El arte del acompañamiento espiritual - Bernardo Olivera - E-Book

El arte del acompañamiento espiritual E-Book

Bernardo Olivera

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"(...) todas las formas y estilos de acompañar tienen en común el reconocimiento de la primacía del Espíritu. Como dice el P. Bernardo, nos guiamos unos a otros,  y todos somos guiados por el Espíritu Santo.   La bibliografía actual en torno al tema del acompañamiento o dirección espiritual es amplia y vasta. Las experiencias eclesiales de los últimos tiempos también lo son.  Este libro se nutre de muchos de estos aportes y búsquedas actuales, en particular de las contribuciones de la filosofía personalista y las más importantes corrientes de la psicología contemporánea. Sin embargo, hunde sus raíces en la tradición secular de la Iglesia, específicamente en la monástico-cisterciense, la carmelitana y la ignaciana. Pretende ofrecer una síntesis vivida que brinde a otros, acompañantes y acompañados, orientaciones y perspectivas en las búsquedas de horizontes con los cuales ser dóciles al Espíritu que nos mueve a todos."

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Olivera, Bernardo  El arte del acompañamiento espiritual : Don y Tarea : tradición y actualidad / Bernardo Olivera ; prólogo de Fernando Gil Eisner. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Talita Kum Ediciones, 2021.  Libro digital, EPUB  Archivo Digital: descarga y online  ISBN 978-987-4043-38-2  1. Espiritualidad. 2. Autoconocimiento. 3. Orientación Vocacional. I. Gil Eisner, Fernando, prolog. II. Título.  CDD 261.515

© Talita Kum Ediciones, Buenos Aires, 2021

www.talitakumediciones.com.ar

[email protected]

Primera edición papel y digital, septiembre 2021

ISBN: 978-987-4043-38-2

© Imagen de tapa: Talita Kum Ediciones.

Diseño: Talita Kum Ediciones

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Reservados todos los derechos.

Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido el diseño de tapa e imágenes interiores, por ningún medio de grabación electrónica o física sin la previa autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas por la ley.

ÍNDICE
PRÓLOGO
Pre-prólogo
INTRODUCCIÓN
ACOMPAÑANTE Y ACOMPAÑADO
Primacía del Espíritu
Subordinación del acompañante
Necesidad del acompañamiento
El acompañante ideal
¿Propiedad de los sacerdotes?
Paternidad y maternidad espirituales
Paternidad y maternidad divinas
Paternidad espiritual
Maternidad espiritual
Disposiciones paternas y maternas
Grados de paternidad y maternidad espirituales
FINALIDAD Y FUNCIONES
Finalidad
Funciones
Aclaraciones
Acompañamiento y confesión
Diferencias
Semejanzas
Juntar o separar
Acompañamiento y psicoterapia
Acompañamiento y psicología
ENCUENTRO Y DIÁLOGO
Acogida
Autenticidad
Aceptación
Escucha
Hacer silencio
Observación y comunicación no verbal
Comprensión
Empatía
Afectividad
Clarificación
Reformulación
Reubicación
Posibilidades
Confrontación
Propia vida
Deseos desordenados
Reacciones defensivas
Conciencia y “consciencias”
Radicalismo evangélico
Textos de seguimiento
Textos de renuncia
Textos de pequeñez
Textos de amor
Textos de coherencia
Textos de gratuidad
Disposiciones en relación con Dios
Disposiciones para con el prójimo
Disposiciones para con Dios y el prójimo
Revisión de vida
Discernimiento
Qué es (naturaleza)
La terminología
En el ámbito de la lengua griega
En el ámbito latino
En la doctrina ignaciana
Conclusiones
Naturaleza
Qué discernir (objeto)
Cómo discernir (criterios)
Criterio absoluto
Criterios fundamentales
Criterios primarios
Para tiempo de combate espiritual
Reglas instructivas
Reglas directivas
Consolación y desolación
Noche y depresión
Para tiempo de paz amenazada
Reglas instructivas
Reglas directivas
Consolación sin causa precedente
Para tiempo de opciones
Mis opciones
Nuestras opciones
Para todo tiempo
Prólogo
Aclaraciones
Espíritus dudosos
Pequeñas ilusiones
CLÁSICOS DE LA ESPIRITUALIDAD
Vicisitudes y alternancias
Para ayudar…
Buen juicio, alguna experiencia, sólida instrucción
Advertencia amorosa de Dios
Textos sobre el acompañamiento espiritual
San Bernardo
San Ignacio de Loyola
San Juan de Ávila
Santa Teresa de Ávila
San Juan de la Cruz
San Francisco de Sales
Textos sobre el discernimiento espiritual
San Atanasio, Vida de san Antonio, 34-42
Juan Casiano, Colaciones, 2
San Gregorio Magno, Morales, IX:13-16
Diádoco de Fótice, De la Perfección, 26, 28, 31
San Juan Clímaco, Escala espiritual, 26
San Bernardo
San Elredo de Rieval, Espejo de la caridad, L. II,7-20
Santa Catalina de Siena
San Ignacio de Loyola
San Juan de Ávila, Audi filia, 50-55
Santa Teresa de Ávila
San Francisco de Sales
MAGISTERIO PAPAL IGNACIANO
Gaudete et exhultate (GE 166-175)
Presupuesto y naturaleza
Finalidad, requisitos y necesidad
Christus vivit (ChV 278-298).
Cómo discernir tu vocación
Escucha y acompañamiento
CONCLUSIÓN
Gracia y naturaleza
Obra del Espíritu Santo
Maternidad espiritual
BIBLIOGRAFÍA SELECTA
Acompañamiento
Discernimiento

