobres.

La gravedad de la crisis medioambiental da un ímpetu constante para evaluar la tradición teológica cristiana mediante una lente ecológica. Por supuesto, la preocupación cristiana por la ecología y la teología de la naturaleza no es nueva. A lo largo de la historia del cristianismo, oriental y occidental, grandes figuras teológicas y eclesiásticas han tratado de leer e interpretar las Escrituras de formas que reafirman la bondad de la creación, como también han desarrollado categorías teológicas, antropológicas, cristológicas y soteriológicas con la mirada puesta en el respeto a la integridad del mundo natural. En este número, Dianne Bergant, Leonardo Boff, Mark Hathaway y Celia Deane-Drummond tratan algunos de estos temas bíblicos y teológicos. Dianne Bergant reflexiona sobre la metáfora bíblica imago Dei, y corrobora y desarrolla el argumento, avanzado en Laudato si’, de que el antropocentrismo que ha caracterizado en gran medida a la interpretación teológica de la metáfora de la imago Dei ha sido erróneo y perjudicial, y por eso propone la necesidad de reinterpretar esta categoría. Leonardo Boff y Mark Hathaway proponen también repensar la relación humana con la naturaleza analizando otra metáfora bíblica, a saber, el Reino de Dios y sus vínculos con la sabiduría divina presente en la creación. La tradición sapiencial de la Sofía ocupa también el centro de la reflexión interdisciplinar de Celia Deane-Drummond sobre la fragilidad del mundo natural y la esperanza de un futuro ecológico alternativo.

Como santo patrón de los hombres y las mujeres dedicados a la lucha por un mundo mejor desde la perspectiva ecológica, la figura paradigmática de san Francisco de Asís ocupa un lugar especial en este número de Concilium. Más allá de cualquier forma de simple romanticismo o de cualquier forma de ingenuidad en el discurso político, san Francisco vino, de hecho, como alguien seriamente conmovido por los valores del Evangelio, para cumplir un papel fundamental en la configuración de la comprensión medieval y posmedieval de la naturaleza y la interacción humana con ella. El carisma franciscano ha enriquecido profundamente la espiritualidad cristiana con una dimensión ecológica de amplio espectro. En este número, Luiz Carlos Susin, como el cardenal Hummes, también franciscano, exalta la extraordinaria contribución del santo de Asís demostrando que la promoción que hace de una relación más fraternal entre los humanos y todas las criaturas, en la que los animales tenían una función especial, no estaba principalmente motivada por la urgencia de recuperar el paraíso perdido, sino que era consecuencia de una actitud kenótica radical de expropiación y de disponibilidad para desempeñar una forma de fraternidad nueva y más radical, un ideal basado más en la igualdad que en cualquier forma de jerarquía.

Evidentemente, los desafíos trazados por Ottmar Edenhofer siguen exigiendo una respuesta. Pero esta respuesta debe ser aquella en la que ocupe el primer plano la interconexión de las dimensiones económica, política, medioambiental y cultural de la crisis, como también la perspectiva de los individuos y las comunidades vulnerables. Después de todo, una respuesta ética no solo exige atender al sufrimiento humano provocado directa e indirectamente por la destrucción del medio ambiente, sino que también insiste en que cualquier intento de afrontar la crisis no se haga a expensas de los vulnerables.

Estos son los desafíos abordados en la parte tercera del número, centrada en los desafíos medioambientales y las respuestas teo-éticas. Roberto Tomichá escribe desde Bolivia, resaltando cómo la cosmovisión indígena de los amerindios puede ayudar a las comunidades a hacer frente a la destrucción del medio ambiente. Mathew recurre al conocimiento indígena de las comunidades pesqueras de la costa sur de la India, que está lleno también de sabiduría ecológica, y sostiene que puede desplegarse para mitigar los actuales desafíos medioambientales, especialmente en su impacto sobre el océano y su hábitat. Desde Nairobi, Kenia, Wilfred Sumani hace una dura advertencia sobre el grave impacto que el cambio climático está teniendo ya en los medios de vida de las personas en el Sur global. Sumani destaca los desafíos políticos y relacionados con la gobernanza que dificultan la mitigación y la respuesta. Sin embargo, a pesar de los desafíos, propone un enfoque de dos niveles para el cambio climático: a corto plazo, el acceso a soluciones tecnológicas para hacer frente a amenazas inmediatas, y, a largo plazo, la restauración de la creación a su estado original.

