Economía cubana en dos tiempos (Siglo XIX y XX) - Gloria García Rodríguez - E-Book

Economía cubana en dos tiempos (Siglo XIX y XX) E-Book

Gloria García Rodríguez

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Beschreibung

En la obra, la autora aporta elementos valiosos, factuales e interpretativos sobre los procesos inherentes a las economías capitalista y socialista. Hace referencia al sistema de propiedad y las tendencias generales de la etapa del esclavismo al capitalismo y, posteriormente de la economía socialista.

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Seitenzahl: 367

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) o entre la webwww.conlicencia.comEDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel.93 494 97 20España.

Edición al cuidado de:Mildred de la Torre Molina

Diseño de cubierta:Alejandro Greenidge Clark

Diseño interior:Ramón Caballero Arbelo

Corrección:Carmen Romero AlemányEsther Julieta Pardillo

Composición:Susana Adilin García González

Conversión a ebook:Idalmis Valdés Herrera

© Gloria García, 2021

© Instituto de Historia de Cuba

Sobre la presente edición:

Editora Historia, 2023

Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción, total o parcial, de esta obra sin la autorización de la Editora Historia.

ISBN 9789593091275

Editora Historia

Instituto de Historia de Cuba

Amistad 510, e/ Reina y Estrella

Centro Habana, La Habana 2, Cuba, CP 10200

E-mail:[email protected]

Sitio web:www.ihc.cu

Índice de contenido
Prólogo
Del esclavismo al capitalismo
INTRODUCCIÓN
I LOS RETOS DEL MUNDO CAPITALISTA
La rivalidad de una industria capitalista
La nueva política azucarera
Un gran mercado en expansión
II EL DIAGNÓSTICO DE LA CRISIS
Las condiciones de la renovación
Las dimensiones reales de la crisis
La crisis bajo el microscopio
III LA ESTRATEGIA DEL CAMBIO
El control de las condiciones agrarias
Las reservas demográficas
El enfrentamiento a los obstáculos financieros
IV LAS NUEVAS RELACIONES EN EL AGRO
La otra cara de la acumulación
V LOS AÑOS DIFÍCILES
La carga tributaria
Los costos de la transición
El período revolucionario
I ¿UNA ECONOMÍA NEOCOLONIAL EN CRISIS?
II LOS DIAGNÓSTICOS DE LA CRISIS
III EL PRIMER PROYECTO REVOLUCIONARIO
La nueva institucionalidad
Por una distribución más justa de los ingresos
Otras medidas regulatorias
La revolución agraria
En el camino hacia la industrialización
Golpes mortales
IV UNA ETAPA DE INCERTIDUMBRE Y RETROCESO
Una nueva etapa de nacionalizaciones
Una isla y dos sistemas de gestión económica
V CONSTRUYENDO EL SOCIALISMO
VI LA DÉCADA DE LOS NOVENTA: EL DILEMA SOBRE EL DESARROLLO FUTURO
APORTES AL CONOCIMIENTO DEL TEMA
BIBLIOGRAFÍA
Fuentes publicísticas
Fuentes documentales
Datos de la autora

Prólogo

La obra de Gloria García (1941-2013) constituye un obligado referente para los estudiosos de la historia de Cuba. Así queda revelado en su extenso currículo científico.

Ejerció el periodismo historiográfico en la revistaMella,bajo los auspicios de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), desde 1959 hasta 1964. En este último año ingresó a la entonces Academia de Ciencias de Cuba, específicamente en el Archivo Nacional de Cuba, bajo la dirección del doctor Julio Le Riverend, en un grupo de trabajo multidisciplinario, con énfasis en los estudios históricos nacionales orientados hacia los intercambios sistemáticos de las corrientes historiográficas y científico-sociales prevalecientes en el mundo académico internacional en su conjunto.

Como secretaria científica del Instituto de Historia de Cuba (1969-1973) impulsó las investigaciones de historia económica y política de Cuba y América, a la vez que organizó numerosos talleres internacionales sobre cuestiones metodológicas presentes en el ámbito económico europeo.

En igual dirección proyectó su labor como jefa del Departamento de Historia en la Academia de Ciencias de Cuba (1976-1981).

La multidisciplinariedad de Gloria durante aquellos años se evidenció al impulsar diferentes actividades científicas como miembro de la Comisión Nacional de Monumentos, del Consejo Asesor del Museo Numismático del Banco Nacional de Cuba, colaboradora de la Comisión Nacional de Historia de la UJC (1966-1969) y de la Sección de Historia del Movimiento de Activistas de Historia del Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del PCC durante los años en que esta sección funcionó, así como en la realización de múltiples investigaciones estrechamente relacionadas con la sociología, la literatura, la etnología y la antropología social. En este último sentido, su universo de colaboración abarcó todo el país. De ahí, precisamente, que pueda considerarse como pionera en los estudios socioeconómicos culturales de la historia regional.

Sus investigaciones comenzaron a socializarse en el ámbito internacional, al integrar el Grupo Cubano-Alemán de Investigaciones Históricas y Económicas, creado en las Academias de Ciencias de Cuba y la ex-RDA. De ahí su participación en publicaciones sobre los monopolios y sus efectos en las economías insulares.

Otro elemento significativo de su polisemia científica lo constituye la labor desplegada en la confección de los atlas históricos, José Martí y Nacional de Cuba, de las provincias de Matanzas y Camagüey y en las comisiones de carácter científico de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

A lo anterior debe agregarse su participación activa en importantes expediciones multidisciplinarias tales como a la entonces Isla de Pinos, Guane, Yateras y Santa Cruz del Norte, cuyas experiencias fueron plasmadas en informes, ensayos y artículos de relevancia epistemológica.