PRÓLOGO

Pre-prólogo

El pasado 17 de enero del 2020, fiesta de San Antonio Abad, nuestro querido Fernando dio el paso pascual a la otra vida, la plena, a fin de “estar para siempre con el Señor”. Su lema sacerdotal, tomado de dos versículos de la carta a los Hebreos, rezaba: Fijos los ojos en Jesús, para hacer Señor tu voluntad (Heb.12:2; 10:7). El 23 de septiembre 2018 fue consagrado obispo de la Diócesis de Salto, en su tierra natal, Uruguay; en esa circunstancia, completó su programa e itinerario: Cristo es nuestra paz (Ef.2:14).

Doce años atrás, a mediados del 2009, le había pedido un prólogo para la primera edición de este libro. Tenía dos motivos para pedírselo precisamente a él. Siempre reconocí en él una capacidad especial de escucha e introspección. Escucha de quien le pidiera consejo, e introspección para discernir los movimientos que agitaban su propio corazón. Pocos días después recibía la respuesta a mi pedido.

Por lo que acabo de manifestar, en esta nueva edición ampliada del “Arte de Acompañar”, me parece muy conveniente conservar aquellas palabras que escribió Fernando. Sea este un modesto homenaje, in memoriam, de quien recibió el don y se dedicó a la tarea de acompañar a muchos y muchas en su camino hacia el Señor.

El Autor

Aunque el apóstol Juan, en su percepción del misterio de Dios, vislumbraba que no había “prologo”, porque la Palabra (logos) había existido desde toda la eternidad (cf. Jn 1,1), es costumbre –ya que estamos inmersos en el tiempo– que algunos libros vayan precedidos de un escrito breve que ayude a situar su contenido en un contexto mayor o que ayude al lector a orientarse en la lectura o a conocer mejor al autor, etc. Los siguientes párrafos pretenden prestar ese servicio.

El texto que tienen entre manos es fruto de un largo camino; largo, en lo que hace a la vida de un autor. En efecto, hace unos 35 años nacía el movimiento de espiritualidad Soledad Mariana, en torno al P. Bernardo Olivera, joven monje del Monasterio Trapense de Azul (provincia de Buenos Aires) y a un grupo de laicos que buscaban encarnar nuevas formas de vida contemplativa en el contexto social y eclesial latinoamericano. Esta búsqueda quería responder al Espíritu que movía a ser fieles a la “vocación original” de la Iglesia en América latina y, en palabras del papa Pablo VI, a “aunaren una síntesis nueva y genial, lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, lo que otros nos entregaron y nuestra propia originalidad”.1Esa corriente de vida se fue encarnando en personas y grupos, concretándose como una espiritualidad para un tiempo con gran variedad de vocaciones y formas de encarnar los valores contemplativos y marianos

