El auténtico amor - Deanna Talcott - E-Book

El auténtico amor E-Book

Deanna Talcott

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Beschreibung

Cuando Whitney Bloom vio entrar en su tienda de regalos a Logan Monroe, sintió que se le paraba el corazón. Aquel apuesto padre viudo estaba allí para comprarle un osito a su hija adoptiva. Whitney había estado secretamente enamorada de Logan cuando era una chiquilla y, cuando volvió a su vida, no pudo resistirse a ayudarlo a luchar por la custodia de esa hija a la que tanto adoraba. Lo que no había previsto era acabar casándose con él. De repente, Whitney se encontró casada con el hombre de sus fantasías y con una hija maravillosa. Parecía que todos sus sueños se estaban haciendo realidad... excepto en el detalle de que ella nunca había soñado con una relación puramente platónica; quizás no estuviera destinada a disfrutar de la verdadera felicidad... a menos que fuera capaz de conquistar el amor de Logan.

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Seitenzahl: 213

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Deanna Talcott

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El auténtico amor, n.º 1303 - octubre 2016

Título original: Marrying for a Mom

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9038-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Whitney Bloom se detuvo un instante y después colocó el jersey de Byron. Byron, su oso de peluche favorito, estaba colocado cerca de la caja registradora de la tienda Teddy Bear Heaven. Como un compañero silencioso, había pasado los últimos seis años escuchando los sueños, las esperanzas y los disgustos de Whitney.

–¿Sabes qué? –le dijo ella–. Si trabajamos muchísimo este verano, seremos solventes en seis meses –se apoyó en el mostrador, se subió a un taburete de madera y agarró otro tornillo para terminar de montar el banco de madera que pertenecía al osito–. Tengo el presentimiento de que este verano vendrá una oleada de turistas a Melville y que todos querrán llevarles un osito de peluche a sus niños. Es más, en este mismo instante hay alguien, en algún sitio, que está pensando que lo que necesita es un oso de peluche para abrazar y amar.

La campanilla de la puerta tintineó. Whitney levantó la vista sorprendida al ver que sus presentimientos se habían convertido en realidad y perdió el equilibrio. El tornillo que tenía en la mano se cayó al suelo.

Desde la otra punta de la habitación vio la silueta de un hombre y reconoció sus anchas espaldas, sus estrechas caderas y sus musculosos muslos.

Logan Monroe.

A Whitney le flojearon las piernas cuando los recuerdos invadieron su cabeza.

De pronto se le aceleró el corazón, igual que pasaba siempre que lo veía. Logan le sonrió con la mejor de sus sonrisas, la misma que salía todos los domingos en la foto de los anuncios por palabras que publicaba el Melville Post. El pie de foto siempre era el mismo, y ella lo sabía porque lo leía con mucha atención:

«Logan Monroe, agente inmobiliario, especializado en propiedades para vacaciones en Melville, Lake Justice y la zona sureste de Tennessee».

Whitney sintió un nudo en el estómago. Se le secó la boca y su corazón se aceleró aún más. Hacía doce años que no veía a Logan, y al verlo se quedó sin habla.

–Eh, lo siento por eso –dijo Logan sin mirarla. Cuando se agachó para recoger el tornillo del suelo, Whitney se fijó en la curva de sus hombros y se percató de que la ropa le quedaba un poco suelta, como si hubiera perdido algo de peso–. No quería asustarte –dijo, y dejó el tornillo sobre el mostrador.

Whitney miró el tornillo. No se atrevía a agarrarlo porque tenía miedo de que se le cayera otra vez. Los músculos de sus hombros se tensaron.

Logan no la estaba mirando. Su mirada se centraba en la estantería que había detrás de Whitney, donde se encontraban los ositos de peluche únicos y de colección.

–Estoy buscando un osito de peluche.

A poca distancia de él, Whitney se percató de que Logan estaba igual que siempre. Un poco más viejo. Mejor.

Se movía con la misma confianza. Llevaba el cabello muy corto, y su color era un poco más oscuro que el del tabaco. Su rostro anguloso y la prominente mandíbula eran el complemento perfecto para unas cejas que resaltaban sus ojos color cobalto. Tenía la nariz fina y la boca muy sensual.

–Entonces has venido al sitio adecuado –consiguió decir Whitney mientras Logan rodeaba el mostrador.

