Educar para madurar - Alfred Sonnenfeld - E-Book

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Alfred Sonnenfeld

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Beschreibung

Estas páginas constituyen una excelente introducción sobre las posibilidades que ofrece la neurobiología en el ámbito de la educación personal, y proporcionan al lector consejos básicos para que nuestros hijos crezcan y maduren como personas felices. Al alcance del gran público, resultará especialmente útil a todo lector inconformista que se muestre dispuesto a abrazar los últimos avances científicos sin perder de vista una concepción integral de la persona.

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Alfred Sonnenfeld

EDUCAR PARA MADURAR

Consejos neurobiológicos y espirituales para que tú y tus hijos seáis felices

Undécima edición

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2019 by ALFRED SONNENFELD

© 2019 byEdiciones Rialp, S. A.,

Colombia 63, 8.º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Primera edición: abril 2015

Undécima edición: febrero 2019

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5093-7

ISBN (versión digital): 978-84-321-5094-4

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A mis padres, que encarnan estas páginas

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

NOTA A LA UNDÉCIMA EDICIÓN

PRÓLOGO

1. REFLEXIONES INTRODUCTORIAS

EL NIÑO: UN MICROCOSMOS

DEJAD QUE LOS NIÑOS SEAN NIÑOS

TEN EN CUENTA LOS INTERESES Y DESTREZAS DE TUS HIJOS

APRENDER A ELEGIR BIEN

RELACIÓN MENTE-CEREBRO

NUESTRO BIENESTAR DEPENDE DE LA CALIDAD DE NUESTRAS RELACIONES INTERPERSONALES

LA FELICIDAD COMO ACTITUD

LLEVAR UNA VIDA LOGRADA

2. EDUCAR EN UN AMBIENTE DE RESONANCIA SOCIAL Y DE COOPERACIÓN

EL SER HUMANO ES POR NATURALEZA RELACIONAL

YO ME HAGO GRACIAS AL TÚ

3. EL CEREBRO ES SOCIAL

SISTEMA MOTIVACIONAL

NECESITAMOS LAS SUSTANCIAS DEL BIENESTAR

LAS PALABRAS NO SON NI INOCENTES NI IMPUNES

LA EXCLUSIÓN SOCIAL DAÑA EL CEREBRO

SOLIDARIDAD HUMANA Y GENEROSIDAD

PALABRAS QUE ABREN MUCHAS PUERTAS

4. EDUCAR EN EL AUTOGOBIERNO

TENEMOS UN SOLO CEREBRO

APRENDER A VIVIR EN ARMONÍA

LA EDUCACIÓN COMO LA HUMANIZACIÓN DEL HOMBRE

5. NEUROPLASTICIDAD

¿QUÉ SIGNIFICA APRENDER?

UNA MIRADA A NUESTRO CEREBRO

LOS PROCESOS MENTALES INFLUYEN SOBRE NUESTRO CEREBRO

6. EL NIÑO ES EL ARQUITECTO DE SU PROPIO CEREBRO

DANZA MÁGICA

PROCESO DE ESTRUCTURACIÓN DE LA PSIQUE INFANTIL

INFANCIA «COLONIZADA» POR EL MUNDO DIGITAL

UN PELIGRO EN AUMENTO: LA SIMBIOSIS ENTRE PADRES E HIJOS

7. LA EMPATÍA COMO SOPORTE PARA EDUCAR. LAS NEURONAS ESPEJO

¿POR QUÉ TENEMOS LOS MISMOS SENTIMIENTOS?

EL NIÑO SE REFLEJA EN EL MUNDO QUE LE RODEA

¿CÓMO SE DESCUBRIERON LAS NEURONAS ESPEJO?

LAS NEURONAS ESPEJO COMO SISTEMA DE ORIENTACIÓN SOCIAL

EL AMOR COMO RESONANCIA NEUROBIOLÓGICA ESPECIAL

«COSIFICACIÓN»DE LA PERSONA

LA COMUNICACIÓN CARA A CARA Y SUS VENTAJAS

NARCISISMO EN VEZ DE EMPATÍA

LA MUERTE SOCIAL

CIBERBULLYINGOACOSOONLINE

8. LA COMUNICACIÓN REPERCUTE EN EL CUERPO

EDUCAR EL CARÁCTER: NO SOMOS AUTÓMATAS

LA PSICOLOGÍA SE CONVIERTE EN BIOLOGÍA

«INCONFORMISTA INTERESADO» MEJOR QUE MERO «CUMPLIDOR»

