Espiritualidad y mística maternal - Bernardo Olivera - E-Book

Espiritualidad y mística maternal E-Book

Bernardo Olivera

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Beschreibung

Los diversos aspectos del Misterio dan lugar a las diferentes manifestaciones de la experiencia mística. En este libro, Bernardo Olivera nos ilumina acerca del nacimiento de Dios en el alma. Para ello recurre a tres autores que en sus escritos dan cuenta de esta vocación y utilizan la metáfora-símbolo maternal en su relación con Jesucristo y la vida creyente. Con su sabiduría y prudencia probadas, Bernardo hoy aborda un tema de absoluta originalidad.

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Bernardo Olivera

Espiritualidad y Mística Maternal

Olivera, Bernardo

Espiritualidad y mística maternal / Bernardo Olivera. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Talita kum Ediciones, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-4043-17-7

1. Espiritualidad Cristiana. 2. Mariología. 3. Experiencia Religiosa. I. Título.

CDD 248.4

© Talita Kum Ediciones, Buenos Aires, 2017

www.talitakumediciones.com.ar

[email protected]

Primera edición, agosto de 2017

Segunda edición, septiembre de 2018

Segunda edicion, digital, marzo de 2019

ISBN: 978-987-4043-17-7

Digitalización: Proyecto451

Diseño: Talita Kum Ediciones

Imagen de Tapa: Icono “Maternidad Mística Mariana” de Sergio Rivero, ocso

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Reservados todos los derechos.

Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido el diseño de tapa e imágenes interiores, por ningún medio de grabación electrónica o física sin la previa autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas por la ley.

Índice de contenido

Portadilla

Introdución

Guerrico de Igny (+1157)

Su obra

Claves de interpretación

Experiencia

Lectio divina

Sentidos bíblicos

Teología monástica

Doctrina

Aclaraciones

• Noción de “forma”

• Metáforas y símbolos

Formación de Cristo en nosotros

• Fuentes bíblicas y patrísticas

• El “cuerpo” de sermones y Gálatas 4:19

Análisis de los sermones

• Sermón 8, Nat 3:4-5

• Sermón 27, Ann 2:4-5

• Sermón 28, Ann 3:5-7

• Sermón 45, PP 2:2-3

• Sermón 47, Asspt 1:2-4

• Sermón 52, Nat BMV 2:1-4

Conclusiones

Concepción Cabrera (1862-1937)

Su obra

Clave de lectura

Experiencia

• Huellas en el itinerario

• Preparación

• Encarnación

• Efectos

• Despliegue

• Maternidad espiritual

• Interpretación

Conclusiones

Thelma C. de Lastra

Su obra

Clave de lectura

Doctrina

Una gracia mariana (n.7)

• Maternidad Mística Mariana

• Mística

• Unión transformante

Nuestro quehacer (n.8)

• Entrega y donación de vida

• Amar y Amor

• Ternura y fortaleza

Sacerdocio (n.9)

• Teología: fe razonada

• Espiritualidad: fe vivida

María de San José (n.10)

Conclusiones

Conclusión

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

La espiritualidad y mística cristianas conocen tres grandes metáforas o símbolos para hablar y presentar la unión del creyente con Dios:

La filiación divina, radicada en el bautismo.El matrimonio espiritual, como forma de unión transformante.El nacimiento de Dios en el alma, con la conjunta maternidad espiritual.

Las tres tienen una peculiar fuerza evocativa y movilizadora pues se trata de metáforas-símbolos antropológicos tomados de la vida familiar. En efecto:

La metáfora-símbolo filial establece una relación con Dios-Padre afectada con sentimientos propios de un hijo o de una hija.La metáfora-símbolo esponsal establece una relación con Jesucristo-Esposo afectada con sentimientos propios de una esposa.La metáfora-símbolo maternal establece una relación con Jesucristo-Hijo afectada con sentimientos propios de una madre.

Aún más, podemos llegar a decir que nos relacionamos con Dios según el afecto que fundamentalmente nos embarga en un momento determinado de la vida.

Una simple lectura de la historia de la espiritualidad cristiana occidental nos enseña que la mayoría de las místicas han utilizado la metáfora-símbolo de la esponsalidad para vivir su unión con Dios. En este libro deseamos referirnos a esta misma realidad, pero profundizando la metáfora-símbolo maternal, es decir desde la experiencia de una relación con Jesucristo-Hijo afectada con los sentimientos propios de una madre.

