Economía política de América Latina y el Caribe - Alberto Prieto Rozos - E-Book

Economía política de América Latina y el Caribe E-Book

Alberto Prieto Rozos

0,0

Beschreibung

En esta obra se abordan temas de la economía política, no de manera exclusiva o dirigido a un modo de producción específico, sino a la sucesión de estos en América Latina y el Caribe. Mediante los conocimientos sobre estos y otras cuestiones del desarrollo y la evolución de las regiones antes mencionadas, el autor analiza la evolución socioeconómica de las sociedades en ellas, desde la Edad de Piedra —a partir de sus complejidades y sus partes constitutivas más simples— y atravesando por los procesos revolucionarios, reformistas, intervencionistas, nacionalistas, antimperialistas, socialistas hasta llegar al sueño de muchos: la integración latinoamericana y caribeña.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2024

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Edición: María de los Ángeles Navarro González

Diseño de cubierta e interior: Seidel González Vázquez(6del)

Corrección: Ricardo Luis Hernández Otero Emplane: Madeline Martí del Sol

© Alberto Prieto Rozos, 2022

© Sobre la presente edición: Editorial de Ciencias Sociales, 2022

ISBN 9789590624247

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, [email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Índice de contenido
Introducción
América indígena en la Edad de Piedra: clanes y tribus
Surgimiento de las clases y de los estadillos o cacicazgos aborígenes
La Confederación Azteca: despotismo esclavista tributario
El Imperio de los Incas: conformación del pueblo quechua
Feudalismo colonialista en el Nuevo Mundo
Monarquía Absoluta y Leyes Nuevas en Hispanoamérica
La economía de plantación: esclavos y burguesía “anómala”
Despotismo Ilustrado y crisis de la formación socioeconómica feudal
Las Guerras de Independencia: intento transformador de la sociedad
Los conservadores: bienes de comunidades, terratenientes y estanqueros
Librecambio vs. proteccionismo: el capitalismo de Estado
La penetración extranjera: Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos
Reformas Liberales y positivistas: predominio de la economía exportadora
Procesos reformista y revolucionario de la burguesía nacional
Nacionalismo populista: mercado interno y antimperialismo
El socialismo: la Revolución cubana de Fidel Castro
La integración latinoamericana y caribeña
Bibliografía
Datos de autor

Introducción

Los seres humanos tienden a obrar de acuerdo a sus intereses. Estos, sin embargo, no son homogéneos y se agrupan en dos categorías: la primera, los intereses personales o privados de los individuos, y la segunda, los generales de las colectividades o comunidades. Por ello, en su consecución, las personas establecen entre sí relaciones sociales, en su búsqueda o producción del sustento con el cual sobrevivir y luego reproducirse. Esos bienes materiales son entregados o distribuidos de acuerdo con los preceptos aceptados por los integrantes del grupo. Y cuando existen en cuantía superior al mínimo vital son trocados o intercambiados por otros que no poseen. Después viene el consumo. Dichos procesos son los que estudia la Economía Política, no dedicada en este libro al exclusivo análisis de un modo de producción específico, sino a la sucesión de estos en una región determinada, América Latina y el Caribe.

Para alcanzar ese propósito, en cada etapa de la ascendente evolución socioeconómica, se debe descomponer la complejidad de la sociedad en sus partes constitutivas más simples. Así se comprende su estructura y se logra diferenciar lo esencial o necesario de las formas específicas de manifestarse la singularidad, por circunstancias casuales. Se alcanza entonces un conocimiento puramente racional de lo que constituye la generalidad de los fenómenos, como reproducción mental de la realidad, en cuyo estudio evolutivo se llegan a distinguir etapas o períodos y tendencias.