Con el tiempo, el P. Bernardo fue plasmando por escrito una “Doctrina de vida” que explicitaba el valor evangélico a encarnar: la contemplación entendida como maduración de las virtudes teologales y participación en la gracia teologal y contemplativa de la Madre de Dios. Se ofrecían también medios para alcanzar la finalidad propia de esta espiritualidad: una vida contemplativa en María.2

Uno de esos medios lo constituye el acompañamiento espiritual. La larga y rica tradición espiritual de la Iglesia, tanto oriental como occidental, ha puesto de relieve una y otra vez su importancia. Sobre la necesidad del acompañamiento espiritual, podrá el lector encontrar suficiente desarrollo en el capítulo segundo de este libro. Sin embargo, quisiéramos subrayar aquí que, ya sea que se trate de la relación maestro-discípulo con acento en la formación y la educación, o de un vínculo más sapiencial donde el acompañante orienta por medio del consilium para buscar y obrar formas de vida mejores, o aun de otra de tenor mistagógico, que busca introducir al discípulo en caminos espirituales más profundos que el maestro ya ha alcanzado, todas las formas y estilos de acompañar tienen en común el reconocimiento de la primacía del Espíritu. Como dice el P. Bernardo, nos guiamos unos a otros, y todos somos guiados por el Espíritu Santo.

La bibliografía actual en torno al tema del acompañamiento o dirección espiritual es amplia y vasta. Las experiencias eclesiales de los últimos tiempos también lo son. 3 Este libro se nutre de muchos de estos aportes y búsquedas actuales, en particular de las contribuciones de la filosofía personalista y las más importantes corrientes de la psicología contemporánea. Sin embargo, hunde sus raíces en la tradición secular de la Iglesia, específicamente en la monástico-cisterciense, la carmelitana y la ignaciana. Pretende ofrecer una síntesis vivida que brinde a otros, acompañantes y acompañados, orientaciones y perspectivas en las búsquedas de horizontes con los cuales ser dóciles al Espíritu que nos mueve a todos.

Los obispos latinoamericanos en la reciente Conferencia General celebrada en el Santuario de Aparecida señalaban la vital importancia del acompañamiento en todo proceso formativo de discípulos-misioneros.4 Si la naturaleza del cristianismo consiste en el seguimiento de Jesucristo, el acompañamiento espiritual brota de esa dinámica instaurada por Jesús mismo en su relación con la comunidad de los primeros discípulos. El mismo documento de Aparecida lo expresa bellamente:

Todo comienza con una pregunta: “¿qué buscan?” (Jn 1,38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “vengan y lo verán” (Jn 1,39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano (Ibíd., N.º 244).

Basten estas palabras –este prólogo– para dejar al lector saboreando el texto. Sin embargo, me gustaría concluir con una pequeña sentencia o apotegma del mismo autor del libro. Esta gota de sal y sol señala el espíritu con que todos, acompañantes y acompañados, debemos emprender el camino de seguimiento del Maestro:

Porque he logrado tomar mi vida en mis manos, me dejo conducir y llevar.5

Fernando M. Gil

Moreno, 9 de julio de 2009

q.e.p.d., 17 de enero de 2020

1 Homilía en la ordenación de sacerdotes para América latina, 3 de agosto de 1966. Cf. Medellín, 7. Cf. también B. Olivera, Contemplación en el hoy de América latina, Buenos Aires, Patria Grande, 1977.

2 Cf. B. Olivera, Siguiendo a Jesús en María. Orientaciones para una espiritualidad cotidiana, Buenos Aires, Soledad Mariana, 1997.

3 Véase una breve bibliografía indicativa y descripción de la investigación grupal en curso en: V. Azcuy, Grupo de investigación sobre acompañamiento espiritual yrepresentaciones de Dios [en línea], en:http://www.uca.edu.ar/index.php/site/index/es/universidad/facultades/buenosaires/teologia/investígacion/grupoinvestigacionespiritualidad/ [consulta: 03/07/2009].