Su sabiduría se hizo sentir, además, como integrante del Tribunal de Categorías Científicas del Archivo Nacional, del Comité Central del PCC, el Instituto de Literatura y Lingüística, de los Consejos Científicos constituidos en el Instituto de Historia perteneciente a la Academia de Ciencias y, posteriormente, del Instituto de Historia de Cuba y el Centro de Estudios sobre la Juventud auspiciado por la Unión de Jóvenes Comunistas.

Su obra historiográfica trasciende por su solidez científica, calidad expositiva y representatividad en el presente y devenir de la ciencia especializada en la historia nacional.

Gloria fue continuadora de los estudios de historia económica iniciados por Julio Le Riverend. En esta área del saber aportó elementos valiosos, factuales e interpretativos sobre los procesos inherentes a la economía agraria, las relaciones comerciales y financieras, el sistema de propiedad y las tendencias generales de la economía republicana burguesa y de la socialista.

No menos relevantes son sus monografías y múltiples artículos y ensayos, publicados dentro y fuera de Cuba, sobre la historia social. Es considerada por los especialistas del ramo como iniciadora en el país del estudio de esa esfera del conocimiento. En este sentido deben destacarse sus aportes al develamiento de la sociedad esclavista en lo concerniente al sistema de vida, la trata y el comercio, y la ideología y la lucha política de los esclavos.

Su profundo conocimiento sobre el sistema plantacionista cubano, desde la sociedad, como debe ser, ha facilitado la desacralización de mitos sobre la exclusiva condición de los esclavos y los hombres libres dentro de las variadas formas de rebeldías. Gloria García muestra la esclavitud desde sus grandezas identitarias, a la vez que aporta conocimientos sobre las estructuras socioclasistas y grupales de esta.

De trascendentes pueden considerarse sus valoraciones sobre la sabiduría de quienes, dentro de una sociedad injusta, lucharon por sus derechos a la existencia humana no solo mediante la violencia, sino también con inteligencia y tenacidad. Las investigaciones de Gloria constituyen el punto de partida para un cabal entendimiento de la sociedad esclavista a través de sus voces más sufridas. De esto se derivan sus aportes a la historia de las ideas, del sistema de vida incluyendo tradiciones, costumbres y religiosidad, y a la apreciación de los movimientos políticos desde una óptica antropológica cultural.

Gloria colaboró en múltiples trabajos monográficos colectivos. Una de sus obras más relevantes es la siempre consultada Historia de Cuba, donde fungió como autora y miembro de su Comité Científico. En igual sentido resulta encomiable su participación en antologías foráneas (España, Estados Unidos).

La historia política ha recibido también sus notables aportes. La república y Julio Antonio Mella, José Martí, Francisco de Arango y Parreño, los conflictos laborales y el movimiento obrero, y la historiografía en su conjunto, entre otros temas, ponen de manifiesto su diversidad creadora.

Sumado a lo anterior, deben reconocerse sus contribuciones al conocimiento de los fondos de los Archivos Nacionales de Cuba y de España. De lo cual dan fe su aparato referencial y los textos publicados al respecto.

Los podios internacionales y del país escucharon su verbo sabio e inteligente. Estados Unidos, Europa y América Latina fueron sedes de sus ponencias, para suerte de nuestra nación. Gloria evidenció el desarrollo científico historiográfico alcanzado por la historiografía cubana.

Su labor docente sobrepasó el ámbito propiamente académico para insertarse en lo cotidiano. Numerosos especialistas son el fruto de su permanente magisterio.

Cuando los intercambios científicos de las Ciencias Sociales en su conjunto se limitaban a cuestiones puntuales, ella esboza propuestas metodológicas no solo en boga, sino de su propia elaboración. Así, mostró caminos de cómo investigar y leer la historia social y cultural, bien en intervenciones públicas, privadas o en múltiples ponencias y tutorías. Pero, sobre todo, a través de su obra escrita.

Algunos le criticaron sus incursiones en diferentes períodos o épocas históricas, bajo el argumento de que el historiador se consolida por la acumulación de conocimientos en temas determinados, mientras que cuando se expande ya no es capaz de profundizar en el universo epistemológico. Ella, por el contrario, se pronunció renuente al reduccionismo historiográfico, sin negar el valor de las especialidades. Muchas veces expresó que mientras más cultura e información poseyera el historiador, con mayor cientificidad podía demostrar lo específico investigado.

Muchos de sus colegas en el Instituto de Historia de Cuba fuimos testigos de su quehacer constante. El libro que se presenta ejemplifica lo anteriormente expresado. Los años duros del período especial, con sus penurias y avatares por la supervivencia, constituyeron el escenario de su labor, a la que se entregó con la certeza de que proporcionaría un caudal de ideas y conocimientos nada desdeñables para futuros empeños investigativos.

En su constante andar por los documentales del Archivo Nacional se percató de la posibilidad para construir el debate sobre la economía cubana de los últimos años del siglo xix. Con larga experiencia en el terreno de la historia económica, especialidad en la que inició su profesión, fue articulando, progresivamente, los múltiples discursos, informes y pronunciamientos de la élite del final decimonónico en torno a los problemas de la sociedad insular.

Es en este sentido donde ella demostró su pericia profesional a la vez que proporcionó a los especialistas uno de sus más relevantes aportes de carácter metodológico. Muchas veces escuché sus criterios en torno a la necesidad de que los investigadores confrontaran las ideas con el contexto social; análisis exigido por las ciencias históricas capaz de evidenciar la riqueza de sus universos espirituales. Para Gloria la emisión de los discursos, proyectos y propuestas sin comprobación factual corresponde al mundo de la abstracción filosófica y literaria pero no al de la historia, en tanto esta se ocupa de la construcción crítica del pasado, cuestión que ella logra en el presente texto.