UN NIÑO NO ES UN ARCHIVADOR DE OFICINA

LIDERAZGO PARENTAL

EL MEJOR EDUCADOR: EL EJEMPLO DE VIDA

EDUCAR PARA SER FELIZ

9. NO MATEMOS LA CREATIVIDAD DE LOS NIÑOS. PELIGROS DEL EXCESO DE ESTRÉS

ALAS PARA VOLAR

INFLUENCIAS DEL MALHUMOR SOBRE LOS NIÑOS

EL MIEDO NUNCA ES BUEN CONSEJERO

LA REACCIÓN DE ESTRÉS

UN NUEVO ENFOQUE SOBRE EL ESTRÉS

10. JUGAR CON ENTUSIASMO, TRABAJAR CON ENTUSIASMO

HOMO LUDENS VERSUS HOMO OECONOMICUS

SOMOS BUSCADORES Y DESCUBRIDORES

SABER TRANSCENDER LO MERAMENTE MATERIAL

PRAXIS Y POIÊSIS

EL DINERO ES UN MEDIO, NO UN FIN

EFECTOS NOCIVOS DELHOMO OECONOMICUS

TRABAJAR CON PLENITUD DE SENTIDO

A MODO DE CONCLUSIÓN

AUTOR

NOTA A LA UNDÉCIMA EDICIÓN

LOS ÚLTIMOS AVANCES CIENTÍFICOS EN el campo de la neurobiología confirman el gran potencial de desarrollo con el que contamos los seres humanos. Una magnífica noticia que nos llena de entusiasmo: estamos mucho más capacitados de lo que pensamos. Alejémonos, por tanto, de la mediocridad, no nos convirtamos en una versión rebajada de nosotros mismos y, sobre todo, no permitamos que esto les ocurra a nuestros hijos.

Si somos capaces de interiorizar las premisas más elementales de la neurobiología y de aplicarlas en nuestra conducta cotidiana, especialmente en el trato con los niños, contribuiremos de manera eficacísima a su felicidad y, al mismo tiempo, aprenderemos a disfrutar más profundamente de esta maravillosa vida.

Movidos por esta ilusión y gracias a la colaboración de Ediciones Rialp S. A., presentamos en la undécima edición de esta obra, corregida y actualizada, algunos marcos de referencia que nos acompañen en el viaje hacia una vida lograda.

Todos los padres desean que sus hijos crezcan y se desarrollen felices; su alegría les hace sentir bien, dilata su corazón. La felicidad de sus hijos es vital para cualquier progenitor. Pero no conviene olvidar que nos encontramos ante un hecho que trasciende el entorno puramente familiar y que dicho desideratum no es ni mucho menos único y exclusivo de los padres, sino que deviene una máxima primordial para educadores, cuidadores y, en suma, para toda la sociedad. Responder afirmativamente a la pregunta, «¿es tu hijo feliz?» constituye el eje sobre el que giran las páginas de este libro.

Cada persona cuenta con un mundo interior que le es propio y que se diferencia de la realidad externa en la que habita. En el caso de los niños, desde pequeños deben acostumbrarse a lidiar con las emociones negativas, lo cual les permite aprender a desarrollarse de un modo responsable en el mundo que les rodea y a valorar esa felicidad verdadera que se asienta en la realidad de las cosas, marcando la debida distancia con un universo virtual a menudo presentado taimadamente como real, sobre todo en esta era de la hiperconectividad digital. Con esta premisa, los niños serán capaces de adquirir gradualmente habilidades para afrontar las pruebas de la vida, acostumbrándose a hacer de la necesidad virtud y de las dificultades, aventuras motivantes, superando con señorío los baches que inevitablemente jalonarán su recorrido vital.

A la mayoría de los padres les resultará familiar esta situación: el día se está acabando, el trabajo está hecho, los niños están en la cama. Parece que la calma ha hecho acto de presencia. ¿La calma? Ya les gustaría. Quizás haya una tranquilidad aparente en el hogar, pero dentro de sus cabezas siguen bullendo y relampagueando los pensamientos de la jornada que acaban de vivir y que no terminan de soltarles. Y no solo eso, también fluyen aquellos otros pensamientos que se refieren al día siguiente, especialmente al estrés que este nos deparará. La sensación de estar desbordados nos atenaza y nos produce ansiedad.