4 CELAM, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, 1331 de mayo de 2007), Capítulo 6. 2. 2. 4: Una formación que contempla el acompañamiento de los discípulos

5 Olivera, Bernardo. Gotas y charcos de sal y sol, Buenos Aires, Talita Kum Ediciones, 2020, p. 35.

INTRODUCCIÓN

El título de la presente obra podría muy bien haber sido: “En manos del Espíritu”, tal como lo fue en su primera edición, inspirado en la carta de San Pablo a los cristianos de Roma. El Apóstol nos invita a dejarnos guiar por el Espíritu de Dios a fin de llegar a ser, en Cristo, hijos de Dios (cf. Rm 8,11-17). Precisamente, en esto consiste la finalidad del acompañamiento espiritual, si bien el fin o la meta es lo último en la adquisición, ha de ser siempre primero en la intención. Desde el mismo inicio deseabamos dejar clara la primacía del Espíritu Santo, el servicio subordinado del acompañante y la meta hacia la cual todos –acompañantes y acompañados– peregrinamos.

Para esta edición preferimos llamarlo de otra manera. Sin dejar de lado la presencia y guía del Espíritu Santo, ponemos el acento en el proceso y camino. Es por eso que podemos ya hablar del “Arte del Acompañamiento espiritual: don y tarea”. Teniendo claro que nuestra tarea es “artesanal”, de cooperación con Aquél que nos confiere el don.

Sobran razones para juzgar que el acompañamiento espiritual –o como se lo quiera llamar– es asignatura pendiente en la vida de los laicos y laicas que forman la mayor parte de los creyentes en el seno de la Iglesia. No es raro que muchos movimientos eclesiales y jóvenes parroquianos, que sienten la necesidad de este servicio espiritual, comenzaran a prepararse como “acompañantes espirituales” o en el “ministerio de la escucha” a fin de ofrecer este servicio a la Iglesia. Duele, pero hay que decirlo, una parte de las generaciones “postconciliares”, por diferentes razones, abandonaron en cierta medida el cultivo de este arte tan reclamado y valorado por generaciones pasadas y presentes. No es el momento de detallar motivo; baste señalar el hecho y hacer de ahora en más propuestas creativas y fieles a la gran tradición espiritual.

El presente libro pretende dar una modesta respuesta. No intenta más que ofrecer algunas orientaciones teóricas y prácticas como complemento a la catequesis y formación espiritual de aquellos que deseen recibirlas. Presupongo, en consecuencia, que los destinatarios de mis palabras poseen suficiente doctrina cristiana y una vida sacramental y de oración personal fundada en la Eucaristía y la Palabra de Dios. Obviamente, aquellos que ejercen la diaconía del acompañamiento han de aventajar a sus acompañados no solo en conocimiento sino mucho más aún en experiencia teologal y orante. Por estos motivos dejaré de lado el importante tema de la iniciación a la vida de oración, tema que ha ocupado un lugar importante en la dirección espiritual tradicional.

No perderé tiempo, el propio y el ajeno, en discusiones terminológicas: ¿acompañamiento, dirección, orientación, pater-nidad, maternidad...? Opto básicamente por el lenguaje del acompañamiento, sabedor de sus limitaciones, con sus derivados: acompañante, acompañado/a. No obstante, reconozco que el lenguaje de la paternidad y maternidad resulta más tradicional y significativo. Por esta razón haré también uso del mismo.

Las fuentes principales de esta obra son: la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y la gran tradición cristiana antigua y moderna, sobre todo occidental; como también los aportes de la psicología y las ciencias humanas contemporáneas. No es raro, entonces que nos pongamos a la escucha de varios maestros espirituales y humanistas que podemos considerar clásicos. Me reconozco agradecido deudor de:

~ La tradición monástica, la cual concibe el proceso de ayuda espiritual como una gestación y parto carismático. La relación se entabla entre un padre/madre e hijo/a en el espíritu. La asimetría relacional no impide el mutuo afecto propio de la filiación, paternidad y maternidad. La apertura de corazón tan propia de la espiritualidad eremítica del desierto, y la corrección fraterna practicada en el monaquismo cenobítico, continúan siendo hoy dos pilares de la paternidad espiritual en el mundo monástico.

~ La tradición cisterciense según Elredo de Rieval con su énfasis en la amistad espiritual. Esta tradición entabla una relación entre iguales, la asimetría en la relación se convierte en simetría dando lugar a la amistad. Se da así un mutuo acompañamiento en el que se comparte, confronta, esclarece y discierne juntos o alternativamente, según las circunstancias. Santa Teresa de Ávila y San Francisco de Sales no son totalmente ajenos a esta forma de ayuda espiritual.