Él se detuvo y se volvió. Desde detrás de un estante lleno de osos, miró a Whitney.

Whitney notó que esbozaba una sonrisa y se estremeció. Logan era muy guapo, tremendamente guapo.

–¿Whitney…? –dijo él con una chispa de reconocimiento en los ojos–. Oh, cielos, Whitney, ¿eres tú?

Ella asintió despacio. Durante un instante dudó entre si debía pedirle perdón por lo que había sucedido años atrás o si debía olvidarlo. Se preguntaba qué recordaba él.

–Maldita seas, ¿por qué no has dicho nada?

Ella se encogió de hombros.

–No lo sé. Cuando entraste por la puerta no pensé que fueras a fijarte en mí. Y después… no sabía si debía decírtelo porque…

–Vamos, Whitney –la regañó. Después la miró de arriba a abajo. Se fijó en la pulsera de oro y en los pendientes de perlas que llevaba puestos. Después en el conjunto elegante que vestía y se quedó boquiabierto–. Te estoy mirando –le dijo–. Quiero decir, me estoy fijando en ti –enfatizó.

Whitney sonrió.

–Ha pasado mucho tiempo, Logan.

–Así es. Demasiado tiempo, Whit.

La incertidumbre del pasado podía sentirse en el ambiente. Las amenazas y las acusaciones habían formado parte de su último adiós. Fue una situación horrible. Logan estaba muy exaltado, Whitney a la defensiva. Para empeorar las cosas, el ex marido de Whitney había contado un montón de excusas idiotas para explicar por qué a Logan no le salían las cuentas y le faltaba dinero. Fue la única vez que Whitney vio a Logan alzar la voz, la única vez que Whitney permitió que alguien, además de Gram, la viera llorar.

Ambos se quedaron allí de pie, sin saber qué decir.

–Eh, mira…

–Yo siempre quise…

Ambos se rieron y dejaron de pedirse disculpas.

–Vale. Esto es una locura. Mira, siento que debo abrazarte o algo… –él levantó los brazos, como si no supiera cuál era el protocolo que debían seguir unos viejos amigos, que ya no eran amigos y a los que el tiempo había limado las asperezas de su relación.

Él miró la vitrina de cristal que había entre ellos.

Durante un instante, una antigua fantasía se apoderó de Whitney. Logan, el superhéroe, saltaría la barrera que los separaba y la estrecharía entre sus brazos. «Más rápido que una bala y con más fuerza que una locomotora». Él podía arreglarlo todo, podía mover montañas, podía curar corazones.

Tratando de no pensar en ello, Whitney decidió actuar. Se bajó del taburete y tendió la mano.

Durante unos momentos, todo parecía estar descabalado. Como las piezas de un puzzle que intentan encajar. La pulsera de oro brillaba bajo la luz del fluorescente y sus cuidadas uñas hacían que sus dedos parecieran largos y refinados.

Ambos sabían que ella no era una mujer refinada. En Melville, había crecido entre el otro tipo de gente.

Logan le estrechó la mano. Tenía la muñeca fuerte y los nudillos marcados. El vello oscuro que cubría el dorso de su mano era muy sexy y evocaba imágenes poderosas de riqueza y confianza.

–Whitney –Logan le agarró los dedos y cubrió con la palma el dorso de la mano de Whitney. Ella rodeó el mostrador. Una sensación de ternura invadió su cuerpo y se convenció de que el pasado estaba olvidado y que él se alegraba de verla de verdad–. Estás… –la miró de arriba a abajo y dijo–: estás preciosa –levantó la vista y la miró a los ojos–. Estupenda. Deslumbrante.

Whitney sintió que una ola de calor recorría su cuerpo.

–¿Sabes? –dijo él–, tenemos un gran pasado juntos.

–No todo es bueno –dijo ella. No pudo evitar decir la verdad.

Logan hizo una mueca, le apretó los dedos con cuidado y le soltó la mano.

–¿Te acuerdas cuando en un picnic de la empresa jugamos al béisbol y te di un golpe con el reloj en la barbilla? –le preguntó él para cambiar de tema.

Ella se acarició la barbilla.

–¿Cómo iba a olvidar que me pusieron tres puntos y la vacuna del tétano?