Sabemos que la afectividad mueve a la acción y, en el caso de la maternidad, a engendrar, cuidar y comunicar vida. La mujer madre hace una experiencia singular: su propio cuerpo es simultáneamente cuerpo de “otro”; es decir: en la gestación (y la lactancia), ella se experiencia como “autodonada”. Si la paternidad humana y personal es una afirmación creativa, a partir de una realidad corporal y unitiva; de modo semejante, podemos decir que la maternidad autodescentra porque otro ha sido in-corporado, aunque este otro no es ajeno, pues hace que la mujer sea madre. Los cambios que la madre experimenta en su corporalidad son propios y, al mismo tiempo, son causados por el “otro” con quien comparte su espacio. Al gestar y nacer el hijo se gesta y nace la identidad materna que perdurará toda la vida. El vínculo que los une los transforma a ambos.

Analógicamente, esto es lo que sucede gracias a la metáfora-símbolo maternal, entrañablemente significativa para la mujer: ella “engendra” a Jesús mediante la apertura y devoción al Espíritu Santo y María, lo cuida por medio del crecimiento en las virtudes evangélicas, y al mismo tiempo va siendo “endiosada” por la relación con Jesús, Hijo de Dios...

Los tres símbolos encuentran sus raíces en la Sagrada Escritura, de aquí que participen de la Revelación del misterio de Dios con nosotros. Y han sido, posteriormente, desarrollados por la tradición. El tercero es el menos conocido, pero no porque le falte asidero en la revelación bíblica:

Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dice: ‘¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan’. Él les responde: ‘¿Quién es mi madre y mis hermanos?’ Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro a su alrededor, dice: ‘estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana mi madre’ (Mc 3:31-35; Cf. Mt 12:46-50; Lc 8:19-21). Estaba Él diciendo estas cosas cuando alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: ‘¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!’ Pero Él dijo: ‘Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan’ (Lc 11:27-28).¡Hijitos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros. (Ga 4:19).

Quizás la omisión y el olvido de la metáfora-símbolo maternal se deba a que no fue tratada por la teología escolástica ni mencionada por la mística carmelitana del siglo XVI, ni asumida en el siglo siguiente por el Cardenal Pierre de Bérulle, amigo de San Francisco de Sales e insigne autor ascético de la “Escuela francesa” de espiritualidad, a quien el Papa Urbano VIII llamó: “El Apóstol del Verbo Encarnado”.

La originalidad cristiana del tema es innegable. No obstante, algunas corrientes de la “new age” lo divulgan equívocamente en nuestros días, si bien el vocabulario puede ser semejante, el contexto es absolutamente diferente y la referencia no es a Cristo sino a la divinidad impersonal e informe.

El primero en desarrollar el tema del nacimiento de Dios en el alma es el catequista alejandrino Orígenes (+254). Pero antes y después de él es mencionado por los Padres Orientales, sobre todo por Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Niza, Gregorio Palamas, Máximo el Confesor, Simeón el Nuevo Teólogo... La doctrina de estos santos y teólogos puede sintetizarse así: María, la Iglesia y el alma engendran y dan a luz al Logos, aunque en formas diferentes; la nota mística, en el contexto de la “deificación”, suele estar presente en estos textos.

Los Padres Latinos –Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Gregorio Magno– no lo ignoran, pero lo tratan en una forma más moralizante que en Oriente: el acento recae sobre la fe, la obediencia y la predicación de la Palabra de Dios.

Ya en la Edad Media, los cistercienses retoman la tradición (Bernardo, Guerrico, Isaac, Gilberto), al igual que los victorinos (Ricardo y Hugo de San Víctor).

En el siglo XIV, a pesar de que los grandes escolásticos como Alberto Magno y Tomás de Aquino apenas lo trataron, serán los dominicos, Maestro Echhart y Juan Taulero, quienes hablarán con profundidad y extensamente del nacimiento de Dios en el alma... Y detenemos aquí la historia, aunque podría muy bien continuar, como luego lo veremos, con Concepción Cabrera de Armida, esposa, madre y mística mexicana del siglo pasado.

Vengamos al propósito del presente libro. Dado que los místicos renanos Echhart y sus discípulos llevaron la divina generatio o theogenesía a su punto doctrinal y experiencial más alto, se impondría hablar de ellos. No obstante, la tonalidad un tanto abstracta de sus presentaciones, inclina a preferir la concreción simbólica del siglo XII.