¿Qué ocurre si esa situación de estrés se contagia a los niños? ¿Sabes que tu estilo de vida puede hacer enfermar a tu hijo? Numerosos estudios científicos revelan que un ambiente familiar estresante produce un impacto negativo sobre el desarrollo del menor. En un hogar en el que los ataques de ira son frecuentes y abundan los gestos de intimidación, el sistema inmunológico del niño se ve afectado y sus defensas naturales contra todo tipo de enfermedades disminuyen.

Ciertamente, nuestro estilo de vida es cada vez más exigente y estresante. En lugar de usar la tecnología para conseguir más tiempo libre, en beneficio de nuestro descanso regenerativo y de una armonía vital más lograda, a menudo nos trastornamos con una facilidad pasmosa, ávidos por realizar más cosas y cuanto antes mejor, sin darnos cuenta del riesgo que supone vivir siempre al límite.

Hace unos treinta años, al llegar a casa después de la jornada laboral, podíamos dedicarnos sin estrés a una serie de actividades, para las que no era necesario estar permanentemente en modo online. Hoy en día parece invadirnos el deseo insuperable —que más que un deseo podría considerarse un imperativo social— de querer —tener que— contestar a una serie de correos electrónicos o mensajes de WhatsApp en todo momento y, por supuesto, también antes de dormir. «¿Todavía no has contestado a mi mensaje?», leemos a última hora de la noche. El cerebro no deja de darle vueltas a las cosas, incluso cuando estamos ya acostados, tratando de descansar. De hecho, los pensamientos que durante el día permanecen latentes, se manifiestan con más intensidad por la noche, en la intimidad del dormitorio, y nos roban el sueño. Lo que nos preocupa, nos impide dormir. ¡Cuántas veces somos incapaces de desconectar y liberar la mente! Y esto nos afecta más de lo que pensamos.

Pero ¿qué está ocurriendo?, ¿qué subyace bajo esta situación de hiperactividad constante, que parece no tener remedio? La contestación es que no podemos o no queremos desconectar de aquello que nos mantiene, casi podríamos decir, en movimiento perpetuo. Ciertamente hay muchas circunstancias exteriores que favorecen esta dinámica, pero en el fondo somos nosotros quienes mantenemos esta situación de hiperactividad online, quienes estamos enganchados a una realidad artificial que tratamos de justificar con todo tipo de argumentos poco convincentes. «Queremos, aunque no queremos», como los adictos que no consiguen desengancharse de las drogas, y es que nuestra situación no dista mucho de la de ellos, ya que también necesitamos, como el drogadicto, cambiar de actitud ante la vida y, para eso, hemos de cambiar también los hábitos.

Somos nosotros, con nuestros pensamientos y deseos adictivos, los que mantenemos esta «rutina hiperactiva», con la constancia del hámster que da vueltas en la rueda de su jaula. La mente se encuentra ante un conflicto al que no sabe darle solución y los mecanismos de alerta de nuestro cerebro se activan, dando lugar a sensaciones físicas y mentales poco agradables que provocan, a su vez, un desequilibrio en nuestro comportamiento, apoderándose de nuestro modo de actuar sin que percibamos cambios en nuestro estilo de vida: nuevos hábitos, pérdida de control sobre la realidad, sensación de tristeza, irritabilidad y, sobre todo, alteraciones psicosomáticas (malestares estomacales, tensión cervical, mareos, etcétera).

Pues bien, este frenético modo de vida repercute negativamente en el desarrollo de la psique de nuestros hijos. Buena parte de la literatura que se publica en la actualidad se centra en las dificultades que tienen los padres de hoy a la hora de lidiar, educar, tratar y gestionar la relación con sus hijos. Los conflictos paterno-filiales son más frecuentes que antaño y también es mayor la sensación de que los progenitores se encuentran superados por el mal comportamiento de sus pequeños.

Sin embargo, para entender bien la psicología de los hijos hemos de centrarnos en sus verdaderos problemas, que no pocas veces tienen su origen en la falta de desarrollo de su psique. Según el conocido psiquiatra alemán, Michael Winterhoff[1], especialista en el tratamiento de trastornos psiquiátricos infantiles, la pregunta central, y más inquietante, que debemos hacernos acerca de un número cada vez mayor de niños es: ¿están en condiciones de reconocer en el adulto al interlocutor adecuado bajo cuyo influjo pueden desarrollarse sanamente y madurar?