Con el propósito de acometer ese reto científico se deben vincular los conceptos de época y formación socioeconómica, los cuales han sido remplazados históricamente por otros sucesivos, debido al incremento de sus contradicciones internas a causa del desarrollo de las fuerzas productivas. Por ese motivo, el devenir de la sociedad es ser sustituida. Estos procesos se efectúan al transformarse el derecho y consecuentemente las formas de propiedad, el sistema económico, las relaciones sociales y la cultura. Igual sucede con la moral, siempre que el cambio haya sido anhelado, pues existen transiciones debido a conquistas. Pero dicha metamorfosis casi siempre tiene lugar debido a reformas y revoluciones. Los indeseados regímenes impuestos engendran resistencias o rebeldías de rechazo, que buscan retornar al estatus anterior. En cambio, el propósito de alcanzar un mundo mejor implica llevar a cabo una revolución.

América indígena en la Edad de Piedra: clanes y tribus

En el continente americano no hubo evolución en la línea homínida, por lo que su poblamiento se inició mediante desplazamientos inmigratorios. El primero se produjo en una era remota, durante la última glaciación del período cuaternario, cuando el estrecho de Behring estaba congelado. A través de esa provisional franja cruzaron primitivos individuos en busca de sitios de subsistencia desconocidos. Después, durante miles de años, se esparcieron por todo el hemisferio sin rumbo fijo. Se encontraban en la comunidad primitiva, en su baja Edad de Piedra, y se caracterizaban por ser completamente ignorantes. Dichas hordas solo utilizaban instrumentos toscos de madera, piedra y hueso para extraer raíces de la tierra y recoger vegetales. La simple búsqueda de alimentos ocupaba la mayor parte de su tiempo, pues sus rudimentarios utensilios a duras penas les auxiliaban en la caza menor. Así mismo erraban al ritmo del más anciano o impedido de ellos, y en ese lento desplazamiento ahuyentaban a los animales, y agotaban los frutos y tubérculos recogidos. Por eso nada más sobrevivían en grupos pequeños, pues al romperse el equilibrio entre consumo y provisión, sus integrantes se subdividían en bandas aún menores, sin ulterior contacto. Se desarrollaban así, con el paso del tiempo, profundas diferencias dialectales. Pernoctaban en cuevas, andaban casi desnudos, adornaban sus cuerpos con pinturas, en las relaciones sexuales entre hombres y mujeres no había limitación alguna. Al tener lugar la conquista europea, las regiones americanas donde más perduraban los paleolíticos eran las Antillas y la región rioplatense. Los guanahacabibes —los más atrasados de todos— en la referida zona caribeña, y en el sur del continente, los cainang, charrúas, pampas, puelches y tehuelches.

Al retirarse los glaciares, la flora y la fauna cambiaron y parte de quienes se encontraban ya en América evolucionaron hacia estadios superiores. También —70 siglos atrás— se produjo el arribo de nuevos migrantes, que llegaron en frágiles embarcaciones, navegando de una a otra isla del archipiélago de las Aleutinas, pues tenían preciso sentido de la orientación. Conquistaron los sitios que les interesaba controlar y de ellos expulsaron a sus predecesores, los que retrocedieron rumbo al Atlántico y hacia los extremos norteño y meridional del hemisferio. Los recién llegados habían desarrollado mayores facultades mentales al tener conocimientos superiores. Poseían preciso sentido de la orientación y dominaban el arco y la flecha, lo que les permitía cazar algunos animales. Se encontraban en la media Edad de Piedra, con una división natural del trabajo acorde con el sexo y los años de vida, agrupados en clanes según los lazos de consanguinidad. Al considerarse hermanos, hombres y mujeres establecían frecuentemente relaciones sexuales con forasteros, por lo que la descendencia se discernía por la línea matriarcal. Los integrantes del grupo todavía eran pocos cientos y se escindían con facilidad, por lo que no tenían un territorio estable. Al tener lugar la conquista europea, los representantes del mesolítico americano se encontraban principalmente en el archipiélago magallánico y la Tierra del Fuego. Eran los chonos, onas, yamanes y alcalufes.