Por eso, en primer lugar presentaré a un monje cisterciense poco conocido, Guerrico, Abad de Igny, en Champagne, en el siglo XII. Antes de abordar sus textos que hablan de nuestro tema se impone decir alguna palabra sobre su vida y su obra y, sobre todo, ofrecer algunas claves para interpretar sus sermones. Pasaremos luego a los textos que comunican la experiencia materna que ahora nos ocupa e interesa y haremos un breve comentario sobre cada uno de ellos.

En segundo lugar volaremos hasta México para darle la palabra a Concepción Cabrera, viuda de Armida (1862-1937). Aquí también se impone alguna palabra previa sobre su vida y obra (fundacional y literaria). Nos centraremos en su experiencia de la “Encarnación Mística”, ejemplo elocuente de la espiritualidad y mística mariana y materna.

Finalmente, aterrizaremos en el Cono sur de América y la cotidianidad de nuestros días, para consultar un escrito sobre la “Maternidad Mística Mariana”, coparticipación en la maternidad de María. La autora es una esposa y madre contemporánea, Thelma C. de Lastra.

Obviamente hay un denominador común entre Guerrico, Conchita y Thelma. Los tres utilizan la metáfora-símbolo maternal en su relación con Jesucristo y la vida creyente. Tanto en la dimensión de la ascética cuanto de la mística. Esta metáfora simbólica puede llevar al que se vale de ella, con ayuda de la gracia divina, hasta la misma realidad significada. Se accede así al Misterio misteriosamente experienciado.

Por otro lado, estos tres autores nos enseñan algo diferente sobre la pluralidad del quehacer teológico. Guerrico es un buen ejemplo de la “teología monástica”; Conchita, de la “teología espiritual”; y Thelma, de la “teología doméstica” (1). Será fácil constatar que estos tres modos de conjugar el verbo “teologizar” tienen algo en común: una impronta femenina. Y, todavía más importante, nos hacen presente la antigua sentencia que dice: si oras, eres teólogo.

Desde el mismo comienzo, aunque volveremos sobre ello, quiero dejar asentado qué entiendo por espiritualidad y mística cristianas.

En pocas palabras, la espiritualidad cristiana consiste en vivir en el Espíritu Santo de Cristo o, desde otra perspectiva: vivir de fe obrando por el amor. Esto significa vivir filial y fraternalmente, como hijos del Padre y hermanos unos de otros.

Abundando un poco más, la espiritualidad cristiana es una vida filial y fraterna en el Espíritu, por Cristo y hacia el Padre. Vida acogida con fe, obrada en el amor y anticipada por la esperanza. Esta vida espiritual, por su misma naturaleza, es eclesial. No hay duda de ello: la Iglesia es una comunidad de fe, esperanza y caridad, reunida en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (2) Y dado que María es Madre del Verbo encarnado, Jesucristo, por eso mismo es Madre de su Cuerpo místico, la Iglesia, nosotros. Las mediaciones que alimentan y hacen posible esta vida son la Palabra de Dios y los Sacramentos, especialmente, el Bautismo y la Eucaristía o Cena del Señor.

La mística cristiana es el cumplimiento del Misterio de Cristo en nosotros. En este cumplimiento encontramos las dimensiones subjetivas y objetivas de toda experiencia mística cristiana: Cristo viviendo en nosotros y nosotros viviendo en Cristo.

Los diversos aspectos del Misterio dan lugar a las diferentes manifestaciones de la experiencia mística. Y esto mismo puede también caracterizar y explicar las diferencias entre los místicos. Los místicos y las místicas son aquellos que han experienciado la revelación del misterio, gracias a un misterioso influjo divino, por medio del conocimiento y el amor, la luz y el fuego.

El corazón del Misterio es el Cristo Pascual, con sus heridas gloriosas. La experiencia de sus heridas son para nosotros dolorosa cruz, la experiencia de su gloria es siempre bienaventurada. Los místicos y las místicas conocen muy bien esta alternancia, gracias a ella van siendo labrados a imagen y semejanza perfectas de Jesucristo.

Normal y ordinariamente, el paso de la espiritualidad a la mística se suele dar en forma casi imperceptible y gradual a lo largo de la vida. Cuando esta vivencia se convierte en experiencia concreta, no se puede ignorar lo sucedido y, si el influjo divino es más fuerte, la experiencia se impone en el campo de nuestra consciencia y suele transformar en alguna medida nuestra existencia. Cuando la experiencia se deposita en el fondo del alma en forma habitual se puede hablar de un “estado místico”, en este caso, la Caridad reina soberana en la persona así agraciada.