~ El camino carmelitano, con talante teresiano y sanjuanista, bien sintetizado en el “caminito” de Teresita de Lisieux. El acompañado ha de saber correr el riesgo de una aventura de amor, aventura que reclama gran soledad y capacidad de riesgo para ascender y descender en la oscuridad de la fe y el vacío de todo arrimo. El acompañante se eclipsa ante el misterio y anima a caminar, aunque es de noche. Su calidad se juzga por su total sumisión a la obra del Espíritu Santo.

~ La espiritualidad ignaciana de tipo más unilateral. La persona del director, si bien es subsidiaria, ocupa un lugar importante debido a su saber humano y divino. El dirigido procura aprender, pero sobre todo, exponer su situación a la luz del discernimiento del director. La asimetría relacional es subrayada y el afecto interpersonal no es necesariamente favorecido.

~ El aporte de las ciencias humanas, en especial de corte existencial y personalista. El proceso está especialmente en manos del acompañado. Si bien la asimetría existe, queda muy atemperada por el gran respeto y renuncia valorativa por parte del acompañante. Casi podemos decir que el proceso espiritual se caracteriza por ser un proceso de autogestión acompañada o supervisada. Aunque esto no significa pasividad, desinterés ni abandono, sino más bien subordinación y oportunidad, respeto y confianza total en la obra del Espíritu de Dios.

La presente obra se inserta, además, en un contexto más amplio: el proceso de formación de discípulos y misioneros según la invitación de nuestros obispos latinoamericanos, congregados en Conferencia general, en el santuario de Nuestra Señora de la Aparecida, Brasil. Mi intento consiste en prestar un servicio en el proceso de la formación integral cristiana, más concretamente, en las dimensiones humana, comunitaria y espiritual. Confío que este aporte contribuya a que los discípulos y discípulas del Señor, viviendo en comunión, se conviertan en misioneros y constructores del Reino de Dios, en variedad de formas, según la propia personalidad, vocación y carisma. Escuchemos la voz de nuestros pastores:

Cada sector del Pueblo de Dios pide ser acompañado y formado, de acuerdo con la peculiar vocación y ministerio al que ha sido llamado (...) Los laicos y laicas que cumplen su responsabilidad evangelizadora, colaborando en la formación de comunidades cristianas y en la construcción del Reino de Dios en el mundo. Se requiere, por tanto, capacitar a quienes puedan acompañar espiritual y pastoralmente a otros (Aparecida, Documento conclusivo, 282).

Concluyo esta introducción con una advertencia anteriormente sugerida. El presente libro es una sencilla introducción, con pretensiones más prácticas que doctrinales, al acompañamiento espiritual de la persona individual, aunque inserta en una comunidad orante y evangelizadora. Aquellos que hayan recibido el carisma de la paternidad y maternidad espiritual en forma eminente o extraordinaria no tendrán ninguna necesidad de mi palabra. Quienes lo hayan recibido en forma ordinaria y corriente, quizá puedan encontrar algo que les aproveche. Finalmente, quienes, asistidos por el Espíritu, desean crecer en el arte del acompañamiento espiritual, podrán aprovechar estas páginas sin el sentimiento de estar perdiendo su precioso tiempo.

ACOMPAÑANTE YACOMPAÑADO

Primacía del Espíritu

Lo primero que hay que tener en cuenta y jamás olvidar es lo siguiente: el Espíritu Santo es el único acompañante y guía que, por Cristo, nos lleva al Padre. Juan de la Cruz lo afirma sin titubeos ni medias tintas:

Adviertan los que guían las almas y consideren que el principal agente y guía y movedor de las almas en este negocio no son ellos (los maestros espirituales), sino el Espíritu Santo, que nunca pierde cuidado de ellas, y que ellos solo son instrumentos para enderezarlas en la perfección, por la fe y la ley de Dios, según el espíritu que Dios va dando a cada una (Llama, 3:46).

Por lo tanto, el que asume el servicio de acompañante o guía ha de caminar varios pasos detrás del Espíritu a fin de dejarse guiar por Él. Su principal función consiste en entender la acción y conducción del Espíritu y procurar secundarla. Y más de una vez será necesario dejar solo al acompañado para que el mismo Espíritu lo guíe y asista directamente sin mediación humana (cf. San Ignacio, Ejercicios Espirituales, 15).