La reflexión teológica sobre la ecología se complementa en todo el mundo con una importante praxis ambiental. En la sección final destacamos algunas de las actividades de promoción y activismo inspiradoras de todo el mundo. Así, el cardenal Hummes de Brasil habla sobre su trabajo para proteger la Amazonia y sus pueblos del asalto implacable a uno de los ecosistemas más importantes del mundo. Edward Osang Obi, director del Centro para la Responsabilidad Social y Corporativa en Port Harcourt, describe el activismo de la Iglesia en apoyo de la justicia social y la responsabilidad corporativa en relación con las industrias de extracción de recursos y minería en Nigeria. Además de la promoción y el activismo, la educación para la responsabilidad ecológica es clave, e Isis Ibrahim y Juan Pablo Espinosa analizan los programas educativos en los que han participado y que buscan hacer precisamente esto. La contribución de Ibrahim describe los aprendizajes obtenidos del programa multicultural y multirreligioso apoyado por Missio Aachen, mientras que la contribución de Juan Pablo Espinosa describe un programa chileno centrado en la juventud.

La contribución final en esta sección se debe a una persona profundamente comprometida en la agricultura y seriamente preocupada por las contradicciones y las paradojas de la agricultura intensiva contemporánea. Felix zu Löwenstein es un atento lector de la encíclica papal y va directamente al meollo del problema cuando afirma que el problema del deterioro creciente de nuestra casa común no se debe solo a la codicia personal y a la falta de responsabilidad, sino a una estructura mundial que sigue asegurando que quienes tienen las mejores oportunidades en la economía global son los que logran cargar los costos de producción al medio ambiente, a saber, a los pobres. Lo que está en cuestión, por consiguiente, en el caso de la agricultura, dimensión fundamental para nuestra vida y supervivencia en la tierra, son las verdaderas posibilidades y oportunidades para las generaciones futuras que garanticen el «pan de cada día» que pedimos en el Padrenuestro. Felix Löwenstein nos exhorta a todos, incluidos los que toman las decisiones, a usar la experiencia práctica de los agricultores tal y como es corroborada por las conquistas científicas recién adquiridas para promover en todo el mundo procesos sostenibles y ecológicamente sólidos exigidos por la producción de alimentos que nos mantenga vivos y aseguren el futuro de las generaciones humanas.

En el Foro Teológico se nos informa de la conferencia Catholic Theological Ethics in the World Church celebrada en Sarajevo en julio de 2018. La reunión de casi 500 especialistas en ética católica de todo el mundo se centró en la construcción de puentes para el futuro, abordando también las respuestas éticas a la crisis ecológica en sus reflexiones.

(Traducido del inglés por José Pérez Escobar)

Marco del desafío

Patriarca ecuménico Bartolomé I *

ECLESIOLOGÍA COMO ECOLOGÍA

Durante las tres últimas décadas, el Patriarcado Ecuménico ha sido pionero en poner de relieve las dimensiones espiritual y ética del problema ecológico y en fomentar una consciencia ecológica. Este interés no se debe meramente a una reacción a la crisis ecológica contemporánea, sino que es principalmente una extensión de los valiosos principios y prácticas afines a la ecología en la vida de la Iglesia ortodoxa, especialmente su cosmovisión eucarística y su ethos ascético.

La Iglesia de Constantinopla es ampliamente conocida por sus iniciativas ecológicas. Fue la primera en resaltar las dimensiones espiritual y ética del problema ecológico, en acentuar la importancia de la contribución de la Iglesia a su tratamiento, en presentar las dimensiones ecológicas del ethos eucarístico y ascético de la Ortodoxia y en proponer formas de protección del medio ambiente.

Ya en 1989, mi predecesor Demetrio, en su encíclica con ocasión de la fiesta de la Indicción [1 de septiembre, inicio del nuevo año litúrgico en la Iglesia Ortodoxa griega], enfatizó la magnitud del problema ecológico de nuestra época, remitió a sus raíces antropológicas y promovió la verdad de una relación eucarística con la creación. «El abuso del hombre contemporáneo de su posición en la creación y del mandato del Creador de «dominar la tierra» (Gn 1,28) ha llevado ya al mundo al límite de su destrucción apocalíptica… La Iglesia, en cada celebración litúrgica, proclama que la humanidad está destinada no a ejercer el poder sobre la creación, como si fuera su propiedad, sino a actuar como su administradora, cultivándola con amor y remitiéndola agradecidamente con respeto y reverencia a su Creador».