Este libro aporta una multiplicidad de esferas del conocimiento histórico capaz de incentivar la realización de empresas científicas venideras. Entre estas se encuentran la demografía, el sistema de la propiedad agraria, la producción agrícola, el comercio, la movilidad socioclasista, la conformación del mercado interno, y la teoría y los conceptos aplicados a una investigación de esta naturaleza. A lo que debe agregarse su permanente contrapunteo con las realidades latinoamericanas, europeas y estadounidenses, que facilitarán una mayor comprensión sobre la época y las particularidades del escenario de las contradicciones de la élite para introducirse en el de los trabajadores libres y esclavos. Para esto se apoyó en sus estudios precedentes sobre la esclavitud y el temprano capitalismo, en lo que aporta visiones novedosas en torno al accionar ideológico de quienes sustentaron el régimen social pese a sus penurias y rebeldías.

También el lector encontrará la construcción de una sociedad en crisis con sus atavismos y prejuicios y los intentos de muchas inteligencias por remodelarla con vistas al progreso capitalista.

El gran caudal de fuentes diversas, muy al estilo de quien dedicó su vida al trabajo paciente de búsquedas incesantes por el mundo de la documentación archivística y bibliográfica hasta obtener la novedad del conocimiento, es parte importante de los logros de un libro escrito con pasión y amor.

En su computadora desgastada por el tiempo encontré este proyecto. Recordé sus sueños de mujer paciente, las angustias personales, su forma de hurgar en los viejos manuscritos como testigos perpetuos de los andares del pasado. No pude sustraerme a la memoria de su vida compartida en el quehacer laboral durante más de cinco décadas. Su disciplina de trabajo, constancia y rigor científico, fidelidad a la verdad y honestidad, la hacen un eterno paradigma para quienes amamos los infinitos mundos de la historia. Gloria García renace en cada libro suyo, para suerte de un país necesitado de la creación continua de sus hijos.

 

Mildred de la Torre Molina

Del esclavismo al capitalismo

INTRODUCCIÓN

Este es un estudio de la transformación capitalista de la economía colonial y, ante todo, de cómo la apreciaron sus contemporáneos. No es, por consiguiente, una historia económica en sentido estricto; tampoco un análisis de las ideologías que presidieron el cambio, articuladas en su organicidad peculiar. Se trata, más bien, de mostrar el contrapunto presente en todo proceso de transformación social. Y de contrastar el discurso de los grupos, especialmente de los que rectorean el proceso, con los hechos que lo confirman o lo niegan.

La óptica desde la cual analizamos la transición impone ciertos límites. Si bien la guerra del 68 marcó un hito en la evolución de la economía insular al agudizar aquellos desajustes, desproporciones e incongruencias del sistema, que ya afloraban desde principios de la década y, de una u otra forma, habían despertado la conciencia pública, el debate acerca del futuro del país en una perspectiva a largo alcance, solo cobró profundidad al término del conflicto bélico. Tras esa confrontación de ideas se alineaban fuerzas sociales de muy desigual capacidad de determinación en el destino insular, es verdad, pero esto no resta importancia a sus criterios, ni a la polémica misma, por el contrario, refleja de la manera más exacta las posibilidades reales para la implementación de las alternativas históricamente formuladas.

Por consiguiente, la disyuntiva acerca de las formas económicas más favorables para un desarrollo capitalista pleno no surgió a la luz pública al terminar la guerra. De hecho estaba presente –en la trama social y en las aspiraciones de la sociedad criolla– al iniciarse el gran ciclo de desarrollo de la plantación en el siglo xviii. La postura tipificada en la figura de Francisco de Arango y Parreño –mucho mejor estudiada por los historiadores que por sus contradictores– tiene su contraparte en la mentalidad antiplantacionista de ciertos sectores de la población cuya composición social varió a lo largo del tiempo. Así, las concepciones de una y otra posición se fueron estructurando sobre la base de un jerarquizado conjunto de aspectos y factores, variables durante el transcurso de la primera mitad del siglo xix, cuya ponderación en cada etapa habla elocuentemente de lasvisionesde estos grupos contendientes en lo que respecta al sistema económico y acerca de sus potencialidades de desarrollo en una u otra dirección.

Por su propia índole, esas representaciones son incompletas y unilaterales. Dado que las ideas económicas nunca se integraron en un sistema de pensamiento organizado, ellas están asociadas a cuestiones puntuales que afectan el comportamiento y el nivel de vida de una y otra clase, en cada momento particular. A partir de las posturas coyunturales se expresan, sin embargo, criterios que implican una comprensión específica del régimen económico en que se insertan los asuntos debatidos.

La unilateralidad se origina también por el punto de mira desde el que se avizora el problema; los criterios están estrechamente vinculados a los intereses fundamentales y multifacéticos de cada clase o grupo. Se opera entonces una selección de los hechos que conforman la realidad, tanto en lo que respecta a su pertinencia para la argumentación del fenómeno, como para su empleo en calidad de material fáctico probatorio de la explicación elaborada. El análisis debe moverse en dos direcciones paralelas: el desmantelamiento de la lógica subyacente en las concepciones divulgadas por los grupos sociales y en la revelación de la lógica del sistema que deriva de su funcionamiento. El contrapunto entre realidad económica y las ideas que la explican –e intentan modificarla– requiere de una delicada ponderación para interrelacionar ambos ejes en su exacta dinámica.

Después de 1878, con la multiplicación de las organizaciones corporativas y de sus expresiones periodísticas, el debate ganó en profundidad, pero también afloraron matices y se extendió al ámbito de los temas tratados. Estas variantes no pocas veces se asocian a la presencia de diversas capas dentro de las clases y, aun, a la distribución regional de estas; trasunto fiel de la cambiante correlación de fuerzas en la sociedad y de los retos externos que estaba obligada a enfrentar, expresados en coyunturas de extrema fluidez. Resultaría casi imposible dar cuenta de toda la riqueza contenida en la plasticidad inherente a esa sociedad en transición. Por estas razones, el texto se limita a bosquejar las líneas principales de la evolución económica del país, así como las ideas en pugna que acompañaron el conjunto de cambios característicos para cualesquiera de los períodos decisivos de la historia de Cuba.

