El alcalde de sí mismo - Pedro Calderón de la Barca - E-Book

El alcalde de sí mismo E-Book

Pedro Calderón de la Barca

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Beschreibung

El alcalde de sí mismo es una de las comedias teatrales de Pedro Calderón de la Barca, uno de los géneros dramáticos que más cultivó el autor, por detrás de los autos sacramentales. En ellas se suelen mezclar los enredos amorosos y familiares con los equívocos y las situaciones humorísticas.

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Seitenzahl: 76

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Calderón de la Barca

El alcalde de sí mismo

 

Saga

El alcalde de sí mismoOriginal titleEl alcalde de sí mismoCover image: Shutterstock Copyright © 1650, 2020 Pedro Calderón de la Barca and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726510065

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAS.

Federico, Príncipe de Sicilia.

El Rey De Nápoles.

Benito, villano.

Roberto, criado de Federico.

Enrique criados de Elena.

Leonelo

Un Capitan.

Margarita, Infanta de Nápoles.

Elena, dama.

Serafina, criada.

Antonia , villana.

Villanos y villanas

Músicos.

––––––––––

JORNADA I.

Dicen dentro Federico y Roberto, y salenluego como despeñados, y Federico armado, con botas y espuelas.

 

Rob. Precipitado vuelo

Nos despeña. Jésus!

Fed. Válgame el cielo! Salen

Rob. ¿Estás, señor, herido?

Fed. Muerto fuera mejor; mas tal ha sido

Siempre el rigor del hado,

Que vive á su pesar un desdichado.

Rob. Guarde el cielo tu vida

De cobardes contrarios defendida;

No hay horror, no hay espanto, que le asombre.

Fed. Antes en penas tales

El morir es el último en los males.

¡Pluguiera á Dios, Roberto,

Pluguiera á Dios, que alli me hubieran muerto,

Entre asombros y espantos,

Las fieras armas de enemigos tantos,

Y no fuerte y altivo,

Ó venturoso mas, hubiera vivo

Dejado por mi espada

Muerto á Don Pedro Esforcia en la estacada!

¡No hubiera yo llegado,

De duro acero, de diamante armado,

(Como ves) á este monte,

Término, al parecer, deste horizonte!

Ó ya que aqui llegase,

¡Pluguiera á Dios, que en él me despeñase,

Cuando veloz tropieza

El caballo en su propia ligereza!

Pues fuera el daño menos,

Que vernos hoy de confusiones llenos,

Y de tantos contrarios perseguidos.

Adviertan tus sentidos,

Que pierdo á Margarita lo primero;

Á Margarita bella,

Que fue del cielo flor, del campo estrella;

Luego que nos hallamos

En un monte, y que en él los dos estamos,

El caballo perdido,

Tú cansado, yo armado y sin vestido.

Y cuando á alguna aldea

Queramos ir, ninguno habrá, que vea

Á pie y armado un hombre,

Que no se ria dél, ó no se asombre;

Y siendo conocido

Por las señas tan grandes, mas seguido

De quien me busca quedo,

Donde la muerte asegurarme puedo,

Cuando preso me tenga

El Rey, pues juntamente en mí se venga

De su sobrino muerto,

Y de la grande enemistad, Roberto,

Con mi padre, que ha sido

La causa de entrar yo desconocido

En su reino, en sus fiestas,

No fiestas ya, tragedias sí funestas;

Pues con penas tan graves

Sucedió lo que callo yo, y tú sabes.

Rob. Todo lo considero,

Y peor fuera morir; que hallar espero

Remedio á mal tan fuerte.

Fed. Remedio? De qué modo?

Rob.Desta suerte.

Tú no eres conocido

En Nápoles; que nunca en él ha habido

Quien el rostro te vea;

Pues este monte muda guarda sea

De las armas grabadas:

En él con verdes ramas sepultadas

Queden; que yo no dudo

El poderte escapar, yendo desnudo

Á la primer aldea,

Diciendo, que la gente, que saltea

En este monte, ha sido

Quien te llevó la hacienda y el vestido.

Asi al fin se consigue

El no hallarte la gente que te sigue,

Y el hallar tú consuelo,

Moviendo á compasion la tierra y cielo.

Yo (habiéndote dejado

Donde quisieres tú) disimulado,

Me volveré á la corte,

Donde sabré lo que á tu amor le importe.

Las joyas tendré en ella,

Para irte socorriendo.

Fed. Si mi estrella

No me hubiera dejado

Tal amigo, ¡qué triste y desdichado

Hubiera yo nacido!

La oposicion de mi desdicha ha sido.

Siguiendo tu consejo,

Las duras armas en el monte dejo.

Desnudo iré, moviendo

Á compasion las piedras, porque entiendo

Quejarme tristemente

Con tal disfraz de lo que el alma siente,

Como aquel que ha llegado

Á tener un dolor disimulado,

Que, cuando no le deja,

Fingiendo otro dolor, de aquel se queja.

Rob. Pues hácia aquesta parte,

Que es mas secreta, puedes retirarte;

Que ya del sol la lumbre

Da el primero perfil á aquella cumbre.

Fed. Tú, si á la corte fueres,

Y en ella acaso á Margarita vieres,

Dila, que soy amante

Tan descortes, tan necio é inconstante,

Tan loco y tan altivo,

Que no la puedo ver, y quedo vivo. [Vanse.

––––––––––

SalenElena, Enrique yLeonelo en trage de camino.