Subordinación del acompañante

Esta conducción del Espíritu es absolutamente esencial, pero hay todavía algo más. El acompañante o guía ha de ser también guiado por su acompañado: esto tiene lugar mediante la apertura de corazón y la manifestación de gracias y desgracias, necesidades y logros, dificultades y carismas... Mediante esta humilde y sincera exposición de lo que vive, el acompañado se convierte también él en guía del acompañante que lo guía.

Los sucesivos encuentros que se van dando en una relación de acompañamiento espiritual, junto con la comunicación dialogal que esta relación implica, permiten ahondar en esa intimidad y mutua confidencia que son semillas de amistad.

Escuchemos un momento a santa Teresa:

…aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo (Vida, VII:20).

San Francisco de Sales piensa de igual manera:

El amigo fiel, dice la Escritura, es una poderosa protección; el que lo encuentra, encuentra un tesoro. El amigo fiel es un medicamento de vida e inmortalidad; los que temen a Dios lo encontrarán (Ecli 6, 14-16). Estas divinas palabras, como ves, se refieren principalmente a la inmortalidad, para conseguir la cual hace falta, sobre todo, contar con el amigo fiel que oriente nuestras acciones mediante sus avisos y consejos (...) Esta amistad debe ser fuerte y dulce, santa, sagrada, divina y espiritual (Introducción a la vida devota, 1:4).

En fin, sea como sea, ninguno de nosotros se guía solo, a menos que quiera ser discípulo de un tonto. Nos guiamos unos a otros y todos somos guiados por el Espíritu Santo. Jamás hemos de olvidar la primacía del Espíritu. Y no temamos que Él se olvide de nosotros. No solo no nos olvida sino que hasta reclama nuestra ayuda y la hace necesaria, de tal modo que sería peligroso considerar inútil dicha ayuda, compañía, guía o amistad espiritual y humana.

Necesidad del acompañamiento

La experiencia secular de la Iglesia nos enseña la necesidad del acompañamiento espiritual cuando se desea llegar hasta las cumbres de la santidad. En los albores de la espiritualidad cristiana, San Antonio del desierto les decía a unos monjes que le pidieron una conferencia:

Las Escrituras bastan realmente para nuestra instrucción. Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a otros en la fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean, por eso, como niños y tráiganle a su padre lo que sepan y díganselo, tal como yo, siendo el más anciano, comparto con ustedes mi conocimiento y experiencia (San Atanasio, Vida de san Antonio, 16).

La misma doctrina la encontramos siglos más tarde, encabezando los sentenciosos dichos de luz y amor compuestos por Juan de la Cruz para complementar su magisterio oral. Vale la pena leerlos y meditarlos todos pues, aunque parezcan iguales, no lo son:

El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón.

El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo.

El que a solas cae, a solas se está caído y tiene en poco su alma, pues de sí solo se fía.

Pues no temes el caer a solas, ¿cómo presumes de levantarte a solas? Mira que más pueden dos juntos que uno solo.

El que cargado cae, dificultosamente se levantará cargado.

Y el que cae ciego, no se levantará ciego solo, y, si se levantare solo, encaminará por donde no conviene (Dichos de luz y amor, 5,7-11).

El Juanico es un poeta, pero es también un teólogo, y de mayor talla que su pequeña estatura. No nos maraville entonces que procure fundamentar teológicamente la doctrina sapiencial contenida en sus sentencias.

Es Dios tan amigo que el gobierno y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a él y que por razón natural sea el hombre regido y gobernado, que totalmente quiere que a las cosas que sobrenaturalmente nos comunica no les demos entero crédito ni hagan en nosotros confirmada fuerza y segura, hasta que pasen por este arcaduz humano de la boca del hombre. Y así, siempre que algo dice o revela al alma, lo dice con una manera de inclinación puesta en la misma alma a que se diga a quien conviene decirse; y hasta esto, no suele dar entera satisfacción, porque no la tomó de otro hombre semejante a él (Subida, 2, 22:9).