En Sudamérica se evolucionaba rumbo al neolítico cuando, a través del Pacífico, llegaron a sus costas dos oleadas inmigratorias, cuyos integrantes se encontraban más avanzados en el proceso de alcanzar la alta Edad de Piedra. Conquistaron las áreas de su interés y empujaron hacia las extensas cuencas que desaguan en el Atlántico a quienes por allí andaban. Estos, más atrasados, conformaron posteriormente las tribus de arahuacos, caribes y tupis. Aunque los tres grupos se encontraban en la misma etapa histórico-cultural, entre ellos existían notables desigualdades de desarrollo.

Los caribes, por ejemplo, habitantes de los contornos del mar de las Antillas, no se limitaban a recoger frutos o cazar animales. Empezaban a remover el suelo con palos para depositar sus escasas semillas en los huecos, tapados enseguida con los pies. Aunque rudimentaria, esta práctica indicaba el comienzo de su sedentarización, pues debían esperar que germinaran los sembrados para recoger las cosechas de hayo, yuca y maíz. Este cereal —el mejor del mundo, según Engels— podía guardarse largo tiempo sin sufrir alteraciones.1 De esa manera, el precario equilibrio que existía entre la población y los alimentos requeridos para subsistir se volvió más estable.

1Federico Engels:Origen de la familia, de la propiedad privada y el Estado, Editorial Orbe, La Habana, [s. a.].

Los caribes moraban en casas circulares de techo cónico, y casi siempre una sola servía para todo el grupo. Los miembros del clan tenían puesto fijo en la gran habitación, mientras que el centro se reservaba como espacio disponible para huéspedes y actividades de importancia. La vivienda colectiva constituía la base económica de la comunidad, y en ella todos los enseres e instrumentos —como las vasijas de cerámica— eran de propiedad colectiva. En la época de la conquista europea los caribes dejaban atrás la costumbre de dormir en el suelo, ya que para descansar empleaban hamacas, confeccionadas —al igual que la ropa— con fibras vegetales. Navegantes osados, surcaban mares o ríos con piraguas y balsas, capaces de llevar hasta cincuenta personas.

El importante conglomerado étnico formado por los arahuacos cubría el amplio territorio comprendido desde la región rioplatense del Chaco —en su límite meridional— hasta las grandes Antillas. Ellos, con avanzados instrumentos como la azada, obtenían de la agricultura sus principales medios de subsistencia. Eran las mujeres quienes, además de criar a los niños, trabajaban la tierra. Por eso tenían funciones decisivas en la vida económica y social. Los hombres, por su parte, se dedicaban a cazar, pescar y demás actividades lejos de sus bohíos. Estos, y sus artículos domésticos, no diferían casi nada de los poseídos por los caribes, pero la cultura de los arahuacos era superior, pues sabían contar hasta diez.

Aunque la importante rama étnica tupí-guaraní se hallaba muy dispersa por Sudamérica, en ninguna parte alcanzó el grado de desarrollo que tuvo en los actuales territorios paraguayos y regiones aledañas de Brasil y Argentina. En esas zonas sus principales puntos de asentamiento fueron las cuencas de los ríos Grande del Sur, Tebicuary, Paraná, Paraguay y Uruguay, corrientes fluviales que navegaban en canoas y en cuyas márgenes sembraban maíz, algodón, yuca o mandioca, tabaco y yerba mate. Dicha tierra se cultivaba en común mediante el trabajo simultáneo o cooperación simple de cada clan —llamado por ellos oga—, en labores que empezaban a realizar de forma preponderante los hombres, quienes iniciaban una evolución hacia métodos intensivos en la agricultura. Este importantísimo proceso facilitó la frecuente obtención de un producto adicional sobre el mínimo vital necesario. Gracias a la aparición de esos escasos excedentes fue posible retribuir a los miembros más destacados de la comunidad —por su participación en la actividad laboral— con una mayor cantidad de alimentos, para estimular así una creciente intensidad en las labores productivas.