I LOS RETOS DEL MUNDO CAPITALISTA

Golpeada por las crisis económicas asociadas a la evolución del capitalismo a lo largo del siglo xix, Cuba, no obstante, transitó por dichas crisis con relativa facilidad durante las primeras cuatro décadas de la centuria. La temprana sensibilidad del sistema productivo colonial a los desajustes del mercado internacional –turbulencias de poca intensidad y breve incidencia– constituía la más clara evidencia del rápido incremento del carácter marcadamente mercantil de ese sistema. Y con la acentuación secular de vocación comercial, los altibajos en las condiciones de la producción adquirieron rango de factor determinante que daba cuenta de la salud del conjunto del régimen económico insular. El horizonte exterior se convirtió, por ende, en uno de los pilares de la prosperidad o de la eventual ruina de todo el andamiaje tan esforzadamente levantado; por esta razón no podía menos, por tanto, que constituir parte integrante y uno de los elementos básicos de toda percepción sobre el desarrollo futuro o el potencial estancamiento de la economía colonial.

El análisis de la situación en los mercados exteriores se transformó en una actividad habitual que delimitaba con creciente precisión, las opciones disponibles para el comportamiento económico de la plantocracia esclavista. Dado su carácter de grandes productores de azúcar, café y tabaco, las posibilidades de colocar las colosales cosechas de estos productos al interior de una isla que hacia mediados de siglo no superaba el millón y medio de habitantes, parte de ellos esclavizados, eran exiguas. La alternativa era, inevitablemente, la salida exterior. Pero, en ese mundo más allá de las costas de Cuba, imperaban fuerzas que el plantador podía aprovechar coyunturalmente a su favor, mas no controlar; el mercado dictaba las reglas del juego y los agentes económicos estaban obligados a reestructurar su actividad en concordancia con los patrones conformados, si no querían perecer, víctimas de la concurrencia de otros mejor adaptados.

Y precisamente en esta esfera, la mirada atenta de los hacendados no podía dejar de registrar hechos y tendencias que estaban alterando las bonancibles condiciones de la primera mitad del siglo. Tras varios lustros de crecimiento sostenido en las producciones principales –impulso que ni siquiera el inicio de la guerra de 1868 logró frenar–, la economía colonial dio muestras de desequilibrios continuos que atenuaron primero y revirtieron después, el dinamismo que había caracterizado al sistema productivo durante los seis decenios anteriores. El registro de un desplazamiento de la participación insular en los suministros mundiales de azúcar fue el más importante síntoma de desajuste.1

Este descenso relativo fue al principio poco acusado, pero después de 1870 se transformó en una tendencia predominante; el fenómeno se originaba, no por una disminución de los volúmenes producidos –cuya marcha ascendente podía seguirse de un quinquenio respecto al precedente–, sino por una desaceleración de las tasas de crecimiento que, desde 1875, se retrasan en relación con las correspondientes al conjunto de la producción mundial y también al de las áreas cañeras. El drástico viraje puede datarse, justamente, a mediados de la revolución del sesenta y ocho.

La aparición de nuevos abastecedores de azúcar erosionó por completo el virtual monopolio de que había gozado anteriormente la Isla. Hasta mediados de siglo todavía el peligro no era inminente, pero ya se apreciaban algunos síntomas de la próxima tormenta. Ante todo, la explosiva expansión de la producción remolachera arrinconó progresivamente las posibilidades de crecimiento de las regiones cañeras, en especial de Cuba, desplazándolas de su privilegiada posición en la oferta mundial del dulce y compitiendo en condiciones superiores de economía y técnica, en la cobertura de los grandes incrementos del consumo que caracterizan las etapas finales de la centuria. Las altas tasas de crecimiento de la producción azucarera de Cuba hasta los años sesenta, superiores incluso a las del conjunto de los países suministradores, se contraen desde 1870; ilustrativo de esa evolución es la caída del lugar privilegiado de la Isla en los volúmenes comerciados internacionalmente: en los cinco años del período 1865-1869, la colonia proporcionó 29,3 % de todo el azúcar exportado al mercado mundial, mientras en el lustro de 1895-1899 ese porcentaje cayó a solo 5,7 %. Esta tendencia, lejos de obedecer exclusivamente a coyunturas locales, traducía un cambio de mucha entidad en la estructura socioeconómica de la oferta del produc­to, pues igual fenómeno era observable en las áreas cañeras, casi todas víctimas, además, de la dominación colonial, cuya posición en el comercio internacional del dulce descendió desde casi 80 % en los años cincuenta a cerca de 38 % en el último lustro delxix.

En verdad, esta situación se tornó crítica para Cuba ya que sus tres productos principales de exportación desplegaron un movimiento de zigzag y retornaron a los niveles de preguerra. En la rama azucarera, esta tendencia se expresó claramente: el promedio anual de producción del dulce entre 1875-1879 fue 11 % menor que el volumen alcanzado en el lustro anterior, y durante el siguiente, bajó hasta 23 % respecto al mismo período.

Tabla 1
Crecimiento de la producción azucarera mundial
de las áreas cañeras y de Cuba (en %)
respecto al quinquenio previo

  Quinquenios  

  Producción mundial  

  Azúcar de caña  

  Cuba  

1855-1859

119

108

140

1860-1864

111

106

124

1865-1869

127

116

131

1870-1874

124

111

103

1875-1879

112

103

89

1880-1884

130

111

87

Fuentes:Calculado sobre cifras de M. Moreno Fraginals:El ingenio, complejo económico social cubano del azúcar,t. III, pp. 36-38. Para la producción cubana, “Weekly Statis­tical Sugar Trade Journal”, reproducido enThe Cuba Review,1921.