Él miró atentamente la pequeña cicatriz y sujetó a Whitney por la barbilla para que ladeara la cabeza y poder mirarla mejor.

–Casi te paso por encima, por intentar agarrar la pelota –Logan la recordaba encogida debajo de él. El aroma de los guantes de cuero y el sonido de su reloj al chocar contra la barbilla de Whitney. Pero lo peor de todo fue que después del choque, su marido la levantó del suelo y le dijo a Logan que no se preocupara, que no le había hecho daño. Él tuvo que recordarse que no era asunto suyo, que ella estaba casada y que pertenecía a otra persona–. ¿El seguro te cubrió los puntos y la vacuna?

Whitney asintió y dijo:

–No importa. Eso ocurrió hace mucho tiempo.

Él la miraba con sus ojos azules, como si quisiera absorberla y adentrarse en su alma. Whitney se puso nerviosa y sintió que apenas podía respirar.

–¿Logan? –susurró al fin.

–Mmm… te dejó una marca –murmuró él, y le acarició la cicatriz con suavidad.

–Apenas se nota.

–Aún así, permanece la marca física. Hemos tenido más golpes del destino de lo que dos personas deben soportar.

La sonrisa de Whitney se desvaneció. Logan cambió de tema. Una vez más.

–Maldita sea. He pasado por delante de este sitio cientos de veces. No puedo creer que tú seas la dueña.

–Lo alquilo –aclaró ella.

–Así que… eres la señora de los ositos de peluche.

–Por favor. No me digas que es una monada. A mí me encanta, pero es un negocio y me ayuda a pagar las facturas. Tengo todas las clases y modelos de osos que puedas imaginar.

–Estoy seguro –Logan echó un vistazo a su alrededor. La habitación estaba abarrotada de osos de peluche. Había cepillos de dientes con osos de peluche colgados en una vitrina, libros sobre osos de peluche en una estantería, relojes, pegatinas, bisutería, papel de cartas, lápices, gomas de borrar, bolígrafos, todo con el mismo motivo. También había accesorios para el baño, cortinas de ducha, alfombrillas y mantas. Logan se rio y dijo:

–No iba a decir que es muy mono. Estoy impresionado. Es una gran idea. Cuando miro a mi alrededor me dan ganas de comprarlo todo.

–¿Qué? ¿Y dejarme sin inventario? –preguntó ella.

–Whitney, este sitio es magnífico. Y solo a ti se te podía haber ocurrido algo así.

Whitney se sonrojó al oír el cumplido.

–¿Qué? –preguntó él–. ¿Te he avergonzado? –no esperó su respuesta–. Lo digo en serio. Tú siempre tenías las mejores ideas en el instituto. Eras la que tenía el enfoque más interesante de la vida.

–No me quedaba más remedio.

–Así es. Como cuando sugeriste que en lugar de celebrar el clásico banquete para la National Honor Society, nos fuéramos de picnic. Ese fue el mejor día de todos, y tú fuiste la responsable. Un día entero en la playa, jugando al Frisbee, al voleibol y chapoteando en el agua.

Whitney sintió una pizca de culpabilidad. Había sugerido esa idea porque no tenía los veinticinco dólares que costaba el banquete.

–¿Y qué hay de la idea que tuviste para el prom? Una fiesta de los años cincuenta en el Peppermint Lounge. Lo decoramos todo con pegatinas, pedimos un tocadiscos y nos gastamos el resto del dinero del fondo en comida para que no tuviéramos que pagar nada –Whitney sintió un escalofrío. Ella pensaba ir a la fiesta con un vestido de los años cincuenta que Gram, su abuela, había sacado de la buhardilla–. Y después de todo –continuó él–. a pesar de que fue idea tuya, ni siquiera fuiste a la fiesta. Yo te busqué para sacarte a bailar.

Whitney se encogió de hombros.

–Por aquel entonces, Gram no estaba muy bien de salud.

–Tenías mucha responsabilidad al tener que cuidar de ella.

–Logan, era ella la que cuidaba de mí.

–Creo que cuidabais una de la otra –dijo él–. Tu abuela era alguien especial. Nunca olvidaré cómo iba por todo Melville con aquel triciclo que tenía.

Whitney se sintió incómoda. Gram iba en triciclo porque no podía permitirse comprar un coche. Lo cierto era que Whitney y Logan salían con grupos de amigos diferentes y pertenecían a clases sociales muy distintas.

