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Nos mantenemos serenos cuando conservamos la calma en medio de la dificultad. ¿Cómo adquirir esa capacidad, cuando a diario nos asaltan urgencias e imprevistos que nos obligan a decidir y a veces nos exceden, generándonos estrés y ansiedad? El autor anima a establecer prioridades, a desdramatizar y ver los inconvenientes de forma positiva, pero recuerda la estrecha vinculación que existe entre serenidad y felicidad: la persona feliz, con una vida afectiva equilibrada, mantendrá más establemente una actitud serena. Para ello se apoya en los últimos conocimientos de la neurobiología, que aportan pautas certeras para aprender a vivir con serenidad.
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Veröffentlichungsjahr: 2018
ALFRED SONNENFELD
SERENIDAD
La sabiduría de gobernarse
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2018 by ALFRED SONNENFELD
© 2018 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid
(www.rialp.com)
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-5025-8
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
INTRODUCCIÓN
I TODO FLUYE, TODO CAMBIA
QUERER RETENER EL MOMENTO
CURIOSIDAD PASIONAL
II PÁRATE Y PIENSA
CONÓCETE A TI MISMO
PARÓN REFLEXIVO
ESCASEZ DE PENSAMIENTO
III REPRESENTACIONES MENTALES
CUANDO NOS SENTIMOS FRUSTRADOS
EQUIVOCARSE ES HUMANO
SABER CONDUCIR MI VIDA
COHERENCIA
COHERENCIA Y VERDAD
IV AUTOGOBIERNO
AUTORREALIZACIÓN O AUTODESTRUCCIÓN
ATENCIÓN Y CONCENTRACIÓN
V EL SER HUMANO ES RELACIONAL POR NATURALEZA
CUANDO LA PSICOLOGÍA SE CONVIERTE EN BIOLOGÍA
BIENESTAR Y BUENAS RELACIONES INTERPERSONALES
LA COOPERACIÓN HUMANA NOS AYUDA A SER FELICES
VI NINGUNA PERSONA ES UN VERSO SUELTO
SISTEMA MOTIVACIONAL
LA FALTA DE VÍNCULOS Y LA TENDENCIA A LA AGRESIÓN
VII LA EXCLUSIÓN SOCIAL DAÑA EL CEREBRO
LAS PALABRAS NO SON INOCENTES
SENTIDO DE PERTENENCIA
VIII UN MEDICAMENTO EFICAZ: OTRA PERSONA
ES EL ESPÍRITU EL QUE SE CREA SU CUERPO
LA SALUD COMO LA ARMONÍA ADECUADA
IX SERENAMENTE ENTUSIASMADO
LA CONTEMPLACIÓN ES UN PERCIBIR AMANTE
ATRAPADOS EN LA CAVERNA
EL TRABAJO HECHO POR AMOR ADQUIERE HERMOSURA Y SE ENGRANDECE
X SERENAMENTE RELACIONADO
SERENIDAD EN LA ADVERSIDAD
EL BIEN ÉTICO NOS HACE SERENOS
A MODO DE CONCLUSIÓN
ALFRED SONNENFELD
INTRODUCCIÓN
Acuérdate de conservar la mente serena
en los momentos difíciles.
HORACIO (65 a. C.-8 a. C.)
LA SERENIDAD PUEDE DEFINIRSE COMO la paz en la adversidad, la calma en la dificultad. Es precisamente en las grandes adversidades donde el alma noble aprende a conocerse mejor. En nuestra vida cotidiana con demasiada frecuencia nos vemos atosigados y zarandeados por urgencias que nos obligan a decidir, a ser competitivos y a comprometernos con cosas que fácilmente nos superan y nos ocasionan estrés y ansiedad.
Desde luego, quien logra serenarse en lo pequeño, adquiere fortaleza para serenarse ante una gran adversidad. No son pocos los pequeños enemigos de la serenidad: un atasco que impide llegar puntual a una reunión de trabajo, una multa de tráfico, un niño que llora por cuarta vez en la misma noche, los preparativos de una boda o de una mudanza, un yerno susceptible, un vecino histérico... Podemos contar cada día los momentos que tienden a alterar nuestro equilibrio en pequeñas cosas, pero hemos de mirarlos con interés, pues son el mejor camino para alcanzar la serenidad en las grandes cosas.
La adversidad reclama serenidad, ese manantial puro y cristalino donde se distinguen con claridad las causas que ocasionaron ese hecho adverso. La serenidad es una fuerza de la mente y del corazón humano, que hay que saber evocar para seguir luego sus consejos en los momentos adversos. La serenidad nos ayuda a aceptar, con humildad y equilibrio, la realidad de las cosas.
Pero ¿qué ocurre si recorremos la vida como un salmón, avanzando sin descanso contra la corriente del río? Solo cabe avanzar y avanzar, sin mirar alrededor, ni disfrutar de los paisajes bellos que ofrece la naturaleza... Llevar una vida así, llena de activismo febril, supone un desgaste considerable para el cuerpo humano y de modo especial para el cerebro. Es una vida que suele ser estresante, que degenera fácilmente en aburrimiento, en repetición de lo mismo. Normalmente, cuando el estrés se atenúa, el cuerpo recupera la serenidad y volvemos a sentirnos tranquilos otra vez. Pero cuando experimentamos estrés demasiado a menudo o durante demasiado tiempo, o cuando los sentimientos negativos se apoderan de nosotros, aparecen los problemas. ¿Cómo no dejarse dominar por esos factores estresantes y tóxicos, y mantener la calma?