Desde entonces, el primer día de septiembre fue declarado por el Patriarcado Ecuménico como «Día para la Protección del Medio Ambiente», cuando «se elevan oraciones y súplicas por toda la creación en el centro sagrado de la Ortodoxia», al mismo tiempo que «el mundo ortodoxo y cristiano en su totalidad, junto con la Santa Iglesia de Cristo», es llamado a «elevar cada año en este día oraciones y súplicas al Hacedor de todo, dándole gracias por el gran don de la creación y pidiéndole su protección y salvación».

Durante mi pontificado se han llevado a cabo una serie de iniciativas y acciones ecológicas, encuentros y conferencias internacionales, reuniones y seminarios sobre teología y medio ambiente y nueve simposios internacionales, interdisciplinarios e interreligiosos, en los que han participado políticos, líderes religiosos, teólogos, especialistas en medio ambiente como también otros académicos y científicos. También se han hecho dos importantes declaraciones sobre el medio ambiente: la «Declaración común sobre ética y medio ambiente» (Roma-Venecia, 10 de junio de 2002), que firmé con el papa Juan Pablo II, y el Mensaje Conjunto emitido con el papa Francisco el 1 de septiembre de 2017, con ocasión de la «Jornada Mundial de Oración por la Creación».

Las iniciativas medioambientales del Patriarcado Ecuménico han contribuido al diálogo entre las iglesias ortodoxas y entre las iglesias cristianas como también al diálogo interreligioso e interdisciplinar sobre la protección del medio ambiente. Además, no solo hemos llegado a los fieles ortodoxos, a los cristianos y a otros creyentes, sino también a toda persona de buena voluntad, expresando al mismo tiempo nuestra convicción en la responsabilidad del individuo y nuestra confianza en la contribución positiva de todos. Creemos que la generación más joven —que concibe un mundo que funcione como una verdadera casa (οἶκος) para toda la humanidad y lucha por este objetivo— mantiene este mensaje en el centro de su corazón.

I. Los «pecados modernos» de la humanidad

El siglo XX ha sido el siglo más violento de la historia, no solo por la violencia desatada entre los seres humanos, sino también por la crueldad con que la humanidad ha tratado a la naturaleza, los animales y las plantas, la atmósfera, los acuíferos, los ríos, los lagos y los océanos. Es muy difícil refutar que esta destrucción del entorno natural está conectada con la relación de dominio de la naturaleza por la humanidad que surgió como una dimensión de la civilización moderna. El hombre moderno, autodefinido como el sujeto de la historia y el dueño absoluto de su destino, ha transformado la naturaleza en un objeto que puede ser manipulado y explotado a su voluntad y antojo, conduciendo así a una destrucción ecológica mundial. Es verdad que la ciencia y la tecnología, los dos grandes poderes de nuestra época, han logrado muchos beneficios para el mundo, pero, por otra parte, han impulsado una actitud de arrogancia contra la naturaleza. Pues no parece que el conocimiento científico pueda alcanzar la profundidad del alma y de la mente. El ser humano la conoce y, aun así, sigue actuando en contra de su conocimiento. El conocimiento no ha desembocado en un arrepentimiento, sino que, en su lugar, ha dado origen al cinismo y otras obsesiones. La humanidad está pagando actualmente un enorme precio por todo lo que el desarrollo científico y tecnológico ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo.

El modelo de referencia del desarrollo económico actual está estrechamente unido con los avances de la ciencia y la tecnología. La globalización contemporánea intensifica los problemas ecológicos y funciona en contra del verdadero beneficio de la humanidad. En nombre de la maximización de ganancias y de beneficios a corto plazo, se destruyen las condiciones de vida en esta tierra, se toman decisiones económicas y se eligen estrategias de desarrollo sin tener en cuenta su impacto ecológico, mientras que la ecología es sacrificada en el altar de la economía.