Las cosechas tabacaleras, así como sus productos manufacturados, reprodujeron también estas oscilaciones, aunque el descenso tuvo un carácter menos pronunciado en la producción de tabaco en rama. En 1859, Cuba exportó 6 232,8 t de hojas y 246,9 millones de torcidos; en 1870 las cifras fueron de 3 822 y 159,9, respectivamente. Seis años más tarde, la exportación en rama continuó descendiendo 2 709,9 t y el torcido 139,2 millones de unidades. No se dispone de datos confiables para 1880 y 1884 respecto a la hoja, pero en cambio las exportaciones de tabaco manufacturado continuaron contrayéndose para situarse en 129,1 y 112,2 millones en los años mencionados.2

El surgimiento de nuevas áreas de cultivo, incluidas extensas zonas en Europa, y el crecimiento de las ya existentes en América Latina, Asia y África aumentaron de forma extraordinaria la oferta de materia prima. Y aunque no en todos los casos se propendía a su producción con fines de exportación, la cobertura de las necesidades del mercado interno en numerosos países constituyó un fuerte golpe para las ventas insulares. Por otra parte, el establecimiento de elevados aranceles para la importación del tabaco manufacturado coadyuvó a la creación de industrias rivales en naciones que antes dependían del producto cubano como es el caso de Alemania y de otros países del Este de ese continente. La contracción de los mercados provenía de dos causas diferentes: el creciente empleo en rama de baja calidad en muchas regiones donde solo mezclaban un por ciento variable de hoja de origen insular a sus producciones domésticas, contrayendo de este modo las compras, y el inicio de la elaboración del producto en muchas naciones antes importadoras netas. A esto se sumaba el hecho de que el consumo de tabaco, considerado un lujo, constituía un rubro preferente en los estados para aumentar sus ingresos fiscales, lo que conllevaba un incremento del precio de las vitolas y, por consiguiente, una reducción del número potencial de consumidores, imposibilitados para pagar un producto tan caro.

El tercer producto de importancia en los ingresos exteriores de la Isla –el café– también cayó en profunda crisis desde los años sesenta.En el lustro que se extiende desde 1860 hasta 1864 todavía se exportaban unas seis mil toneladas como promedio anual, pero diez años más tarde el volumen se redujo a solo 262 t. Modesta cifra que se contrajo aún más en los dos quinquenios siguientes cuando las ventas cafetaleras al exterior registraron nada más que 36,5 y 21,6 t, respectivamente, como media anual.3Aquí, como en el caso del azúcar y el tabaco, la aparición de rivales con mejores condiciones competitivas desplazó la oferta insular. La expansión del cultivo del cafeto en Brasil creció a un ritmo tan rápido que ese país llegó a proporcionar entre la mitad y las cuatro quintas partes de la producción mundial durante la segunda mitad del siglo.

Una evolución tan dramática en las tres fuentes básicas de la estructura productiva sumió a la economía colonial en una depresión prolongada. Durante los subsiguientes diez años, la reducción en los volúmenes de zafra condujo, principalmente, a una abrupta disminución de los ingresos que la comercialización exterior de estos productos suministraba al país, tanto por la circunstancia de una contracción de las cantidades vendidas como por el hecho de que se efectuaban en un mercado con precios declinantes. Tal parecía como si un estancamiento crónico se hubiese apoderado del aparato productivo insular.4

Las causas de estos procesos fueron múltiples. Al comportamiento económico de las potencias occidentales hay que atribuir en buena medida el origen de las dificultades que comenzaron a confrontar economías como la de Cuba. Y a la edificación de una industria capitalista en el sector azucarero en Europa hay que acreditar, sin dudas, los crecientes contratiempos de la producción insular. El surgimiento del sector fabril en varios países de ese continente no significó tan solo una profunda renovación tecnológica de las fases productivas sino un cambio, igualmente decisivo, del entramado comercial dentro del cual se desenvolvía la elaboración del dulce.

Una somera descripción de las condiciones que posibilitaron la creación de esa industria europea, ayuda a perfilar la nueva naturaleza del proceso, la redistribución del espacio productivo mundial y la reorganización de los mercados. Fenómenos que explican los tempranos esfuerzos criollos para tecnificar los ingenios y disponer de un moderno sistema de transportación del producto hacia los puertos –el ferrocarril– a fin de acompasar la evolución insular al desarrollo que tenía lugar del otro lado del océano.5

La rivalidad de una industria capitalista

Durante un período relativamente corto (1870 a 1885), la obtención de azúcar de remolacha se convirtió, tecnológicamente hablando, en uno de los sectores más capitalizados y avanzados de la industria europea. Conocida desde tiempos remotos como planta apta para producir jugo azucarado, esta requirió de un prolongado período de ensayos y experimentos para hacer rentable su explotación comercial a gran escala. Su escasa riqueza en sacarina, comparada con la contenida en la caña de azúcar, creaba un valladar casi infranqueable para asentar una industria de sólida rentabilidad y de operación continua con una materia prima tan poco rendidora. Solo con la obtención de un tipo de remolacha cuyo nivel de sacarina fuera relativamente elevado, sería posible la expansión fabril que caracterizaría el último tercio de siglo. Hacia 1874 se obtuvo al fin una planta con 10,5 % de sacarosa, porcentaje que fue sucesivamente incrementado mediante continuos experimentos hasta obtener 11,3 % en 1880.6