Cuando un niño nace, comienza a ver todo a través de los ojos de sus padres y, paulatinamente, va sacando conclusiones sobre quién es y cómo funciona el mundo. Todos los miembros de la familia influyen en él. Los padres transmiten muchas cosas, no solo mediante el lenguaje, sino también a través de la comunicación no verbal: gestos, movimientos corporales, tono de voz, sonrisas, lágrimas, etc. Pensemos entonces en lo que transmiten a sus hijos unos padres hiperactivos, incapaces de desconectar… ¿Cómo lograrían llevar una vida más serena[2], tan necesaria para el bienestar de sus niños, de la familia y de la sociedad? El bienestar es fundamental para el ser humano, aunque sea distinto para cada persona, pero, sin duda, propiciar entornos tranquilos y libres de situaciones nocivas es primordial para alcanzarlo, trasmitirlo a los demás y reconciliarse con uno mismo.

Michael Winterhoff advierte, además, de que en muchas familias se ha asentado un virus letal que él acordó en denominar simbiosis[3]. Con este término, Winterhoff se refiere al hecho de que muchos padres no distinguen adecuadamente entre ellos mismos y sus hijos. Estos serían una especie de extremidad, algo que pertenece a su cuerpo, de tal modo que lo que les ocurre a los niños lo sienten como suyo y les duele de igual modo que a ellos. Se puede afirmar que, en esta relación patológica entre padres e hijos, la diferencia de nivel o jerárquica ha desaparecido casi por completo. Aquellos niños con quienes sus padres interactúan casi como si fueran parte de una relación de pareja, en el fondo lo que están sufriendo es un abuso emocional por parte de sus progenitores. Las consecuencias de este desequilibrio en la relación padre-hijo son fatales para el buen desarrollo del niño, ya que queda atascado en una suerte de bloqueo emocional. Algo así como la aguja del tocadiscos que queda encallada en la ranura del vinilo. La psique del menor se bloquea y nos encontramos con que, a la edad de siete años, el niño todavía no sabe vestirse por su cuenta.

Michael Winterhoff [4] describe con un ejemplo gráfico esta situación. En la sala de espera de su consulta hay un matrimonio joven con su hijo, el cual deja caer un trozo de papel al suelo. La madre le dice al niño: «Por favor, recoge ese trozo de papel». A continuación, es el padre el que se agacha y lo recoge.

Este fenómeno de la simbiosis, en el que los padres se van adentrando poco a poco sin apenas percibirlo, puede facilitar la explicación de numerosos comportamientos anómalos. También ayuda a entender, por ejemplo, por qué muchos niños reciben todo lo que piden: al no haber tenido ocasión de desarrollar convenientemente su psique, esperan que su interlocutor se adecúe permanentemente a sus deseos, con el evidente peligro de convertirse en pequeños tiranos[5]. Ya no es el niño el que se adapta al adulto, sino que es este el que se pliega a los requerimientos del menor, por muy disparatados que sean.

Afortunadamente, las soluciones que nos proponen los nuevos conocimientos de la neurobiología para afrontar estas situaciones patológicas no son difíciles de llevar a cabo. Se trata de volver a alcanzar la paz y serenidad para poder surfear las olas que quieren poner en peligro nuestra existencia hiperconectada. Hemos de aprender a hacer buen uso del mundo digital sin permitir que nos esclavice. De este modo volveremos a ganar ese tiempo tan necesario para encontrar la armonía, tanto con nosotros mismos como con nuestros hijos.

Nuestro cerebro cambia constantemente en función de las experiencias que tengamos y de lo que estemos pensando en cada momento. Cada día recibimos un sinfín de informaciones que condicionan nuestra conducta de un modo único e irrepetible. El cerebro no es una máquina que funcione de manera determinista; al contrario, reacciona muy sensiblemente a las variaciones y fenómenos del mundo exterior.

Hasta que nos muramos nuestro cerebro siempre estará «en obras». Gracias a la neuroplasticidad —la capacidad que tiene el cerebro para formar nuevas conexiones entre las neuronas durante toda su existencia—, este se desenvuelve con notable pericia a la hora de afrontar las diversas situaciones que la vida le tenga reservadas. Cada neurona puede conectarse con hasta otras diez mil a través de sinapsis, puntos de unión entre las prolongaciones de estas, de los que depende en gran medida nuestro actuar.

Utilizando el lenguaje específico de la neurobiología, el aprendizaje consistiría en el proceso por el que aumentan el grosor, la consistencia y el peso de las sinapsis. El cerebro, por tanto, está aprendiendo siempre. No es cierto el típico dicho de que «lo que en la niñez no se aprende, no se aprende nunca». En todo momento es posible aprender cosas nuevas, incluso idiomas tan complejos como el chino, siempre y cuando encontremos la adecuada motivación para ello.