Elen. En tanto que esos caballos,

Veloces hijos del viento,

Pagan en cristal y nieve

Las esmeraldas del suelo,

Podrás hasta Miraflor

Adelantarte, Leonelo,

Y decir, cuan desdichada

Y desesperada vengo

Á ser rústica aldeana

De sus montes. — ¡Quiera el cielo, [Vase Leonelo.

Que, por ser rústicos tanto,

Halle mas piedad en ellos!

Enr. La soledad deste monte,

La causa de tus extremos,

Y el no haber visto las fiestas,

(Que nuestra desdicha fueron)

En la lealtad de un criado

Dan, señora, atrevimiento

Á pedir, que me repitas

Tu dolor y sentimiento;

Porque el mal comunicado,

Dice un sabio, que fue menos.

Elen. Publicóse por Italia,

Con el comun sentimiento,

Digno de tan tristes nuevas,

(Presagios deste suceso)

La muerte infeliz de Enrico,

De Nápoles heredero;

Por cuya razon su padre,

Á su anciana edad atento,

Dispuso dar á la Infanta

Margarita digno dueño,

Llamando para esta empresa

Á los Príncipes del reino.

Todos vinieron, y todos

Muestra de su gusto dieron,

Celebrando su hermosura,

Y mas que todos Don Pedro

Esforcia, mi hermano; pues

Como su amante y su deudo,

(Que suele hacer el amor

Un segundo parentesco)

Fijó en Europa carteles,

Llamando á público duelo

Para una justa real,

Sustentando y defendiendo

En ella, que Margarita

Era el mas digno sugeto

De amor, y la mas perfecta

Dama en belleza y en ingenio.

(Perdonen tantas como hay

En el mundo atrevimiento

De hombre enamorado; pues

Quien llega á estarlo, sospecho,

Que ni mas que aquello estima,

Ni piensa, que hay mas que aquello.)

Á la fama de las justas,

De toda Europa acudieron

Los Príncipes mas gallardos,

Mas bizarros caballeros;

Y en tanto que se cumplia

De los carteles el tiempo,

Todo era máscaras, motes,

Festines, saraos y juegos.

Una noche (que era dia,

Pues no se echaba el sol menos)

Dando principio á un festin

Estaban los instrumentos,

Cuando por la sala entró

Un bizarro caballero,

Que arrebató á un mismo punto

De todos los movimientos.

Él dió principio al festin.

Teniendo siempre cubierto

El rostro con el embozo,

Hizo el primero paseo.

Sacó á Margarita, y ella

Con un cortes cumplimiento

Salió. Mi hermano (no sé,

Si yo me hiciera lo mesmo)

Salió entonces, procurando

Quedar con ella en el puesto;

Y el caballero embozado,

Poniendo cuidado en serlo,

Con la mano en la cuchilla,

Dijo atrevido y resuelto:

Ninguno mejor, que yo,

Merece el lugar que tengo.

Don Pedro iba á responder,

Cuando entraron de por medio

El Rey y Grandes; y salió

De la sala el caballero

Tan en sí, que no le vió

Nadie el rostro, ni supieron

Hasta hoy quien era; tal fue

Su recato y su secreto.

Llegó de la justa el dia,

Y afrentando y desmintiendo

Nuestra plaza la memoria

De romanos Coliseos,

Se vió cubierta de gentes

Tan diversas, que se vieron

En ella las confusiones,

Que tuvo Babel un tiempo.

De una tienda de brocado,

Que estaba al lado derecho

Armada, salió mi hermano,

Tan airoso y bien dispuesto

En un caballo, que un alma

Informaba á entrambos cuerpos

Con amorosas empresas

Gallardos aventureros

Entraron, que, por no ser

Mas prolija, no las cuento,

Y porque, llegando á entrar

El caballero encubierto,

Se olvidan y quedan todas

Sepultadas en silencio.

Corriéronse muchas lanzas,

En cuyos varios sucesos,

Como en la suerte y fortuna,

Se ganan y pierden premios.

Llegó á correr el gallardo

Embozado con Don Pedro

Mi hermano, que hasta aquel punto

Le habia dicho bien el tiempo.

Pusiéronse frente á frente

Los caballos, tan atentos

Á las voces de un clarin,

Que, con estar algo lejos,

Parece que á cada uno

El animado instrumento

Estaba hablando al oido;

Tal era el instinto en ellos,

Pues parece, que el enojo

Heredaban de sus dueños.

Partieron pues tan veloces,

Que, ya trocados los puestos,

Muchos no determinaron,

Si pararon ó partieron,

Habiendo en medio las lanzas,

Hechas átomos del viento,

Dividido en tantas partes,

Que muchas dellas subieron

Tan altas, que por entonces

Ninguna cayó en el suelo,

Ni despues, porque tardaron

En caer, ó no cayeron.

Toman la segunda lanza

Para su segundo encuentro,

Mucho espacio, si son veras,

Mucha priesa, si son juegos.

Vuelven á partir, y aqui

Un caballo desmintiendo

La valla de un lado rompe.

¿No has visto en el mar soberbio,

Cuando nevadas montañas,

Rizando á su frente el ceño,

Un navío en un escollo

Da, y en pedazos resuelto,

La que fue campaña antes,

Le sirve de monumento?

¿No has visto en un terremoto

Temblar la tierra y el cielo,

Caducar los edificios,

Y en tanto horror, tanto estruendo

Precipitarse dos montes,

Desgajados de sí mesmos,