Hasta el mismo papa León XIII, pionero de la doctrina social católica, tomó en su momento cartas en el asunto a fin de disipar cualquier posible duda:

Nadie puede dudar que el Espíritu Santo, con secretas efusiones, obra en las almas justas y las anima con exhortaciones e impulsos; si así no fuese, toda ayuda, todo amaestramiento externo sería inútil (...). Sin embargo, y lo sabemos por experiencia, estas exhortaciones, estos impulsos del Espíritu Santo muy a menudo no se perciben sin la ayuda y la guía del magisterio externo. Esto entra en la ley común, según la cual el providentísimo Señor, como ha querido que los hombres en general se salven por medio de hombres, ha establecido que todos los que aspiran a más altos grados de santidad, lleguen por medio de hombres (...) esta ha sido siempre la norma de la Iglesia; esto han enseñado unánimemente cuantos en el curso de los siglos han sobresalido por su sabiduría y doctrina; y nadie puede rechazar este principio sin evidente temeridad y peligro (Testem benevolentiae, 22).

Después de la publicación de la Exhortación postsinodalChristi-fidelis laici, el Papa Juan Pablo II ha insistido frecuentemente sobre la importancia y conveniencia de la dirección espiritual destinada a los laicos. En estos textos el Papa afirma que la dirección o acompañamiento es un medio indispensable para conocer la voluntad de Dios, es decir para descubrir y vivir la propia vocación y misión en forma integradas y en camino hacia la santidad de vida. Veamos uno de estos textos, como simple botón de muestra:

Así pues, es deber irrenunciable de cada uno buscar y reconocer, día tras día, el camino por el que el Señor le sale personalmente al encuentro. Queridos amigos, planteaos seriamente la pregunta sobre vuestra vocación, y estad dispuestos a responder al Señor que os llama a ocupar el lugar que tiene preparado para vosotros desde siempre. La experiencia enseña que, en esta obra de discernimiento, ayuda mucho un director espiritual: elegid una persona competente y recomendada por la Iglesia, que os escuche y acompañe a lo largo del camino de la vida, que esté a vuestro lado tanto en las opciones difíciles como en los momentos de alegría. El director espiritual os ayudará a discernir las inspiraciones del Espíritu Santo y a progresar por una senda de libertad: libertad que se ha de conquistar mediante una lucha espiritual (cf. Ef 6,13-17), y que se ha de vivir con constancia y perseverancia. La educación en la vida cristiana no se limita a favorecer el desarrollo espiritual de la persona, aunque la iniciación en una vida de oración sólida y regular sigue siendo el principio y el fundamento del edificio. La familiaridad con el Señor, cuando es auténtica, lleva necesariamente a pensar, a elegir y a actuar como Cristo pensó, eligió y actuó, poniéndoos a su disposición para proseguir la obra salvífica. Una «vida espiritual», que pone en contacto con el amor de Dios y reproduce en el cristiano la imagen de Jesús, puede curar una enfermedad de nuestro siglo, superdesarrollado en la racionalidad técnica y subdesarrollado en la atención al hombre, a sus expectativas y a su misterio. Urge reconstituir un universo interior, inspirado y sostenido por el Espíritu, alimentado de oración y orientado a la acción, de manera que sea bastante fuerte como para resistir a las múltiples situaciones en las que conviene conservar la fidelidad a un proyecto, en vez de seguir o acomodarse a la mentalidad corriente (Mensaje para la XIII Jornada Mundial de la Juventud, 30-XI1-997).

En síntesis, la doctrina unánime de los santos y el magisterio es entonces clara: para llegar alto es muy conveniente caminar acompañado, aunque se camine como si se estuviere solo. Quizás no se precise un baqueano para subir al refugio turístico del cerro Catedral; pero si se tratara de hacer cumbre en el Fitz Roy, en el Kinchinkinga o en el Huascarán consideraría temerario no valorar o despreciar una buena compañía.

Por lo demás, ha de quedar claramente asentado que, en la Iglesia, hay total libertad respecto al acompañamiento espiritual en el ámbito laical: cada uno decide la conveniencia o no de la misma en su caso particular, al igual que la persona que, eventualmente, podría ser su acompañante.

El acompañante ideal

Veamos si podemos dibujar la figura o perfil ideal del acompañante. Y bien digo “ideal”, pues muy difícilmente encontrarán en la vida real a alguien semejante. Pero al menos nos servirá para saber hacia qué dirección hay que tender.