Un factor estresante –y también tóxico— puede ser un nuevo jefe en el trabajo, algo “trepa”, que no sabe liderar y que carece de empatía.
A ello podrían unirse algunas dificultades en la comunicación de la pareja. Un marido que llega a casa a última hora de la tarde e intenta convencer a su mujer para que le acompañe a una cena con su jefe. Unos hijos que tiran y tiran de la cuerda de su autonomía, hasta tensar la conversación y desencadenar de nuevo el estrés. Nuestra cabeza, incluso después de apagar las luces en el dormitorio, puede activarse y castigarnos repetidamente por no haber tocado ese día las teclas convenientes para ayudarle a ese hijo a madurar.
Ante los peligros cotidianos, la persona serena sabe establecer prioridades, conserva la calma en medio de los problemas, su estado de ánimo se mantiene apacible y sabe infundir confianza, seguridad y buen humor. Con serenidad alcanzaremos muchas cosas en la vida; sin ella, casi nada.
La persona serena sabe desdramatizar y ver los inconvenientes de forma realista y positiva, sin desalentarse ni desanimarse. Esto no ha de entenderse como una invitación a la pasividad. Es la invitación a actuar, incluso con energía en ciertas ocasiones, pero con señorío, lo cual implica saber actuar con un espíritu afable y sereno, alejado de la inquietud, la agitación y la precipitación que, con frecuencia, nos llevan a situaciones de atolondramiento y superficialidad.
Es bien sabido, y la experiencia nos lo confirma día a día, que los seres humanos somos débiles. ¡Cuántas veces nos dejamos engañar haciendo mal uso de nuestra libertad, dejándonos llevar por lo que Martin Heidegger denominaba Holzwege[1], es decir, «caminos de perdición»! No obstante, hay que señalar que nuestra poderosa aspiración de libertad, de hacer «lo que nos da la gana», incluso cuando nos lleve por caminos erróneos, siempre conserva algo de recto y noble. En efecto, el hombre no ha sido creado para ser esclavo, sino para actuar con señorío sobre sí mismo y sobre lo creado, y para ello necesita la serenidad.
Todos aspiramos a ser felices, dichosos, a vivir bien. Esto hace que nuestra conducta sea tendencial. Tendemos a diferentes fines que pensamos nos harán felices. Aristóteles declara que la felicidad es el bien supremo que da razón de todos los demás bienes. Ahora bien, la felicidad tiene su lugar en la esfera afectiva, sea cual sea su fuente y su naturaleza específica, puesto que el único modo de experimentar la felicidad es sentirla. El conocimiento nos puede ayudar poderosamente como fuente de felicidad, pero la felicidad misma, por su propia naturaleza, tiene que darse en una experiencia afectiva[2]. Una felicidad únicamente «pensada» o «querida» no es felicidad.
Nadie puede decir que no quiere ser feliz. Pero —y esto no deja de ser un hecho perturbador— ¡cuántas veces hacemos mal uso de nuestra libertad! Hacemos lo que desde el fondo de nuestro ser no querríamos hacer, pero lo hacemos porque somos débiles. Y es precisamente aquí donde el uso de nuestra libertad juega un papel decisivo.
Aprender a vivir de modo que mi existencia alcance la plenitud a la que está destinada en su totalidad, es algo que no depende de circunstancias cambiantes ni de quién ostente el poder. Depende de mí, de cuál es mi modo fundamental de ser, de los bienes que me identifican, de qué aspiraciones abrigo, de las posibilidades operativas de que dispongo, de cuál es el camino que he de seguir para alcanzar una vida que podamos calificar de lograda.
Sobre esto ya reflexionaron los griegos de la Grecia clásica. Aristóteles denomina Eudaimonía[3] —que suele traducirse por felicidad, aunque en la modernidad es preferible hablar de vida lograda— a una vida hecha de acciones que intrínsecamente perfeccionan nuestra naturaleza humana, capacitando al sujeto para que actúe cada vez mejor en cuanto hombre y poniéndole en condiciones, no solo de evitar el fracaso global de su existencia, sino, sobre todo, de conseguir una vida lograda: una vida que, por transcurrir por caminos serenos, suponga que las elecciones personales nos conduzcan a una vida de plenitud.
Pero ¿cómo se llega a un estado de ánimo que, en medio de las dificultades, no solo no sucumbe, sino que motiva? Y, más difícil todavía, ¿qué entendemos por vida lograda? Contestar a estas dos preguntas requiere abordar una serie de cuestiones que iremos desarrollando en los diez capítulos de este libro.
[1] Martin Heidegger, Holzwege, Frankfurt am Main, 2003.
[2] Dietrich von Hildebrand, El corazón, Madrid, 1997, p. 32.
[3] La palabra Eudaimonía es la usual para decir «felicidad» en griego. El filósofo griego que más a fondo se ha planteado esta cuestión es Aristóteles, sobre todo en la Ética a Nicómaco, con particular profundidad en los libros I y X.