Los guaraníes habitaban en grandes casas comunes, de madera, conformadas por habitaciones separadas para cada grupo matrimonial. Varias casas dispuestas en determinado orden formaban un villorrio —denominado tava—, construido alrededor de plazas cuadradas donde tenían lugar las reuniones sociales y religiosas. Dichas aldeas incipientes revelaban que los guaraníes estaban ya estructurados en tribus, es decir, grupos consanguíneos aglutinadores de varios clanes o gens, que podían englobar varios miles de personas. Esto hizo evidente la necesidad de contar con individuos dedicados a su dirección económica, religiosa y militar.

Por ello habían surgido las asambleas o mandayes, formados por delegados de cada oga, en las cuales se discutían y resolvían los asuntos importantes, se señalaban las extensiones de los diferentes cultivos, se regulaba la distribución del trabajo entre las diversas ramas productivas, se elegían y destituían a los caciques o mburuvichás, encargados de dirigir las actividades que se acordara realizar. Estos jefes trataban de fortalecer y perpetuar sus funciones, pero encontraban un lógico rechazo por parte de una sociedad no preparada aún para tal nivel de organización y carente de suficientes y estables excedentes.

A su vez, la poca permanencia de los mismos individuos en las tareas de dirección, dificultaba el surgimiento de capacidades técnico-organizativas que propiciaran la división social del trabajo. Este era el único elemento capaz de permitir la realización de obras de envergadura —canales y diques—, imprescindibles para lograr importantes incrementos en la producción y en la productividad. Entonces todavía los miembros de las comunidades iban de un tipo de ocupación a otro —fabricación de cerámica, tejidos, alfarería, agricultura, producción de hidromiel o chicha de maíz—, según las necesidades de la colectividad en cada momento.

Cuando tuvo lugar la conquista europea, todos los guaraníes acataban aún la voluntad de las asambleas, pues nadie podía actuar por cuenta propia o por encima de la tribu. La incipiente diferenciación social recién surgida —entre directores y dirigidos— no había podido todavía trocarse en capas disímiles de trabajadores, sacerdotes y guerreros. Por eso, los integrantes de esta comunidad primitiva apenas medraban en la lucha contra la naturaleza y sus peligros; vivían completamente abrumados por las dificultades de su azarosa existencia y subsistían solo mediante la pertenencia a una comunidad étnica.

Surgimiento de las clases y de los estadillos o cacicazgos aborígenes

En la evolución de las sociedades aborígenes americanas, un escalón superior significaba una mayor organización y desarrollo del trabajo, así como un aumento de las cantidades de productos y riquezas disponibles. A su vez, esto implicaba una menor influencia de los lazos de parentesco sobre el régimen social. Esto sucedía entre los chibchas, en el Altiplano de Bogotá, poco antes de la conquista europea. En esa región los caciques habían logrado una división social del trabajo, al diferenciar los oficios manuales de las tareas agrícolas. Fue la primera escisión, pues en América no se produjo una diferenciación entre agricultores y ganaderos, dado que en este hemisferio no había mamíferos domesticables, excepto la llama en la zona andina.

Ese logro trascendental —separación entre oficios y agricultura— permitió alcanzar la Edad de los Metales, pues los orfebres chibchas producían ya espléndidas obras de arte, al confeccionar con oro bellos elementos religioso-ornamentales. También, con husos y agujas de hueso elaboraban magníficos paños, en telares llamados guayty. Lo mismo sucedía con la alfarería. Y en la minería, además de la aurífera, excavaban yacimientos de sal. Los excedentes comenzaron a emplearse gradualmente para el trueque debido a una incipiente división regional del trabajo. Unos producían carbón de piedra, otros extraían esmeraldas, y así existían diversas especializaciones.

Entonces se llegó a una segunda escisión laboral, al surgir los mercaderes. Ellos solo se dedicaban al intercambio, con el uso de hojuelas de oro como moneda dominante, pero no acuñada. Desapareció así la posibilidad de que una misma persona ejerciese adecuadamente actividades tan disímiles. Esto incrementó la productividad del trabajo y contribuyó a la obtención sistemática de excedentes, con los que se hizo posible emplear grandes contingentes humanos en la construcción de canales y regadíos. Incluso terrazas, para cultivar en las laderas de las montañas.