Logan vivía en una casa grande en la colina y pasaba los veranos en el club de campo. Sus padres eran los propietarios de varios concesionarios de coches y de un puerto deportivo y se aseguraban de que a su hijo no le faltara de nada. Iba por todo Melville conduciendo un deportivo nuevo y se aseguraba de que lo vieran pisando el acelerador en cada cruce y saludando a todas las chicas que pasaban.

Whitney se crio con su abuela y vivía en un bungalow alquilado cerca de Main. Era una casita destartalada con un pequeño secarral como jardín y una rueda de tractor que servía de maceta a unas petunias. Whitney nunca invitaba a sus amigos para que no vieran las manchas negras del suelo, las goteras del techo, ni el papel deteriorado de las paredes del salón. Aun así, quería mucho a su abuela y no soportaba que nadie dijera que la abuela no la cuidaba bien.

Logan se acercó a ella para mirar el colgante con forma de osito que llevaba en una cadena de oro.

–Igual que esta tienda… –dijo él, y miró a Whitney a los ojos. El color de sus pestañas era fascinante. Se acercó un poco más e inhaló su aroma a vainilla y suavizante de ropa–. Detalles. Detalles perfectos, Whit. Solo a ti se te podía ocurrir esto.

–Quizá. Pero una tienda de osos de peluche no es tan importante como una inmobiliaria o un concesionario de coches, así que…

–No –dijo él, y soltó la cadenita de oro–. Solo tú podías hacer algo tan memorable. Algo que llegue al corazón de la gente.

Whitney se estremeció. Lo último de lo que quería hablar era de asuntos de corazón. Y menos con Logan Monroe.

–Bueno, Logan –le dijo–. Sé que no has venido aquí para halagarme y admirar mi tienda. ¿Qué quieres?

El brillo de los ojos de Logan desapareció.

–He venido para reemplazar un osito de peluche –dijo él–. Podía haberlo hecho hace muchos meses, pero… mira, quiero enseñarte algo. Es más, estoy orgulloso de poder enseñarte a esta… –Logan sacó su cartera y la abrió. Whitney vio una tarjeta de crédito American Express Platinum y pensó cómo incluso un trozo de plástico puede dejar claro a qué sitio pertenece cada uno. En su cartera, ella solo llevaba la tarjeta de unos grandes almacenes. Todo el dinero que ganaba lo invertía en la tienda de ositos. Durante un año había dormido en una colchoneta en la habitación de atrás y había cocinado en un hornillo–. Toma –dijo él, y le enseñó la foto de una niña en una mecedora. Tenía las piernas cruzadas y con las manos sujetaba una sombrilla de encaje que daba sombra a una cascada de rizos rubios que le caían sobre los hombros–. La saqué hace dos años para dársela a mi esposa. Para el día de la madre.

Whitney apenas podía respirar.

–¿Es tu hija? –dijo al fin. Sabía que Logan se había casado con una chica de Memphis, pero no que habían tenido una niña.

–Mi hija adoptiva.

–El oso es para ella –se adelantó Whitney.

Él asintió.

–¿Ves? –dijo él–. Ese es el oso que ella llevaba siempre a todos sitios. El fotógrafo lo apoyó en la silla porque Amanda insistió en que tenía que salir en la foto. Nunca iba a ningún sitio sin él.

«Amanda. Se llamaba Amanda».

–Es encantadora, Logan.

–Gracias –dijo orgulloso y con una sonrisa–. Quiero un osito igual que ese.

–Puede que eso no sea posible –dijo Whitney, y volvió a mirar la foto. No podía verlo con mucho detalle, pero había miles de tipos de oso de peluche y cientos de fabricantes.

–No creo que sea muy raro, posiblemente del tipo de los que se venden en tiendas baratas, pero quiero uno exactamente igual –hizo una pausa–. Amanda lo perdió… el día en que murió mi esposa.

Whitney levantó la vista e intentó descubrir el dolor en su rostro, pero solo pudo detectar una sombra que lo oscurecía.

–Lo siento, Logan… por lo de tu esposa. Debí haberte dado mis condolencias antes de que empezáramos a hablar. En el momento que entraste debiste decirme que…

Él levantó una mano para que se callara.