El eudemonismo contemporáneo, individual y social, funciona a expensas de la integridad de la creación. La satisfacción de tantas necesidades como sea posible por parte de individuos y de masas exige e impone la explotación extrema de los recursos naturales y diversas formas de cargas ambientales. El ser humano se ha convertido en un ser de tener. La crisis ecológica de nuestro tiempo, que no tiene precedentes, es una dimensión de la dominación de una civilización del «tener», que constituye el núcleo de esta civilización centrada en la economía y en el placer. La dominación de esta mentalidad posesiva y la persecución de lo que solo es útil o beneficioso agudiza aún más el problema ecológico. El medio ambiente corre así más peligro que nunca en la historia de la humanidad.

Es cierto que la crisis ecológica es una dimensión de la crisis generalizada de la civilización contemporánea. Por tanto, la solución de la crisis ecológica puede buscarse recurriendo a la misma lógica que la desencadenó. La destrucción de la naturaleza comienza en la mente del ser humano y es ahí donde debería comenzar la terapia también. La crisis que afrontamos no es meramente ecológica. Como hemos repetido numerosas veces, es una crisis relacionada con el modo en el que nos concebimos y nos imaginamos el mundo. Antes de abordar eficazmente los problemas de nuestro entorno, debemos cambiar, por consiguiente, nuestra autocomprensión y visión del mundo. Se necesita toda una revolución copernicana en nuestra jerarquía de valores, es decir, un ethos radicalmente nuevo.

Al igual que en todos los desafíos contemporáneos, estamos convencidos de que no puede abordarse y resolverse el problema ecológico sin la implicación y la contribución de las religiones, las antiguas y poderosas fuerzas del espíritu, que se centran en alimentar y desarrollar el núcleo existencial del ser humano. Por esta razón pensamos que la promoción de la protección del entorno natural ocupa un lugar central en el diálogo de las religiones y en la colaboración interreligiosa.

Las religiones y las iglesias pueden hacer una contribución importante al desarrollo de un ethos ecológico. En este sentido, habiendo mencionado ya brevemente las iniciativas del Patriarcado Ecuménico derivadas de la convicción institucional de nuestra iglesia, presentamos los principios teológicos sobre cuyo fundamento establece y amplía sus actividades ecológicas la Iglesia de Constantinopla.

II. Hacia una ecología eclesial

El estudio de la tradición ortodoxa pone de manifiesto que se trata de una fuente inagotable de verdades vitales para las personas y el mundo. Evidentemente, en los textos de los Santos Padres no podemos encontrar soluciones y respuestas concretas y específicas para afrontar los problemas contemporáneos. Para descubrir y articular adecuadamente una propuesta teológica se requiere un estudio diligente, un trabajo teológico riguroso, un corazón dedicado y una mente abierta. Además, estamos obligados a afrontar los malentendidos y distorsiones de la doctrina ortodoxa, surgidos en su seno o fuera de él. La observación más interesante en este sentido es que las mismas actitudes que postulan que la Ortodoxia es una entidad cerrada o introvertida, etnocéntrica o fundamentalista, reticente a involucrarse en el diálogo con otros cristianos o con el mundo contemporáneo, son consideradas con disposición crítica desde fuera de la Ortodoxia, mientras que los grupos conservadores de la Ortodoxia las ven como una forma de elogio, como el genio propio de la Ortodoxia y el auténtico enfoque sobre la tradición de los Padres de la Iglesia.

Desde un punto de vista teológico ortodoxo, la crisis ecológica es una consecuencia del «pecado», la crisis más grave de la libertad humana, que desconecta a los seres humanos de Dios con consecuencias devastadoras para la autoconciencia humana como también para las relaciones interpersonales y nuestra relación con la creación. Cuando Dios dijo a Adán y a Eva «sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y dominadla» (Gn 1,28), no les estaba concediendo la autoridad de subyugar, explotar y destruir la naturaleza, sino que más bien acentuaba la responsabilidad humana por la creación, como se expresa en el segundo capítulo del Génesis, donde Dios exhorta a Adán a «cultivar y cuidar» su casa (Gn 2,15). La interpretación de la cita bíblica «sed fecundos y multiplicaos» como posición de dominación primordial y fundacional de la humanidad sobre la creación, constituye una interpretación errónea intencionada del mandamiento divino y contradice totalmente el espíritu de la Escritura como también las tradiciones del cristianismo que tratan favorablemente el medio ambiente.