Tanto la fase agrícola como la industrial desplegaron sus actividades en un terreno cualitativamente superior. La difusión de las relaciones capitalistas en el campo y el renovado empuje del sector fabril, crearon condiciones óptimas para el amplio aprovechamiento de las potencialidades de la remolacha. Estos factores facilitaron la aplicación de nueva maquinaria, así como de implementos perfeccionados que apoyasen las numerosas e intensas labores de preparación del suelo, las operaciones de siembra y la cuidadosa atención al cultivo; tareas que, en comparación con las que tradicionalmente se realizaban con la caña de azúcar, fueron siempre más prolongadas e intensivas. El desarrollo de la química –en parte causa y también resultado de la expansión azucarera– proporcionó una gama de abonos deimprescindible aplicación para una siembra que agotaba los nutrientes del terreno y cuyo empleo era requisito indispensable ante todo para las fincas que mantenían la remolacha como cultivo permanente; el empleo sistemático de fertilizantes elevó progresivamente los rendimientos agrícolas, lo que compensó el mayor costo de producción que suponía su aplicación continuada.

La posibilidad de disponer de una semilla de alto rendimiento estimuló el crecimiento de las áreas agrícolas destinadas a este cultivo. En Francia, Alemania, Rusia y en otros países europeos, las superficies remolacheras se duplicaron en el curso de una veintena de años, gracias al surgimiento de grandes empresas agrarias dedicadas a su explotación, así como por la reorientación productiva de una parte importante del campesinado en esas regiones que, desde entonces, fueron incorporados a la órbita de una cosecha que disponía de mercado asegurado. A este estímulo comercial se sumó la práctica empleada por las fábricas de facilitar semillas de calidad, abonos y otros recursos a los agricultores con el fin de garantizarse un abasto regular de materia prima. La proporción en que el campesinado y la burguesía rural participaban en esta cosecha variaba, claro está, según los países y las regiones especializadas al interior de estos; en Rusia, donde el cultivo remolachero conoció de uno de los mayores crecimientos del siglo, los agricultores suministraban 58,6 % de la producción entre 1890 y 1894, mientras las plantaciones bajo la gestión directa de las fábricas solo aportaban 41,4 %. En Francia y ciertas zonas de Alemania, el campesinado jugaba igualmente un papel económico de importancia en la producción de la planta.7

La atracción hacia la agricultura comercial reforzó el proceso de diferenciación socioeconómica de los agricultores y dio renovado impulso a la liberación de mano de obra, fenómenos que coadyuvaron a la creación de contingentes de jornaleros capaces de asegurar esta expansión agrícola. En el campo la difusión de las relaciones capitalistas propició una movilidad geográfica sin precedentes al facilitar el asentamiento de trabajadores en las regiones o países que ofrecían salarios más elevados. Por eso, el incremento de la producción remolachera fue posible gracias a una fuerza de trabajo que, en buena parte, estuvo conformada por inmigrantes. Así, era frecuente que los belgas cruzaran la frontera de Francia y, formados en cuadrillas, se emplearan en los departamentos norteños para el trabajo estacional en los campos remolacheros. Alemania dependía de polacos, rusos y súbditos del Imperio austrohúngaro para las labores agrícolas y llegó a crear agencias para la importación de estos jornaleros. Las condiciones de vida y de trabajo de estos asalariados eran tales que muchas publicaciones denunciaban la miseria a que estaban sometidos: alojamiento en rústicas barracas, promiscuidad, bajos salarios y retención ilegal de los jornales para impedir la cancelación del contrato, los obligaba así a permanecer vinculados a la finca.8

Por otra parte, la industria gozó de ventajas iniciales decisivas. La elaboración industrial incorporó, a ritmo acelerado, los aparatos y las máquinas que el sector fabril europeo era capaz de proporcionar en cantidad, especificidad y calidad adecuadas. Los más importantes avances se lograron en el término de un decenio –1870-1880–,período en que se introdujeron los procedimientos y el utillaje esenciales, aunque tanto unos como otros fueron objeto de perfeccionamiento en etapas posteriores. Así, en el año inicial de ese período se ideó una máquina para lavar las plantas, eliminando las suciedades y las piedras adheridas y que las conducía, ya limpias, hacia la operación de trituración donde la remolacha era fragmentada en pequeños pedazos para facilitar la extracción del jugo; y mástarde, este se obtenía mediante el prensado pues la maceración, conocida desde 1855, suponía costos que no compensaban el resultado adicional obtenido mediante el uso de tal procedimiento, ya que proporcionaba solo 5 % másde rendimiento.

La difusión, que se generalizó a partir de 1865, se transfor­mó en la técnica más usada. El tratamiento de los jugos proseguía con la defecación que, desde 1870, empleó también la doble carbonatación para elevar en 7 u 8 % la obtención de azúcar, y luego, las impurezas residuales eran eliminadas a través de los filtros prensa. Pero desde 1865 el mayor progreso se obtuvo en la evaporación producto de la invención del triple efecto que realizaba el proceso a baja temperatura, evitando la inversión, y reciclaba el vapor utilizado, lo que suponía un ahorro sustancial de combustible; reducción que algunos expertos calculaban hasta en 80 % de los requerimientos anteriores.

Una vez concentrada, la masa pasaba a las centrífugas, aparato que permitía una eficaz separación de los cristales y de las mieles. El producto era un azúcar de color más claro y prácticamente sin humedad alguna.

La tecnificación del proceso suponía, como es lógico, rendimientos mayores. En Francia, para la cosecha de 1878, se obtuvo 7,20 kg de azúcar por cada 100 kg de remolacha, aunque en los cinco años anteriores estos rendimientos oscilaron entre un mínimo de 5 kg y un máximo de 5,91 por igual cantidad de la plan­ta,9promedios más en concordancia con los resultados de la industria europea de la época.