–No, está bien. Dentro de dos meses se cumplirá un año. Ya me estoy acostumbrando. Nadie podía predecir que sufriría un aneurisma, no en alguien tan joven… Fue un shock, pero… no hablo mucho de ello.

–Aun así… debí haberte mandado una tarjeta.

–¿Y por qué no lo hiciste? –preguntó él tras un segundo de silencio.

–No sabía si querías saber algo de mí –dijo ella.

–Whitney. Olvídalo. Lo que pasó con tu marido ocurrió hace mucho tiempo.

–Mi ex marido –dijo ella.

–¿Ah? Siempre me lo preguntaba. No pensaba que fuera bueno… ya sabes… –no dijo más, pero ella sabía lo que quería decir. No sería buena idea mantener la amistad con la mujer de un sinvergüenza. Y menos después de haberlo amenazado con denunciarlo por robar dinero de la caja registradora.

–Descubrí que no eras la primera persona de la que se aprovechaba. Cuando trabajó en el supermercado robaba carne del congelador y cuando trabajó en la gasolinera se ponía gasolina sin pagarla.

–Si hubiese podido evitar despedirlo, lo habría hecho, Whitney.

–Lo sé.

–No pareces muy convencida.

Ella se encogió de hombros.

–Esto es muy duro para mí, Logan. Me haces un favor dándole trabajo, y él te lo devuelve robándote unos cuantos billetes.

–Sucedió hace mucho tiempo, Whitney –dijo él–. Será mejor que los dos lo releguemos al pasado. Después de todo, no es tan importante.

Sí. Un incidente deplorable. Pasado, pero no olvidado.

Whitney respiró hondo y recordó que lo que había entre ella y Logan no era más que negocios.

–Bueno –dijo ella–. Háblame del oso.

Él volvió a mostrarle la foto.

–Pensé que quizá tuvieras algo… en la tienda…

–No creo. Pero podemos buscarlo. Pondré el cartel de «Cerrado» y aunque nos lleve toda la noche, puedes revisar todo mi inventario.

Él puso una triste sonrisa y cerró la cartera.

–Es una niña encantadora, Logan –dijo Whitney con cuidado–. No sabía que eras papá.

–Sí. La adoptamos cuando tenía tres años. Yo la considero mi hija. La quiero como si… como si… –Logan comenzó a tartamudear y no pudo terminar la frase.

«Como si fuera tu hija de verdad», Whitney terminó la frase por él en voz baja. Lo miró fascinada. Tenía un buen corazón. Siempre lo había tenido.

–¿Logan? –lo llamó, y armándose de valor le agarró el antebrazo–. ¿Qué te ocurre?

Logan cerró los ojos. Se giró un poco y guardó la cartera en el bolsillo, haciendo que ella lo soltara.

–Queríamos adoptarla, pero teníamos que hacer mucho papeleo. Nos llevó mucho tiempo encontrar a los padres biológicos y cuando los encontramos, el padre aceptó renunciar a sus derechos… pero la madre cambiaba de opinión continuamente. El año pasado, la madre firmó por fin y la adopción entró en la etapa final. Pero entonces, murió Jill, dejándome como padre soltero. Ahora la agencia se está echando atrás. La persona que lleva el caso dice que mi empresa me ocupa mucho tiempo, y que consideran que Amanda ha de criarse en un hogar con madre y padre. La semana pasada me dijo que tiene una pareja interesada en adoptar a una niña mayor. Me dejó con la sensación de que puede quitarme a Amanda en cualquier momento. Quizá en las próximas semanas.

Whitney palideció. Sabía lo que era que te sacaran de una casa y te llevaran a otra. Su madre había tenido muchos novios, y también más de una noche habían tenido que salir huyendo porque no podían pagar al casero.

–Oh, Logan, lo siento muchísimo. Si hay algo que yo pueda hacer…

–Sí puedes. Ayúdame a conseguir ese oso para Amanda antes de que me la quiten. No quiero que piense que la he abandonado. Diablos, haría cualquier cosa por quedarme con ella.

–¿Ella sabe algo?

–La trabajadora social le ha sugerido que quizá le gustaría más tener otra casa, con una nueva mamá…

–No. ¿No me digas que le ha dicho eso?