En este espíritu, el Sagrado y Gran Sínodo de la Iglesia ortodoxa subrayó en su encíclica (par. 14) que «las raíces de la crisis ecológica son espirituales y éticas» y que «la ruptura en la relación entre el hombre y la creación es una perversión del auténtico uso de la creación de Dios». La respuesta a la crisis ecológica, al menos «según los principios de la tradición cristiana», exige un cambio radical de comportamiento con respecto a la creación y el «ascetismo como antídoto contra el consumismo, la deificación de las necesidades y la codicia», y presupone «nuestra enorme responsabilidad para que las generaciones futuras hereden un entorno natural viable». Para desarrollar un enfoque ortodoxo sobre el problema ecológico, «centramos nuestra atención en las dimensiones sociales y las consecuencias trágicas de la destrucción del entorno natural».

La identidad eclesial y la teología de Iglesia ortodoxa constituyen claramente el fundamento de su solicitud constante por el entorno natural. Es decir, que el interés de la Ortodoxia por la protección de la creación no ha sido solo una reacción a la crisis ecológica contemporánea. Ha sido, sobre todo, una oportunidad para que la Iglesia expresara, realzara y promoviera sus principios y prácticas eco-amistosas, como también su gratitud (como eucaristía) y glorificación (como doxología) por la creación «muy buena» de Dios (Gn 1,31). El actual problema ecológico es la ocasión, pero no la causa de actitud ecológica de la Iglesia ortodoxa.

La enseñanza bíblica sobre la creación y la doctrina de la encarnación del Hijo y Logos de Dios —que el difunto padre Georges Florovsky llamaba el misterio eterno y la base de nuestra fe y esperanza— establecen la afirmación de la creación en la Ortodoxia. Al asumir la naturaleza humana, el Hijo y la Palabra del Padre, también asumió la creación material en su totalidad. Mediante la encarnación es salvada la humanidad y toda la creación.

La propia vida de la Iglesia es respeto y cuidado de la creación de forma tangible, como también la fuente de sus acciones ecológicas. En este sentido, la protección del entorno natural es una extensión de todo cuanto se experimenta en la Iglesia. La vida eclesial es ecología aplicada. La Iglesia, como comunión divina y humana, es una victoria sobre los poderes de los que procede la destrucción del medio ambiente, como también sobre el pecado, la autojustificación y la autocentralidad. La Iglesia es un evento de comunión, amor y solidaridad. Los santos y los mártires de nuestra fe, la vida litúrgica de la Iglesia, su ascetismo y monaquismo, ministerio pastoral y vida de piedad, como también el deseo perpetuo de eternidad, constituyen un modo de vivir en el que el cosmos natural no puede ser considerado como un objeto de explotación o material útil para las necesidades humanas, sino que es percibido, en cambio, como acción y creación de la Trinidad viva.

III. Un ethos eucarístico y ascético

En esta perspectiva, nosotros acentuamos que la respuesta de la Iglesia al problema ecológico contemporáneo es el desarrollo de su identidad eucarística y su ethos ascético. En la antigua tradición de la Iglesia encontramos dos fuentes inagotables y modos probados de una relación correcta con la creación. Nos referimos a la eucaristía, que ordena un modo de vida eucarístico, y al ascetismo.

La eucaristía constituye el centro de la vida eclesial. La Iglesia se realiza y se revela plenamente en la eucaristía, extendiéndose en cada aspecto y dimensión de la vida para el creyente en el mundo. El término griego eucharistia significa «gracias» y se entiende como la esencia más profunda de la liturgia. La Liturgia Divina es llamada también «Sagrada Eucaristía» en la Iglesia ortodoxa. En su exhortación a un «espíritu y un ethos eucarístico», la Iglesia ortodoxa nos recuerda que el mundo creado no es posesión o propiedad nuestra, sino un don de Dios, el Creador. Por consiguiente, la respuesta apropiada al don recibido es aceptarlo y recibirlo con gratitud. La acción de gracias subraya la visión sacramental del mundo que tiene la Ortodoxia. Desde el instante de la creación, este mundo fue ofrecido por Dios como un don para ser transformado y devuelto a él con gratitud. De hecho, la acción de gracias es una característica específica de los seres humanos, que son criaturas eucarísticas, capaces de gratitud y dotadas de la fuerza de bendecir a Dios por el don de la creación, como también para dar gracias y alabar a Dios por el mundo con amor y alegría.