Claro que estas instalaciones mecanizadastotalmente demandaban una fuerte inversión de capital. Se estimaba a inicios de los años ochenta que no menos de cien mil pesos se necesitaban para poner en marcha una fábrica con capacidad diaria para el procesamiento de 50 t de remolacha así como una plantilla permanente de 200 operarios; este patrón de inversión se generalizó desde entonces y convirtió la producción de azúcar de remolacha en una rama industrial fuertemente capitalizada.

En Alemania, la industria remolachera sufrió un proceso de crecimiento aún más acelerado que en Francia. Aunque ya se encontraba establecida desde la década del treinta, se desplegó a ambos lados del río Elba, al sur de Magdeburgo y en Sajonia, que se convirtieron en sus focos principales; no fue sino hasta la década de los sesenta que este sistema fabril recibió el impulso decisivo; el apoyo del Estado y la creación de una estructu­ra capaz de proporcionar la maquinaria para las necesidades de esta rama coadyuvaron a la transformación de un país importador en un exportador de azúcar y su principal productor en la segunda mitad del siglo. No poca influencia en este resultado tuvo el establecimiento de un sistema bancario amplio para apoyar la expansión industrial así como el surgimiento de instituciones financieras en Francia y en Alemania que, bajo una forma cooperativa, respaldaron con éxito la refacción de la producción remolachera campesina.10

Una implantación industrial y agrícola de tal naturaleza expansiva y a partir de una planta con inferior contenido en sacarosa en comparación con su rival cañera, solo podía asimilar el largo proceso de experimentación con la remolacha y la penetración con ventaja en los mercados, apoyada en una amplia protección. Y esto fue precisamente lo que ocurrió. Un complejo y refinado sistema de subsidios, paralelo al reforzamiento de los valladares aduanales, respaldó la edificación de ese imperio industrial.

La nueva política azucarera

La creciente incidencia del azúcar de remolacha en los mercados indujo a importantes modificaciones de la política azucarera en aquellos países europeos cuyo consumo descansaba en fuertes importaciones del producto. A más de la conversión de países –antes importadores– en países exportadores netos, como Francia, los compradores tradicionales dispusieron ahora de ofertas a más bajo precio y con un producto de calidad uniforme y superior. Un análisis de la evolución del mercado en Inglaterra, que además de constituir uno de los grandes compradores de azúcar disponía de un abasto regular proveniente de sus posesiones coloniales, ilustra las fuerzas que impulsaban la transformación de las reglas de comercialización de esa mercancía.

Desde 1846, con la aprobación de la Sugar Duties Act., Gran Bretaña abrió sus importaciones a todos los países productores en detrimento de sus propias áreas colo­niales, especialmente las situadas en las Antillas; en medio de una expansión sostenida del consumo por habitante, las ventas combinadas de Cuba, Brasil y Puerto Rico casi se triplicaron entre 1845 y 1847 como inmediata respuesta al incentivo mercantil.11

Un paso más en esta tendencia a igualar las condiciones de comercialización del producto en el mercado británico se adoptó en 1854, cuando los derechos aduanales se fijaron a niveles idénticos para todos los países, aunquese mantenían aún las tasas diferenciales según el tipo de azúcar; clasificación que se realizaba sobre la base del color del producto final en concordancia con las especificaciones de la escala holandesa. Por un decenio persistió la división establecida entre azúcares refinos y no refinados, que se subdividían a su vez en varias clases con diversos recargos fiscales.

Tabla 2
Derechos británicos sobre el azúcar
Shillings/qq inglés (50,8 kg)

Escala holandesa  

Clase

 1854/1864  

 1864/1867 

 1867/1870 

 1870/1873 

19 o más

Refino

18/4

12/10

12/0

6/0

15 a 18

Blanca

16/0

11/8

11/3

5/8

12 a 14

Quebrada

13/10

10/6

10/6

5/3

7 a 11

Mascabada  

12/8

9/4

9/7

4/9

7 o menos

Otras

-

8/2

8/0

4/0

Fuente: A. H. Adamson, Sugar without Slaves..., p. 220.

La continua reducción del margen de derechos entre uno y otro tipo de azúcares iba en detrimento, desde luego, de los productores de las clases inferiores que ya no podían asimilar los costos del flete desde el Caribe, antes compensados con las mayores cargas percibidas por el refino y las clases de mayor calidad.

Aunque todos los exportadores se beneficiaron con las sucesivas rebajas de derechos, el factor más influyente en el desplazamiento del mercado no era solo la mayor o menor elaboración del producto, que lo hacía apto para ser consumido directamente o tenía un destino preferente como materia prima, sino la eliminación progresiva de los márgenes fiscales. Cuando en 1874 fueron suprimidos definitivamente los derechos aduanales sobre el azúcar, la capacidad competitiva de los productores de mascabado y tipos similares del dulce se redujo casi a cero.

Por otra parte, los exportadores de azúcares purgados del tipo blanco y quebrado sufrían con frecuencia una clasificación aduanal que los equiparaba con el refino, de modo que el pago de derechos superiores les restaba igualmente competitividad, habida cuenta, además, que los costos de transporte desde las Antillas eran muy superiores a los sufragados por sus similares europeos. Ambos movimientos explican el paulatino desplazamiento del mercado inglés de los productores coloniales, incluida el área colonial británica –excepto Demerara–12y el creciente descenso de la concurrencia de Cuba.