La tradición cristiana nos ofrece un retrato bastante acabado del padre, guía, maestro, director o acompañante espiritual. Consultando a algunos maestros insignes de los siglos XVI y XVII, obtenemos las siguientes respuestas:

• Conviene que toméis por guía y padre a alguna persona letrada y experimentada en las cosas de Dios (San Juan de Ávila, Audi Filia, 55).

• Importa mucho ser el maestro avisado –digo de buen entendimiento– y que tenga experiencia; si con esto tiene letras, es grandísimo negocio (Santa Teresa, Vida, 13:16; cf. 1819; Moradas Sextas, 3:11).

• Un guía cabal, además de ser sabio y discreto, ha menester ser experimentado (San Juan de la Cruz, Llama, 3:30).

• Es necesario que sea (el guía y amigo espiritual) un hombre lleno de caridad, de doctrina y de prudencia (San Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, 1:4).

Es fácil constatar la convergencia de las opiniones recién escuchadas, aunque los énfasis o primacías pueden variar. Las notas caracterizantes son: buen juicio, conocimiento doctrinal, experiencia humana y divina, prudencia, discernimiento y caridad.

Todas estas notas en grado perfecto las encontrarán en poquísimos. Según Juan de Ávila, las poseen uno de cada mil. Francisco de Sales es menos optimista: ¡uno entre diez mil! Pero no nos alarmemos. Aun en esto, la perfección puede ser enemiga de lo bueno. Opino que, en cierto grado, las notas características del acompañante espiritual las poseen diez mil de cada millón de cristianos que procuran vivir evangélicamente y dar razón de su fe.

Por lo demás, todos nos damos cuenta de que no es lo mismo acompañar a un principiante, a una persona que se encuentra en una crisis vocacional, o a alguien que se encuentra bien avanzado en los caminos de la experiencia mística del Misterio. El que es incapaz de esto último posiblemente sea capaz de lo primero.

¿Propiedad de los sacerdotes?

Muchos y muchas se han preguntado en el pasado: ¿es el acompañamiento espiritual propiedad de los sacerdotes? Si por propiedad se entiende monopolio, hay que responder con un rotundo no. Si por propiedad entendemos “algo propio” o “apropiado” al ministerio pastoral del sacerdote, entonces la respuesta es afirmativa. En este sentido, el Decreto sobre la formación sacerdotal del Concilio Vaticano II, dice:

Fórmense cuidadosamente [los seminaristas] en el arte de dirigir las almas, a fin de que puedan conformar a todos los hijos de la Iglesia a una vida cristiana totalmente consciente y apostólica, y en el cumplimiento de los deberes de su estado (Optatam totius, 19).

Además, este acompañamiento guarda todo su valor en la formación permanente de los sacerdotes, los cuales han de ser acompañantes y acompañados. Así lo recordaba la Exhortación apostólica postsinodal sobre la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales; el texto que sigue a continuación ofrece, asimismo, una hermosa descripción proveniente de la sabiduría pastoral del cardenal Montini, futuro Papa Pablo VI:

Igualmente, la práctica de la dirección espiritual contribuye no poco a favorecer la formación permanente de los sacerdotes. Se trata de un medio clásico, que no ha perdido nada de su valor, no solo para asegurar la formación espiritual, sino también para promover y mantener una continua fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

“la dirección espiritual tiene una función hermosísima y, podría decirse indispensable, para la educación moral y espiritual de la juventud, que quiera interpretar y seguir con absoluta lealtad la vocación, sea cual fuese, de la propia vida; esta conserva siempre una importancia beneficiosa en todas las edades de la vida, cuando, junto a la luz y a la caridad de un consejo piadoso y prudente, se busca la revisión de la propia rectitud y el aliento para el cumplimiento generoso de los propios deberes. Es medio pedagógico muy delicado, pero de grandísimo valor; es arte pedagógico y psicológico de grave responsabilidad en quien la ejerce; es ejercicio espiritual de humildad y de confianza en quien la recibe” (Pastores dabo vobis, 81).

Esto no significa que todos los sacerdotes posean el carisma y la experiencia necesarias para un acompañamiento cualificado, pero sí tengamos por cierto que siempre tendrán la gracia suficiente en situaciones ordinarias.