En el sacramento eucarístico devolvemos a Dios lo que es suyo, a saber, el pan y el vino, junto con toda la comunidad y mediante ella, que se ofrece en humilde agradecimiento al Creador. Como respuesta, Dios transforma el pan y el vino, es decir, el mundo entero, en un misterio de encuentro y comunión. Así podemos abrazar a todas las personas y todas las cosas con amor y alegría. Todo en el mundo natural, grande o pequeño, tiene una importancia única para la vida del mundo. Creación y humanidad se corresponden plenamente y cooperan entre sí. Todo llega a adquirir una forma de intercambio, según la visión y la finalidad original, es decir, según la intención de Dios.

En la tradición litúrgica y la vida sacramental de la Iglesia coexiste la expresión de una visión eucarística de la creación y la relación del creyente con ella. De nuevo, este principio es resaltado por el Sagrado y Gran Sínodo de la Iglesia ortodoxa:

En los sacramentos de la Iglesia se afirma la creación y el hombre es alentado a actuar como administrador, protector y «sacerdote» de la creación, ofreciéndola mediante la doxología al Creador —«Te ofrecemos a ti en todo y para todos lo que es exclusivamente tuyo»— y cultivando una relación eucarística con la creación (par. 14).

Debería notarse, no obstante, que un espíritu gozoso es incompatible con toda forma de introversión e indiferencia hacia la creación o con la devaluación del mundo material.

El ethos ascético constituye un valioso aspecto de la tradición ortodoxa, que es especialmente relevante para el tema de la protección de la creación. Ascesis es otra forma de referirse a la plena participación del creyente en la vida de la Iglesia y a la experiencia comunitaria de su esencia eucarística. En este sentido, la ascesis no es un privilegio o un deber exclusivo de los monjes, sino que es una disciplina espiritual común a todos los fieles y es nutrida por la experiencia eucarística. En efecto, la ascesis es un suceso eclesial, no una empresa individualista. En la vida ascética, la autocentralidad y la autoafirmación constituyen una transgresión espiritual y un pecado.

El núcleo del espíritu ascético es el sacrificio, que pensamos que es una dimensión ausente en nuestro ethos medioambiental y en la acción ecológica. Los cristianos deben practicar la abstinencia, la moderación y la limitación voluntaria en su consumo de alimentos y recursos naturales. Tenemos que hacer una distinción fundamental entre lo que necesitamos y lo que queremos. El ayuno y otras prácticas ascéticas similares nos permiten comprender que todas las cosas que damos por supuestas nos son proporcionadas por Dios para satisfacer nuestras necesidades y para ser compartidas equitativamente entre todas las personas. No son nuestras, por lo que no podemos abusar de ellas y despilfarrarlas.

Después de todo, al igual que la verdadera naturaleza de Dios es el «amor» (1 Jn 4,8), también la humanidad está innatamente dotada con la tarea de amor. El ascetismo en la Iglesia ortodoxa tiene siempre una dimensión eucarística —se trata de compartir y de comunión—, no es una tarea individualista. El ascetismo cristiano no significa el rechazo del mundo o de la vida en el mundo, sino la afirmación y el uso eucarístico de ellos de una manera grata a Dios. El ethos eucarístico y ascético no es solo un desafío para nuestra época arrogante y racionalista, egoísta y autogratificante, sino que proporciona realmente un modelo alternativo de relación con la creación y del consumo de bienes, como también con nuestros semejantes.

Conclusión

Una de mis preocupaciones más vehementes durante mi ministerio como patriarca ha sido la protección del medio ambiente, suscitando la consciencia ecológica y sensibilizando a las personas sobre las consecuencias de una destrucción irreversible de la naturaleza. Nuestro profundo compromiso con el cuidado de la creación surge de la misma esencia de nuestra fe. Nuestra eclesiología, nuestra fe y nuestra liturgia fortalecen este compromiso con la protección de la creación, promoviendo el ethos