Dichos trabajos solo podían ser realizados mediante enormes esfuerzos colectivos, debido a los cuales la sociedad logró producir lo suficiente, para cubrir las necesidades más elementales de todos. A partir de que las cosechas superaron de forma estable los niveles tradicionales de subsistencia, los caciques empezaron a utilizar sus prestigiosas funciones en beneficio propio. Así, de manera paulatina, se apropiaban del producto acumulado, mientras cesaba la distribución igualitaria en el seno de la tribu. Esto lo realizaban a pesar de que el cultivo del suelo se mantuvo en común, dada la ausencia en América —entonces— de animales de tiro, lo que impedía la creación de la rueda y el arado.

Se conformaba ya la explotación de unos seres humanos sobre otros, pues a cambio de nada los campesinos debían laborar las tierras colectivas. Una parte de las cosechas se destinaba a su consumo propio, y la otra a las grandes tareas de construcción o en provecho de quienes estaban situados más arriba en la escala social: el cacique y su séquito de noveles funcionarios. De esa manera, aunque jurídicamente libre —pues no era esclavo personal de nadie—, el comunero carecía de libertad individual, estaba encadenado a la tierra y no podía abandonar su colectividad, al padecer una poderosa coacción extraeconómica, física y religiosa. Era una manifestación —al decir de Marx— de la “esclavitud general” sufrida por toda la expoliada comunidad.2

2Carlos Marx: “Esbozo de la crítica de la economía política”,Historia y Sociedad, 3, Primera Época, Ciudad de México, 1965.

Mientras el trabajo físico absorbía casi todo el tiempo de la inmensa mayoría de los miembros de la colectividad, entre los chibchas se formaba un incipiente sector eximido de labores directamente productivas. A cargo de este corrían los negocios públicos y la dirección de diversas actividades como la justicia, las ciencias y las artes. Se provocaba así la fragmentación de la sociedad en clases, al descomponerse la comunidad primitiva. Por ello resultaba cada vez más necesario que un poder mantuviese dentro de ciertos límites la lucha social. Dichos embrionarios órganos estatales —dominados por los caciques— tenían como primer objetivo mantener la cohesión del grupo y asegurar la lealtad de los súbditos. Ambos eran los únicos elementos susceptibles de garantizar la consecución del excedente económico para satisfacer las necesidades de la naciente clase explotadora, dentro de la cual empezaron a constituirse dos castas: la religiosa y la militar. Los sacerdotes, regidos ya por una selección hereditaria, recibían una educación esmeradísima en instituciones o seminarios denominados cuca y de esa forma monopolizaban la cultura, aplicada en funciones de coacción ideológica. En cambio, quizás debido a las sangrías ocasionadas por los constantes conflictos bélicos, a la oficialidad o casta guerrera se podía ingresar por méritos alcanzados en los campos de batalla.

Los caciques, a partir de un límite objetivo, no podían incrementar la expoliación de los campesinos propios. Por ello se lanzaban a conquistar las comunidades vecinas para apropiarse de los excedentes que en estas se producían. El vencedor se convertía así en gobernante de un importante cacicazgo —en el Altiplano había unos 40, siendo Bacatá el más importante, con unas 100 000 personas— que hegemonizaba varias aldeas. Estos poblados se convertían poco a poco en centros urbanos, conformados por un templo de madera —que a la vez era almacén y mansión del cacique—-, ubicado cerca de chozas hechas con cañas o barro y ramajes.

Así, al lado de las tradicionales edificaciones que agrupaban a todo un clan, se construían novedosas casas unifamiliares que reflejaban el tránsito al matrimonio monógamo. Pero, a veces, el acelerado incremento de la población sojuzgada —debido a rápidas conquistas de los más victoriosos— impedía prescindir de la colaboración de los caciques derrotados. Entonces los hegemónicos imponían una confederación a los vencidos, que debían pagar un tributo a partir de lo que arrebataban a sus propios campesinos. Surgían de esa manera vínculos de dependencia entre dominante y dominado, sin perder ninguno su condición clasista. Por eso se estructuraron formaciones socioeconómicas despótico-tributarias, basadas en el modo esclavista de producción.