–Sí –dijo él–. Se lo ha dicho. Supongo que ha sido con buena intención. Pero Amanda se traumatizará si la llevan a otro sitio. Es demasiado pequeña como para recordar su vida antes de vivir con nosotros. Nosotros somos todo lo que ha tenido.

A Whitney se le nubló la vista. Recordaba una bolsa de supermercado llena de ropa, y cómo su madre le había dado una palmadita en la cabeza y le había dicho adiós.

–Claro que como padre soltero he tenido unos cuantos contratiempos, pero he aprendido muchas cosas. Incluso he aprendido a preparar quince variedades nutritivas de espaguetis de lata.

–¿Espaguetis de lata nutritivos? –Whitney no pudo contener la risa.

–En la cadena alimentaria están por encima de los sándwiches de atún, de mantequilla de cacahuete o de mermelada.

Whitney tuvo que morderse el labio para no sonreír. Su madre nunca se había preocupado de abrir una lata de atún, ni de untarle mantequilla de cacahuete en una rebanada de pan.

–Whitney, escúchame –dijo él–. Si consigo el osito y me quitan a Amanda, ella tendrá una conexión a algo que ha amado. Tiene que saber que pase lo que pase, yo estaré aquí para cuando me necesite. Quiero muchísimo a esa niña, y la idea de perderla…

Whitney sintió un nudo en la garganta. Quería darle una respuesta firme. Haría cualquier cosa por Logan. Lo único que tenía que hacer él era pedírselo.

–Puedo decirte que no tengo nada parecido en la tienda. Pero puedo buscarlo –dijo Whitney–. Te lo prometo.

–¿Te lo puedes creer? ¿Puedes creer que estoy buscando un oso de peluche? –preguntó él–. A veces pienso que sería más fácil encontrar una esposa. Quizá eso contentara a la trabajadora social.

Whitney lo miró a los ojos y la idea más impensable apareció en su cabeza. No podía decírselo.

–¿Whitney?

–¿Sí, Logan?

–Gracias –dijo él–. Por hacer esto. Sobre todo después de lo que pasó… bueno, esto me hace darme cuenta de que en el instituto pasé por alto algo muy especial.

Whitney se quedó sin aliento al ver su cara de agradecimiento. Su cumplido era tan inesperado. De adolescentes, habían reído juntos y habían compartido la misma fila de asientos en clase. Un día, habían estado a punto de besarse… y ella siempre se había arrepentido de que no sucediera. Después, Logan le ofreció un trabajo a su ex marido y, cuando él lo estropeó todo, ella le pidió disculpas miles de veces, confiando en que Logan la volviera a mirar con buenos ojos. Pero Logan era joven y estaba enfadado, y se alejó de ella.

Tras muchos años de intentar olvidar aquello, le parecía increíble que lo único que tenía que hacer para mejorar las cosas era encontrar un oso de peluche. Era un precio muy pequeño el que tenía que pagar para poder olvidar los malos recuerdos.

–No algo –lo corrigió–. «Alguien». Pasaste por alto a alguien especial. A alguien como yo.

Whitney nunca supo qué es lo que le hizo pronunciar esas palabras. Quizá era que se había convertido en una mujer adulta y se sentía segura como para hacer que Logan recordara.

Capítulo 2

 

Logan se recostó en la silla de su escritorio y se presionó el puente de la nariz. Había tenido un día largo y tedioso. Estaba cansado y la casa estaba como si hubiera pasado un tornado por ella. Cuatro horas antes, la tercera niñera se había marchado para cuidar de sus nietos en California, y él ya no sabía qué hacer.

Lo único que le había pedido a la mujer era que cuidara de Amanda después del colegio y le sirviera la comida caliente. Ella había aceptado su generoso sueldo y había hecho justo lo que le había pedido. La cesta de la ropa sucia estaba llena, el fregadero rebosante de platos sucios y las alfombras llenas de pelusas. Amanda había escrito su nombre en la pantalla de la televisión. Todos sus juguetes, zapatos y calcetines estaban repartidos por todas las habitaciones y las mesas estaban llenas de periódicos, revistas y correo atrasado.

¿Cómo lo hacía Jill? Ella se las arreglaba para que Amanda llegara puntual al colegio y él nunca la había visto buscando la pareja de un zapato ni levantando los cojines para encontrar dinero para la comida.

Nunca había estado peor. Nunca.