1. No desconocemos lo que dice la Comisión Teológica Internacional en su documento “La Teología Hoy: Perspectivas, Principios y Criterios” (2011): El intellectus fidei adopta distintas formas en la vida de la Iglesia y en la comunidad de creyentes según los diferentes dones del fiel (lectio divina, meditación, predicación, la teología como una ciencia, etc.). En sentido estricto, se hace teología cuando el creyente se compromete a presentar el contenido del misterio cristiano de una manera racional y científica. La Teología es por tanto scientia Dei en tanto que es participación racional de la sabiduría que Dios tiene de sí y de todas las cosas. Es criterio de teología católica que tenga, precisamente como ciencia de fe, «fe que busca comprender›› (fides quaerens intellectum), una dimensión racional. La teología trata de comprender lo que la Iglesia cree, por qué lo cree, y que puede ser conocido sub specie Dei. Como scientia Dei, la teología aspira a comprender de manera racional y sistemática la verdad salvadora de Dios (18-19).

2. Concilio Vaticano II, Lumen gentium 8 y 4.

GUERRICO DE IGNY (+1157)

Nadie pone en duda la existencia de Guerrico, canónigo de la catedral de Notre-Dame de Tournai, que entró en el monasterio de Claraval en los días de San Bernardo y fue luego Abad de Igny. Él es, ciertamente, el autor de un conjunto de cincuenta y cuatro sermones sobre el año litúrgico que han llegado hasta nuestros días.

Pero, por otro lado, sabemos que son pocos los datos “científicamente” comprobables sobre algunos momentos relevantes de su vida. No obstante, los historiadores antiguos y modernos datan su nacimiento entre 1077 y 1097 y la fecha de su defunción en 1157.

Las fuentes medievales –la Vida del Abad Hugo de Marchiennes, redactada después de 1158 y el Exordio Magno del Císter de Conrado de Eberbach, comenzado hacia 1190 y concluido en la primera decena del siglo XIII–, por sus mismos géneros literarios, ofrecen datos hipotéticos. La finalidad de las Vidas de los santos, en la Edad Media, no era de índole biográfica sino devocional y modélica. Por otro lado, el Exordio Magno mezcla apología, edificación, devoción y datos históricos.

En la presente situación, lo más prudente para hablar de Guerrico parece ser contentarse con un “estado de la cuestión”, integrando las últimas investigaciones sobre los canónigos regulares y maestros de la catedral de Tournai según los cartularios documentales.

Los estudios más recientes permiten afirmar la existencia de un magister en la escuela catedralicia de Tournai, llamado Guerrico, que se encuentra desempeñando ese oficio entre 1131 y 1136,se trata de alguien diferente, por su oficio, de otros tres con el mismo o semejante nombre. Podemos decir, con gran probabilidad, que este magister es quien se hará monje en Claraval y concluirá sus días como Abad en el monasterio de Igny, cuarta fundación hecha por Claraval en el año 1128.

El cargo de maestro era de relativa importancia (supervisaba las escuelas parroquiales de toda la ciudad) y demandaba una formación superior a la común, esto explica la calidad doctrinal y literaria de los sermones compuestos en Igny por nuestro Guerrico. En cuanto maestro,Guerrico conocía muy bien las siete artes liberales que configuraban la educación escolar durante la Edad Media.

Las siete artes liberales se enseñaban mediante lecturas y disputas. El Trivium era el conjunto de las tres primeras artes liberales, conformado por la Gramática, la Retórica y la Dialéctica; se dice que comprendía tres materias en alabanza de la Santísima Trinidad. El Cuadrivium era la parte de las artes liberales que comprendía las cuatro restantes: Aritmética, Música, Geometría y Astrología, y eran cuatro materias por los cuatro ríos que fecundaban el Paraíso terrenal.

La ciudad de Tournai, en la época de Guerrico, además de ser un importante centro cultural, era una ciudad en la que bullía el deseo de reforma y renovación espiritual. El célebre maestro Odón, que llegará a ser Arzobispo de Cambrai, deja su labor escolástica para fundar una comunidad monástica. En este contexto eclesial, el mismo Guerrico se retira a una pequeña casita, al lado de la Catedral, para llevar una vida de estudio y oración, con una cierta tonalidad eremítica.