La civilización maya se desarrolló en Centroamérica y la agricultura constituía su principal forma de subsistencia. Aunque no tenían animales de tiro ni fertilizantes disponían de tres instrumentos de importancia: el hacha de piedra, la vara de sembrar o especie de coa —puntiaguda, endurecida al fuego—, y la bolsa de fibra para llevar semillas. Los expertos y severos sacerdotes escogían con gran cuidado la fecha de dar inicio a la lenta y fatigosa tarea de desmontar los campos. Después, a los troncos, bejucos, arbustos y malezas cortados se les daba fuego un día preciso. La siembra la realizaban en la misma tierra durante 5 años consecutivos. Más tiempo no resultaba productivo, pues el deterioro de los suelos provocaba la rápida disminución de las cosechas.

El área destinada a los cultivos se dividía en ocho lotes, técnica que permitía dejar en barbecho los terrenos durante cuatro décadas. Los religiosos obligaban a las esforzadas comunidades a trabajar las canteras y labrar o esculpir enormes cantidades de piedra y sillar, empleados en canalizar ríos y en la erección de importantes edificios, centros ceremoniales, elevados templos, pirámides, vastas columnatas, palacios, monasterios, juegos de pelota y grandes plataformas. También debían laborar en hornos para quemar las piedras calizas y convertirlas en cal, integrante esencial de la mezcla. Grababan con sus hachas y cinceles de pedernal preciosos dinteles en las puertas de madera dura o en las vigas de chicozapote de los techos. Servían como bestias de carga para transportar pedruscos y cosechas. Solo grandes contingentes humanos aportados por las comunidades agrícolas sojuzgadas podían realizar esos gigantescos trabajos, pues el bajo desarrollo de las fuerzas productivas impedía que los pocos esclavos doméstico-patriarcales existentes pudieran ser destinados con provecho a la producción.

Los explotados campesinos vivían en las afueras de las bellísimas ciudades, en las cuales la jerarquía social se medía por la distancia que había entre cada vivienda y la gran plaza central. Tikal, la mayor urbe, tenía 100 000 habitantes y contaba con un área de 1 km2, destinada a la administración del Estado, templos religiosos y edificios públicos dedicados a otras funciones. También en todas direcciones había patios y plazas más pequeñas, rodeadas de edificaciones de piedra. El centro citadino estaba atravesado por diversas calzadas, destinadas —entre otras funciones— a unir los grandes templos-pirámides, el mayor de los cuales medía 70 m de altura.

Otras urbes, como Copán, además del núcleo principal tenían subgrupos, situado el más lejano a 11 km del centro. La médula de este conjunto urbano era un complejo arquitectónico de pirámides, terrazas y edificios, que mediante constantes adiciones llegó a formar una gran masa de mampostería de 38 m de alto, distribuida en una superficie de 5 ha. Incluía los templos más hermosos, erigidos en memoria de notables sucesos. Como aquel en que se calculó con exactitud el tiempo transcurrido entre los eclipses, hazaña que pudo ser realizada por constituir dicha ciudad el mayor centro científico de la civilización maya.

En Copán, los sacerdotes desarrollaban los más avanzados estudios en relación con la escritura, a punto de transformarse de ideográfica en fonética. Y en las matemáticas estructuraron —los primeros en la humanidad— un sistema de numeración basado en la posición de los valores, que implicaba la concepción y uso del cero, un extraordinario aporte al pensamiento abstracto. La unidad base de su aritmética era vigesimal, conjunto creado 1000 años antes —por lo menos— que el de los indostanos. También parecen haber sido los primeros del mundo en comprender la necesidad de tener un punto de partida fijo para computar el flujo cronológico. Con el fin de llevar a cabo esta empresa crearon el exacto calendario maya, compuesto de 19 meses y 365 días.