Ahora bien, lo que aquí nos interesa, y que será el eje fundamental de este libro, es cómo conseguir invitar, animar, inspirar y entusiasmar a los niños para despertar en ellos el deseo de aprender. ¿Cómo motivarlos? Así como el apetito tiene que venir desde dentro, de modo análogo la motivación ha de surgir desde el interior de la persona. Fijémonos en niños de cuatro o cinco años. Saben entusiasmarse treinta o sesenta veces al día. Basta con observarlos y nos daremos cuenta de que buscan nuevas experiencias, están en movimiento continuo, se sorprenden, se alegran, se entristecen hasta que se cansan y tienen hambre. Después de satisfacer estas necesidades esenciales, de nuevo se dejan llevar por el deseo de descubrir el mundo. Los seres humanos, por su propia naturaleza, se dejan motivar y no necesitan ser motivados. Los niños, con su alegría por descubrir nuevas cosas, tienen el deseo innato de hacer tareas y de ayudar. Esta motivación natural que, sin embargo, puede perderse con facilidad, se conoce con el nombre de curiosidad.

El gran físico alemán Albert Einstein, a pesar de los sufrimientos padecidos durante su etapa escolar en Múnich, en un colegio en el que las intimidaciones estaban a la orden del día, e incluso tras haber suspendido en el examen de ingreso a la Escuela Politécnica de Zúrich, aseguraba no haber perdido nunca la «curiosidad pasional» por las cosas.

Pero, ¿en qué consiste la curiosidad? El filósofo podría contestar a esta pregunta afirmando que la curiosidad consiste en entender mejor la pregunta. Y esto es cierto, porque preguntarse por la esencia de la curiosidad no deja de ser una cuestión llena de curiosidad. «Tener curiosidad» y «reflexionar» tienen mucho en común, ya que ambas actividades se dirigen hacia un contenido; lejos de que permanezcamos estáticos, nos mueven hacia algo que todavía no conocemos. Dicho de otro modo, la curiosidad es un gran generador para aprender. A mayor curiosidad, mayor aprendizaje y mayor capacidad de memorizar lo aprendido.

Apliquemos, pues, la curiosidad para comenzar este libro, que nos dará las pautas, apoyándose en los últimos avances de la neurobiología, para lograr la mejor versión de nosotros mismos y, en consecuencia, ayudar a que nuestros hijos alcancen la suya.

[1] Michael Winterhoff, Die Wiederentdeckung der Kindheit. Wie wir unsere Kinder glücklich und lebenstüchtig machen, Gütersloh, 2017.

[2] Alfred Sonnenfeld, Serenidad. La sabiduría de gobernarse, Rialp, Madrid, 2018.

[3] Michael Winterhoff, Lasst Kinder wieder Kinder sein! Oder. Die Rückkehr zur Intuition, München, 2014. En este libro describe con detalle en qué consiste este trastorno.

[4] Michael Winterhoff, o. c., 2017, pp. 68-69.

[5]Michael Winterhoff, Warum unsere Kinder Tyrannen werden, Gütersloh, 2008.

PRÓLOGO

NO ES FÁCIL ENCONTRAR GENTE INTERESANTE. Todo el mundo tiene aspectos positivos y dignos de aprecio y admiración, pero encontrar alguien realmente interesante no es frecuente. Afortunadamente, ocurre de vez en cuando. Lo cual me parece importante porque, cuando encuentras alguien así, un nuevo compañero de trabajo, un alumno destacado, un conferenciante en un congreso, se iluminan aspectos nuevos de la vida, de las relaciones humanas, se descubren a veces nuevos conocimientos o puntos de vista.

Cuando conocí al profesor Sonnenfeld recuerdo este sentimiento: ¡alguien interesante!

Alfred Sonnenfeld es un hombre bueno. Y esta fue la primera característica que percibí en él, ante alguien que irradia algo así como una preocupación desinteresada en acción. Esto me parece esencial en el entorno académico, donde buscamos el conocimiento, la verdad, la belleza en el sentido profundo que le daban los griegos de la Grecia clásica. En cuanto otra persona se convierte en importante para nosotros, el alma resplandece en su rostro y, de algún modo, apreciamos y agradecemos la fuerza gravitatoria de su existencia.