El cierre de los mercados de Europa, en especial Francia, Alemania y los pequeños países de la costa occidental, se sumó a la ya aguda competencia. La expansión de la producción remolachera en Francia fue acompañada por un sistema de tarifas casi prohibitivo para el azúcar de procedencia extranjera; y aunque no estableció en forma directa subsidios de exportación para los productores nacionales, el sistema de impuestos establecido equivalía a una prima. Este sistema, al igual que en Alemania y en España, se percibía sobre la base del peso de la remolacha contra entrega a las fábricas; de este modo, y dado el incesante crecimiento de los rendimientos de esa planta, se producía un por ciento de azúcar que no resultaba gravado. La adopción de esa base impositiva permitía generar un excedente del producto, libre de impuesto, que podía comerciali­zarse con ventaja en el exterior.13

En Alemania, la industria remolachera creció gracias a un generoso sistema de subsidios que, asociado a un rápido incremento de los rendimientos agrícolas y del perfeccionamiento del procesamiento industrial de la planta, colocó a la cabeza la producción azucarera germana.La magnitud de estas primas sobre el costo de producción puede juzgarse por los datos registrados en varias publicaciones contemporáneas; C.C. Coppinger, basándose en datos franceses, calculaba en 1884 que los subsidios a la exportación alemana suponían una reducción equivalente a entre la mitad y un tercio del costo de fabricación de 100 kg del dulce. A su vez, José del Perojo estimaba esa incidencia, durante los mismos años, en 38 % para igual cantidad elaborada.14

Otros países también escogieron el camino de la máxima explotación de sus recursos, y alentaron producciones que hasta entonces provenían del exterior, en especial desde las regiones coloniales. El esfuerzo por aumentar los márgenes de autoabastecimiento se puede encontrar en casi todas las naciones europeas, incluidas aquellas cuyo desarrollo capitalista fue más lento. La política proteccionista, a su vez, favoreció el temprano surgi­miento de cárteles y sindicatos que aceleraron el proceso de concentración industrial y se convirtieron en poderosos resortes para la ulterior modelación de la política estatal en beneficio propio. Un ejemplo de esta evolución es la Rusia de 1890, país donde el sindicato de los fabricantes azucareros llegó a incorporar las nueve décimas partes de las empresas dedicadas a esta rama, para constituirse en un factor político de gran relieve en el escenario nacional.

En España, el nuevo aliento a la producción azucarera en sus dos vertientes –la remolachera y la provenientede sus áreas cañeras domésticas– se inició en la décadade los setenta, en claro desafío a sus posesiones de Ultramar, y tal como había sucedido en Inglaterra y Francia. El renacimiento de esta industria en la península no hubiera podido efectuarse sin una barrera tarifaria en detrimento de sus abastecedores naturales: Cuba, Puerto Rico y Filipinas que, pese a la distancia, poseían reconocidas ventajas naturales para este tipo de agricultura. De ahí que la modificación de las tarifas fiscales coincidiera con la revitalización de la producción cañera y, más tarde con la creación de la industria de la remolacha, aun cuando la producción doméstica solo alcanzaba a cubrir entre 30 y 35 % del mercado interno. Dado el crecimiento del consumo por habitante, en un nivel más bajo que en Inglaterra, Francia y Alemania, pero no obstante en continuo aumento, quedó una brecha que fue cubierta con la importación de azúcar extranjero hasta llegar a representar esta, en 1881, 30 % de todas las importaciones de esta clase.

En consonancia con la nueva estructura del abasto azucarero en la península, la política fiscal fue adaptada para levantar una barrera que brindase adecuada protección a la producción española. El arancel de 1869 marcó el inicio de un tratamiento fiscal que no tenía solo el objetivo de incrementar las recaudaciones –aunque el siempre exhausto tesoro peninsular nunca pudo desentenderse de este ángulo de la cuestión–, también propendía a estimular la elaboración doméstica del dulce. Desde ese año el azúcar sin refinar de sus posesiones antillanas debía pagar 19 pesetas por cada 100 kg y el refino de igual procedencia, 27 pesetas. Las clases correspondientes de otros países tenían una tarifa de 23,65 y 32,25 pesetas los 100 kg, respectivamente.15El sistema funcionaba en beneficio de los productores peninsulares ya que estos estaban sujetos a un impuesto sobre el estimado de su producción, cálculo que no solo era inferior a las cotas alcanzadas en la realidad sino que quedaba rezagado por los incrementos que una mayor eficiencia de las fábricas modificaba continuamente.

Un paso más para ampliar esta diferencia se dio al establecer en 1872 un derecho transitorio a la importación de los azúcares coloniales, que ascendía a 5,50 y 8,50 pesetas por cada 100 kg para los inferiores y el refino, respectivamente. A principios del año siguiente, se articuló una fórmula para el pago de este impuesto por los fabricantes peninsulares sobre la base de convenios que tenían en cuenta un estimado de sus capacidades de producción, también por supuesto con cálculos inferiores a la realidad. Dos años más tarde, el derecho transitorio fue aumentado en 50 %, con motivo de los gastos que la guerra contra Cuba estaba exigiendo.

Las cargas sobre el azúcar colonial sufrieron varias modificaciones hasta llegar a 22,50 pesetas por cada 100 kg, que en 1878 se redujeron a 17,50. La participación de los diputados antillanos en las Cortes, durante el ejercicio de 1880, logró desglosar el impuesto en dos partidas que tomaban en cuenta su diverso grado de pureza. Una tarifa de 8,50 pesetas fue establecida para aquellos productos situados por debajo del número 14 en la escala holandesa, y las restantes clases superiores pagarían 17,50 pesetas. Sin embargo, las aduanas no tenían las condiciones técnicas para efectuar una clasificación exacta, circunstancia que en la práctica nulificaba esa distinción tarifaria.

La Ley de Relaciones Comerciales, promulgada el 24 de junio de 1882, se proponía en perspectiva eliminar todo derecho, estableciendo entonces un recargo de 12 pesetas a los 100 kg de azúcares de clase superior y fijando en 5,50 pesetas a los situados por debajo del número 14. Estos impuestos irían reduciéndose por décimas partes hasta quedar suprimidos totalmente el 1.ode julio de 1892. Pero se mantenían los derechos transitorios así como el recargo municipal que proporcionaba todavía a los fabricantes españoles una ventaja importante.16