El encuentro con San Bernardo y la entrada en el monasterio de Claraval marcó un antes y un después en la vida de Guerrico. No se conoce con certeza la fecha de dicho ingreso y esto tiene importancia pues se refiere a la duración de la formación monástica recibida en un monasterio floreciente y bien establecido. Tradicionalmente se habla del año 1126, y si Guerrico es elegido Abad de Igny en 1138, resultan unos doce años de estadía en Claraval como discípulo de San Bernardo. Esta fecha es hoy día puesta en discusión. Los estudios críticos y documentales permiten afirmar que Guerrico entra en Claraval recién en 1136, en este caso, solo estará en dicho monasterio un par de años. La diferencia de diez años es por sí misma muy elocuente cuando se trata de formación monástica.

Además de los documentos medievales mencionados, poseemos dos cartas de San Bernardo (89 y 90) en las que se menciona a Guerrico que se encuentra en Claraval: Si deseáis noticias de vuestro Guerrico (...) tened entendido que no corre a la ventura ni combate como quien azota el viento, sino que él sabe muy bien que el éxito no depende ni del que combate ni del que corre, sino de Dios que usa misericordia, por esto nos pide que roguemos por él a fin de que aquél que le ha hecho la gracia de saber correr y combatir, le conceda también la de llegar y vencer (Carta 90:2).

Estas cartas se pueden datar en torno al año 1126. ¿Cómo se compagina este dato con la presencia de Guerrico en Tournai entre 1131-1136? Se ha ofrecido la hipótesis de que Guerrico no entró enseguida en el monasterio luego de su primera visita a Claraval y encuentro con Bernardo sino algunos años después.

Algunos estudiosos adelantan la fecha de defunción a 1155, en lugar de 1157, basados en que ese año ocupó el servicio abacial, como sucesor de Guerrico, otro monje de Claraval, secretario de San Bernardo, Godofredo de Auxerre. Pero también se puede pensar que Guerrico dimitió por motivos de salud y falleció dos años más tarde.

Su obra

Los sermones del Abad de Igny nunca circularon como sermones aislados. Varios manuscritos (19 testigos), algunos provenientes del siglo XII, trasmiten una colección homogénea de cincuenta y cuatro sermones; se puede suponer que se trataría del librito del cual hablará el Exordio Magno (Dist. III, cap. 8). La mayoría de estos manuscritos proviene de monasterios cercanos a Igny, esto permite decir que la difusión de los sermones fue principalmente “regional”.

Estos sermones fueron considerados desde siempre como patrimonio de la Orden del Císter, y quedaron mezclados con la obra de San Bernardo de Claraval. Conrado de Eberbach, en el Exordio Magno, compuesto unos cincuenta años después de la muerte de Guerrico, dice al respecto que son: luminosos por su claridad, simplicidad y elegancia, llenos de sabiduría, habitados por el Espíritu Santo y propios de un hombre espiritual... (III,8). Y más adelante leemos: En ese librito brilla de forma admirable el destello de la verdadera sabiduría y en él resplandece la simplicidad de la cristiana humildad de tal modo que no solo no se hace pesado a quienes lo leen sino al contrario, resulta muy de su agrado. En verdad, la elocuencia que se encuentra en esos sermones llena del fuego del Señor (Sal.18:14), conmueve, impresiona y enardece a quien los lee de tal manera que, por muy duro e insensible de corazón que sea, si se deja llevar de su lectura puede estar seguro que le aprovechará para lo mejor (III, 9).

Conrado, nos cuenta también que Guerrico, al fin de su vida, movido por los escrúpulos, por haber obrado en contra de una disposición del Capítulo General que prohibía la publicación de libros sin la debida autorización, mandó quemar la colección de sus sermones. Lo cual fue llevado a cabo, pero providencialmente sucedió que el libro ya estaba transcrito en unos cuadernillos, y de esta manera dispuso Dios lo mejor para nosotros, es decir que la Santa Iglesia y en especial la Orden del Císter no se vieran privados de tan gran erudición, ya que en ese libro brilla de forma admirable el destello de la verdadera sabiduría y en él resplandece la sencillez de la cristiana humildad... (III, 9). La crítica moderna considera este detalle como un “lugar común” para manifestar la humildad del escritor.

Desde otro punto de vista, podemos decir que el “cuerpo” de sermones litúrgicos de Guerrico no es una simple colección de sermones litúrgicos; por el contrario, los sermones han sido organizados de manera que tienen una coherencia teológica en sí mismos, en cada grupo y en el conjunto entero.